domingo, 22 de diciembre de 2013

HESSE 128

Asesina a Caronte; hunde la barca en esas aguas densas…
Ve allí, lejos de la ribera…
Desde Marte, buenos días.
En esta fecha, 1 de junio de 1970, no estoy demasiado alejada de la Tierra, a unos sesenta millones de kilómetros; el año próximo estaré algo más cerca, unos cincuenta millones, lo que aumenta las posibilidades de que podamos vernos y saludarnos con la mano.
Te veo desde Marte.
Marte es un mundo extraño. Como puede serlo cualquier lugar desconocido y desierto que aún no conozcas de la Tierra.
Marte es el lugar donde vive ese tipo que no entiendes.
Marte es ese desván donde ocultas los trastos.
Marte es lo que escondes debajo de la cama.
Marte es el diccionario donde se hallan las palabras que aún no has oído.
En Marte es donde aguarda aquello que aún no has imaginado (pero que algún día podrás vislumbrar).
Marte es la barraca de feria donde puedes exhibir los monstruos sin el menor escrúpulo.
Marte es el País de las Ocurrencias Estrafalarias.
Marte es el grado cero de la evolución: nadie sabe todavía si ha habido allí un pasado o tiene un futuro.
Marte es el otro lado de tu cerebro.
Te asombrarías de escuchar tu propia voz en Marte.
Te caerías de espaldas si vieras tu imagen en los espejos bermellones.
Marte puedes estar al lado de tu casa, a la vuelta de la esquina.
A lo mejor incluso al final del pasillo, en una de las habitaciones del fondo, donde duerme la criada.
Marte es un mundo inexplorado.
Sólo tienes que empezar a buscarlo.
Y para andar sobre su llamativa corteza de óxido sólo tienes que aprender a dejar de respirar. Y andar un poco más de prisa: todo es más lento aquí.
Más allá del horizonte marciano se alarga la noche cósmica donde la mirada humana es incapaz de penetrar, donde la Tierra es un mínimo punto con deslizamiento al azul apenas luminoso de ínfima magnitud, roca, tierra y agua aisladas en el vasto mar oscuro, una mota pegada a la lente de un telescopio marciano, como una bola náufraga y microscópica a la que nadie pudiera oír: en esa insignificancia mayúscula se hallan vuestras ambiciones y soberbias, los engaños y los afanes, vuestra ridícula insolencia de seres finitos, inapreciables e invisibles a los ojos del universo: sois del todo desdeñables y mínimos en tan grandiosa negritud.
En Marte una tiene un poco más de tiempo: 40 minutos de más al día para ponerlo todo del revés.
Y para sentirte de veras una marciana auténtica (cual es mi caso) debes descubrir nuevos colores, nuevas formas, sabias combinaciones:
No regirá tu vida mandamiento ninguno
No amarás por encima de nadie a ningún dios
Utilizarás en vano los nombre de quienes te vengan en gana
No harás daño a nadie
No permitirás que nadie te haga daño a ti.
El arte de Marte requiere la ilusión óptica: verás lo que quieras ver, inventarás su nomenclatura y sancionarás la legitimidad de cualesquiera de tus antojos.
El arte tiene su tiempo, su ritmo, impone una cadencia: va a su aire. En Marte las cosas no son como deberían ser o, al menos, como deberían ser en la Tierra. En Marte la exigencia mayor es que seas extravagante (verde cronopio y con calcetines a rayas y el ojo derecho al tuntún).
En Marte todo es una ilusión. Y no sólo óptica alterada por la física. Hay más, mucho más, de lo que partece a simple vista.
Una cadencia intuitiva.
Y en cuanto a las formas de vida… Basta con que las imagines con los materiales que te plazcan y las configures al estilo que mejor se acomode a tus emociones, sentimientos, pensamientos, temores, alegrías, premoniciones, rarezas, engaños, ambición, esperanzas…
Y Marte es donde los sueños se cumplen: no lejos de mi gruta, abierta entre los canales de Nylosirtis y Nephentes y en cuyas paredes rojas dibujo mis escenas de caza (con pigmentos rojos, naturalmente), se hallan los restos del aparato terminado de construir por el señor Robert Hutchings Goddard veinte años atrás con el que consiguió llegar hasta aquí desde lo alto de un cerezo, cuando adolescente, encaramado sobre sus ramas, miraba hipnotizado el guiño rojizo del planeta misterioso.
Buenas noches desde Marte, y atentos a la sorpresa.

sábado, 7 de diciembre de 2013

HESSE 127

Porque uno nunca recuerda los libros que ha comprado y permanecen escondidos debajo de los ya leídos, los que en realidad ama y una y otra vez termina releyendo, los que ganan todas las batallas saboteando la lectura insana de los otros recién llegados con olor a plomo de la imprenta, aún con los pañales limpios, lloriqueando desde sus portadas chillonas.
Eva Hesse leyó Berlin Alexanderplatz (me dijo) a lo largo de una semana de verano, horas antes del anochecer, junto a la ventana abierta que casi dejaba entrar desde la calle las largas y verdes ramas de las acacias de limpias y pujantes hojas que brillaban a la luz crepuscular, pues no dejó de llover ni una sola tarde de esa semana en Nueva York. Nunca vi ese ejemplar (me dijo), pero a juzgar por los comentarios de sus allegados (que lo juraban), sus páginas estaban profusamente subrayadas y con anotaciones al margen.
“Al final vemos otra vez al tipo, muy cambiado, hecho un  desastre y sin una perra gorda, pero erguido…” (Camino del Parque arrastrando un trozo de metal, algo muy parecido a una vieja máquina de escribir despedazada).
“Un hombre tiene unos ojos, y en ese hombre hay muchas cosas, y todas desordenadas, puede pensar un infierno de cosas…” "Sabe que está perdido. Sigue sin entender nada de nada.
Y celebré a los muertos, porque muertos estaban.
Al final:
Biberkopf: “No hay nada más que contar de su vida.”
La existencia es lo que es, y eso es todo lo que tienes que admitir.
Lo que se aprende de veras en esta vida (me dijo que había dicho) es a morir, a ir viendo como se te va el vivir.
(Y entonces sí, notó un temblor que no nacía dentro de ella y supo que la leve agitación de sus manos y la parálisis ardorosa que tensaba la piel de la cara eran el reflejo del pánico, de la certeza en que una fuerza desconocida y extraña traspasaba su carne en ese momento y la invadía sin remedio, que definitivamente la tierra se abría bajo sus pies y la alejaba del cielo y el aire se pudría y que ella debía enfrentarse con sus pocas armas de combate a encarar el desafío, aún indescifrable, al que le obligaba un mal irrevocable y bien acorazado de estratagemas y ruindad: Dios sólo te dio ojos para que vieras la grandeza de sus obras.)
Acaba tus días, si es que puedes, conduciendo 12 horas un Checker modelo A-11 pintado de amarillo (destruidos sin remisión al cabo de 500.000 kilómetros de rodaje) por las calles y avenidas de Nueva York, transportando a gente que no conoces a sitios extraños, tipos anónimos hasta casi parecer irreales sentados detrás de tu cogote y de quienes lo único humano reconocible son los gruñidos que emiten al hablar a solas y los monosílabos que a modo de saludo profieren al entrar en el coche y al abonar la carrera, acaba en un movimiento continuo entre cordilleras de cemento, hierro y cristal, inocente preso de un perpetum mobile anterior y posterior a ti, no confiando en nadie, no viendo nada, no pensando y envenenándote de hot-dogs al mediodía y bebiendo brandy hasta reventar cuando ya el día se esconde en la noche.
También puedes acabar embriagado por la locura caminante llamada Walser, caminando bajo la nieve impertérrito a través de calles y calles nocturnas y acercándote cada vez más y más a la absoluta nada a medida que diriges los pasos hacia la fría muerte ataviada de blanca madrugada. (Inexpresivo, sin una mueca de displicencia en el rostro, sin la menor señal de temor, mudo y sin reproches.)
Sé buen acólito. Obedece las reglas (las que mejor te acomoden).
Templa el vino el corazón (Eclesiástico, 31-31).
¿Qué vida es la de los que del todo carecen de vino? (Eclesiástico, 31-33).
Toda sabiduría viene del Señor (Eclesiástico, 1-1).
Da tus pies a sus cepos y tu cuello a su argolla (Eclesiástico, 6-25).
Humilla mucho tu alma… (Eclesiástico, 7-19).
Y entonces sí, notó un temblor...
-¿Quién es el que conmigo va?
-No es el amigo.
-Es… Abstracto.
Una vez fuiste concreta, reconocible, discernible:
En el  650 West 172 (c.1941), cuando entonces, Picasso temblaba ante la que se le venía encima: a los 5 años habla con muñecas, juega al ajedrez con su hermana, come patatas y verduras, no le gusta la leche (toma tu vasito de leche negra), no le gusta la carne ni las sopas, “lo mejor son las espinacas”, dormía abrazada a la almohada, se trae libros ilustrados de la biblioteca (al final de ese año “ya no le gustaban las muñecas”) y le gusta ir al Museo de Historia Natural antes de jugar en Central Park. Veinte años más tarde, la carne sigue sin gustarle, no juega al ajedrez, duerme abrazada a la almohada (a su calor impostado y “frío”), continúa comiendo espinacas, la leche no puede ni verla (toma tu vasito de leche negra), coge libros prestados de la Biblioteca Pública y cuando sale del Museo de Historia Natural (al que no deja de acudir un par de veces al mes) se encierra en el estudio a pintar (porque, en el 61, sólo pinta), que es una forma más de jugar. ¿Y de amores? Ya es sabia en eso, y altanera: “El auténtico amor es una carnicería en su expresión más literal, querido.”
Hazme invisible, mas no muerta. A un lado de La Mesa de las Ideas, bajo la luz cenital de penumbra, he de colocar la calavera, mi calavera ya descarnada, símbolo de vanitas, de mi extraña y misteriosa poquedad. Y,ahora, puesto que soy Invisible y Consciente, he de dibujar maravillosas entelequias de aristotélico influjo sobre livianos papiros o en rudos pergaminos sin importar el precio de sus hechuras.
En el espejo: encerrada en el plano: ni por delante ni por detrás existe escapatoria (pero ahora es una prisionera del azogue que no desearía salir jamás de la engañosa celda).
En el espejo: habita en él a salvo, pues sólo se halla en peligro si en él se contempla, si se hace realidad.
Espectro.
No mirarse nunca en él: ese personaje desmiente a la que eres verdaderamente, la que puebla tu interior desconocido, misterioso y único, no hay posible concordancia con la que te crees y la que representas a los ojos de los demás ¿Qué saben ellos? ¿Qué sabe el espejo de ti?: una imagen al revés de una encarnadura desajustada con tu conciencia y tu pensamiento, una envoltura grotesca incapaz de mostrarte y mucho menos de ser tú.
En Central Park una no se aburre nunca… si no va aburrida.
Porque yo iba directa a la degradación: yo era de las que utilizaba lo que entendíais como arte para expresar mis propias angustias y celebraciones. Como otros muchos demiurgos burlones os he hecho caer en la trampa: traficabais con mi nombre en 1971 y especuláis con mis obras en 2013. En 2050 habré suplantado inexorablemente a algún dios menor…
Os obstináis en el engaño: el arte sólo sirve a los artistas. 
Entra en La Librería. Ya no compra libros. Compra cuadernos Moleskine. 
Adiós a todo eso.
.

domingo, 1 de diciembre de 2013

HESSE 126

Hesse se sintió perdida, disuelta en la grisura prolongada de París durante septiembre de 1964: del jueves 3 al lunes 14: Rodin y Brancusi; el museo de uno, donde el verdín del bronce se confundía con el verde follaje; el taller minúsculo del otro, orden(anzas) íntimo, pero no eran verdaderamente recintos sagrados, sólo el lugar, el vaciado de los fantasmas: el del místico, el del genial artesano.
Sería la noche del 7 (01 a.m.): noche de brujas.
15/9/64:
(“Roma, que se mostraba al sol ruidosa, desnuda del todo a pesar del tráfico y sus crispados habitantes, algo sucia, espléndida… al fin de un largo viaje.”)
¿París? ¿Roma? ¿Hamburgo? ¿Basilea? ¿Bruselas? ¿Londres?
Estás en Tierra de nadie. Si te mantienes en silencio nadie adivina nada de nada: eres extranjera en cualquier lugar, pero en secreto.
(Postales desde España.)
“La Alhambra está más allá de las palabras”, le informa Sol LeWitt antes de tomar el tren que le llevará de Granada a Valencia en la primavera del 70: la moribunda intenta imaginar maravillas orientales, nombres exóticos sobre los que parecen elevarse naranjales y palmeras, irrealidades que desconciertan todavía más su postración en el sucio Bowery de aquellos años.
¿Países? Sé tu la rezagada, la que los ve chapotear en el lodo de la identidad con el manojo de las plumas coloreadas de la tribu en la mano. Ni la pintura es una bandera, ni la escultura una lanza, y toda teoría es inocente. El mejor artista es aquel que más pronto ha retornado a la infancia ondeando un trapo blanco en son de paz: dibújalos de frente, sin cuello, con manos y pies de alambre y pelo de púas,  pero a todos ponles la misma cara de espantapájaros o de calabaza iluminada.
Eso mismo he estado haciendo durante estos dos últimos años de artista: espantapájaros que alejaran a los creyentes de los buenos pensamientos:
-No se asemeja a nada que hubiera visto con anterioridad, en cosas propias del arte o no.
-Ése es un buen principio.
-¿Qué clase de artista quedamos en que era?
-¡Pche!
-Adelante alguna pista, algo habrá que decir…
-Digamos que sus elucubraciones surgen de las postrimerías…
-¿Postrimerías? ¡Qué diablos!
-Muerte, juicio, infierno y gloria.
-Si atisbáramos minuciosamente hasta lograríamos dar con el dedo manchado de tinta del Pantocrátor.
-Un arte sagrado…
-Ya, ya…
(Hesse: “Finalmente, un artista se halla en todas partes -después de él incluso-: una especie de gato de Schrödinger, vigilante pero complaciente con cualquier clase de interpretación acerca de su destino: muerto o vivo, ¡qué más da!”)
-Un arte cuando menos curioso, puesto que exige en cualquier momento la presencia del artista… milenio arriba, milenio abajo.
-¿?
-Al menos para atestiguar su condición.
-Gatos que se desintegran al tiempo que sonríen en el espacio, gatos muertos/vivos, gatos vivos/muertos… ¡Extravagancias sin fin!
-¡Magnífico! Sobre todo cuando los payasos augustos sólo inspiran lástima y a los clowns ya les ha perdido del todo su cansina afectación de eruditos a la violeta. Tales payasos ya no nos hacen la menor gracia. En cuanto al payaso Malasombra…
Verbigracia: 
Te acercas con sigilo (no vaya a ser que saque las uñas) al montón de partículas (puedes contar los trillones de ellas: no falta ni una sola), soplas (ni siquiera te hace falta el barro o la costilla) y al otorgarle tu aliento creador… ¡albricias!: he ahí el gato con sus dos ojos dorados, sus cuatro patas y sus siete vidas; mimoso, alza el rabo mientras le acaricias el lomo, ronronea satisfecho ante tan loca eternidad...
-Esta teoría me queda grande, pues yo no soy artista.
-Como el gato que no es gato y se limita a ocultar la suma exacta e impronunciable de sus átomos a fin de distraer un ratito al personal y conceder la gracia de su figura al paisaje vistiendo el muñeco.
Echa un vistazo a la caja de esta pobre EvaHesse: tu adusta (o interesada o estupefacta o incrédula o irritada) mirada convierte lo que ves, modifica las reglas, ampara el desatino o el prodigio: tú eres el significado: has sido el medio para la cosa (¿es arte o no es arte?… ¡No haber abierto la caja!
En fin, todo es tan ambiguo.
Su Underwood, ¿era de teclas blancas o negras?
Ambigüedad…
Requiere las dos caras de… la moneda.
¡Quien tuviera una gemela! Anda, guapa, termina lo que yo he empezado.
¿Por delante o por detrás?
Vuelve a poner las manos sobre la obra. Sin suplicios, hechicera. El arte es la paz, y las visiones:
Hacia 1400, el anacoreta Julian de Norwich llevó sus ojos sin aprensión al pequeño objeto del tamaño de una simiente que El Visitante había depositado en la palma de su mano.
-¿Qué es esto?
-Es todo cuanto es hecho en el Mundo (llámese inmundo).
Se entrega a curiosos alfabetos.
Oculta su letrería tras el pensamiento, aunque éste se desmenuce en físicos antojos.
Su (tcga) en el que trajina de la mañana a la noche es su falta absoluta de código; es infalible el efecto sorprendente de esa improvisación, y es una entre miles de millones de posibilidades. Quizá más, pues no exige el dibujo perfecto y a cada exhibición resulta una imagen (por infinitesimal que sea la diferencia) distinta al montaje de la anterior.
Hasta su total destrucción sus piezas son una novedad a lo largo de su existencia objetual: mudan, se niegan a sí mismas al salir a la luz, se reciclan, se alteran, a pesar de que jamás renieguen de su forma primitiva.
Hesse, el ojo de Argos: Hesse la de los cuatro ojos, o los cincuenta, o los cien, que controla en todo momento La Creación.
Cada día se baña esta diosa de la modernidad en las aguas que vierte la fuente de Canato, precisamente cerca de la localidad griega de Argos: cada noche se acuesta virgen.
A la salida del sol convoca a los fenómenos uránicos: cósmicos, telúricos.
Adelante, adelante: manos a la obra.
En tales asuntos se reconoce.
Mi obra soy yo. Nada de mi vida, ni la desdicha ni el temor, ni el éxito ni la felicidad, nada de aquello que incluso carece de visibilidad, ha de serle ajeno, pues brota de lo que sienten mis ojos.
¿De veras te asemejas al tieso engrudo que mancilla la pared?,
¿al corrompido látex?, ¿a la hedionda resina?
Autorretrato:
(De auto- y retrato).
1.m.
Dícese
del retrato
de una persona
hecho por ella misma:
Ese ejercicio narcisista de escrutarse a sí mismo… o adornarse, fingirse, admirarse, complacerse, disfrazarse, (ocultarse).
Acopias en tu lista de sucesos influyentes, además de alas de mosca, pulidos y veteados guijarros de playa o quién sabe qué, la atenta contemplación de muchos de aquellos que indagaron (o no) en ellos mismos: Giotto (plasmado el  rostro entre gentes devotas y anónimas), Durero (galán y talentoso), Velázquez (de porte cortesano irresistible), Rembrandt (precario pintor de encargo sin modelos), Delacroix (guerrero anónimo), Van Gogh (37 veces intentó imitarse pincel en mano), Schiele (qué atónito personaje), Cézanne (seriedad ante todo, monsieur), Picasso (el de los mil deseos y un solo rostro poderoso), Klee (geómetra de los sueños), Lucien Freud (cuya desnudez lo esconde mejor que cualquier atavío)…
¿Qué autorretratos son ésos los de Duchamp, Pollock, Rothko, Andre y compañía?
¿Adónde están?