Asesina a Caronte; hunde la barca en esas aguas
densas…
Ve allí, lejos de la ribera…
Desde Marte, buenos días.
En esta fecha, 1 de junio de 1970, no estoy
demasiado alejada de la Tierra, a unos sesenta millones de kilómetros; el año
próximo estaré algo más cerca, unos cincuenta millones, lo que aumenta las
posibilidades de que podamos vernos y saludarnos con la mano.
Te veo desde Marte.
Marte es un mundo extraño. Como puede serlo
cualquier lugar desconocido y desierto que aún no conozcas de la Tierra.
Marte es el lugar donde vive ese tipo que no
entiendes.
Marte es ese desván donde ocultas los trastos.
Marte es lo que escondes debajo de la cama.
Marte es el diccionario donde se hallan las
palabras que aún no has oído.
En Marte es donde aguarda aquello que aún no
has imaginado (pero que algún día podrás vislumbrar).
Marte es la barraca de feria donde puedes
exhibir los monstruos sin el menor escrúpulo.
Marte es el País de las Ocurrencias
Estrafalarias.
Marte es el grado cero de la evolución: nadie
sabe todavía si ha habido allí un pasado o tiene un futuro.
Marte es el otro lado de tu cerebro.
Te asombrarías de escuchar tu propia voz en
Marte.
Te caerías de espaldas si vieras tu imagen en
los espejos bermellones.
Marte puedes estar al lado de tu casa, a la
vuelta de la esquina.
A lo mejor incluso al final del pasillo, en una
de las habitaciones del fondo, donde duerme la criada.
Marte es un mundo inexplorado.
Sólo tienes que empezar a buscarlo.
Y para andar sobre su llamativa corteza de
óxido sólo tienes que aprender a dejar de respirar. Y andar un poco más de
prisa: todo es más lento aquí.
Más allá del horizonte marciano se alarga la
noche cósmica donde la mirada humana es incapaz de penetrar, donde la Tierra es
un mínimo punto con deslizamiento al azul apenas luminoso de ínfima magnitud,
roca, tierra y agua aisladas en el vasto mar oscuro, una mota pegada a la lente
de un telescopio marciano, como una bola náufraga y microscópica a la que nadie
pudiera oír: en esa insignificancia mayúscula
se hallan vuestras ambiciones y soberbias, los engaños y los afanes, vuestra
ridícula insolencia de seres finitos, inapreciables e invisibles a los ojos del
universo: sois del todo desdeñables y mínimos en tan grandiosa negritud.
En Marte una tiene un poco más de tiempo: 40
minutos de más al día para ponerlo todo del revés.
Y para sentirte de veras una marciana auténtica
(cual es mi caso) debes descubrir nuevos colores, nuevas formas, sabias
combinaciones:
No regirá tu vida mandamiento ninguno
No amarás por encima de nadie a ningún dios
Utilizarás en vano los nombre de quienes te
vengan en gana
No harás daño a nadie
No permitirás que nadie te haga daño a ti.
El arte de Marte requiere la ilusión óptica:
verás lo que quieras ver, inventarás su nomenclatura y sancionarás la
legitimidad de cualesquiera de tus antojos.
El arte tiene su tiempo, su ritmo, impone una
cadencia: va a su aire. En Marte las cosas no son como deberían ser o, al
menos, como deberían ser en la Tierra. En Marte la exigencia mayor es que seas
extravagante (verde cronopio y con calcetines a rayas y el ojo derecho al
tuntún).
En Marte todo es una ilusión. Y no sólo óptica alterada por la física. Hay más, mucho más, de lo que partece a simple vista.
Una cadencia intuitiva.
Y en cuanto a las formas de vida… Basta con que
las imagines con los materiales que te plazcan y las configures al estilo que
mejor se acomode a tus emociones, sentimientos, pensamientos, temores,
alegrías, premoniciones, rarezas, engaños, ambición, esperanzas…
Y Marte es donde los sueños se cumplen: no
lejos de mi gruta, abierta entre los canales de Nylosirtis y Nephentes y en
cuyas paredes rojas dibujo mis escenas de caza (con pigmentos rojos,
naturalmente), se hallan los restos del aparato terminado de construir por el
señor Robert Hutchings Goddard veinte años atrás con el que consiguió llegar
hasta aquí desde lo alto de un cerezo, cuando adolescente, encaramado sobre sus
ramas, miraba hipnotizado el guiño rojizo del planeta misterioso.
Buenas noches desde Marte, y atentos a la
sorpresa.