miércoles, 23 de mayo de 2012

HESSE 62


Florece la tierra bajo el sol de mayo (atrás el abril siempre cruel). 
Invadidas las calles por el aroma primaveral y las renacidas copas de los árboles, limpias y verdes por la lluvia nocturna. Piensa (tú, cómplice que ves aún y mueves la lengua y miras a lo lejos, superviviente dicharachero y garrulo) que todo en torno a ti parecía anunciar un acto de renacimiento pagano y magnífico, de consagración con los mejores dones de la existencia. Y el estrépito del tráfico, las moles de cemento, ladrillo y cristal y las aceras atestadas no eran suficientes para oscurecer las galas, aún tan evanescentes, de una primavera neoyorquina en plena sazón. De nuevo la fragancia de la cálida brisa, las mañanas de clara transparencia, las tardes doradas e inacabables. E incluso en esa escenografía mareante de ruido y bullicio, en el gran ciclo de inmutable retorno, a despecho de su modernidad, se hermanan la festividad y la tragedia año tras año. Así, nosotros, perseguimos inconscientes las huellas de un porvenir siempre inasible. La perdurable rotación nada sabe de los afanes y temores de los seres humanos, de su ingenua vanidad y deseos de una posteridad que mitigue su drástica desaparición.
Y, de ese modo, indefensos e inútiles, atrapados en ese vaivén colosal del planeta, nos trasladamos por el cosmos de milagro en milagro, movidos por la fe en lo desconocido, la inteligencia o el instinto. 

Jugamos.

¿Qué podrías decir de mí?
“Hesse vivió y luchó y perdió la batalla y después la guerra. Físicas en sentido estricto. 
Vivió sin misterios. Como su obra, que no los tiene. Adiós.
Pocos años fueron.
En realidad, era como si hubiese vivido cien años. Hizo todo lo que tenía hacer en sus treinta y cuatro años de vida, que era exactamente igual que lo que hubiera hecho en mil años. Era lo que creía que tenía que hacer. No fue en vano. Desde el principio ella se atrevió a fracasar, y eso hace distintos y valiosos a aquéllos que dejan a sus herederos tan mortales como ellos mismos una preciosa llave con las que ir abriendo las puertas del futuro. Como sabía lo que deseaba con todas sus fuerzas, llevó a cabo con éxito todo aquello que el tiempo le dejó emprender. Nunca temió el fracaso. Ella hubiera aprendido perfectamente a vivir en él.
Y ése fue el hermoso secreto de su obra y de su existencia como artista: no tenía nada que perder. Podía arriesgar todo cuanto quisiera.

Doble contra sencillo.
Cara o cruz.
Y la moneda de reluciente oro, antiguo como una estrella llena de luz, desciende en el aire, cae despacio, muy despacio… hasta que llega al suelo.
Cruz.
Has perdido.
Y qué.
A fin de cuentas, ¿no se pierde la vida?”

lunes, 21 de mayo de 2012

HESSE 61

Todo lo mira de cerca. Es la directora de la función. Maneja a dos manos el espectáculo. La mandamás de la pista. Nada se le escapa bajo la carpa del circo: leones y payasos, funámbulos y forzudos, todos bailan al son de los trallazos del látigo invisible. “Queridos niños, La Gran Obra de Arte del Mundo…”
Pegado al ojo el visor que todo lo delata. ¿Y qué objetivo empleamos? ¿Qué tal un 50? No… un 75, va a resistir un primer plano. Salvo las ilusiones y el truco intrínsecos del arte, nada hay de engañifa en las piezas expuestas a vuestros ojos… ¡siempre infantiles! Acerquémonos todo lo que podamos, palpemos sin timidez su materia.
“Al arte del siglo XXI ya no le quedará ni siquiera el derecho al desafío, ni provocará desconcierto… Acaso el asombro ante la conquista del desprecio y la insolencia… ¡ya etiquetados e institucionalizados!”

Exactamente lo mismo que acaecerá a la literatura…
¿Qué me dices de la novela negra?
¿Es éso lo que ves a través del visor?
El mundo real nada tiene de telescópico, sus encuadres abarcan mucho más allá de los límites de tu pantalla imaginaria. En fin… todos los grandes escritores terminan sin afeitar, en pijama, con molestias gastrointestinales, huraños y aburridos leyendo  novelas policíacas, bebiendo whisky con agua y disimulando su estupor de viejos.

Los cincuenta. Por el Village todavía era posible escuchar a un pianista en algunos bares.
En el principio, una chaqueta de mezclilla con coderas, una corbata de pana y unos pantalones de sarga, las gafas con montura de concha están bien… y la pipa defiende lo suyo, en especial cuando uno asiste a cursos estrafalarios sobre técnicas narrativas y otra, cualquiera de ellas con suéter negro de cuello de cisne, trenca de paño escocés y silencios harto significativos, recién salida de La Escuela de Arte Dramático de Yale, vacila sobre cuál de los clásicos griegos es más susceptible de zarandear en una puesta de escena “absolutamente revolucionaria”.

El Acompañante, que se ha autonominado del mismo jaez que el grupo de artistas a su alrededor, está ardiendo de los pies a la cabeza. He bebido demasiado. El sol se abalanza sin misericordia sobre las cabezas y los cuerpos prácticamente desnudos de los conversadores: julio de 1970, media docena de Futuros Consagrados Minimalistas sentados en torno a una mesa ovalada ¡sin sombrilla! picotean fruslerías y beben cerveza tibia. Se hallan en la azotea de un edificio de apartamentos de la calle 52, casi al borde del East River. La tarde ya envuelta en los dorados y rojeces que salvan el Hudson y llegan hasta Manhattan está a punto de ser vomitada desde el estómago de El Silencioso Amigo de La Genio Recientemente Desaparecida. “Muchacho, estás punto de empezar a volar como un globo.” “Una sola palabra más –un sorbo más de cerveza caliente- y verás lo que es bueno, artista-intelectual-recepcionista.”
“Un globo encendido con el peor de los combustibles: la divagación.”
“No la cambiaría por tus neones, maldito cabrón”, farfulla.
Al rato, escapa a la calle.
Y, ahora, ¿cómo llega a casa?
A bandazos.
Hesse, su memoria emocionada, las traiciones parlantes de hace unas horas, se han disuelto en el aire quemante de las aceras con olor a cuarto oscuro, a agua sucia, a piedra y gasolina. La grisura asfixiante está a punto de ser vencida por la noche que no ha de traer la refrescante calma.
“El secreto”, balbucea para sus adentros, en pleno vértigo, con la mayor fidelidad hacia la judía y sus teoremas, “no exige discreción o disimulo… Basta con el silencio.”
Que él ha traicionado alardeando de pasadas complicidades, desvelando miserablemente secretas confidencias.
Antes de desaparecer por la boca del metro, tropieza con una recua de perros monstruosos que arrastran de las correas a un tipo rechoncho y sudoroso vestido de librea verde con rayas rojas a los lados y una gorra de plato del mismo tenor encasquetada en la cabeza.
Cae al suelo. Y ya no cesa de reír como un payaso, entre lágrimas de asco y de miedo, rodeado de perros de dueños ricos que, sin dejar de ladrar, a punto están de levantar una pata y mear sobre él.

Escribe o crea: en el fondo se trata de forjar un molde de la nada que permita en lo sucesivo partir de unas características intrínsecas, novedosas, ignotas hasta ese momento o incluso en el de después. Cuestiona la definición de lo que haces, sé un poco burlón y wittgensteniano con los fundamentos previsibles de tu quehacer divino: sé bastante chapucero… o loco (aun dentro de un orden seriado).

Ella negaba. El otro la confundía. Una mística, y no debería importarle. Pero la artista no lo aceptaba. ¿Qué clase de obscenidad cultural era aquélla?
¿Acaso no mudaron el lenguaje a lo ininteligible los místicos españoles? Metaforizaban pensamientos, sentimientos y temores, ansias y decires, secretos, la memoria…
Traducían a jerigonza artificiosa la carne y el éxtasis. Se entregaban a un oscurantismo que hacía que al final la prosa y el verso brillasen como el oro. Lanceados por el fervor arrojaban la literalidad al cubo de la basura, al rincón más ignorado de la celda monacal, y se complacían en un deliquio que celebraba todo tipo de incorrecciones gramaticales y de forzamientos lingüísticos. En el fondo, querida, muy parecidos a la heterodoxa que eres tú, aunque aquellos no apelaran a lo estrafalario. La fusión con el dios invisible, con el absoluto, o con la nada más esencial de la muerte, aquello que nos abrazaba antes del nacimiento. También eso es el arte, bucear en la nada, en lo que aún carece de palabras. Al menos el verdadero arte…
“Esta mujer inquieta y andariega…”
Esta fémina… descalza.
Su arte es fractal de una obra mayor que escapa a definiciones.
El vacío. La nada. El abismo. En 1965, antes de partir a la patria de origen, espía a los contrincantes. En Pace Gallery: el artista, serio, de mirada penetrante, parecía desmentir con su obra la frivolidad de su descendencia del Finish Fetish, una subcultura de ociosos de Los Angeles. Aquel arte aboca a lo desnudo.
A la todavía alumna, acólita y muda, algo intrigante en todo ello termina inquietándola: unos cubos de cristal vacíos, transparentes, de rara profundidad, expresan la “nada”, el no-ser que ella, unos años después, administraría sabiamente a su vuelta de la factoría germana llena de máquinas rotas, hierros retorcidos y los óxido metálicos del desecho, aquella nave industrial abandonada que sería su camino de Damasco.

Jazz, polirritmos, travesuras, disonancias, blasfemias, roturas…

Acero y magnesio: C.A. Pero no es la fórmula lo que sotiene la simplicidad. Se trata de plástica. En cuanto el discurso, de no acogerse a una inoperancia voluntaria, decidida, cada material te hace expresar de una manera distinta. Se descubre enseguida. Uno no es sino un medium en esto de la “cosa del arte”.

No son nada inocentes. El espectador infama o se mofa de lo que ve y de lo que asiste en silencio, oculta sus vicios de origen, sus malformaciones, sus ascos y malas apetencias. Es un bicho difícil de contentar, pero suele disimularlo bajo una sonrisa de complicidad y suficiencia de converso algo peligrosa: “En realidad la gente es recia a la transgresión, pero no a las perversiones”, le dice convencido El Analista.
1/. Carl Andre, 1968: dispuestas las delgadas láminas de acero y cobre sobre el suelo de la galería, ninguno de los visitantes se decidía a traspasar el umbral de la sala  y pisarlas (pues esa intención albergaba el escultor al disponerlas de tal modo), desconcertados quedaban a la puerta, estirando el cuello para atisbar más allá de la entrada, sin atreverse a dar el paso definitivo.
2/. La joven intérprete de la perfomance vestida con una simple túnica, toma asiento en mitad de la galería. La luz de los focos,  todos completamente encendidos, caen como una cascada sobre ella. Algunos cubos de pintura, botellas de agua, cajas, objetos diversos y herramientas como pinceles, tijeras, brochas, pinzas, cuerdas etcétera, se hallan a un lado. Medio centenar de personas rodean a la artista. Suena una sirena. Se hace un silencio absoluto. La voz de la artista se escucha clara y precisa: “Durante una hora cualquiera de ustedes puede hacer conmigo lo que le venga en gana, todo está permitido. Sólo soy una víctima: la suya.” Paulatinamente, los focos atenúan la potencia lumínica hasta envolver el interior de la galería en una semipenumbra. Luego de unos instantes de silencio, se oyen algunas risas. Los presentes se propinan codazos divertidos, se dirigen miradas de connivencia, comentan entre ellos… Parece que los espectadores se van a limitar a observar todo el rato a la artista sedente, que no se mueve un ápice de su asiento. Pero de improviso, una adolescente se acerca a los cubos de pintura, elige una brocha y la embadurna de color azul. Sin dejar de reír se aproxima a la “víctima” y le unta parte de la túnica con la pintura. Luego, deja caer la brocha y se aleja corriendo hasta el corro de gente. Un hombre de mediana edad se inclina unos segundos sobre los objetos ordenados a un lado; taciturno, amenazador, parece elegir cuidadosamente… A lo largo de los cuarenta minutos siguientes la artista soportaría afrentas, humillaciones y agresiones tales como: cortes de pelo, brochazos, roturas de la túnica (una de ellas dejaba ver por entero uno de los caudalosos senos), golpes y manotazos, besos, empujones, burlas, pellizcos, tocamientos, ataduras, maquillajes, órdenes sucesivas (y a veces hasta simultáneas) de levantarse de la silla, tenderse en el suelo, poner los brazos en cruz, pintarse las piernas (una de color rojo y otra de verde), gritar, reír, bailar, llorar, andar en círculo, levantarse el borde de la túnica hasta el pubis, recitar una poesía, golpearse a sí misma… La estridencia de la sirena pone fin al espectáculo apagando la risa unánime, al tiempo que la luz de los focos torna a adquirir toda su potencia. Bajo la cruel iluminación el escenario resulta ahora aterrador: caída y sucia en el suelo manchado de múltiples goterones y huellas de zapatos sobre la pintura derramada, pero con los ojos abiertos dirigidos a los rostros de sus torturadores, la artista ultrajada ha cobrado de nuevo su dimensión humana, ya no semeja la marioneta desmadejada de momentos antes ni depara el carácter objetual plástico que les dio por creer a sus ejecutantes por un día, mientras a su alrededor se esparcen en completo desorden la silla volcada, charcos de agua turbia, objetos, cajas, cubos, cuerdas y brochas, los regueros del acrílico. Con suma rapidez gran parte de los espectadores, hasta hace escasos momentos divertidos colaboradores estéticos, huyen hacia la salida en tanto que otros, aún sin moverse, desvían la vista de victimarios avergonzados, revelados a un tiempo por la terrible luz de la realidad y la indefensión de su víctima de carne y hueso.  
Fundido.
Tiene el arte moderno un potente y diáfano claroscuro, un contraste diríamos… xilográfico. Berlinale prenazi, entre la inflación y el gran expresionismo, los misterios y la invencible embriaguez de la urbe moderna, pecadora y fascinante, en donde tamaña república alienta culturas, despropósitos, refinamientos y el señor Hitler, el acuarelista, deambula por las calles con el estómago vacío y los frescos de Miguel Angel en su cerebro demoníaco.

Una plancha de cinc, otra de aluminio, otra de cobre y aun otra de acero. Una escultura plana, atentatoria, bidimensional por la sola oposición a la pintura informalista texturada y granulosa. Y otro deslizaba hilos de metal coloreado desde los techos de la galería de la calle 57, cercaba regiones, acotaba sutilmente espacios imaginarios, de no muy fácil traspasar a despecho de la liviandad de sus muros.

Como orando: el mito frente a la matemática. He ahí el reto de la posminimalista.

“Levanto la traza gótica, las religiones desnudas”, le decía el nuevo artista de la “nada”.
Y ella le hablaba de los “castillos interiores”.

lunes, 7 de mayo de 2012

HESSE 60

Habrá un retroceso hacia el azul: volvemos al origen.

Una artista (que no un artista): por la herida abierta salen a la luz las imaginaciones. La llaga sangrante de la santa.

Lucy en España.
Envía postales, impresiones escritas al dorso de fotografías convencionales. Los sellos, coloristas y vistosos, reproducciones de cuadros antiguos o grabados de ciudades, monumentos y ruinas, esculturas y retratos de eminentes personajes, ya son como las ventanillas por donde atisbar un paisaje extranjero ignoto y fascinante. L. registra un hecho digno de señalar: no es la curiosidad lo que mueve al turista (por así llamarlo) a perder el tiempo por calles y edificios desconocidos, sino la necesidad de sentir “la ausencia de sí mismo” a tenor de la extrañeza que nos inspira otra forma de vivir que, dicho sea de paso, sólo es una (no dejes de respirar mientras estés viva) en todas partes. Nos traicionamos, y he aquí que, hasta con crueldad, ayudamos a sacar al exterior otro ser que se complaciera en vivir de forma diferente a lo que somos en parajes y ciudades tan distintos y a los que nunca más volveremos. En Almería Andre andaba con “alpargatas”, y eso le hacía ser muy feliz. Sol, en Valencia, acarreaba eufórico de un lado a otro un pesado trasto de alfarería popular que había comprado en un mercadillo callejero. Recorriendo las galerías de El Prado, L. mutaba hacia el pasado, añoraba un bagaje cultural y artístico que exigía, a la norteamericana que era ella, desear a la vez un milenio de grandezas y miserias históricas enroscadas como sierpes en torno a su identidad: “Me sentí totalmente inferior, una neoyorquina paleta disfrazada de moderna…” En todo caso, hay algo de maligno en todo esto, de sadismo inconsciente: me muestran pedazos de la oportunidad de un futuro que podría ser el mío si no estuviera a punto de morir.

domingo, 6 de mayo de 2012

HESSE 59


Mayo, 1972.
En el MOMA.
No pierdas la calma.
Ella no la perdió. ¡Dos años ya de su muerte!
Y entonces, frente el cuadro español, ya lo sabía todo: una inmensa alegoría.
Quizás la artista del Bowery pensaría: “Aún hay tiempo para todo.”
2012: Lo hubo. Entre todas las telarañas del arte bobo de las tres últimas décadas, tu obra se alza tan intrigante como aquel primer día de la Fischbach.
Es una mañana radiante de luz, todavía fresca.
Un rato en la cola frente al portón posterior del jardín del museo.
Traspasadas las puertas, guardo las entradas que en el futuro atestiguarán este museo, este día, esta luz.
Ante el Guernica. Compendio de un claroscuro español que en Nueva York es algo muy parecido a la nada, como todo lo cinematográfico y lo literario.
Gracias a las ocho fotografías del reportaje de Dora Maar sabemos de su proceso. En un principio, el moribundo que yace a la izquierda del cuadro con un brazo extendido, agonizaba cabeza abajo. En el último momento, Picasso le dio la vuelta: gritaba su muerte al mundo.

Imago Dei: su número exacto vertido sobre el suelo en forma de materia. Indescifrable. Inobjetable.

¿Y el loco, el verdadero loco? El yo muerto en el cuerpo todavía en su andadura biológica: alimentado, defecado, envejeciendo...
Un sin yo (la monstruosidad de un cuerpo sin control ni vergüenzas).
En un cementerio de yoes. Cada uno en su respectiva (y atómica) burbuja de aire.
En El Día de la Resurrección: un vendaval se cuela por las rendijas de puertas y ventanas…
“Y aullaba…”

Crear, había escrito en algún sitio.
Y ahora sin miramientos, sin torpezas realistas. Puesto que me ronda la muerte, todo lo tengo por ganar. Todo es posible ahora como nunca lo fue.
El miedo es una sensación absurda. ¿A qué? En realidad, no es sino la espera de lo inevitable, pero que puede suceder o no. Y tanto una cosa como otra, son inevitables.

Salgo del cine y ella interpela al cabo de unos pasos, olvidando la película fallida de Losey:
-¿Qué sabes de gramática?
-La suficiente para componer una sinfonía.
-Yo puedo estructurar una “película” valiéndome de unos cuantos trastos: sé cómo contar historias aunque… sólo para mí.
-No me interesa la relación causa-efecto. Yo también sabría acompasar distintas partes de un todo sin que la melodía, si es que tiene que haber melodía, sufriera el menor quebranto. Puedo vivir sin normas, al menos aquellas más imprescindibles por arbitrarias, inofensivas y estúpidas, por tanto puedo crear sin normas.
-¿Eso es la gramática?
-Querida, yo soy un filósofo, puesto que no he podido ser un poeta cuando menos regular, y, al igual que tú como artista, puedo despreciar tranquilamente no sólo el lenguaje sino su gramática, su ordenamiento censor que contempla como prioritario la lingüística antes que la creación.

martes, 1 de mayo de 2012

HESSE 58


Atemorizada (comprometida) por la revelación de que sus manos han de huir de lo iterativo en el arte, de la perífrasis abundosa aunque indecente, da comienzo a la fabricación (exactamente, ésa es la palabra) de un lenguaje hacia atrás, un lenguaje azul que retorna a los principios donde la forma era el caos, la suprema imperfección, el caos en estado puro, fusionable. Este arte desprovisto de historia, de frases hechas y significados supuestos, se nutre de enriquecimientos léxicos, de giros modernos y neologismos triviales pero efectivos, de novedosas y fascinantes conspiraciones a la inteligencia. Y al alejarse de usos aburridos y corrompidos por la costumbre o la incuria, su nacimiento es el nacimiento de las estrellas. Eliminado el ornato inevitable que sólo los siglos son capaces de añadir a los primitivos dialectos, liberado de la pesada carga de su acervo, este lenguaje ha de verificar en lo grotesco e indecible de su abecedario el auténtico pensamiento sin una signología previa que interfiera sus voces visuales huyendo a lo rojo cada vez más sobrecargado, al infinito y su silencio oscuro, a lo incógnito.
El azul era simple, sabíamos de dónde procedía.
Así habla el pensamiento, lo que nace de un ser vivo sin abrir la condenada boca tan llena de resabios, mineral y muerta.
La escritura innata de la indefensión, de la desnudez. Un viaje a los antojos del cosmos, una merendola donde nacen las galaxias, los elementos pesados y la simplicidad se vuelve loca.
He aquí el dibujo de la extrañeza.
Nunca sabemos adonde huye el rojo.
He aquí el dibujo de la metamorfosis: la cópula de la materia con la antimateria: las imágenes de un cerebro no-físico.
He ahí el principio sin supuestos ni figuraciones.
Ya que dibuja pensamientos, esculpe los espacios y construye las formas ocultas sólo secretas por hallarse encerradas en la mazmorra craneal, pues…
Podemos empezar.