Anot.
Diario.
1967.:
Guerra de los 6 días (anota en su diario).
Minifalda
inglesa.
En un gran
recorte: fotografía en huecograbado del general tuerto y victorioso.
Y el dios
de Israel, el de los buenos judíos, ahoga en el río Jordán a los infieles
mientras los desiertos justicieros del Sinaí y del Neguev se tragan otros
tantos miles más de sacrílegos desharrapados.
Anot.
Diario.
1968,
noviembre: exposición en el . “El arte y la máquina” (Oldenburg, César,
Tinguely…)
Anot.
Diario.
Junio de
1968: atentado Warhol (lunes, 3 de junio). Exposición de Warhol: en la Stable
Gallery.
Anot.
Diario.
KLEE:
aboga por el absurdo como refugio (Beckett, Hesse, Kafka-Metamorfosis)
Anot.
Diario. El vacío: las lunas cara a cara.
EIDOS.
Espejo.
Tipa
guerrera.
Último
intento de ser perversa (en su tiempo), y no a costa del arte, julio 196…:
ceñida la shirt-T blanca, la
insolente minifalda color violeta, las medias de seda de las que precisan
liguero, la mirada que devuelve tu deseo…
“Muchas
cosas del mundo pueden dañarte, pero no estropear irremediablemente tu vida.”
The Green Train: un Scribner’s Magazine
de junio de 1915, con un reportaje de Edith Wharton sobre el frente europeo (La
Gran Guerra): 25 centavos entonces; un dólar, ahora.
Cada uno a
lo suyo.
La voz,
desde el lado derecho, le llega a su cerebro como un haz de luces apaciguadas,
cálidas. Sentada en el confortable sillón, tiene los ojos cerrados, y no los
quiere abrir. Paga un buen dinero como para ser tan idiota y abrirlos antes de
tiempo.
Su
psiquiatra no es David Cooper. Pero eso tampoco importa. No se fía de ninguno
de los dos. Sabe que todo, absolutamente todo, se solucionará cuando se fíe de ella misma. Con los años, no
se convertirá en la mejor terapeuta, pero sí en la mejor paciente de sí misma.
Y a éste,
¿quién o qué le apremia en esas correrías urbanas entre rascacielos y
escaparates?
¿Quién
anda tras él?
A veces la
vejiga: busca desesperado un rest rooms
en los vestíbulos de los hoteles, en los centros comerciales, en las plantas
bajas de los rascacielos: un furtivo meón con el plano tricolor de la ciudad
escondido bajo la manga.
Anda por
el Lower, por South Street: “algo pescaré”, se dice sin nada entre las manos,
aunque no atreviéndose a mirar a nadie directamente a los ojos.
Entre la
niebla, el puente de Brooklyn parece su
decorado perfecto. Al menos, eso, las imaginaciones.
Al
principio parecía animado.
“Soy
pobre, pero aquí estoy.”
Coge un
par de rebanadas de Wonder Bread, coloca entre las dos porciones una ancha
rodaja de salami y un par de lonchas de queso fundido. Camina algo tenso, como
si presintiese la incomodidad de después. Hace algo de aire. Grandes nubes
oscuras se desplazan con prisas en el cielo cambiante. Come y anda por Prince,
en el SoHo. Parece (se cree) contento. Demora los pasos mientras merodea en
torno a la vieja Saint Patrick, atisbando el cementerio de la parte posterior
del templo. Pero de repente, al agrisarse en un instante la mañana, un intenso
estremecimiento le enerva la espalda. Nota un sabor metálico en la garganta que
atribuye a la ranciedad del salami, y hace esfuerzos con la punta de la lengua
para desprender fragmentos del queso que se le han quedado pegados en el velo
superior del paladar… Arrecian las ráfagas oscuras del aire. Y entonces cae en
la cuenta de la soledad miserable en la que se halla sumido, y empieza a darle
asco el sándwich pobre y barato que lleva en la mano, y en las ropas gastadas
que le cubren, y en el futuro que le espera y del que no sabe nada de nada, y
se siente el ser más vil de todos los pobres tipos que observa a su alrededor.
Por un momento permanece inmóvil, con la boca llena de los restos pegajosos del
emparedado, sin masticar (los grumos de queso se han fundido en su sangre), sin
pensar en nada productivo (Nueva York). ¿Dónde diablos estoy?
En el
centro mismo de la nada (del espejismo).
Cómprale
algo de plata en la 2ª planta de Tiffany.
Interpreta
tu película junto a ella, que resucita de las sombras (de las nieblas del
parque).
Inventa.
Hay una
hora del día en que todo parece surgir de la bruma, ser de humo, ser... nada.
Lo que viene después de la muerte.
Yeats,
borracho (uno de esos días que cuesta creer lo del mundo…, que cuesta creer…):
“… cuando
Marlowe se folla a la librera con gafas una mañana de lluvia…”, farfulla
maravillado, recordando la película excelente.
4 de abril
de 1968. Las siete de la tarde. Junto a ella. Ha sido una tarde divertida
merodeando por la parte sur de Central Park y calles adyacentes (Whitney
Museum, Frick Collection). Más al sur todavía, una hora antes… Un balazo en el cuello acaba con la vida de
Martin Luther King cuando en el balcón de la 306 del motel Lorraine, en el
centro de Memphis, charlaba con uno de sus colaboradores. Su asesino le disparó
desde una distancia de setenta metros con una Remington 30 pertrechada con mira
telescópica. En ese momento, Treinta Monedas y La Futura Artista del Dividendo,
que entre risas se tienden sobre el césped, cerca del zoo, no lo saben aún.
Sobre todo ella, de boca carnosa y húmeda, que es invisible. Por la noche
asisten replicadores a los noticiarios de TV. Después de un momento, ella
calla, sin apartar la vista de los huevos revueltos, aún en la sartén. Él
vuelve a desplegar el periódico que permanecía sobre el regazo. La copa a un
lado. ¿Y la pipa? Eres un verdadero intelectual, ante todo las señas de
identidad correspondientes. No hay pipa.
Vuelve a leer.
(Nota para
J.: “Sí, en efecto; ella preparaba la cena mientras él estaba repantingado en
el sillón con el periódico sobre las piernas, como si el sermón de la montaña
de todos los días fuese un poco más indecente que ayer: asesinado Luther King,
el napalm riega los campos y arrozales de Vietnam, en Praga los tanques
circulan como los taxis y hasta se detienen en los semáforos en rojo, dos
muertos en Berkeley, un negro linchado en Virginia, París levanta los viejos
adoquines de los aburguesados y amplios bulevares coronados por simpáticas
mansardas, París, que alerta de nuevo las dormidas conciencias (sigue pescando
todos los titulares que quieras, dos docenas, cuatro, un millar….”)
En 1968 la
idea es un combustible.
Incendiemos
la ciudad, dice el hombre alto e invisible de la droga (W.B.), y no se mueve un
centímetro: a la espera del botín, aguardando la presa, reptil frío, sin duda
cruel, mientras disfruta de los placeres químicos que le proporciona el dinero
que le envía su adinerada familia. Se evade, pues tiene una conciencia
expansiva. “Mi objetivo principal es el universo, amigo. Las naderías de la
época, de la tierra, me importan muy poco.” Aspira una profunda bocanada de
humo del opio en la pipa. Le mira con la máquina de escribir de juguete en una
mano y una pistola calibre 9 milímetros de verdad en la otra. “Eres un pobre
diablo que no sabe nada de nada”, le dice. Él le cree, es muy capaz de
dispararle un tiro certero a la cabeza, y sin jugar esta vez a lo Guillermo
Tell: “Aunque no sé, me da un asco irreprimible el olor a medicamentos que
desprende su cuerpo, a gasas desechables manchadas de fluidos y apósitos enmierdados,
su aliento pestilente a farmacias prohibidas atesoradas quién sabe en qué
tugurio fantasmal.”
Al oeste del Bowery: arroz congee con rana. Es cuestión de no apesadumbrarse, me dije.
(Continúo
haciendo listas… interminables listas de todo.)
“Accretion es la nueva escultura en la
que trabajo. Mi idea había nacido del serialismo, pero con un fuerte deseo de
contradecir esa frialdad del orden que emana de lo seriado. Y supe cómo debía
hacerlo.”
Haber
llegado hasta, hasta tan lejos, y ahora, esto…
Hasta…
A pesar de
todo (¿a pesar de qué?), admira a Johnson (como admiró al pequeño Truman El
Bombardero, al bueno del general Dwight David Einsenhower al que le colgaban
monigotes de papel en la espalda, al inescrutable y sátiro John Kennedy), su
figura tejana y gallarda de político honesto con los bolsillos “llenos”. Su
padre, ahora recién enterrado, lo repetía obstinado: “Es un buen hombre”. The
Good Father. Luego, Dick, the liar.
Toneladas
de bombas caen sobre arrozales y poblados de cañas y barro mientras las faldas
se acortan cada vez más en esta Era Falsa de los dos sexos.
Colores
psicodélicos: estimulan creatividades, complicidades.
Y TODO POR
EL GRAN COÑO ESCONDIDO: ahora, sí; ahora, no: enseñar, mostrar, provocar, veo,
veo, ¿qué ves?
Ella
misma: recoge dobladillos. Bonitas piernas.
Nixon: un
hombre noble, lleva la verdad en los ojos. Dios está con él.
Nosotros
Confiamos en Dios.
Lincoln: 5
pavos; Jefferson: 50 pavos: Franklin: 100 pavos.
Hoy,
Nuestro Presidente, Dick the Liar, a las puertas de América, con la sola ayuda
de Dios y un colt 45 impide a Vietnam y sus hordas armadas hasta los dientes
llegar a la isla de Ellis, avanzar hacia las costas de Manhattan, asaltar
Brooklyn, apoderarse de Wall Street, conquistar la Quinta Avenida, acampar en
Central Park, allanar nuestras propiedades, violar a nuestras mujeres, raptar
nuestros niños, asesinar a nuestros ancianos venerables…
God save
America y a Israel.
En el
valle de Elah las cosas ya no son como eran, y la realidad ha terminado por
imponerse: ahora Alí es David, que con una piedra o sin ella en la mano o en la
honda cae al suelo con una bala en la cabeza disparada por el fusil
semiautomático de Goliat, gigante en las filas de los buenos, el pueblo
elegido.
Las
fronteras se trazan con sangre: mapa: la piel
de los muertos.
O: mete
ratas envenenadas con arsénico (tóxico barato) en las vaginas de las mujeres de
los otros…
¡Que no
procreen enemigos!
Por
entonces no había un solo apartamento
(el 451 de la 119 W., el 87 E. de la Segunda Avenida, el 45 de Bedfor
Street) que no tuviera las cuatro paredes llenas de carteles: un tic cultural,
una estridencia juvenil que pendulaba ingenuamente entre Che Guevara,
Mao-Tse-Tung o alusiones a una psicodelia pronto periclitada por su misma
desmesura estética. Aquel mundo de colorines nos queda hoy muy lejano.
Rechinaba por aparatoso. Peor todavía: es fácil pensar que fue un caleidoscopio
plástico y meramente formal capaz de atenuar otros comportamientos que pudieran
haber devenido mucho más agresivos, hasta peligrosos, revolucionarios. Esa fue
toda su maldad y todas las flores y babas de una estética sin discurso.
La circunstancia vital e intelectual de Hesse orilla sin cortapisas
devaneos mareadores: está el arte. Que todo lo puede. ¡Ja!
En cualquier
caso, resiste las tentaciones del demonio en los cuarenta días de su retiro
hasta que le retuerce el pescuezo a la fibra de vidrio.
O.W.: el
arte no sirve para nada.
En otras
palabras, ¨el arte por el arte”.
Mientras
tanto, hojea las críticas teatrales del New
York Times.
En efecto,
1968: la idea es un combustible.