miércoles, 19 de marzo de 2014

HESSE 135

Right After.
Puedo ir hacia delante y hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo: una tela de araña (una tela de araña bastante hedionda, la verdad, pues su materia química altera los sentidos) diseñada a conveniencia para excursiones, trapicheos mentales, licencias que den entrada a la perversidad.
¡Cómo odia Evchen a esta provecta llorona condenada a muerte, este ser perdido en el absurdo del vivir adulto que tanto la ha traicionado! ¡Que va a matarla!
“¿Qué eres, Hesse?” “Una obra (no de arte) que retoco al levantarme (pero que tampoco me atrevo a reconstruirla de nuevo).
Jamás ha sido una niña inocente. En todo caso, indefensa, algo confusa, digamos. Pero ya las veía venir.
Salidos de una inmensa fábrica los muñecos humanos, alineados bajo sol, todavía inmóviles, intactos, puesto que aún no les han dado cuerda, y entonces el dedo atroz elige: blanco o negro o enfermo o poeta o:
“apto para los golpes.”
Hay hombres y mujeres tortuga: se mueren despacio, muy despacio, pero no hacen nada, viven doscientos años sin hacer nada, desaparecen sin dejar huella, silenciosos e inanes… Y otros condenados a la nada prematuramente, sin ton ni son, por mero capricho de una naturaleza estúpida, por algún error predestinado hace cuatro mil millones de años, los corta de cuajo de la tierra…
El suicida, ese ser abyecto que se dedica días y días antes de la misa en seco a pensar qué medios utilizará para poner fin a su vida, disimulando frente los demás, mezclado entre los transeúntes y puede que hasta con una bolsa de Macy’s en la mano con alguna prenda de ropa recién comprada, andando, respirando, alimentándose, incluso durmiendo… Al final, se lanza al vacío, y nadie, nada, es culpable: es la muerte más libre de culpa hacia nadie, la más simple y rotunda, el cuerpo cae, cae por sí solo, no te defiende, y tampoco ningún obstáculo ni fuerza milagrosa se interponen en la caída brutal  y definitiva contra la acera.
Despierta: “Hola, Eva”, se dice. Sigue tumbada en la cama. Pero en seguida le sobreviene el desconsuelo: “Reflexionar cuando eres una moribunda es una pérdida de tiempo… Pero levantarte, moverte, vivir… es una falsedad.” Se angustia más tarde, mirándose en el espejo, descifrando el espectro que adelanta el azogue indiferente al tiempo: “¿Qué vas a hacer, Eva, hasta…”
Y no hay culpables… ni siquiera tú lo eres.
Dijo: “Todo suicida se debate entre el deseo de muerte y el deseo de demasiadas cosas.”
Todos los suicidas mueren con sed, de una sed insaciable, que fatalmente los deja secos por dentro, como cañas huecas.
Mi vida por la de 10.000 suicidas:
¿Qué ocurre con aquellos que abren la puerta de casa un día, salen afuera y se encuentran de frente con una muerte a destiempo, con la que no desean trato alguno, se topan con su máscara de dolor y finitud, con el tajo directo al alma (¿y qué fluido se vierte al suelo del alma herida de muerte?), al núcleo de la estrella?
¿Con qué se encuentran? ¿Con qué metal implacable? ¿Con qué despertar gélido y blanco?
No con el niño de oro.
Que no sea tu Diario un rosario de lamentaciones, impotencias y quejumbres: mejor la página en blanco: dice más, mucho más que una lágrima, tan pueril y común a los mortales, tan al alcance de un niño.
Y no cuentes nunca tus sueños: invéntalos. No se lo creerán de todos modos.
Y esas frases que lees en los testamentarios de muertos y sentimentales… ¡Dios mío!: …me conformaba con tan poco que  padecí  todo el sufrimiento.
Gran combinatoria de las palabras, ese muestrario incesante e inagotable…:
“Esa frase, oh, gran dios de los adolescentes y mugrientos quioscos cuando el pulp y el tebeo de la Marvel, parece salida de lo más granado de las hard-boiled.”
¿Recuerdas algunos de los libros robados, pero robados de verdad, no devueltos?
Papa you’re crazy,
Lebensanschauungen der Grossen Denker,
Le rouge et le Noir:
Tu ambición es el fácil instrumento de que se valen los otros para dominarte.
Pero lo mío no es ambición, es indiferencia hacia el trabajo de los otros (aunque lo respete por el mero hecho del tiempo que emplean en ello).
En el mundo del arte existe un equívoco muy generalizado: es fácil confundir la ambición con la vanidad. Ambiciosos son los que se destruyen finalmente a sí mismos (¡después de todo!) o se han tornado invisibles, los anónimos; el exhibicionista sin embargo… siempre con la boca abierta, como el animal de presa.
Sontag: el arte es una forma de conciencia.
(De ahí que sea fácil constatar que el sesenta por cien del arte contemporáneo es una filfa o un malentendido: se halla asediado e invadido por narcisistas.)
Sé que sé.
“No me arrepiento de nada.” (¡Imbécil! ¿Cómo es posible eso?)
Sólo los genios se arrepienten de todo.
Hesse, ella:
Prefiere To The LightHouse a The Waves,
Munch a Kafka,
el opus 131 a la novena:
Una línea trazada en el lienzo te compromete, te sume en el riesgo…
Lo demás, una habitación colmada hasta el techo de libros que no han de ser leídos.
“Eva”, sigue diciéndose, “tienes miedo.”
Pero una vez en la acción, ¿quién sabe para lo que estaba destinado?
Llaman desde el hospital…
La pequeña Evchen, que se escondía debajo de la cama…
¿Dónde puedes esconderte tú ahora? Más que la gran desmesura (inacabable) de su hoja curvilínea teme de la guadaña su filo criminal y silencioso (infalible).
El arte es una forma de vivir, y los que mueren a través de él… ¡todos esos mastuerzos…! Alejados de la isla, abandonada ya la Hispaniola, al otro lado del mar, malgastaron el tesoro.
Ella, yo, sin embargo, tuvo placeres que no podía compartir, goces que en el fondo no eran sino la ausencia absoluta del mundo de los otros, el misterioso refugio de ella y el arte, distante de un ajetreo turbio y ajeno, a salvo de eso… del mundo, tan hacia dentro de la cosa misteriosa que es Hesse, aún en el mundo.
¿Cuándo dejas la adolescencia atrás? Cuando dejas de sufrir por sentirte incomprendido (¡qué sarcasmo en un artista esa incomprensión!), tengas dieciséis o treinta y tres años.
Es difícil reconciliarse con un llorón incluso aunque esconda un cáncer dentro de sí.
No te lamentes, moribunda, sólo el dolor físico es indigno de vivir, nada hay en el mundo tan valioso que exija el sufrimiento en balde a causa de la enferma y miserable corteza que nos cubre, si acaso el esfuerzo, el coraje, hasta la rabia y el fracaso (que tú siempre debes creer que es el éxito definitivo).
Una ella dijo que había soñado que lloraba.
Otra ella se despertó llorando, sin recordar por qué.
¿Qué es un mago en lo más negro de la noche, lejos de las luces?
El verdadero artista encandila de noche (al costado de una vela, como Klee) y de día (bajo el inmenso sol, como Van Gogh).
Y al cabo, pegado a la piel el temor no a fracasar, sino al hecho, no tan insólito por otra parte, de no ser lo que uno sabe que es.
Mírate mejor: cuando enciendes la luz y todo a tu alrededor se tiñe de amarillo, esa odiosa claridad eléctrica, es cuando más desnuda te sientes, sin atuendo ni máscara: cuentas los días que quedan (aunque nunca supiste la suma auténtica de ellos por venir, pues ya pensaste desde antes de la enfermedad que esa ignorancia es la eternidad) y te asombra los muchos que pasaron.
Estaba pegadita al cáncer (que no la atenazaba, después de todo, la dejaba ir, moverse de acá para allá sin desplomarse) como la puerta a los goznes que la aprisionan.
¿Dónde te encontraré?, preguntó antes de colgar el teléfono, cuando ella ya estaba a punto de cerrar el libro y acostarse, y aún no era la noche.
En el Cuaderno Verde.
Tal vez fuera el Cuaderno Rojo.
Right After.
(Construye esa araña un laberinto de tela pegajosa sin entrada ni salida, sin los cuatro puntos cardinales, sin a lo alto o a lo bajo, sin lados, sin adentro, sin afuera.)
A nadie le conmueve la muerte de un desconocido, la muerte mía, y, sin embargo, esas muertes son la muerte injusta de un niño, la misma muerte de tu madre, de la tuya propia. La muerte siempre es igual a sí misma, en todos, en cualquier instante, en cualquier época, jamás se ha disfrazado a la moda.
Y, el tiempo…
Pero no, no es el tiempo la herida (y el poeta infame añadiría “allá por donde desangra la vida”), es el puñal que ni siquiera elige el lugar ni el instante donde asestar el golpe definitivo: no anega la boca el sabor de la sangre, sólo el metal y en seguida su óxido, la ruina que se cierne sobre todo lo vivo.
Cuanto mejor el ensueño que el sueño. Mas si a la medianoche aún no te has dormido, todo en el cuerpo empieza a doler, aunque te hayan cercenado la cabeza del tronco, todo empieza a doler, y tienes miedo a levantarte de la cama, pues las piernas son como cuchillas que se hendirían en los costados, y renuncias al vaso de agua a pesar de que te arde la garganta, y dejas la mano quieta pues allá donde se posa agranda el tamaño de las cosas y un hormigueo insufrible parece horadarla su palma, atravesar el envés, y cierras los ojos como buscando un refugio  tras los minúsculos pero poderosos párpados que te libere de la espera, del cálculo terrible hacia atrás mientras te aplicas en el yacer.
Todo en una mujer es selva…, ¿de qué se quejan, entonces, esos hombres excursionistas?
El amarillo tiene su hora, su tiempo: un momento de extraña densidad en el aire, como si empezara a solidificarse, a hacerse materia, o hacerse piedra, y venirse al suelo (pero sin estruendo, como deslizándose hacia él, descendiendo suave).
Era la hora amarilla, y no era precisamente la tarde.
¡Qué lejos la hora azul!, que es líquida, como la mañana aún transparente del verano.
Sé que antes de morir, pero con el yo muerto, estaré colgada de la vida, en el borde del vacío, pero ahí, todavía unos pocos días, como la prueba viviente de que sí fui.
En todas las épocas, el arte se vale de algunos artistas, de muy pocos artistas, para resucitarse a sí mismo:
con los ojos cerrados, desde mi coma de quietud mineral, desde mi inconsciencia fatal, aguardo la resurrección (al menos, esa), aun cuando mi obra con el tiempo se desmorone como algo podrido e irrecuperable: fue, entonces, sagrada.
Pues, ¿sobre qué se erguía tanto orgullo y coraje? Sobre la absoluta certeza de que al morir lo perdía todo, y eso la obligaba en el alquímico ejercicio del arte a arriesgarlo todo. (Y aún tuvo tiempo de ver que moría demasiado temprano, y eso hizo que las obras finales…)
Nunca hay misterio. Quizás algún secreto, un malentendido, pero…
Y, sí, en efecto, quien alardea de que en la obra de arte existe algo más que no se ve, ha trabajado la nada. Significativa o no, la obra que se ofrece a tus ojos es todo lo que hay: lo que no ves, no existe.
¿Misterio? Muchos de los artistas modernos hacen del suicidio una amenaza constante en su obra: no por ello son mejores o peores artistas, pero ese afán destructivo sí es capaz de modificar el sentido de una poética, aunque no de sacralizarla definitivamente o abolir por completo su intención original, bastante menos pretenciosa de lo que pudiera parecer inserta en ese contexto artificiosamente dramático.
Hay un arte interno: apenas sale al exterior: asustaría (que se queden con lo residual).
Si está, es.
¿Qué figura geométrica te atrae…?
Las huecas.
No se corrige una obra, corriges un pensamiento, si acaso una idea que ha sido susceptible de materializarse.
¿Por qué a ti?
Ciego (pues tú lo ignoras todo) es el hérem que recae sobre tu cabeza descubierta por culpas desconocidas. O quizás has sido una mala judía que renunció al lenguaje del dios. O quizás reconoces tus culpas y tu carne mortal se resigna al castigo.
Viéndoles (a ellos, algunos afortunados):
“Hay gente que no sabe que va a morir... Comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles, se casan con el primero que encuentran a mano, les importa un bledo la geografía, no saben qué es el sol, lloran al oír el himno nacional, creen en los dioses justicieros escondidos tras las galaxias, a cada momento les engaña el espejo y la sonriente faz reflejada, tienen un hijo como el que tiene un buen día, duermen como benditos, amanecen cantarinos como pájaros, se lanzan a la calle, comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles (etcétera)…”
Déjalo ya…
Aquel francés que revelaba la geometría en la naturaleza…, ¡y yo que descubro los paisajes en la geometría urbana!
No llegar a vieja, no alcanzar esa mañana crucial en que empiezas a mirarte desde adentro, a contradecir la imagen en el azogue, a comprender que ya nunca habrá acuerdo ni siquiera pacto decoroso entre dos imágenes tan adversarias: la que tú tienes de ti misma y sientes sobre la piel sin mirarte y la otra del espejo que se empeña en desangrarte la carne y poco a poco la vida.
Ella, la artista que piensa,
no se morirá de golpe… se desvanecerá, se irá muriendo mientras su corazón late y la sangre transita por las venas ignorantes de la inminente parálisis.
La agenda de mujercita previsora,
antes de morir, “pasar a limpio” las obras (à la machine): una atadura aquí, un pliegue allá, la colgadura exacta del hilo...
Un último intento (a ver, a ver…):
-Suicidas del mundo, cambio cáncer terminal (y así salváis el alma) por hastío, apatía, impotencia, miseria, desaliento, asco… (¡ya sabré yo qué hacer con todo eso!).
Octubre 69: ¿qué iba a pedir, a suplicar en el nuevo alborozo del año?
El cuerno del carnero sólo grita a tu oído obscenidades, te insta a arrepentirte… ¿de qué? Ya ha caído sobre ti la maldición. Y yo sólo cumplía mi deber viviendo, ¿quién lo hizo mal?
30-31 de enero (1970). Que horrible lo de anoche. ¿Es que has perdido el juicio? Me dormí, y tuve miedo… ¡de despertar!

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