lunes, 29 de septiembre de 2014

HESSE 139

El 7 de marzo una luz especial acaece… siempre: 1966, 1967, 1968, 1969… (del sol benéfico, o sólo la luz del cielo gris, pero es una luz especial, a media mañana, a media tarde).
Sueño de cuchillos. Y, a la noche siguiente: el mar, un mar de color ceniciento entreverado de grises plateados como la hoja del cuchillo (uno de ellos) por el que podría andarse, al modo de aquél que andaba sobre las aguas y dejaba maravillados a quienes lo contemplaban (con lo fácil que era hace dos mil años andar sobre las aguas…).
Qué raro los árboles con las hojas amarillas (y era su último otoño):  cuesta imaginarlo si no lo ves: como una niña, creí que siempre eran verdes.
Un árbol con hojas azules. Con hojas blancas. Con hojas negras.
Martes, 17 de febrero, 1970.
No es el día que se apaga de pronto, eres tú quien se da cuenta de pronto que el día se ha apagado, afuera todo ya languidece entre las luces eléctricas del frío invierno (y qué extraña imagen, pues siento que ya no me pertenece, que es un invierno “en el que yo ya no existo”, y sé con absoluta certeza en este instante que así serán los inviernos después de mi muerte, y esas luces eléctricas, y el rumor de fondo de la ciudad, y este extraño olor que emanan las paredes, una mezcla heterogénea a yeso mohoso, humedad y resina química, los objetos de mi estudio, todo lo que me rodea salvo yo, no son de este tiempo ni del de atrás, y que se me hace la gracia de anticiparme la visión de uno de los escenarios del futuro de dentro de un año o dos, una suerte de ventana de ultratumba por la que atisbar la vida después de ti).
No sé decir nada en secreto. Tampoco hace falta. Soy artista: puedo esconderme perfectamente detrás de la obra, rumiar las más sorprendentes perversidades, imaginar cualquier atentado complacerme en las antiguas (grandes o pequeñas) infamias.
En cuanto a…
Piensas en el destino (que es exactamente lo que está por venir): ha traído el infortunio a tu vida antes que la muerte.
Recorres hacia atrás los días en busca de alguna causa que explique la fatalidad: ninguna cadena de sucesos te ha conducido hasta aquí, ningún cúmulo de errores, equivocaciones propias o venganza de alguno de tus semejantes: el suelo, de pronto, se ha abierto a tu paso, y caes al vacío (y aun si hubieras elegido otro camino, u otro distinto a este y al otro, y otro más, el círculo del abismo también estaría allí bien trazado, agujereado y presto bajo tus pies  para recibirte y te hubieras precipitado lo mismo: no hay salida, el destino te persigue hasta que acaba contigo). Mala suerte, no existe un cálculo maligno detrás de todo esto. Ni siquiera eso. No hay nada personal entre la Naturaleza y tú: sólo una indiferencia recíproca (si le pagas con la misma moneda). Pero siempre gana, y el alivio que en excepcionales ocasiones de ella resulta siempre es provisorio, inesperado, de una volubilidad incomprensible, pues ella sigue su curso implacable abatiendo culpables, inocentes, a todos en injusta o a su debida hora.
Nada duele a estas alturas, todo es lenitivo para el alma: no desperdicies las horas. Lo material, el cuerpo, desintegra la apariencia. ¿Terminaré no reconociéndome? No ha de suceder tal cosa, salvo que te atrape la locura, pues si ya sólo miras hacia adentro, y el yo, aun en sus mudanzas, siempre es el mismo.
En cuanto a la compasión…
G. hablaba de lo metonímico en la obra: falso, elijo esos materiales precisamente para que nada pueda ser dicho de otra manera.
(En tal caso, G., que dibuja lo urbano: ¿qué ciudad puede ser la de este personaje? No ha dado un verdadero paso por ella. Viaja por el interior de su cabeza.
Leer S., ver…
Déjalo ya…
Aún…
¿Así que pretendías alborotar?

miércoles, 11 de junio de 2014

HESSE 138

Ahora ya no me arrepiento de estar horas y horas sin hacer nada, incluso estando en el mismo taller, entre maquetas y objetos medio manipulados, atontada por este aire de venenos. No experimento el menor remordimiento de sentirme sólo abrazada por el tiempo, todavía enraizada en él, sintiéndome del mundo, aún de su misma sustancia. ¿Qué es lo espiritual entonces, cuando una percibe que es solamente en lo físico donde se nota viva, diferente, tal vez necesaria?
Eva, ahora, es un espíritu flotante, vagaroso sobre las tierras y las aguas.
¿Has pagado tus 18 dólares?
(Una manera de decir: “No te olvides de darle un gallo a Asclepio.”)
Pero, aún…
(Boquea, se agarra a las sábanas, silbidos, irregulares exhalaciones que parecen emanar de la espesa atmósfera, un aire a lo Cheyne-Stokes, podría decirse, a la moda de… [desfile de mortajas].)
En cuanto a…
El Universo Mayúsculo: si finalmente se estableciera su edad exacta, ni un segundo más pronto o más tarde, eso sería la prueba de que existe una pauta cósmica, un patrón de inimaginables propósitos, una especie de programa o un  prediseño de actuación inconcebible de comprender por la mente humana por su absoluta desmesura, puesto que sólo son verificables, sí lo son, las teorías físicas.
(“Universo”, dijo, “allá voy.”
A rodar.)
¿Ahora te das cuenta que no necesitabas mirar al exterior, más allá de la ventana? Si habías de morir joven, y lo eres, te era suficiente tu interior, todo estaba allí, mirar hacia adentro para verlo todo. Bastaba la ventana para descansar la vista, para reposar las ideas y apartar las manos de cuando en cuando del trabajo y sus pestilencias.
Venganza contra la muerte a deshoras: “Cuando comprendió que era de verdad una artista, dejó de hacer obras: ahora ya lo sabía. Y mano sobre mano, se puso a esperar.”
Merde pour la poésie.
Cómo decirlo…
Son las cosas increíbles las que merecen ser visualizadas:
Right After.
Que sea.
Si no existe lo que haces visible, ¿cómo es entonces que existe al hacerlo visible?
Con el tiempo, una fabrica su propia leyenda, se hace poquito a poquito en la memoria siempre inquietante de los otros, pero… no has tenido tiempo suficiente para tal maquillaje, tú misma existencia, corta y de un final tan bruto como inesperado, ha bastado para erigir un mito apropiado para las épocas.
2014, 11 de enero, sábado, en un lugar de Nueva York.  Eva Hesse: 78 años (Saturno se olvidó de ti).
-Buenos días, Mrs. Hesse. Felicidades.
-Buenos días, Mr. Grau. Gracias.
(En el Village: maravillosas y pequeñas calles arboladas llenas del color del invierno –soleado-.)
-Hace una excelente mañana a pesar del frío y la nieve que cubre las aceras.
(Luminosa y limpia, transparente mañana cuando los rayos del sol bañan de luz clamorosa hasta los rincones más sórdidos del barrio, y el aire helado que parece descender de las ramas acristaladas de los grandes árboles se antoja perfumadamente marino.)
1970, 11 de enero, domingo, en un lugar de Nueva York. Eva Hesse: 34 años.
(En el Bowery: la calle que parece huir como alma que lleva el diablo hacia el norte del SoHo, que querría desgajarse de lo tenebroso y el crimen que deja atrás.)
(Las aceras y la calzada están sucias bajo la fría lluvia y la neblina gris, el tráfico humeante y ruidoso taladra el cerebro, la mirada de la gente es torva y atemorizante bajo el chirrido rojo de los neones, y en cualquier gélida esquina se agazapa el cuchillo que ha puesto precio a tu cabeza: un par de dólares.)
-¿Qué vamos a hacer entonces?
-Pasear, por ejemplo. ¿Recuerda cuando los árboles caminaban junto a usted?
-Déjese de tonterías. Pasear, ¿adónde?
-Hacia atrás. Volver atrás. Pero sólo será posible hasta 1970.
-Será suficiente. No comprendo demasiado bien lo que ha ocurrido después de esa fecha. Así que, refrésqueme la memoria en este día deslumbrante en el que hasta la verdad resplandece. ¡Ja!
-Desde luego. Empezaré por el principio. Quiero decir por el final… ¿o prefiere que empiece a relatar desde el medio?
-Desde el medio… ¿desde el medio de qué?
[En efecto:
RIGHT AFTER:
¿Dónde se halla el medio?
Pero sé de los extremos.
Y entrambos…]
Como una falla: no se ve la carpintería que sostiene todo el tinglado (material y… ¡conceptual!).
¡Qué se va a ver!
…………………………………………………………………………………………….(Por otra parte, ¿adónde conduce una genealogía, hacia adelante o hacia atrás?
¡Quién sabe!
Es el tiempo lo que termina pudriéndose, en cualquiera de las formas con que disfrace los acontecimientos, los pasares, los seres y los objetos.)
Digamos que sólo entiendo el tiempo de una manera, entendámonos, sólida, como un proyectil pesado y lento, pero inmutable e indetenible, y siempre hacia delante, buscando una diana invisible en algún punto del cosmos que es difícilmente imaginable…
…………………………………………………………………………………………….
Es un pensamiento un tanto extravagante.
Es de lo extravagante de donde extraigo lo mejor de mí misma.
…………………………………………………………………………………………….
Cualquiera sabe los designios de…
Nadie mueve los “hilos” de ti, salvo que aceptes de buen grado ser una marioneta. (En el arte o en la vida.)
-¿No será usted una de esas abuelitas neoyorquinas no poco maliciosas que se van pudriendo sin darse cuenta y disfrutan parte del día degustando licores dulces y chismorreando sin cesar en un apartamento del Upper West Side sentadas con la bombonera sobre el regazo junto a las grandes cristaleras que reciben la luz del sol crepuscular abatiéndose mansamente sobre las aguas doradas del Hudson?

jueves, 1 de mayo de 2014

HESSE 137

Déjalo ya…
Maneras de una quête.
Lo siento, confesó alguno de los dioses, no hay una regla para acabar bien.
En cuanto a…
Hay cosas que nunca, nadie, alcanzará a saber.
Y espera.
Cómo decirlo…
No hace falta que sea la Nave de Delos (que asoma la orgullosa madera de su proa por el horizonte azul marino).
Todo más doméstico, como sin importancia en la ciudad de los diez millones de habitantes.
Ella, que espera.
Como el romano ilustre que veía llegar su fin al costado del mármol y el agua límpida y tersa de la gran pila envuelto por los vapores fragantes (la túnica blanca e impoluta y la mano sobre el seno desnudo de la doncella reclinada a su lado, la copa rebosante del vino del color del oro y las uvas brillantes y violetas del racimo, la desafiante sonrisa a la tierra y sus asesinos, el desprecio al más allá...)
Era inútil esconderse:
disfruta de la muerte.
Es raro, sí, este cese de la agitación.
Queda el pasado: fogonazos de él, destellos súbitos, sobresaltos como relámpagos y, a veces, placientes imágenes, y con suerte, un bello recuerdo como un claro de luz en el bosque cubierto por el denso tapiz de las hojas caídas.
Y lo demás, inventarios, listas a las que tan aficionada has sido.
(¿Recuerdas, sí, un día cualquiera de antaño? un viernes de junio del 69, el 20 por ejemplo:
a las 7,11 te despiertas con angustia y miedo, indefensa e irreconocible
te has levantado a las 7,32
bebes despacio un vaso de agua
a las 7,38 sigues mirando un cuadro azul colgado en la pared
a las 7,46, ya bajo la ducha, los sueños de anoche se han desvanecido por completo
te has aseado
has ordenado la cama y los trastos de la cena de anoche en la cocina con J., D., L. y M.
a las 8,34 horas te has plantado en la calle –¿llueve?, ¿hace fresco?, ¿hace viento?, ¿hace calor?-
compras el Times
desayunas en Virginia’s Room mientras hojeas el diario
te acercas a la oficina bancaria y cobras un cheque (47,50 dólares)
llegas a casa (9,17) y te encierras en el taller hasta las 12,48
(alguien llama al timbre a las 11,13: no abres la puerta -informe del hospital o una carta o la visita de un amigo o de un entrometido o de la vecina de al lado que pide ayuda o de un desconocido que se ha equivocado de casa o…-)
a las 13,07 almuerzas algo con G. en la terraza de Spin (Houston con la Segunda Avenida), pues hace un mediodía cálido y apacible
acudes a la librería The Green Train, breve charla con Yeats y: Seymour: a Introduction y un tomo (II) de los diarios de V.W. (4,75 dólares en total)
a las 14,21 te reúnes con J. y S. en el bar del 93 de Bowery, donde tenéis una conversación intrascendente (alguna que otra maldad acerca de…) y bebes una copa de un vino blanco de un sabor muy afrutado (excesivamente afrutado)
vuelves al taller (15,09) y trabajas (Tori) hasta las 16,12 de la tarde
(sobre las 16,13 te asalta el recuerdo de unas líneas leídas en un libro de… -no puedes atinar con el nombre del autor, por un instante te quedas con la mente en blanco, con la mirada fija en un punto invisible del espacio (que es lo que media entre tus ojos y las cosas, el objeto), inmóvil, casi sin respirar, y todo alrededor (difuminadas las cosas, el objeto) ha muerto, aunque es visible, y está ahí-)
a las 16,27 entras en una peluquería de Kenmare Street, donde tenías cita para esa tarde: esa noche toca teatro
compras un mazo de hojas amarillas y media docena de minas para el portalápiz
compras dos bolsas de fruta en el puesto de la esquina
charlas con …
vuelves a casa a las 18,05
hojeas un libro (pasas las páginas buscando algo)
vuelves a ducharte cuidando que no se te moje el cabello
hablas por teléfono veinte minutos con S. sobre la exposición en Castelli para el próximo diciembre, aún abrigada con el mullido y suave albornoz azul que te cubre hasta medio muslo
a las 19,06 recobras una línea de un libro (otro) que apuntas en el cuaderno secreto
a las 19,09 tienes otra vez miedo
a las 19,11 maldices a dios (a todos ellos)
a las 19,24 sales de casa
a las 19,39 te reúnes con B. en Fischbach
cenas a las 20,03 en Sub con B., L., G. y A.
a las 21,45 función de teatro off-Broadway: Satan in the kitchen
a las 23,58 en casa con H.
H. se marcha a su casa a las 11,19 horas del día siguiente.)
Déjalo ya…
Hay cosas que nadie, nunca, alcanzará a saber.
Como no saber, vivo, lo que serás después de muerto.
Como pensar en un dios (alguno de ellos) omnipotente y creador y no descubrirlo jamás ni a él ni a su morada en el universo. No sabrás ni su Forma Perfecta. Ni su Color. No verlo jamás.
Ha llegado el día grande de su ira: el aceite y el vino, ni tocarlos.
Eras un sueño.
De repente
el árbol comenzó a caminar junto a ella
y eso le hizo sentirse muy bien
verdaderamente protegida
bajo su fronda primaveral.
Tal vez sus poemas…
Pero la poetisa confesó en voz alta y grave y enferma por el humo de un millón de cigarrillos poco tiempo antes de acabar sus días voluntariamente (algo que ella, ella, Eva Hesse, ¡nunca haría, nunca!): “Es difícil, es difícil morir bien.”
En Eva Hesse la muerte fue fácil, porque ella no quería morir, no quería morir jamás. Le vino así, como a traición, fíjate tú…
-Hola, muerta.
-¿He estado alguna vez viva?
-Sin duda, si ahora estás muerta.
-¿Y cómo es que no recuerdo nada?
-Esa es la gracia que te concedemos nosotros, los dioses.
A rodar.
Como artista que es, será generosa en la hora de su muerte (desnuda te vas de la orilla, atrás dejas lo del mundo, pues lo que tuviste por muy alto, largo y ancho o sus contrarios que fuera de él… a él le pertenecía, el mundo era dueño de lo inmaterial, hasta de tu pensamiento y hasta de todo lo invisible e inimaginable, hasta de ti era dueño).
Eres artista la más pródiga sin duda (por ello mueres amada por nosotros), más generosa de ti que de todo lo material que legas (sólo trastos), se diría que, humildemente, hasta te has troceado meticulosamente, trocito a trocito de carne, de músculos y huesos…: donas hasta tu alma, que es aquello que se concreta más allá de las industrias y afanes del cuerpo.
“Yo fui artista porque quería soñar… No soñé nunca ser artista.”
Al igual que un Caballero Andante:
"... dio su espíritu (podéis despedarlo cuanto gustéis), quiero decir que se murió."
Déjalo ya...

miércoles, 9 de abril de 2014

HESSE 136

En ocasiones no cree lo que dice, pero se dejaría matar por que fuese así en el momento que las palabras salen de su boca: exige respeto cueste lo que cueste. Aunque, lo mejor, siempre, es que no te crean.
¿Y qué dice que espera que no crean?: su obra (eso la magnifica, la dota de la aureola de cierto mérito incomprensible estético). Su obra… incorregible, imperfecta.
Cómo decirlo…
(El otro: “No he hecho una obra: me hecho a mí, penando, corrigiéndome, y me paseo por el aire, como un cronopio. Lo he conseguido. Yo soy mi obra, y ahora me la llevo al cielo o al infierno con el cáncer o las venas rotas–qué más da-, y os quedáis con un palmo de narices.”):
“Tenemos un montón de notas manuscritas suyas garabateadas en las servilletas del bar del hotel Chelsea.”
“Revuélvanlas un poco: algo saldrá de ahí. ¡Ja!”
“Nos atenemos a su condición de reliquia, no de testimonio.”
-Pero ese arte ya ha dejado de ser rastro, una huella memorable  del pasado: su fácil metamorfosis (de la naturaleza que fuere) lo ha convertido en una simple sugestión: sacralizado por el interés o una intención torticera su cometido ha dejado de ser eminentemente plástico y adquiere así una dimensión grotesca, puesto que materialmente su valor es despreciable y su contemplación tampoco te adentra en el jardín del edén.
-Como los textos literarios, muchas obras de arte son realmente traducidas a otros idiomas. El arte no es un lenguaje universal: no habla cinco mil lenguas a la vez: tú eres el discurso que se agrega a su imagen (, de cualquier parte del mundo, y tu jerga particular).
“¿Crees que podrás sacar algo en claro?”
Déjalo ya…
¿Wittgenstein…? Me atraía mucho más en aquello que no entendía de sus páginas (lejos de los pesares y lo biográfico) que sus rarezas inteligibles y chocantes, precisamente porque no se me ocultaba que en esas razones oscuras anidaba lo genial de un pensamiento esclarecedor, diáfano (por más que yo no pudiera entrar en él)…
(En cierto modo, acabo de darle las claves de mi obra.)
Tal vez esté equivocada en lo que hago, pero eso, una vez la decisión fue tomada, carece de la más mínima importancia: lo catastrófico sería no perseverar, ahora, en la forma elegida (vivir es defender una forma, Hölderlin).
Despierta en plena noche. Tiene hambre. Pero también tiene miedo. Al cabo de un rato se ríe con ganas (“Tengo miedo, y me queda un mes de vida…”).  Abandona la cama. Se viste. Afuera, que es el silencio de adentro, no hace frío. No se ve un alma por las calles. Una mujer en la noche, una mujer sentenciada empieza a caminar más libre y segura que nunca. Alrededor es un desierto de piedras. No deja de andar Bowery arriba, entre sombras furtivas, ruidos indefinibles pero quedos, quejidos (o suspiros) apagados. No se cansa. Siente el leve aire nocturno en la cara como una caricia refrescante y benéfica. Aspira un olor a piedra y metal sosegados, el magnífico y condensado aire de la noche. Dobla esquinas sin esperar fantasmas ni la hoja del cuchillo. Acaba en Rattner’s, ya en el East Village: “Buenas noches nos dé Dios.” Regresa a casa comiendo un pedazo de queso suizo de mediano sabor. Mastica despacio y alza la vista de cuando en cuando al cielo negro: no tardará en amanecer. Qué miedo la grisura agrietando ya la negritud de la noche, resquebrajando la hora del sueño.
Duchamp: la indiferencia.
La indiferencia también puede ser asco.
-Su obra, ¿cómo está… escrita?
-Con técnica mixta.
-Yo leo para entretenerme.
-Magnífico. También yo escribo para entretenerme.
En cuanto a…
En vela, una yacente en la oscuridad: la conciencia es la carne.
Hace mil años:
había que
cine francés (Godard, por ejemplo)
Burroghs (por ejemplo)
teatro (de Grotowski, y Artaud y Beckett, Weiss, Arrabal y…) de todos ellos que hacen del decorado una provocación, un acto de desorden, de violencia, de crueldad, de absurdo, de repulsión, un escenario donde la palabra sea el sobresalto y lo inesperado, un circo, un happening
lo más parecido a un actor es un artista
y el arte será espectáculo.
Seamos artistas.
“¿Somos hermosos, luna?”, citó mal.
Que sea.
“He nacido para que me hagan añicos”, volvió a recordar (esta vez con acierto).
¿Qué suerte depara el destino a un artista que siendo honesto (y sabiendo que lo es) perpetra un arte que es un fraude (y no lo sabe) y mucho antes del final queda al descubierto ante sus ojos?
En el arte (pero ya no tenía ni fuerzas para hacérselo entender) todo lo que es normal es innecesario: ya ha sido. Aunque, naturalmente, uno puede entretenerse cuantas veces quiera repitiéndolo. (En efecto, hay ideas que se fabrican en serie, y a pesar de que a la larga resulten inútiles, son realmente baratas.)
No arrastro ninguna imago hasta aquí (que es el final): mis imágenes son las del futuro.
Además, en arte, siempre es el pasado. Es la conciencia de tu presente como ser vivo lo que hace que reintegres lo que haces (la forma de tu tiempo) a aquél sin perpetuarlo con la repetición evidente o solapada pero siempre indeseable.
¿Se adelantó a su época? No, siempre son los de después los que te comprenden mejor: los tuyos sólo te ignoran o te desprecian.
El retrato de la Stein (en Montmartre posó ante Picasso a lo largo de noventa sesiones, a la vez que escuchaba de labios de Fernande las fábulas de La Fontaine para que no se aburriera demasiado mientras permanecía inmóvil durante horas):
-No se parece…
-No se preocupe, ya se parecerá.
(-En el Met no hay nadie que no la reconozca, Miss Stein.
-Te diré yo…)
En arte, no manda tradición. A fin de cuentas, ¿qué son las tradiciones? Son como los inocentes juegos de los niños, aunque perpetrados por los adultos.
Hablas demasiado.
Hasta ahora, mudo permanecía.
(Estaba en un rincón, agazapado y palpitante, invisible y con la boca cerrada, hasta que la mirada de uno de ellos lo cubrió de luz, lo reveló, lo materializó.)
Había que…
Ah, noviembre, de nuevo. Con temor. Con el cosquilleo de la expectativa, pues todo comienza ahora que parece dormir.
En la ciudad o en el campo, en el bosque o en las calles, algo semejante a la angustia (y secreto anhelo) penetra en tu corazón cuando noviembre aparece en el calendario y al sol se estremecen levemente las hojas de los árboles en estas primeras mañanas frescas y claras del otoño.
Luego, pronto, la grisura y la noche veloz.
(Teme que en su mente marmórea no haya lugar para las modificaciones que son necesarias.)
Y, sin embargo, rumia con obstinación, día tras día en esta antesala del invierno atroz que ha de irrumpir rugiente y helado, los cambios que han de florecer en primavera:
si haces siempre lo mismo, te equivocarás siempre igual; entonces, ¿qué enseñanza podrás sacar de ello?
Indaga en lo desconocido, que es las chocantes disposiciones y el desorden de lo ya conocido.
“Pero ¿cuál es la verdadera historia?”, se pregunta alarmado aunque inmutable Bernard en The Waves. “No lo sé. Por ello guardo mis frases colgadas como ropas en el armario, en espera de que alguien se las ponga.”
En cuanto a…
¿La historia que se cuenta…?
Una mariposa teje con su revuelo en el aire la imprevisible y fortuita nomenclatura del cuento, un cuento cualquiera. Esa historia incluso es invisible: se ha desvanecido en el aire en el mismo momento de su creación.
Habitas en el interior de una encarnadura viviente que no es precisamente tú, son demasiadas cosas tu yo para que esa pobre imagen que no ha de resistir el paso del tiempo succione desde afuera lo más recóndito de la cueva, lo mastique (lo hable), termine representando ante los demás hasta el último de tus pensamientos allí cobijados y, al fin, lo regurgite hacia adentro de nuevo …
Déjalo ya…
El fin… es el proceso.
No prorrogues lo inacabable. No persigas su fin. Trabajamos entelequias que pueden revestirse de una forma u otra. La pretensión aristotélica era un engaño. Algo es así porque yo quiero que sea así. Ni siquiera la suma de dos números es perfecta, es una aproximación. No existe una lógica interna que avale un proceso formal. Y si lo hubiere, es una gratuidad, puesto que podría sustituirse por cualquier otra. Es el exterior lo que lo testifica del todo, lo sentencia definitivamente y ello debería bastar para expulsar de los ojos del espectador toda retórica interior (supuesta o pretendida). Revela la intención original, y la voluntad de llevarlo a cabo. Incluso su acabamiento, fracaso o éxito:                                                                                                             
En arte acabar algo es, simplemente, dejar de retocarlo (dejar de estar modificándolo…)
(Zenón: hasta la eternidad ese recorrido: no llegarás jamás a tu destino… ¡antes morirás! Y el objetivo final… Puedes estar mirando un objeto y sacar un millón de conclusiones, millones de pensamientos, un millón de secretos.) 

miércoles, 19 de marzo de 2014

HESSE 135

Right After.
Puedo ir hacia delante y hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo: una tela de araña (una tela de araña bastante hedionda, la verdad, pues su materia química altera los sentidos) diseñada a conveniencia para excursiones, trapicheos mentales, licencias que den entrada a la perversidad.
¡Cómo odia Evchen a esta provecta llorona condenada a muerte, este ser perdido en el absurdo del vivir adulto que tanto la ha traicionado! ¡Que va a matarla!
“¿Qué eres, Hesse?” “Una obra (no de arte) que retoco al levantarme (pero que tampoco me atrevo a reconstruirla de nuevo).
Jamás ha sido una niña inocente. En todo caso, indefensa, algo confusa, digamos. Pero ya las veía venir.
Salidos de una inmensa fábrica los muñecos humanos, alineados bajo sol, todavía inmóviles, intactos, puesto que aún no les han dado cuerda, y entonces el dedo atroz elige: blanco o negro o enfermo o poeta o:
“apto para los golpes.”
Hay hombres y mujeres tortuga: se mueren despacio, muy despacio, pero no hacen nada, viven doscientos años sin hacer nada, desaparecen sin dejar huella, silenciosos e inanes… Y otros condenados a la nada prematuramente, sin ton ni son, por mero capricho de una naturaleza estúpida, por algún error predestinado hace cuatro mil millones de años, los corta de cuajo de la tierra…
El suicida, ese ser abyecto que se dedica días y días antes de la misa en seco a pensar qué medios utilizará para poner fin a su vida, disimulando frente los demás, mezclado entre los transeúntes y puede que hasta con una bolsa de Macy’s en la mano con alguna prenda de ropa recién comprada, andando, respirando, alimentándose, incluso durmiendo… Al final, se lanza al vacío, y nadie, nada, es culpable: es la muerte más libre de culpa hacia nadie, la más simple y rotunda, el cuerpo cae, cae por sí solo, no te defiende, y tampoco ningún obstáculo ni fuerza milagrosa se interponen en la caída brutal  y definitiva contra la acera.
Despierta: “Hola, Eva”, se dice. Sigue tumbada en la cama. Pero en seguida le sobreviene el desconsuelo: “Reflexionar cuando eres una moribunda es una pérdida de tiempo… Pero levantarte, moverte, vivir… es una falsedad.” Se angustia más tarde, mirándose en el espejo, descifrando el espectro que adelanta el azogue indiferente al tiempo: “¿Qué vas a hacer, Eva, hasta…”
Y no hay culpables… ni siquiera tú lo eres.
Dijo: “Todo suicida se debate entre el deseo de muerte y el deseo de demasiadas cosas.”
Todos los suicidas mueren con sed, de una sed insaciable, que fatalmente los deja secos por dentro, como cañas huecas.
Mi vida por la de 10.000 suicidas:
¿Qué ocurre con aquellos que abren la puerta de casa un día, salen afuera y se encuentran de frente con una muerte a destiempo, con la que no desean trato alguno, se topan con su máscara de dolor y finitud, con el tajo directo al alma (¿y qué fluido se vierte al suelo del alma herida de muerte?), al núcleo de la estrella?
¿Con qué se encuentran? ¿Con qué metal implacable? ¿Con qué despertar gélido y blanco?
No con el niño de oro.
Que no sea tu Diario un rosario de lamentaciones, impotencias y quejumbres: mejor la página en blanco: dice más, mucho más que una lágrima, tan pueril y común a los mortales, tan al alcance de un niño.
Y no cuentes nunca tus sueños: invéntalos. No se lo creerán de todos modos.
Y esas frases que lees en los testamentarios de muertos y sentimentales… ¡Dios mío!: …me conformaba con tan poco que  padecí  todo el sufrimiento.
Gran combinatoria de las palabras, ese muestrario incesante e inagotable…:
“Esa frase, oh, gran dios de los adolescentes y mugrientos quioscos cuando el pulp y el tebeo de la Marvel, parece salida de lo más granado de las hard-boiled.”
¿Recuerdas algunos de los libros robados, pero robados de verdad, no devueltos?
Papa you’re crazy,
Lebensanschauungen der Grossen Denker,
Le rouge et le Noir:
Tu ambición es el fácil instrumento de que se valen los otros para dominarte.
Pero lo mío no es ambición, es indiferencia hacia el trabajo de los otros (aunque lo respete por el mero hecho del tiempo que emplean en ello).
En el mundo del arte existe un equívoco muy generalizado: es fácil confundir la ambición con la vanidad. Ambiciosos son los que se destruyen finalmente a sí mismos (¡después de todo!) o se han tornado invisibles, los anónimos; el exhibicionista sin embargo… siempre con la boca abierta, como el animal de presa.
Sontag: el arte es una forma de conciencia.
(De ahí que sea fácil constatar que el sesenta por cien del arte contemporáneo es una filfa o un malentendido: se halla asediado e invadido por narcisistas.)
Sé que sé.
“No me arrepiento de nada.” (¡Imbécil! ¿Cómo es posible eso?)
Sólo los genios se arrepienten de todo.
Hesse, ella:
Prefiere To The LightHouse a The Waves,
Munch a Kafka,
el opus 131 a la novena:
Una línea trazada en el lienzo te compromete, te sume en el riesgo…
Lo demás, una habitación colmada hasta el techo de libros que no han de ser leídos.
“Eva”, sigue diciéndose, “tienes miedo.”
Pero una vez en la acción, ¿quién sabe para lo que estaba destinado?
Llaman desde el hospital…
La pequeña Evchen, que se escondía debajo de la cama…
¿Dónde puedes esconderte tú ahora? Más que la gran desmesura (inacabable) de su hoja curvilínea teme de la guadaña su filo criminal y silencioso (infalible).
El arte es una forma de vivir, y los que mueren a través de él… ¡todos esos mastuerzos…! Alejados de la isla, abandonada ya la Hispaniola, al otro lado del mar, malgastaron el tesoro.
Ella, yo, sin embargo, tuvo placeres que no podía compartir, goces que en el fondo no eran sino la ausencia absoluta del mundo de los otros, el misterioso refugio de ella y el arte, distante de un ajetreo turbio y ajeno, a salvo de eso… del mundo, tan hacia dentro de la cosa misteriosa que es Hesse, aún en el mundo.
¿Cuándo dejas la adolescencia atrás? Cuando dejas de sufrir por sentirte incomprendido (¡qué sarcasmo en un artista esa incomprensión!), tengas dieciséis o treinta y tres años.
Es difícil reconciliarse con un llorón incluso aunque esconda un cáncer dentro de sí.
No te lamentes, moribunda, sólo el dolor físico es indigno de vivir, nada hay en el mundo tan valioso que exija el sufrimiento en balde a causa de la enferma y miserable corteza que nos cubre, si acaso el esfuerzo, el coraje, hasta la rabia y el fracaso (que tú siempre debes creer que es el éxito definitivo).
Una ella dijo que había soñado que lloraba.
Otra ella se despertó llorando, sin recordar por qué.
¿Qué es un mago en lo más negro de la noche, lejos de las luces?
El verdadero artista encandila de noche (al costado de una vela, como Klee) y de día (bajo el inmenso sol, como Van Gogh).
Y al cabo, pegado a la piel el temor no a fracasar, sino al hecho, no tan insólito por otra parte, de no ser lo que uno sabe que es.
Mírate mejor: cuando enciendes la luz y todo a tu alrededor se tiñe de amarillo, esa odiosa claridad eléctrica, es cuando más desnuda te sientes, sin atuendo ni máscara: cuentas los días que quedan (aunque nunca supiste la suma auténtica de ellos por venir, pues ya pensaste desde antes de la enfermedad que esa ignorancia es la eternidad) y te asombra los muchos que pasaron.
Estaba pegadita al cáncer (que no la atenazaba, después de todo, la dejaba ir, moverse de acá para allá sin desplomarse) como la puerta a los goznes que la aprisionan.
¿Dónde te encontraré?, preguntó antes de colgar el teléfono, cuando ella ya estaba a punto de cerrar el libro y acostarse, y aún no era la noche.
En el Cuaderno Verde.
Tal vez fuera el Cuaderno Rojo.
Right After.
(Construye esa araña un laberinto de tela pegajosa sin entrada ni salida, sin los cuatro puntos cardinales, sin a lo alto o a lo bajo, sin lados, sin adentro, sin afuera.)
A nadie le conmueve la muerte de un desconocido, la muerte mía, y, sin embargo, esas muertes son la muerte injusta de un niño, la misma muerte de tu madre, de la tuya propia. La muerte siempre es igual a sí misma, en todos, en cualquier instante, en cualquier época, jamás se ha disfrazado a la moda.
Y, el tiempo…
Pero no, no es el tiempo la herida (y el poeta infame añadiría “allá por donde desangra la vida”), es el puñal que ni siquiera elige el lugar ni el instante donde asestar el golpe definitivo: no anega la boca el sabor de la sangre, sólo el metal y en seguida su óxido, la ruina que se cierne sobre todo lo vivo.
Cuanto mejor el ensueño que el sueño. Mas si a la medianoche aún no te has dormido, todo en el cuerpo empieza a doler, aunque te hayan cercenado la cabeza del tronco, todo empieza a doler, y tienes miedo a levantarte de la cama, pues las piernas son como cuchillas que se hendirían en los costados, y renuncias al vaso de agua a pesar de que te arde la garganta, y dejas la mano quieta pues allá donde se posa agranda el tamaño de las cosas y un hormigueo insufrible parece horadarla su palma, atravesar el envés, y cierras los ojos como buscando un refugio  tras los minúsculos pero poderosos párpados que te libere de la espera, del cálculo terrible hacia atrás mientras te aplicas en el yacer.
Todo en una mujer es selva…, ¿de qué se quejan, entonces, esos hombres excursionistas?
El amarillo tiene su hora, su tiempo: un momento de extraña densidad en el aire, como si empezara a solidificarse, a hacerse materia, o hacerse piedra, y venirse al suelo (pero sin estruendo, como deslizándose hacia él, descendiendo suave).
Era la hora amarilla, y no era precisamente la tarde.
¡Qué lejos la hora azul!, que es líquida, como la mañana aún transparente del verano.
Sé que antes de morir, pero con el yo muerto, estaré colgada de la vida, en el borde del vacío, pero ahí, todavía unos pocos días, como la prueba viviente de que sí fui.
En todas las épocas, el arte se vale de algunos artistas, de muy pocos artistas, para resucitarse a sí mismo:
con los ojos cerrados, desde mi coma de quietud mineral, desde mi inconsciencia fatal, aguardo la resurrección (al menos, esa), aun cuando mi obra con el tiempo se desmorone como algo podrido e irrecuperable: fue, entonces, sagrada.
Pues, ¿sobre qué se erguía tanto orgullo y coraje? Sobre la absoluta certeza de que al morir lo perdía todo, y eso la obligaba en el alquímico ejercicio del arte a arriesgarlo todo. (Y aún tuvo tiempo de ver que moría demasiado temprano, y eso hizo que las obras finales…)
Nunca hay misterio. Quizás algún secreto, un malentendido, pero…
Y, sí, en efecto, quien alardea de que en la obra de arte existe algo más que no se ve, ha trabajado la nada. Significativa o no, la obra que se ofrece a tus ojos es todo lo que hay: lo que no ves, no existe.
¿Misterio? Muchos de los artistas modernos hacen del suicidio una amenaza constante en su obra: no por ello son mejores o peores artistas, pero ese afán destructivo sí es capaz de modificar el sentido de una poética, aunque no de sacralizarla definitivamente o abolir por completo su intención original, bastante menos pretenciosa de lo que pudiera parecer inserta en ese contexto artificiosamente dramático.
Hay un arte interno: apenas sale al exterior: asustaría (que se queden con lo residual).
Si está, es.
¿Qué figura geométrica te atrae…?
Las huecas.
No se corrige una obra, corriges un pensamiento, si acaso una idea que ha sido susceptible de materializarse.
¿Por qué a ti?
Ciego (pues tú lo ignoras todo) es el hérem que recae sobre tu cabeza descubierta por culpas desconocidas. O quizás has sido una mala judía que renunció al lenguaje del dios. O quizás reconoces tus culpas y tu carne mortal se resigna al castigo.
Viéndoles (a ellos, algunos afortunados):
“Hay gente que no sabe que va a morir... Comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles, se casan con el primero que encuentran a mano, les importa un bledo la geografía, no saben qué es el sol, lloran al oír el himno nacional, creen en los dioses justicieros escondidos tras las galaxias, a cada momento les engaña el espejo y la sonriente faz reflejada, tienen un hijo como el que tiene un buen día, duermen como benditos, amanecen cantarinos como pájaros, se lanzan a la calle, comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles (etcétera)…”
Déjalo ya…
Aquel francés que revelaba la geometría en la naturaleza…, ¡y yo que descubro los paisajes en la geometría urbana!
No llegar a vieja, no alcanzar esa mañana crucial en que empiezas a mirarte desde adentro, a contradecir la imagen en el azogue, a comprender que ya nunca habrá acuerdo ni siquiera pacto decoroso entre dos imágenes tan adversarias: la que tú tienes de ti misma y sientes sobre la piel sin mirarte y la otra del espejo que se empeña en desangrarte la carne y poco a poco la vida.
Ella, la artista que piensa,
no se morirá de golpe… se desvanecerá, se irá muriendo mientras su corazón late y la sangre transita por las venas ignorantes de la inminente parálisis.
La agenda de mujercita previsora,
antes de morir, “pasar a limpio” las obras (à la machine): una atadura aquí, un pliegue allá, la colgadura exacta del hilo...
Un último intento (a ver, a ver…):
-Suicidas del mundo, cambio cáncer terminal (y así salváis el alma) por hastío, apatía, impotencia, miseria, desaliento, asco… (¡ya sabré yo qué hacer con todo eso!).
Octubre 69: ¿qué iba a pedir, a suplicar en el nuevo alborozo del año?
El cuerno del carnero sólo grita a tu oído obscenidades, te insta a arrepentirte… ¿de qué? Ya ha caído sobre ti la maldición. Y yo sólo cumplía mi deber viviendo, ¿quién lo hizo mal?
30-31 de enero (1970). Que horrible lo de anoche. ¿Es que has perdido el juicio? Me dormí, y tuve miedo… ¡de despertar!

domingo, 2 de marzo de 2014

HESSE 134

“En el fondo, no era complicado… lo de ella. Era, simplemente, una propuesta, entendieras o no entendieras ni por asomo lo que ella se proponía en realidad.”
Respecto a la cuestión biológica…
¿Mujer?
Poco había de eso.
No era de las que creaba (y creía) a partir del décimo día del inicio del período menstrual, 0h, diosa de la fertilidad: de día, o de noche, ¿qué más da?
“Le había interesado mucho tiempo atrás quién no era ella, bastante más de lo que era, así que, más tarde, hasta el día de su muerte, ya no hubo errores.”
Una obra tan próxima al solipsismo que roza la desesperanza; bucea en una introspección silenciosa y lenta como el fondo del mar.
Descubrió enseguida que en el arte la mujer parecía ser el “accesorio necesario”. Sonrió para sus adentros (no des pistas al enemigo) y puso manos a la obra: ¡Se van a enterar!
“Encerrada en el estudio, entre cuatro paredes, el exterior de afuera, la ciudad, la amparaba. En la naturaleza, merodeando por el paisaje, sin techo, con las manos vacías, se hallaba desnuda: ¿dónde está la gente?”
Yo soy de mi propiedad.
Smithson:
“Es el ambiente, los hechos difíciles o lamentables que rodean a un artista, el que lo crea también… Agrega una perspectiva diferente a tu trabajo…”
Unas semanas después de esta reflexión (no  acerca de la obra de Hesse, ni siquiera acerca de ella misma), Robert Smithson moría perseguido por un destino en el que siempre confió mientras oteaba desde el cielo el sitio ideal para Yellow Ramp (¿existía el “sitio ideal”?).
Otros, al tiempo, acaban abriendo un agujero en la tierra y lo convierten en un refugio nuclear (Morris).
Hesse… muerta, y sus obras que “viven” en el tiempo…: despiden el hedor de la putrefacción, hierve la materia orgánica en una lenta destrucción casi casi hasta visible en su proceso post mortem.
¿Qué relación tiene esta obra con el mundo?… ¡Es en el mundo!
Un crítico-forense desmenuza las intenciones, determina las piezas del basural descompuesto, enumera valiéndose de graciosos tecnicismos los estragos y genialidades internas del cadáver de la obra artística. El tipo de Christie’s le desliza un billete de cien dólares en el bolsillo de la bata:
“Trágica Muerte Natural”, consigna en la hoja amarilla, todavía con el escalpelo en la mano.
Todo en orden, cualquier sabueso por más que meta sus sucias narices en el asunto no ha de reprobar tan expeditivo examen analítico.
A la subasta.
A rodar.
A fin de cuentas, ¿qué es la inmortalidad?:
que uno de tus mejores amigos sobrevivientes a ti se encargue de seleccionar los trastos y fragmentos desechados de trabajo sobre la mesa de dibujo o arrinconados en algún lugar polvoriento del estudio (ahora a plena luz del día, ultrajado de luminosidad, revelando ángulos sagrados de meditación, mancillado por el ojo público, descubriendo suciedad, pobreza, el desperfecto con el que vivías, los rayos matutinos del sol te desnudan del todo):
sí, esta es una pieza estimable; aquella, también; esa otra, no, es un simple trozo de…, y esta de más allá, quizá estas dos…
que ese amigo en insensata decisión los convierta en objetos artísticos y permita su exhibición encerrados en una urna de cristal como engañabobos para pasmarotes con el caro catálogo en la mano.
“Eres como el jazz… una improvisación”, le dijeron (equivocados).
Respecto a la composición…
Hábleme de aquellos jóvenes.
Ya le dije: LeWitt era portero de noche en el MoMa, y Flavin y Ryman, también en aquellas salas conspicuas, guardias de seguridad.
Algo se les pegaría.
Decididamente.
¿Hesse aparecía mucho por allí?
Todo el mundo ha ido mucho por el MoMa. ¿Sabes?, se les nota.
Es un arte para guardar debajo de la cama (Lippard lo hacía de ese modo: allí estaban aquellas obras de los jóvenes prodigios, sucias y polvorientas, cubiertas de pelusas).
Hesse debajo de la cama de Lucy Lippard.
Un título excelente.
En realidad, se trata de un dibujo enmarcado.
Lippard:
(Imbatibles razonamientos):  
“Los artistas (LeWitt, Hesse, Adams, Nauman, Bourgeois, Kuehn, Sonnier, Viner, Doyle, Plimack, Mangold, Graham, Bochner, Andre, Morris…) entre  los que me movía solían decir: cualquier cosa que hagamos es arte. De modo que pensé que si cualquier cosa que hacía un artista era arte, cualquier cosa que haga un crítico es crítica… Escribí un montón de cosas raras, pero todo eso era crítica de arte, porque yo era una crítica (¡qué cojones!). Esta actitud facilitó mucho las cosas, todo era más sencillo visto desde esa perspectiva.
“El arte conceptual ha hecho artista a mucha gente: ¿quién no tiene un concepto… Todo lo demás, es plástica, algo visual que es irremediable aceptar.”
¿Cómo consigue una mujer entrar en el Whitney Museum?
Con pitidos y sentadas a discreción, especialmente los fines de semana, y depositando en el interior huevos y tampones (manchados o no) por las esquinas: pero no se trata de ser una artista feminista, sólo gritar (ni siquiera demostrar) que una es artista, es suficiente con eso… No hace falta que lleves el támpax en la mano, la falda abierta y el niño cargado a las espaldas.
Tu huella, ahora no es inocente (¡cuánta cámara secreta se entrelaza en el cachivache o la porquería del látex y los polímeros!): se incorpora de entre las sábanas, abandona la cama, sale de la habitación, los pasos se alejan: he ahí que echo mano del luminor a discreción: la fosforescencia revela la sangre culpable.
El teatro, la máscara, el fingimiento: el lugar favorito del genio.
Es una amante de la tradición: sus dibujos abstractos los pergeña con plumilla de oca, desdeñando la plumilla de acero fabricada en serie.
Esas obras son… como alteraciones tipográficas.
Pero es la tabla de armonía, esa madera, el alma de un piano.
Estudio/Aquelarre: lugar donde “ocurren” las cosas de las brujas, sus asuntillos.
Hesse:
Ante la obra (cualquiera de ellas desde el 66): “Ni una sola se esconde mensajes encriptados. La “encriptada” soy yo.”
“Arroja una piedra a lo lejos:
antes de caer en el suelo, aún en movimiento: eso es el futuro;
luego, caída, soldada a la tierra, inerme en el presente, intocable.
Nada (material) vuelve al pasado:
sólo logras ver sus ruinas, su deterioro por el presente que lo corroe.”
¡Qué terrible es saber “que va a ser de mí”! La eternidad es precisamente no saberlo.
Al componer la nada con objetos lograba determinar, por lo menos, el sinsentido, que eso es precisamente la nada. A través de los materiales, y sobre todo éstos, tan desconocidos aún, palpaba la nada, que no significa nada.
Por supuesto que ama el objeto (la materia) mucho más que la imagen que proyecta. Con los ojos cerrados podría tocarlo, recomponerlo en la imaginación, erigir su contorno y sus detalles más nimios aun en la misma oscuridad: la imagen nueva al nuevo ciego le veda absolutamente toda proyección. El arte y la literatura, pueden tocarse (la hoja de papel, el lienzo, la piedra o la madera); el cine niega (salvo la audición) toda posibilidad de acercamiento físico, al igual que la música: he ahí lo artificial a despecho, en el caso de la música, de lo sublime y el encantamiento.
Esperaba… pero esperaba nada, puesto que nada iba a suceder hasta la hora de meterse en el lecho clínico bajo la luz blanca (de donde alcanza a pensar y medir el universo todo), y al otro lado de la puerta blanca el suave deslizar de los pasos sobre los brillantes pasillos blancos.
Esperaba… queriendo tenerlo todo aún: ¡como odiaba al tipo aquel!: “Siento tal melancolía esta tarde, me siento tan mal, que ni siquiera tengo ganas de estar bien…” “Ven, entonces, ven acá, coge la pajilla, introdúcelo en la copa de mi cráneo abierto rebosante del licor de la crátera, sorbe un poquito de mi tumor… Todo tuyo.”
Nada en realidad del mundo hace mal, son ellos, sus miserias de seres humanos… Y está la enfermedad, que el mundo inocente e impasible no sabe qué es…
Lee los diarios de… Uno de los fragmentos registra un paseo melancólico al atardecer, y la parada luego frente a un puesto de libros de viejo. Escribe: “Compro cuatro.” ¡Maldita, no menciona los títulos!
“Soy bella y tranquila”, dijo con el aliento apestando a anfetaminas.
Todo lo que dice lo desmiente su apariencia de alondra: “Soy nochernierga”, declama absolutamente seria (y severa). (Pero quizás la anfetamina ayude a eso…)
Ciertos indios del Brasil confeccionan sus cuadros con materiales absolutamente naturales y propios de la selva entre cuyos árboles habitan: alas de mariposa, plumas de vistosas aves, piedrecitas pulidas, ramas de plantas… y siempre representan paisajes reales de su entorno. Cuando el arte llega a tal grado de humildad, de pleitesía y rendición hacia la misma urgencia expresiva y de fidelidad al misterio de la duplicidad plástica ya no existe la posibilidad de la mixtificación o el fraude del artificio: el artista ya ha devenido el picasso de cinco años que Picasso siempre anheló ser.
Escribió un poema el poeta, pero el artista que estaba a su lado agarró el pedazo de papel lo cortó en una decena de trocitos y lo amontonó graciosamente sobre la superficie de la mesa del café ante la mirada atónita de los presentes. “De qué se extrañan, he ahí la poesía hecha arte… No se puede pedir más.”
La pintura realista, toda ella, y sé que es injusto proclamarlo de ese modo, recuerda a aquel tipo que inició su novela escribiendo “Empezaré a describir mi habitación…” Y acto seguido, en vez de describirla, se puso a hacer un inventario.
Explora cuanto está más allá de ella… o sólo hasta los límites de ella... Pues bien, ¡la obra sería la misma! Al menos, sé sincera.
Proust es la fiebre real de escribir: y así muere, ardiendo la piel y los labios secos, y la boca cerrada. El arte, salvo los locos (¿Van Gogh?), no exige la pasión, sólo una especie de discurso falso o calculado que desdeña el verdadero diálogo, es decir, incluso su legibilidad.
Como artista, tendría el mundo que estar totalmente despoblado para poder juzgarme a mí misma y a mi trabajo.
¡Claro que te conoces a ti misma, sólo que pasar a la acción es algo muy distinto!
Ningún arte revela los misterios verdaderos.
Te despiertas, abres los ojos, y el día está absolutamente desprovisto de matices, con toda crueldad puedes penetrar en su fealdad, en su estructura falaz y su entramado de desperdicios; sin colores el día, se descubre con facilidad que sólo es la encarnadura falsa del tiempo, una desnudez blanca que cubre una piel de lo más frágil pero que logra ocultar la muerte despacio y luminosa de todos los seres y las cosas, desfigurarla al menos entre tanto mecanismo de sospechosa precisión.
El sueño nos roba… todos los días. Y en cuanto a mí…
¿De qué época esa pintora?
Bien, nació en aquel tiempo que las damas elegantes exhibían con gracia exquisitos sombreros con velos de seda transparentes que dotaban al rostro de un toque aterciopelado de fascinante atractivo. Mujeres intocables (bien enfundadas en faldas tubo o faldas lápiz).
Cualquier época es buena para ponerla del revés.

lunes, 17 de febrero de 2014

HESSE 133

Cada uno es que como es… y alguno incluso más listo:
Judd fabricaba sus obras por teléfono: leía las instrucciones al primer tipo de la fábrica que se ponía al otro lado del hilo, especificaba medidas y colores, colgaba el auricular y se iba a dormir: hale, que entren los duendes del zapatero.
¿Para qué pensar demasiado? ¿Adónde nos conduce “ponerte a pensar…”?
A apartar el pincel del lienzo o de la tabla; a dejar caer el cincel o el palillo al suelo…
T. Smith: “Todos esos tíos del minimal, y la mayoría de ellos entraban y salían sin ningún reparo por la puerta de mi taller cuando les apetecía, sin mediar aviso alguno, rastreando con la mirada cuanto podían, todos esos tíos, piensan demasiado, se dedicaban horas y horas a reflexionar sobre lo que iban a hacer y sin dejar de parlotear desmenuzaban punto por punto las obras que ya habían hecho: bla, bla, bla. Al parecer, necesitaban justificarse intelectualmente ante ellos mismos y explicar sus obras a los otros… Yo nunca pensé nada de lo que hacía. Sólo lo hice. Y, por cierto, mandándoles a otros que lo hicieran en mi lugar.”
Bien diferente se creía ella en lo tocante a una predisposición a lo artístico que remitía inexorablemente a lo trágico, o cuando menos a todos aquellos sucesos del mundo de carácter patético que terminaban conmoviéndola del mismo modo que las adversidades e infortunios acaecidos en su propio ámbito personal, y que, conjuntamente con la prevalencia de los antiguos mitos y lo desorbitado de sus leyendas entre sus preferencias culturales, reforzaba aquella dimensión exagerada que a nivel matérico deparaban obras tan tremendas y solemnes como Right After o la Untitled de 1970.
“Sólo trabajando, descubro lo que creo.” Pero nunca nadie es inocente del todo: una mano secreta (incluso una infantil, la tuya de cuando entonces) te guía en tus devaneos y tentativas: te conduce de la incertidumbre al logro… ¡o viceversa! Una termina haciendo lo que es, al menos si no es una farsante o una mercenaria.
“En cualquier caso”, susurró fatigada, “maniobrando es la única manera de que se nos revele lo fundamental, lo que de veras importa; sólo desde las manos, trabajando, cristaliza lo realmente oculto… No una forma, ni una apariencia, sino una idea del arte.”
¡Qué paradójico resulta comprobar en algunos artistas lo barroco presente en sus obras, percibir apabullado la extraordinaria heterogeneidad de sus materiales y su enrevesada composición plástica y al cabo de un rato descubrir más apabullado todavía lo minimalista del concepto y lo simplista de la idea que subyace detrás de todo ello. La falla resultante expuesta a la luz poderosa y cruda de los vatios, la profusión objetual y el exceso, se halla sostenida por una mente reduccionista y austera, incluso pobre, desnuda de ambición ornamental, un simplismo: una contradicción.
¿Pero no es el arte una contradicción?:
Dices algo que no es.
Lo que exhibes, siendo real, cosa u objeto, es mentiroso.
¡Pero es verdad lo que ves!
Sin ti detrás, sin el título o la presunción de la que haces gala, sólo son trastos, piedra, telas, colores…
Deviene presa alquímica, el oro: una conversión. ¿Qué es arte? Lo que yo digo que es arte y como tal lo muestro.
(Sé un francotirador, dispara a la cabeza. El arte es caza mayor, sé altivo: no hay excusas que valgan, espétalo a la cara: lo tomas o lo dejas.)
Ella era artista: una técnica (incluso en lo que no precisaba artesanía alguna).
¿Artesanía?
Los disparos van directos a la razón.
Entonces…
Entonces una técnica del pensamiento que se vale de las manos y el pringue que sea menester (inclusive la sustancia de esa medusa que provoca el mayor dolor conocido e insoportable hasta la muerte en los humanos).
En el 65: “La pintura es una capitulación.”
Pues, si no nos vale…
Al objeto, entonces, ¡a por él!
Empezó a imaginar lo que le gustaría ver. O tal vez veía lo que imaginaba: “Hazlo real”: los materiales son lo que son, y ni una palabra más:
Right After.
¿Qué ha llevado hasta aquí?
No la manía de las grandezas:
“Es a través de lo trágico que se alcanza la redención”, se había dicho tiempo atrás sin comprender demasiado bien qué había que redimir y de qué habría de sentirse culpable desde que cruzó un océano para salvar la vida. Ahora ya lo sabía.
¿Qué fue antes…?
El origen fue… la confusión… Nadie crea, si es creador y no un plagiario, sino desde el desconcierto más absoluto e hiriente hasta que ese inicial estupor deviene por misteriosa conjunción de iluminado y oscuro oficiante en puro dinamismo histérico, osado revelador de misterios, de estampas indescritiples, de figuraciones y desafíos sin fin, de sublimes supercherías, un fraude que, en el caso de serlo, constituye una de las más esforzadas aventuras por borrar los originales
Eres artista, eres un genio (si no, no merece la pena, folks), contrae una lepra Leverkühn, intencionada, invisible, calculada hasta en el mínimo átomo de su poder lento y destructivo, abraza al diablo (tu verdadero amante, aunque no exista), corre todos los peligros, libera los monstruos de tu interior, bucea en las tinieblas… pero si loca, ¡mejor muerta!
¿Qué fue antes, aunque fuese poco o despreciable o accesorio o adicional a lo verdaderamente primordial?
Eres artista, eres mujer: fons omnium viventium.
Eres artista, eres mujer, hasta bruja has sido.
Convertida después en Sybila más que en Circe, predices los maleficios: como Bruja todos los has llevado a cabo en tu cabaña de fuego y niebla en la umbría del bosque. Ahora tan sabia, entre hedores y humos…
Ahora que ya estás sola en la oscuridad de adentro (y la clara mañana de primavera afuera acariciando la piel de los vivos saludables), ahora tan cerca de la nada, con la muerte a la que has dado paso sentada en la salita contigua al recibidor, aún cerca de la puerta de la entrada a la casa, esperando a que la recibas (tú, que andas en zapatillas, con el cabello suelto y los ojos de mayo, una artista con tejanos deshilachados y una T-shirt llena de pringues) muy bien vestidita de traje sastre, como una  vendedora de Avon que aguarda de la dueña la señal para abrir la fragante maleta de las sorpresas (bien escondida la guadaña), muy modosita, con la vista baja y en los labios una leve sonrisa casi imperceptible, con las rodillas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo. Adelante, adelante, perdone que la haya hecho esperar, Muerte.
Antes fue todo tan acelerado, tan vertiginoso que parecía posible abolir en el arte aquello que lo había sustanciado hasta ese momento, inclusive a Picasso, a quien algunos ya no temían tildar de “artesano”. Era en la abolición, en lo tajante de las respuestas y los hechos lo que dotaba a las prisas de la cualidad de lo fértil y acaso de un inspirador acicate (no pienses, corre y llega cuanto antes) cuando tampoco era desdeñable su naturaleza embrolladora y fácil puente a lo fraudulento: lo urgente había sido en todas las épocas lo que caracterizaba de veras el arte joven y novedoso, al margen de quien lo llevara a cabo, jóvenes o viejos. Importaban las nuevas ideas, y bastante menos las apariencias que podrían hacerlas visibles en formas artísticas. Lo verdadero (lo revolucionario) era matar lo precedente y no modificarlo.
Un artista se tomó el tedioso esfuerzo de sumar todo lo que tenía: 7.004 cosas (el apartamento donde vivía, el Ford del 59, la Zenith del 61, la chaqueta de mezclilla con coderas de cuero marrón, tres pañuelos, la billetera…, hasta un alfiler, una caja de cerillas, un tarro vacío de bovril, un cordón –uno- de zapatos, el sello de correos usado, la moneda de cinco centavos…)
7.004 cosas.
Las destruyó todas. Se quedó sin nada, ni siquiera conservó las obras que había producido hasta ese día.
Reducido a cero.
“Podemos empezar”, dijo con el miedo corroyéndole las plantas desnudas de los pies, y subiendo, subiendo…
Smithson, poco antes de estrellarse y morir a bordo de un avión, en el 73, reclamaba atención para los que partían de la misma nada:
“Eva Hesse se instaló por fin en un lugar donde por más que miraba en derredor no encontraba un referente, un asidero conceptual del que poder evolucionar: estaba en el mismo cero.”
“Hay bastante de intencionalidad en busca de una construcción orgánica: se veía una justificación [y repetió] orgánica en cada uno de los objetos, en su lugar y en el orden dispuestos en la composición.”
“Voy a contar algo”,  dijo (Smithson).

jueves, 6 de febrero de 2014

HESSE 132

(Beethoven, al final de su vida, ya sólo imaginaba la música: ¿qué sonidos habrían brotado de aquellas postreras ocurrencias? Tal vez se hubiera sentido horrorizado de haber podido oír lo que escribía en el papel pautado nacido en absoluto silencio, una  potencia desconocida, inaudita, que irrumpía poderosa, inesperada.)
En el desvelo, cercada por la noche, Hesse ve sus obras futuras, con la imaginación trajina la materia y los espacios, las formas y su ordenación; pero también anticipa los teatros y escenarios del arte absurdo de cincuenta años después.
Comprende ahora que desde lo oscuro de los tiempos lo litúrgico, si bien alejado o no de cualquier tipo de solemnidad y estrictos reglados, ha prevalecido y salvado el arte hasta su siglo de lo gratuito: el que sobreviniera tras ella, de ella misma como artista, desdeñoso con el ritual, escéptico ante su carácter esencial, sólo apelaría en el mejor de los casos al ingenio, y en el peor de ellos al divertimento o al espectáculo transitorio. Ni siquiera un trivial pitagorismo se hallaría presente en ese arte inclinado ante intereses espurios y alejados de todo ceremonial.
El símbolo, los significados ocultos (que tampoco ella consideraba necesarios, y así lo admitía en ocasiones), de haberlos (aunque los artistas del futuro no se resistirían a proclamarlo de ese modo), no serían en tales obras sino un adose posterior a la imagen y sus construcciones materiales, y nunca el origen de su existencia plástica.
Hacía muchos años ya del descrédito que suscitaba la sola mención de la palabra “inspiración”: ésta se había convertido en un simple estado de ánimo, bueno o malo, jovial o huraño, que acompañaba el motor real de cualquier ejercicio de orden plástico o intelectual: trabajo y esfuerzo, tiempo y maquinación.
¿Acaso no se forjaba antiguamente el bronce a mano? No había soplo divino, ni seráficos cuchicheos al oído.
Ella había endurecido sus manos en los potingues químicos. No la arredró nunca esa forja venenosa que modelaba sus ocurrencias. Nadie le dictaba la advertencia o el consejo: libraba sus batallas y su desconocimiento a solas. Los peligros de su aventura no habían sido previstos: a esta diosa, atenta únicamente a prodigios antes inimaginables y nunca vigilante de la viveza del fuego que alentaba las visiones ajenas, y que con gusto dejaría apagar, la enterraría viva el azar infausto (pero también su audacia).
Y, por fin… desaparece el nimbo (que tanto has supuesto alrededor de tu mollera, oh, santa).
Deja atrás el arte… tan viejo, tan manido, tan caído en manos ruines, codiciosas e inconscientes, circenses, mediocres.
Y sonríes desdeñosa, das media vuelta y sales, te alejas sin volver la vista atrás, tras de ti cierras la puerta de una vez. Descanse en paz El Arte. Definitivamente.
A rodar.
La gran artista no necesitaba materiales de ninguna clase: por fin su cuerpo, su mismo peso físico, era su material (el tacto sobre la piel de los otros, el pulso de la sangre, el respirar, la mirada, el gesto, el movimiento, el sabor en el paladar, el hablar, el vestir, el comer, el leer, el temblor del amor, el soñar), el arte único que proyectaba invencible (puesto que era de verdad): sin ataduras ya, sin concesiones a lo manual e incluso a lo intelectual.
Basta el sol en la cara. La caricia leve del aire cálido, terrenal, ¡oh, madre tierra!
El cuerpo es la verdadera religión: has alcanzado el arte más excelso. Sin necesidad de pintarlo, tatuarlo, disfrazarlo, violarlo. El cuerpo era la jaula de cristal de su alma de artista.
El cuerpo podía sonar diferente, no obstante.
Un cuerpo actuante, lejos de la pasividad del moribundo o del anciano.
Otras lo vieron…
Ana, la niña que voló agarrada a las alas de Campanilla.
-Señor Andre, debería explicarse.
-No sabría cómo hacerlo.
-Ella voló.
-¿Y qué culpa tenía yo si ella tenía la cabeza llena de pájaros?
El pincel… quiero decir el escoplo, el martillo, el cuchillo, el hacha, la sierra, el soplete de Ana Mendieta era su carne y hasta su sangre y sus lágrimas de desheredada:
Tu última obra… ¿el estropicio de la carne despachurrada sobre el pavimento estridente, canalla y sucio de cincuenta metros más abajo de la ventana?
He ahí la heroína del paisaje, la huella térmica del alma.
¿No se había purgado lo suficiente leyendo El evangelio de Sri Ramakrisná y las inocentadas del yogui de Yogananda?:
jamás perdía el tiempo entregada a pueriles fanatismos: profanaba su cuerpo con el maquillaje y la violencia. En sus “obras” escondía la mente, la fábrica de la idea: mostraba el cuerpo, banco de pruebas inagotable, el rescoldo despreciable del fuego invisible de la carne mortal y pronto olvidada.
Un enigma, La Gran Caída Final (ante los ojos fríos, racionales y cerrados de un poeta sin gramática).
El guardafrenos no pudo evitar a tiempo que el tren descarrilara:
otra que voló.
La Heroína Posterior a Hesse encuentra acomodo en la misma y profunda huella de su cuerpo desnudo en la tierra pura de la mañana o atrapada en la corteza milenaria del árbol: esta vestal sin hogar propio alienta el fuego sagrado del arte mediante el latido de su sangre y su carne herida o mancillada.
¿El legado de tamaños y artísticos empeños?:
70 películas en súper8 y 9.000 diapositivas de sus manoseos con el cuerpo divino (a imagen y semejanza de Eva en el Paraíso).
No se echa para atrás ante el sacrificio: el de ella como cuerpo de mujer universal (injuriada, humillada, agraviada, golpeada, ultrajada y finalmente asesinada), o el del animal degollado por sus propias manos y cuya sangre, que ella misma vierte sobre el pubis creador y los muslos desnudos, purifica su carne, discurre por la negra pelambrera y los surcos exteriores del molde fabricante de hombres.
No recula esta camarada de Peter Pan ante un planeta viviente del aire y la luz, de la tierra y el fuego: con esos materiales y lo funesto del fin en La Capital del Mundo es fácil labrar una leyenda: cualquier menudencia del pasado (del pasado de la heroína) adquiere dimensiones colosales:
“Aquí puso su mano.”
“Ella salía al amanecer camino a las Grandes Rocas. No regresaba hasta la puesta del sol (la hora sagrada).”
“Esas líneas sobre la piedra inmemorial las trazaron sus dedos de artista.”
“Sentía preferencia por la habitación 108 de cualquier hotel.”
“Sus pies desnudos se posaron en el polvo amarillo de ese camino a las cuevas del agua.”
“Puñados de esa tierra negra la he visto yo coleccionar.”
“Alzaba su perfil al sol majestuoso de la mañana, al sol poderoso e invencible, padre y verdadero dios de todos nosotros.”
“Era silenciosa, pero sus ojos hablaban.”
“Víctima y victimario se fusionaban en ella indisolublemente: su propuesta es radical y estremecedora: se mezcla la sangre inocente con la sangre culpable.”
¿Cuál es tu patria?
La tierra y el sol.
Con ellos, hablaba (escondida a los ojos de Maroya).