lunes, 31 de enero de 2011

Una academia (30)

Es de la tierra, está bajo el cielo, no nace de un sueño al alba. Silvia Jara huele a carne, también a hierba, goza del agua, le ronda el silbo exultante del pájaro, acaricia sus mejillas la brisa del atardecer. ¿Podría él abandonar su pensamiento abstracto de charlatán, concretarse? Su empaque se viene al suelo cuando, por ejemplo, puede escuchar de esos labios escondidos, puede que bellos, las palabras granadas de una convicción ingenua, labrada por una visión sin mistificaciones:
Quiere ella que las cosas sean siempre del mismo modo. Le parece mejor así, parece todo más natural. Aunque... (tal vez titubea) aunque a veces estén revueltas y haya que ordenarlas de nuevo.
Brell posa la mirada en las sombras largas y decadentes del crepúsculo. Permanece mudo...
Cabe el pathos, un mundo del revés que confunda tan fatua seguridad. Pero ¿desde dónde comienza uno a descubrir su verdadera naturaleza, a desconfiar de ser un bello monstruo sin parangón? ¿No puede su forma ser terrible y fea, ni canónica ni a imagen y semejanza de nada, ni de diablos ni de dioses? En otro lugar de la imaginación o la razón desconocida la forma humana podría ser no sólo repugnante, sino imposible; no tan sólo amorfa, sino simplemente increíble.
[Recordé unas palabras de B., mucho tiempo atrás en L. [Tate Gallery, ante una obra de Stäel, que fluctuaba entre la realidad y la abstracción, un pequeño estudio pintado en la costa normanda: "Un arte sin referencia justifica su sola presencia, su nimiedad de cosa, de nada. Basta con ese fácil prodigio. Un arte de instantes, de rapto efímero de luz o de ansiedad. Pero también está la alusión, una referencia que haya de concretarse desde la pasión..., olvidarla después, un sensación simple o compleja que actúa de catalizador."] Ordenar las cosas, había dicho ella, y ahora piensa él en eso.
Acaso como en un rompecabezas. Puede variarse el dibujo de la tierra una y mil veces, pero todas las piezas son siempre las mismas, inalterables en su parte fragmentada del todo, que es lo único finalmente que declara una correspondencia formal con lo representado. Eternamente lo mismo, y los lenguajes en cada época distintos, modernos...

jueves, 27 de enero de 2011

Una academia (29)

¿Todo puede ser un cuadro? Dibuja piedras. O nubes. O hierba de color azul, cielos de nubes grandes y verdes, cielos amarillos, un árbol rojo, el río de aguas de color castaño, como las cubiertas empastadas de los viejos libros de lomo negro y letras doradas... Todo eso es simple y complicado a la vez. Todo lo dibuja ella a instancias de él.
[Una... ¿pintura?] Dentro de esa concepción realista...
(Una vez, esperándola a ella: miraba el paisaje quieto como en un cuadro. El silencio absoluto: no se movía nada, ni una hoja, no se oía nada, ni la brisa, sólo se veía...)
Aspiraba Brell a que ella aprendiera a mirar. Que se alegrara de esa mirada nueva, pues todo podía ser áspero y severo, reconfortante y fértil, mágico y hermoso... si terminaba siendo una colorista arbitraria. No existían criterios (esa enojosa predeterminación) para el ojo... Si cosas has de ver que han de maravillarte.
[Han de ver los ciegos de dentro de cien años con ojos de silicio, una prótesis electrónica, algunos miles de células fotoeléctricas -¡incluso un 5% para las impresiones de color!- en un chip del demonio embutido en la pequeña incisión...] Mira la realidad: imagina lo que ves. Lo que es lo mismo: eres mucho más libre en la creación de lo que piensas. En tus leyes nada está vedado. Han nacido contigo.
Sin ataduras (las reglas de los otros) la vida se amplía, ensancha hasta el mismo límite del cielo. Puede que hasta lo toques (pero muy tenuemente, y puede que sólo una vez). La vida es nueva, es otra. Parece como si de las imágenes se hubiera desprendido un tul sutilísimo o el tafetán de la desmemoria y, de pronto, todo fuese más nuevo, más real, de más colorido y de mucho más brillo, naciente, virginal. Brell se lo asegura a ella. Pero ella siempre ve las cosas de la misma manera. Se lo dice a él, que balbucea una maldición.
(No es posible eso. A veces, si no te engañan los ojos, te engañas tú mismo. Nunca contemplas la imagen definitiva, absoluta, la de siempre. Eso sería estéril y frustrante. Todo varía en la vida de un ser humano, que es corta y estúpida. Sólo lo nuevo puede mudarse otra vez en el tiempo. El hombre como simple... humus que enriquece generaciones tan incompletas como las precedentes. Esa debe ser la auténtica finalidad seguramente. Lo piensa callado, sintiendo en la nuca una mirada de fuego.)

lunes, 24 de enero de 2011

Una academia (28)

También le apartaba de la cabeza registrar innecesariamente toda la morfología vegetal a su alcance, por lo que tenía de enfática al dibujarla aislada, como celebrando una calidad de repertorio y sintaxis formal: madroños, mirtos, aladiernos, sabinas, jaguarzos y palmitos, coscojas demasiado visibles, pinos geométricos muy texturales... Una copia mala, una visión prescindible y falsa por el abuso de precisión. Esos detalles huecos, demasiado pulcros... para novicios. La maquia en el cuadro puntilloso aparenta certísima pero desprovista de gracia, se hace repelente por su inútil exactitud: "Todo eso ya es real, ya está ahí. ¡Ese tapiz... meticuloso! Basta la tierra y el cielo y..."
La luz (se lo ha asegurado a ella cientos de veces, con la contundencia de quien no se ve obligado a demostrarlo poniendo en práctica la teoría).
Por el principio, que siempre era todo, el error y el acierto: lo importante sería encontrar bello lo que los demás sólo ven. El color, por ejemplo. Es bello eso. La gente teme el color: "Chilla", dicen de manera irresponsable.
Brell defiende lo contrario con vehemencia. "El color es lo mejor de todo. Las casas de rojo amapola desde el tejado hasta el umbral son bellas, y también los techos azulones y las puertas blancas o verdes del todo, una silla completamente amarilla, un olmo moribundo y ceniciento, una teja rota y verde, una piedra negra, una cornisa antigua y gris, un perro de color violeta, el negro y plata fugaces del vencejo y la golondrina..."
(Pero por encima de todo el color enriquece la tierra, la hace de veras.)
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Allá arriba en la sierra, bajo la lluvia helada de nieve o azotada por un viento ardiente y seco, la belleza lo era sin contemplaciones. Por la noche soñaba a Silvia Jara entre el aire que soplaba afilado como un cuchillo traspasando las copas de los pinos y las ramas de los arbustos; oía el rumor del agua entre las piedras, y por encima estaba el cielo azulándose de noche, rosándose de día, la tierra se antojaba como la única verdad inevitable y seria. Eso lo veía este maestro falso, con los ojos buidos por la lucidez, y le asustaba comprobar la realidad que inventaba y que poco a poco le apresaba la voluntad y dejaba su ánimo sin fuerzas como no fuera para clavarse definitivamente en la tierra como un árbol, anclarse como una roca definitiva y anónima en el suelo verde y pródigo de ese monte, en esa perdición de sendas y caminos de nadie donde todo andar depara sorpresa.
"Bello sería ser raíz y planta... Ser enraizado, no saber que se muere", se dice Brell. No está en la semilla el instinto de vivir una y otra vez, siempre...

martes, 18 de enero de 2011

Una academia (27)

Muchos cuadros pintaba Silvia Jara... Adrede cultivaba el otro el desconcierto, se sentía a gusto sobremanera en esas prácticas insidiosas. Y la otra: A ver, a ver donde va a parar todo esto...
El no sabía de ella más que la voz que escuchaba, los titubeos y las réplicas, la arrogancia que adivinaba en su carácter aún contenido, los cuadros de pintura fresca y brillante que encontraba a un lado, algún horrendo dibujo.
Se encandilaba así... No le hechizaba el sortilegio de sus palabras; menos una figura que ignoraba del todo: era que ya no concebía su vida sin eso, esa cosa de la piedra y el árbol, del monte y el cielo que hablaba y existía para él de modo tan natural.
¿Qué hay aparte de la luz? ¿Sólo la luz y nada más?, le preguntaba con insistencia la artista invisible.
Brell afirmaba sin perder el control de sí mismo, murmuraba un "sí" pacífico y tranquilo.
"Y toda la pesca de lo otro", pero se decía para sus adentros con algo de alborotada emoción.
La inducía una y otra vez a copiar un discurso pictórico fácil de falsificar, no tanto de sentir sinceramente. (Luego, ya la devolvería a la mudez más extraordinaria, la cambiaría de nuevo a lo que era pero despojándola de la superchería.) El era el afortunado. Por ese tiempo, ya pintaba ella Campo de trigos con cipreses (junio, 89); El olivar (setiembre, 89); Bosque de abetos al declinar el día, (octubre, 89); Alamos sobre la colina... Esos trabajos halagaban en Brell su enfermiza intuición. Ella, engendrada así: de tierra y aire, algo de luz, colores... (Zumbando las abejas alrededor, mientras los tallos ligeros se comban al viento suave de la tarde, y aves desconocidas escapan raudas de un árbol para posarse en otro, se va fundiendo el sol en la tierra verde y amarilla...)
¿No han comenzado por el principio, cuando él se desayunaba con un trozo de pan seco y un vaso de cerveza (perfecto remedio para los que están a punto de suicidarse) y dibujaba ella Una mañana de domingo?: en la buena hora de Vincent van Gogh...
("Que pinte una docena, dos, de cuadros. Será suficiente.") ¿Copias...? No: pretensión semejante a la del iluminado de Nîmes.
Sus cuadros coincidían con los del otro línea por línea... (palabra a palabra).
Ese memorable empeño, no tan gran estupidez. Un entretenimiento.
Ansía Brell robar a la memoria del mundo un saber de antes de su tiempo, y devolverlo a su origen principal bajo el sol y el silencio solemnes de la naturaleza.
¿Ella? Por fin se ha ilusionado completamente: ahora quería pintarlo todo, la médium.
Ahora quería apropiarse de todas las formas del pequeño universo que era su entorno, como si las palabras de él la hubieran revelado apariencias y encantamientos invisibles antes. ¿Estaría fingiendo? Quiere pintarle hasta a él, de quien sólo ve el cogote, siempre vuelto de espaldas entre matorrales. Sin embargo, a ella también le divierte en su escondite tanta añagaza. Mejor si no me ve. Que me imagine.
Se sentía exacerbada por ese cometido al que le abocaban: en poco valoraba su utilidad, pero sin entenderlo le intrigaba, iba viendo cómo surgían de su tosca paleta (rota y pequeña, con una gruesa capa rugosa y policroma en la superficie, rayados y estriados regueros de óleo herido a espatulazos) unos colores cuyo vigor en la tela le causaba admiración. ¿Invento yo eso?
(Más tarde empezó a dolerle la patraña ridícula de Brell, cuando de una sombra empezó a emerger un hombre o algo más atractivo.)
¿No lo había definido tiempo atrás, y sin la menor compasión? Conocía sus rasgos, el manchón blanco del rostro, los ojos de miedo sin ninguna aleluya. A lo mejor ese tipo era una estampa hueca y vagarosa entre realidades de piedra. Pero de no verle ya, comenzaba a olvidar (aunque vistos siempre de lejos) las líneas y brillos de la cara, los ojos negros, la mata de pelo, la boca entreabierta, su expresión de susto.
De modo que un día decidió retratarle.
El rechaza la idea de firme (la vería, y eso rompe todas las reglas). "Deja la figura en paz", censuraba con un tono desdeñoso, sin compasión.

martes, 11 de enero de 2011

Una academia (26)

Después de hablar en voz alta, o de una confesión vergonzante, Brell se quedaba vacío, inerte y desganado, sin sangre en las venas, o en suspenso, como el tiempo que sigue a un mediodía de viento de poniente, cuando todo se queda quieto, petrificado en la levedad, quietos el color, el aire, el cielo, el alma de todo.
No es él, que se piensa sin nada, como la otra, que poco o mucho algo tiene y tendrá todos los días de su vida.
Va a descubrirlo pronto: no es pintar para ella un recreo ingenuo. Eso ya lo sabía él. Puede lograr lo especial, o lo raro y estimable. Tiene algo con lo que engañarse, o engañar el mundo y sus cosas.
Ya en el otoño plácido de largos momentos de silencio, el rumor del agua, cielos de colores rosa [pálido] y marfil..., verdegay.
Deja esa época embobado a Brell ante el fuego y el mutismo suicida de los viejos. Era cuando todas las noches pensaba en Silvia Jara y en las frías estrellas de la noche en la sierra, en lo que haría con ella y en lo que haría con él. La loca idea...
El proyecto: que pinte ella como Vincent van Gogh, que pinte lo de aquél. Le atribuye el mismo genio. Igual podía escribir versos. Tararear una romanza. Bonita ocupación, mirar al cielo...
Estaba loco y era un solitario. Sus invenciones son descabelladas. Es un impertinente que se entretiene recorriendo un paisaje datado, numerado y catalogado. Errante por los caminos bajo el sol, la luz le trastorna, le golpea de lleno dejándole exhausto al final de la jornada. Vaga, trota, sin acordarse a veces de apagar la sed, sin descansar un solo instante, yendo a ninguna parte, volviendo al mismo sitio... (La mentira total no ha de mancillar la dura verdad que V.G. plasmaba en sus lienzos violentos. B., valiéndose de S.J. falsifica el concepto, no las imágenes de sus cuadros, que simplemente son semejantes a las del pintor. Le exhorta a la otra: "Pinta esto, y píntalo así..." (Pinta ese ciprés, aquel girasol, mira el lirio...)
Silvia Jara, al cabo del tiempo, confusa en aquella turbadora sucesión de mandatos y advertencias no sabía lo que pintaba. Lo sabía Brell:
"Es la luz", le explicaba a ella.
Algo más habrá que eso, ¿no? (objetaría la discípula de los dedos manchados).
Por lo demás…
[¿Cuál es la forma del siglo?]

viernes, 7 de enero de 2011

Una academia (25)

Un embeleso existe, matinal o vespertino, en la práctica de la pintura. Bonita afición... de diletante. Menesterosos de pasatiempo se embriagan con el olor a trementinas y óleos, al intenso tufo de los lienzos de grano empastados de blanco. ¿Serán ésos como aquellos que meten las narices entre las páginas de un libro recién salido de la imprenta, comprado hace escasos minutos, y las huelen muy despacio, y se detienen en el olor inefable del papel y la tinta, de la pasta y la junta de las guardas, y jamás lo leen, sólo unas pocas líneas aquí, un diálogo allá: cansinos, lo cierran, imaginan tonterías inacabadas, dan un largo suspiro mientras juntan los párpados y acarician las tapas y luego lo sepultan en los cementerios de páginas con que han convertido las estanterías de su casa cerrada y sin aire...?
Hacerle ver la infructuosa perseverancia de incontables pintorzuelos de paisaje: afición festiva e inocente. El afán artesano malogra la inspiración, encalla las aspiraciones en remedos tan esforzados como inútiles.
Señala la mejor virtud: mira el ojo. La mano emerge de tu cerebro. Descubre nuevas geometrías. Basta con el color real para reinventar la tierra, sus formas fascinantes.
Hacer cuadros: una manera de vivir. Pero de vivir sólo así. Hasta de ser loco así.
Dice (porque piensa en la posterior idolatría de la que es objeto V.v.G):
"Lo cierto es que no debemos hacer de todo una eucaristía, hacerlo pasto de las jubilosas liturgias de después: hay que negarse a la ofrenda y pleitesía camanduleras."
Silvia Jara lo oye, y como si oyera llover.
Desgrana el verano caminos luminosos, casi ciegos de luz, y el falso cronista busca el frescor del agua, la sombra verde, el silencio de ella. Tan confortable en la espera sin urgencia y sin nervio. El tiempo se ha hecho tan sólido como el sol o la lluvia, o la tierra: ahí se asienta Brell.
Vendrá el otoño de cielos cárdenos y rojos y aires encegadores de claror, de amarillos tan densos como las piedras de los barrancos en el atardecer. Los valles se cubren de un sol de oro verde.
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Ya en el fuego. Se hubiera quedado así toda la vida. ¿No envidiaba acaso la mesura dolorosa de los cuerpos viejos que le rodeaban, la quietud, la mudez, la afasia de la mente y el desamparo de los Beyle, sin nada más que la muerte delante, detrás, todos los días? ¿Pues no está ahí tan desvaído contra el fondo de los rincones, escondido en penumbras y bañado por el resplandor rojo, ahí, en esa cochambre mortecina de olor seco y áspero a madera vieja y a ropa estragada, a la cal antigua de las paredes abombadas y de los techos inclinados, a la humedad del suelo inconsistente y desigual? Ahí está uno en el final de todo, a las puertas de nada y con el pasado enmudecido o chirriante, mortificador o despreciable pero muerto, enterrado y ya imposible para los años de después y de los de mucho más adelante. Deja uno de hacer cosas, tiene el alma cansada y la mirada blanca. Acabar..., pero no, no es fácil matarse por nada. Vuelve en sí Brell, y siente el calor de las llamas. No se le oculta al mirar los perfiles caídos y pálidos de los viejos la vida gastada e inútil. Vivir para llegar ahí. Ver los párpados gruesos, cerrados y blandos y las manos nervudas agotadas sobre el regazo, el frío de la carne muerta, ese frío tan especial y como no hay otro. Uno podría matarse por todo, por una vida llena de lucha y sin dioses, de terrores nocturnos y alegrías mañaneras, de hijos, guerras, labores y miedos, de casorios y entierros, de rencor o de rabia, también de paz y fatiga y esperanza, de días y noches, de amor y piedad. Por eso... uno podría matarse quizás. No así él:
"No hago nada. De veras." [¿Contra qué va a matarse?] Se lo decía a Silvia Jara cuando ésta le preguntaba una y otra vez: "¿Qué..., qué hay?"
"Nada."
[La nada.]

martes, 4 de enero de 2011

Una academia (24)

Ya en agosto, una época de tormentas vespertinas, noches luminosas y amaneceres de cristal, la insistencia de él se hizo machacona. Y no tenía el menor derecho. Sólo el empeño loco...
"Oler la pintura" se decía. "¿Imitar al otro...? ¡Ser el otro!"
La ocurrencia le ilusionó. Ni siquiera dudaba de su eficacia. Comprendió que ella dibujaba mal, que nunca lo haría bien y que nunca importaría que lo hiciese bien. La técnica también puede ser un engorro; a veces, alcanza a ser hasta una metafísica (una complicación), lo que reduce en gran medida sus virtudes de perfección artesana y machacona, estimula oscuras genialidades, alumbra obras inimaginables. Cree Brell que la torpeza de Silvia Jara podría convertirse en un medio original de creación, insólito y competente, fruto del más soberano y pastoril de los aburrimientos. El no abortaría ese talento natural para la pintura, pero conduciría impunemente su afición hacia logros más señalados.
Panes, mucho antes, lo había dejado claro:
"Uno de sus hermanos le facilita los lienzos y los utensilios para pintar..."
¡Cuando no los compra ella misma! [No, que use colores naturales extraídos de flores, de piedras, de cortezas, de la tierra...] Brell se avergonzaba de su pasada inocencia. Había creído a Silvia Jara en el fin del mundo, y era él quien estaba en el fin del mundo, o un poco más allá de éste. Solitarios allá en la sierra, sin embargo los Jara ganaban buen dinero. Paneles de placas solares suministraban energía a todas las dependencias de la masía. Disponían de agua caliente y de cualquiera de las comodidades más modernas de uso doméstico. El mando a distancia del aparato de televisión agotaba en su totalidad las posibilidades de recepción de la antena parabólica.
Si iba a aprender él más de ella...
La confundía a menudo: "Toda gran creación nace de lo confuso, del miedo, de un caos al final organizado desde adentro de sí mismo... Es el desbarajuste el que impone la tarea al auténtico artista y resuelve sus contradicciones, convierte una masa informe en aristas inteligentes, hasta bellas...
Jamás pudo pensar Brell en aquellos primeros encuentros que muy poco después ella ya no pintaría nunca, que...
(Ella se hizo blanda y resignada, y feliz también, y él se endureció, educó a unos hijos, enterró a unos viejos, se salvó del otro que había sido entre cosas malas y dudas de tres al cuarto, a manotazos con... debates y artes inútiles. Perdido en el futuro, él sería quizás feliz, o muy feliz, olvidándose de todo aquello de atrás. Fue, inesperadamente, el que ya era: eso, después de lo múltiple.)
Pero ahora, sin saber (o sabiendo), hablaba a veces para sí, y la otra cándida le escuchaba.
Algo vería Silvia Jara en sus palabras que la movió a hacerle caso. Tal vez la encandiló la curiosidad por él y las cosas de él, o entrevió un arte que se prolongaba más allá del simple acto mecánico de trazar unas formas y pintarlas al óleo.
En tiempos de Vincent van Gogh, ¿cuál era la diferencia entre pintar mal o pintar bien? ¿Y cuál era la diferencia entre pintar bien y pintar muy bien? Ahora, es fácil saberlo. De muy pocos me acuerdo.
La habilidad es una noria de la que hay que librarse como del diablo. Aparta tu talento de todo aquello que se celebra en tu época...
¿Intuición... o cólera? Lo correcto, apesta.