jueves, 28 de febrero de 2013

HESSE 103

Dios ha bajado a su habitación esta noche. Lo tiene ahí, a su lado, al pie del lecho donde yace moribunda, y a pesar de la oscuridad distingue perfectamente sus ojos luminosos: sostiene la mirada de tan tremendo personaje sin pestañear, retadora, sin que el velo del reproche o del desprecio apague sus pupilas encendidas por la fiebre terminal. Sólo lo desafía hasta el fin de la eternidad, hasta el fin de esa noche, a descubrir quien de los dos es más justo, él o ella.

jueves, 21 de febrero de 2013

HESSE 102


En la fábrica del desecho y la ruina metálica, donde las antiguas máquinas devienen gigantesca escoria y a despecho de la solidez de su materia semejan una fantasmagoría, la maga adivina transmutaciones, concibe desusadas mudanzas. Esos despojos materiales que contempla en derredor sumida en el crepúsculo frío y acerado son las guerras del pasado, el humo de los sacrificios, la tortura y el exterminio, el dolor del cuerpo, el grito del suicida, la desolación, tu destino infausto, la noche que también se abalanza ahora en ese lugar de malos olores y descomunales cachivaches.
El dolor del cuerpo… que vivo parece no ser sólo huesos y carne y el arroyo itinerante de la sangre. El cuerpo como materia despojado de su representación, de su habla, hasta de su mismo pensamiento: ese inmenso antro de antiguo ajetreo férrico es un buen escondite para tal encarnadura sorda y muda, esa iglesia de humedades y roñas, de moho y orín podría enclaustrarlo a modo de metáfora y enredarlo entre los otros trastos del óxido. Así lo piensa la artista en ese temible atardecer herrumbroso donde ya la luz se hace mugre.
Afuera el viento gira en pequeños remolinos. Parece que va a llover de un momento a otro. La tierra que pisa, blanda y cubierta a trechos por una vegetación salvaje, le infunde, sin saber por qué, un optimismo que le parece raro, puesto que, acaba pensando, todo comienza a ser demasiado reciente.
Al igual que siempre, la noche se hizo repentina, como si alguien cerrara de golpe la puerta de la luz.
Busca en la oscuridad el camino de vuelta.
Los faros amarillos de un coche le indicaron la carretera que llevaba a la ciudad. Justo entonces se puso a llover y el optimismo que sentía de manera incomprensible, y del que continuaba ignorando la razón, aún se intensificó más.
A la mañana siguiente, de bruma y de frío horrendo, ella ya estaba en la fábrica calzada con botas de agua merodeando entre dinosaurios metálicos y hierros despedazados, extrañada ante la furiosa carcoma que corroía piezas de motor y el caucho de las viejas ruedas de camión abandonadas en las esquinas. Enfundó las manos en unos grandes guantes de cuero y sin vacilar un instante empezó a seleccionar restos de aquel pecio fabril donde la tuerca y los pedazos de vidrio se entremezclaban con láminas de acero, partes de una maquinaria indescifrable y herramientas dañadas de las que nunca pudo adivinar su uso.
En su mente, que era la que realmente gobernaba los ojos, las formas se disolvían en pretextos plásticos para, escudriñando dentro de sí, transformarlas en monstruosos átomos de sus emociones y miedos, transferencias sentimentales y regresos al pasado. En ese momento era la más pura de los informalistas: una espeleóloga que se abisma en la caverna de lo intuitivo para sin el menor escrúpulo allegar a una dudosa estética objetual tan arbitraria como excéntrica.
La estética del desperdicio, del material de desecho. La estética de la gasolina, propuso uno, que pudiera prenderle fuego a los años de confusión de antes y a los de ahora, redimir todas las eras de plagios, repeticiones y meras complacencias técnicas.
El arte de la pobreza exige un sustancioso billete por su eucarístico espectáculo, arte de brujería allí donde el trasto se transubstancia en reliquia museable.
Como por arte de magia, dijo otro.
Panen et vino. Con tan poco se alza una religión en lo más profundo del alma de los observantes.
¿Tan pobre eres que no puedes comprar óleo?
¿Tan pobre eres que no puedes comprar arcilla?
Un bosque de materiales insospechados se extiende frente a ti. Una heterogeneidad objetual capaz de abrumar al más pintado se yergue prometedora y golosa en los escaparates de la compraventa estética.
Un nuevo sentido incendia los procesos iniciales del arte, transfigura los contornos y la materia del objeto y lo convierte en palabra de dios. Creed en mí: “La fe os salvará”, afirma con los ojos cerrados y beatífica postura El Gran Artista Moderno, sumo sacerdote de estas nuevas misas negras investido por La Gracia de la Nada.
Amén.
¿Tan pobre eres que trabajas en procesos más que en finales?
¿Tan pobre eres que la corporeidad tan sólo es el entramado visual del misterio?
¿Tan pobres somos que nos dejas con nada entre las manos?
En aquel frío y hostil atardecer de Düsseldorf te fue descubierta la manera de hacer invisible el arte por medio de lo más evidente y tosco, lo más llamativo e innegable: la materia prosaica de un mundo industrial y técnico que jamás nadie pudiera concebir como afín a las cosas y casos de lo estético. La podredumbre como verbo, el verbo.
El discurso (o la oración) se vertebra desde lo más tangible para al final hacerse ininteligible aparencialmente a la vez que, a despecho de su estupor, revelar en el espectador (sólo en él) significados personales e intransferibles: cree en lo que quieras.
Ha descubierto la fragilidad del papel; la mentira del color; la arbitrariedad de la forma; lo simplemente artesano del proceso; lo indeterminado de la materia.
“Todo arte figurativo es una traducción más o menos atrevida, con mayor o menor acierto”, se dice admirada, y después de un rato de mantener fija la mirada en un punto de la pared desnuda, concluye: “Carece de lenguaje.”
El rey en su tesoro.
El tesoro de Montecristo en esa gruta de óxidos y metales, abandonada al viento y a la lluvia, a la intemperie de la degradación. Ningún cancerbero la guardaba:
ENTRADA LIBRE.
Se lanza a manos llenas. Sin contemplaciones. Respira a pleno pulmón aquel aire viciado de aceros viejos y hierros corrompidos. Hasta la penumbra sólida y eterna de ese sitio le agrada. Ella no necesita la luz como un vulgar pintamonas. Le basta con sus manos y la imaginación.
En el comienzo de este arte, todo es gratis. Elige de entre lo dado graciosamente, sin que ese valioso utillaje pida nada a cambio. No hay ordalías por el medio. Se desafía a sí misma. Eso excluye todo tipo de explicaciones.
Una decisión excluyente.
Fui pordiosera a la puerta de Dios.
Aquello, aquel montón de chatarra semántica, tenía un sentido en el interior de su cabeza; aún sin precisión, pero lo tenía. Un caudal de significados pugnaba por materializarse, todavía idealmente,  a través de unas resoluciones plásticas que exigirían la más simple configuración formal, puesto que no importaba lo que parecieran, ya que sólo eran el pretexto de algo mucho más profundo e inexpresable que repugnaba el intento de allegar a cualquier imagen convencional. Un par de años más tarde, cuando estaba a punto de morir, evocaba aquellas escenas de su memoria murmurando palabras, aspiraba el aire enfermo de los hospitales queriendo acompañar las imágenes del pasado festivo y crucial con aquel primer y duro olor a hierro, a la industria de la materia más tosca y fabril pero también más metafórica.
Fui pordiosera a la puerta de Dios.
Le tendí la mano, y puso algo de limosna. La suficiente.

sábado, 16 de febrero de 2013

HESSE 101


En este día de azul intenso un viento frío con olor a agua salada, como proveniente de un mundo viejo (intuido, infranqueable, invisible) se abate sobre los desfiladeros de piedra, de acero, de luz.
Estás muerta. ¿Sabes lo que eso significa para nosotros?
-Lo desconocido…
Eva Hesse murió ayer.
He quedado mañana con Eva Hesse en la esquina de Crosby Street con Spring… Tomaremos café en O’casey (tal vez vayamos más tarde al Whitney). Me gusta este local. Es una cafetería acogedora y tranquila. Huele a café, a vainilla, a madera limpia. La gente lee, o simplemente con la taza caliente en la mano se distrae mirando a través del ventanal la pacífica vida callejera de afuera. Sí, me gusta estar aquí. Incluso sin un periódico o un libro entre las manos que leer, solitario, fumando cigarrillos sin filtro pausadamente, sin esperar nada. Las camareras son divertidas y maleducadas; sobre todo, imprevisibles.
“¿Quieres más café, encanto? ¿O ya estás deseando levantar el culo de la silla?”
“Llevas toda la tarde atado a esa mesa con el puto libro debajo de las narices y dos tazas de café, ¿me estás esperando a mí, cariño?”
“¿Sólo un café? ¿No tenemos hambre… o no tenemos dinero, chaval?”
“Intentas seducirme, chico? Las sábanas de mi cama cambiarían de color sólo con verte entrar por la puerta.”
“Por más que te miro no descubro tu nombre… ¿Acaso eres un don nadie?”
“Acabo a la nueve, chico solitario, y tú tienes todas las papeletas para invitarme a cenar una “césar” y llevarme a Broadway esta noche.”
Ciudad inventada para el triunfo o la nada, y ambas cosas nos abocan a una realidad inasumible que deja todos los problemas sin solución y las respuestas las pone en almoneda. Mejor ser artista, cerrar los ojos al exterior, aunque mantenerse bien despierto. Justificarse en la extravagancia. Eso excluye las demasiadas componendas que una vida social y urbana exigen no muy graciosamente.
-Qué lacónico, el tío.
-Es que… es artista.
-Ah.
Mirar desde adentro: un embaucador y sus disfraces: no moriré nunca si consigo convencerles de mi condición. Cerrada la boca, habla mi espíritu: lo que veis es el mondongo en lo más hondo de mí mismo.
Capital de la evanescencia.
Lo permanente de ella es ajeno a sus propios habitantes, meros usufructuarios de sus pasadizos y laberintos. Aun viviendo, no hay nadie que no sea un desposeído a cada instante de la ciudad que habita. Su permanencia te precede y te sobrevive, te deja en los huesos, tus cenizas enriquecen su humus de cemento y asfalto.
Tu nombre ya ha sido borrado.
Huye, pues, tú que aún estás a tiempo, hacia dentro de ti mismo...
Ciudad de los anónimos. 
Huir de su atracción de espejuelos y sus desmesuradas verbenas.
Huir de sus esplendores que jamás se dejan atrapar en las manos desnudas.
Huir como alma que lleva el diablo por el West Side Highway a mil millas por hora (o más) seguido por la cacharrería estridente de media docena de coches de la policía de NY y la cámara de un reportero de televisión subido de paquete en una motocicleta… A ti te persiguen, a ti que llevas incrustada en la frente la enseña principal de tu delito (de tu esencia): Contemporary Artist.

viernes, 8 de febrero de 2013

HESSE 100

La penumbra olorosa de los hierros jamás se ha desprendido de su nariz. Años más tarde, aún lleva en la mirada la lóbrega vaciedad metálica de la nave abandonada a su suerte, al aire y a la lluvia, a los destrozos de un tiempo implacable, cuando Beuys en la ciudad de Dusseldorf, en 1965, paseaba la liebre dorada.
Beuys:
Maneras de hacer cuadros. Ser él mismo un cuadro, un proceso de laboriosa mansedumbre. Ser reflejo de una angustia o una flagrante imposibilidad. Con pasos de fieltro y hierro pasea la liebre muerta entre los brazos, la obra como un  cadáver: la cuna de sus manos mece la extravagancia, el proteico discurso. Como un chamán que fabricara espejos (aguas, oros, arena, la materia del tiempo) donde reflejar lo invisible y destapar lo innombrable. El gesto es suficiente: convoca la realidad y la ilusión, su mismo rostro de tierra ya es un arte. Y su mueca de payaso, de oro y miel.
La enferma de hoy se protege del presente pensando en el futuro (lo que está haciendo) y en la edad de hierro del pasado.
La mañana de invierno había amanecido gris y fría, de un frío alemán. Pero no llueve, lo que todavía hace más inhóspito el lugar donde ha de producirse la magnífica epifanía, cerca ya de las horas más oscuras de la tarde: hora de partir.
Entre la herrumbre, indiferente la artista como una estatua al aire gélido que atraviesa las roturas de las ventanas y tropieza inclemente en ella y parece petrificarla aún más, un pensamiento ha detenido sus pasos, una lanzada de inspiración que la inmoviliza con la vista fija en la nada, con los ojos escarbando en el cerebro.
“Yo pintaba”, declarará años después con no poca vergüenza. “Es decir, me equivocaba.”
Y entonces, sucedió. Se inoculó en su mente no la idea, el estilo; no la imagen, sino su calavera, una radiografía mineral que desdeñara las tópicas envolturas.
Se vio en el escenario apropiado, y descubrió los materiales que habían de certificar en lo sucesivo una incursión que mucho tenía de audacia, locura y conquista.
Una tierra prometida:
abrió el cadáver, se arremangó y metió las manos adentro, a lo más hondo, donde yacen las vísceras  y la hediondez, la chatarra perecedera: esta visionaria impulsiva, esta Blake sin colorines y con biblia profana, se impregnaba de los repugnantes jugos y fluidos hasta los codos. Su misticismo se revuelve en las tierras y las aguas más negras.
Una es artista porque no se anda con remilgos. La contención y los melindres en el ejercicio del arte conduce tan sólo a una triste aventura: la de la mediocridad.
Ah vision from afar! Ah rebel form that rent the ancient Heavens!
La promisión no quedaría en vano.
I see thee in thick clouds and darkness on America’s shore
Si no tiene a mano un pincel se vale de un cable eléctrico.
Le acucia la necesidad de utilizar instrumentos inusuales…
Mediante un pedazo de alambre el espacio cuenta cosas (aun las más terribles o las menos decorosas).
No es, reconoce, pero cuenta.
El trozo de metal se significa a sí mismo, la vieja madera quemada recrea texturas que lejos quedarían de la imaginación más minuciosa.
La artista de la nueva poética hace del polvo una sintaxis donde revelar las intuiciones y sus lenguajes inéditos capaces de alejarnos de los tiempos miserables.
La utilización de lo precario atestigua lo invisible, lo que no se puede mostrar  tal cual es, lo que no se puede ni se debe decir con palabras.
A veces ni se pinta ni se esculpe: se actúa.