domingo, 30 de septiembre de 2012

HESSE 75


El arte como mecánica de lo espiritual o la creatividad es una superchería. Si ha decidido alejarse de cualquiera de sus técnicas tradicionales, ¿cómo va a consentir una previa regulación en sus planteamientos?
Aun en la oscuridad, el arte le permite tapar sus ojos con la más tupida venda, andar a manotazos, a trompicones, a tientas y a ciegas…
Si aceptara algo a priori construiría otra “realidad paralela”, por lo que ambas acabarían contaminándose recíprocamente. Al no querer demostrar hipótesis alguna, toda su obra gana libertad.

El ideario de todas las religiones se vertebra sobre lo incuestionable, ronda una y otra vez en torno a la muerte. Pero ésa es la única certidumbre del ser humano.

Una debería creer en Dios por méritos propios, y no por marrullerías ajenas. Dogma, creencia, fe…
Como artista moderno, después de todo, utilizas las mismas armas que un predicador para cautivar a los incautos.
Liberado de las destrezas técnicas, el arte moderno tiene mucho de religión… ¡para los otros!

No es un arte enunciativo: no es qué sino es.

Ni siquiera un artista puede corregir una obra de arte. Tal vez un técnico, un artesano (pero con la boca cerrada y como el niño rompe un juguete).

Una tarde del caluroso verano del 66, calcinadas todas las piedras y hierros y cristales de la ciudad no sabía si por el sol o por la indefensión que le acuciaba y ya sabía perdurable, quiso como otros muchos en el mundo ser la que era pero mejor, a salvo de los errores del pasado y lejos de cualquiera de las conquistas ilusorias con que sus sueños de despierta porfiaban por imponer  en el futuro (pues, ¿qué había de las derrotas?).
Al día siguiente recibió la respuesta en forma de pesadilla: el fantasma de su padre muerto se definía entre las sombras negras que abrumaban las altas almenas de un castillo junto al mar, la interpelaba, la suplicaba, la hostigaba en la noche rugiente por el viento y las olas que batían el murallón...
Dos días más tarde su padre murió al otro lado del océano.
Agosto quema. Como un hierro al rojo vivo.
Vuela sobre el mar en calma. (Y próspero viaje.)

Debe descansar, conminaban. Y toda la tarde inútil era una postración pensativa y rencorosa contra la mala herencia recibida: ella no se habría hecho así de imperfecta: ella era artista.

La luz declinante se filtra a través de las ramas desnudas y grises de los árboles, se vierte sobre el suelo aún mojado, resbala oblicua sobre las fachadas, es como una pátina que tiñe crepuscular los edificios y las personas, los sumerge durante una breve pausa en raro cromatismo. El aire parece haberse detenido en la tarde de cobre frío, y es la hora desfalleciente cuando el cielo se ve surcado por las grandes y silenciosas nubes de marzo que entre trecho y trecho de la holgada procesión permiten a los rayos del sol descender sobre la tierra.

Una Hesse vivirá; la otra, morirá. (Se dijo muy convencida.)
Se ha he hecho dos vidas. Veamos. ¿Qué es eso de tener una gemela sobreviviente? Es interesante: una emisaria que le vaya enviando mensajes y billetitos desde el futuro: he muerto el 29 de mayo de 1970. (No del todo, parte de las células del óvulo primigenio continúa danzando por la Tierra). 2012: con 21 gramos menos y sin alma, nací el 29 de mayo de 1970. Y ya crecidita. Comienzan los envíos de esta época del mundo: el cuerpo es una obra de arte, pintémoslo, mutilémoslo, recreémoslo… ¡Y la de cachivaches que te has perdido!

¿Qué mundo me ha sucedido, gemela?
Uno en que la afición hacia el objeto, de tantos que había al alcance de la mano pecadora, ha dado paso al desdén por él. Su gran número producía el hastío. El interés ya no lo suscita el soporte de lo culto y lo entretenido (libro, disco, cuadro) sino la irresistible satisfacción de pensar que el medio para disfrutarlos y consumirlos puede ser sustituido cada 6 meses por nuevos cacharros más modernos y evolucionados tecnológicamente. El medio sí era el mensaje.

¿Y todos esos materiales?
¿Cuáles? ¿Los polímeros, el látex…?
¿O acaso se refiere quizás al suicidio, al cáncer, a la muerte, al abandono…?

Tras ella, en la grisura de la tarde, ascienden a los cielos una selva de ventanas verticales como agujeros oscuros en las fachadas cuya gama se aviva desde el marfil pasando por el siena hasta enrojecer de veras con el bermellón.
Una hora más tarde: hileras de luciérnagas mayúsculas que descienden de los cielos iluminan el aire frío de la noche.

1968: es absolutamente normal que todas las calles y avenidas de Nueva York estén sucias, como disponiéndose en pordiosera galanura a meterse en el enorme graffiti de los setenta.

Más que rechazo descubro perplejidad, y no ocasionada por la obra sino por el desafío (que ellos entienden por desfachatez) de haberla concebido (lo que es inoperante) y decidir mostrarla a sus ojos inocentes (lo que les agrede). Pasado un instante de estupor, sobreviene la ofensa dicha en voz alta, el desdén manifiesto, la fea expresión de burla en el rostro.

W. es un sofista, a poco que escarbes en los dispersos fragmentos de su presunta obra. No es un Sócrates en la feliz expectativa de averiguar lo que sabes: aquél parece negarte la mínima posibilidad de “saber”.

¿Qué función desarrolla una obra como la tuya, tan cerca de la nada a despecho del atosigamiento de su materia y extravagante ordenación
a) referencial
b) fáctica
c) imperativa
d) metalingüística
e) emotiva
f) poética?

En el fondo, y siendo imprescindible, no cuenta la obra de arte ante un espectador-testigo asaltado de improviso al doblar una esquina de la galería. Se da de bruces contra ella. Respira hondo. Se pregunta. Está a punto de palparse a sí mismo. ¿Qué clase de mierda es ésta? La actitud es lo principal ante algo asignificativo. Respecto a las asociaciones: frente una abstracción la mecánica mental se paraliza: ése es el milagro: es una obra indescriptible.

Día desfalleciente. Un cielo agrisado difumina apenas la luz de un sol pálido, proyectivo.

Lo tremendo sería que fueran los muertos los que piensan en nosotros, los que nos recuerdan.

Ni el dolor ni la enfermedad ni el miedo son un castigo. No pueden serlo. Somos naturaleza, no creencias.

El dogma, la fe, hasta el terror, son los materiales antiguos con que se construye la idea de Dios.

Toda imagen puede ser perfectamente reemplazada por otra.

¿Qué sistema opera detrás de todo ello? ¿Qué contribuye a que esto sea así y no de otra forma?
El azar, una selección natural.

No existe teoría, sólo convencimiento.

Visual: no necesariamente legible. En el peor de los casos, ¿para qué mentir dos veces?

Lleva más allá de Focillon la idea de una obra de arte plenamente autonomizada: ¡la libera incluso de significado!

Una codificación que nace del despropósito, del absurdo:
No así, el caos tiene sus reglas, lo que sucede es que son imprevisibles.

Cuando empiezo a trabajar sé que, al final, todo quedará más allá de mi intención. Es ese mismo punto empieza lo que de veras quería conseguir.

Digamos que su obra es figural, no figurativa.

(R) Morris aconseja (C) Morris:
En efecto:
1.- Foundations of the Theory of Signs. (1938).
2.- Signs, Language and Behavior. (1946).
3.- Signification and Significance. (1964).
Y unos años más tarde comienza a aconsejarse a sí mismo a los demás:
Artforum”, abril 69: Notes on Sculpture. Beyond objects.
La expresión no puede ser más afortunada ante los jóvenes dubitativos con un pincel o un escoplo en la mano: no hay orden ni desorden.
Del conjunto de las nuevas leyes propuestas en publicación tan garante se deduce un altruismo capaz de unificar todos los criterios y despejar de una vez por todas las discrepancias que en el campo de las artes visuales puedan darse entre los artistas contemporáneos. La mies es mucha. Son hijos del Estilo de la Época. Cada uno de ellos lo es, y haciendo lo que les venga en gana, batidores sin descanso delante o detrás de los desiertos.
En una intencionalidad creativa, ahora los objetos pueden liberarse de la relación con otros elementos específicos del arte como la figura humana, por ejemplo, o con alguna imagen determinada o alusiva. Sin la figura humana, el objeto se torna  tótem, emblema, incluso deidad, no la remeda ni la alude, ha devenido existencia paralela a aquélla, y, a la par, hasta lo que se  invisibilizaba a su alrededor adquiere rango de elemento artístico a pesar de su indeterminación.

La ciencia dirime su categoría en el resultado; al arte le basta con ser verdad, y siempre lo es, malo o bueno.

La estructura es el espacio, algo tan liviano y a la vez tan poderoso para conformar las catedrales de la mente con el desperdicio de la técnica o con las sobras de la realidad cotidiana y lo doméstico. Se basta a sí mismo. El sostiene los más recios pensamientos y las audacias más inimaginables, eleva la idea (impura por novedosa) sin el sostén del barro, la piedra o el hierro. El espacio es la estructura y la obra es en el espacio.
Todo lo hecho hasta ahora podría replicarse en su, digamos, versión mística.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

HESSE 74


No veo ninguna estrella.” Lo comprobó con la cabeza alzada, forzando los ojos a un cielo nocturno abrumado por una espesa luz anaranjada, una niebla indefinible y cuya procedencia no era sino el hálito contaminado de una urbe incapaz de apagar ni un solo segundo la grandeza de sus manías.

 Podría contarse a sí misma los pormenores de una jornada en la que todo lo presidía la angustia? Contaminada por ella cada recoveco y cada minuto los matices serían falsos, desfigurados los contornos, desarticulados los seres y los objetos, deformada la redondez esférica del mundo, imposibles los colores, las palabras equivocadas…

Esa noche, enferma, soñó con indios, curanderos y taumaturgos instruidos en el arte mayor de confundir y detener el cáncer. Despertó, con terrible decepción, mucho antes del amanecer vomitando entre arcadas que le torturaban el estómago, y el vaso de agua que aún tuvo fuerzas de apurar después en la cocina fría e inhóspita bajo la luz eléctrica le abrasó la garganta. Definitivamente, lo peor está por llegar, se dijo con el vaso en la mano y la vista fija en la grisura lunar, devastadora, que descendía hasta la ventana abierta y comenzaba a diluir el aire estancado de la noche de mayo.

¡Oh, gran Yahvé, salva aunque ínfima una parte de mí con vida, siquiera un puñado de átomos, una mierda de spin-off nacida de mis costillas y mi pensamiento que permanezca viva entre los vivos y haya de construirse ella misma una nueva historia sin imitarme mis derroteros matinales, mis estudiosas tardes, las promesas de la noche!

Las sobras las relegamos para los últimos días de junio, cuando las damas elegantes con un bolso Kelly colgado de la mano y una sonrisa estudiada de graduada en B.A. debajo de la pamela veraniega aparecen por la puerta de la galería buscando gangas de obra gráfica que decoren el vestíbulo del último apartamento comprado en el Midtown. 
¿Qué tienes que ofrecernos en pequeño formato, querida? Es lo único que nos interesa por ahora de tu trabajo.
[Por esa época aún podías pescar la imagen de una mujer flotando sobre las aceras con un vestido globo.]

¿No entiende usted?
Yo le esclareceré su sentido.
Imagine el plegado de su vestido, esa caída tan propia, tan lejana de las baraturas de las prendas de confección, que se desliza majestuosa en texturas sugerentes hasta sus pies. Imagine brocados y telas, bordados y tejidos que en lugar de vestirla a usted visten la pesadilla, la carencia, el absurdo… Una panneggiare perfecta  a pesar de sus trenzados que va directa no a sus pies sino al disparate.

La experiencia de la muerte debe ser interesante. Espero percatarme de ello una vez esté muerta (aunque sean cuatro o cinco segundos tan sólo después del exitus).

Un disco de cobre bañado en oro, propulsado en la negrura cósmica, informa a través de unos símbolos (rayas y círculos) cincelados en su superficie y unos sonidos grabados en su dorada esplendez acerca de las estirpes inteligentes o no de la Tierra… ¿Cuán de diferente es ése mensaje del mensaje que yo os envío mediante mi obra, tan inextricable y próximo a la vez?

Se hallaba sumida en una exasperación silenciosa que le permitía oír los latidos de su corazón y sentir la sangre bombeada a las arterias: ante sí el cartapacio de los bocetos, las maquinaciones, y las manos tan cansadas.
“Lo peor está por llegar”, se había dicho resignada, ya sin cólera ninguna, sin reprobar la terrible injusticia del mundo para con ella y sólo constatando su indiferencia: en el amanecer del día siguiente, al despertar con un sabor de ciénaga en la boca, se dio cuenta de que había estado llorando mientras dormía

La empedernida zozobra de no saber lo que está pasando en realidad, no tener una idea clara de un destino que aun por llegar (siempre por llegar) ya estaba presente hiciera lo que hiciera y estuviera donde estuviera, la incertidumbre atenazada en la garganta y la boca del estómago, todo ello la volvía loca, y hacía de cualquier tarea emprendida un insufrible desengaño.
Ahora, sí, ya se sentía desdichada por no sentirse invencible.

Un aire, aunque límpido, denso como un cristal líquido parecía encharcarle el cerebro. Era incapaz de pensar.
¿Qué se puede sacar en limpio de una ciénaga?

En la vigilia su miedo se acrecentaba porque encaraba con lucidez la sorpresa de la muerte próxima, algo tan común en los demás pero que con el efecto subsidiario e inevitable que conllevaba el pensar en su propia desaparición absoluta le causaba una extrañeza inconmensurable. Sólo deseaba dormir para despertar de la pesadilla del último año.

La maniobra de distracción de la ventana ya no le servía. Se dio la vuelta hacia la pared desnuda. Dibujó una ventana en la mente con los ojos cerrados. Empezó a poblar de fantasmas dinámicos, reales, vivos o muertos, inventados, el rectángulo de luz alzado en su cerebro. Pero el recuento le fatigó pronto. Era una procesión de rostros que nada conmemoraban ni festejaban. Apartó esa ristra de imágenes de su cabeza y abrió de nuevo los ojos: se entregó con parsimonia a una duermevela que no apresuraba el tiempo de la tarde, ni sus ruidos ni sus colores: creaba obras que nadie contemplaría nunca, las abocetaba, retocaba y concluía en el aire de la nada.

Le obligaba a entender que una cosa es aprender a convivir con la idea de la muerte y otra muy distinta comprobar cómo día a día adoptaba tu propia encarnadura, se atenazaba al último jirón de carne sana hasta desecarla y fundirla a los huesos.
“No mueres sola, aunque a solas se muere”.
Sentada a un lado de la cama la figura fantasmal, apenas reconocible, vela las postrimerías sin atreverse a musitar nada.

Hablábamos del tiempo, de lo que hace que la vida de un ser humano tenga algún sentido más allá del hecho de reproducirse machaconamente.
“Todos los instantes de la vida, incluso durante el sueño, son decisivos…”
“Excepto el de la muerte, que para nada sirve”.
Repasaba el orden sagrado de las cosas del mundo, sus leyes matemáticas y naturales: el agua fluye hacia abajo, el aire sacude la hoja de la planta, la luz germina la tierra…
El bien es bien, y el mal es mal. Y un día infausto el bien es mal, y el mal es bien. El mundo se ha puesto del revés. Los bosques andan.

Hubo un tiempo, se dice tapándose las narices sobre los cubos de resinas y catalizadores, en que eran los poetas los que creaban los dioses, regalaban al mundo la solución a los misterios…
De un infinito a otro: sustituye una cosmovisión ya muy degradada desde la época de los mitos por la razón y el discernimiento. Mucho tiene que hurgar dentro de sí. La logística de la que se apropia, tóxica y novedosa, responde al hecho de huir de la contradicción: no puede utilizar aquello que las mentes del pasado, con acierto magnífico, usaron para sus adivinaciones y conjeturas. Otros son los tiempos y su experiencia del mundo: un “yo” moderno entre perplejidades y las mismas aflicciones que embargaban al visionario de hace 5.000 mil años.
¿Quién soy yo? Aquello que media entre una oscuridad y otra. Y, al final, una vez muerta, eres una sombra, una más en el mundo, que poco a poco termina desvaneciéndose.
Rememoraba. Pero de nuevo era un desfile de trapisondas de la memoria y de engaños sutiles a la vez. Tranches de vie que ofuscaban un pensar lógico. “La imagen puede al pensamiento”, concluía desalentada: figuras y simulacros verdes y azules, fogonazos cromáticos que enturbiaban cualquier recuerdo coherente, pues la mezcolanza de tiempos y espacios hacían de su vida en esta hora un revoltijo inextricable.

El pensamiento, a estas alturas, es una tarea encarnizada por poner algo de orden en el corazón.

¿Cómo se construye un discurso? Con lo que tengas más a mano.

Una obra resultado de lo indecible. En una oficina de patentes la hubiera registrado como La Búsqueda 5-1970. Ahora bien, ¿Cómo descubrir a los falsarios…? Es fácil, son aquellos que no han querido pagar un precio.

La filosofía es un guardián del lenguaje. O debería serlo. Al menos de la estética, a la que habría de vigilar severamente. Una especie de lente que analiza y escudriña el lenguaje de que se sirve ésta en su afán por adivinar el sentido, el significado y la verdad de la obra de arte.

¿Es usted Eva Hesse?
En efecto, soy una militante activa contra la estética.

“En la obra de arte hay mucho de psíquico, imágenes, miedos, hasta una metafísica de andar por casa…”
“No lo crea. En mi caso toda esa morralla sólo serviría para enmarañar su sola apariencia plástica”.
“Pero… O está loca, o detrás de todo esto ha de ocultarse algo más.
“Sin duda, todo en lo que yo creo y para lo que no tengo un lenguaje puesto que nunca lo he visto. Son las cosas las que me expresan, y ellas están más allá del mismo lenguaje, porque ningún lenguaje es suficiente”.
“Entonces… Es un credo”.
“Un credo… oscuro”.
[El arte no es la plegaria: es el dios.]
[Una suerte de blasfemia.]

El “sentido” de una obra de arte es inexistente: si es aquello que representa, fracasa como autonomía icónica. Lo contrario no existe.

Obra.
Espectador enredado en pormenores analíticos conducentes a la esterilidad más humillante o fantasiosa. ¿Por qué rastreamos como perros atolondrados el origen de todo, la analogía, las semejanzas?
Obra/espectador: Freier Einfall. “Sueños, uno mismo no es…”

La broma volteriana le perseguía: Preguntadle a un sapo qué es la belleza, lo sumo, el to kalon: os responderá que su hembra con sus ojazos redondos y saltones…

Trabaja con hipótesis: más tarde le endosará significados posteriores.

Una palabra no es más que su uso. Respecto al arte, una acción en sí misma gratuita.
Y el artista básicamente un ser especulativo: “Si esto es así…”

No quiere cambiar nada. Utiliza precisamente el arte porque quiere dejar las cosas de detrás como están. Parte de un punto distinto. Quizás naufrague.

Una obra de arte no es un experimento plástico reflejo de un estado psicológico determinado, pero es quizás una consecuencia, temprana o tardía, de aquella circunstancia: yo no represento en mi trabajo alborotos o treguas psíquicas: lo alegórico es el proceso (y ése es invisible). Mientras trabajo, si estoy enojada rompo el vaso contra el suelo; si me hallo alegre y confiada, silbo entre las estrecheces uterinas del estudio.

Todos soñamos en el mismo idioma: las imágenes.
Pero, ¿y si cada imagen formara parte de lenguajes distintos entre sí?
Sueños: uno mismo no es nada. (V.v.g.)
El durmiente es el protagonista del sueño y su legítimo dueño y no el analista: el artista soy yo.
Obras como sueños sin símbolos, meramente plásticas y cuya motivación muere irreversiblemente una vez se alzan a la vista y a su exposición y al juicio de los otros.
W.: si trasladas un sueño a la realidad cotidiana, deja de ser enigmático, y a partir de ese momento puedes disfrazarlo cuanto desees hasta desvanecer su esencia al mismo estado de su materia.
W.: puedes intentar traducir los simbolismos del sueño al lenguaje ordinario…
Y ¿por qué no a la inversa, traducir la realidad al tejemaneje onírico, lo cotidiano a lo estrafalario del lenguaje de los sueños?
W. era una de esas personas que luchaba porque nada pudiera ser explicado, de ahí que siempre prefiriera vivir en el atolladero continuo: el lenguaje es una cárcel de la que no puedes salir, y por sí mismo no significa nada, una pistola con la pólvora mojada.
El sueño es inocente… Más puede la vigilia.

Ciertas composiciones plásticas tienen tempo, al igual que una obra musical.

Nada en mi trabajo es causal. Lo que mueve la improvisación es un estado del alma, no una idea del cerebro. Pero, ¿y si el alma no existe…?

Psicoanálisis: El Arte de las Marionetas.

Sueño:
Mamá Hesse: “Crea la estatua de Dios, hija”.
Voy más allá de la realidad sólo por complacerla.
Simulo que sangran sus ojos manchándolos  con tinta roja, pinto patéticos regueros deslizándose por las divinas mejillas.
“Dios llora por nuestros pecados”.
Alguien se aproxima y examina los ojos sangrantes del dios estatuario.
“¡Sólo es pintura!”, exclama. “¡Las lágrimas están pintadas por un impostor!”.
Sacerdotes de expresión solemne ataviados con túnicas blancas lo niegan a la vez que me rodean protectores. Uno de ellos replica al airado feligrés con el tono mesurado del profeta: “Es un milagro… pues en todo caso, aunque la sangre fuese pintura, Dios se ha valido de la artista y su engaño para manifestar su inmensa tristeza por los pecados del mundo”.

Cualquier tipo de existencia después de la muerte sería la peor de las pesadillas.

La única prueba de Dios es una imagen. ¡Qué pobre conexión!

¿Por qué he llegado a esto? Iba, simplemente, por el camino. Y eso era el proceso. La obra informa de ese trayecto mental, y en modo alguno quiere justificarlo. La obra… ¡tampoco es que pretenda ser apocadíctica!

El motivo es el tedio. La causa es lo oscuro.

sábado, 8 de septiembre de 2012

HESSE 73

Los muertos no resucitan.
Pero tampoco los vivos nacen dos veces.
¿Cómo podría un hombre no ser de su siglo?

¿Y el recuerdo…?”
Trató de recordar, y finalmente mintió: “Una madre envuelta en armiño y con una orquídea en la mano exhalando el perfume elegante de la noche.”

El cuento de…:
“¿Existe Dios?”
Y la máquina respondió: “Ahora, sí.”

Una mitomanía llevada al exceso: cada piedra hincha más la nomenclatura del desperdicio intelectual.
“Paso por la 55 Este. La Côte Basque, apunté con un lápiz en un cuaderno de la época de Nueva York.
El local me fascina, todo invita a penetrar en su interior. Pero la entrada me está vedada.
Capote, aviva el recuerdo.
Capote haciendo gansadas en “Laugh in”.
Aunque enseguida Hesse se apodera de la escena. Ella es el escenario.
(En el 75 Ray me malvendería sin el menor gesto de preocupación un Esquire de saldo que incluía entre sus páginas el relato completo del mismo nombre.)
(Lápiz: fácil de borrar lo escrito. “Yo no he sido”, dijo, todavía con la goma en la mano y la vista baja.)

Perdida el aura, me queda la resignación mía y la lástima mejor o peor disimulada de los otros. ¿Qué puede irradiar ahora mi rostro? Perdida la batalla, sólo mansedumbre.

Haber sido una modesta pintora de retratos de gentes sin importancia social (sólo individuos)… para poder reconocerme mejor a mísma. Ese desafío menor… ¿hubiera bastado para salvarme?

El entusiasmo, saberse inocente, encararse a las personas y las cosas con la mirada principesca del niño… que a la vez, por pura diversión picassiana, se permite la licencia de convertirse en siervo siempre que lo desea.

Todo lo que a una le rodea es la metamorfosis. La aterradora muda de lo vivo en vivo, cambiante. Hasta que un día los soles interiores que nos hacen sagrados agotan su combustible y se apagan hasta morir, pues lo mudable también está condenado a desaparecer.

El arte de Penélope: la salva el prolongar la misión, la espera, pero la espera misma es el antídoto. Mientras espero, no muero. Ser una scheherazade entretenida, una cuentista que alarga la noche y ante sus ojos se despliegan en la llanura nocturna yuxtaposiciones, entretelas, trenzados, tramados, enredos…

Querida, hay mucho trabajo que afrontar dentro de tu cabecita. Necesitas una buena “chimney-sweeping”. Y vamos a empezar ahora mismo.

¿Cuándo sabré que estoy curada?”
“Usted no sufre y, puesto que no lo consigue, es sufrir lo que de veras ansía. Sólo cuando sufra habrá empezado a sanar.”
(Entretanto, la psiquiatra engulle a la semana un buen puñado de píldoras rojas.)

No se fía de la percepción sensorial. Todos sus recuerdos se rebelan ante lo que ve, se diría que se revuelven encabritados entre sus sesos. De modo que la visión es modificada primero. Luego, la trastorna. Finalmente, la suplanta con emociones estéticas.

La doctora duerme apaciblemente esa noche atiborrada de Seconal, la piel desnuda y suave envuelta en elegantes sábanas Porthault.

Se esclarece mediante silencios, y eso dice mucho en relación a su obra. Teme las palabras. La chica hacendosa y lista que manoseaba a toda hora el Fowler’s English Usage y el Webster’s más pesado de la serie había llegado a aterrorizarse por el sentido equívoco de las palabras.

Alelada ante “This is Show Business”.
“Si yo supiera…”
Poco antes de morir sonreía: en una ocasión, aun colegiala, acompañada de tres compinches de su misma aula, estuvo tres horas frente al Hotel RitzTower con un cuaderno abierto y una estilográfica esperando la salida de la señorita Harriet Brown. Cuando esto sucedió y la mujer alta y delgada cruzó la calle al lado de la pandilla de escrutadoras, ninguna de éstas se atrevió a hacer el menor gesto. Se quedaron mirando inmóviles e incapaces de decir una sola palabra cómo la mujer envuelta en una gabardina larga y de color verde, con un sombrero de ala encasquetado en la cabeza y zapatos de tacón plano se perdía, anónima y solitaria, entre el río de la gente.

 New York Post. Entre los chismes y comidillas sobre personajes: todas las fotografías del periódico reproducían obras suyas. Hasta las más difíciles e incluso aquellas todavía por realizar. Despierta.

Podría hacerme con un buen lote de suministros en Canal Street. Empezar otra obra… Acabarla, en realidad, puesto que la he concluido en mi cabeza (a pesar del enemigo que circula en su interior a sus anchas y a sus locas). Sólo queda materializarla… La materia… Pero, no…
¡Qué fatiga corroborar de nuevo la magia!
Primun vivere
Vuelve, ebriedad.

¿Cómo se escribe un bestseller? Con folios de diverso color: blanco, el primer borrador; amarillo, el segundo; azul para corregir los diálogos y “enderezar” personajes; rosa para urdir la trama…

No sé escribir a máquina, dijo el tipo desafiante. Y depositó estruendosamente sobre la mesa el enorme paquete de folios manuscritos. 
Le eché un vistazo a aquel mamometro con irreprimible aprensión. Todas las páginas estaban cruzadas de borrones y tachaduras y manchas inclasificables. En un mismo folio, aunque a duras penas a causa de la letra enrevesada y difícil, descubrí siete faltas de ortografía.
Era una trampa.
En realidad, había que revisar todo el texto, y el tipo quería ahorrarse el salario del negro.
No soy mecanógrafo, amigo. Vaya usted al servivio público de mecanografía del Park Sheraton.

¿Qué ocurriría si enfermaba?
Tenía pocas alternativas a su alcance: algún medicucho que tuviera la andrajosa consulta en uno de los sucios edificios de apartamentos de la Tercera Avenida. 25 pavos a cambio de una receta legal que le salve de la tumba.

Lejos de la culta Europa y de monsieur François Truffaut. Diciembre del 66.
Deambula dominada por un temor inexplicable por la calle 44. La tarde es fría y oscura, extrañamente silenciosa. Una cola inmensa de personas con ganas de gastarse dos dólares se estira desde las taquillas del Criterion hasta el final de la manzana y desaparece por una esquina: “Valley of the dolls”.

Es un falso turista.
Vagabundea con el Times debajo del brazo y un hot-dog en la mano.
Por la Quinta Avenida, se detiene a la altura de Broadway, frente el edificio Gilbert con su Papá Noel a destiempo montando guardia en la entrada.
Durante un rato se queda mirando a la gente, ajena por completo a El Gran Inquisidor con su Times y el hot-dog ya en el interior de su estómago envenenando las tripas.
Y, ahora, vete a alguno de los teatros de los alrededores de Broadway. Apóstate a la salida de la puerta de actores. O acude a Radio City una noche de estreno. Colecciona autógrafos. Da un sentido a tu vida. Regálate un ramos de rosas blancas. Dedica una tarde entera de tu vida comiendo chocolatinas, bebiendo whisky y viendo viejas películas de los años treinta y cuarenta en el Yesterday Channel. Sé feliz, chica. La vida son cuatro días. Y quizás, en este momento, lo mejor ha tomado las de Villadiego, sin ganas ya de ocuparse de ti.

Podía luchar contra todo. O casi todo. Pero el cáncer no tenía rostro. Y tampoco sabías lo que pensaba. Nunca adivinabas por donde te iba a venir el  golpe.

Indice Karnofsky: 90%.
No será fácil derrotarte.

A diferencia de muchos de los jóvenes de generaciones posteriores que la sucederían, ella no quería estar mejor: quería ser mejor, y eso era todo, pues siempre pensó que lo demás le vendría dado por añadidura.

martes, 4 de septiembre de 2012

HESSE 72


El milagro del existir reside en que seamos dueños de una realidad psíquica que, impalpable e inmaterial, ambigua, termina visualizándose y dominando aquella otra tan rotunda y pedestre pero igualmente ambigua.
“Tiéndase en el diván.”
“Esta es una hora de la mañana muy rara para dormir.”
“Entonces, sueñe.”
Charlatana, bastará con un poco de litio.

Representar la realidad en el arte es el símil; recrearla (o inventarla) es la metáfora.
El símbolo es una metáfora gastada por el uso, se ha iconizado de tal modo que carece de relevancia intelectual… Aunque en su carácter de imagen “simplifique” mucho las cosas.

¿Cuál es el coeficiente de esta obra, el precio a pagar por la confusión que promueve?
La angustia, la incredulidad, la risa, la burla, el desprecio…

¿Dónde estás Atlántida? ¿Dónde se esconden las épocas cuando la justicia, la belleza y la poesía eran cosas de los hombres y no de los dioses y sus trágicos caprichos?
Durmamos milenios, pues, antes de despertar de nuevo.
Hart Crane, destrozado por las hélices del buque nocturno, tampoco pudo yacer dormido entre guirnaldas de coral en el fondo del océano.
O la nada, o mis propios símbolos
Y en las jornadas de mayor fatiga, la mera alusión.
Pertenezco a los clanes.
Símbolo-concepto.
No traduce lo real (las apariencias que te rodean, que pueden no ser más que figuraciones), tampoco precisa del símbolo para escenificar conceptos: son éstos los que expone a la luz: enmarañados, indescifrables, reales.
¿Qué es? = ¿Cómo es?
El camino a la verdad en términos eminentemente plásticos no ha de ser necesariamente puro.
Quizás sea escabroso…
Porque piensa en cosas y situaciones imposibles de representar, hace posible los escenarios para su memoria.
Adelante, guadaña.
Toda verdadera creación es ruptura. Y aquel que, en tanto creador crea, aunque sea lo incomprensible, es benéfico. Lo contrario de crear, hacer simplemente arte, es una terapia para desalmados, aburridos o farsantes.
Soy inocente, se dice aguardando como recompensa la eternidad: uno de los mayores logros a los que puede allegar una obra artística se da en mi trabajo: en él no se aprecia la menor señal de “destreza”.
Enfrentada a lo desconocido (pues todo lo era ya, hasta los objetos más familiares había adquirido una dimensión desconocida y morbosa, aquella tan brutal que los convertía en sobrevivientes y perdurables a ella misma), se le hacía difícil creerlo, pero ahora empezaba a pensar que también ella era una entendida en sombras, ella, que amaba la luz sobre todas las cosas.

Dra. P.: “Está usted encerrada en una mazmorra y aún me pide que la encadene… ¿De qué huye? Por mucho que se esconda y se encierre en sí misma tiene usted el enemigo dentro de casa.”
Eres La Gran Neurótica, así que debemos hacerte caso. Te escuchamos y contemplamos con místico arrobo tu obra que ahora comprendemos en su totalidad. Hemos accedido a sus cámaras secretas, y es lo que allí descubrimos lo que nos capacita para entender las corrupciones del alma, de todas las almas, la cloaca humana y sus aguas negras.
Tus obras son la vía que, al igual que los sueños, nos transportan al Gran Secreto.
Pero, qué dilema.
¿Quién eres tú, el sueño o la paciente?
A través de tu obra, herramienta capaz de horadar la más espesa oscuridad, averiguamos quien eres… ¿o eres tú el sueño a partir del cual adivinamos y analizamos la tragedia y el chasco sensacional que configuran los trastos expuestos en la galería?
¿Cuándo acaeció la fractura? ¿Cuándo remedas a cualquiera de los dioses y hurgas en los “porqués” atisbando por las grietas de un espíritu demasiado alerta?
¿Cuál es la ganancia?
Nada has ganado. Ni siquiera la libertad del bosque, el sexo o el sueño bruto del saciado.
Tal vez la muerte a la par que te endosó la fama te libró de las recetas diabólicas de los inhibidores químicos: veinte pastillas diarias de antidepresivos y descargas de 80 voltios durante un par de electroshocks cada quince días, suficiente para que en unos años tu memoria acabe siendo la del simio.
Si hubieras sido un animal feliz, manso y honrado... tu sola casa hubiera sido el cielo y sus estrellas, la tierra y el agua, la pitanza del santo. Eso sería todo para sonsacarle los secretos a la bruja y después cortarle la cabeza sin padecer el menor remordimiento. Deja la conciencia en paz. ¿Acaso sacas algo en limpio por empecinarte en desentrañar con la mayor literalidad posible lo que se cuece en un mecanismo en el que la clave esencial no es sino un puñado de reacciones químicas, una metabólica tan ciega como efectiva, sea en el dedo gordo de un pie o en el cerebro? Basta con una interpretación del mundo meramente aparencial, incluso lata y hasta grosera. Las carcajadas sonoras y pedorras del banquete de Gargantúa sepultan los remilgos caballerosos y sacrificados de don Quijote a quien, animado por su espíritu elucubrador y metafísico, ingenuo él, le bastan un chusco de pan, un trozo de queso rancio y un trago del vino peleón de la bota del buen Sancho para andar el mundo y enumerar sus sortilegios.
Metafísico estáis. Es que no como.
La verdadera quebradura te vendrá por asalto. No anticipes la angustia. El mundo ha de resquebrajarse bajo el peso de tus pies. Todo será hecho añicos entonces.
Entretanto, manipula significantes (pues tienen su belleza).

Son las averías físicas las que hay que atajar de plano. Ellas tampoco negocian contigo. Una tetraplejía te inmoviliza sin remedio. Un tumor puede vencerte. También tú puedes librar una batalla victoriosa y ganar por la mano a un cuerpo corrupto y desgraciado. ¿Cómo? Avanzando a galope hacia el enemigo en una carga que no tiene vuelta atrás: 3 dosis de morfina que te administra un buen samaritano. Un Asclepio como los de antes.
A rodar.

Nadie es neutral. Nadie puede ser neutral. “No lo entiendo, pero lo acepto.” Miente. Su credulidad se basa en una buena educación. Quizás en la astucia del cortesano. Al no entenderlo ya no es neutral. Ahí hay un conflicto, que rehúye por sabio, cobarde o complacencia social. Baja los brazos en señal de paz, pero en su ánimo priva la duda, la ofensa silenciada hacia una obra de la que desconfía por desconocida y misteriosa. Por lo demás, el artista, farsante o no, siempre termina interpretando su papel, su riesgo: él se expone. Y sin la certeza de un beneficio.

Ante el vacío se extiende invisible el corazón absoluto. Quieres llegar a su núcleo porque ya está ahí. Manos a la obra. Sus materiales para hacer visible lo invisible son tan concretos y nuevos que en ella como creadora sólo existe, de haberlo, el plagio a los dioses. Nada a su alrededor le invita a una benéfica inspiración. Es ella y sus fobias.

domingo, 2 de septiembre de 2012

HESSE 71


Hay diferencias”, le dijo el judío de Williamsburg mirándola atentamente.
Ella sostenía la mirada y escondía su perplejidad.
Admiraba en sus solitarios recorridos por las calles transversales de la Quinta Avenida, un poco más debajo de Union Square, esas casas de ladrillo rojo o gris con las pequeñas escalinatas de piedra que conducen a las puertas sólidas y elegantes. Pero en su interior sólo imaginaba bibliotecas y ningún ser humano.

Y otro día deja atrás el zoo. Se aventura todavía más, hasta la 155 a la altura de Broadway que en su interminable trazado ya sólo es una calle sin gracia y como una postal inquietante de una Nueva York gris y desangelada a pesar de su aparente normalidad acechante. Tal vez el edificio de hechuras neoclásicas aparezca como un insólito paquebote mineral en medio de una periferia neoyorquina sin el esplendor callejero de más al sur. Vetusto y patético por su anclaje disparatado, al contemplarlo no puede por menos de pensarse un interior lleno de polvo, maderas viejas y penumbras atosigantes. Incrédulo, avanza hasta la entrada. Unos pocos minutos después descubrirá que el rancio edificio no es el miserable candil de luz del poema, sino que, cual una inmensa caja de caudales repleta de incontables tesoros, en la solitaria decrepitud de sus salas brillan los oros más resplandecientes: Goya, Velázquez, las primeras ediciones del Lazarillo, la Celestina, el Quijote de 1605, los dorados más cegadores de las tablas medievales españolas y la reciedumbre de sus tallas… 

Ray: “Sabes, yo nunca perdería ni un solo minuto escribiendo un maldito libro si no supiera de antemano que iban a venderse decenas de miles de ejemplares.”
Observo (y descubro posteriormente al pasar sus páginas) una edición (1951) apenas manoseada de The Necessary Angel de Wallace Stevens colocada encima de una pila de revistas viejas junto al mostrador, al alcance de cualquiera por unos míseros dólares:
“Pero tú tampoco quieres hacerte rico vendiendo libros…”
“Porque no los he escrito yo.”
“Bueno, ése también es mi lema: escribir y cobrar.”
“Tal vez lo sea. Pero te esfuerzas poco por ocultarlo. Sólo afanas unos centavos por ello.”
En efecto, negro, deberías escribir sobre niños que tienen un perro al que adiestran para convertirlo en una máquina de matar, tipos que beben un par de botellas de whisky al día y abofetean a una rubia tonta del bote, jovencitas de expresión angelical entregadas al onanismo más salvaje al atardecer, amas de casa aburridas con un revólver escondido debajo de la almohada e inventar de vez en cuando reportajes sobre asesinatos de ancianitas millonarias o museos inexistentes de cadáveres varios y venderlos al mejor postor.
Más te valiera.

Pero ella también tenía algo que raramente se aprecia en una artista de su época: sentido del humor.
No perdía demasiado el tiempo (a decir verdad, ni un solo minuto) lamentándose de que su mundo era un mundo de hombres: su obra contenía suficiente vitriolo para aniquilar a ambos géneros a la vez.
En fin, era una artista con pretensiones. Una ambición que, en aquellos magníficos años 50, era algo sumamente fácil de pisotear.