miércoles, 19 de marzo de 2014

HESSE 135

Right After.
Puedo ir hacia delante y hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo: una tela de araña (una tela de araña bastante hedionda, la verdad, pues su materia química altera los sentidos) diseñada a conveniencia para excursiones, trapicheos mentales, licencias que den entrada a la perversidad.
¡Cómo odia Evchen a esta provecta llorona condenada a muerte, este ser perdido en el absurdo del vivir adulto que tanto la ha traicionado! ¡Que va a matarla!
“¿Qué eres, Hesse?” “Una obra (no de arte) que retoco al levantarme (pero que tampoco me atrevo a reconstruirla de nuevo).
Jamás ha sido una niña inocente. En todo caso, indefensa, algo confusa, digamos. Pero ya las veía venir.
Salidos de una inmensa fábrica los muñecos humanos, alineados bajo sol, todavía inmóviles, intactos, puesto que aún no les han dado cuerda, y entonces el dedo atroz elige: blanco o negro o enfermo o poeta o:
“apto para los golpes.”
Hay hombres y mujeres tortuga: se mueren despacio, muy despacio, pero no hacen nada, viven doscientos años sin hacer nada, desaparecen sin dejar huella, silenciosos e inanes… Y otros condenados a la nada prematuramente, sin ton ni son, por mero capricho de una naturaleza estúpida, por algún error predestinado hace cuatro mil millones de años, los corta de cuajo de la tierra…
El suicida, ese ser abyecto que se dedica días y días antes de la misa en seco a pensar qué medios utilizará para poner fin a su vida, disimulando frente los demás, mezclado entre los transeúntes y puede que hasta con una bolsa de Macy’s en la mano con alguna prenda de ropa recién comprada, andando, respirando, alimentándose, incluso durmiendo… Al final, se lanza al vacío, y nadie, nada, es culpable: es la muerte más libre de culpa hacia nadie, la más simple y rotunda, el cuerpo cae, cae por sí solo, no te defiende, y tampoco ningún obstáculo ni fuerza milagrosa se interponen en la caída brutal  y definitiva contra la acera.
Despierta: “Hola, Eva”, se dice. Sigue tumbada en la cama. Pero en seguida le sobreviene el desconsuelo: “Reflexionar cuando eres una moribunda es una pérdida de tiempo… Pero levantarte, moverte, vivir… es una falsedad.” Se angustia más tarde, mirándose en el espejo, descifrando el espectro que adelanta el azogue indiferente al tiempo: “¿Qué vas a hacer, Eva, hasta…”
Y no hay culpables… ni siquiera tú lo eres.
Dijo: “Todo suicida se debate entre el deseo de muerte y el deseo de demasiadas cosas.”
Todos los suicidas mueren con sed, de una sed insaciable, que fatalmente los deja secos por dentro, como cañas huecas.
Mi vida por la de 10.000 suicidas:
¿Qué ocurre con aquellos que abren la puerta de casa un día, salen afuera y se encuentran de frente con una muerte a destiempo, con la que no desean trato alguno, se topan con su máscara de dolor y finitud, con el tajo directo al alma (¿y qué fluido se vierte al suelo del alma herida de muerte?), al núcleo de la estrella?
¿Con qué se encuentran? ¿Con qué metal implacable? ¿Con qué despertar gélido y blanco?
No con el niño de oro.
Que no sea tu Diario un rosario de lamentaciones, impotencias y quejumbres: mejor la página en blanco: dice más, mucho más que una lágrima, tan pueril y común a los mortales, tan al alcance de un niño.
Y no cuentes nunca tus sueños: invéntalos. No se lo creerán de todos modos.
Y esas frases que lees en los testamentarios de muertos y sentimentales… ¡Dios mío!: …me conformaba con tan poco que  padecí  todo el sufrimiento.
Gran combinatoria de las palabras, ese muestrario incesante e inagotable…:
“Esa frase, oh, gran dios de los adolescentes y mugrientos quioscos cuando el pulp y el tebeo de la Marvel, parece salida de lo más granado de las hard-boiled.”
¿Recuerdas algunos de los libros robados, pero robados de verdad, no devueltos?
Papa you’re crazy,
Lebensanschauungen der Grossen Denker,
Le rouge et le Noir:
Tu ambición es el fácil instrumento de que se valen los otros para dominarte.
Pero lo mío no es ambición, es indiferencia hacia el trabajo de los otros (aunque lo respete por el mero hecho del tiempo que emplean en ello).
En el mundo del arte existe un equívoco muy generalizado: es fácil confundir la ambición con la vanidad. Ambiciosos son los que se destruyen finalmente a sí mismos (¡después de todo!) o se han tornado invisibles, los anónimos; el exhibicionista sin embargo… siempre con la boca abierta, como el animal de presa.
Sontag: el arte es una forma de conciencia.
(De ahí que sea fácil constatar que el sesenta por cien del arte contemporáneo es una filfa o un malentendido: se halla asediado e invadido por narcisistas.)
Sé que sé.
“No me arrepiento de nada.” (¡Imbécil! ¿Cómo es posible eso?)
Sólo los genios se arrepienten de todo.
Hesse, ella:
Prefiere To The LightHouse a The Waves,
Munch a Kafka,
el opus 131 a la novena:
Una línea trazada en el lienzo te compromete, te sume en el riesgo…
Lo demás, una habitación colmada hasta el techo de libros que no han de ser leídos.
“Eva”, sigue diciéndose, “tienes miedo.”
Pero una vez en la acción, ¿quién sabe para lo que estaba destinado?
Llaman desde el hospital…
La pequeña Evchen, que se escondía debajo de la cama…
¿Dónde puedes esconderte tú ahora? Más que la gran desmesura (inacabable) de su hoja curvilínea teme de la guadaña su filo criminal y silencioso (infalible).
El arte es una forma de vivir, y los que mueren a través de él… ¡todos esos mastuerzos…! Alejados de la isla, abandonada ya la Hispaniola, al otro lado del mar, malgastaron el tesoro.
Ella, yo, sin embargo, tuvo placeres que no podía compartir, goces que en el fondo no eran sino la ausencia absoluta del mundo de los otros, el misterioso refugio de ella y el arte, distante de un ajetreo turbio y ajeno, a salvo de eso… del mundo, tan hacia dentro de la cosa misteriosa que es Hesse, aún en el mundo.
¿Cuándo dejas la adolescencia atrás? Cuando dejas de sufrir por sentirte incomprendido (¡qué sarcasmo en un artista esa incomprensión!), tengas dieciséis o treinta y tres años.
Es difícil reconciliarse con un llorón incluso aunque esconda un cáncer dentro de sí.
No te lamentes, moribunda, sólo el dolor físico es indigno de vivir, nada hay en el mundo tan valioso que exija el sufrimiento en balde a causa de la enferma y miserable corteza que nos cubre, si acaso el esfuerzo, el coraje, hasta la rabia y el fracaso (que tú siempre debes creer que es el éxito definitivo).
Una ella dijo que había soñado que lloraba.
Otra ella se despertó llorando, sin recordar por qué.
¿Qué es un mago en lo más negro de la noche, lejos de las luces?
El verdadero artista encandila de noche (al costado de una vela, como Klee) y de día (bajo el inmenso sol, como Van Gogh).
Y al cabo, pegado a la piel el temor no a fracasar, sino al hecho, no tan insólito por otra parte, de no ser lo que uno sabe que es.
Mírate mejor: cuando enciendes la luz y todo a tu alrededor se tiñe de amarillo, esa odiosa claridad eléctrica, es cuando más desnuda te sientes, sin atuendo ni máscara: cuentas los días que quedan (aunque nunca supiste la suma auténtica de ellos por venir, pues ya pensaste desde antes de la enfermedad que esa ignorancia es la eternidad) y te asombra los muchos que pasaron.
Estaba pegadita al cáncer (que no la atenazaba, después de todo, la dejaba ir, moverse de acá para allá sin desplomarse) como la puerta a los goznes que la aprisionan.
¿Dónde te encontraré?, preguntó antes de colgar el teléfono, cuando ella ya estaba a punto de cerrar el libro y acostarse, y aún no era la noche.
En el Cuaderno Verde.
Tal vez fuera el Cuaderno Rojo.
Right After.
(Construye esa araña un laberinto de tela pegajosa sin entrada ni salida, sin los cuatro puntos cardinales, sin a lo alto o a lo bajo, sin lados, sin adentro, sin afuera.)
A nadie le conmueve la muerte de un desconocido, la muerte mía, y, sin embargo, esas muertes son la muerte injusta de un niño, la misma muerte de tu madre, de la tuya propia. La muerte siempre es igual a sí misma, en todos, en cualquier instante, en cualquier época, jamás se ha disfrazado a la moda.
Y, el tiempo…
Pero no, no es el tiempo la herida (y el poeta infame añadiría “allá por donde desangra la vida”), es el puñal que ni siquiera elige el lugar ni el instante donde asestar el golpe definitivo: no anega la boca el sabor de la sangre, sólo el metal y en seguida su óxido, la ruina que se cierne sobre todo lo vivo.
Cuanto mejor el ensueño que el sueño. Mas si a la medianoche aún no te has dormido, todo en el cuerpo empieza a doler, aunque te hayan cercenado la cabeza del tronco, todo empieza a doler, y tienes miedo a levantarte de la cama, pues las piernas son como cuchillas que se hendirían en los costados, y renuncias al vaso de agua a pesar de que te arde la garganta, y dejas la mano quieta pues allá donde se posa agranda el tamaño de las cosas y un hormigueo insufrible parece horadarla su palma, atravesar el envés, y cierras los ojos como buscando un refugio  tras los minúsculos pero poderosos párpados que te libere de la espera, del cálculo terrible hacia atrás mientras te aplicas en el yacer.
Todo en una mujer es selva…, ¿de qué se quejan, entonces, esos hombres excursionistas?
El amarillo tiene su hora, su tiempo: un momento de extraña densidad en el aire, como si empezara a solidificarse, a hacerse materia, o hacerse piedra, y venirse al suelo (pero sin estruendo, como deslizándose hacia él, descendiendo suave).
Era la hora amarilla, y no era precisamente la tarde.
¡Qué lejos la hora azul!, que es líquida, como la mañana aún transparente del verano.
Sé que antes de morir, pero con el yo muerto, estaré colgada de la vida, en el borde del vacío, pero ahí, todavía unos pocos días, como la prueba viviente de que sí fui.
En todas las épocas, el arte se vale de algunos artistas, de muy pocos artistas, para resucitarse a sí mismo:
con los ojos cerrados, desde mi coma de quietud mineral, desde mi inconsciencia fatal, aguardo la resurrección (al menos, esa), aun cuando mi obra con el tiempo se desmorone como algo podrido e irrecuperable: fue, entonces, sagrada.
Pues, ¿sobre qué se erguía tanto orgullo y coraje? Sobre la absoluta certeza de que al morir lo perdía todo, y eso la obligaba en el alquímico ejercicio del arte a arriesgarlo todo. (Y aún tuvo tiempo de ver que moría demasiado temprano, y eso hizo que las obras finales…)
Nunca hay misterio. Quizás algún secreto, un malentendido, pero…
Y, sí, en efecto, quien alardea de que en la obra de arte existe algo más que no se ve, ha trabajado la nada. Significativa o no, la obra que se ofrece a tus ojos es todo lo que hay: lo que no ves, no existe.
¿Misterio? Muchos de los artistas modernos hacen del suicidio una amenaza constante en su obra: no por ello son mejores o peores artistas, pero ese afán destructivo sí es capaz de modificar el sentido de una poética, aunque no de sacralizarla definitivamente o abolir por completo su intención original, bastante menos pretenciosa de lo que pudiera parecer inserta en ese contexto artificiosamente dramático.
Hay un arte interno: apenas sale al exterior: asustaría (que se queden con lo residual).
Si está, es.
¿Qué figura geométrica te atrae…?
Las huecas.
No se corrige una obra, corriges un pensamiento, si acaso una idea que ha sido susceptible de materializarse.
¿Por qué a ti?
Ciego (pues tú lo ignoras todo) es el hérem que recae sobre tu cabeza descubierta por culpas desconocidas. O quizás has sido una mala judía que renunció al lenguaje del dios. O quizás reconoces tus culpas y tu carne mortal se resigna al castigo.
Viéndoles (a ellos, algunos afortunados):
“Hay gente que no sabe que va a morir... Comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles, se casan con el primero que encuentran a mano, les importa un bledo la geografía, no saben qué es el sol, lloran al oír el himno nacional, creen en los dioses justicieros escondidos tras las galaxias, a cada momento les engaña el espejo y la sonriente faz reflejada, tienen un hijo como el que tiene un buen día, duermen como benditos, amanecen cantarinos como pájaros, se lanzan a la calle, comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles (etcétera)…”
Déjalo ya…
Aquel francés que revelaba la geometría en la naturaleza…, ¡y yo que descubro los paisajes en la geometría urbana!
No llegar a vieja, no alcanzar esa mañana crucial en que empiezas a mirarte desde adentro, a contradecir la imagen en el azogue, a comprender que ya nunca habrá acuerdo ni siquiera pacto decoroso entre dos imágenes tan adversarias: la que tú tienes de ti misma y sientes sobre la piel sin mirarte y la otra del espejo que se empeña en desangrarte la carne y poco a poco la vida.
Ella, la artista que piensa,
no se morirá de golpe… se desvanecerá, se irá muriendo mientras su corazón late y la sangre transita por las venas ignorantes de la inminente parálisis.
La agenda de mujercita previsora,
antes de morir, “pasar a limpio” las obras (à la machine): una atadura aquí, un pliegue allá, la colgadura exacta del hilo...
Un último intento (a ver, a ver…):
-Suicidas del mundo, cambio cáncer terminal (y así salváis el alma) por hastío, apatía, impotencia, miseria, desaliento, asco… (¡ya sabré yo qué hacer con todo eso!).
Octubre 69: ¿qué iba a pedir, a suplicar en el nuevo alborozo del año?
El cuerno del carnero sólo grita a tu oído obscenidades, te insta a arrepentirte… ¿de qué? Ya ha caído sobre ti la maldición. Y yo sólo cumplía mi deber viviendo, ¿quién lo hizo mal?
30-31 de enero (1970). Que horrible lo de anoche. ¿Es que has perdido el juicio? Me dormí, y tuve miedo… ¡de despertar!

domingo, 2 de marzo de 2014

HESSE 134

“En el fondo, no era complicado… lo de ella. Era, simplemente, una propuesta, entendieras o no entendieras ni por asomo lo que ella se proponía en realidad.”
Respecto a la cuestión biológica…
¿Mujer?
Poco había de eso.
No era de las que creaba (y creía) a partir del décimo día del inicio del período menstrual, 0h, diosa de la fertilidad: de día, o de noche, ¿qué más da?
“Le había interesado mucho tiempo atrás quién no era ella, bastante más de lo que era, así que, más tarde, hasta el día de su muerte, ya no hubo errores.”
Una obra tan próxima al solipsismo que roza la desesperanza; bucea en una introspección silenciosa y lenta como el fondo del mar.
Descubrió enseguida que en el arte la mujer parecía ser el “accesorio necesario”. Sonrió para sus adentros (no des pistas al enemigo) y puso manos a la obra: ¡Se van a enterar!
“Encerrada en el estudio, entre cuatro paredes, el exterior de afuera, la ciudad, la amparaba. En la naturaleza, merodeando por el paisaje, sin techo, con las manos vacías, se hallaba desnuda: ¿dónde está la gente?”
Yo soy de mi propiedad.
Smithson:
“Es el ambiente, los hechos difíciles o lamentables que rodean a un artista, el que lo crea también… Agrega una perspectiva diferente a tu trabajo…”
Unas semanas después de esta reflexión (no  acerca de la obra de Hesse, ni siquiera acerca de ella misma), Robert Smithson moría perseguido por un destino en el que siempre confió mientras oteaba desde el cielo el sitio ideal para Yellow Ramp (¿existía el “sitio ideal”?).
Otros, al tiempo, acaban abriendo un agujero en la tierra y lo convierten en un refugio nuclear (Morris).
Hesse… muerta, y sus obras que “viven” en el tiempo…: despiden el hedor de la putrefacción, hierve la materia orgánica en una lenta destrucción casi casi hasta visible en su proceso post mortem.
¿Qué relación tiene esta obra con el mundo?… ¡Es en el mundo!
Un crítico-forense desmenuza las intenciones, determina las piezas del basural descompuesto, enumera valiéndose de graciosos tecnicismos los estragos y genialidades internas del cadáver de la obra artística. El tipo de Christie’s le desliza un billete de cien dólares en el bolsillo de la bata:
“Trágica Muerte Natural”, consigna en la hoja amarilla, todavía con el escalpelo en la mano.
Todo en orden, cualquier sabueso por más que meta sus sucias narices en el asunto no ha de reprobar tan expeditivo examen analítico.
A la subasta.
A rodar.
A fin de cuentas, ¿qué es la inmortalidad?:
que uno de tus mejores amigos sobrevivientes a ti se encargue de seleccionar los trastos y fragmentos desechados de trabajo sobre la mesa de dibujo o arrinconados en algún lugar polvoriento del estudio (ahora a plena luz del día, ultrajado de luminosidad, revelando ángulos sagrados de meditación, mancillado por el ojo público, descubriendo suciedad, pobreza, el desperfecto con el que vivías, los rayos matutinos del sol te desnudan del todo):
sí, esta es una pieza estimable; aquella, también; esa otra, no, es un simple trozo de…, y esta de más allá, quizá estas dos…
que ese amigo en insensata decisión los convierta en objetos artísticos y permita su exhibición encerrados en una urna de cristal como engañabobos para pasmarotes con el caro catálogo en la mano.
“Eres como el jazz… una improvisación”, le dijeron (equivocados).
Respecto a la composición…
Hábleme de aquellos jóvenes.
Ya le dije: LeWitt era portero de noche en el MoMa, y Flavin y Ryman, también en aquellas salas conspicuas, guardias de seguridad.
Algo se les pegaría.
Decididamente.
¿Hesse aparecía mucho por allí?
Todo el mundo ha ido mucho por el MoMa. ¿Sabes?, se les nota.
Es un arte para guardar debajo de la cama (Lippard lo hacía de ese modo: allí estaban aquellas obras de los jóvenes prodigios, sucias y polvorientas, cubiertas de pelusas).
Hesse debajo de la cama de Lucy Lippard.
Un título excelente.
En realidad, se trata de un dibujo enmarcado.
Lippard:
(Imbatibles razonamientos):  
“Los artistas (LeWitt, Hesse, Adams, Nauman, Bourgeois, Kuehn, Sonnier, Viner, Doyle, Plimack, Mangold, Graham, Bochner, Andre, Morris…) entre  los que me movía solían decir: cualquier cosa que hagamos es arte. De modo que pensé que si cualquier cosa que hacía un artista era arte, cualquier cosa que haga un crítico es crítica… Escribí un montón de cosas raras, pero todo eso era crítica de arte, porque yo era una crítica (¡qué cojones!). Esta actitud facilitó mucho las cosas, todo era más sencillo visto desde esa perspectiva.
“El arte conceptual ha hecho artista a mucha gente: ¿quién no tiene un concepto… Todo lo demás, es plástica, algo visual que es irremediable aceptar.”
¿Cómo consigue una mujer entrar en el Whitney Museum?
Con pitidos y sentadas a discreción, especialmente los fines de semana, y depositando en el interior huevos y tampones (manchados o no) por las esquinas: pero no se trata de ser una artista feminista, sólo gritar (ni siquiera demostrar) que una es artista, es suficiente con eso… No hace falta que lleves el támpax en la mano, la falda abierta y el niño cargado a las espaldas.
Tu huella, ahora no es inocente (¡cuánta cámara secreta se entrelaza en el cachivache o la porquería del látex y los polímeros!): se incorpora de entre las sábanas, abandona la cama, sale de la habitación, los pasos se alejan: he ahí que echo mano del luminor a discreción: la fosforescencia revela la sangre culpable.
El teatro, la máscara, el fingimiento: el lugar favorito del genio.
Es una amante de la tradición: sus dibujos abstractos los pergeña con plumilla de oca, desdeñando la plumilla de acero fabricada en serie.
Esas obras son… como alteraciones tipográficas.
Pero es la tabla de armonía, esa madera, el alma de un piano.
Estudio/Aquelarre: lugar donde “ocurren” las cosas de las brujas, sus asuntillos.
Hesse:
Ante la obra (cualquiera de ellas desde el 66): “Ni una sola se esconde mensajes encriptados. La “encriptada” soy yo.”
“Arroja una piedra a lo lejos:
antes de caer en el suelo, aún en movimiento: eso es el futuro;
luego, caída, soldada a la tierra, inerme en el presente, intocable.
Nada (material) vuelve al pasado:
sólo logras ver sus ruinas, su deterioro por el presente que lo corroe.”
¡Qué terrible es saber “que va a ser de mí”! La eternidad es precisamente no saberlo.
Al componer la nada con objetos lograba determinar, por lo menos, el sinsentido, que eso es precisamente la nada. A través de los materiales, y sobre todo éstos, tan desconocidos aún, palpaba la nada, que no significa nada.
Por supuesto que ama el objeto (la materia) mucho más que la imagen que proyecta. Con los ojos cerrados podría tocarlo, recomponerlo en la imaginación, erigir su contorno y sus detalles más nimios aun en la misma oscuridad: la imagen nueva al nuevo ciego le veda absolutamente toda proyección. El arte y la literatura, pueden tocarse (la hoja de papel, el lienzo, la piedra o la madera); el cine niega (salvo la audición) toda posibilidad de acercamiento físico, al igual que la música: he ahí lo artificial a despecho, en el caso de la música, de lo sublime y el encantamiento.
Esperaba… pero esperaba nada, puesto que nada iba a suceder hasta la hora de meterse en el lecho clínico bajo la luz blanca (de donde alcanza a pensar y medir el universo todo), y al otro lado de la puerta blanca el suave deslizar de los pasos sobre los brillantes pasillos blancos.
Esperaba… queriendo tenerlo todo aún: ¡como odiaba al tipo aquel!: “Siento tal melancolía esta tarde, me siento tan mal, que ni siquiera tengo ganas de estar bien…” “Ven, entonces, ven acá, coge la pajilla, introdúcelo en la copa de mi cráneo abierto rebosante del licor de la crátera, sorbe un poquito de mi tumor… Todo tuyo.”
Nada en realidad del mundo hace mal, son ellos, sus miserias de seres humanos… Y está la enfermedad, que el mundo inocente e impasible no sabe qué es…
Lee los diarios de… Uno de los fragmentos registra un paseo melancólico al atardecer, y la parada luego frente a un puesto de libros de viejo. Escribe: “Compro cuatro.” ¡Maldita, no menciona los títulos!
“Soy bella y tranquila”, dijo con el aliento apestando a anfetaminas.
Todo lo que dice lo desmiente su apariencia de alondra: “Soy nochernierga”, declama absolutamente seria (y severa). (Pero quizás la anfetamina ayude a eso…)
Ciertos indios del Brasil confeccionan sus cuadros con materiales absolutamente naturales y propios de la selva entre cuyos árboles habitan: alas de mariposa, plumas de vistosas aves, piedrecitas pulidas, ramas de plantas… y siempre representan paisajes reales de su entorno. Cuando el arte llega a tal grado de humildad, de pleitesía y rendición hacia la misma urgencia expresiva y de fidelidad al misterio de la duplicidad plástica ya no existe la posibilidad de la mixtificación o el fraude del artificio: el artista ya ha devenido el picasso de cinco años que Picasso siempre anheló ser.
Escribió un poema el poeta, pero el artista que estaba a su lado agarró el pedazo de papel lo cortó en una decena de trocitos y lo amontonó graciosamente sobre la superficie de la mesa del café ante la mirada atónita de los presentes. “De qué se extrañan, he ahí la poesía hecha arte… No se puede pedir más.”
La pintura realista, toda ella, y sé que es injusto proclamarlo de ese modo, recuerda a aquel tipo que inició su novela escribiendo “Empezaré a describir mi habitación…” Y acto seguido, en vez de describirla, se puso a hacer un inventario.
Explora cuanto está más allá de ella… o sólo hasta los límites de ella... Pues bien, ¡la obra sería la misma! Al menos, sé sincera.
Proust es la fiebre real de escribir: y así muere, ardiendo la piel y los labios secos, y la boca cerrada. El arte, salvo los locos (¿Van Gogh?), no exige la pasión, sólo una especie de discurso falso o calculado que desdeña el verdadero diálogo, es decir, incluso su legibilidad.
Como artista, tendría el mundo que estar totalmente despoblado para poder juzgarme a mí misma y a mi trabajo.
¡Claro que te conoces a ti misma, sólo que pasar a la acción es algo muy distinto!
Ningún arte revela los misterios verdaderos.
Te despiertas, abres los ojos, y el día está absolutamente desprovisto de matices, con toda crueldad puedes penetrar en su fealdad, en su estructura falaz y su entramado de desperdicios; sin colores el día, se descubre con facilidad que sólo es la encarnadura falsa del tiempo, una desnudez blanca que cubre una piel de lo más frágil pero que logra ocultar la muerte despacio y luminosa de todos los seres y las cosas, desfigurarla al menos entre tanto mecanismo de sospechosa precisión.
El sueño nos roba… todos los días. Y en cuanto a mí…
¿De qué época esa pintora?
Bien, nació en aquel tiempo que las damas elegantes exhibían con gracia exquisitos sombreros con velos de seda transparentes que dotaban al rostro de un toque aterciopelado de fascinante atractivo. Mujeres intocables (bien enfundadas en faldas tubo o faldas lápiz).
Cualquier época es buena para ponerla del revés.