domingo, 31 de enero de 2010

JOSE GRAU, dibujante - 1914-1998 (1)




Lejos de ilustrar el texto, la narración en el comic se atrinchera en lo gráfico, desdeña la palabrería del novelón. Incluso la encerrada en el bocadillo o abocada a hurtadillas al pie de la viñeta tan sólo acentúa una acción, pues el texto se trata de una literatura en su mínima expresión, escritura estorbadora, de acompañamiento en las peripecias del héroe, de los capitanes y de los reyes. La concisión del guión acelera las tramas trepidantes (menos es más), y a veces incurre en un divertido y esclarecedor batiburrillo léxico, una onomatopeya graciosa y tremendamente efectiva (¡crash!, ¡paf!, ¡zzz!, ¡¡boooom!!, ¡aaaaaaggggh!, ¡toc-toc!).
Nada hay más cerca de lo cinematográfico, más libre y extravagante de argumento que las imágenes dibujadas con el pincel mal pagado de unas secuencias atrapadas e impresas en el peor papel de pulpa. Será después, en el tiempo, cuando esas páginas apaisadas tan sobadas por las pequeñas manos del niño, páginas que rápidamente se tornaron de un amarillo ajado, comiencen a adquirir su valor inapreciable, a acrisolarse con el oro lejano/perdido de la infancia.

T. (1)

Frente el Beaubourg.
El código de colores instauraba las nuevas referencias. Verde, el agua; el aire, azul; el amarillo, la energía, y el rojo, el camino. Un arte de función utilitaria, una rigurosa llamada al orden.
Pasen... y vean. ¡Qué locas entrañas!
Estaban a punto de desmembrarse las enormes fauces de plástico, hierro y cristal, y toda la aventura de su interior y sus colecciones, los nombres, los hombres, las mujeres, las obras, serían vomitados al sol, bajo el cielo azul, empezarían a cobrar movimiento, a destacarse como manchones de luz en el jolgorio anónimo y algo despreocupado de la mañana primaveral y dorada.
¿Recordaré ahora el aire entibiado, la bellísima claridad, todos los colores del día?
El deambular de la gente atraía la atención de T. Miraba lo que yo ya veía. Pero no podía pensar lo que yo pensaba. Nuestras coincidencias serían meramente visuales: una vigilancia desinteresada o reflexiva, pronta, hasta entretenida.
[Tal vez el hombre de Arlés se lo diría a sí mismo una y otra vez... Yo no tengo talento para mirar las cosas, así que reflexiono sobre ellas imaginándolas...]
El brío de la luz se extendía por todas partes. Hubiera podido ser, si el corazón reposara tranquilo, la mañana de dicha más completa: aparecían y desaparecían las figuras recobradas, inolvidables, entre una multitud dispersada en actos, rostros, voces y gestos, idas y venidas... Pero finalmente desaparecieron del todo: sólo era de nuevo la mañana bañada por el cálido sol.
Arremolinadas las gentes en torno a la modernidad que exhalaba el estridente edificio: un inmenso animal varado en una plaza antigua de una ciudad que irradiaba, sobre todo, fascinación, una rica y voluptuosa memoria. Podías, realmente, haber sentido todo un conjunto de emociones evocadoras muchos años atrás, o ahora, muchos años más adelante.
Serías siempre lo que ya eras.
T. preguntó por ese tiempo de atrás. ¿Existía realmente? Tu vida antigua atestigua la proeza de ser ahora, de haber existido antes. Soplaba un aire de fresca y perfumada primavera que aún parecía contener el olor a la lluvia de la noche, la fragancia de la piedra y el árbol mojados, todas las primaveras pasadas en París, todos los cielos muertos que también habían sido claros y azules.

K. (IV)

Este posterga mucho la festividad. Anticipa la agonía. Una mala religión le desplaza a las razones fatales, lo aleja de la fiesta, así que logra neutralizar su reserva vital, la desmenuza en infinitas atenciones y abusos mezquinos su enrevesado juicio. Es un proceso devastador que lo aniquila sin ninguna esperanza. Ha dejado de soñar. Abierta queda la puerta que conduce allá donde ya no existen las leyes.
Se destruyó con una autoridad que no dejaba lugar a creer en otra cosa. A la postre, fue un artista de sí mismo, su mejor obra. ["La literatura ha sido una coartada, un lastre residual adherido a un fracaso en la vida en extremo manifiesto, deliberado e incomprensiblemente tenaz", ¿G.M.? En B.: merodeaban por allí también L., S. y P.M. 2002.]
Toda su mística y angustiosa recapitulación acaban justificadas por la obra creada muy a su pesar. Pero es un hombre que siempre ha negado la vida, y quizás muere sin comprender si el éxtasis que le embarga en su rotunda despedida es de alegría o de infortunio.
Está muerto... el monstruo del cuarto del fondo: Se ha librado de ellos, de esos tres, y ha cogido el tranvía para ir a respirar el aire fresco y libre de las afueras de la ciudad. El es el único pasajero en el tranvía inundado de la luz cálida del sol. Está cómodamente recostado en su asiento... Piensa en el porvenir, quizá dichoso.
En ese destino la literatura acaece sólo como un acabamiento ejemplar, una fusión de genio y suicidio. Se trata de una desesperanza atemperada por la ocurrencia, la plástica de las palabras, su juego de infinita combinatoria.
Esta mañana, a primera hora, por primera vez en mucho tiempo, la alegría de imaginar un cuchillo que gira clavado en mi corazón.

sábado, 30 de enero de 2010

La heroína (3)

A finales de enero de 1994 dejé de ver a T.B.
[La primera semana de febrero, quizás. Recuerdo (compruebo en el dietario) que fue una madrugada desapacible y gris, lluviosa y especialmente desoladora la del 4. Me despertó un trueno, o mi propia voz desconocida y terrible diciéndome: "Ayer fui injusto con T.B." En efecto, ahora pienso en la víspera triste, un agujero negro donde ella lloraba, secuencias falsas de la cita que descollaban extravagantemente en la pesadilla nocturna del 3: me golpeaba con furia en un tramo de la escalera de..., debajo de la ventana interior... Todo parecía tan cierto... ¡Pero no existe ninguna ventana interior en...!]
Nuestra relación había sido difícil y esporádica. Al cabo de los años no sólo era imperfecta, parecía instalada en la angustia y el tedio. Ahora había concluido. La ansiedad mía, el miedo y la tribulación de ella, las mentiras, los desencuentros... Ese medio amor había cristalizado en una pena recíproca que abonaba la incomprensión y la desconfianza. En los últimos meses vivíamos ambos de fragmentos de los tiempos pasados, de una inconfesa y ruinosa dependencia alimentada de altibajos. En común sólo teníamos la incertidumbre ante el futuro.
Me convertí en un apocado testigo de sus malas andanzas, y, a veces, en el torturado notario de su capitulación. Al final, en un cobarde que huyó de la encerrona suya para encerrarse en su propia cárcel.
Aún la quería, nunca dejaría de hacerlo, pero no aprendí a protegerla, y yo a ella siempre la había desconcertado profundamente. A partir de aquellos momentos, pues, sólo cabía esperar hechos dolorosos más allá de cualquier explicación.
La última vez que estuvimos juntos fue en París.
Una amiga de ella, S.G., pintora de prestigio por entonces, muy celebrada por sus ingeniosas y calculadas caligrafías, colgaba una exposición en Barcelona. Dejaría libre durante unas semanas su apartamento de la calle des Feuillantines, en las inmediaciones de los Jardines de Luxemburgo. Nos lo prestaba hasta su regreso.
Aceptamos la sugerencia de S.G. con la misma apatía con que la hubiésemos declinado. Todo presagiaba la culminación de la tragedia, su predominio en todo.
Hicimos el viaje en tren. La noche fue larga y extraña, parecía irreal. T.B. era la suma expresión del cansancio. Descansaba la cabeza contra mi hombro, entornaba los ojos y emitía un suspiro entrecortado que hacía que me estremeciera. Pero no durmió ni un solo instante. En todo el trayecto no cruzamos ni una sola palabra.
(Presagiaba miedos intolerables: ¿a qué clase de infierno se me obligaba a bajar? ¿Qué dios aguardaba allí? Derrotado el diablo...)
Era como la noche más cómplice en el desengaño y la resignación, horas raras. Ya no quedaban más trampas. La fingida aventura del pasado se liquidaba en ese viaje postrero que clausuraba cualquier crónica de la iniciación. Se me revelaba la peor de las sospechas: la demora sólo era impotencia; el renacimiento postergado, un espejismo. Uno es lo que es.
(Aún prefería creer que todo podía ser lo contrario, que aquello era la esperanza):
Ibamos como inmersos en un túnel poderoso e inexorable, intemporal y lleno de luz. Sentía que aquel vértigo era acaso el definitivo, y que el viaje raudo y medianamente confortable, infalible y predestinado, me alejaba irrevocablemente de los sitios y las costumbres de un presente ya agotado a cada vuelta de las ruedas sobre los rieles del tiempo. Por un instante pensé que jamás volvería de aquel éxodo crucial y anónimo, helado y desnudo, espectral, y que tan fugaces como las imágenes encendidas de la noche pasaban ante mí a través de la ventanilla, así se alejaban las añagazas y los trabajos que ahora dejaba abandonados en el punto de partida.
Al término (?) del viaje T.B. estaba enferma y exhausta. Nada más salir de la estación de Austerlitz tomamos un taxi, y, al llegar al apartamento, se metió en la cama trémula y febril, humillada por el desfallecimiento y con el pensamiento del terror hurgando en su cerebro. Se negó en redondo a ser asistida por un médico.
Asustado, con un vaso de agua en la mano, veía desde el umbral de la habitación el bulto encogido bajo las mantas, sin saber qué decir ni qué hacer, como si yo mismo fuese una sombra, temeroso de alguna torpeza o de proferir palabras innecesarias, sin decidirme a apagar la luz o a dejarla encendida.
Por espacio de unos días nos encerramos en el pequeño y abuhardillado apartamento, en la última planta de un edificio de piedra arenisca y ladrillos grises coronado por un vistoso tejado cónico de pizarra. Las paredes eran blancas y el suelo estaba cubierto de moqueta amarilla. Era un recinto acogedor y cálido, con pequeñas ventanas y lumbreras circulares y ovaladas que miraban al cielo o a la calle. El silencio casi era absoluto, lejos del fragor y el ruidoso discurrir de las aceras.
Nevaba y hacía un frío temible. El cielo de plomo y el aire glacial y espeso sembraban el ánimo de un quietismo sombrío. Apenas comíamos. T.B. lloraba a escondidas, replegada sobre su cuerpo, entre el delirio y la tortura.
Una tarde sonó varias veces el timbre de la puerta. Otra noche el súbito y urgente vibrar del teléfono rasgó como un cuchillo escalofriante la calma y la oscuridad de la vigilia. Y otro día alguien golpeaba la puerta con rudeza, con exasperada insistencia, pero el repentino sobresalto y la inicial turbación nos parecieron tan desesperantes, tan normales, que comprendimos sin asombro que nada ni nadie podía traspasar los límites de la auténtica postración. Eramos como invisibles al mundo y a sus asuntos, pompas o calamidades. Cualquier invocación de afuera era un error, toda llamada o visita sería un fiasco. Quietud. Una mesura inesperada burlaba las premuras de atrás. La veía a ella, en ella me entretenía: nada hay que seduzca más malévolamente que una renuncia sin paliativos. Nunca pensé en alguna circunstancia venturosa que entibiara la condena o aliviase aquel silencio dramático. Sabía lo peor: yo me salvaría, taimado o bueno para siempre; ella estaba condenada. La espera era un engaño.

viernes, 29 de enero de 2010

Poéticas - M.M. (7)


El discurso seriado es una opción tan posible como cualquier otra inmersa en la lógica (o no-lógica) de nuestra contempo-raneidad, apela una plástica que se nutre no sólo de la fría disposición de su elemento icónico repetido, como si de una resonancia minimalista se tratara, una reminiscencia reciclada de aquella práctica del distanciamiento, conforma, asimismo, una sintaxis de reflexión donde el arte del pasado se imbrica con el del presente en una mutación que termina revistiéndose de modernidad. Como se ha explicado repetidamente, las significaciones semánticas de estas obras oscilan a niveles de códigos perceptivos y figuras de reconocimiento de códigos matemáticos elementales, por lo que sus últimos significados se ven reducidos a su mínima expresión de un modo paralelo a sus reducciones sintácticas. En definitiva, a una concepción profundamente depurada. En cierto modo, el ejemplo de la estética actual que informa la propuesta del artista remite en su formalismo lingüístico al constructivismo gestualista que presidía en la poética de sus obras de la década de los setenta, por lo que no hay que desdeñar un vínculo (muy sutil) con aquellas piezas que situaban el énfasis en los aspectos constructivos del proceso pictórico. En este sentido, cabría hablar de un "continuum", del mismo interés irrenunciable por el aspecto físico de la obra, de una evolución siempre implícita en su corpus plástico.

Artistas (4)

La obra de L., plena de sentido formal y de componentes evolutivos de contrastada coherencia, me inspira un interés sin reservas. Se trata de una escultura de estudiada decantación cuyos volúmenes, innegables en su rotundidad, no son obstáculo para el logro de una forma en su mínima expresión. La gracia de la síntesis descubre un pensamiento de artista lúcido y de fecundas proyecciones, sereno y claro: propone la paradoja a la piedra, con sencillez artesana la convierte en femenina transparencia, una levedad engañosa que asienta en el aire secretas y mórbidas analogías.
La amistad de L., exige una cuidada vigilancia hacia los aspectos más desalentadores del carácter arbitrario y suspicaz que padece, al igual que el que revelan casi todos los artistas irremediablemente menores, que obliga a mantener con ellos una cautela sostenida y, a la larga, irritante. Unicamente esta actitud precavida propicia que perduren semejantes relaciones.
L. sufre una personalidad de irregulares modales y súbitas exaltaciones, un "debo ir hacia delante" que no excluye la rudeza ni el desaire más intempestivo (ese verdadero escultor que no desdeña el buril tradicional y blande con brazo poderoso el puntero y el martillo de punta, desbasta la piedra sin defender de las esquirlas ni los ojos, ajeno a la lasca que salta al rostro... Ofensor recalcitrante, pero ¿que quebranto o agravio duradero puede causar en la dignidad más aparente un sujeto tan obcecado...? Ah, su peculiar mala educación... ¡no impugna la elegancia y la refinada mesura de su estética!). L., de sabia o afortunada manera, se hurta con calculada indiferencia de las rarezas y mascaradas de un arte actual menos moderno de lo que se cree generalmente. Este tipo solitario se abastece de una imaginación obscena e intrincada. [En cuanto a mí, qué ha de ver ése entre la piedra más tosca y la forma sutil: un humor agrio que sobrelleva las variantes de un discurso crítico frente al arte siempre apremiado por la especulación y tenso por el abuso reiterado de un rigor inoportuno, poco mundano e inútil, lejos de la bonhomía cortesana, el halago, el gesto sabido, todo el aburrimiento medido, establecido, canónico...]
(...) Tampoco L. estaba a salvo del... "ruido exterior". No se miraba más que a sí mismo, a su obra... Y, sin embargo, tengo absoluta seguridad de la complacencia, mal disimulada a veces, que experimentan todos los artistas ante un juicio favorable y fácil, audible. ¿Sabrían ver su propia tarea? Verla desde el tiempo lejano, descifrar la antigua emoción... Sentirla de veras como una adivinación... Reconocerse en esas telas en verdad maravillosas, las pequeñas y sutiles esculturas, o la talla en la roca... esas obras necesarias... Descreo de todo artista que esconde la hostilidad hacia el trabajo creativo de otros. Se lo contaba a H. (risas) y éste me decía: "¿Cómo diablos van a exigir entonces la mayor benevolencia para su obra? ¡Que sean malvados! Y, si pueden, hasta malditos." Urdir una fama no es cuestión de unos meses: hay que destruir el talento y la inocencia adánica de la primera creación... Así el hombre y el arte se funden en lo perverso... el medro, el espectáculo, el drama, el tiempo, el dinero..."

jueves, 28 de enero de 2010

Conversaciones (2)

Brulard, Marisa Brulard, pues ensimismado como estaba me costó adivinar cuál de las dos, si ella o Elena, su hermana gemela, indicaba de lejos con un gesto divertido la copa vacía y absurda sobre el pedestal. Denegó con la cabeza al oírse llamar equivocadamente, sin dejar de sonreír, haciendo un gesto de censura con el dedo enhiesto. Pintar su carácter exige esas pequeñas observancias: ocurrente en la conversación, segura en todo instante de su compostura, magnánima en la nimiedad, cosmopolita y [acaso] cínica e imperturbable en el fondo, pero nunca entregada a lo más venerable.
Cogió la copa y se dio la vuelta con sencillez. Al cabo de unos segundos, regresó a mi lado con dos copas llenas de un líquido ambarino y límpido que ni siquiera el andar hacía oscilar tras el cristal.
Me tendió una de ellas con ademán sosegado, mirándome sin parpadear, con la soberbia natural de quien domina el espacio, la regla y el pasatiempo de una concurrencia multitudinaria, de quien, arrogante, sabe ver y se siente vista entre la fruslería y el encantamiento efímero. No dudo ni pizca de que se daba perfecta cuenta de la liviandad y callado regocijo que brinda mucho del acto artístico contemporáneo, de manera que su escepticismo ante un refrendo público que encumbra por igual lo despreciable y lo valioso debe ser constante, pues en el verdadero juego sólo interviene el artista, que ni protesta la lucidez ni abandona lo lúdico. Entretanto, el espectador asiste a su propia nostalgia de desterrado de la infancia paseándose por los jardines campestres de su invención donde impera la libertad, la mala hierba, el capricho fecundo, el juguete.
Incurriría yo en la... trivialidad. Allí estaba, podía ser uno más, escuetamente superficial.
M.B. reprochó mi error al confundirla. Lo hizo sin un enfado visible, pero con la energía de quien se sabe con el derecho de amonestar a las primeras de cambio.
Es cierto que sobra la malicia boba: en gemelos todo presunto parecido refuta una confusión a ultranza que provoca, no obstante, el histrionismo del falso burlado, atento tan sólo a la deliberada manifestación de un desconcierto calculado. Toda duplicidad produce un engaño pueril, casi a sabiendas, consciente, pero nos complace la ingenua sorpresa que sentimos al contemplar la magia, tal vez el arte, de una repetición natural que parece negar la realidad, socavarla mediante el disparate o la gracia inesperada. Posteriores evidencias desmienten el hecho (ninguna cosa es igual a otra cosa, el espectáculo es la interpretación, la reacción), por lo que se revela la endeblez sustancial e intrínseca de la dualidad.
Por lo demás: ¿a qué simular un chasco tan improcedente?
Mi ensimismamiento ("L. es serio y libre, pero no entretenido ni ingenioso: es su voluntad la que le hace artista conduciendo su talento..."), era el origen de confundirla con su hermana. No pretendía en modo alguno subrayar una incomprensible y estúpida broma de mal gusto de la naturaleza... ¡plagiaria!
Hice la observación en voz baja. Pronto le referí lo que pensaba de L. y la condescendiente actitud que éste soportaba frente la insolencia de aquel tipo [El susurro: una forma de seducción].
"Y ni siquiera es un comprador", dijo. (Ningún comprador habla realmente con los artistas.) "Lo va a fastidiar un buen rato."
(Oh, sí. Prestigian los críticos, los marchantes, los directores de los museos y los comisarios de las exposiciones oficiales, los honorables conservadores y la burocracia mercantil de las subastas. En el público sólo está el dinero y la paciencia, la credulidad.)
L. y… aquel asiduo impostor de galerías, un farsante que concluía engañando al mismo artista a través de un interés bastardo muy bien disimulado… o no. Su comedia de acaudalado coleccionista creaba situaciones grotescas. Fue un gran desmitificador. Su arte podría ser un happening pervertido y calculado de origen que satisfaciera su ansia de una creatividad fugaz y banal, aunque no inocente. Su carácter sencillo a la vez que elegante engañaba bien. El era la obra de arte, el soporte. Las palabras formaban parte de la comedia imprescindible. (H., un crítico sagaz que gusta del sarcasmo, diría que engañaba tan bien como un artista). Lo recuerdo provisto de un pulido bastón de empuñadura azul con pequeñas incrustaciones de marfil, ataviado de un traje oscuro impecable, con la camisa blanca de botonadura de irisado nácar. Contradecía los juicios estéticos merced a una esmerada cultura pertrechada de multitud de afirmaciones de artistas, contrapuestas entre sí, que anulaban todo el derecho de un arte ajeno al que ellos postulaban. Era, estoy seguro de ello, un hombre jovial que extremaba su afición hasta el mismo linde de la genialidad.
(Me gusta pensar que aquella actitud revelaba más la impertinencia de los otros que la locura de ejecutar una obra mediante la conducta del mero gesto, la sola mirada, una ironía, el adorno...)
M.B. escuchaba mis palabras con sorna.
"Tendremos, pues, que salvar a L.", dijo nada convencida. "La locura del mundo distrae las vocaciones."
Una frase estudiada. Leída en alguna parte. Me acojo a la [palabra ilegible]... Le respondí pausadamente:
"No lo creo. L., aun disgustado, se complace en pasear su rabieta en un mutismo impenetrable. Tiene pocas oportunidades de ... [palabras ilegibles]"
……………………………………………………………………….
"R., en Nueva York, está logrando meter la cabeza... Le ayuda mucho su antigua relación con F.V., el hombre de la capa. Pero aquello funciona a golpe de efecto, es un show perpetuo, y el artista fomenta la pertenencia al clan, al rebaño... Bien, fíjate en la obra gráfica de Z..."
"¿Todavía tenéis el W.?"
"¿El W.? Sí, claro. Hay un tipo... bueno, es J.P., el de Milán... Lo quiere. Pero… ¡vale millones! El dice: se acabó la paranoia... Por supuesto, es él quien compra. Ya lo vendería a buen precio si..."
"El análisis químico de los lienzos corrobora la boutade de los Diarios: mejoraba el acrílico con la orina de sus amigos. ¿Dónde está la grandeza ahí?"
"¿Qué grandeza? ... Oh, bien, ¿quién dijo que había de ser excelso, o grave...? ¡Y hasta semen...!"
"Sí, naturalmente. Es suficiente con ir adelante."
"Siempre pensé que era así. Me gusta recordar aquello de él... ¡Qué tipo! Esa tarde interminable en el estudio de.. ¿Cómo era?... El loft frente Union Square. Afuera, la ciudad gigantesca. Vista desde el 860, detrás de los gruesos y dobles cristales, silenciosa y crepuscular... Elena y yo estuvimos hace poco allí. Aún se veían carpetas en todas partes firmadas por él... Aunque, vete a saber... Te contaba eso de los Diarios. Aquella tarde que él no sabe que hacer, no puede trabajar... Dice que tiene ansiedad, teme que sus cuadros terminen estropeados por el frío... ¿Imaginas una cosa así? Y, entonces, llega Bastian, dopado, con los ojos en el infierno, coge dos lienzos enormes, de los más grandes del estudio, blancos y tentadores, apoyados contra el rectángulo de la pared, y se pone a embadurnarlos sin detenerse ni un instante, como poseído de una inspiración frenética, libérrima, con la misma espontaneidad con que ensuciaba de graffitis toda la ciudad de Nueva York..., el subway, las fachadas neoclásicas... Ese motivo plástico tan burdo... W., extasiado, le mira hacer. Luego, escribe en el diario: Esta tarde vino J.M.B. al estudio. Casi no podía andar, atiborrado de caballo hasta los ojos. ¡Un granuja irremediable! Estábamos solos. Pintó dos cuadros de gran tamaño, magníficos. Es un genio. En dos horas... ¡hizo dos obras maestras antes de la cena...!"
"¡Dos 3,5 X 4,25! ¿Qué te parece?"
"Eso es hacer las cosas a lo grande."
"Vi a W. un par de años antes de morir. Se pasó el tiempo que estuvo en Madrid haciendo fotografías a todo el mundo... Unas polaroids infames con una antigua Big Shot. Creo que hasta fue capaz de hacerme una a mí. Vino con la exposición ya vendida. Era como un pase de modelos, y todo el mundo allí, la televisión, los de las revistas ilustradas, los estudiantes de Bellas Artes... ¡Qué ocasión!"
"No sé... Al final venderemos... El W., no sé... Entonces, tú escribías para Transgresión, ¿no?"
"No estoy muy seguro de eso. Ahora, parece que todo el mundo escribía para Transgresión.
[Anot. pr.: Hice una pausa deliberada. Iba a soltarle lo de la venta, pero no debía decirle de ninguna manera que necesitaba el dinero. ¡Y necesitaba el dinero como nada en el mundo! ¡Al diablo con los viejos tiempos!].
"En otra ocasión W. habla del cuadro, fantástico, que pinta en media hora J.M., ¡a oscuras! Le admiran esas estupideces."
De golpe:
"Quiero vender el dibujo de B. ¿Puedes hacerlo con rapidez? Necesito el dinero... Por ejemplo (...) Luego de eso, quizás..."
"¿No fue un regalo? ¿Vas a vender un regalo?"
"¿Qué hay de malo en ello? Es dinero, él sabía que era un valor convertible..."
"No sé los noventa... Pero ahora.... Está todo como aletargado... Más adelante habría mucho dinero en eso... Bien, es una obra menor... El grabado, el pequeño formato tiene salida... Antes era otra cosa. Están las serigrafías... ¿B. se divorció, no? Tampoco pides demasiado... Es una pena..."
"Son relaciones... Todo cambia. Crees unas cosas, luego otras. Pasa el tiempo. Etcétera. Lo dejaron en París. Armaron una gresca sensacional en plena F... Ella arrojó una botella de William Lawson's a los cuadros colgados. Uno dijo que el whisky los mejoraba ostensiblemente. El arte, tan variable, y todo eso..."
[Desarrollar... El concepto, una clave... Está todo más allá del objeto.]
(M. se reía al oírme. Sentenció con una maldad de las suyas: [palabra que suprimo] Le contesté: "Cuanto más dinero, mejor.") [Se trataba de dinero, ¿no lo adivinaba?]
"No, si... [palabras ilegibles]... Puedes contar con M.V, también. Vende muy bien en Basilea... Lo ha contratado la Gulbenkian. Hace poco consiguió un B. en Manchester. ¡Está muy de moda B.! Lo vendió con dos cifras más a la derecha. Eso es lo que dicen... ¡Un verdadero mercader! "

La heroína (2)

T.B. murió sola. Una muerte por agua. Abdicando al fin de todo lo terrenal y también de la misteriosa materia que era ella, se mató a conciencia, tan sabia y tan libre, en un crepúsculo de septiembre después de los años blancos, los oficios menores y los cansados disimulos.
El día anterior a esa muerte por agua había tachado con tinta roja, de forma enigmática, un verso de "The Sea Horse”, de Graves:

Salt tears to bath his taciturn dry head

El hecho me preocupó a lo largo de muchos meses. Un día, con alivio, entendí que aquello en modo alguno se relacionaba con su muerte. Tampoco lo causaba ninguna otra circunstancia lamentable y oculta. La poesía de Robert Graves le gustaba en especial a T.B. Durante esa época pensaba trabajar en unas planchas de cinc partiendo de la inspiración plástica que le suscitaban muchos de sus poemas ejemplares. Decidió preparar la serie de grabados con aplicada lentitud. Un concienzudo análisis le había llevado a descubrir una llamativa contradicción: el verso tachado difería, aunque mínimamente, y nunca de una manera definitiva, en ediciones sucesivas a la original, todas no obstante autorizadas por Graves. Las dobles versiones se observaban incluso en los propios libros impresos a expensas del poeta.
Todo indicaba que el error no era deliberado ni una maliciosa estratagema textual. Era, simplemente, un descuido que se perpetuaba con aleatoria frecuencia. Graves nunca sería consciente de ello.
[Crane, H.: oficiar en las traducciones me hizo reparar en multitud de transcripciones dudosas. Por ej., en VI, Quaker Hill, "el rojo telar del arce..." (Emily D.), más me gustaba ese verso ajeno, que otros propios de él... 10/98, en L., de nuevo, a or. del At., con P.M.]
Pero T.B. no alcanzó a terminar ni una sola de las planchas de grabado, no llegó ni a las pruebas de artista. Ya en las postrimerías del caluroso verano de 1994 le faltaban fuerzas para seguir viviendo, o mintiéndose a sí misma. En la primavera había estado recluida en una clínica especializada, un apacible recinto arbolado y silencioso a pocos kilómetros al sur de Valencia. Estuve allí después de su muerte. Me acuerdo de unos hombres y mujeres jóvenes, correctos, muy medidos de gestos, fríamente cordiales, de una intrigante solicitud en los ojos. Todos mostraban una tarjeta identificativa colgada del bolsillo superior de la bata blanca e inmaculada que dejaba ver la idéntica camisa o blusa azul celeste, como si fuesen sacerdotes de una nueva religión, novicios de la moderna brujería...
El gerente me había recibido sin recelo: "Bien, siéntese", dijo (casi susurró) con formularia naturalidad. Comprendí sin esfuerzo que, por razones obvias, esa gente tenía que justificar su labor ante los demás. El gerente era joven y pulcro, con el cabello lacio de color castaño claro peinado a raya. El perfecto nudo de la corbata listada se ajustaba con elegante exactitud al cuello moreno y delgado. Nada más sentarse se reclinó en el sillón giratorio de cuero verde, apoyó los codos sobre los brazos del asiento y comenzó a balancearse mientras hacía girar entre los dedos un finísimo bolígrafo de metal azul y dorado al que la luz proveniente del ventanal arrancaba súbitos destellos. Parecía resignado a hablar todo el tiempo que fuese necesario. Yo enseguida me excusé con hipocresía: "Pensé que no se permitía ningún tipo de visita, de lo contrario hubiese..." "En efecto", me interrumpió sin elevar el tono inicial de su voz, "esas son las normas. Hemos comprobado con excesiva frecuencia que a muchos... pacientes les perjudica extraordinariamente alguna muestra de compasión o debilidad por parte de sus ocasionales visitantes. En fin, podíamos haberle informado puntualmente. Enviamos faxes con regularidad, siempre a petición de” (sic). "Respecto a su familia...", observé. De nuevo me interrumpió con suavidad: "¿De qué familia habla...? Ella nunca proporcionó ningún dato concreto que afectara a su vida privada. Rechazó de plano cualquier iniciativa nuestra en ese sentido.” Por decir algo, repliqué imprudentemente: "Su hijo murió, hace años..." Me miró sin revelar un interés especial. "Le gustaba mucho el sol", dijo tras una corta pausa, mirando hacia la ventana. "Permanecía tumbada en la hierba durante horas. Dibujaba. Solía hablar de cosas relacionadas con su trabajo, nada esclarecedoras... Se negó tajantemente a reunirse con el psiquiatra. La sometimos a un examen físico minucioso y... Con franqueza, debo decirle que..."
En realidad, supe de ella y del sufrimiento callado de su destemplanza, de su lucha solitaria y estéril, desde el principio. Pero no fui a visitarla ni una sola vez: temí la obscena componenda del fingimiento recíproco. Ese único pretexto bastó para que adoptara la cobarde decisión. Según confesó el gerente ligeramente irritado, a mediados de agosto, por expreso deseo de ella, permitieron su salida del centro confiados o burlados por su dramática serenidad. No opuso ninguna objeción seria en regresar al cabo de tres días. Su estado había mejorado mucho. Ni una sola vez se mostró inquieta o dio señales de encontrarse abatida. De forma inexplicable, durante su internamiento, tampoco se produjo en ella síntoma alguno de agresividad, nunca se volvió impaciente ni sobrevino el derrumbe físico predecible. Fue callada, distante e infeliz.
Nadie volvió a tener noticias suyas mientras aún estuvo viva y secreta. ¡Quién sabe qué dioses o qué diablos llenan con esos juegos de crueldad tan pequeños y malditos su aburrida eternidad!
Como suele ocurrir, su muerte alertó más conciencias, incluida la mía propia, que su vida, lo cual no es demasiado extraño: parapetados en nuestra existencia sólo tenemos en común con los demás la fatalidad que al discurrir del tiempo, más tarde o más temprano, en ellos acontece.

miércoles, 27 de enero de 2010

Artistas (3)

La voz susurrante y débil recitaba algún verso de memoria, (U, cycles, vibrements divins des mers virides), en perfecto francés, atrapando con dulce (o fatigado, desfalleciente...) musitar una música natural y marina.
Entonces... me era posible [ver] el poema.
Provocaba yo discusiones falsas. Me enfangaba en lo turbio de las palabras, alentaba un estímulo pasajero en ella, en...
[Fantásticas pupilas... Gatos: El pentagrama de Schubert. T.B. pergeñó en... ¿Coimbra...? un retrato de Baudelaire (ojos y ojeras, labios, mirada, testa terrible...) a base de levísimas siluetas de gatos durmientes, saltarines, aburridos, traviesos, jocosos.]
En lo esencial, estábamos de acuerdo. Aunque yo estimara en primer término lo conciso, una imagen que sublevara el espíritu creando un espacio de sensaciones nuevas o raras, complacientes o exaltadas. Era absurdamente sincero en eso. ¿A qué mentir? Estábamos en el invierno extranjero una moribunda y un fracasado... Al final de todo: el viático ya, la mala unción, y ninguna ultísima virtud...
Cierto grado de complicidad con lo real y con todo lo humano. La ficción, la pintura o la raya; culmina la música:
"El arte tan sólo debía inspirar estados de emoción", conveníamos.
"Por sí mismo es artificio memorable, abusivo o un juguete estúpido."

Aleixandre.
Era un ejemplo: saber que se puede descifrar un conocimiento más fecundo y real del mundo a través de la magia callada de las expresiones que nacen de lo más irracional del alma y sus tensiones latentes. Los recursos que derivaban de una práctica normativa terminaban convirtiéndose por medio de la regla o el abuso constante en categorías de primera línea empobreciendo la verdadera materia del acto de la invención. Era como si finalmente prevalecieran los procedimientos técnicos sobre un habla inspirada y hermosa: la que germinaba verso a verso en la celebración del poeta de Velintonia. [Mayo, 98: los cuatro peldaños de piedra que conducen a la vieja morada: podridos por el tiempo, pero no el olvido, nunca. Quien muere vive, y dura.]

Crane.
Oía esa mañana soleada y fresca, clarísima, oía las gaviotas y el agua azul y las voces animadas de la actividad incesante en los muelles, oía el rechinar metálico en el viento que surcaba el vano del puente de Brooklyn. Muchos años antes (cien, o...), desde la misma pobre y luminosa habitación que ocupó el poeta, en 1924 su ingeniero paralítico vigilaba la construcción observando por el catalejo, midiendo, el cielo de oro limpio, el mar gris o azul, o el verde del East River...
Y otro bardo... ¿puro?, barbudo, viejo, blanco, ha visto las mejores y más nacientes auroras en Brooklyn, allí ha vivido, pero sólo cerca de su alma...

M.L.
Es especialmente desalentador. Titubeo a menudo ante las excelencias de una técnica vieja y ordenada. Impregna de una falsa cobertura de rigor algunos calculados productos. Sin embargo, admiro siempre una elección... sorprendente, nueva, aun tosca, precipitada.

La heroína (1)

La metáfora real era huir del vacío a costa de lo que fuese, cualquier otro camino que escogiera contrario a aquella dirección estaba cegado, era maldito y estaba descartado. La metáfora era la huida. Disfrazaba la desesperanza mediante un poder terrible y maléfico que, andando el tiempo, la desnudaría más todavía... La faz únicamente: malva, rosa, violácea, ¡bella tonalidad de medio muerta, caput mortuum...! Muy pronto circunstancias y personajes siniestros la rodearon como un mar abyecto y de fondo ruin que terminó encenagándola de mayores condenas.
Recién levantado de la tierra, y me tiente...
(Una mañana que llovía a raudales la seguí hasta un bar del bulevar Raspail. Entró con paso vacilante y se dirigió hacia un negro bajo y rechoncho que permanecía pegado a la barra, con la cara vuelta a los ventanales. T.B. parecía amedrantada, dirigía sus ojos al negro con una fijeza suplicante. Desde el exterior, helado de frío, sin protegerme de la lluvia incesante, vi como hablaban. El negro, que miraba a la calle displicentemente, estaba serio y a duras penas esbozaba una mueca. Al cabo de un par de minutos se les unió un tipo alto y delgado de cabello rubio desvaído. Llevaba una cazadora oscura, con el cuello alzado hasta las orejas. Lanzó un vistazo de arriba a abajo a T.B., con exagerado desprecio. Enseguida salieron del local. Una vez afuera, no pareció importarles la lluvia, que seguía cayendo con fuerza. Vi los... grandes árboles, las hojas brillantes, el cielo de ceniza... A ellos, que se habían detenido, a punto de doblar una esquina. De pronto, el negro escupió al rostro de T.B. y comenzó a hablar a gritos, gesticulante y amenazador. El tipo rubio contemplaba la escena impasible. Más peligro supuse en él que en el otro. Vi a T.B. distinta, completamente desconocida, increíble y ruin. Pensé que iba a ser golpeada de un momento a otro (pegar a T.B., ultrajarla, hacerla rodar por el suelo mojado y sucio, indefensa y débil, entre gemidos, ante la humillante indiferencia de los transeúntes apremiados...). Repentinamente, las tres figuras se pusieron de nuevo en marcha y terminaron desapareciendo por una boca del metro, en Notre dame des Champs. Decidí seguirles, ya apresuraba el paso... Pero me detuve. Entonces me di cuenta que basta con saberlo todo, y que el grado de tu inocencia siempre es un punto menor que el de tu pasión: cobarde, sin asombro, volví a mirar los árboles bajo la lluvia, fría y gris... Dos horas más tarde, apareció T.B. Salía del metro. Todavía dudo hoy si fue posible que me descubriera paseando por el bulevar con las manos metidas en los bolsillos, sin esperarla a ella, sin esperar a nadie, sin esperar nada.)
J.D.B. no era demasiado inteligente, pero no se equivocó en su desgraciada predicción sobre T.B.: él había fracasado en demasiadas cosas para no comprender las dolencias y corrupciones que el azar inexplicable es capaz de infligir a un ser humano hasta degradarlo por completo.

martes, 26 de enero de 2010

Biblioteca

A veces el sabor de la ceniza en la lengua recuerda simplemente
a los vivos, a las aguas más turbias de sus bocas inútiles y abiertas.
A veces de los muertos nos alcanza el sabor más fecundo de la tierra, el cielo virgen, los aires más claros, toda la luz y toda la palabra puras, sencillamente de milagro.

Artistas (2)

Por entonces, y eso no era algo fácil de asimilar para una mente honesta como la suya, ni siquiera estaba seguro de ser merecedor del último de los refugios: tener en común con los demás el sufrimiento o la inquietud encerrada en lo más negro de su alma. A nadie participaba de su confusión. [No: T.B., D.G., R., acaso A.C., yo mismo, de algún modo, siempre existen los testigos. 1/99.] Estaba convencido de que era su propia angustia lo que le apartaba de todo ser humano, dejándole a solas con sus desolados padecimientos, cuando lo sensato, acababa pensando, hubiera sido aproximarse a cualquiera de ellos, aun al más miserable. Su actitud, pues, explicaba de sobra su trastorno.
Pero ¿en verdad sufría? La vida sólo tenía sentido en la turbamulta de su pensamiento, y había demasiadas cosas ahí. Tendría que hacer un hueco y que la luz sucia o brillante de afuera revelara los posos verdaderos. No, no era que sufría, temía sufrir, eso era todo. Todas las barreras que alzaba delante de él tenían esa finalidad obscena: librarle del mundo y los conceptos que hacían que uno sufriera. Había querido un mundo tan redondo y perfecto que no era probable en ninguna circunstancia y en ningún momento, por eso lo tenía encerrado bajo llave en su interior lleno de trastos y onerosas experiencias, de manera que el resultado era una paz vacía y un alma dolorosamente falta de expectativas, sin el menor recuerdo de los ideales forjados en los años de penuria. Ahora era un rico verdadero, sin monedas, sin nada a lo que aferrarse: era independiente. ¿Por qué le asediaban otra clase de males?
Su instinto debía protegerle. Le decía que se mantuviera alejado de unas cosas y que se acercara a otras. Por lo menos, eso. La apuesta era esa. ¿Pintar? ¿Escribir...?
[Sólo escribir unas páginas... Una sola... Una frase... Un solo verso labrado en la roca, celebrando a la tierra... Un gesto, una pincelada.]

lunes, 25 de enero de 2010

Conversaciones (1)

X. me decía:
"Las leyes del arte se renuevan en lo refutable." Lo dijo y pareció que un ramalazo de ira contraía su rostro. ¿Iba a arrojarme el vaso corto y grueso (ya vacío de ginebra inglesa) a la cabeza? El timbre de su voz (escandalosamente despectivo, aunque no podía evitarlo..., quizás si educara el tono..., porque ínfulas, lo que se dice ínfulas, no había en el tipo, escuálido, amarillo verdoso, más bien era un teórico, de un carácter nada especial y muy especulativo) lapidaba la frase con insolente brusquedad, lo que revestía de solidez cualquier asunto por muy obvio que fuese. "Es del conflicto de donde surgen los más señalados proyectos...", seguía diciendo a punto de la cólera. Apenas le escuchaba. Yo admitía sin repugnancia esa premisa. Hay que negar, pero no la historia de atrás: lo deleznable es insistir hoy en ella. Nadie repita nada si no lo supera [Cap. H.]. Es la primera regla moral de un artista. El mejor arte adquiere validez y sentido si el orden de su especificidad mana de un talento superior que hace del desacato sólo un principio, y no ignora que ninguna oposición al estilo o la concepción antiguos es lo suficientemente definitiva para menoscabarla sin más. (V.G.: Es difícil saber si uno vale más que su tiempo, junio, 1889.) A. Rodin adoraba a los griegos, ¿por qué no iba a hacer un vaciado del natural? Le acusaron de ello. Es posible que lo hiciera. ¿Y qué...? Sé de esa... vanguardia que tanto se complace en Velázquez. [Hay un paisaje romano pintado por este artista cortesano, inteligente, sumiso y caballero de Santiago, es posible que el único paisaj... ¿Jardín de Villa Médecis? Fueron dos las vistas, una al atardecer y otra a plena luz del mediodía. Ya parecen decir: deja que tu visión lo complete, ¡que concluya ella y no la mano la pincelada casi impresionista!] Picasso estudiaba complacido el plano renacentista, poco después del período rosa y la diablura de su cubismo romántico, se sentía fascinado por una figuración inagotable, volvió la vista... ¡y ha visto colores tan bellos y falsificados por el tiempo en Vermeer, El Greco, tal vez Renoir, y un ingres escondido...! Podrían citarse innumerables ejemplos de una admiración contemporánea hacia el artista del pasado. Un arte moderno no decreta más allá que sus ilusiones actuales, y no instaura en la moda vieja o en antigualla las referencias pasadas. La categoría de lo nuevo se acrecienta de insospechadas referencias. El débito, como todo en la naturaleza, alcanza hasta el más lejano... [He visto el paisaje de N. de St., el: azul o gris, reanuda algunos cielos en los frescos de Giotto... ¿reanuda? No es la palabra apropiada...]
Pero había que contestar a X.:
"Van Gogh", le respondía yo, muy distraído, "termina resolviendo intelectualmente su inquietud artística mediante la censura inconfesa a sus contemporáneos y una pleitesía muy particular hacia precursores sorprendentes."
En Van Gogh las afirmaciones se exponen desnudas, él es muy honesto: Shakespeare es tan bello (...) Ese infinito sobrehumano que sólo tiene Rembrandt, parece en Shakespeare tan natural (...) Realmente, voy a pintar más gris [subrayado mío]. Opiniones simples y correctas como la luz, que es el color, y al cabo el vigor de una conciencia, su testimonio más fidedigno.
Sus ojos contemplan lo evidente. Está convencido de lo que ve, y no muy seguro de lo que cree. ¿Quién lo está? Sólo el imbécil. [La respuesta la dio el viejo Beyle: "No estoy muy seguro de lo que creo. Pero estoy convencido de lo que veo, y puedo contarlo sin recelo." Y nos rodeaba la más fantástica niebla al mismo pie de las montañas, inmersos en una nube de grises y platas heladores, 3-89.]
¿Qué obra muestra confiado Vincent van Gogh?: la forma simple del mundo bajo la luz del sol. Una furiosa torpeza, que, sin embargo, huye del desorden, fragua a espatulazos todo lo que de complejo tiene una moderna sensibilidad. Su arte era una gnosis que prometía una comprensión dual: la suya como hombre y la del mundo. La intuición concluía en la clarividencia.
Entretanto, su época insistía conformada en bobas eficacias artísticas: magnificaba al discreto artesano, al concienzudo copista. La forma lógica y minuciosa, inteligible, encubre de ese modo el ejercicio de una creación irrelevante.
V.G. apostaba... fuerte. Vio en Manet unas peonías rosas, sus hojas verdes sobre un fondo claro. Y tan sólo pintado con una pasta sólida, plena y sin trampas, sin el truco sabelotodo, sin ninguna floritura: ... lo que llamaría simplicidad de la técnica.
X.:
"Filosofías posteriores...", etc.
Filosofías posteriores registrarían el hecho: una técnica es una metafísica. (J.P.S. Conversaciones con... [S.d.B. Hablaron en Roma primero, durante el verano del 74, en sobremesas soleadas, y luego en París, a lo largo de todo el otoño. Grababa ella las conversaciones, sin discriminar ninguna bagatela, de un ya farfalloso Sartre. Transcribía más tarde del magnetófono. Muerto él, sin que pudiera rebatir nada de lo hablado, publicaría los pensamientos al vuelo, la ocurrencia de una alcohólica digestión, el recuerdo difuso, y el juicio… ¡a veces atinado!]
En el primer artista moderno la deficiencia de la técnica prefigura el deslumbramiento, la eclosión de un nuevo lenguaje. La nueva actitud, por tanto, queda avisada.
B. adivinó enseguida que toda la obra de Van Gogh era el penoso desenlace de una dolorosa impotencia por resolver su urgencia expresiva mediante la conformidad y la estilística general del arte de su siglo: cien años de la misma corrección, algo que él no podría lograr. Exacerbado finalmente, se enfrentó a ella como un auténtico manazas. Había descubierto que su obra podía ser el principio de otra manera de hacer arte. Se sintió sobrecogido por la ignota posibilidad que vislumbraba, aun entre brumas, admirable y concreta: pintarse a sí mismo a través de las cosas.
Vincent van Gogh también se vería inmerso en la magia (o la mística). Todo en él parecía surgir de un embrujo... bueno o malo. Pero una reflexiva y constante relación con ella lo mantuvo siempre alerta. La cautela le protegía de lo fantasioso. "Fue una extraña mezcla de rabia y voluntad, de humillación apocalíptica, la misma que acataría Rothko tantos años después." (Lo había escrito O.G.V. no sé dónde, ni para qué: él era todo lo contrario. Melifluo, pálido y taciturno, enfermizo y tolerante. Murió pronto. En...)
.........................................................................................
(Más prefería yo las conversaciones sostenidas con L.B., vaciando a medias un par de botellas de whisky.)
"Es un lugar común... Es interesante esa idea de la intransigencia radical en un artista... ¡Pero demostrada hasta la muerte! De lo contrario..."
¿En aras de qué ofrendar la propia vida? ¡Ridículo! El fracaso fatal es no saber vivir. Lo demás...
Le contesté fingiendo indiferencia:
"No me atrae nada la idea del sacrificio. Hacer de eso una estética. Son leyendas para pensar a favor de algo... Un estúpido amontonamiento de vagas anécdotas que no bastan para ocultar un interés escondido. No valoro en nada el suplicio. Sólo admitiría el mío, si no tuviera más remedio."
Mudó rápidamente la expresión.
[No. En realidad estaba ofendido. El necesita que le secunden una idea para poder desarrollarla. Un perfecto autocontrol le permite disimular la contrariedad. Luego, desvía la conversación hacia otro rumbo... Más o menos, muy elegantemente.]
L.B. airea su enfrentamiento contra el mundo afianzado en la seguridad que le depara una economía muy feliz. Es consciente del sufrimiento ajeno, pero le cuesta imaginar el castigo físico que supone. [En su abultada colección de fotografías pornográficas sobre excelentes cartulinas glasonadas el sexo no huele, brutal y confortable a la vez, enervante y limpísimo... Significativo de él.] Le conmueve leer que durante semanas Van Gogh almuerza solamente un pedazo de pan duro mojado en medio litro de vino barato, y que después el pintor se fuma una pipa para engañar al estómago y se acomoda rezongando en lo más oscuro del café nocturno.
No deduce la fácil consecuencia: a media noche el sueño se turba de malestar, y el dolor en las tripas es tan agudo e insoportable que le obliga a dejar el lecho. Vomita: sólo bilis y agua sucia. Día a día. El amanecer le sorprende debilitado, entre retortijones lacerantes. Pero la luz magnífica le anima a salir afuera, a librarse de todo el cansancio.
"La magia de la que hablas", dice L.B. improvisando, "o una sinrazón... ¡mediática! Es cierto. No se sabe por qué, pero el revoltijo de ese afán creador, su fe en sí mismo, hasta su propia confusión moral moldean su carácter, inventan las trampas adecuadas... Hacen que sea el resultado de sí mismo perdido en la confrontación. Le vencen las circunstancias... ¡afortunadamente! No es un Vincent tan cándido... aunque sí loco, a veces."
[L.B.] Ha recuperado la iniciativa. Olvidemos las palabras fáciles, el tópico recurrente. Le contesto animado:
"La práctica del arte debería ser placentera. El ejercicio lúdico por excelencia. Está uno en la cueva, y afuera llueve, y azota el viento... Pinta en la pared a la luz de las llamas, en lo más hondo y cálido de la caverna, y esa imagen llena de estupor y regocijo un alma inocente. ¡El espíritu puede hablar!... Y no es así por desgracia, es simplemente una cuestión de estratagemas. Si no hay religión, que haya magia. En cuanto V.G.: ¡éste quiere que el mundo contemple su obra! No la esconde en un corral. Qué más da si una docena de lienzos terminan en un gallinero tapando un agujero ¡Los cuadros los pinta a centenares! Se dice: ¡Se van a enterar!"
"Pinta porque no puede hacer otra cosa. Termina creyéndose. Se obliga a alguna pequeña violencia. Al final le cuesta la vida demasiado pronto... Aunque hubiera sido igual de cualquier forma."
"¿Dibujaba mal el hombre primitivo? ¿Dibuja mal Van Gogh...? No lo creo. Es una plástica interesada. Aquel cazador de la gruta carece de símbolos... Igual que éste, que carece de medida. El valor que le suponemos únicamente proviene de su obra. En todo caso, me hubiese gustado conocer a un tipo de esa clase..." [¡Qué ingenuidad la mía... a estas alturas! 12-2002.]
(Uno se arriesga. Hay razones para arriesgarse.) [J.P.S., 1974]. Agregué:
"Pero uno puede salvarse de muy poco en la vida. Desde luego, no se salva de la muerte. Y toda inmortalidad es una paradoja. La inmortalidad de V.G., que no es sino una licencia del lenguaje, es un espectáculo que ya no le pertenece, es una obscena imaginería donde muchos encuentran virtudes y razones que venerar, pues van tras algo distinto del sentido elemental y pusilánime que tienen de las cosas. Y ven sus pinturas como... la iconografía de un alma muy torturada."
[Sin embargo, ¿a qué ha conducido toda esa obra, esos kilogramos de pigmento y ese par de miles de metros de lienzo y bastidor? D.G. minusvaloraba de ese modo... (aunque mencionó con atrevimiento una posibilidad): "Se pierde la vigencia, pero lo realmente bueno permanece, inactual, sí, pero a ello volvemos a pesar de los años transcurridos, lo comprometemos con otra época." (No fue tan atrevido: leí eso en J.P.S., un pensamiento muy semejante. A diferencia de la literatura: la pintura de otro siglo permite la especulación, la compraventa. Y aquella que está encerrada en los museos, una sencilla idolatría... (La literatura es papel..., un valor material mínimo, un objeto eliminable... etcétera.)]
"En cuanto a la posteridad...", dijo L.B. Pensé que iba a seguir: "... Bien, no importa para nada, siempre tiene otros dueños...", pero no añadió palabra. Se había quedado callado, mirando algo perplejo el vaso colmado más allá de la mitad por el whisky. "Debería mezclar el whisky con agua", reconoció finalmente. "Cada día lo soporto peor."

Artistas (1)

"Son como metáforas de la promiscuidad. Dibuja la carne, la rellena con muecas de espanto", susurró, entornando los ojos hermosos.
"O de resignación", le contesté.
"De muerte", dijo ella.
"La pobre luz desvaída de los cuerpos contra los fondos negros, velazqueños..."
"No, esa atmósfera espectral... la plegadura tenebrista... Tal vez, T." [Qué torpeza... ¡T.!]
Los cuerpos erráticos, una argamasa de colores pálidos y cerúleos, rosas y blancos, se despiezaban en una danza trágica que se proyectaba de un lado a otro de los lienzos. El límite de los bastidores los dejaba prisioneros en un frenesí de carne que se autofagocitaba a sí misma en una inmolación averna... Descubría admirado algún ojo aterrado que asomaba entre el revoltijo, una mirada sombría y condenada. ¡Ja, la suya desde la tumba...!
Entonces comprendí la mansa desesperación de F.B., la inevitable culminación del desafío desigual.
Pero era un arte de una inmediata transmisión... inteligible y elemental. Un discurso de símbolos sin tregua, acaso burdo... motivado por mecanismos de corrección lejos de una estética objetiva, pues el artista postergó su interés plástico por la corriente subterránea de su propia encrucijada vital, que terminaría imponiendo la temática del desamparo y la intensa reflexión sobre la condición del ser humano y las servidumbres de su tránsito efímero y natural. Su muerte, pensaría sin duda, justificaba en esa época la regresión de un lenguaje expresivo, aunque horrendo, canónico y complaciente con la más pura tradición.
En otra etapa F.B. disertó artísticamente sobre el espacio y la línea, sobre una orientación formalista ajena a la anécdota de una sintaxis de explícita correspondencia con la realidad y su representación, sobre sus hechos o sus acontecimientos. Inventaba el mundo de nuevo; para ello, desordenaba sus formas y se mofaba de su espacio. En definitiva, lo recreaba.
F.B. había creído en el castigo y la maldición en tanto su entidad de artista prevalecía sobre la carestía física de su supervivencia. Fue insolente y puro mientras la fuerza de su brazo competía con el soso divertimento de un dios creador al que había que corregir con severidad. La arrogancia se aliaba con la heterodoxia y el sacrilegio. Su protesta de pintor desmentía las figuras y los colores de un mundo que inspiraba su desdén. Ahora, refugiado en la mordacidad y el temor, en la degradación física irremediable, en la desesperanza y la pesadumbre, en la angustia y la enfermedad, recluía su ofrenda final no en el arte sino en la imagen y el dibujo de una pintura cuya creación testimonial a despecho de su apariencia se acreditaba sobre la única injusticia de un destino implacable que ya le mostraba su mismo cuerpo hecho pedazos. Creyó que bastaba con eso. La mansedumbre y la búsqueda de piedad desposeyeron de ínfulas una pintura finalmente derrotada. La razón intensa del arte de aquellos cuadros, pues, habría que buscarla en el propio artista y no en la trascendencia estética. Su dialéctica radicaba en la amedrentada combinación del recuerdo del pasado, el pensamiento manierista y dócil y la amarga certidumbre de su inminente postración y muerte segura...

sábado, 23 de enero de 2010

Poéticas - C.M.G. (6)



Lo que no se puede decir, no se debe decir. Pero el imperativo de Wittgenstein alcanza a amparar un desafío plástico que lejos del remedo del mundo, incluso de la réplica más autorizada (el arte propende a la insolencia, al menos el del artista grande, el del creador más alejado del recetario o la copia: la receta pudre el alma), logra un vocabulario esencial: el cuadro calla de veras, se aparta de la estridencia. En el más grande mutismo, como un sacramento, va directo como una bala magnífica, silenciosa y fatal, al cerebro del espectador.
No se debe decir el dibujo del vuelo del ave (tal vez pueda decirse la esencia brancusiana del ave) ni tampoco la inmensidad agazapada tras la nota más imperceptible de una sonata, no se debe decir el óxido del tiempo en la pared antigua, el aire que mece la hoja (o la página) del libro, el mapa patético del rostro arrugado del viejo. La prioridad del artista actual no deja de ser la misma del de hace siglos, y la evolución de ese conjunto milenario de taumaturgos ya abonaba el terreno para todas aquellas codificaciones artísticas que desde lo objetual en sí allegaban a la metáfora o al discurso narrativo plástico mediante una semántica que mucho tiene de carrolliana: la suplantación de una forma reconocible por otra más profunda: digo exactamente lo que quiero decir. Soy dueño de mi palabra: dibujo su significado.
El siglo XXI empieza a exigir su pedazo de historia plástica: puede ser una conformación objetual que se sustente con la oscuridad del místico, el desvarío del artista zarrapastroso y sus escombros o con la nitidez y cabezonería del analista minucioso, puede ser una plástica a-referencial, una cacharrería con pretensiones, puede ser una concurrencia de materiales o brochazos significados tan sólo por una disposición espacial sin lingüística ninguna que lo precise, puede ser una instalación de detritus o roperos viejos de chamarilero, pero también puede ser una invocación, una descripción, el zarpazo místico a lo no visible, el lenguaje arbitrario de la realidad del gato, un gato riente, una sonrisa sin gato… Puede ser hasta el vacío. Asumida la abstracción, el lenguaje puesto del revés demanda complicidades que atiendan a unas valoraciones matéricas, cromáticas y estructurales (un rectángulo, como tantos de la poética de C.M., puede ser las cuatro esquinas de la palabra más calculada), o plásticas simplemente, puro manchón enarbolando la intrínseca nadería, para su reconocimiento como “objeto artístico”, pues todas las opciones son legítimas. Pero también el arte se proyecta como un correlato intelectual. Como prueba de una existencia. En la gramática de una línea se airea el lirismo o la denuncia política. En una simplicidad geométrica puede anidar el espíritu de toda una generación. ¿Para qué traducir el mundo y el muestrario repetido de sus imágenes? ¿Para qué figurarlo una y mil veces? Qué pesadez.
Convocado el referente como si de una taumaturgia se tratara, la imagen se fortalece en gran medida del posibilismo cultural y su acervo de pluralidades casuísticas (literarias, cinematográficas, ideológicas...) que acaban dándose cita en el work in progres. Asumido el origen, explícito o aun sumido en veladuras, la complicidad, el guiño a la cofradía interesada, se expande como una mancha de… óleo/acrílico.
En las inteligencias de los artistas más libres y capaces lo referencial sepulta los ejemplos más visibles, menos misteriosos por tanto, a los que destierra de la superficie del soporte. La mecánica pictórica se aposenta por ella misma sin necesidad de la coartada sígnica más entendible. En el cuadro que encabeza estas líneas el espacio supuesto e interviniente (los espacios coloreados, incluso su textura más feble), se ha erigido como el elemento implícito de gran importancia axiológica en la obra, exige que no prescindamos de la condición subjetiva del entramado plástico de la artista (los campos cromáticos) y lo atendamos como un lenguaje desvelador de otras escrituras –incluso la cinematográfica, otro lenguaje que en manos de los verdaderos creadores desmiente lo aparencial-. Frente al cuadro, desde su geometrismo fascinador por su valiente sencillez, tan sólo podemos recibir intuitivamente un chispazo del reglado plástico-conceptual que lo anima y el referente que lo posibilita. Es decir, el ideario poético y/o racional, en cuando podemos ser afectados por él a niveles sensitivos e intelectivos, procede de un acto procesual –el pictórico- que gesta sustitutivos plásticos de unos distintivos ajenos a la propia práctica de la disciplina. Podemos entender lo justo, o podemos entender mucho más de lo expuesto. El espacio, que por sí mismo no significa nada, ni siquiera es lugar hasta la intervención de la artista, el sitio de la contienda creativa, se colma del signo (raya, punto, línea, tono), de la intencionalidad artística lejos de la copia o la mera traducción del mundo visible. Lo que no se puede decir, no se debe decir. Entonces la artista crea esa imagen valiéndose del espiritual (que no de su propuesta formal) de K.(andinsky). El paródico film al que remite la autora, una mirada teñida de nostalgia por las viejas producciones de la RKO, allana la visión. Acrecienta una plástica de lo que no se debe decir nunca por medios convencionales, pero sí acogiéndose al inventario de la sugerencia y la alusión racional de flagrante contemporaneidad. Así se celebra la artista a sí misma, así celebramos nosotros una creación inteligente. Y así suceden la complicidad y el hermanamiento en esta pintura, a través de mediaciones desnudas de lo icónico, pues todo lo verdaderamente iconológico de la modernidad nos llega, no desde lo manifiestamente visible, palpable y reconocible, sino mediante la emoción o el sentimiento corregidos, como diría M., por la regla. Y ahí hallamos la verdadera grandeza de esta clase de pintura no representacional, tan medida, tan liberada de ornatos.

jueves, 21 de enero de 2010

Los días de Arlés

Un cuadro no vale más allá de aquella jornada de sol, de pasión o de fe que entretuvo su ejecución: el agua fresca, el vino, la sal,
la carne y la fruta, el andar y luego la casa en reposo,
encender una pipa, una copa de anís, la paz de la luna y el sueño.

Un cuadro nunca vale más allá del beneficio del día de hoy
y a veces el del día de mañana: el plato de sopa, el pan y la miel,
el aceite puro de oliva, el olor de la albahaca y el laurel,
la ropa limpia y holgada, el corazón tranquilo,
un jarrón con flores y la plena conciencia de crear
cada día, a cada paso, en todo momento.

Un cuadro no vale más que el espíritu de un hombre
y no vale ni mucho menos lo que un solo día,
un solo instante, de la vida de un hombre.

Poéticas - C.G.B. (5)



La inter-relación de la obra con el espacio y su exposición deriva de varios niveles
depen-dientes: de la calculada disposición concebida por la artista; de la potencialidad icónica de la aparencia representacional (metafórica, alegórica); de las figuras entre sí (el discurso); de éstas con los objetos propios del escenario de la representación; del conjunto con el ambiente real (la misma exposición) que las acoge y, en cierta medida, las condiciona; de la pluralidad de las interpretaciones del espectador...

miércoles, 20 de enero de 2010

K. (III)

Texto de culto y adolescente pletesía, producto de una lucha sin cuartel entre la desesperación y el ansia de eternidad, de perennidad a pesar de todo, la obra fragmentaria y misteriosa, de labra alquímica y don premonitorio, termina encallada en el proceso de su creación maldita y el mito de su alcance oculto, inasible. Enigma de la cultura, el sujeto que escribe fundamenta su mágica ensoñación, o pesadilla, a partir de la impotencia y la más absoluta de las imposibilidades. Adivina quien es porque no puede empezar su camino hacia lo trágico y lo callado, lo desconocido y lo porvenir, con la memoria estragada de logros pasados insignificantes. La modernidad que presiente en su pensamiento le impide la experimentación: reinventa lo tradicional entonces. La época, a la que no quiere desmentir ni negar ni falsear o exagerar con literarias argucias técnicas y entretenidos argumentos, le exige la invención del nuevo criterio y otra clase de omnisciencia en la narración. Su potestad radica en radiografiar el tuétano del mundo. Señala graves dolencias contemporáneas (...)
Abocado el grafómano enfermizo a una forma y un medio inevitables la introspección dirige lo imaginativo, corporeiza los más profundos temores y acicala una prosa inspirada con toda probabilidad en los abismos del asco físico, la náusea de ser y la profunda indecisión.
Los años acreditan tal vez sin saber esencialmente, (casi seguro: sólo con la anécdota, banalizando la vida y la obra del infausto sujeto), un legado que extraña por sincero y crucial, tan lejos del sentido común como de la rareza que universalmente se le supone. La incertidumbre es el mejor venero: salva de lo correcto y la frivolidad. La angustia es un engranaje diabólico que atenaza el espíritu de su insomne ingeniero hasta dejarlo hecho trizas. Así que este educado y gris empleado concluye en lo incomprensible de lo cotidiano y lo familiar, en lo solapado y fatídico del gracioso discurrir diario bajo el sol o la lluvia, el frío o el calor, la mañana o la tarde, mientras los colores se desvanecen o se muestran pujantes a la desnuda luz del mediodía. Es el constante fluir de una mente sin duda enferma por parajes tan inaccesibles como el meollo de la locura... Y esos recorridos sin retorno: de la vigilia al sueño sin tregua, del sueño a la vida. El análisis alcanza a lo más ínfimo, el minúsculo accidente del pensamiento atrona en el cuerpo desfallecido. El perdón será la muerte. Y así se traza el claroscuro cargado de males y sombras, la visión de la pesadilla terrible de un futuro siempre de guerras, irracional e inútil. (K. prevé la enormidad sangrienta del absurdo de su siglo, de los otros…)

Poéticas - J.M.V. De un puente a otro puente.


Una reflexión acerca de la dualidad (no siempre analizada con rigor) objeto/hecho artístico: hallamos aquí el manifiesto evidente de lo que en teorías vanguardistas constituiría la subjetividad del artista como valor incuestionable en tanto creador y valedor de la última apariencia y significación de la obra. Unas coartadas epistemológicas (a falta de una verdadera axiología, una teoría de los valores objetiva, en definitiva) que propiciarían cobertura estética a cualquier propuesta plástica y su grado mayor o menor de excentricidad, como, por ejemplo, reciclar la imagen de un repertorio ya consensuado de conocimiento y/o re-conocimiento y procesado intelectualmente desde antiguo y revelarlo de nuevo a un nivel metafórico o revestido de otra singularidad objetual (artística, como se aprecia en este caso …), aunque no debamos desestimar, a juicio del propio artista, otras alternativas de lectura visual: lo que vemos es sólo un puente, sólo una representación en pequeña dimensión de un puente.
Lo cual, lógicamente, aproxima la obra a la definición de una maqueta, más que a la esencia de la escultura.

martes, 19 de enero de 2010

El círculo (A.M. en Colliure)

La huida es el retorno, los encuentros inesperados de la memoria.
Ahí al lado del final está el mar luciente, la madre, el origen.
Anónimo, pobre y enfermo se halla no lejos de la patria,
ahora escombros, solar de muertos.
El corazón es la herida de siempre. También en el final
está la infancia. Las olas son las mismas que susurran
estos días azules,
este sol.

K. (II)

[Ese judío divertido y genial miente: quiere escapar de la vida con la falsa estratagema de la escritura... Agota el pensamiento en el pesimismo más radical. ¡Sin querer nos retrata la abyección de todo lo cotidiano, el absurdo de las épocas!]
El protocolo de la muerte, el placer de su ceremonia... (Se hablaba a sí mismo: de los colores, él diría, dorado, azul y negro; aunque...)
Ah, si el rojo es el más bello, el color más querido es el verde... ¡el blanco es para los imbéciles!, y el amarillo hostiga...
... Piensa en el invierno atroz de esta ciudad, en sus calles desiertas envueltas en la niebla y el frío de la piedra, en el silencio blanco de la nieve. El paseo retorcido y continuo, oblicuo, desconcertante, le conduce nuevamente al puente barroco...
[El era la misma metáfora. ¡Qué tipo medieval escondido bajo la ropa moderna, el ridículo sombrero..., todos los melindres sacados a la luz!]
[G.B., que hablaba de parábolas. F. le secundaba en eso (...) Y D.G. relegaba cualquier texto, lo tachaba de superchería...: "Ese tipo enclaustrado y quejica, ese espíritu bochornoso, ¿a qué ha de influir todavía?"]

Poéticas - J.M.V. (3)


A lo largo de su camino la escultura de vanguardia iría agregando nuevas formulaciones y planteamientos plásticos que se escudarían en aquellas incipientes teorías de un arte escultórico que, lejos de asentarse en las formas tradicionales, escudriñaría el posibilismo expresivo desde vocabularios plásticos que hacen de la masa y su estudiada textura, del material de opción, no algo metafísico, sino algo concreto y adherente a la intencionalidad más palpable de sus propiedades matéricas, incluso coadyuvante de las luces y sombras que se adjudica ya insertado en la skene, en la exposición propiamente dicha bajo las luces cegadoras de los focos de 100 vatios…

domingo, 17 de enero de 2010

Poéticas - M.M.M. (2)



Las justificaciones teóricas posteriores que aclaran o exoneran una obra artística en un desarrollo evolutivo (las diferentes etapas de creación a lo largo del tiempo), carece de sentido en un arte contemporáneo que apela a la multidiversidad polisémica para su plena justificación formal, sintáctica o conceptual. La evolución en un gran artista siempre se hace patente. La libertad del artista conlleva necesariamente la libertad de terceros, hasta su credulidad, en relación a ponderar una sabiduría plástica (la del artista) que no precisa de encorsetamientos ni la referencia convencional para manifestarse desde el conocimiento, la reflexión y la propia ejecución procesual de la obra de arte. G. ya anunciaba que el arte no progresa (al menos desde el punto de vista a como lo hace la ciencia), sólo terminan haciéndolo los artistas. Las fases de un creador, las etapas de su derrotero, serían así el abecedario visible, la tinta simpática, de una plástica honesta, su misma coartada artística en una pluralidad pictórica o escultórica de ejemplos cada vez más más efímeros y estériles.

Sonata 21 (1)

Ahora, en el solsticio de verano, tendría que arrancar matas al amanecer..., para que florezcan en lo más crudo del invierno, en el nadal blanco, serán flores de color amarillo, malva..., que encenderán la bruma de la mañana todavía incipiente.
(Franz Schubert burla su decepción... siempre. Es tan fácil... Sus corcheas trazan una ansiedad o la fatiga y simulan un canto, engañan nuestra emoción; un batallón de gatos invade el pentagrama: son divertidos, jocosos, aunque parecen salir de la noche más profunda.)
Fue... ¿D.G.? ¿C.J.? En cualquier caso, me hablaron mucho de los sonidos del piano: "Como una perfecta y severa máquina de escribir donde pulsar la zozobra o el alma exaltada." Y luego estuvo J... y un tal (sic). Todos acordaban lo mismo: se lanza sobre el teclado e improvisa, malo, bueno, regular... ¿Celebra... o blasfema? Se cuenta cosas: F.S. pensaba muy poco en sí mismo.
[Este hermano... de nadie... ¡hacer de su extravío... una reflexión, un arma arrojadiza...!]
Existe... Los demás tendrían que ser como estatuas, bellas o deformes, pero calladas... silentes figuras de piedra..., retratos de una rigurosa quietud, mudos estropicios de gesto glorioso, inmóvil en el tiempo... un dibujo que ya no ha de variar, bien enmarcado con passe-partout y madera de oro, una mueca eterna colgada en todos los museos. No mancillarían así la nobleza de un apellido, algún tipo de supuesta alcurnia. [La música se enfrenta a una estética común: ¿qué representa salvo...?]
Cantor desde los once años... Soprano hasta los quince... Bohemio y descuidado, se derrumba sobre la cama y amanece con los lentes debajo de la almohada.
... Este hombre inacabado... Y al paso de los años, ¡cuántas tardes pasará bebiendo el vino suave y leve del país mientras ve teñirse el cielo de rojo, añil y violeta... aún no aterrado por la idea de la muerte! Se sepultaba en las tabernas. La armaba: éste no puede poner fin a esa algarabía de notas que pugna en el interior de su cerebro jovial y escandaloso.
¿Qué música le embriaga cuando camina por la vereda al borde del agua, entre los grandes árboles y la verde floresta...? ¿Que no lo confundirá todo su mirada miope...?
(Errabundo hasta la muerte.)

Pintura

Llegó solo y desnudo y aquí acampó sus miedos
cuando rugía el viento y manaba la lluvia
interminablemente.
La luz milagrosa fue su refugio entre las viejas piedras,
en lo hondo de las sombras la lumbre precaria ilumina
lo extravagante, la magia: el alma puede hablar.
Pronto aprendió a nombrarse, a celebrar el mundo.

El sol (2).

"La aflicción constante por el fracaso no le torna abyecto ni fatuo. Conoce bien su vulgaridad y su falta de talento para ser un buen artesano. Ha de luchar por conquistar logros más audaces. Además, estaba el asunto de su dependencia siempre hiriente, imprescindible y vital. El significado de su pasión oscilaba entre la supervivencia como hombre y su dignidad como pintor. El mismo, la pintura, no son sino el elenco necesario que decora la tragedia callada de saberse inútil, siempre inútil, incorregiblemente inútil. Por otra parte, ¿adivinaba el futuro terrible? No podía pensar en ello mientras el fragor de los días le conminaba a una violencia silenciosa. Su viaje sin retorno había adquirido un viraje fatal. Le cercaba el caos, ya no podría luchar contra el desorden que el infortunio impuso a su pintura, y el pobre suicida sólo podía entender su vida desde el rigor y la sorpresa de aquélla, nunca a partir de sus fiascos, tan humillantes como previsibles.
"Una existencia irregular, casi una mera supervivencia, le abandona más y más al linde de lo borroso, a la mareante espiral del borracho con todos los sentidos revueltos de confusión y amodorramiento. Estaba en la frontera de lo terminal: difuso y contrariado, trata de sobrevivir aun en la calamidad...: Nada de hablar de fatiga; esta misma noche voy a hacer un cuadro más...
"Entonces debió darse cuenta por fin que el círculo se estrechaba. Una amenaza anida en el estallido del color y el trazo inconcluso: ya comienza a desterrar del cuadro la apariencia de las cosas, del mundo. Descubre que en su obra, más tarde o más temprano, va a acaecer lo irremediable, se despoblará de los signos de la tierra y del hombre, del cielo... Se estaba quedando con nada, tan sólo con la materia de la pintura, los gestos, el asombro, y la soledad de su alma temerosa, el trazo huero, la raya... su alma rabiosa, que no se ve..., el alma que ningún hueco llena".

Poéticas - C.G.B (1)


Material artístico es todo aquello de lo que parte un artista para la consecu-
ción de su obra, y ya no cabe hablar, especialmente en el ámbito de la vanguardia más razonada de las artes plásticas, de materiales idóneos o no, procedimientos que bordean lo inefable o disposiciones metalingüísticas; en cierto sentido la disparidad matérica y su vocabulario desconcertante imponen una poética tan calculada, minuciosa y hasta precisa como el poema más estudiadamente versificado del clásico literario...

jueves, 14 de enero de 2010

Doppelgänger

La muerte (inesperada, irremediable) de un hermano gemelo te hace mortal cada segundo que vives.
De repente el mundo y todo lo que hay en él se ha vuelto rompible, cobra una fragilidad abrumadora. Todo se hace vulnerable y equívoco como el cristal, quebradizo, directo a la fractura inevitable. La fatalidad de origen (la muerte como destino final que une a todos los seres humanos) se hace consciente, de verdad, palpable a cada instante, en uno mismo y definitivamente también en los demás (lo que resulta todavía más patético al verlos atareados en sus afanes individuales, a los que consideran únicos, con la impronta de su especificidad).

martes, 12 de enero de 2010

Un vistazo a la obra de Eva Hesse

La skene que posibilita a efectos plásticos la mostración del hecho artístico sólo existe y tiene validez (de ahí su excepcionalidad) mientras propicia una cobertura espacial a la obra de arte que se exhibe con una fecha de caducidad tan inmediata como aquélla, el mero suceso de su espectáculo. Sacralizado el lugar de exposición, celebrada la memoria de la artista extinta, la obra acoge desmesuras sin fin en el imaginario colectivo...

Para poetas de habitación cerrada

Con los cerrados en poesía ha vivido sigilosamente,
como en un secreto. Ha preferido el deseo a la piel,
la voz a la boca.

domingo, 10 de enero de 2010

Muerte de M. (fragmento 94)

T.B., por B.: de una conversación prolongada ya sin temor hasta el
anochecer. "... Hablan del clásico, de un poema, de ellos mismos.
Más allá de aquéllo...
Ya sin significados..."
Lo demás...
Todo sucede convenientemente, y sin ninguna afectación
por su parte, con sencillez. (II, 45).
Cuando M. lo quiso:
B. se le acerca. M. le detiene en seco con la mirada,
y le dice algo terrible.
....................…………………………………………………………………
T.B.: "Te das cuentas de la insoportable monotonía
de los monstruos, su fealdad... tan inteligente.
Diríamos: bien sobrellevada..."
[No olv.: T.B. me regalaría el ejemplar de Scribner, cuando Brell ya
desapareció. ¡La infame desesperación de...!]
... Un deber que hay que cumplir hacia ese buen prójimo: "Ayúdame"...
Y se lleva a cabo esa magnífica caridad. El dulce recuerdo pervive...
Ahora que...
Unos minutos después M. se dormía simplemente, sin felicidad.
(Una de las manos, astillosa y pálida,
cuelga a un lado del sillón,
parece un raro... animal muerto...)
B. mira el cuerpo que será quemado.
Al rato, observa que M. entra en coma.
La respiración se hace lenta, lentísima, y cesa del todo.
B. coge el cuaderno de tapas rojas. Abandona la habitación.
Busca el libro entre las sombras.
Sale de la casa oscura y cierra la puerta tras él girando dos veces el
pestillo. Bien sellada queda...
"Es una creación de sufrimiento... Seguro que el diablo..."