miércoles, 27 de junio de 2012

HESSE 65 (Dietario del blog oculto, III)

Deseas algo con ardor. Día tras día piensas en ello. Finalmente, reúnes el dinero para comprarlo. Lo llevas a casa. Entonces sucede algo imprevisto. Enseguida pierde gran parte de su valor, allí, en un rincón, casi invisible, como un cuadro colgado de la pared al que raras veces se lanza un vistazo.

Si no te entregas a nadie es que eres un cobarde; si sólo te entregas a los que amas es que eres un necio. Si sólo te entregas a ti mismo es que no existes. (Escrito un día después de conocer el análisis…)

Bajo las vistosas plumas de una condición artística a menudo se ocultan las garras sin manicura tratando de conseguir una de las becas de creación (a partir de los 2500$ el filo de las uñas es capaz de partir en dos una mosca en vuelo) que permitan la pitanza diaria. El arte sería el postre, la sobremesa con la taza de café en la mano.

Siempre cree que es preciso añadirlo: restaurante-mexicano, restaurante-indio, restaurante-italiano… Y debería limitarse a informarnos tan sólo que, cual es su costumbre, no ha comido en el apartamento. Invariablemente, come lo mismo: ensalada de queso y un bistec muy hecho con patatas… ¡y una interminable sucesión de rancios pasteles de manzana!

Si contar los sueños es de mal gusto (y peor es escribirlos), ¡explicarlos ya es el colmo!

Lo dijo de una manera tan estudiada, tan novelesca, que parecía una réplica shakesperiana, como si ambas estuviésemos sobre el escenario: “Emponzoñas el aire”. ¡Caramba!

Música atonal: le permite ir bien vestida a la dama y mezclarse entre grupos de gentes distinguidas, adineradas y cultas. Sin embargo, el arte contemporáneo abstracto o conceptual, salvo el día del vernissage, poco tiene de ópera, de excusa para exhibir el atavío ¡Y una perfomance puede echar a perder los mejores atuendos con raras salpicaduras!

Sin inmutarse prodigaba las bravatas el tipo de la pitillera dorada. “Hasta James, quizás Proust. Cinematográficamente: Murnau. Hasta ahí llego. Luego todo es industria o camelo. Y en el teatro Shakespeare, querida, no importan los demás, ninguno de los otros, existen miles de formas para una puesta en escena memorable que evite lo reiterativo. Es suficiente con eso.” El tipo de la pitillera dorada salta de un avión a otro recorriendo miles de millas, conduce un pontiac metalizado último modelo, habla por teléfono una docena de veces al día, se informa a través de los noticiarios de TV, utiliza una calculadora Texas Instruments de última gama (1970), viste ternos con el corte adecuado, tejidos y tonos afines a su época… : Otrora, cuando daba “rienda suelta” a sus correrías y galopadas por un Manhattan nocturno, alevoso y delirante de neones y luces rojas…

Diseñar una conducta, una manera de pronunciar las palabras, dibujar ademanes, controlar los gestos, colorear miradas.

Ni uno solo de nosotros extendía la mano esperando la moneda, no acuciaba el hambre nuestros estómagos y la ropa, aunque extravagante, cubría nuestra desnudez… Pero míranos a todos ateridos en nuestros cold-water-flats, pagando el precio justo por crear el futuro: grandes genios, grandes fortunas.

Nunca asentía con la cabeza a la manera de Madison Avenue. Sólo consumía tiempo, y muy acertadamente. En efecto, la chica promete.

Seré todo lo valiente que sea capaz,  todo lo ininteligible que pueda conseguir.

¿Su arte? Un hot-rod de dirección única con el que poder estrellarse tranquilamente hablando.

R. :”Lo malo de comprar libros de saldo es que a muchos de ellos les salen las páginas blancas: el premio gordo de la lotería.”
Estuvo recitando plegarias todos los días durante un año, bañada por la salmodia de un kaddish oscuro como su lengua primigenia: madre y criminal.

Cenar un bote de sopa de tomate y guisantes Campbell no es la mejor manera de permanecer lúcido hasta la hora de meterte entre las raídas sábanas de tu camastro. ¿Por qué nacen los fracasados? Nacer es un éxito, vivir tendría que serlo igualmente.

Allen Ginsberg, ¿hay que temer a las madres que con un bolsito de piel sintética en el brazo y un pequeño sombrero pasado de moda en la cabeza vienen a casa desde el manicomio a pasar la tarde? Ofrécele una taza de café y unas pastas, cuéntale mentiras. Ponle la radio. Y una vez adormilada, la despides: a la jaula, madre.

Yisborach, v’yishador, v’yispoar, v’yisroman.

Artistas: cobardes, aprended a vivir como ella: ella, vieja, todavía en pie, solitaria y vencida, ganaba 20 dólares a la semana trabajando 10 horas diarias, pagaba 5 dólares por una habitación amueblada con una ventana, y en sus días de fiesta, mano sobre mano, silenciosa, sólo miraba a través de los cristales sucios las vías del tranvía y el parque desolado unos metros más allá. Pero la muerte no llegaba y todos los días, al amanecer, acudía al trabajo.

Bien, podría inscribirse en una Escuela de Adultos: Pintura, por ejemplo. Una terapia.

El coleccionista Z.: uno de esos tipos que cuando llevan a pasear al parque a sus hijos los sueltan de la correa de oro… ¡sólo por unas horas!

L.P., días después de divorciarse: “¿Sabes?, estuve toda la tarde escuchando sus peroratas, aguantando con verdadero estoicismo cómo pontificaba acerca de esto y de lo otro. Al final, la gota que colmó el vaso de su indignación ecuménica fue cuando intenté impregnar de una nota de humor su cólera justiciera: -Querido, en lugar de cambiar el mundo, ¿por qué no me ayudas a cambiar los muebles de sitio?-. Se puso hecho un basilisco El Gran Señor de las Flores.”

¿Qué 68? No sé nada del 68. A mí sólo me interesa el arte que, como es sabido desde Mister Wilde, no sirve absolutamente para nada.

R.: “Se aprende mucho de lo que uno no se sabe.”

R.: “La filosofía antigua buscaba la poesía, éstos destripadores de juguetes de ahora buscan la lógica. Han dejado de interesarme.”

(A W., católico confeso, le atraían especialmente las fisuras de todo sistema filosófico: le bastaba el misterio de la religión, de ahí sus hachazos kantianos y celadas semánticas.)

Entonces: mi obra es un atentado al misterio, pero también a la claridad de la tradición.

Vuelcas en el arte la inmundicia: cada día más limpia. Esa es la auténtica catarsis. Voy obrándome. Yo: la obra de arte. Y líbrame de los despojos, amén.

Negaba el lenguaje, y para hacerlo lo utilizaba, se valía de él como víctima y victimario a la vez. Un ejercicio de refutación que se descalabraba a sí mismo.

No me someto a las exigencias de los demás, pero al tratar de conciliarlas con mis auténticos deseos suelo establecer una comparación en la que siempre salgo perdiendo: mi indiferencia ante sus apremios me relega a secundarles, y por comodidad a aprobar su egoísmo.

Leyes naturales: el arte es sofisticado, y aquél que en nuestros días pretende representar la naturaleza del modo más fiel un falsificador: la propia ejecución revela su mentira. No puedes tocar el agua en un lienzo, nos deja estupefactos el vuelo del ave detenido, y las montañas abarcan una mano, planos son los árboles…

El Coleccionista quiso un retrato: un monstruo eternamente con los ojos abierto. Y pagó dos veces por ello.

El cuerpo físico y perverso tan sólo como el cofre de un pirata del que extraer perlas y turquesas, esmeraldas y oros…

Godot.

R.: “Existe un escritor italiano que había creado un diablo mayor: Gog.”

Después de hablar con R. (Una notación en el lenguaje por muy inexacta que sea no basta para desmentir un significado aunque sí para menoscabar su pureza. En el arte puedes truncar mediante la ambigüedad objetual cualquier significado.) Precisamente, debería haberle respondido (como suele decirse, imaginativa cien años después), que ése es el predicado de mi obra.

Todavía pienso como una pintora, aunque ya actúo como una escultora. Lo que me impide dar el gran salto no es sino una cuestión de comodidad física, lo cual no deja de constituir en semejantes circunstancias una absoluta deshonestidad por mi parte, puesto que mis influencias ya son del todo evidentes.

Soñaba con caracoles metálicos. La hechura acorazada les protegía de los depredadores. Organismos vivos que eran carne y metal a la vez.

¿Qué hay del significado? ¿Todo quiere que signifique? ¿Es preciso que sea así? ¡Existen objetos, hechos, palabras que nada significan! Son, digamos, una cuestión representativa tan sólo. Una arbitrariedad: creer lo increíble: la gravedad tira hacia arriba. Si soy arbitraria, creeré en los disparates que imagine. Son. Se los lanzo al mundo como una bofetada.

Precisamente, en ello estoy, una proposición es una imagen. El sombrajo se sostiene a sí mismo sin excesivas cargas teóricas.

Remarks: en eso debería consistir mi trabajo. Acechos.

Soy como la bestia agazapada que salta de las sombras para violar la inocencia de los niños que juegan a la luz del sol. Esta es mi carne, esta es mi sangre. Dejad que se acerquen a mí, ya les daré yo la merienda de las seis…

La misma transgresión implementa mi obra.

Una escultura inacabada, la falla de su estructura, revela más acerca del mundo que las palabras. Puedo ver sin entender. Ni siquiera nombro aquello que no sé lo que es. ¿Qué es? Es suficiente con eso, con el mero interrogante: te tiene inmóvil frente a ello. Esa pregunta ajena me avala, certifica mi poder.

Y, ¿ahora qué?

Busca homologías: más allá del sentido (que nada importa en el reino del absurdo) soy consciente de que una tela de araña pletórica de relaciones, correspondencias, nombramientos termina por imponerse. Maldito quien la desentrañe.

Qué simple es el palo hundido en la tierra, como antena de lo profundo de ese mundo invisible. Da un millón de vueltas alrededor de él, sin rogar, sin religión alguna. Eres el primer ser de la creación, el dueño del mundo.

Una función semántica: mis pasos en torno al trasto erigido sobre el suelo: ellos me dibujan, proyectan mi imagen que es discernible en la composición final. La cuestión es fácil de liquidar: muerta yo se acabó la función.

La obra asocia a mí. Yo era el signo.

Abandona la vida, cierra los ojos, duerme, que todo fuera un sueño.

No buscar en la naturaleza un correlato objetivo de mis pensares, temores y angustias, no hacerla espejo de mi ánimo o desconsuelo. No sacralizarla. Buscar en mí aquello de la naturaleza que más se humaniza en su contemplación, ¡pero en los ojos del espectador!

Huía de una vida académica que sólo podía conducir a lo ritual, a la obscenidad de lo cotidiano y la frustración. Pocos años más tarde descubrí, ya en Yale de nuevo, ante los “boquiabiertos”, que no hace falta que escupas a nadie a la cara. Limítate a demostrar con la mayor sencillez lo que de verdad sabes. Y fui ecuánime. ¿Sería por la “enfermedad”? Pero estar enfermo no es sinónimo de debilidad, de falta de entereza; al contrario, te torna valiente y, a veces, hasta sabio.

“Oigo” tus obras, dijo. Puedo entenderlo perfectamente.

Lasobras… Lo que es posible contemplar en ellas es el camino a una imagen mental incapaz de determinarse plásticamente.

Ella podría decir (todos podríamos afirmarlo) como Stendhal que a los 12 años era un prodigio de ciencia, y a los 20 un monstruo de ignorancia.

“Soñabas”, se sorprendía mi padre, “hablabas en alemán.”

T.M., en el Zauberberg: lees a la alemana, amas a la alemana…

Los lápices de color que me gustan son los que están bien afilados y gastados por la mitad.

Puedo adaptarme a cualquier escenario, a cualquier situación: puedo transformarme sin esfuerzo. Es la ley de mi raza: encajable.

Lo que distingue el absurdo objetual de los “antiguos” como Duchamp de las creaciones de los modernos del siglo XX como yo es la tosquedad nuestra respecto a la pulcritud técnica de aquéllos.

Toda mi obra es un autorretrato.

El párpado, un obturador traicionero, que de tantas cosas te distrae.

Llena de luz.

El absurdo no es una cuestión de imprevistos (el castigo, la recompensa, la enfermedad, la gracia); es, simplemente, algo tan fácil de concebir intelectualmente que cuesta creer que un día se materialice y que sea el misterio de su porqué el que prevalezca sobre cualquier explicación racional: un tumor en el cerebro, como el que ha tenido la desfachatez de irrumpir en mi habitación, carece de toda lógica por el albur siniestro de su aparición.

Odio las flores. Su olor de cadáveres me hace desvanecer: testas decapitadas.

Dijo: hay que esperar.

La única respuesta es volver la cabeza y mirar a través de la ventana cómo avanza la mañana, aún clara y fresca.

Técnicamente es una mentira: “Por el momento tenemos que esperar. Debemos hacer más pruebas.”

Tienes que esperar.

Definitivamente, los desiertos avanzan sobre mí.


Anne Sexton: coge una de mis manos dulcemente, y su mirada húmeda y acogedora parece implorar: ven, me dice, te llevaré al infierno, verás lo que allí se esconde, lo que verdaderamente es el dolor, pero luego te libraré de sus llamas, de nuevo te devolveré a la vida, alejarás de ti las quejas, el lamento pueril, te aferrarás a los días como al más precioso tesoro.

domingo, 24 de junio de 2012

HESSE 64 (Dietario del blog oculto, II)


Es un arte muerto. Inerte. Objetual. Y, no obstante, se modifica aunque lentamente, envejece, y puede hasta desaparecer.

Tal vez la soledad haga hermosas a muchas personas. Al menos les imprime una atractiva expresión de serenidad… Pero, ¿no había tensión en D., una crispación latente que hacía de su mirada una herida?

De él utilizaría su rostro. Sus manos no me sirven.

En la Biblioteca Pública, hace mil años.
Me acerco algo tímida al mostrador donde una de las auxiliares enfundada en un traje sastre de color oscuro, en un extremo del tablero, lee los lomos de una pila de libros a un lado.
Informo de mi petición.
Entendámonos, se trata de Miss  Lonelyhearts.
La mujer, alta, enteca, de labios finos y peinada con raya al lado, me mira desde unos lentes redondos con fina montura de concha negra. Durante unos segundos permanece en silencio con aire adusto. Tamborilea un lápiz sobre la cubierta de un libro de hermosa tela azul.
-Eres demasiado pequeña para leer eso –sentencia finalmente en un tono que no admite réplica-. -Lo siento, pero no vamos a facilitártelo… Quizá si vinieras con tu madre…
-Eso es imposible, se tiró por la ventana.

Piensa de una forma natural, habla con sencillez, escribe de una forma aceptable (es decir, vulgar) y… ¡sofistica hasta el extremo su obra plástica! ¡Qué aberrantes contradicciones!

Esa tosquedad a lo dadá. Vale su discurso pero investido de toda la tragicidad posible, incluso en sus aspectos más cómicos, la ironía de alguna de sus apariencias.

¿Cómo no iba a gustarme esa película? Plano general de las aceras bajo la lluvia racheada por el viento, las calzadas que brillan por la luz de las farolas, el repiqueteo de las gotas sobre el pavimento, la noche malvada que amenaza con toda su eternidad… Y todo eso antes de los títulos de crédito, mediante un travelling lento que no subraya ninguna música, adentrándose en el mismo corazón de las horas nocturnas…

Qué mudez siniestra: sabe lo que quiere decir pero carece de vocabulario para hacerlo.

Las descripciones físicas sólo parecen importar cuando has olvidado hasta el nombre de los personajes.
Para dibujar el pensamiento no necesitas un idioma. Y es estilo o la tradición no tiene nada que ver con todo esto.

Me dijo que leyera a los filósofos (¡supongo que no intentaba endosarme a Kant o algún metafísico!). Pero yo prefería meterme en un cine, o desmenuzar Nueva York catalogando centenares de sus imágenes urbanas, empujar las puertas de cristal de cafeterías desconocidas.

No niega el valor de una obra. ¡Niega la obra! Su juicio, entonces, carece de todo interés.

Mi vida social: fechas que caducan demasiado aprisa.

De nuevo J. Luego, películas alemanas.

¿Dónde están tus cuadernos de dibujos infantiles? Volaron con mamá.

La verdad, si puede ser indeseable (y lo es en múltiples ocasiones), también puede ser incoherente o denotar falta de moralidad.

La religión (pero eso ya lo señaló A. la semana anterior en Sh.) acaba siendo el ornato de nuestro desconcierto. S., agnóstico, le replicó que a él en su desconcierto le sobran las galas festivas.

Un postminimalismo desconcertante y pulcro.

La cena de anoche: agua embotellada y pasas de Corinto. El almuerzo de hoy: una brocheta y una copa de vino. Para la cena: Kierkegaard (y un sándwich de queso).
De tres a cinco en el MET.
Despierto a las 6. ¿Estoy sola? Ha sido mi primer pensamiento, o todavía resonaban las voces de mi sueño. Es totalmente de noche. Pero ya sé que será un día gris y oscuro, lleno de nieblas otoñales.

28-12-1956. Aún faltan días para mi cumpleaños. 21. Pero dijo: No importa. Me invitó al Winter Garden. Troilo y Crésida: ¿por qué combatir más allá de los muros de Troya, cuando en mi corazón ya se bate una lucha tan cruel?

Oído en el restaurante: “Ayer por la mañana cogí cuatro taxis. Y estuve prácticamente todo el tiempo entre la 42 y 73.”

En Grand Central: D. llegaba de Boston en el tren de las 7.30. Antes que la sonrisa en su rostro y sus ojos brillantes, observé que llevaba un libro en la mano.

A veces Nueva York parece los decorados practicables de una mala comedia de Broadway: donde había una verdulería se alza ahora un cine; donde un restaurante, una tienda de ropa; donde un teatro, un banco; donde una librería, un despacho de la Administración. Todo parece mutar cuando la comedia es siempre idéntica a sí misma.

¿Se llama pensar estar metiendo continuamente las narices en la enciclopedia Compton?

Tiró el libro a la basura y se fue al museo. Quemó el museo. Se puso a pintar. Y no dejaba de lanzar vistazos a través de la ventana: era la primavera que reverdecía las copas de los árboles urbanos, y estaban los olores tenues, y las voces se oían más alegres, todo bullía alrededor, y de ti se esperaba la ofrenda por la magnífica merced de estar viva.

Sangre para Israel. La extracción fue excesiva, creo. Luego, el feo moratón durante días.

Ya en mi juventud, mi padre insistía una y otra vez que leyera Doctor Fausto en lugar de La montaña mágica.

Todos los perros y gatos callejeros que mueren sobre las aceras parecen en calma, resignados a su suerte. Sólo cuando al cabo de un tiempo se pudren empieza a asomar en sus bocas descarnadas una sombría mueca de crueldad, se diría que hasta de rabia, y esa imagen envuelta a su vez en el fétido olor que despide el cadáver produce una visión terrorífica.

Demasiado puntual: eso te quita misterio.

Mi padre coleccionaba cualquier cosa. Alguna de sus colecciones apenas sobrepasaban un número limitado de objetos o ejemplares; otras, superaban el centenar. Ninguna vida se completa (¿cuál es el número perfecto?), ninguna colección colma en realidad la medida absoluta entre el principio y el final. ¿Cómo puede alguien aferrarse a lo incompleto, a lo ilimitado? Porque eso otorga un sentido invencible a la continuidad de los días, los revela absolutamente necesarios.

Cualquier cachorro sano y desvalido, ansía conquistarte. Sabe de su encanto.

¿Fulcanelli? La piedra, los espacios ejemplares.

T., en Düsseldorf, compró un ejemplar en francés de “El misterio de las Catedrales”. Aparentaba entenderlo… ¡No, aparentaba leerlo!

En el museo: Otto Dix, Grosz, Ernst, Schwitters. Sólo durante unos meses: me obligué a acudir a las salas una vez por semana.

Toda obra es una suerte de testimonio, incluso si no lo es.

Buscaba cosas de su infancia, papeles, juguetes, objetos… Los destruía con fruición.

Por fin, dijo K. al conocer su muerte próxima. También W. y H. Tal vez lo piensen todos, esos grandes hombres y mujeres de la historia.

Leer muchas de las novelas de la segunda mitad del siglo XX es una pérdida de tiempo. Tendría razón de ser si las hubieras escrito tú.

En Yale: “Lo creas o no, es posible comer por 65 centavos.” Tenía razón: un sándwich de carne, un pedazo de pastel de manzana, un vaso de agua. 60 más la propina.

Únicamente soporto lavar mi ropa interior si canturreo. T. se reía: por sus ruidos los conoceréis.

Heracles… Pero siempre lo imagino con el pene flácido, agotada su fuerza a causa de los caprichos inútiles de los dioses, vencido por el sueño.

R. el librero: “¿Cómo es posible que aún queramos comprar algo que nos distrae del tiempo?” Le contesté que aquella era una manera muy superficial de definir la lectura. Se defendió enseguida: “Todo es una lectura, no es preciso que se halle encerrada en unas páginas.” (?).

S. declaraba sentirse orgullosa de ser judía. Pero no podía ser otra cosa. Y no profesar una religión no es ocultar tus orígenes. Ambos conceptos no son intercambiables.

2/3. X. (no por vergüenza, es discreción).

Judía con el pelo largo. Tendencia a engordar. Sonrisa amigable. Ávida de conocimientos. Liberal. Sin problemas con el sexo. Algo mentirosa (por miedo a perder algo, una ventaja a las puertas, reconocimiento…) e interesada. No tiene escrúpulos en ocultar sus verdaderos objetivos, que poco tienen que ver con sus actos (tan naturales que parecen). Capaz de guardar secretos a pesar de ser lenguaraz y algo caótica. No cree en el amor, pero le gusta el sexo, es cariñosa y ansía compartir las cosas. Artista. Promete morirse pronto.

Reinventar la realidad no sirve de nada: sólo la “traduzco” inoculándole un poco de emoción, un poco de misterio, algo extraño que nace de los sueños (el color, la forma, la atmósfera vagarosa que todo lo envuelve).

Peligro: de pronto, lo único que empieza a importar es meterme en el estudio. Todo lo demás ha dejado de tener sentido. Más allá de esas cuatro paredes tan fieles sólo hay insatisfacción, vacío, hasta dolor… 

W.G.: Estoy convencida de que hace las cosas por mera vanidad, no porque piense que merezca la pena crearlas. Su obra es un artificio absoluto (incluso una filfa), un medio para significarse sin que los valores intrínsecos de aquélla tengan que ser plausibles. Y la vanidad… ¿no es un cierto complejo de inferioridad en el fondo, una necesidad constante de reafirmarse a sí mismo en la exhibición sin más? Quiere que los demás participen de sus ornamentos (meros espejuelos) pero no de sus pocas virtudes y cualidades.

Y respecto a L.: no le mueve una disciplina, un programa intelectual convenido, sino un conjunto de emociones dispares, un estímulo indefinible y desordenado. Su vida, que es seguro que será placentera, es un zigzag que no ha de dar en diana alguna, al menos ninguna que haya concebido previamente.  

D.F., acaso, vislumbra la mayor sinceridad en su obra: “No entiendo por qué razón me consideran un artista. Soy… un posibilista.”

Un color plata. Mejor, un color luna.

Dibujar sobre un papel las intrincadas idas y venidas de mis relaciones con la gente, las líneas de aquí para allá que se alejan, se curvan, vuelven al punto de partida, proyectan círculos, trazan diagonales, triangulan, se desmienten a sí mismas en quebradas, se tornan rectas, se pierden por los ángulos del papel…

Nota sobre cine francés: la forma, la sequedad de un diálogo que semeja desdén, incluso con la sonrisa en los labios.

El marido de la perfecta ama de casa americana: un ídolo con pies de barro. (A partir de cierta edad: siempre exhausto como después de una eyaculación, y el portafolios o la llave inglesa, odiosos, debajo de la cama). 

Cine: la cámara escribe (a veces con faltas de ortografía, y entonces es lo bueno).

S.S. en Yale:”Lo que se escribe en un diario nunca está destinado a ser leído por los demás…” Sería, entonces, como el otro lado de la luna de los demás y de una misma.

Escribir profesionalmente es un acto de corrupción siempre.

De nuevo: ¿por qué una es artista? S.: “Por pereza”, dijo sin piedad, en la cafetería, frente el desayuno, ¡a primera hora de la mañana! 

E.: “Bien, el arte… ¡Pero nada de construirse uno a sí mismo a través de él!”.

¿Cuándo eres realmente una verdadera artista? Cuando pisoteas con la suela más sucia del zapato más viejo que escondes en el estudio lleno de obras maestras que nadie ha visto aún tu maldito ego.

Rememoro mi niñez: tenía la absoluta necesidad de sonreír siempre, de creer en todo, de ambicionarlo todo. Incluso después de la tragedia de mi madre. Las terapias no eran la alfombra donde esconder la porquería. Eran…

Esas obras malas… al contrario que esas novelas (¡malas!) que ocultan tras el nombre de los personajes seres reales, hechos reales, diálogos memorizados…

También el arte está lleno de tópicos. Más que ninguna otra cosa en el mundo si se exceptúa el amor y la familia.

Canal Street: “Siempre hueles a veneno”, me reprochaba al verme cargada con los botes y los grandes paquetes.

Confundía el deber con sus capacidades.

En la 47, de noche: descubro en la ciudad mucha más suciedad cuando se desvanece la luz del día: rostros macilentos bajo los neones y las luces eléctricas, los gestos cansinos, las aceras alfombradas de papeles, envases vacíos y vasos de cartón, las ropas arrugadas, el andar obsesivo.

Nadie quiere a quien tiene cerca. Aunque (siempre antes) pueda haberlo deseado con pasión: me recuerdo muy desvergonzada entonces durante mis visitas al estudio de…

“Podemos comer en el griego”, dijo con falso desinterés. En el chino. En el indio. Pasta en Tony. Carne en Camden. Arroz en Pai. Perritos calientes en el “hombre del carro amarillo y azul del parque Bryant”…

Otra interminable y profunda conversación sobre el alma, el arte, la familia, el amor, el sexo… Estos tipos intelectuales quieren aparentar naturalidad cuando pretenden confundirte con sus peroratas engoladas sobre el sexo, pero en realidad les asoma la baba obscena por los ojos, se percibe un ligero temblor en sus voces de centauros onanistas guardando (y sufriendo) una educación contenida: “Todo debería fluir con suma sencillez…”, proponen con medias sonrisas, y delatan sin advertirlo la estúpida complejidad con que lastran su actitud en este aspecto. Hay una liberalidad en todo ello que induce a la tristeza y el desgaste en lugar de a un enriquecimiento personal, a una alegría “física” que podríamos llamar primitiva. Pasan de lo obsceno (hasta cierto punto de una atracción muy natural en según qué circunstancias) a lo abyecto simplemente por falsarios.

Dos lesbianas en la fiesta de…:  “A ambas nos ha venido la regla a la vez.” (¡Buenas noches!)

El desorden es hermoso… pero sólo para la vista. Y esa costra inglesa de lo usado, tan bella en los muebles, los objetos, los libros caros.

Resulta que el arte es… el proceso.

Ama Nueva York (Upper West Side). Tendida en el diván. Lánguida y viciosa. Indolente y algo sucia. Picotea en vez de alimentarse de una forma sensata (por ejemplo, rosbif, minestrone, ensalada de queso…). Y bebe licores dulces, no deja de hacerlo mientras devora libro tras libro. Hijuela de Hopper (sus cárceles del W.): prisionera entre cuatro paredes enteladas, espléndido secuestro adónde llegan los resplandores malignos de la gran ciudad invisible, los colores anestesiados, como apagados los ruidos del misterioso frenesí de decenas de metros más abajo, los pálidos destellos de las luces de la mañana, la tarde y la noche que parecen materializar con sus tonos y las sucesivas gradaciones la soledad y la tristeza, las penumbras del pensamiento, la abulia suicida presente en todo el tiempo.

El recorrido insensato. A las 9,15 con S. A media mañana dos horas en el estudio. El sándwich de lechuga y ternera. La copa con A. En la librería (R.: “Lee a los sureños.” –McCullers, Capote, O’Connery… ¡Faulkner!-) Otras dos horas en el estudio. A las 18: aún no ha llegado mi pedido: mañana trabajaré menos. Ducha y me cambio de vestido (verde, sin mangas, de falda corta). Exposición de F. Luego en compañía de S. (dos encuentros con él a esta hora del día), A., M., K. y R. Cena en Puglia. Teatro. Otra copa. ¿Qué tal si…?, parece decir su mano tan cerca de mis muslos. No.

Sloan no era realista. Y al decirlo, este otro pintor realista fulminaba con la mirada, aguardando belicoso la menor oposición a su aserto metodológico.

“Trabajo con Mozart”. Quiere decir exactamente: “Soy una artista culta.” Podría discutirse. Si escuchas música, escuchas música. Aunque quizás Mozart… ¿Qué ocurriría si en su lugar fuesen Frank, Weber,  incluso Brückner…?

Uno de los días anteriores, al salir del teatro, con la copa en la mano, el amigo de Morris clausuraba terminante su motivación para escribir: “Ya sé que se ha escrito todo a estas alturas (1968)… Pero yo he de escribir para poder leerlo…”

Peor que las relaciones peligrosas… ¡las falsas! Esa manera taimada de perder el tiempo, de que te roben gran parte de lo mejor de ti tan sibilinamente.

Es de esas mujeres capaces de decir que le  hizo el amor de una forma brutal o tierna, interminable... Peor todavía: ¡de dejarlo escrito en su patético diario!

Enferma. Ahora sé mi desgana unas veces, terror otras, de viajar. Nunca me gustó hacerlo, me daba la sensación de hacerme trampas a mí misma, de no estar donde debía de estar. El asco de la provisionalidad del turista, sin poder aferrarte a nada de lo que verdaderamente te sostiene. Sería paradójico que la enfermedad me condujera a un estado análogo de transitoriedad absoluta.

Aprensiones.

Nadie es una extensión de otro. T.: finalmente, al paso de los años, se convierten en una sombra… ¡de algo invisible!

Sucede como en el arte: indiferencia o desprecio. Lo demás sólo son intereses.

Mejor ser fuerte. Las batallas de los débiles pueden ser terroríficas, ¡y siempre las pierden!

Es una shikseh. Pero “esa” es precisamente otra forma de llamarte judía de modo despectivo, pues no expone una sola condición; antes al contrario, recalca la tuya propia.

Deudas: ninguna moral, ni siquiera ética.

Ray: “Barth. En Doubleday.” Lo encargo. Se ríe. Desconfía de mí.

La violencia de lo imprevisto. Conciencia de la muerte: la catástrofe de lo inevitable. “Pero tu lugar y tu tiempo ha sido en Shiva, cerca de Brahma, lejos de Krishna.”

Cedar Tavern: de jovencita atisbaba en su humeante interior buscando monstruos. Regresaba a casa alborozada y confusa.

Parece ser que la verdadera riqueza es la que está por llegar, lo cual es absurdo. Pero así es. Antes de ultimar una obra, ya creo más en la que aún no he concebido. Y ni siquiera revolotea en mi cerebro. Ni un boceto todavía.

Kant nos ha sitiado con altos muros, dijo el profesor. Andre: aprovecharemos sus ruinas.

“Atenas”. No obstante, todo lo azul y lo blanco (y quizás el amarillo) claudican ante cualquiera de los hierros o los almacenes portuarios de Chelsea.

Mucho mejor judío que yo, leía todos los textos de Sholem: “De ese modo”, mentía, “ahorro la sangre y el mal gusto en mi obra.”

El arte moderno es la verdadera ciencia-ficción de nuestros días. A. se reía. No así S., y mucho menos…

Eres demasiado inteligente para el sexo, dijo. Como si un orgasmo, rebajado a una mínima función física, fuese únicamente cosa de lelos.

Wittgenstein: diario (1916): “Los hechos no se pueden nombrar.”

Allen Ginsberg: al estar escrito, todo se acepta más fácil. Es una cuestión de complicidad en su dilucidación: este hombre no puede ser estúpido, y yo sé leer. El arte, al enfrentarse a un espectador más apremiante, exige una rápida comprensión. Pero casi nunca es así. El resultado es el rechazo, la hostilidad y, en ocasiones, el insulto.

Tiene entradas para las películas del teatro de Carnegie Hall: “¿Podría comprarte tu tiempo y tu cuerpo con ellas? Al salir (en tu casa o en la mía), podríamos tomar un vaso de vino blanco.” “De acuerdo. Pero me tendrás que envolver en un bonito papel. Y el lazo que sea tu pene.”

¿No te acuerdas? Soy el chico de CCNY. Me acuerdo perfectamente de él. Buenas notas, muy aplicado: un cero a la izquierda. “Claro”, le respondo, y sonrío de modo diabólico.

Ningún filósofo utiliza la ironía. En contrapartida, nunca he descubierto en alguno de ellos desdén, aunque sí indiferencia. (Y en W. hasta el reproche, la recriminación tan cerca de la rabia). Cómicos: Russell. No, divertido. Historia de la Filosofía, ed. Simon&Schuster (1945): comprada de segunda mano en Ray.

¿Mientes? Lo necesario para mantener las cosas en calma.

Observa como dispongo los materiales y culmino las obras en la galería, de un lado para otro, ordenando, colgando, atando. “Pareces una mujercita en la cocina”, dice. Y al final de sus años, la anciana ciega sólo sonreía, quemados los ojos por haber bordado los hilos del oro en las vestimentas sacerdotales día tras día desde niña, encerrada en el orfanato, en el convento, en el matrimonio…

Toda relación íntima es difícil, cuando no imposible por completo. Precisamente por ello, porque invade tu intimidad. En cuanto te percatas de ello, todo es ya una agresión.

Treinta años después: “Vosotros, los judíos…”

En Cinema 16: documentales canadienses.

Todo es negociable. Lo tengo repetido; te lo cambio por un busto romano. Sólo me quedan tanagras. ¿Tres por uno?

Son dos jóvenes geniales, son auténticos. De la estirpe de Woodstock. No tienen muebles en la casa. Se limitan a leer y a la meditación. ¿Dónde comen? En la mano. ¿Dónde duermen? Uno encima de otro.

Estaba fuera de sí, y lo exclamó como si expulsara un esputo venenoso de la boca: “¡Ya no hacéis arte, sólo decorados para unos espectadores que sois los propios artistas! Cada día que pasa es más difícil comprar algo de valor.” Pobre, ¿qué iba a hacer ahora con todo su dinero?

Respecto a D.F.: cada vez es una obra distinta, pero adivinamos el mismo patrón detrás de todas ellas.

El corazón es un cazador solitario. Se lee tan bien… ¡hacia atrás!

Huevos revueltos y cerveza caliente en F. Y luego, de vuelta al trabajo, luchando contra las ganas de vomitar. (Resinas).

¿Por qué todo es tan difícil?... No, no es difícil, es distinto: las personas, los hechos, las palabras, la actitud…

En diciembre del 60 me prometí a mí misma no arrepentirme de nada. Pocos meses más tarde me había casado.

“No es un verdadero diario. No habla de su madre.”

lunes, 4 de junio de 2012

HESSE 63 (Dietario del blog oculto)


Escribía, pues, un dietario, un almacén donde nada hubiera aún fabricado, sólo los materiales.

Tiene que haber un Dios, ¡tiene que haber un culpable!

Dispongo mi ropa interior inmaculada pero pobre y gastada sobre la cama, el sostén, las bragas… Los calcetines largos agujereados por la parte del talón que ocultarán las botas.

Sólo existe un mandamiento. Y eso lo sabe todo el mundo, pero se prefiere enredar las cosas: No hagas daño a nadie y no permitas que nadie te haga daño a ti.

Temía más las ideas que los golpes. Aquéllas perduran.

De nuevo me alimento mal: el sandwiche, las prisas.

Por la noche, ya en la cama, la ansiedad temiendo las torpezas del día siguiente disipa del todo los errores cometidos de hoy. Luego hay que seguir adelante, me digo cerrando los ojos, hay que seguir adelante. 

Lejos de la domesticidad se hallan los monstruos. Sin pensarlo dos veces me arrojé por la ventana abierta huyendo del olor de la manteca friéndose en la sartén, de las flores mustias en los falsos jarrones chinos en el salón.

Me obligan a leer en hebreo: pero yo ni siquiera pienso en inglés, hablo con imágenes, me expreso con colores, hoy azul, mañana amarillo, todos los sábados son blancos.

Pasó el día entero leyendo, anegada de pies a cabeza de simulacros mientras a su alrededor se movía la brisa olorosa por los árboles de junio y piaban los pájaros. Cuando se acostó empezó a soñar enseguida historias maravillosas que nada tenían que ver con lo que había leído. Al despertar, sintió alborozada su cuerpo joven y dichoso. Sin embargo, ya nunca dejó de leer.

Tomar una taza de té en una cafetería lejos de aquí, en otro barrio lejano de la ciudad, donde nada resulta familiar: desde la calle se vio detrás de los ventanales, misteriosa y extraña, con la taza en la mano, la falda corta enseñando las bonitas piernas, en compañía de un desconocido. “Vaya, qué revoltosa.”

El arte no tiene por qué ser inteligente, bastaría con que se mantuviera lejos del ingenio… ¡y disfrazando sin cesar un yo en exceso ensimismado!

¿Por qué se cree artista, escritor, músico…? Porque se siente siempre al borde del abismo, atisbando en el fondo oscuro del precipicio.

Era desdeñosa, no escéptica.

Mi madre mi inspiraba siempre miedo, y era cariñosa, débil, inofensiva. Ahora, pues, lo sé todo: temía por ella.

Es la fragilidad lo que de verdad me aterroriza, el orden rodeado de ruidos.

Lecturas: B., S. … Sólo consignar iniciales.

La ambigüedad como estructura, ni siquiera la alusión.

Creer firmemente que la experiencia es una gramática: corrige y ordena las emociones plásticas.

Goethe no debería ser una palabra prohibida.

De niña, en los campamentos de verano: los olores y el sol, la tierra, eran toda la religión necesaria para no alzar la vista a lo alto buscando el cielo gris o blanco y caliente lleno de dioses falsos.

Me es imposible leer poesía en voz alta. Y eso confirma mis sospechas… ¡acerca de toda la literatura y arte tradicionales!

La disciplina es una estupidez en el fondo… Sin el misterio y la duda no somos nada, y yo sé cuando y por qué debo hacer las cosas, sea de día o de noche. (A. acostumbra a reírse de los horarios impuestos por una supuesta “cultura judaica”: la muerte no te avisará).

Bach (dijo, más bien tronó). Y, sin embargo, deleitarse a través de ese músico inmenso debería transportarnos a la mesura absoluta, al susurro.

De estudiantes: buscan los tugurios chinos para atiborrarse de comida barata por menos de un dólar. Desde la acera, con mi hot-dog en la mano, manchándome la blusa recién planchada con la mostaza que se escurre por unos de los extremos, los observo asqueada.

“Eres demasiado… (simulaba buscar la palabra, que ya sabía de antemano, sólo perseguía causar un efecto intrigante) sobria.”

Afortunadamente, ser artista no consiste en acumular datos, atarte a la espalda una saco de conocimientos que ir extrayendo poco a poco como si fuera una bolsa cacahuetes. A una, le basta con mirar en torno así y traducirlo luego con el lenguaje de las entrañas.

1966. “No Alemania”, me dije. “No es el camino.” Regresé a América. ¿Era el camino?

1957. Dra. P.: “Todavía un poco más, un poco más de amor.” Le aseguré (y era perfectamente sincera en ese momento) que no temía amar a alguien. ¿Entonces? Es la responsabilidad de echarte a las espaldas alguien que te quiere, que –según afirma- no puede vivir sin ti. ¡Qué terrible cárcel la del otro!

1943. ¿Por qué los niños siempre sonríen a la cámara fotográfica? Porque creen que es su deber. El alma de un  niño, a pesar de todo, es feliz: el futuro ha de venir lleno de regalos, de bonitas sorpresas… Alrededor: el infierno de los adultos, sus vidas incomprensibles.

Cine negro (Andrews, el policía enajenado): la fatalidad todo lo preside, nada es perfecto, y el amor mata, la amistad es una farsa, el dinero es la única ley: cuenta los billetes, las amantes, las mentiras, los crímenes...

Una conversación con  H.: languidecía la tarde a medida que ocultábamos la tristeza (10-12-66).

En New Jersey (vuelve a enseñarme sus “poemas”).

Teatro: V.

Me tiende el libro. Lo interesante es la sonrisa con que lo hace: ilumina su rostro de tal forma que la sensación de amistad que te invade produce hasta vértigo. Si pudiera me inocularía mediante una simple inyección –“cosa de segundos, sabes”- todo el conocimiento y la experiencia que ha acaudalado hasta ahora, y eso debe ser la  auténtica generosidad.

Los italianos: de las satinadas reproducciones parece brotar el olor de la tierra y el aire soleado que penetraba por las ventanas, la cal, la tela, el polvo, el aceite, el estuco, la piedra, el agua sucia, los trapos, las brochas, el sudor, la mugre de la carne: Massaccio, Giotto, Miguel Angel…

30-10-1966. Sola.

“No naciste aquí. Tendrás que esperar a tener hijos.” (USA).

Astucia (mejor siempre de noche).

1/1970. Mercado del Arte. Mantente callada (me decía hace años a mí misma). Descubrí entonces: a) idiota: quien ignora las cualidades y virtudes de los otros; b) insignificante: quien se niega a valorarlas por carecer él de ellas; c) mediocre: quien las minimiza con el ánimo de recalcar las propias. 

Escribía un diario para saber quien era. “Sin embargo”, le dije, “yo lo haría para ocultarlo. (Pero ella no es artista… ¡como yo!).

En la librería de R. Luego de un par de minutos de conversación descubro que le irrito considerablemente. “No”, repuso cuando se lo hice notar, “es que me impacienta tu indecisión juvenil.” Y al final compro el libro equivocado.

En Washington. ¿Seré la nota de color? Entre los machos, la hembra no del todo estúpida. (Colectiva prevista para marzo).

Viendo cuadros realistas en el MET (pero como si paseara por Central Park un domingo de sol por la mañana) recuerdo la máxima de La Rochefoucald que R. tiene clavada en uno de los estantes privados de su librería: “La verdad no hace tanto bien en el mundo como el mal que hacen sus apariencias.”

“El deseo agarrado por la cola”. (?)

La tierra rosa, la piedra negra. Paisajes apenas entrevistos por la ventanilla del tren. Desdeñan cualquier tipo de arte.

“S. es bisexual”, cuchicheó acercándose a mí. Su aliento cálido sobre el lóbulo de mi oreja me resultó de una repugnancia casi intolerable. Desde entonces ya nunca me fue atractiva la chica más guapa del colegio como había pensado hasta ese día. A partir de ese momento hasta se me antojaba, sin ninguna razón explicable, que despedía mal olor.

Hoy he soñado con mi padre: nos entregaba los programas de las obras de teatro a las dos hermanas como parte de una herencia “aún por recibir”: Muerte de un viajante, La loca de Chaillot, Un tranvía llamado deseo

Van Gogh: todo (menos su pintura).

“Veo” más arquitectura en la música que geometría.

Mitologías (pero sólo las mediterráneas, tan llenas de sol, tan naturales después todo).

¿Todo arte es alegórico? Hasta aquél que se declara no-alegórico.

1954. Deberías ir a Chicago.

Read: La niña verde. ¿Por qué habría de leerlo? No supo darme una respuesta.

Libro: arte apócrifo (pero existen multitud de restos arqueológicos y una gran cantidad de obra plástica) de los antiguos mexicas. Devolvían a través de él todo el magnífico esplendor del aire transparente de Tenochtitlan, su lago y cielo azules, el verde de sus bosques, el amarillo de sus oros y el sol omnipotente, la brillante sangre sacrificada.