La bola del mundo de JD., por la noche, cuando la encendía, era una esfera multicolor: España daba en amarillo; Brasil, en verde; Francia, en suave malva; Canadá, en un azul celeste… La Unión Soviética era roja como el infierno donde ardían los infieles.
Los cincuenta,
principios de los sesenta…
¿Sabías que el
escritor más desenfadado de España, Ramón T. Moix, se la mamó a un cura.…?
¿Quién asevera tal
cochina extravagancia?
Él mismo escribidor lo
confiesa no sin diversión.
¿Y no le faltaron
desfachatez y arrojo y le sobraba el asco? Yo le hubiera arrancado la polla de
un mordisco: mis dientes nunca han dejado de crecer, como los del cocodrilo. A
ese páter maricón lo habría dejado aullando y desangrándose en el suelo, y su
pingajo lo hubiera escupido y arrojado a la cancha de hockey como si tal cosa
para que los de primaria jugaran con él asidos a los sticks.
Huele la sotana, y la
tea, y las cocinas económicas, y los abrigos de piel de camello y las ropas
recién lavadas con el jabón Lagarto
colgadas en los balcones…
¿Abrigos de piel de
camello?
Como lo oye… Doy fe de
ello. Le otorgaban a uno un aspecto orondo aunque algo oprimido bajo aquel
pelaje color miel y destellos áureos. Aquel abrigo era un perfecto blindaje
para los fríos días de enero pero también un verdadero ataque contra toda
estética imaginable, me otorgaba una abultada apariencia de osezno algo
aturdido por las primeras y peludas pieles.
(Aunque Boceto, con una nariz casi tan larga
como la de Pinocho –recordemos, yo
era un niño mentiroso…- no lo oliera entonces, tiempo habrá para que años más
tarde todo lo sombrío y muerto de las épocas le golpeen de lleno en el rostro,
y esa anosmia de su infancia y juventud primera de nada sirva como barrera o
escollera para los años de después, que todo lo olió.)
Los cincuenta fueron
una buena materia prima… para incrédulos y botarates, como todas las décadas:
el sol, creéme, ilumina lo mismo durante millones de años, apenas son
perceptibles algunos mínimos cambios, de modo que si uno espabila y se hace con
los billetes necesarios… Baden-Baden
en cualquier tiempo.
Había una España
triste…
Había las españas que
uno quería que hubieren: de puertas a dentro de tu santo hogar podías
convertirte hasta en un asesino en serie: asar a tu familia en una barbacoa,
ahogarlos en una piscina azul, someterlos al cilicio, condenarles a ayunas
constantes, tenerlos encerrados bajo siete llaves…
Aunque bastaba con dos
españas.
Estaba prohibido ver
películas cochinas…
Pero podías hacer las
cochinadas que quisieras con tu mujer… o con la niña pervertida del quinto sin
salir de casa.
Estaba prohibido leer
aquello, lo que fuese, ofensivo o degradante para el Régimen nacido del 18 de
julio…
Pero podías escribir
en tu cuaderno secreto que a Franco, en ocasiones, bajo palio al son de los
metales celestiales de los carillones, se le agrandaba tanto el agujero del
culo que hasta era posible meterle un báculo por él…
¿Y eso?
Generalotes hubo de su
promoción, Queipo de Llano, por ejemplo, sin tener que ir a los desiertos del
África a buscarlo, que le pusieron de mote Paca
la Culona… Luego en su caso no resultaría tan extraña esa rara dilatación.
Algo sabría aquél de ello. Un militar español no habla así como así ni arriesga
sin motivo ni sus galones ni sus charreteras, ¿le daría él por el culo?
JD.: yo nací en la
época de los pantanos, nuevos mares hechos por la mano del hombre, como los
calificaba Su Excelencia en 1952: En España no se perderá a partir de hoy ni
una sola gota de agua, recalcaría con su voz atiplada de impostor pertinaz.
A las armas contra la pertinaz sequía.
Y acciona el
interruptor general y las compuertas, como ubres gigantescas, dejan escapar las
aguas que pronto sacian la sed de las tierras áridas y marchitas de la sagrada
piel de toro a causa de la falta de lluvia.
(¡Joder, Vivales!)
Paca la Culona, cual Jano
prodigioso, vigilante de las entradas y salidas de las españas, se inviste
ahora con una doble identidad reversible a su antojo y de acuerdo con
sus actividades protocolarias, inagurador él: Paco el Rana.
El Nodo informa con
encomiable prontitud de cuantos trabajos, pantanos y afanes prodiga Franco, ese hombre (0)…
Yo sé de un tipo que
cuando iba al cine con su señora, quien, dicho sea por ser pertinente, era la
que había elegido la película, esperaba con mucho más agrado el Nodo que el
propio film: qué ritmo de imágenes, qué orquestación, qué locución perfecta…:
Su Excelencia el Jefe
del Estado…
El hombre de los mil
libros apilados en la mesa de su gabinete de trabajo, el hombre con la escopeta
al hombro que vela por el descanso y la paz todos los españoles, Franco, Ese
Hombre…
En los cincuenta eran
muchos los esforzados autodidactas que seguían esperanzados los cursos de
inglés que se emitían por la radio:
My name is David.
My taylor is rich.
Edward is a clerk.
His sister Nancy is a
typis.
And his brother William
is shop-assistant.
La casa de un inglés
es un verdadero palacio.
Yo no sé bastante
español para hacerme entender.
Te daré las pantuflas
de mi suegra si me das el ataúd de tu marido.
Is your taylor a rich
man?
1963: Boceto: 3 años: ¿Y antes de que yo
naciera todo era igual que ahora? ¿También la gente tenía dos piernas? ¿El
cielo era azul? ¿Había coches? ¿Existía la gente? ¿No estaría todo negro… sin nadie, sin mí?
El 30 de marzo del 52,
domingo, día del Señor, ya abonaba con sus cacas la tierra JD., El hermano de Van Gogh, como gustaría
denominarse a sí mismo muchos años después, y de Carlos Brell nadie supo nunca
nada de nada hasta el día de su nacimiento, martes, día de Marte, un año justo
más tarde, en el 53.
El mundo, como
descubriríamos todos un día, era posible antes de ti y después de ti. No te
necesitaba para nada, lo cual es una gran desilusión.
Cuando Boceto empezó a ser algo reconocible
casi una década después del año de los pantanos, otros millones de seres
humanos habían dejado de ser para siempre jamás y ahora sus restos yacían a dos
metros bajo tierra y, aunque mentira les hubiera parecido, el sol seguía
brillando al igual que cuando ellos estaban vivos y también había seguido
brillando cuando murió Nabuconodosor, Hernán Cortés, Napoleón y el papa Juan
XXIII.
Y Boceto creció. Y fue. Hasta tomó su Primera Comunión vestido de
marinero con un misal en las manos flanqueado por mamá y papá, arrodillado los
tres en sendos reclinatorios tapizados en un rojo burdeos algo deslucido,
frente al magnífico altar mayor espléndidamente iluminado de la glesia
conventual de Santa Tecla.
Y se convirtió en el
Niño Mentiroso que, como aquél otro, a punto de untarse con todos los pringues
de la adolescencia, había descubierto lo sublime sin dejar de disfrutar de lo
mediocre.
1972:
Igual se tragaba La corrupción (0) en el gallinero del
Pompeya que se inquietaba en el Jerusalen contemplando como esos hijos de las
españas convertidos en lobos se zampaban finalmente a su víctima (a la que
habían echado el ojo nada más aparecer en el horizonte, despreocupada, ingenua
y sin saber con quiénes iba a jugárselas): Ana
y los lobos (4).
Veinte años atrás no era nada, y lo más desconcertante, podría no haber sido nada hasta el
repliegue final de las galaxias en su interminable vaivén.
¿Y el mundo era
posible sin mí?, preguntaba el infeliz en 1963, año en que el presidente
Kennedy es asesinado (unas pocas horas después, el mismo día, 22 de noviembre,
viernes, muere Aldous Huxley en Los Ángeles sin que la noticia traspase más
allá de un reducido círculo literario), año (extraño) en que su Excelencia a
punto está de ser reventado por una bomba en el Puente de los Franceses, en
Madrid: la intentona fracasa y los autores, aún con las manos limpias, son
ejecutados: antes lo había sido Julián Grimau, delatado a la policía por un
traidor, y cuya muerte preludia los amaneceres de sangre: 27 descargas contra
el cuerpo del comunista no son suficientes, por lo que es rematado con dos
tiros… por la gracia de Dios.
En el 52 JD. estaba en
el mundo pero en realidad estaba en el limbo. Era como un animalito que buscaba
el calor de lo que fuese, la protección de la oscuridad, el feble contacto con
otra piel… ¿humana?
Sí, hay que llamar al médico.
No se le ocurra llamar al médico puesto que yo no quiero que
venga el médico. Sé cuidarme solo.
Hace mal en no creer en la medicina.
Los médicos inventan enfermedades que no existen.
Eso proviene de un buen sentimiento. Les agrada curar a la
gente.
¡Inventan las enfermedades, ellos inventan las enfermedades!
Tal vez, pero también curan las enfermedades que se
inventan.
No tengo confianza más que en los veterinarios.
Sólo un buen católico
puede ser un buen español.
Al padre de aquel,
uno, le llamaban, por detrás, de tapadillo, El
Buen Español, se le quedó el mote por esas cosas que pasan:
-Yo, como buen español que soy…
En el 52, con las
cosas del cinematógrafo hay que andarse con ojo y a salvo de los curas
trabucaires con el hisopo en la mano, tú, JD., al que tan aficionado serás con
el tiempo, líbrate de la maldición y del hisopazo en toda la frente:
¿Adónde caminamos por
vías tan abiertas a la inmoralidad en los espectáculos, especialmente el cine?
¡Invento diabólico! ¡De este modo nunca llegaremos a ser la patria grande y
vigorosa que deseaban aquellos que vertieron su sangre en la Cruzada…! ¡Hay que desprender este tumor
canceroso del alma noble de la nación, sajarlo, hacerlo desaparecer, hay que
librar a los buenos españoles de esa perdición! ¡Hay que salvarlos del cine!
Ninguna persona que
frecuente el baile puede ser pura, le dijo el agustino pederasta al padre del
por ahora hijo único JD. El viejo Brell que entonces era el joven Brell de 32
años no asintió pero guardó un prudente
silencio mientras reservaba la plaza para el párvulo de mañana.
¿Y qué pensaba la
mamá?
Calla y desvía la
vista… del 52:
Ya lo sabes, mujer,
cuando estés casada jamás te enfrentarás a tu marido, ni opondrás a su genio tu
genio, y a su intransigencia la tuya. Cuando se enfade, callarás; cuando grite,
bajarás a cabeza sin replicar; cuando exija, cederás, a no ser que tu
conciencia cristiana te lo impida: en este caso no cederás, pero tampoco te
opondrás directamente, esquivarás el golpe, te harás a un lado y dejarás que
pase el tiempo, que todo lo cura. Soportar, ésa es la fórmula… Amar a tu marido
es soportar.
Y callar, siempre
callar.
Al callar le dicen
sabia:
Mujer, los labios
cerrados (y las piernas abiertas).
Tú, JD., más de diez
años después de la Cruzada, aún naces
en tiempos de racionamiento, donde huele a leche en polvo y a un queso amarillo
americano repugnante… Pero el entonces joven Brell el Viejo sigue guardando un prudente silencio: en su hogar las tres
bocas acaban saciadas, ni una sola privación sombreó comida o cena alguna en
esa casa, donde tampoco faltó nunca una servidora
desgajada de su pueblo sirviendo la mesa, limpiando suelos, fregando cacharros.
Prudente silencio… ¿Acaso no guardó un
prudente silencio ante el ajusticiamiento de Grimau? ¿No le libró esa
discreción, al contrario que a otros compañeros de la universidad, de la visita
de la policía secreta? ¿No le salvó de un expediente que quizás conllevaría una
rigurosa expulsión de la universidad? ¿No ha alejado a su familia de un plato
de arroz de pobre o garbanzos de seis perras gordas? Hasta en restaurantes de
estrellas han comido cuando así se le ha antojado, y tres días a la semana
carne fresca no ha faltado para llevarse a la boca.
Qué país y qué época
Miquelerena… donde el estraperlo y las putas son de indispensable servicio
social: hacen que las cosas marchen.
Boniato, achicoria y
pantanos. Hay que ver lo que cuesta que un país eche a andar cara al sol.
Facilita distracciones
asequibles: el pueblo merece asuetos.
¿No tienen bastante
con la diversión de la cama?
Yo sé de un tipo que
se compró un manual de psicoanálisis por 20 pesetas: a través del método que
preconizaba desenmascaró su alma y supo, por fin, quién y cómo era y por qué
era, despojó de harapos su alma inmortal, la dejó desnuda y vio por fin en el espejo
su rostro auténtico.
El viejo pero joven
Brell se detenía frente a un quiosco callejero, sonreía a hurtadillas, guardaba un prudente silencio ante la
mercancía expuesta al personal inocente:
Pueblo, Levante,
Arriba, El Alcázar, Ya, Jornada (con el trágico suceso de esta
mañana)…: caterva de páginas mal impresas con el único objetivo de instaurar
una doctrina antes que dar una noticia: Dale Carnegie, Cómo ganar amigos.
¿De qué viviré mañana
si me sueltan hoy de la cárcel: Dale Carnegie, Cómo suprimir las preocupaciones.
¿A qué puedo aspirar?:
Adolf Hitler, Mi lucha.
¿Cómo recuperar la
antigua confianza?:
(Joseph Goebbels, Diarios:
26 de abril de 1942: El Führer llegó a Berlín a mediodía.
Está en perfectas condiciones físicas y espirituales. Es un hecho que este
hombre providencial nos conducirá a la gran victoria.
20 de abril de 1943: Los soldados de las SS afirman que es
posible destruir a los bolcheviques en cuestión de unos meses más. Son gente
cobarde que no saben por qué causa luchan ni qué defienden.
24 de noviembre de 1943:
Los ingleses han vuelto a bombardear Berlín con bombas
explosivas de gran potencia…
El odio que siente por los ingleses la población de Berlín
supera todo lo imaginable.
El comunicado facilitado por la Luftwaffe acerca del raid
aéreo es aterrador…
Tengo cosas más importantes que hacer que enfadarme con los
ingleses…)
¿Qué áspid es éste que
me muerde el corazón: Cecil Roberts, Tormento
de amor.
Pearl S. Buck te
descubre todos los misterios del Oriente, sus costumbres y tradiciones, la
inquebrantable fidelidad a sus ancestros, su resignación ante el destino
adverso, la impavidez ante la fortuna: La
buena tierra.
¿No mantenía un discreto silencio cuando durante el
verano del 52 acompañado de su santa esposa y el bebé embozado iban a La
Malvarrosa con los dos albornoces protectores en la bolsa?: al salir del agua
uno se cubría con el albornoz como si saliera de la ducha ante la mirada
censora de los cruzados.
Hartos son los
peligros de la carne en 1952 a pesar de los muchos sabios preceptos preventivos
y represivos que se promulgan desde los púlpitos y se decretan desde los
ministerios obedientes al mandato cural.
¡Ocultad el muslo, pues incita a la masturbación!
¡Ocultad los rostros,
pues incitan a los besos!
Padre Octavio, ¿no
exagera usted?
Hum… ¡Lo sabré yo!
(Cuatro masturbaciones diarias.)
Padre Octavio, ¿El mártir del Calvario (0) está libre de
pecado?
Escena hay en ese
film, san Pedro en paños menores, que debería ser revisada con severidad.
Padre Octavio, ¿hay
tentación en Cantando bajo la lluvia
(5)?
Y mucha: los rollos 8,
9, 10 y 11 (contábalos el censor, así eran ellos) incurren en tal
concupiscencia de besos que dudo que deba ser autorizada para su proyección.
Anda, vete a ver Sor intrépida (0) y Alba de América (0), huye de las cochinadas americanas.
¿También al final de
la década JD. se sentaba en la fila de
los mancos?
No ciertamente, él era
un niño cinéfilo enamorado del tecnicolor y aún lejos de los efervescentes
placeres del magreo. Y el cinemascope lo raptaba de tal forma que al encenderse
las luces de la sala tenían que buscarlo entre las butacas con ayuda del
acomodador, cuando en realidad se hallaba incrustado en el lienzo de la
pantalla, una mota oscura que apenas sobresalía de la espléndida blancura.
Películas… ¿Soy en el
mundo?
¿O sólo estoy en el
mundo?
Camus cree en el
hombre (el destino es el hombre), escribe en su diario intelectual el joven
viejo Brell, y Sartre cree en la nada (nacemos para la nada): es claro que esas
dos posturas eran irreconciliables.
En el 52 Albert
Einstein, sin el menor pudor, nos saca la lengua a todos los mortales: sois
carne de radionúclidos.
Que os den por el
culo, matarifes.
Fiodorov versus JD.:
Tú es que eres de la
prehistoria… Yo ya soy hijo de la modernidad.
Nació exactamente un
año después, en 1953, el mismo día 30 de marzo, que por esas cosas que pasan en
el calendario gregoriano, cayó en lunes, día de la luna.
Hay que ver lo
modernos que éramos entonces: podía proyectar mi vida entera de 7 años con un
Pathé Baby.
Para conocimiento de
mi hermanito y mis padres, y también para el público en general.
Una biografía hecha de
retales, una copia infame en 16 milímetros de imágenes temblorosas, secuencias
cortadas, planos borrosos, escenas suprimidas y muda, muda…
(Porque las palabras
son como dibujos en el papel, y a pesar de que uno leyera las palabras en voz
alta éstas, por sí mismas, no producían sonido alguno: mudas.)
En 1953 tú podías
vivir el mismo tiempo –por ley- que una película: a los cinco años acababa su
exhibición pública y debía ser destruida.
A los cinco años muchos niños se morían de desnutrición o por
empacho de legumbres, así que el Santo
Padre, por designio del Gran Dios los
destruía: al hoyo, que hay que ver lo que medra la mugre humana en estas clases
de baja estofa, se multiplican como los panes y los peces.
Anda, vete al puerto,
que los americanos están repartiendo leche en bote.
Dile a un hambriento
que el hombre es una pasión inútil, se burla Fiodorov (nacido en el 53) en 1972, y te responderá, como buen sartriano
sin saberlo, que unos viven en el palacio de las ideas mientras otros como él
duermen en chozas y pisan la mierda real bajo sus pies, y bienvenidos sean la
leche en polvo, la coca-cola, las
chocolatinas y los chicles americanos y el camel
o el pall mall para rematar.
(Sólo te sentirás
libre cuando descubras de una vez por todas que no serás: la apariencia no oculta la esencia: la revela, es la misma esencia.)
En el fondo, JD.,
nacido en la prehistoria según el otro, era exactamente un individuo, sólo un
hombre rebelde, aunque tuvo que reconocer esa condición suya fatalmente tarde,
ya fracturado, desbordado por toda clase de límites: la rebelión nace del espectáculo de la sinrazón.
Señor Marshall, si me
das un bote de leche te guardo en custodia una docena de bombas nucleares
debajo de la cama.
Hecho.
Josif Vissariónovich
Dzhugashvili ha muerto. La historia no ha podido con él.
Él ha podido con la
historia, con todo lo que se le ponía por delante, y se muere a sí mismo.
Al final, un traidor
en forma de aneurisma le disparó por la espalda reventándole la cabeza con un
fusil Mosin Nagant, y allí acabó el hombre de acero.
Yo sé de un tipo que,
en las españas, brindaría esa muerte con tres gin-fizz: luego le cogió gusto al
asunto y no había mañana que no se trasegara los tres gin-fizz antes de la una
y así se ahorraba la comida del mediodía. No tardaría en reventarse el hígado:
¿Y qué fue del finado
Fernández?
Nunca más se supo.
Como de la
proporcionalidad exacta de los siete ingredientes de la 7x, que nadie sabe nada
de nada de sus efectos mortales con el tiempo, ni siquiera los que guardan el
secreto de su fórmula letal en alguno de los pantanales mefíticos de Atlanta
(USA): el caso es que este brebaje yanqui sabe bien, refresca mucho (al menos
de momento) y tranquiliza el espíritu con sus burbujas del demonio.
Yo sé de un tipo que
en el cine (de doble sesión, naturalmente), durante los entreactos entre
película y película (Descanso. Excelente servicio de bar.),
analizaba las transparencias publicitarias: no dejaba de encontrar cierto
encanto poético en ellas, y permanecía alelado sin perderse ni una mientras
aparecían en la pantalla. Debía ser el único entre todo el personal al que
aquella tosca publicidad captaba con sus cantos de… sardina.
Cine o sardina, ese
fue siempre el gran dilema del niño cubano que nunca se hizo grande porque
eligió el cine y las más de las veces se quedaba sin comer.
En las españas del
recién nacido Fiodorov, que por
entonces dista mucho (tiempo al tiempo) de saber quién es el tal Josif
Vissariónovich Dzhugashvili, el bocadillo de sardinas, que alterna con el de
mortadela, sigue imperando en el menú de mucha de la clase obrera, que ni
siquiera sabe por qué parte de Europa se llega a Alemania (¿tal vez a través de
Rusia?, ¿del Canadá?), y el meollo de la gobernanza se explica de manera harto
meridiana y justificativa ya en el mismo preámbulo: Yo, como alcalde vuestro
que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a
dar, porque yo, como alcalde vuestro que soy…
¿Me cuentas la
película?
La he olvidado
completamente.
Pero no existe
consuelo. También nuestra vida se proyecta en el tiempo como una película sobre
un telón, y gran parte de la mía en un blanco y negro desolador… imborrable,
indeleble en una conciencia que ya ha renunciado al consuelo y sólo busca el
descanso: todo el pasado es como un tumor que invadiera el presente, lo
metastizara hasta dejarlo hecho trizas, hasta acabar con él, y uno, aterrado,
sólo vive en el pasado, apresado en su bajeza y pestilencia.
Cine o sardina… Dios
proveerá.
¿Aún estamos con Dios?
Y cuanto sea menester,
que Dios es Dios (según Calderón).
Palabrita del Niño
Jeús.
Tocas el pito de
reclamos de cazar patos… y Dios aparece en forma de pato distraído: le sueltas
la perdigonada, y a comer… Allí mismo te lo comes crudo y sin desplumar en el
mismo fondo de la barca que empuja la pértiga sobre las cenagosas aguas de La
Albufera.
El hombre está ciego,
penetra en el silencio del templo:
Nada puede ver: ¿Qué
pasa con Dios y sus imágenes, qué pasa con la de los santos a los que la unción
y los ojos de cristal elevados a lo alto dulcifican sus semblantes de pino (de
Soria) merced a las sabias manos del dorador?
Dios no le es revelado a través de la materia…
para beatas (¡Qué sofoco, Dios mío…! Un poco de agua del Carmen, por caridad):
el ciego llegará a Dios a través del
espíritu, (palpará sus barbas etcétera)
Luego las imágenes
sirven a… quien sirven: una especie de retórica para los pobres de espíritu.
La mayor prueba de que
Dios no existe, terció el ex cura proletario, casado en primeras nupcias con
una hermana de la mujer matemática-,
es que un Dios bienhechor y justiciero, un Dios misericordioso, jamás podría
albergar en su esencia esa duplicidad grotesca y antinómica, nunca aceptaría
compartir su divinidad y potestad con ese otro Dios indiferente a la injusticia
y corrupción universales y mantenerse ajeno e impávido al sufrimiento y la
muerte de millones de seres… indefensos e inocentes de toda culpa menos de la
de haber nacido.
Usted confunde a Dios
con el Diablo.
Y usted el culo con
una hortensia. Ambos son la misma cosa… inexistente.
Yo sólo creía en el
Manifiesto Comunista… Esa era toda mi Biblia, mi Código Vital. Y ya ve cómo
andan las cosas… (por estas calendas de los ochenta), dijo uno sin ánimo de
molestar, porque tampoco, a estas alturas del 2000, se trata de hacer de tu
biografía un arma arrojadiza que lanzar
así como así a la cabeza de los otros camaradas.
Interludio:
(JD.:
Un verdadero escritor
escribe para sí, y cualquier lector que lea cualquiera de las páginas que
escriba debe ser considerado un voyeur,
un pervertido que ni siquiera es capaz de masturbarse con su sola imaginación:
¡Aparta de aquí,
perro! ¡Pega tus morros al televisor, que es lo tuyo!)
(El verdadero escritor
siempre termina huyendo al país de nunca jamás a enmierdarse de veras con la
tierra que pisa, a comer de sus únicos frutos, a dejar pasar en blanco los días
como atrás quedaron encima del escritorio los folios sin profanar, a lanzar la
máquina de escribir a un pedregal, a creerse aquel de la infancia o el de los
sueños...)
Vivales, el
prestigioso y afamado autor de nuestros días, cuya única revolución fue pasar
con premura las páginas de Cambio16,
leer Por favor y Hermano lobo, ojear Playboy
(con una mano) y consultar las páginas de cultura de Triunfo para adquirir el barniz adecuado que le hiciera brillar en
alguna circunstancia de amores beneficiosa, también leyó el Manifiesto Comunista, pero sólo porque tenía menos de 50 páginas y era lo que
se llevaba, la camiseta de moda de por entonces que a los vivales de siempre
les valía para ligar con las progres, las exaltadas, las enfurecidas, las
echadas a perder sin remisión, las pobres frustradas por ser hijas de casa
bien, las universitarias de casa pobre que disimulaban con blusas baratas los
tejanos de siempre, las que imitaban el habla de sus criadas…
¿Me cuentas la
película?
Interludio:
Vamos a dejar los años
en paz (de momento): 52, 53, 75, 83, 92, 2002…
Los años, los
desafíos, los logros (?), la muerte…
En el 78, ah, Boceto:
Seguía a la caza de
las indias cachondas: en esta ocasión se benefició una noruega de mucho juego:
parecía como si no hubiera follado en su vida de las ganas que ponía en el
asunto, y rebasaba ampliamente la treintena. Luego acudían a un bar Charlie, y
la noruega, chamuscada por el sol mediterráneo desde hacía semanas, bebía
bourbon tras bourbon hasta que la cabeza se le doblaba hacia abajo y se
estrellaba contra la barra, a lo noruego:
el sonido era estremecedor como de muerte definitiva, un crujido seco,
profundo, como de huesos hechos añicos dentro del cráneo, pero la nórdica
resucitaba, se enderezaba, sacudía la melena rubia, apuraba el último trago y
se largaba con el bolso bien agarrado en la mano y las bragas empapada de hediondas
humedades a dormir la cogorza al hotel.
Si follas mucho se te
caerá la nariz.
¿Y eso quién lo dice?
La sífilis… en su fase
ya mutiladora.
¿Aún andamos en eso?
Ha vuelto la peste.
Estamos más atrás todavía que la Alta Edad Media, mucho antes del año 1000…
Estamos en el año II D. de F. ¡Mira la gente desnuda por doquier y el joderío
incesante, sin ley ni orden! Todo el mundo con el culo al aire, presto a la
coyunda sin el menor miramiento, sucumbiendo al pecado de la carne como si el
infierno nos fuera a engullir esta misma noche y allá se hundieran todos los
placeres para siempre jamás…
El Gran
Hombre de Empresa Pensador observa melancólico el paisaje que se divisa frente
a él: la verde pradera por donde se desliza la brisa suave que mece las ramas
de los árboles de mayo, y por encima de las profusas copas el cielo azul se
muestra surcado por morosas nubecillas blancas.
En España,
ahora, se hace el dinero a paletadas.
¿En qué
piensas?, pregunta el Otro Gran Hombre de Empresa una docena de años más joven,
y por tanto menos pensativo de cosas tristes que el Gran Hombre de Empresa
Pensador entre verdes, azules y blancos.
En qué
será de mí después de muerto.
¿Realmente
te importa lo que ocurra una vez cerrados los ojos para siempre? Nunca te
enterarás.
Sí, es algo
que me preocupa.
Me dejas
sin palabras… Tú, ahora, no eres un muerto, no tienes nada que ver con eso, y
cuando estés muerto, tú, entonces, tampoco tendrás nada que ver con esto otro:
serás nada… u otra cosa peor: el vivo que eras se habrá desvanecido en el aire…
(Una pausa reflexiva) Y, no te creas,
también a mí me jode tener que morirme como cualquier mindundi que calza
zapatos de plástico chinos, viste polos de 6 euros y se hincha la panza de
pizza industrial y cerveza barata los fines de semana…
(Para
fortuna del capitalismo depredador, no revienta el asiduo navegante de los
centros comerciales y seguidor recalcitrante de los partidos de la Liga de
fútbol, y el lunes, automatizado, retorna al trabajo con su cara de ceniza y
los ojos agrietados.)
Érase dos
hombres con sendas copas de whisky escocés en las manos en la terraza del club
de golf Los Cedros con la única maldición sobre ellos de la muerte, de la
incuestionable certeza de no ser eternos en esa felicidad económica, física y
degustativa bajo el sol de oro, los cielos azules y las nubes blancas, las
verdes hojas cimbreadas por el airecillo suave.
Los años…, 1953, 1973,
1986, 2008…
Ante la falta de
respuestas el hombre poco común se refugia en consideraciones metafísicas como
los católicos se dejan drogar por la fe, los agnósticos por la naturaleza, los
codiciosos por el dinero, los frívolos por las naderías de la presa rosa y
amarilla.
Todo ese mundo
intermedio, de grisura cobarde…
Aborrecible gris…
¡Blanco o negro, esa es la cosa! ¡Vivo o muerto!
Afortunadamente dejó
de tener ilusiones…
¿Quién?
¿Qué más da?: él,
cualquiera, el que así lo descubriera en su horrible momento de mucho después
de joven, cuando correspondiera, no antes de hora, en ese tiempo en que hay que
tener las ilusiones apretadas entre los dientes y creerse el ombligo del mundo.
Ya bien entrado en la
edad adulta, de lo contrario aún en la adolescencia, como le ocurriría a
Rimbaud, a Keats, a Plath, sólo hubiera tenido ante sí la enfermedad y la
muerte.
Si follas mucho…
Boceto El Seductor, lejos de la enfermedad (que
es algo que sólo les pasa a los demás) y la muerte (que no existe), a los
catorce años intenta desesperadamente poner las cosas en su sitio cuanto antes:
la polla y sus exigencias no le permiten descanso y el asunto comienza a
adquirir tintes melodramáticos, de modo que el púber comienza a urdir
estratagemas de vil seducción de una ruindad inimaginable para los de su edad.
Servidora, en este año del 75, siempre recorriendo
incansable los oscuros pasillos y rincones del hogar de los Brell (Dios lo
bendiga), a toda hora de aquí para allá ocupada en menesteres domésticos, es la
pieza a abatir sin duda (¡no hay otra!).
Servidora…
Tan al alcance…
Complaciente y lectora…
Su
boca era serena, sus ojos ligeramente dilatados, su mirada incrédula, arrobada
por la solemne espera…
La
erguida Kira…
Servidora, de 22 años en 1975, era la hija mayor
del vigilante nocturno de una fábrica de saneamiento, viudo con cinco hijos,
tres chicas y dos chicos (uno de ellos con espina bífida, de catorce años, de
la misma edad que nuestro héroe aunque habitante de un planeta muy distinto).
Eran el típico caso de una familia venida a menos por las circunstancias
darwinianas que había engendrado la pasada Guerra Civil española. La madre, de
origen campesino, emigrante conquense y solícita esposa, que en menos de una
década había dado luz a sus cinco hijos, había muerto en 1966 de una neumonía
no tratada médicamente y sí aliviada con infinidad de remedios caseros e
inútiles pero baratos. El padre, despreocupado semental a la hora de la siesta, era hijo de un
maestro de escuela republicano, también con familia numerosa, que sería
represaliado sin redención posible y encarcelado hasta 1946. Al salir de la
prisión se diría que era un hombre mudo: nadie a lo largo de los años
siguientes pudo escuchar de sus labios dos frases seguidas. El antiguo maestro
de escuela y abuelo de una servidora se dedicó a malvivir de la
tierra propia, yerma y escasa, y de los jornales que conseguía faenando para
otros afortunados de mayor hacienda. Terminaría alcoholizado y muerto a
destiempo no sin antes romper la mudez y proferir cuádruple blasfemia ante el
estupor del cura del pueblo y el pasmo de los congregados en torno a su lecho
de muerte:
¡Me cago en Dios, en
Franco y en España y también en tu puta madre, sotanas de mierda!
Siguió un silencio
mayúsculo tras la plural cagada, en el transcurso del cual el blasfemo, ante el
pasmo general, exaló su último suspiro.
Su familia, repudiada
a partir de entonces por las buenas gentes del poblachón manchego, acabó en
Valencia, ocupando una portería en una de las calles del Ensanche, hasta que
cada uno de sus miembros, incluido el progenitor de servidora, logró escampar por los solares del submundo urbano (y
depredador, que añadiría nuestro buen samaritano Fiodorov).
Tengo una novela más
bonita… ¡Te la voy a dejar!, le dice Boceto
a servidora.
¡De veras, te la voy a
regalar!
La chica, Kira, me
recuerda mucho a ti…, miente el taimado adolescente con el Clerasil en la mano
sin ruborizarse lo más mínimo.
… de finas piernas bronceadas…
Servidora, por lo bajo, se ríe del mocito y su
burda asechanza: bonita praxis… para
ella, pero aguarda unos añitos, niño…
Se llama Los que vivimos… ¡Te la voy a regalar,
asegura el niño con saviesa sonrisa.
(Eso ya lo has dicho
antes, pazguato.)
Boceto cumple su promesa y una mañana deja
sobre la cama de servidora (esa cama
prohibida aún en la que sueña revolcarse como un cerdo en sus excrementos) una
miserable edición de bolsillo de la colección Reno de Los que vivimos, de la impar Ayn Rand, tremebunda novelista que
obtiene un gran éxito entre los lectores españoles, ¡qué remedio!, de los
cincuenta y sesenta, y seguida no muy a la zaga en la predilección general por
colegas inscritos en la misma biblioteca selecta como Vicki Baum, Zilahy, Van
der Meersch, Buck, Evan Hunter, Leon Uris, Bromfield, Harold Robins, Yerby…
¿Conseguiría Boceto culminar los obscenos propósitos
que albergaba hacia Servidora?
¿Acabaría al fin haciéndola suya sin
contemplaciones? ¡Qué abril maligno… con mayo (peor aún) a las puertas!
Te queremos tanto Boceto… Pero te mantendremos encerrado
en… ¡una urna de plomo y hormigón armado, pequeña sabandija!
Más bien sería al
contrario: ella fue la que a él le dio la vuelta como a un calcetín, lo puso
del revés, le puso de vuelta y media, se apoderó de ese pene de buena crianza a
su antojo y conveniencia.
¿Cómo eran los ojos
del seductor nuestro pequeño Sorel?
En aquel tiempo…Sus ojos eran austeros y amenazadores como una llama que ardiera bajo la fría bóveda
gris de una caverna…
¡Te haré mía!, se juraba a sí mismo Julen Boceto empachado asimismo de las
peripecias decimonónicas hojeadas al buen tuntún (tanto monta monta tanto
Poison du Terrail como monsieur Henry Beyle, don Benito Pérez Galdós como don
Felipe Trigo, Valle-Inclán o Fernández y González):
Esta
come la sopa con cuchara de estaño, lo que le presta ese horrible sabor
metálico al caldo…
Yo le haré ver las delicias de la nobleza, se
dice Boceto en afán didáctico.
Pregunta capital: ¿cómo ha llegado semejante
libro (vamos a llamarlo de ese modo a ese conjunto de páginas amarillentas y
sobadas, todas a punto de descabalarse) a la biblioteca del terrible Brell el
Viejo?
Respuesta previsible: de manos de una servidora precedente, en la
actualidad dependienta en un puesto de frutas y verduras en el Mercado Central,
que, una vez leída la novela, la abandonó entre los otros libros que por doquier se diseminaban por todos los
rincones de esa casa de chiflados.
Oculta a los ojos del
patriarca (y a la vigilancia ortodoxa de JD. y Fiodorov) el volumen se salvaría de la ira flamígera hasta que
acabó en las manos pecadoras del benjamín.
Terrible Boceto, intercambiador de cultura por
sexo: le escribió un poema Servidora: Champán y las manos de María.
El arte de la
seducción no reclama prisas groseras…
Deja
ya de mirarme como si fuera algo raro. Quiero beber. quiero una mujer como tú. Quiero hundirme,
hundirme, hasta donde puedas llevarme.
Paciencia, garañón. ¡A qué esas prisas! Son cosa
de paciencia las cosas del amor.
El
diez de noviembre, a las tres de la tarde, esta cae…
¡Por éstas que cae!, jura al aire.
Orgullosa…
Ya le enseñaría él. Ésta debería volver a los
días del pan rancio y el arenque de barril. Entonces sabría lo que es bueno…
¡No racionaría sus encantos si así fuera!
¿Por qué página vas?
¿Y a ti qué mierdas te importa, niño?
¿Y si le cantara La Internacional?
Bah, a buen seguro la letra que acompaña la
música le parecería como el agua gris y pringosa con que friega los platos.
O es excepcionalmente honesta… o simplemente
estúpida.
Y hoy la descubre deslizándose provocativa un
poco más allá de él por el pasillo curvo vestida con una falda corta y estrecha
de color beige que apenas le cubre medio muslo, alejándose de su lascivia
acechante (¡Brell, El Maligno se ha
apoderado de ti!): Boceto sale
desde las sombras disparado como un cohete hacia su habitación maldiciéndola
entre dientes, y allí, en la triste soledad de su dormitorio, la ha pulverizado
dos veces, la ha hecho suya sin piedad, la ha mancillado hasta la extenuación
(de él). ¡Qué no hará este semental con la sola imaginación y su mano pecadora!
Escena singular:
Él
estaba en la escalinata del palacio, con las manos en los bolsillos, el cuello
del gabán levantado.
Quiero
advertirte otra cosa: no me gustan las mujeres que me dan a entender demasiado
cuánto me quieren.
(…)
Pero
te digo que me gustas, arrogante criatura, tanto si quieres oírlo como si no.
(…)
Tengo
que marcharme, Kira…
¿Ya?
Nos
veremos… el diez de diciembre, a las tres…
Tomó
su mano antes de que ella la tendiera. Le quitó el guante y llevándosela
lentamente a sus labios la besó con gran dulzura en la palma.
Luego
se volvió rápidamente y se alejó. Bajo sus pies crujía la nieve.
¿Esto se va a alargar las malditas cuatrocientas
páginas de la novela?, se pregunta el adolescente seductor calenturiento.
¿Qué hacer? Aguarda un año, dos: te meterás
entre esas piernas.
Ya decían los
antiguos: …¡Ah, la obsesión de la carne!
Solución: mete los
pies en una palangana llena de agua fría.
Estos remedios
domésticos rebajan la líbido, sin duda.
¿Qué no me estallarán
las pelotas?, se dice temeroso al sentir tan grandes calenturas el adolescente novelero.
Antes arderá la cabeza
con tales excitaciones. Le devoraban las punzadas de las sienes:
(1986, abril): Fue, tal cual, como si me
hubieran caído en la puta cabeza un tercio de aquellos 50x10³ Ci radionúclidos
arrojados a la atmósfera una década después por la explosión del reactor de
Chernóbil…, recuerda.
¿Qué me dices?
Así eran las cosas en la incipiente y sucia
adolescencia.
A salto de mata (y de años).
¡Duro tormento!
Taganov sería más directo, emplearía la fuerza
de sus músculos jóvenes… A los diecinueve años desconocía la compasión: portaba
la bandera roja, había sido herido, había dado muerte a un hombre… ¡Había
asaltado el Palacio de Invierno! ¡Ese mentecato, ese Leo antaño siempre con la
fusta en la mano…!
Y, sin embargo, cien páginas más adelante, el blanco Leo acaba llevándose a Kira al
huerto… ¡Qué despropósito marxista!
Pues bien, ya sé quien soy: Taganov, el rojo:
esos dos caerán como fruta madura (no había por ahí, dentro de su caletre,
metáfora más esclarecida y menos usurpada).
Qué sin vivir, se lamenta resignado… ¡Y ella lo
sabe, lo sabe!
Aquí estoy, muerto a cajón abierto, sin nadie que
me vele.
Deja a Leo que estudie y pierda el tiempo con
Kant y Nietzsche, que traduzca folletines. El malvado capitalista ha violado a
la bella esposa de uno de los obreros de su fábrica; luego del ultraje, la
mujer se suicida, y el marido es despedido sin contemplaciones a consecuencia
de ello. El hombre no logra encontrar trabajo por más que se esfuerza en
conseguirlo, por lo que el hijo de ambos se ve obligado a mendigar por las
calles heladas del invierno moscovita hasta que un día fatídico es atropellado
mortalmente por el reluciente coche –conducido por un chófer con librea- del
propio capitalista violador y desalmado empresario que los ha arrojado a la
miseria, al arroyo…
Ah, Kira, qué rechazo pero a la vez qué
fascinación te produce ese hombre comunista, esa encarnación de la revolución
que aplasta a quien se le pone por delante, con sus fusiles, sus cárceles, sus
consignas terribles. Son como… fieras
con las fauces abiertas.
¿Te han dado la ración
de pan?
Servidora cada día que pasa está más flaca,
empalidece a ojos vistas, enmudecidos los labios… Ya se consume por mi amor…
¡Caerás!
El año 1923
1975, como todos, tuvo una primavera: época propicia para la pasión desenfrenada (si antes no revientas de
hincharte a comer mijo).
Peor sería que el
tifus se te infiltrara por las suela de los zapatos.
¿Ha leído usted,
camarada, la última novela de Smirnov?
Tiempos nuevos: ¿Qué
importa el pesimismo reaccionario de Schopenhauer frente el amanecer
proletario?
Yo, dijo Leo, estoy estudiando filosofía, porque
es una ciencia que no le hace ninguna falta a la República Soviética.
(Eso había afirmado el ruso blanco, atento a a
la impresión que su palabras causaban en Andrei Taganov el ruso rojo.)
(Aquella sabandija contrarrevolucionaria hacía
de John Gray su himno en lugar de La Internacional.)
Andrei –el terrible Taganov que cual tigre sabe
que no se debe hacer daño a un gatito- tomó muy en cuenta declaración: Este
hombre es un cínico, resolvió sin pensárselo dos veces.
Ah, pero Kira nunca sería propiedad del partido,
de los soviets: ella cree en la vida…
En
verano, Petrogrado era un horno… (símil abusadoramente
utilizado aunque esclarecedor para un proletariado todavía en su primera fase
de instrucción ideológica, cultural y lectora).
(…)
Llega el invierno, empieza otro año.
Deberías saber, Servidora, que el tiempo no pasa en balde, y aquel esplendor en la
yerba…
Boceto
piensa detenidamente sus posibilidades:
Tal vez si tuviera colgados en la pared de mi
habitación retratos de Marx, de Trotsky, de Zinoviev, dos de Lenin, uno de
Stalin…
¿Serían suficientes tamañas admiraciones?
Aunque
mejor sería, ya lo creo, si la invito a comer auténticos pasteles franceses…
(O una sopa caliente: observa sus pálidas manos
trémulas, desfallecientes y determina: es indudable que pasa privaciones.)
¿Qué esperas para abatirla de una vez?
En
nuestra lucha, Kira, no cabe la
neutralidad.
¿Te resistes? Pues sigue levantándote a las seis
y media de la mañana, date un remojón con agua fría, qué digo fría, helada,
agua helada (estamos en lo más crudo del invierno estepario), y luego
desayúnate con un pedazo de pan seco y medio vaso de insípido té con sacarina,
y corre hasta el tranvía, desgraciada, pues si lo dejas escapar llegarás tarde
al trabajo y perderás el empleo.
¿A esa clase de vida aspiras?
¿Nos hemos vuelto todos locos?
Instrúyela en la desesperación… se arrastrará
hacia ti, ya lo dice la Biblia: parirás con dolor tus hijos, mujer, pero tu
deseo será más fuerte y te arrastrarás ante el varón…:
(Taganov aprieta los tornillos: a leer la
próxima semana, ni un día más de plazo:
Lo
que tenéis que hacer por la unión,
El
campesino rojo,
El
taller y el arado,
El
abecé del comunismo,
El
camarada Lenin y el camarada Marx.)
¿Adónde iremos el domingo, camarada?
Por la mañana paseo sosegado por La Alameda y
una sabrosa horchata en santa Catalina. Y por la tarde conferencia en el salón
columnario de la Lonja, sede de antiguos facinerosos: La destrucción del capitalismo, a cargo del camarada Taganov.
Y no te
olvides de apagar la luz del retrete, camarada: tienes que desterrar de una vez
tus costumbres burguesas: la luz cuesta mucho al Estado.
He aquí la primavera de nuevo, la nieve se
derrite lentamente en las aceras.
¿Será capaz de vivir así día tras día hasta que
caiga rendida a su pies?
¡Infame!
Pero… Así
se templó el acero.
Llevaba diez meses que estremecían al mundo
(que, en sus cuatro puntos cardinales, o en su absoluta redondez, era él,
calenturiento y en ayunas de sexo a dos).
La
habitación era grande y desnuda, con paredes encaladas, un camastro de hierro,
un escritorio, una silla, una cómoda; pero ni un cuadro, ni una estampa; sólo
libros, un mar de libros, papeles y periódicos, encima del escritorio, encima
de la cómoda, por el suelo… y allí se torturaba el infeliz,
aguardaba la rendición incondicional de ella.
… Y no pensar en otra cosa sino en ¡vislumbrar por el escote de su traje la
raya de su pecho!
Y entonces, un día, dos años después… cayó la desdichada…
Antes
te cansarás tú de mí que yo de estar contigo.
¿Por
qué dices eso, Kira?
Porque
no cabe duda de que un día u otro te cansarás de mí.
Tú
no crees eso, Kira.
Ella
se apresuró a decir:
Naturalmente
que no… ya sabes que te quiero. Pero no debes tener la sensación… de que estás
atado a mí… la sensación de que tu vida…
Y entonces descubrió que ella nunca leía poesía.
¡Qué decepción!
Sin embargo, le confesó la ya poseída (repetidas veces a lo largo de
esa noche de pasión) con un brillo pícaro en sus ojos y una sonrisa lasciva: me
encanta el fox-trot.
¡Diantre! (Ojo, Vivales, no te deslices…)
(Permitid sus muchas faltas… arcaizantes.)
¿Cómo
acabará todo esto?
Todas las historias de amor acaban muertas, como
sus protagonistas (pero mucho antes).
A propósito, ¿has leído el último libro de
poemas de Valentina Sirkina?... Excepcional, camarada… Mi corazón que es como el amianto y permanece ardiente en la hoguera de
mis emociones…
¿Quién
paga el champaña, quién paga el champaña?, se preguntaba
maldiciendo Taganov.
(…)
Ya no cree en la revolución… Ahora ya sólo cree
en ella.
Nosotros… que llevábamos las banderas tan rojas…
(se decía Fiodorov al pensar en JD.
(vivo bajo tierra).
Taganov creía en ella: Ella también es hija de
la revolución…
Vamos al cine, cariño, le pidió ella.
La pantalla blanca cobró vida: Guerreros rojos (0). Ella…
Finalizada la proyección, la orquesta atacó La Internacional.
Taganov, finalmente, muere por lo único en lo
que cree: ella… pero todas las historias de amor acaban muertas, como sus…
Boceto,
en lo que respecta a Servidora, ha
muerto:
Se ha sacrificado ante el callejón sin salida
del desengaño.
(…)
Ella…
¿Por qué te casaste con un comunista? Esclavos
de sus palabras son:
Mayo de 1986:
Gorbachov tranquiliza desde los miles de
millones de televisores a los desgraciados de Bielorrusia y del mundo:
No se preocupen, camaradas, la situación está
bajo control. Es un incendio, un simple incendio. No es nada grave. La gente
vive, sigue trabajando lejos del peligro, os lo dice el Gran Hermano.
(Un peligro invisible… como el alma, más dañino
si cabe.)
Servidora,
en absoluta soledad, sonríe para sí: la vida era para ser vivida. Ahora lo
sabía, como… Kira que, tiroteada por un zapatero, yace moribunda, desangrándose
sobre la fría nieve.
¡Tengo otra novela tan bonita como ésa…! ¡Te
gustará más todavía!, exclama Boceto
con la polla en la mano.
En esta ciudad no nieva nunca.
Qué cosas.
Hasta ahora ha sabido ser dueño de los
acontecimientos, y sus planes de seducción han sido medidos y de una
efectividad fría y soreliana, ¿por qué
no va a suceder lo mismo en el futuro? Se trata, en definitiva de cálculo, de
utilizar la dosis precisa de desprecio y deseo, una especie de quantum satis que desdeñe lo graduable:
paciencia y mala intención, sin rayas rojas ni precipitaciones: lo justito para
el encandelamiento, ser un Sorel con el alma a buen recaudo.
(No olvides que en esta vida, Kira, servidora, Boceto… todo es efímero, caducable, morible…)
(JD. tenía en un ángulo de su antiguo escritorio
en la casa familiar una foto enmarcada de Malcom Lowry –sonriente, con la
botella en la mano, quizá ya borrachuzo en el momento de la instantánea)- a
modo de calavera presencial: no hace falta que apresures el paso, ella te espera.)
¿Miente un comunista?
No descuiden sus ocupaciones, camaradas. No hay
motivo de alarma.
Siempre miente quien suma una moneda más que tú:
comunista o no; tendero o no, presidente de gobierno o no.
Antes de morir las niñas de las aldeas próximas
a Chernóbil dejaban de cuidar a sus muñecas, no las acunaban en sus brazos, no
les cantaban nanas ni simulaban alimentarlas ni limpiarlas: las acicalaban con
esmero, peinaban sus cabellos dorados, alisaban sus retales coloreados y luego
las enterraban bajo la tierra empapada de veneno: porque habían muerto,
aseguraban, como pronto nos sucederá a nosotras.
Y a otras ellas, a muchas de ellas ya podridas
por dentro a causa del mal invisible, que se resistían a dejar huérfanas a sus
marionetas de ojos grandes y mohín imperecedero, las encerraban en sus ataúdes
de plomo con sus muñecas bien atildadas en los brazos.
¿Qué atenaza a los seres humanos verdaderamente?
El pánico y la pobreza, y la boca apestosa del
político, del profeta, de Dios: palabras vanas, polvo en el polvo.
La pobreza ya no depara revoluciones en una
época que la Revolución (la que siempre deja las cosas en su sitio) ha
triunfado: de ella, pues, ya no hay nada que temer; sólo el pánico es capaz de
trastocarlo todo, su desorden puede aniquilar cualquier logro: atrapado por el
temor uno puede quedar petrificado como una estatua, es decir, deja de ser útil, o convertirse en un
salvaje, lo que le lanza a la destrucción indiscriminada y a pervertir de forma
irreversible el orden establecido.
Todo está bajo control, miente el gobernante con
su cara de juez justo. Creedme…
(Si no…)
Que no entren en pánico, ése es el santo y seña,
la gran consigna: podría avasallarnos la gran marea atropelladora: las turbas.
Confiad en mí, dice la pantalla del televisor.
Y miles de millones de cabezas asienten y
engullen la homicida y grasienta cena de la bandeja sobre las rodillas.
Muchas cosas se fundían en tu alma, y la
aleación empezaba a ser monstruosa.
¿Adónde vas, Boceto?
Sales del cuarto de las escobas y te metes en la
cama de la criada: menuda excursión de niño bien.
Brell el Viejo, en el año IV d. F:
A estos fulanos jovenzuelos de ahora les rodean
todas las condiciones precisas para llevar a cabo empresas intelectuales e
ideológicas de importancia, pero no parecen tener dentro de sus molleras
ninguna de las causas y motivos que precipiten un mínimo desarrollo.
Nos gusta la televisión. Nos gusta creernos que
Dios está con nosotros.
Nos gusta ser como ese pájaro que vuela hacia
atrás porque quiere saber de dónde viene y no adónde va, que le da lo mismo.
Boceto:
Todos los días me meto en un cine de doble sesión y apago la luz del exterior
de una realidad carcomida por siglos de grandes mentiras. No me hace falta la
televisión. Tengo mis propias maneras de escapismo, infame o no.
Prefiere, pues, otra clase de patrañas de
mínimos efectos: un embuste pactado de antemano, inocuo y puede que hasta
entretenido.
Escribiré un diario, se dijo ese indigente de
catorce años, seductor de criadas y atónito amante de exiguo recorrido: cinco
sacudidas y para el arrastre.
Su hermano Fiodorov
había dado con sus frágiles huesos en la mazmorra, una pena, y a sólo unos meses
del I d. F.
Hay un gato en el calabozo: ¿lo llevarían a la
cárcel de gatos?
Aún estás en años de formación:
¡En fila de a dos! ¡Andando!, brama el agustino.
¿Y cómo se llama la novela? Me gustan las
historias que acaban bien. No me hizo ninguna ilusión que muriera la pobre Kira
después de tanto trasiego. Si esta no acaba bien no me la dejes.
Acaba de puta madre. Es buenísima, y además de
pocas páginas, de mucho diálogo…
Servidora
no está muy convencida.
¿Cómo se llama?
El
bello verano (colección RTV: infames librejos sin coser).
El título me gusta…
Dos semanas y cinco mamadas más tarde:
Es una novela triste, aunque quiera parecer lo
contrario, se queja Servidora al
devolvérsela deshojada de todas sus páginas.
¿Qué pasa? ¿Ahora te has convertido en una crítica
literaria?
En
aquellos tiempos siempre era fiesta.
Uno se… dejaba llevar:
Vamos
donde tú quieras…
Que puede ser atrás o delante. Vade retro:
Ayer en el colegio olía raro… Bueno, raro no,
olía a cera y a ropa raída, a madera, como ese aire espeso y tibio que se
estampa en la cara al abrir una habitación cerrada durante mucho tiempo… El
padre Sigfrido se murió por la mañana y tuvimos que desfilar ante el cadáver.
Por la tarde, lluviosa y oscura, pusieron el ataúd abierto bajo la luz de la
gran araña de cristal que pendía del techo en el lujoso vestíbulo de la entrada
principal. Allí, rodeado de cuatro pesados candelabros de bronce con gruesos
hachones encendidos, cuyas llamas vacilantes se diluían como si nada bajo la
otra luz clamorosa que venía de lo alto, estaba de cuerpo presente el padre
Sigfrido, de una palidez lunar y con las gafas negras de concha puestas,
ensotanado y serio, con las manos juntas sobre el pecho, y por las aletas de la
nariz asomaban unas bolitas de algodón. El padre Sigfrido nos daba Física y
Química dos veces por semana, pero lo hacía como sin ganas, apático, como si
sintiera un horrible aburrimiento (parecido al que experimentábamos nosotros en
sus clases) al explicarnos con voz monótona las fórmulas. Frente aquel rostro
severo y macilento, delante de aquella boca fruncida de una mudez cerúlea y los
ojos cerrados y muertos para siempre tras las gruesas lentes de miope triste, a
mí me entraron ganas de recitar los alcalinotérreos o la Ley de Boile-Mariot…
y, aunque sin despegar los labios, lo hice: litio, sodio, potasio, rubidio,
cesio… Cuando me di la vuelta descubrí a mi madre al pie de las escaleras,
junto a las enormes puertas de hierro, con un paraguas en la mano, cerca de la
calle, decidida a no dar un paso adelante. Me hacía señas instándome a
abandonar el vestíbulo con premura y acudir a su encuentro. Camino de casa,
apresurados a causa de la lluvia, me dijo que debería haberme despedido del
padre Sigfrido con más prisas, porque ella no tenía ninguna gana de ver un cura
muerto: ¡A santo de qué! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Qué terrible sería que el alma siguiera viva una
vez el cuerpo estuviera muerto, qué inmunda esa cosa (como algo pegajosa y del
color de la mierda) escapada de lo físico y perecedero, fuera del cuerpo,
nauseabunda e invisible, que fuesen ellas, las almas de todos los cuerpos, las
miles de millones de las almas de los miles de millones de los cuerpos muertos
desde los orígenes del ser humano, la auténtica mierda, las que finalmente
abonasen el aire y lo enrarecieran hasta hacerlo irrespirable como el de
Chernobil, un aire el de los muertos envenenado y letal y que día a día nos
fuera matando también a todos.
2008; una mirada al pasado, un vistacito
retrospectivo a lo que uno era antes de convertirse en lo que es… Lo sabes de
sobra y es inútil que intentes darle otro sentido a esas líneas escritas hace
más de treinta años: todos los años de tu vida, incluso los de tu infancia, han
estado infectados por tu carácter: no hay vuelta de hoja.
Más que cicatrices a éste los recuerdos le han
dejado costras, y aun purulencias de diversa condición (pero todas malas).
(2007: Escribas lo que escribas te voy a meter
mi fan fiction por el culo: te voy a
cambiar hasta el nombre, tus pelotas convertiré en nítido coño rasurado.)
Respecto a las contradicciones, pues bien, me
contradigo: él, verdadero protagonista de su propia vida, es él mismo, pero los
males son otros: una especie de dialéctica: la existencia de uno va a trancas y
barrancas.
1975. Anot. JD.: Otros libros eran tan
pequeños que se podían deslizar fácilmente en el bolsillo y esconderlos en la
mano. Eran los libros de los revolucionarios. Los hacían pequeños para poder
hacerlos pasar fácilmente por la frontera y distribuirlos en tiempos de
rebelión. Así que el formato de tales libros de bolsillo no empezaría siendo un
puro azar, un capricho editorial o una estratagema comercial económica: era
algo revolucionario.
Servidora,
al paso que lleva Boceto con sus nada
sutiles sobornos literarios, se está aficionando a la lectura.
¿Y ésta de qué trata?
Los giros lingüísticos argentinos la desarman
enseguida.
¿Qué clase de español es éste? La gente andando
por veredas, que son caminos de ganado… ¿Un tipo se viste con un saco? ¿Dónde
se ha visto que los carros tengan portezuelas?
Luz
de agosto sería un listón imposible de franquear: ese
libro olía a polvo, confusión, descoloque y jerigonza.
¿Nos hemos vuelto todos locos?
Don Vicente allanaría de nuevo el camino: Entre naranjos: gran folletín engalanado
de buen estilo donde la sensualidad y el éxtasis de la carne se ven derrotados
por el cálculo criminal del prohombre cobarde y barrigón con leontina dorada
cruzando el chaleco de paño gris.
Le devolvió tiempo después el libro con un aire
de triunfo inevitable: Leonor se llevaba consigo, a lo largo de esos mundos
vastos y fascinantes, todas las ilusiones del pobre Rafael, gordo, calvo y
envejeciendo a marchas forzadas, prisionero en el pequeño país de su nacimiento
entre las rejas de un matrimonio sin pasión y las pequeñas miserias de la vida
de un burgués con todos los desiertos del hastío por delante: a partir de
entonces al señor diputado sólo las buenas digestiones, el licor de hierbas y
el humo del habano le reconciliarían con el mundo cruel y egoísta y lleno de
trampas y falsas promesas.
Yo también escribo una novela, le dijo el
adolescente con un aire de suficiencia perdonavidas.
Ella no le creyó.
¡Y a mí que me importa, niño!
Te haré la protagonista.
La sospecha repentina tiñó de ira los ojos de Servidora.
Le lanzó la mirada asesina con la furia de la
mujer salvaje ahora desterrada de las numerosas y diversas pocilgas del campo
de los años cincuenta, a salvo de la crianza del cerdo, lejos de la sufriente y
observante proveedora con el saco de grano en la mano entre la danza agobiante
y vespertina de las gallinas, de la campesina andando a la vera del mulo con
los serones atiborrados de forraje, la moza enloquecida, desesperada por el
horizonte plano amarillo y mudo que rodeaba el pueblo por sus cuatro costados:
¡Como cuentes que te la mamo te rompo la cara
con el rodillo, niñato de mierda!
Te llamarás Matilde,
al igual que mademoiselle Le Mole..., improvisaba el mierdecilla.
Se lo pensó mejor:
O quizás madame de
Rênal… Eso sería más apropiado, sin duda.
Esa la mujer madura
(para la época) que se derrite por el pene garfio del seminarista memorión y
ventajista, recitador de versículos y latinajos.
(¡La Biblia en pasta!)
Podría escribir una
novela críptica, un texto hermético
capaz de volver loco al más esforzado de los exegetas. Pero ¿eso cómo se hace?
¿Qué lenguaje utilizar? ¿O habría que inventarse uno nuevo?
A ver ese bolígrafo…,
esa bolita de tungsteno prodigiosa que ahorra las visitas al tinterillo.
Recurrió a las
numerosas enciclopedias y diccionarios que acumulaban el polvo por los ángulos
(ciegos) de la casa, esas esquinas de pasillos y estancias que requieren de
rinconeras o pretenciosos sinaís de ornatos cerámicos de Manises, algún florero
extravagante, una tumbona de piel blanca entre ángulos rectos.
Aún antes del libro y
del lenguaje escrito existió un código de nudos: así escribieron sus mensajes,
guerras y crónicas los tártaros, los incas, los aztecas, los persas…
¿Quién sería capaz de
descifrar esa escritura?
Lenguaje bastante más
difícil de adivinar que el jeroglífico egipcio y la piedra Rosetta.
(Un nudo negro significaba la muerte, un nudo
blanco el dinero y la paz, uno rojo la guerra, uno amarillo el oro, uno verde
el pan.)
Babel de todos los demonios.
Háblame de ti.
Desentrañar ese misterio, despiezar esa vida
hasta hacer comprensibles las diferentes partes, tiempos, y sucesos que la
componían… no resultaba nada fácil.
Leer esa escritura
era un asunto arduo, pues asimismo era preciso tener en cuenta el grosor de la
cuerda así como también la manera en que los nudos estaban hechos y situados.
Un galimatías.
Háblame de ti.
Por entonces aún
sentaba a las chicas en la barra del cuadro de la bici, les besaba la nuca, muy
despacio les rozaba la finísima piel del cuello con la punta de la lengua y
ellas, luego de algunas risitas nerviosas, prorrumpían en exclamaciones
falsamente escandalizadas.
Hablaré de ti.
Tú eres una de esa
chicas a las que llevo en la bicicleta en los atardeceres del verano cuando
todas las verjas y las balaustradas de La Cañada huelen a jazmín y a hierbabuena.
Te convertiré en mi heroína. Mejor dicho, ya eres mi heroína, la única, el
símbolo de todas ellas, le decía a Servidora.
Yo no he subido a una
bicicleta en la vida, idiota… Ya empezamos con las mentiras.
Una novela es una
mentira de la primera a la última página… ¿Qué te figurabas?
¡Anda, pues yo creía
que eran de verdad…! Fíjate, pensaba que hasta olían… a colonia, y que de un
momento a otro sus personajes se erguirían de las páginas y se pondrían a
caminar. ¡Si serás imbécil, niño!
El Diario: bien se guardaba
él de confesar en aquellos manojos de páginas (¡algunas cuadriculadas!) que al
plúmbeo tostón del sábado en el Instituto Francés le secundaba un Maciste contra todos (0) en el siniestro
Pompeya rodeado de ávidas y maduras pajilleras a cinco pavos la sesión.
¿Quién eres?
Que adivinen si
pueden, fomenta la cábala, crea el enigma con la mirada: el dedo sobre los
labios, Harpócrate.
¿Sabe?, era como oír
su voz, grave y profunda, de atractivas resonancias, hipnótica, pero no sus palabras, como sólo el murmullo
de un arroyo, un sonido articulado que no es que fuese incomprensible al igual
que un idioma extranjero que desconocemos por completo, era, si ello es
posible, que esa voz parecía carente de
palabras, como los sonidos de la cueva.
Seré escritor, se dijo
muy serio a punto de cumplir quince años en El Año Que Murió Franco: en
realidad, esa fue la última mentira que escribió.
Te cambio un Séneca
por un Diógenes.
Hecho.
Mayor cínico que nadie
aquel Séneca ricachón y cortesano, glotón, intrigante y pederasta… Vive la
castidad, disfruta en la sobriedad y prodiga el consejo del sabio en el
infortunio y la desdicha…ajenas: y, grande ricachón, sus dedos acariciantes te
acechan, ya se posan sobre la tibia piel de tu juventud: posada la boca sobre
la entrepierna lampiña entreabría con la punta de la lengua los labios mayores
y menores del sexo de…
Se vieron en la plaza
del Perro, algo razonarían: calor para mañana, frío para después…
Y luego cada uno,
mendigos sin solución, se fueron a una esquina a pedir una moneda, esa moneda capaz de comprar el mundo.
Venga el sumiller y
recite la bodega…
Al instante, señor.
Un cierto egoísmo no
nos viene mal a nadie; antes al contrario, al final siempre derivas del
estoicismo al cinismo.
Por tus anécdotas te
conoceré, dejó escrito Nietzsche en algunas de sus páginas insomnes.
Por el mundo caminaba
sin soltar ni un momento el milagroso zurrón (faltriqueras y bolsa proveedora
inagotables a la vez), ni tampoco al báculo engañador: al crearse una
apariencia ya pudo encontrarle a todo lo del mundo de en derredor un sentido:
ni pena ni sarcasmo, sólo una divertida resignación ante la finitud y
condenación propia y también cómplice solidaridad al saber el mismo destino
funesto de sus semejantes.
Diógenes, Platón te ha
calado: Qué poca humildad manifiestas, oh Diógenes, al esforzarte en parecer
humilde.
¿Quién eres?
Séneca no es:
demasiado pobre.
Soy lo que sé: sé
mandar hombres, ve y pregunta por las calles quien quiere comprar un amo.
Otras cosas nos sabe
siendo indigente, inactivo, austero, caminante impenitente hacia el norte de la
ascesis más implacable:
Dime, cínico
embustero, ¿quién te adiestró en montar a caballo, a disparar la flecha, tirar
con honda y arrojar los dardos? ¿Qué naciste de nobles?
Si no filosofía, sí
escarnio: no escupe en el suelo de tu casa, pero sí en tu cara: No encontré
lugar más oportuno.
Evita a los hombres
sin zurrón: esos son más lisiados que ninguno.
Las manos vacías
indican, precisamente, el vacío, la nada, la mudez del ilota, el exilado del
placer.
Te echan los huesos
como si fueses un perro: y tú levantas la pierna, una de ellas, la
más a mano, y les meas encima, como hacen los perros.
Le divertían, dice,
las locuras de Sócrates y observar a Platón encorvando las costillas como un
falso perro husmeando las ideas delante o detrás de las cosas... ¡Sabueso
engreído!
Con lo fácil que es
conformarse con el sol: aparta de ahí, gran hombre de espada soberana y casco
de oro, tu sombra aleja la calor de
la lumbre (mi lumbre).
¿El final?
Envejeció, murió y sus
hijos, tras las libaciones y los golpes al pecho exigidos, le enterraron boca
abajo.
Muerde el polvo,
perro.
Todo el mundo lo sabe…
Ahora lo comprende (aunque un poco nada más): todo el mundo, hijos no obstante
de macho y hembra humanos, no eres tú.
He medido bien mis
fuerzas, sabía desde los 15 años con qué armas contaba para librar las batallas
de la vida, sé, pues, cómo defenderme de ella y sus golpes bajos, sé cómo
follármela cuantas veces quiera.
Hola.
Hola.
¿Qué haces por aquí?
¿Qué haces tú?
(Pintas tenía el
recién universitario de ser caballero andante y no temer a los lances de la
sorpresa, buena o mala, pues a él eso le daba lo mismo.)
Estudio (ja, ja), veo
películas, leo libros, escucho música, ligo…
Justo el tipo que
busco. ¿Puedes invitarme a una copa?
A dos, y a tres, y
hasta a cuatro si te atreves.
Me gustas, contable.
Cobarde, escancia a
rebosar los vasos –le dijo al pobre tipo sin esperanza de conseguir una beca
detrás de la barra que ahorraba peseta a peseta para costearse las matrículas.
Conócete bien a ti
mismo, como ya dijera el sabio, y que todo lo que te ronde sea lo que te
alienta.
Pro domo sua.
Universitarios…
Dios los cría y ellos
se juntan (los setenta).
Madrugada, bien
follado, pensamiento y mente resacosos: necesito el bar de Charlie.
La vida… ¿qué es la
vida, Charlie?
Y el otro se le queda
mirando, una beatífica figura contra la brillante cristalería de las botellas a
sus espaldas, sonríe pero permanece con la boca cerrada: Si lo supiera te lo
iba a decir a ti, precisamente a ti, guiñapo empapado de mierda y alcohol.
Charlie, que es mil
tipos a la vez, incluido el pobre tipo ese de la cafetería de la facultad que
jamás pierde la compostura y a duras penas puede pagar sus matrículas, sabe de
sobra como conciliar el alma de un borracho con los venenos de la mañana
incipiente, así que calla lo prescindible para que tales moribundos del alba,
universitarios sin libros bajo el brazo, no se le solivianten:
Como diría George
Eliot, La Magnífica, recuerda para sí con la sonrisa helada, sin despegar los
labios ni un milímetro: Estas generaciones de acomodaticios vergonzantes están
anulados por la ginebra. ¡Hijos de papá deseando volver al coño de mamá!
Charlie, el de esta
ocasión, era El Camarero Ilustrado.
¿Qué hacer?, se
preguntaban llameantes multitudes harapientas de marxistas-leninistas mesándose las negras barbas agresivas (¿hirsutas
funcionaría igual de explícito en la línea?)
y la mirada belicosa fija en el horizonte teñido de rojo:
Un paso adelante, dos
pasos atrás… Es algo que sucede en la vida de los individuos, en la historia de
las naciones, en el desarrollo inicial de los partidos de fútbol…
¿Sabes, camarada
lector, lo que es el Comité de Vorónezh del Partido Obrero Socialdemócrata de
Rusia? Si no le sabes, lee las actas del Congreso del Partido y te
enterarás…
Y nada de lloriqueos
blandengues de intelectual concienzado pero en minoría…
(Pero JD. siempre se
movía apremiante cuando había que huir de algo; no del temor, sino de la
ansiedad, del desconcierto –él le llamaba asco a esa sensación algo paranoica
de sentirse acosado por lo que fuera, hombre, mujer, animal o cosa e incluso
por él mismo- era lo que le obligaba a andar hacia delante, y nunca, al final
de esa huida de indefinible motivación, esperaba encontrar algo mejor de lo que
dejaba atrás. El admitía el desengaño de antemano, anticipaba la grosería de lo
cotidiano como su vulgaridad o su falta de alicientes, pero no rechazaba de
plano una pretendida huida inicial, el escapismo en definitiva, lo cual a los
ojos de los demás resultaba de una ingenuidad absoluta. Cierra la puerta, pone
pies en polvorosa, ni vuelve la cabeza atrás: la única manera de no hacer la
historia interminable es soltar la pluma, pero a ciertas edades ya no estamos
para sustituirla por el azadón y la corbella ni para la tanda de riego a las
tres de la mañana, y si te he visto no me acuerdo.
Tal día hará un año. A
rodar.)
En el año que murió
Franco, año de gracia de 1975, pero aún vivo, teleadicto inconfeso, devoto
antes de que surgieran como por encanto
las heces en forma de melena…
Ese año a Boceto, su gran primera vez, le
sorprendió tan gratamente la viscosa calidez del interior de la vagina, las
vívidas contracciones, las confortables plegaduras, la obscena fractura del
rostro de la mujer convulsionada por el orgasmo, su propia eyaculación que a
punto estuvo de desmayarlo entre las piernas de sierpe de Servidora…
Soy tu… perra,
susurraba la lectora ocasional. Boceto
tenía las orejas al rojo vivo, pero logró descifrar la voz entrecortada de
ella, y enardecido, rogaba a todos los dioses (o a todos los diablos) que le
propiciaran sin tardanza una nueva y pujante erección seguida de una segunda
corrida que le dejara definitivamente sin sentido, enroscado, fundido y
atrapado para siempre en el serpenteante cuerpo de la mujer para siempre… por
siempre.
Qué terrible es,
Charlie, se lamenta cien años después, en
el 2008 (33 d. F.), que pase el tiempo… sin que a uno le pase nada… ¡Qué
desperdicio!
¿Más de lo mismo?,
sugiere sabiamente Charlie.
Escancia, cobarde.
Ese bar, el camarero,
las luces tenues, este día, la noche de este día, la mañana siguiente, este
esperpento de 2008 lleno de acumulaciones (parloteos, elecciones, disimulos y
mentiras, sangre derramada, economía, deportes,
salud, nuevos modelos de coches, estrenos de cine, concursos de televisión,
whiskies de malta, los trapos de temporada, el restaurante de moda, las cartas
al director: Oiga, Dios, maldito imbécil…, a ver si tiene cojones de bajar a
este planeta lleno de mierda, que nos vamos a liar a hostias usted y yo…), él
mismo con la copa pringada por sus dedos, las figuras oscuras de los otros
parroquianos, el aliento, los olores del mundo…, todo eso es el paisaje del
tiempo, su máscara pudriéndose despacio… o instantáneamente.
¿Sabes, Charlie? Conocemos
el tiempo por las pudriciones que somos, por el desmoronamiento general: eso lo
delata…
¿Más de lo mismo?,
pregunta el cruel y vengativo Charlie.
¡Estás lleno de copas,
viejo!
Vivir dentro de uno de
esos cortos de dibujos animados con sus tintas planas y los tonos pastel del
interior de las casas, sus carreras a ninguna parte, los tortazos amables, el
despropósito continuo. ¿De dónde sales tú? De los dibujos animados.
En los setenta,
¿tú (Fiodorov,
JD.) también eras uno de esos tipos montado en un 2 caballos?
Bonita cabalgadura
para gente encantadora.
Pero unos se
alimentarían en el futuro con bayas, setas, algún animal vivo…
Otros ajustaron una
corbata lisa de discreto color al pescuezo.
(Muerto, ahórrame los
entresijos: sé el final de la historia, de
todas ellas.)
De nuevo el patriarca:
¿No habláis demasiado los tipos de esta época?
Charlie, créeme, todos
esos años estarían infectados por la propensión de esos tipos a ejercer un
análisis machacón del mundo que les rodeaba, y que lejos de aclarar o poner
orden en sus pensamientos o siquiera en el objeto de su atención los sumía aún
más en la contradicción con piernas en que se habían convertido.
Aquellos chalados en
sus locos cacharros… hacia un espejismo inalcazable.
Aquel Dyan 6 de color
rojo curvaba de espanto. Sólo le faltaba relinchar.
A muchos les mató… sin
perder la sonrisa en la boca ni –todavía-las ilusiones.
En el 79 muchos de
nosotros aún nos las sabíamos todas: te preguntaban por la dirección de una
calle: sonreías desdeñoso (para ese viaje no se necesitaban alforjas) y al
pobre (o a la pobre) diablo le contabas la historia de la ciudad.
Charlie es un pringado
y un asalariado de tres al cuarto, y ahí está él con la boca torcida, la mirada
vidriosa y la lengua pastosa para recordarle que el cliente siempre tiene
razón:
He medido mis fuerzas
contra la vida desde los quince años, Charlie. Sé, entonces, como defenderme de
ella y follármela cuantas veces quiera. Y también sé, cuando es ella la que
tiene todas las de ganar, que debo girar sobre mis pasos y evitar que me zurre
o me deje malherido. Tú ganas. Le das la espalda y te alejas tranquilamente,
con garbo, silbando por lo bajo.
Este cerdo con
billetes y tiempo de sobra debería cambiar de bebida. Lo mismo no le sienta nada bien, se dice el Charlie.
(No lo supieron
aquellos dos de sus hermanos echados a perder, cuando aún andaban con la
estilográfica en la mano, con los dedos manchados de tinta: la sangre azul de
los colegiales privilegiados, los grandes elegidos: después, lo de la vida son
las dentelladas rojas, la herida... hasta el desangre total.)
¿Sabes, Charlie? Lo
importante es crearse un sistema de vida que sea capaz de crear asimismo una
conciencia (de época, de estilo, de simple adaptación)…
Que España no te
duela.
(El dolor es sucio.)
Vete a leer el libro
de Juderías, anda, le instaba su padre harto de sus preguntas patrias.
¡Escribiré miles de
páginas desentrañando las más hondas esencias (entrañas) de mi patria…!,
amenazaba el colegial inflamado una tarde por las arengas del tipo que en las
aulas agustinas a golpes de yugo y flechas les formaba el espíritu nacional.
Serás, mierdecilla, un
inédito.
¡Y qué! Piensa en
Leibniz: dejó 200.000 páginas manuscritas sin publicar y varias decenas de
miles de sus cartas todavía no han visto la luz.
(Otrosí: ¿quién sabe
los millones de palabras todavía a oscuras en el famoso baúl de Pessoa?, ¿quién
ha contado esas páginas, eh? ¿Quién?)
En la edad de los
virajes: del azul al rojo… o al negro pirata.
Brell el Viejo, aunque
no exageradamente (Este fulano de doce años es demasiado cínico para su edad),
temía por Brell el Joven cuando asistía a arrebatos de tal índole: ¿Pues me ha
de vestir el mierdecilla como sus hermanos?: pantalón negro de pana, jersey de
cuello alto también negro, botas militares negras y un tabardo azul oscuro de
trazas marineras: esa marea oscura de gestos y palabrotas le ponía los pelos de
punta al patriarca de la tribu.
Senda peligrosa: el
hábito hace al monje. Esos tipos de pana, ojo con ellos, esconden una bomba de
mano debajo de la barba y las greñas…
Hijo, no sigas por ese
camino…
Una tarde de verano al
salir del baño envuelto en la toalla de cintura abajo casi se da de bruces otra
vez contra Servidora, y allí fue
Troya: la patria acabó a una cuarta de la barriga.
Se torcieron los
destinos de las españas:
Rey Rodrigo mentecato…
¡Ya me comen, ya me comen
por do más pecado había!
A tres cuartas del pescuezo
y una de la barriga.
(Le comieron las
serpientes, mujeres al fin… débil Rodrigo que inoculó la venganza en la sangre
negra de don Julián el traidor y le abrió las puertas al moro.)
El último libro que
pasejearía al coño de Servidora la
lectora sería Mientras la ciudad duerme
que Boceto, con la ensaimada en la mano, los labios manchados de chocolate a
la taza y la expresión inocente, en un descuido, había robado días atrás de la
biblioteca del padre de Grima Blayet, anfitrión ese día de la merienda ofrecida
a sus compañeros preferidos de los agustinos con ocasión de su cumpleaños.
El autor es un tío con
un par… Un negro con el alma blanca. Te gustará.
Vete a la mierda,
niño. Pero ella cogió el libro, bellamente encuadernado en tapas de piel verde
botella, que ya no devolvería jamás, pues en cuanto el ama de casa del hogar de
los Brell pegó el portazo definitivo ese mismo año de 1976, servidora, con el libro a medio leer ya
en su bolsa y la paga de medio mes en el monedero, tomó las de Villadiego al
imaginar el desorden inevitable de una casa sin dueña que gobierne, con
demasiados calzoncillos y con hombres revolviéndolo todo.
A Boceto no le preocupó demasiado la huida de su primera amante (así describía él a la precavida asistenta en su
diario bajo llave): la Universidad le depararía un variopinto y numeroso
muestrario de amantes donde elegir
merced a su donaire.
(Por entonces, podía
leerse en el quinto Evangelio, Ignacio Brell Gay llevaba atado a la mano Rojo y negro –edición bilingüe- fuese
donde fuese, lugar donde estuviere, cuchitril que le amparase.)
(Como san Agustín,
ansía la mesura, librarse de los latigazos obscenos de la carne… Pero, Señor,
todavía no, aguarda un tiempo, cien años, o así…)
Aún con el recibo de
la matrícula en la mano, se acercó a la cafetería de la facultad y se acodó en
la barra con aires de suficiencia, al lado de unos tipos con barba incipiente,
risueños, festivos, el mundo en sus manos cigarrilleras…
Hablaban de coños y de
fútbol.
Se había teñido de
azul los pelos del coño –decía uno.
¿Qué clase de azul?
–preguntaba otro apenas audible entre las risotadas.
Turquesa… yo diría.
Graduados en bellaquerías y la disipación…
(¡Ostras, Vivales!)
De eso hago yo
evangelio.
Y los domingos a
descansar, le dijo a su padre ya en casa, entregándole el recibo de la
matrícula y los horarios de clase.
El moroso biógrafo de
Paul Klee le miró con desprecio pues hacía años que había desterrado de su
existencia los domingos, ese Edén para los tipos que no aman su trabajo y demás
asalariados, funcionarios y ociosos, gentes de mal vivir.
¿Qué pasa con los
domingos? ¿Qué es el día del Señor? ¡Pues a la mierda el día del Señor!: martes,
día de brujas; sábado: saturno.
Y es que papá y mamá
(como más tarde se verá) siempre tuvieron el lápiz del tonto entre las manos:
abren un ojo al despertar y comienzan a poblar el día de acertijos que
resolver.
Tengo el título para
la nueva novela…
Hasta ahora no
acabaste ninguna a derechas.
Es cierto, pero sólo
porque carecían de un buen título como el que intitula ahora el centón de albas
páginas que han de seguir…
(¡Joder, Vivales!).
Dispara.
Destino y Desatino.
Remite a ecos de
centurias atrás… ¿No huele a naftalina?
Ten por seguro que el
lenguaje será directo y contundente como un puñetazo en la boca del estómago.
Manos a la obra.
Una Redacción (en 50 palabras) de Ignacio Brell Gay: 13 años, 3º. B.,
Colegio de Santo Tomás de Villanueva de los PP. Agustinos de Valencia:
La Tierra
La Tierra es un curioso pero también terrible planeta
poblado por millones de seres vivos. De entre ellos, los humanos son los únicos
racionales con capacidad intelectual y necesaria habilidad técnica para
fabricar artilugios mecánicos y combinar mezclas químicas, pero aun siendo de
la misma especie, de vez en cuando se matan entre sí.
¿Qué se esconde en esa
letra pequeña agazapada tras la vida de Boceto?
Una plácida
desesperación que tiene a su alcance no pocos recursos para mitigar sus
aguijones a destiempo.
Charlie, más de lo
mismo.
No se ven en el fondo
de ese cáliz dorado (todavía) las heces: largos años por delante, Charlie…
Bendito sopor. La vida no acaba nunca
A rodar.
Ya habían pasado los
tiempos cuando uno creía que podría ser mejor: impasible estatuaria, la mirada
de frío metal, una lluvia de egoísta lapilli te ha inmovilizado frente el mal y
la injusticia ajena (La Tierra es un
curioso pero también terrible planeta poblado…), ha hecho piedra aquel
tierno corazón que aunque livianamente modelaban tus hermanos: Una mezcla
indefinible, una poción que tragaba cada día compuesta de cualquiera sabe
cuántos componentes y hasta excipientes pero en la que prevalecían extrañamente
como un oxímoron peregrino, bastardo sin duda, una piedad hacia mis
semejantes y hacia mí
mismo y el asco por nuestra condición de animales feroces aseados por el
disimulo y la vestimenta.
Oye, Boceto, quien iba a decirte a ti, pleonasmus, que, pasados los años,
trasegadas tantas copas y atesorado las mil pequeñas infamias de consciente
egoísta los recuerdos y los hechos y dichos que ahora aún logras evocar se
harían materia, se sustanciarían no de roca ni de hierro sino de telarañas y
sucias sombras y que esa perversa e indeseable fragilidad sería suficiente para
aplastar bajo su inmundicia los pocos restos de decencia que pudieran contarse
en tu haber.
¿Qué día es hoy?
Lo pregunta sin el
menor interés por saberlo realmente, una espcie de antojo que fabrique un
diálogo al menos.
Martes (día de brujas).
Buen aposento,
entonces, para la reflexión.
Charlie, ¿te parezco
mala persona? ¿Quién soy yo?
A Charlie le trae sin
cuidado asemejarte a algo. Le importa un ardite tu vida y tu muerte: más de lo
mismo En El Valle De La Muerte Del Señor, otro marciano soldado al cuero de la
barra.
Eres el tío gris, el
tío típico: no deseaba mal a nadie… pero le traía al fresco la desdicha del
prójimo: el sueño de cada noche borraba al amanecer la injusticia universal (de
la que, a despecho de las muchas tragantonas que se hiciera, era muy consciente
a su pesar, por más que luchara por llegar al olvido: lo intenta de todas las
maneras, no lo consigue de ninguna: la Tierra, castigo).
Más allá de la mitad
de tu vida, desgraciado, las culpas pesan mucho más que cualquier penitencia
que se te imponga en el futuro: estás condenado.
Los dineros de papá y
mamá son el mejor disolvente para descuartizar del todo la fortaleza y el ánimo
emprendedor de los hijos de temple quebradizo.
Mi querido profesor,
tiene usted hijos muy viajados y de mucha conversación…
Ah, mis buenos hijos…
con pedigrí.
… No es posible que ya
estemos a hoy, se dice cincuentón y medianamente podrido este falso bohemio muy
lejos de las verdaderas tribulaciones y la flacura de Murger siempre acobardado
por la mirada torva de la casera, el ayuno constante y con el estómago pegado
al espinazo.
No es posible que ya
estemos a hoy, continúa diciéndose el tipo con sacos y sacos de dinero al pie
de la tumba.
La incredulidad es la virtud de la época.
Sé de uno, que son todos
los tipos en el fondo (y no demasiado en el fondo), que el tiempo le fue
quitando enteros en sus afanes, distracciones y deseos hasta dejarlo hecho un
guiñapo (con ropa de marca o sin ella) a punto de la calavera monda y lironda:
No es posible que ya estemos a hoy…
Y la muerte se lo llevó.
Lo estamos, los años
pasaron como el aire, la vida como un sueño: estás muerto: ahora la eternidad.
El tipo que desciende
(desde la tumba) a lo más profundo mediante la visión entretenida y subyugada
de lo más pequeño: el zigzag de la minúscula hormiga casi invisible sobre la
superficie de la roca basta para que el misterio de lo vivo le suma en el
vértigo de lo inasible: esa móvil e ínfima mota te estrella contra el límite
humano de lo comprensible: ¿por qué ese organismo viviente? ¿Cuál es su razón?:
hasta el ordenador más sofisticado alcanza a ser explicado y comprendido una
vez descompuestos todos sus entresijos y desveladas sus leyes electrónicas y
materiales: pero no lograrás entender jamás de qué sustancia invisible se hila
enigmáticamente el hálito de la vida de una simple hormiga con el secreto más
insondable a cuestas: esa mínima existencia hormigueante que se desliza con su
sola y misteriosa energía por la piedra supera todos los milagros del prodigio
de una mecánica creada y programada por las manos del hombre: cualquier
artefacto producto de su mente es incapaz de moverse por sí solo a su antojo,
ni un milímetro se aparta de las órdenes y planes preconcebidos y su
energética.
Ciencia, cómo
progresa, diablos… ¡No es posible que ya estemos a hoy!
¿Comprendes, Charlie?
Creo entenderlo, jefe.
Aunque da lo mismo…
Podría hablarte en chino mandarín, en pastún o quechua y las cosas seguirían
siendo de una impresionante sencillez, como el milagro físico y químico que anima
a esa estúpida y ciega hormiga.
Todo da lo mismo,
repite Charlie moviendo la cabeza (porque a él, realmente, le da igual lo que
piensen los tipos que se pegan a la barra como lapas dicharacheras con el
estómago y la vejiga rezumantes de alcohol, y en cuanto a la hormiga…).
Cualquiera de las
miles de lenguas y dialectos que se hablan en el mundo tiene unas normas
desconcertantes para aquellos que sólo hablan y entienden la suya materna… mas
todas ellas sirven a sus hablantes para que entre ellos puedan comunicarse
fácilmente a pesar de la cháchara indescifrable que a ti te parezca al oírlos…
¿Es correcto eso, Charlie? ¿Comprendes exactamente lo que quiero decir? ¿Te das
cuenta de la tremenda sagacidad del mecanismo lingüístico que para una
resolución comunicativa entre tipos de tribus culturales diferentes no exige
una gramática universal, un código único de transmisiones guturales que los
uniforme a todos mediante un habla común?
Le comprendo
perfectamente (oh, sabio lingüista, gran filólogo, preclaro gramático, impar
antropólogo …).
Porque, ¿sabes,
Charlie?, yo no tengo nada que ver con esos tipos sabelotodo… (él es intuitivo
y creativo… ¡ja!) que se acercan a las cosas y su más profunda esencialidad a
través del conocimiento… Yo observo los misterios humanos y terrenales mediante
los anteojos del espíritu y la sensibilidad creadora, de la mano de una
intuición primitiva y genésica.
Una copa más y me la
acaba mamando.
(Aventura Charlie).
Malas épocas,
Charlie…:
Pensamientos vagos,
dispersos en una yuxtaposición que terminaban recluyéndole en el
atolondramiento, en una maraña inescrutable de palabras ininteligibles
sepultadas por el embrutecimiento de su cerebro goteante de alcohol, un
discurso irreconocible y beocio taladrando intermitentemente su sopor, resaltándose
tras sus párpados caídos y somnolientos como esa forma imposible de los muebles
tapados con telas en las casas temporalmente vacías: todo fantasmas, hasta el
pensamiento.
… Temporalmente vacías, acertó a pensar… ¡esperanzado!
Y, Charlie, atiende,
el jefe, ese tipo (ese torso) frente a ti que ha tomado
así, por las buenas, la barra de los alcoholes y cócteles de filigrana por un
confesionario, antes de arrojarse a la cama, se arrodilla y te reza sus
oraciones… por si acaso.
¡Ah, católicos…! ¡Mira
que rezar al dios más torpón e irresponsable, al último de la clase de todos
los universos!
No es posible que ya
estemos a hoy, se dice con la vida vacía aunque llena de cosas (inútiles,
cacharrería de adulto ocioso).
Miro el tiempo que
pasa y no le creo…
(Duda Quevedo.)
¿Por qué no me mato?,
se preguntaba retóricamente Albert Camus.
¿Por qué no me mato?,
se burla él lamiéndose cuidadosamente las heridas… del alma, ¡no vaya a ser que
se infecten!
Brell, ese pensamiento
es non sancto.
(Admonición del padre
Javier.)
¿Por qué no me mato,
Charlie?
Abierto hasta el amanecer. Pero habrá
que cerrar…
Eso son asuntos
privados que lejos quedan de mis entendederas.
(Se dice Charlie.)
Justo en el momento en
que pasa el camión de la basura: Charlie, bendito seas, coge por el pescuezo a
esos parroquianos y arrójalos afuera, junto a la puerta, bajo el
empalagoso neón de la entrada aún
convocando a la última copa, al último refugio del día antes de que despierta
el temible día otra vez, bárrelos como si fuesen un montón de mierda: bultos
algo desmadejados a pesar de las ropas de marca y la tarjeta de crédito
inagotable.
Revueltos entre los
desperdicios y la inmundicia de lo desechable camino del vertedero, ya están
muertos… al menos hasta el mediodía, cuando vuelven a resucitar, dejan el
rostro lampiño, se enjuagan la boca, se planchan la compostura y se ajustan el
nudo de la corbata al cuello sin mirarse al espejo.
Profesor, háblenos de
Goya.
Y Lucientes.
Ignorantes villanos…
¿Cuándo llegará, oh,
Dios mío, el día en que el distinguido docente pueda dar sus clases in absentia, sin necesidad de levantarse
de la cama?: Sabed, dirían los ocho evangelios cien años más tarde, que sólo su
recuerdo bastaba para encandilar e inocular de sabiduría las mentes de los
alumnos, evocar mentalmente su figura señera era suficiente para que en ellos
fructificase la revelación y el esclarecimientos de los grandes secretos del
espíritu y la materia del arte, recordar sus palabras era como penetrar y sacar
a la luz del entendimiento la solución a los misterios más recónditos de la
creación.
Boceto iba por libre… hasta que encalló en lo
arbitrario, que es la antesala de la genialidad, y en ella acabó chapoteando: a
partir de entonces todo su discurso sería una mezcolanza que ignoraba el negro
y el blanco como categorías absolutas: Dilectos y aprovechados discípulos, en
los vastos dominios del arte actual todo es… y todo puede no ser. He ahí su
naciente grandeza en nuestra contemporaneidad…
Boceto… lesionado por los cánceres
intelectuales y secretos de todo aquello que le resulta incomprensible, por las
dudas morales, estéticas, ideológicas, sociales… toma su píldora de whisky
repetidas veces al día para combatir los dolores del siglo.
Sólo las series de la
santa HBO reconfortan mi ánimo, ¡oh, Dios de los enanos!
¿Dudas de tus clases
magistrales, oh, Boceto?
2008: cataclismo:
adiós a The Wire… En Estas Épocas
Infaustas, ¿cómo no dudar de todo?
¡Benéfica institución
esta prodigiosa facultad! Ha sido (es)…
las latas de sardinas (y hasta las ostras
de Pedrín) con las que sacias el hambre diaria: sabrosa componenda de lo
inútil y el descaro. Cómico: lo que importa es el cuerpo y sus alimentos.
¿Qué es esto?,
preguntó la encantadora y eximia Paula Coloma con el catálogo satinado en una
mano y la copa de vino blanco en la otra delante de un saco de tela
transparente repleto de harina negra.
El colega de Boceto, artista en sus horas libres,
escultor y pensante profesor, no quedó impertérrito frente al desafío: largó
por esa boca funcionarial lejos de la intemperie y sus acojonamientos lo que
preciso fue que largara: bla, bla, bla…
Una justificación
preliminar, o peor aún, posterior, no debe confundirse con una declaración de
principios: ésta última casi siempre es una disculpa ante la propia
incapacidad, un ejercicio de humildad en todo caso, y aquélla no es sino una
baladronada encubierta de falsa sabiduría.
Y luego del bla, bla,
bla, el tipo sonrió. Pero no era la sonrisa de uno de esos tipos sinceros y
honestos que cuando sonríen más que en el dibujo de sus labios te fijas en la
chispa de sus ojos: con la mirada velada por la doblez su sonrisa era la
encarnación obscena del ahíto a buen recaudo en su cueva mientras afuera
llueve, atrona el rayo y el viento gélido azota….
(¡Ojo, Vivales, aleja
los dedos pecadores de las teclas! Detente… ¡ya!)
Siempre tuvo la
impresión, tajante sin duda por equivocada, de que los escritores que todo lo
escribían a mano era menos profesionales que los que escribían a máquina,
llámese Olivetti, Consul o Underwood.
Lejos del camión de la
basura, Boceto conduce milagrosamente
hasta el santo hogar sin percances señalables esa noche (que es todas las
noches).
Sólo cuando muere, se
torna el día emocionante, se había dicho nuestro
protagonista. Ya no hay desengaño posible, paradójicamente todo está a la
vista…
Y la noche nos recobra
personaje.
El Año Que Murió
Franco es un guiñol cuyos avatares y disparates pendulan entre el miedo y el
drama, y contra el fondo decrépito del telón deslucido por los años y las
repeticiones se desarrolla una peripecia nacional como brotada de la mente
agónica de un moribundo asaetado de cables, agujas y sondas y desangrándose por
todos los agujeros de su carne corrupta y perecedera.
Extraño artefacto la
vida, múltiples formas rodando de acá para allá en una astracanada planetaria
que no cesa.
¿De dónde vienes, mala
bestia?
De la Tierra, de darme
una vuelta por ella, pues gran deleite me causan sus batallitas, confiesa el
diablo una y otra vez ante la pregunta del dios.
Nuestro Fiodorov, en la cárcel, tiene un ojo
morado, un pómulo abierto y sangrante, el labio inferior partido, tres dientes
menos, un huevo del tamaño de una naranja grande y tres costillas rotas. Apenas
puede ver y está sordo de un oído de la docena de hostias calculadas y
reiteradas que le han dado en ese lado del cráneo.
Sobrevive en su
silencio heroico aderezadas sus carnes de goterones de sangre reseca,
escupitajos, orines y mierda.
Repasa su vida de
pecados y caídas (pero no tuvo una adolescencia cochambrosa y anodina y ha sido
fiel a sus años jóvenes, que los tiene incluso en tales condiciones
carcelarias).
Jamás la delación.
Preferible la tortura y la muerte.
Divaga. Mejor, delira.
Rememora lecturas.
Fantasea lejos de la
sordidez de un presente presidiario.
Una evasión que burla
gruesos barrotes y vetustos cerrojos: huele a tierra limpia, a la lluvia del
cielo, a la vegetación brillante bajo el sol, al aroma seco del árbol y a las
hojas nuevas en las ramas que esparcen por el aire sus olores nutricios.
Eso se cree él en el
apestoso calabozo, infeliz y derrotado, una piltrafa de hombre tirada sobre el
estercolero, embadurnado de mierda hasta el pescuezo.
El Che, en 1967, en
Bolivia, campa por sus respetos: aún no sabe de su muerte a tiros tiempo
después junto a una escuela, de pie, firme y altivo y casi en harapos, sin
armas en las manos, después de la batalla perdida (y sin saber, también
después, de su guerra definitivamente perdida al acabar el siglo).
Lugares donde huele de
veras la tierra de pobres sin poética ninguna: la tierra española del 36 que se
sucede a sí misma aquí y acullá en el mundo para terminar aunque germinada de
cadáveres muerta bajo la cal viva.
Fiodorov deja de oler a mierda, huele el mundo
naciente, empuña el fusil y se agrega a la columna liberadora y andrajosa:
Febrero, 4: Caminamos desde la mañana hasta las
4 de la tarde, con parada de 2 horas para tomar una sopa a mediodía. El camino
fue siguiendo el Ñancahuasu; relativamente bueno pero fatal para los zapatos
pues ya hay varios compañeros casi descalzos.
No han de transcurrir muchas jornadas para que Fiodorov se haya transfigurado en El
Che.
Levántate y anda.
Revolución o
Muerte.
Lo jura, y no solemnemente, sin aspavientos
burgueses: lo jura.
Está sobre la Tierra
con un fusil en la mano y el corazón ardiente: Victoria o Muerte, otra consigna
inequívoca, sin paliativos matizadores.
Te vamos a partir en
dos, hijo de puta, ¡asesino de policías!, amenaza una voz que sale de la
grisura metálica que parece envolverlo todo.
Yo no he matado a
nadie. Una sinestesia rara: su voz le suena gris.
Tranquilo, es un
policía decente:
Sólo llevo una
pistola…
Con absoluta calma un
inspector se aproxima desde un ángulo de la habitación y coge uno de los
ceniceros depositados sobre la mesa frente a él, que tiene esposadas las manos
a la espalda y el torso ensangrentado medio inclinado a un lado, a punto de
caer de la silla. Durante unos instantes el policía lo mira con expresión
ausente con el cenicero en la mano. Fiodorov
alza la vista y observa como deja escapar al suelo parte de las colillas y la
ceniza: caen (a cámara lenta) al suelo a la misma velocidad la ceniza y los
pequeños extremos emboquillados de los cigarrillos, qué curiosa la ley de la
gravedad, qué cosas…
La figura gris del
inspector, en mangas de camisa, un tipo entre los treinta y los cuarenta años,
delgado, de facciones borrosas, de pelo negro y rizado, parece electrizarse de
repente como por una sacudida invisible (el dedo de Dios el Justiciero le ha
tocado), grita desaforado (la abrupta exclamación suena de color rojo: ¡Hijo de
la gran puta de mierda!) y le lanza furiosamente el cenicero, que se estrella
contra la parte derecha de su cuello amoratado e insensible. Ni siquiera siente
dolor… Sólo espera los golpes siguientes, ahora que el gris se oscurece de
silencio negro, se ha hecho negro.
Mejor la horca…
(Todo ha de llegar.)
El Gran Viejo se está
muriendo, se deshace poco a poco.
Tengo frío…:
Le ponen encima
el manto de la Virgen del Pilar.
Estoy solo…:
Le meten entre las
sábanas ya pringosas el brazo incorrupto de santa Teresa.
Ellos saben de sobra
que él no ha matado a ningún policía: en el 75 las únicas armas peligrosas que
esconde detrás de su mirada de conspirador son los libros prohibidos, cuatro
gritos lanzados en la calle por la conquista de la libertad (?) y la credulidad.
Ellos saben que él
sólo anda entre papeles…, la vietnamita,
inocentes opúsculos en el fondo, inofensivas catilinarias en un país donde sólo un tercio de sus habitante
declara leer libros que no fueren el bestseller
trimestral de Plaza y Janés o Planeta y en el que la lavadora de la televisión,
hipnótica y alienante en estos tiempos, mal que bien alivia noche tras noche de
la humillación y el sojuzgamiento diarios.
Leía yo unos papeles
viejos…
Pues todo ha de
leerlo, hasta el papel recogido del suelo, pisoteado mil veces...
Capaz es de andar mil
leguas exhausto, a trompicones, perdido el salacot y casi enloquecido por el
sol del desierto sobre su cabeza desnuda, buscando un quiosco donde aún no haya
llegado la policía y poder hacerse con uno de los números de Triunfo o de Cambio16 no secuestrados…
Y cinco veces era
capaz de pagar su precio normal por un volumen, cualquier de ellos, de Ruedo
Ibérico mercado bajo cuerda en Dávila o Dau al set…
¿Qué lees, camarada Fiodorov?
¿Que no será un
prospecto de farmacia? ¿Triunfo? ¿Cartelera Turia, acaso?
Febrero, 5: Acampamos en un lugar malo, cerca
del Ñancahuasu para aprovechar su agua y mañana haremos exploraciones de ambos
lados del río (este y oeste) para conocer los parajes y otro grupo tratará de
cruzarlo.
¡Te voy a meter
el cañón de la pistola por el culo, cabrón! ¡Voy a llegar hasta los intestinos!
¡Te voy a volar de un balazo las putas tripas!
El Gran Viejo no
inspira lástima, pero tampoco odio: no era eterno como don Porfi El Gran Padre
Mexicano, y se está pudriendo minuto a minuto aun regado y fertilizado por la
sangre nueva de mil doncellas vírgenes.
Qué duro es morir, se
queja con un hilo de voz El Fusilador.
Anda, Fiodorov, ve y escudriña el terreno,
vigila los flancos…
A la orden mi
comandante.
Febrero, 8: A las 9 salió la punta de
vanguardia y cuando llegó el centro salió toda.
¿Tienes sed,
cabrón?
Chorrea sangre, el hijo de puta.
¡Qué espectáculo!
Que se la beba,
pues. Gotita a gotita hasta que se desangre.
Las venas vacías
y la puta barriga llena a rebosar de su propia sangre… ¡Muerte heroica!
¡Apesta a puerco
sin salar!
San Francisco de
Asís, uno de los sociales gestado por la Providencia en este punto culminante
de la historia, en mangas de camisa también, con los pantalones negros sujetos
por tirantes, de calva paternal y el rostro brillante de sudor, un tipo de unos
cincuenta años algo orondo que hasta ese momento se había limitado a observar
en silencio los brutales vaivenes del interrogatorio, interviene con voz
abacial, conciliatoria, desde lo alto del trono de la mesura y la templanza
compromete a los reunidos en torno al potro de la tortura a la alianza
celestial y la concordia ecuménica:
Vale, vale,
compañero, déjalo ya, somos policías, no asesinos ni torturadores… Te diré
algo, chico, aquí hay gente muy enfadada, ¿sabes? Tú hazme caso a mí. Sólo
quiero que esto acabe de una vez. Anda, toma, bebe agua… Toda la que quieras.
Bebe despacio, es toda para ti, y si quieres más llenamos la jarra de nuevo,
cuantas veces haga falta. Se han acabado los golpes. Vamos a reflexionar todos
un poquito. Tengamos calma. No hace falta que el asunto se nos vaya de las
manos. Tú eres inteligente, y nosotros tenemos la sartén por el mango, para qué
alargar este interrogatorio inútil… Nos estás haciendo pasar un mal rato, y no
sirve de nada. Ni a ti ni a ninguno de los que estamos aquí. ¿O piensas que nos
gusta esta situación a la que nos has obligado? Tú tienes que descansar, que un
médico te examine esos golpes, lavarte la porquería que tienes encima, comer algo,
y nosotros tenemos cosas más importantes que hacer que estar arreando trompazos
a un pobre estudiante que se ha equivocado de amigos y al que han embaucado con
patrañas de manera criminal y miserable. Escucha, tengo dos hijos de tu edad,
chico y chica, francamente, me recuerdas a ellos, buenos estudiantes, como tú,
que eso yo lo sé, aquí sabemos todo acerca de ti. Me inspiras mucha pena,
chaval. Por la edad, ya te digo, podrías ser mi hijo. Uno de ellos. No te
creas, la chica también me ha salido bastante rebelde, menuda es, ¡para
llevarle la contraria!, se encabrita por nada, y me lleva unas minifaldas que
no veas la descarada, yo, que soy su padre, tengo que desviar la vista a un
lado, y a ver que haces… En fin. La tengo estudiando Magisterio, ésta va para
maestra, fijo, y el otro, el chico, que también tiene sus cosillas de
respondón, está en segundo de Derecho, le encantan los acertijos y los juegos
de números, rellenar crucigramas, cosas de esas donde anda en juego la materia
gris, así que lo tengo claro: de seguro que acaba en el Cuerpo y andando el
tiempo se jubila de comisario. Son listos los tíos, lo que yo te diga, no están
de acuerdo con muchas cosas, siempre con el reniego en la boca, en fin, lo que
toca en estos tiempos de idas y venidas locas… En las comidas del mediodía que
podemos coincidir, que son las menos por los distintos horarios, y durante las
cenas, que son todas, a las diez en casita, je, je, me tienen frito: que si la
censura, que si la libertad de expresión, que si la democracia que ha de llegar
después del Caudillo…, ese rollo normal de los jóvenes de ahora, que sois como
un grano en el culo, una puta mosca cojonera, pero, vamos a ver, estos dos no
se meten en líos tan gordos como en el que tú has acabado sin darte cuenta… sin
haber derramado ni una gota de sangre, que eso yo lo sé, lo sabemos todos
nosotros. No has hecho nada irreparable… todavía. Por esa razón no debes
prolongar esta tortura inútil… Es por tu bien. Esto no ha hecho más que
empezar. Luego te espera el TOP, eso ya no te lo quita ni Dios, puede que la
cárcel, tantos años malgastados, la carrera a medias… En fin…, trataremos de
arreglarlo. Vamos a acabar con esto… Bien te las has apañado para que suframos
todos un poco por tu mala cabeza… Tu familia inocente, muchos de tus buenos
amigos que ignoraban que andabas con gentuza terrorista, nosotros mismos que,
entiéndelo de una vez, sólo somos funcionarios que cumplen su trabajo y velan
por la seguridad de la patria… Pero, hazme caso, chico, no vas a delatar a
nadie… No se trata de eso. No eres un vulgar chivato como los chorizos que
tenemos en los calabozos del sótano… No hay nada que temer. Se trata de
honestidad, de gallardía, de comprender de una vez por todas que la violencia
no conduce a nada… Evitarás la muerte de más policías, padres de familia que se
ganan el pan de ellos y el de sus hijos honradamente, tipos como tú y como yo
que no se merecen un tiro en la nuca o que le revienten el pecho de un escopetazo, no son monstruos, son gente
absolutamente normal, y una palabra tuya, una sola, puede bastar para que las
cosas terminen enderezándose…
Yo… no he matado
a nadie.
Eso ya lo
sabemos, chaval. Lo que queremos son nombres, sólo eso… Sabemos de sobra que tú
no eres un asesino, y tampoco nos importa que estés o no de nuestro lado, allá
cada cual con sus ideas, este es un país libre a pesar de lo que creáis u os
hayan metido en la cabeza algunos malhechores, pero ahora debes demostrar que
tampoco estás del lado de los asesinos, de los que sin piedad disparan por la
espalda a los servidores de la ley, de los que hacen explotar un puñado de
goma2 de forma indiscriminada sin importarles que mueran destrozados niños
inocentes y pacíficos transeúntes… Venga, hombre, acabemos esto de una puta
vez, suelta la lengua mientras puedas, tengamos la fiesta en paz…
Ah, Boceto…
Cronista
confortable de los tiempos…
Repasa la
historia sentado a su mesa camilla con faldones y brasero adormecedor…
Lo triste del
pobre, Charlie, es que es un ser por fatalidad honesto, cuando tenía que ser por
huevos mentiroso y rapaz, hacerse con lo tuyo y con lo mío ignorando esas leyes
escritas sólo para joderle de todas, todas: hipotecas, despidos libres,
salarios precarios, embargos y desahucios, palo y tentetieso. Y, aunque a base
de hostias, tendría que tener el valor de estampar otras leyes en el pedrusco
de sus propios mandamientos haciendo caso omiso de aquellas escritas a fuego en
el papel torticero de una justicia que hasta el final de los tiempos ha de ir
en contra suya…¿Estás o no de acuerdo, Charlie?
Ea, ¿nos
entendemos o no nos entendemos?
Presiden los honorables Johnny Walker, Jack Daniel’s y William Lawson’s…
Una revolución de
guillotina es lo que hace falta, claman al unísono las barras de los bares
proletarios a la hora de la caña y el calamar, la copa de vinillo blanco y la
gamba con gabardina, el pincho de tortilla, la fulminante banderilla, la
ensaladilla rusa…: la horita del vermú.
Febrero, 16: Por la tarde, una lluvia violenta
y pertinaz, que siguió sin pausas toda la noche, entorpeció nuestros planes,
pero hizo crecer el río y nos dejó nuevamente aislados. Se le prestará $1,000
al campesino para que compre y engorde puercos; tiene ambiciones capitalistas.
Cuenta la leyenda
que el tipo venía de muy lejos y, al cabo de unos días, cuando se despidió, aún
se fue más lejos. Era el sobreviviente de todos los males pero también de todos
los dones: levantaba sus actas, enroscaba la estilográfica, cerraba la carpeta
azul y luego desaparecía.
Dios sordo (no
escucha tu súplica), ciego (no mira tu infortunio), mudo (no alivia tu mal):
Bonito testigo.
Da gracias que no
hagamos de ti un guiñapo descomunal.
(1990, hacia
finales de abril, ya casi de carne de horca nuestro Fiodorov: Uno que preguntó: ¿Dijo descomunal? Otro que respondió: Lo dijo.)
Raras expresiones,
rara es la época: terrible, descomunal.
¿Qué se puede
hacer con un cuerpo vivo y palpitante a tu merced? Indefenso, desnudo y
sufriente: un juguete de lujo.
Ese cuerpo te
convierte en un diablo… en un dios.
Ese mapa de los
horrores guía –recorre con la punta del cuchillo la rayeja del itinerario- al
infierno de esos dos impostores de la imaginación, el diablo y el dios:
Una vez le has
vendado los ojos (bajo ningún concepto debes permitir que se crucen vuestras
miradas: el ser humano eres tú: el otro es un animal, puedes cagarte hasta
encima de su alma) lo primero que vas a hacer es apalearlo con unas varillas de
boj sistemáticamente, con saña: le
zumbas en la espalda, en los glúteos, en las pantorrillas, en las plantas de
los pies. Notas como su cuerpo castigado se retuerce del intenso dolor, hasta
que las zonas que están siendo apaleadas se insensibilizan del todo… sólo
provisionalmente: el dolor vuelve al rato de cesar el castigo que alternas con
calculados descansos. Al cabo de unos días el cuerpo
sanguinolento se ha llenado de llagas. Pero no hay tregua. Las sesiones de
tortura son continuas. Ahora le aplicas la picana en el pene, en los
testículos, se la introduces en el recto y en la boca… sin dejar de lado los
apaleamientos regulares: Como bien saben todos los estudiantes de primero de
bachillerato esta combinación puede ser
mortal porque, mientras la picana produce contracciones musculares, el
apaleamiento provoca relajación (para defenderse del golpe) del músculo. Y el
corazón no siempre resiste el tratamiento. Son necesarias algunas pausas
para que vigiles tu alimentación, de modo que durante esos intervalos puedes
colgar al torturado de unos ganchos fijos en la pared. Es hora del refrigerio,
le anuncias con la voz más neutra posible a ese pobre tipo con la cara ya
irreconocible, manchada de sangre y lágrimas secas, tapados los ojos, y lo
dejas colgado en la pared, te lavas las
manos, recompones la figura y te vas a llenar la panza inocente que nada sabe
de políticas.
¿Qué nos depara hoy la carta, amigo chef?
Sopa de menudillos y riñones al jerez.
Magnífico yantar para esta ocasión (que son
todas). Lo regaremos con un valdepeñas de buen cuerpo.
Y después, antes de volver al tajo, un par de
copichuelas tonificantes.
Tras la merecida pitanza regálate con un lento
paseo: es bueno para la digestión, y no cuesta nada hacerlo, muy saludable.
Después del sofocante verano, esta brisa otoñal, este aire fresco y limpio es
una auténtica delicia.
Caramba, ¿aún estás aquí?
Ahí lo tienes, colgado como un cristo.
Despierta, tío. Esto no es un balneario ni es la
hora de la siesta. Son tus pecados lo que se purgan en este lugar.
Lo amarras a la mesa, tumbado de espaldas, ahora
ya le puedes quitar la venda, ya no tiene nada que ver con un ser humano, le
atas los brazos y las piernas a la rueda del torno, le estiras los miembros
hasta que crea que se los vas a arrancar de cuajo, como si cuatro bestias
tiraran de ellos cada uno por un lado. Luego le das la vuelta, como a san
Lorenzo, que no se te churrasque, y boca abajo le pasas la picana por la
espalda, por encima de los riñones, que no vuelva a mear a gusto en toda su
puta vida si es que sale de esta. Dale la vuelta de nuevo: ahora lo llevamos al
cine. Ábrele los párpados, que lo vea bien, en primera fila ¿Qué es esto?
Parece un trapo manchado de sangre. Pues no, hijoputa terrorista, son las
bragas de tu novia después de recibir un tratamiento especial por parte de
todos y cada uno de la peña. ¿Quieres saber más? Presta atención… Acabada la
sesión cinematográfica agarras la porra bien revestida de cuero y lo apaleas un
rato hasta que te duela el brazo. Hum… Lo tiene despellejado, arráncale a tiras
los colgajos de piel muerta, ese montón de células podridas, déjale en carne
viva las plantas de los pies, la espalda rota anegada en sangre… Ahora un poco
de sexo, túmbalo, métele la porra en el culo, que experimente el placer de la
penetración anal, un verdadero lujo según atestiguan algunas mujeres y todos
los maricones, húndele más y más la porra enhiesta, que note que se le quema
todo por dentro.
Desde entonces empecé a sentir que convivía con la muerte.
Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con ella, a
veces despierto y otras en sueños.
No estás loco, pero
deseas con todas tus fuerzas que acaben contigo de una vez, que te maten cuanto
antes.
Eres un hombre
acabado.
Giras y giras cayendo
en el vacío… ¿A qué puedes aferrarte?
El cañón de una
pistola calibre 45 se apoya en tu sien…
El carcelero aprieta
el gatillo… pero descarga una risotada, se burlan de ti jugando a la ruleta
rusa.
Febrero, 25: Le pedí a los bolivianos que el
que se sintiera flojo no apelara a
métodos torcidos, me lo dijera a mí y lo licenciábamos en paz. Seguimos
caminando, tratando de alcanzar el Río Grande, para seguir por él...
Ni estás despierto,
ni sueñas, tampoco estás muerto.
Octubre, 6: Salimos los 17 con una luna muy
pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos, que no tiene casas cerca,
pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo.
Ahora vas a
morir… lo que queda de ti.
Huye de los
golpes, de la sangre, de la maldad de ellos… y de la tuya.
Octubre, 7: Se cumplieron los 11 meses de
nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente.
(…)
...fueron a casa de la vieja que tiene una hija
postrada y una medio enana; se le dieron 50 pesos con el encargo de que no
fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas
esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas.
Continuará la
próxima semana el próximo día…
¿Qué puedo hacer para
vivir 123 años?
Vamos de eternidad,
pues.
Deja de fumar a los
117.
¿Qué puedo hacer para
vivir 105 años?
Tómate diariamente
unos vinos con los amigos, ríe sus chistes, celebra el animoso compadreo.
¿Qué puedo hacer para
vivir 115 años?
Come todos los días
dos huevos y dos galletas, poca fruta y raramente verduras.
¿Qué puedo hacer para
vivir 114 años?
A media tarde trasiega
tres copitas de vino semidulce.
Yo sé de buena tinta
que don Francisco Ayala, escritor centenario, pulcro él y pulcra su prosa, en
lugar de la cena malsana tomaba todas las noches sin faltar ninguna (¡voto a
bríos!) una manzana y dos buenas copas de whisky.
¿Con hielo o sin
hielo?
¡Qué insidiosa
pregunta, Charlie!
Te estás transformando
a ti mismo, mutas en otra cosa, sin prisas, tienes la paciencia sagrada del
alquimista: oro es lo que menos me importa.
En lugar de oro,
eternidad.
Antes de proseguir y
para distraernos un poco, que suele escribir monsieur X en algunas de las
páginas de sus celebradas novelas, he aquí algunos pensamientos sueltos…
Si sales de esta… Sé
un verdadero solitario, no te mezcles nunca más con tus semejantes, hombres y
mujeres, sólo obsérvalos y compadécelos.
Un hombre cansado, si
no acabado ya, admite todas sus culpas, se reconoce culpable sin remisión
posible que atenúe su condición. No hay nada que se librara de sus malas artes:
el amor, la amistad, el trabajo… Y ahora quiere redimirse, pagar por una vida
llena de pequeñas infamias y muchos hechos deshonestos, pero he aquí que sólo
tiene como expiación los
remordimientos, el recuerdo torturador de su actos punibles en los años
de atrás. Ante ninguna de sus víctimas puede confesarse, buscar el consuelo de
la absolución por los errores pasados, y en los instantes previos a su muerte
comprende que toda contrición es inútil, que no es suficiente para alcanzar ni
el perdón ni el olvido de sus ofensas ni el alma anestesiada, ni….
(Variación: el
arrepentimiento no bastaba. Al menos para él. Tal vez fuese suficiente para los
demás, que le otorgarían probablemente su perdón, pero a sus ojos seguía siendo
culpable: necesita una condena.)
Y en su vida, querido
amigo, ¿qué método emplea para conducirse sin grandes estropicios que acaben
malogrando su devenir de modo irreversible?
El método Bernard. Al
final suena la flauta, pues los hechos mandan. Pequeñas variaciones de mi
conducta a lo largo de los años producen las leyes fundamentales que me rigen
en lo sucesivo. A fin de cuentas… somos una aleación de un millón de metales.
Raro acontecimiento, a fe mía, digno de aparecer
en el saco de notas extravagantes del eminente Charles Fort, del Bronx de
principios del siglo XX, infatigable recopilador de hechos inexplicables: Seres
vivos, y no son ranas ni sapos, caen sobre la tierra desde el cielo (…) A veces
soy como un salvaje descubriendo un objeto en la orilla de su isla, a veces soy
como un pez de las profundidades y me duele la nariz (…) En la mañana de ayer
una piedra llevando inscripciones humanas cayó a la tierra desde lo más alto del
firmamento (…) Todas las declaraciones que se oponen a mis convicciones
personales se han revelado como poseedoras de la misma composición que un
cuadro académico: es decir, de un objeto arbitrariamente separado de toda
relación con lo que le rodea, encuadrado en todos los datos inocuos y saturado
de total indiferencia.
En agosto de 1887 la revista Nature clausura de raíz cualquier
divagación enriquecedora y sugerente: Todos estos fenómenos son de carácter
divertido, lo cual prueba su origen terrestre y no celeste.
Nuestra existencia no es más que pura expresión.
Sólo divertimos a los dioses.
Vete a saber, las
ocurrencias de un alma aterrorizada son en el fondo infinitas como infinitos
son los tonos… ¡de un solo color!)
Una tarde del mes que
murió Franco, un noviembre frío y brumoso, dominados sus días y sus noches por
un extraño y expectante silencio, gélido, diría el afortunado Vivales, pero aún
el Generalísimo vivo y sufriente, a su costado el brazo incorrupto de santa
Teresa, la Levitadora de Ávila, nuestro entrañable adolescente el bachiller Boceto (que, insistiremos una vez más,
todavía es el embrión –aunque perfecto- del futuro Boceto) se halla indeciso respecto a la forma de gastar los seis
duros que lleva en el bolsillo: película al canto, eso es seguro, pero… ¿Furtivos o Tiburón? Finalmente opta por…
Podía ser esta misma
tarde de treinta años más tarde, cuando está a punto de ser más Séneca que
nunca, de precipitarse de cabeza al estupro desde un juego de seducción que no
es capaz de prevenirle con las alertas de la sensatez de los disparates de la
vesanía:
2005:
Sacias la gula
(¿hambre?, jamás la tuviste, vergüenza en el alma produce esa palabra en tu
boca ahíta), sacias la lujuria, dejas que los alcoholes libertinos narcoticen
tu conciencia, de tal modo cebas tus ascos que desafías con indiferencia al
tiempo de espera de la muerte, que no es, ni tiene cara ni mueca, sólo pasa, ni
palparla puedes y cuando en ella estás ya no eres, ya no existen ni ella ni tú,
así que, para qué nos vamos a malquistar a nosotros mismos con enfados
pueriles.
Toda esa sencillez del
cuerpo… pronto podrido, sin la encarnadura que vista los huesos, tan iguales a
los del todo el mundo, tan anodinos al cabo, ese esqueleto yacente e inmóvil en
la oscuridad, o triturado y hecho polvo…
¿Qué significado
adquiere todo esto mientras existimos? Vivir hacia la muerte, es todo, tantas
veces se ha dicho ya, tan sabido, tan escondido de la palabra suelta, del vivir
diario entre señuelos triviales, y las tragantonas engañadoras que uno se hace,
que es para reírse unos de otros sin reparar mientes.
¿Qué te gustaría ser?
Como ellos, no como
yo, que ya me sé, pero un yo como ellos que no sea del todo ellos y que no deje
de ser yo.
Galimatías.
Principio de
redacción, padre Félix:
Érase que se era un
cazador impenitente, de esos que no pifian, se levantan de la cama despuntado
el claror incipiente al son del espaciado canto del gallo desafiante y al
primer tiro aciertan, como la misma muerte, con puntería sin igual, no fallan,
dan de lleno, son felices, olvidan el futuro pasto de gusanera que serán, o, ya
lo hemos dicho más arriba, hueso triturado, polvo: sabios y recomendables,
perfectos para el ejercicio de buen vivir. ¿Qué es eso de la muerte? Apunten,
fuego, y te dan de lleno en toda la frente:
uno menos entorpeciendo el camino a... la nada.
A otro perro…
Y este día de
noviembre de 1975… ¿cómo es?
Como el aire, una
bruma sucia y fría a veces que pasa de largo, un día más, un día menos, olvido,
pero la noche que le sucede la puedes tocar con los dedos, se demora
bienhechora, la noche es palpable, abrazable, mancillable, cómplice, testigo
silente y dada a la desmemoria de las miserias diurnas. La noche de noviembre…
(no importa que sea gélida).
1975:
-¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
Unos dibujos
animados… (la familia Telerín en blanco
y negro).
Sangrienta escopeta
nacional….
Una sacristía… Y las
moscas…¡Puaf!
Un año más tarde la
censura, muerto el perro, seguía en sus trece. No dejaba pasar ni una. Aunque
de tapadillo…: abril de 1976, a las 22 horas en el cineclub de la facultad de
Ciencias: El acorazado Potiomkin.
Grandioso film.
Toda una lección de
montaje, dijo uno.
Toda una historia del
cine desde el principio hasta al fin.
Aaaah, contestó
extasiado otro.
Vakulenchuk le grita
al pope:
¡Quítate del paso, brujo!
… y lo empuja
…por las escaleras.
¡Ah! Pero Vakulenchuk
herido finalmente, hundido en el mar, rescatado su cuerpo muerto de las aguas: Y él que había sido el primero de la
revuelta, el primero en lanzar el grito de la revuelta, fue el primero en caer
en manos del verdugo…
Yace el cuerpo de
Vakulenchuk, y en la hoja de papel una inscripción: Por una cucharada de sopa.
Anda, vuelve al 75 (y
hasta el 2005).
A mí no me las dan con
hondas, Charlie.
¿El qué?
Las sopas.
No lo dudo.
Mi padre, El Excelso
Catedrático, al Moribundo del 75 le llamaba doña Francisquita.
¿Tal era maricón el
Generalísimo?
Sería por la zarzuela,
joven Charlie. Era aficionado a esas cosas el gerifalte de El Pardo y a la
España de televisión en blanco y negro. Tú es que no sabes, eres demasiado
nuevo.
¿Sabría él que moría?
Siempre se sabe: en tu
interior notas que está sucediendo algo que nunca antes habías experimentado.
Te dices, ¿qué es esto? Ajá, esto es novedoso. Es algo extraño, irreconocible,
distinto… Percibes una sabor nuevo en el velo del paladar, hasta la luz es
rara, y los sonidos también lo son, en torno a ti el mundo se muestra
desfalleciente, mudo, sin consistencia… Y luego, de pronto, una larga sombra
venida desde lo alto, se abate sobre ti, lo oscurece todo, te nubla la visión,
y casi enseguida, pues sólo han sido unos segundos, de nuevo vuelve la luz, y
las cosas que te rodean adquieren otra vez su dimensión y sentido normales…
aunque sabes que jamás será igual, que los hilos que sostienen la marioneta se
rompieron… Posiblemente, al nacer ese
año de su muerte, el mismo 1 de enero, supo El Gran Dictador que todo acababa,
que había empezado la cuenta atrás y que debía abandonar toda esperanza de
sucederse.
En todo caso, nadie
profetice su muerte… salvo que se haya determinado a sí mismo desde antiguo su
secreta condición de suicida: tal alarde sería entonces consentido. Créeme,
Charlie, si tú no pones remedio bala o cuchillo de por medio, el corazón se
romperá cuando a él le venga en gana, por la espalda y a traición. ¿Tú sabes
quien era João Guimarães
Rosa?
No. Nunca he oído
hablar de él. ¿Un compañero suyo de trabajo quizás?
Eso querría yo, y
puesto merced a tu ignorancia advenida esa Gran Resurrección (¡hacerlo mi
camarada!) venga el regalo adicional y no menos prodigioso sea el de perder de
vista para siempre jamás a los mamarrachos que mancillan con sus antojos
plásticos los púlpitos desde los que diserto: ¡Facultad de fantasmones!
El brujo de Guimarães, según se cuenta, profetizó en una de
las páginas del Gran Sertón: Veredas
el día de su muerte. Tres veces, con suma atención, he leído esa novela
inconmensurable y en ninguna de ellas se me reveló la fecha fatal. Escondida
habrá quedado entre la infinita hojarasca monogal del yagunzo Riobaldo, el alzado
contra todo.
Ah, la muerte, dama
visitante que no ha de faltar a su cita… Pues que sea elegante, y venga
ataviada… ¡con marta cebollina!, que diría el bueno de Panza.
Cómo lo simplificas
todo…
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
(Bien, bien, a Dios gracias.)
En la vida del hombre
común, ese de carne y hueso, no hay trama que valga un ochavo que adorne o
acreciente su interés por lo malo o por lo bueno de sus avatares: nace, vive,
muere y al olvido. Aquellos raros esplendores que celebraba el vate inglés para
nada se vislumbran en la cenicienta y rala hierba de los camposantos.
Doctrina kirilov:
Si Dios ha muerto…
¡Consumatum est!,
clausuraba el
folletinista el novelón al tiempo que la pareja feliz, cristianamente unida
después de mil fatigas, cerraba la puerta de la alcoba ante las narices del
lector.
¿Qué tienes en las
manos, pecador?
Aquí, padre, con La violación de Lucrecia (erró el camino
de su entretenimiento por el título despistador… ¡tal shakesperiano de los
cojones!).
Poco sexo… y demasiada
poesía.
Casta Lucrecia, en
rima real desnudada.
Duerme el pichón que el búho va a engullir.
Ejemplar y honestísima
suicida…
El ojo que miraba…
sus venas vuelve a
henchir.
¡Insaciable la lujuria
de Tarquino!
(¡Joder, Vivales!)
Cien años más tarde:
JD. en escondida senda (cada uno se pierde según usanza propia).
La última vez de noche
que mangoneaba en la cuenta de Paula sirviéndose de un cajero, borracho como
estaba, fue fácil botín para la navaja de un rumano, un marroquí o un español,
qué más da, vaya uno a saber de nacionalidades estando tan loco de embriagueces
en que se hallaba, y al cabo, al final, delante del charlie de turno, algunas
monedas, alguna nada en los bolsillos… ¡Pagar los consuelos del señor Daniels
con un cheque, con un pagaré…! ¡Desatinos!)
Año tras año… Pensar
es gratis, si lo de alrededor no te conturba, pero pensar entendiendo lo del
mundo ya cuesta.
Que me enseñe el que
sepa, Diógenes… Y entonces en derredor tuyo no ves más bocas, se volaron al
cielo inocente y misterioso, sólo hay mudez, labios sellados con el engrudo de
la ignorancia: tú aprendes sólo, virgiliano.
Sí, eso es lo que
sucede, consumatum est!: la dama
presenta sus credenciales incluso antes de limpiarte las legañas del sueño,
cepillarte los dientes, vaciar los intestinos, paladear el café caliente y
revitalizador: algo hay ahí a tu lado, recién despertado, aún con la mente
turbia… Lo presientes.
Prosaicamente: te
levantas de la cama y no puedes mear, o sientes en el estómago ese dolor sordo
y reiterado que apareció bastantes semanas atrás o una repentina e intensa
jaqueca te hace cerrar los ojos y esconderte en el rincón más oscuro de la
casa. Angustiado, sin comprender del todo, intuyes que pronto quedará atrás el
mundo y sus trapisondas, descubres que ha empezado la cuenta atrás: sabía que
te encontraría, susurra la vieja parca.
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
Mal, muy mal estamos.
Olvídate del señor
Freud, Charlie. Nada de sótanos telarañosos ni pecios emocionales entre las
costillas que turben mi conciencia…
¿Qué diablos es eso
del inconsciente?
¡Cuánto bueno por
aquí, señor Walker!
Adelante, señor de
Ballantines, ¡la puerta está abierta!
Y también de rondón se
colaron el señor Cardhu y el señor Carlos V.
El desván lo tengo
limpio como los chorros del oro, buen Charlie. No, amigo mío. Esto no es una
mala novela. Hace muchos años que mis armarios lucen vacíos de cualquier cosa
que no sea mi ropita de los domingos colgando bien alconforada en sus perchas.
Ni un cadáver desde el 75, que los payasos de la tele ya me cogieron con la
polla en la mano tras el culo de la criada. Todos los fiambres de mi familia se
enterraron tiempo atrás bajo tres mantos de densa tierra negra. Créeme (miente
con la copa en la mano, mirando al suelo) nunca en la memoria han expelido
hedor alguno desde que se les dio cumplida sepultura: a la mierda el pater y la
mater, el dóminus y también el vobiscum.
(Amén.)
¿Quién necesita
psiquiatras? ¿Quién te quiere a ti?
Entre El Maligno y El
Eterno, aviados estamos... todos.
Todos tenemos trasero,
que diría un Michäel compasivo.
¡Con los anexos de
aqueste!, replicaría el gran Comeclavos.
¿Y esa palabra, esa
frase?
Necesidades
prosódicas, querido.
¿Tú sabes lo que es el
campo, Charlie?
Tengo una ligera idea.
El campo, joder, el
campo y su infinita combinatoria: JD. y todo eso. El campo es algo provisional,
pero persistente, pasa como pasan las estaciones, sin que uno se aperciba muy
bien de ello, y luego, arrugado como una corteza de árbol, pasa él, se seca
como una boñiga y a poco se disuelve al paso de la lluvia y el aire. Tres pasos
sobre la tierra y adiós. Todo huye veloz, reiterado, monótono, pero
reconocible. Y vuelta a empezar. Ya señalamos no sin razón en páginas
precedentes que a estas alturas JD. puede haber mutado en una lechuga o en un
nabo. ¿Se habría dado cuenta el tránsfuga de la transformación? De hombre a
pepino en un santiamén.
¡Peligros de la época!
La mochila cargada de libros y poco bagaje nutritivo al que hincarle el diente.
Al final, coliflor.
Y luego hueso mondo y
lirondo.
Nadie sacralice nada
(la vida es un ratito), y menos el arte, se dice Boceto: con un 6 y un 4 la cara de tu retrato.
Profesor, háblenos de
Goya.
Y Lucientes.
Profesor, le dicen… Y
él sabe que esos futuros artistas el único bagaje escolar que cuelgan a la
espalda son las cuatro reglas y un saco de faltas ortográficas, mucha TV basura
y films gamberros.
Estáis todos
aprobados.
Ah, benditos
colegiales de cuando entonces: la Biblia en una mano; el Phisiologus en la
otra; colgando de los cojoncitos el Bestiario… ¡Buenos tiempos aquellos de los
terrores del año mil!
Las apariencias
engañan:
La mía, amigo, es,
digamos, epicántica: engaña como el ojo oriental.
El mejor escondite es
la cabeza: ahí, entre los sesos, agazapadito, y por fuera exhibe la sonrisa
cándida, muestra la faz inocente a todos tus enemigos sabihondos.
Hombre, Lector,
Escritor, Profesor y… Cornudo… (¡pobre sol… si se encendieran las seseras de
todos los cornudos del mundo!)
Charlie, yo he visto
cabalgar a Dylan Thomas a lomos de la White Horse… Vi como se llevaba la
taberna a los cielos donde reposan los hombres decentes y los poetas bebedores.
En volandas se la llevó el granuja. (La copia quedó en la Tierra, en el Soho
neoyorquino, creo.)
¿Quién ha de juzgar?
¡Siempre ha de haber
un juez de los cojones!
He ahí su padre desde
los altares, erguida y solemne la testa, severa la mirada, apoltronado en el
asiento magnífico, las posaderas eximias sobre la Kathedrá.
Charlie, Charlie… Se
necesita una eternidad de tiempo para comprender el mundo. Pongamos un día y su
noche, pero un día completo, eh, sus veinticuatro horitas.
Ansiamos la sabiduría,
que no ha de librarte del batacazo:
Quiero poner nombre y
forma a aquello que dio origen al universo, a la vida…
¿Y no se te ocurre una
cosa mejor que inventarte un dios?: hasta le has conferido una imagen, ingenuo
donde los haya, una vestimenta… incluso un idioma entre tú y él: oración.
Y esos seres que han
de salvarnos de todos los dioses y la cohorte de sus pestilentes santones,
¿pueden viajar más rápido que la luz?
Claro.
¿Cómo lo consiguen?
Se transportan.
¿En qué?
En el tiempo.
Vaya… El tiempo es un
autobús.
Tal cual.
Transporte del que
nadie puede apearse… en esta vida.
Sí, puede explicárselo
de esa forma a sus dilectos alumnos. Luz, tiempo, qué más da.
El tiempo también es
materia. ¿Materia? Como lo oyes: tu cuerpo muerto, podrido y maloliente es el
tiempo… ésa es su huella, rotunda e inapelable, su vehículo. Como la planta y
la piedra, eres el soporte del tiempo, así se significa a los ojos.
Míster Daniels le
impele a la bravuconada:
Soy distinto a todos
vosotros… Soy especial… ¡Nunca encontraréis entre mis pliegues carnosos y
sanguinolentos el os intermaxilar!
Charlie, ahora mismo
estoy en el nivel 3 de automatismo: todo me es dado, aunque de cuando en cuando
una oportuna sacudida me despierta y me obliga a actuar… En todo caso, una
intermitencia llevadera.
La copa se mueve a mis
labios de… ¡oh, Gran Libador, qué ensueños!
En el nivel 5 que las
ruedas y el volante te bendigan, oh, Gran Dormidor de Melopeas. Todo rodará como
la seda. La Gran Marcha hacia la Liberación está consagrada por Todos Los
Dioses Del Universo.
¡Descompuesto
Orangután!, brama al chimpancé consentidor y amable con camisa blanca, pajarita
y chaleco de rayas detrás de la barra, sonrisa de blancor sin igual:
¡Escancia, cobarde!
Al chimpancé de tan
vistoso atuendo se la trae floja y pendulante. Por mí como si revientas ahora
mismo. Chorrea a la copa todo el alcohol que pueda trasegar el valiente por un
esófago que en pocos años debería estar corroído por el cáncer.
Sé tú distinto: lo
cree porque huye como de la peste de esos tipos que hacen del alcohol un
símbolo de reflexión crítica, el marco desde el que ejercen su desprecio al
mundo. Todo mentira, Charlie. Se llenan la boca de alcohol, pero ni una gota llega al estómago:
meten el alcohol en una inocente reunión de amigos, en la sobremesa dulcemente
demorada del restaurante, en la velada doméstica interminable del domingo
asediada de angustias. Mentira, Charlie, mentira. La mayoría de esos tipos se
beben un par de cervezas para darse el gusto de mear en el interior del
paragüero o al pie de una farola: tienen el hígado de un adolescente. Me estoy
convirtiendo en un borrachín…je, je…, se dicen examinando atentamente su cara
en el espejo en busca de puntos negros, las primeras arruguillas. Se asustan.
En el nivel 5 el
volante maniobra solo; las distancias son medidas con minuciosidad matemática;
las ruedas giran; los sensores dictaminan. Nada importa ya. Está cansado. El
hombre ha vencido. La máquina hace su trabajo: evita el choque frontal, la
curva traidora, respeta el paso cebra. Y él sueña con leones marinos
arrastrando el esqueleto de sí mismo hacia una orilla sin grandeza.
Charlie, tenlo por
seguro, este garrulo parloteo dice muy poco de mí… En las charletas, como en la
comida, practico el hara hachi bu…
sólo que al revés: excreto únicamente el 20%.
Estas son las épocas.
Quedáronse (sic) todos (la muchachada en pleno,
barra querida de aquellos tiempos) en las buenas intenciones, qué de proyectos
y planes, qué de revoluciones: vos, Introducción; el otro, Liminar; aquel,
Prefacio; éste, Prólogo; Preludio el de más allá, y aun nos quedarían
Preámbulo, Exordio, Introito, Inicio… si muertos y enterrados no estuvieran,
honrado Charlie, solícito y excelente barman.
Ha sido un duro y
largo camino… a la oficina.
Aun con el mapa en la
mano yo nunca supe encontrar en mi adolescencia la isla del tesoro, y después,
ya sin la ilusión de hacerme con él, me perdí en todos los itinerarios
mentirosos. La singladura final sólo me ha llevado hasta ti, Charlie… o como
coño te llames (oyente sumiso y mercenario).
Bonito discurso, jefe.
Pues entonces es el
momento de echar el cierre.
No vaya a cometer
ninguna locura.
Eso sólo lo hacen los
cuerdos a plena luz del sol, lejos de esta maravillosa penumbra tan confortable
y acariciadora que proyectan tus ojos ambarinos.
El tiempo es un
cadáver.
La Revolución (así,
con mayúscula inicial) es una Puta (así, con mayúscula inicial.)
El tipo disfrazado de
desaguisada indumentaria, luenga barba de seis años y medio y la mirada
legañosa del cansancio, con la espada de madera aún sujeta a la mano, asistía a
través de las páginas pusilánimes de los periódicos, de las ondas hertzianas y
los partes televisivos a la agonía del Dragón Verde que moría en su cama, como
quien dice.
Se lleva todos sus
pecados con él, sin castigo ni dura enmienda, y aún echando fuego por las
fauces…
¡Qué inmenso
despropósito! ¡Qué estafa! ¡Atraviésate con la espada! ¡Húndetela en el
vientre!
¿Qué hacer?, respondía Vladimir I. Lenin. ¿Hay algo que hacer?
Próxima parada, 1976:
Greenwich Village:
luego de las exequias turiferarias, las servidumbres del año I d. F.:
apresúrate, chico, prepara la mochila, dieciséis años es un buen comienzo,
escapa…
Que no te burlen los
cantos de sirena ni los falaces consuelos del bienestar doméstico ni la rutina
del hartazgo, los goces efímeros.
Y si fracasas…
Recuerda, oh, lecteur, el grandioso final del tipo
aborrecedor ya del Manhattan de los años 20:
Hay una carretera, hay
un camión amarillo unos metros delante de ti, y un tipo al volante (seguramente
de aspecto amable).
Oiga, ¿me deja usted subir?
¿Adónde va?
No sé… Bastante lejos.
-¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
Estamos en babia.
Estamos en blanco.
¿Pero cómo íbamos a
estar si todavía nos sorbíamos los mocos y nos caía la baba sobre la pechera
del babero?
En el 75, con Franco
como hombre buzo de los abismos, tentacular e inmóvil, te birlan la realidad a
las primeras de cambio. Para salir bien librado de los quioscos tenías que
ganarle por piernas a la policía, que no dejaba punto de venta sin
inspeccionar. A veces, les ganabas por sólo unos metros, notabas la fetidez del
aliento de los esbirros en la nuca, como quien dice. Hay que repetirlo, pues
resulta difícil de creer hoy: clausuraban periódicos, secuestraban revistas,
irrumpían en las redacciones y confiscaban las máquinas de escribir, se
personaban en los talleres y retiraban las planchas de lo publicado y lo
publicable, requisaban los libros todavía con el olor a tinta: todo lector es
cómplice o culpable, duro con él.
¿Tú eres cantante?
Pues yo soy España:
O cambias la portada
de ese elepé o escondes el disco en el sótano de los vinilos perdidos.
Nadie sabía, todavía,
con quien se la estaba jugando. Tiempos de gran ambigüedad.
Versión original y
versión patria: hasta la propia discográfica de los Rolling Stones se presta al
juego, ellos, tan revolucionarios (pero en un escenario multicolor): en el
Solar Hispano la fotografía de la entrepierna bultosa de Joe Dallesandro, santo
y seña del álbum Sticky fingers, es
sustituida por una lata de melaza: suena bastante coherente, ahí puede uno
pringarse los dedos de lo lindo.
Pues hoy estamos de
luto la Asociación de Fieles del Mundo: se nos murió nuestro beato… y el
general moribundo. Hay días… ¡yo no sé!
El domingo 16 de
noviembre de 1975, a las 21, 47, vio a un tipo con un Standard SR/Q731F pegado
a la oreja en la esquina de Játiva con Pelayo.
¿Cómo ha quedado el
Valencia?
¿El Valencia?
Hoy ha jugado España
(allende nuestras fronteras): nada de partidos domésticos… Descanse la Liga:
dominguito, dominguito, use a su macho, hembra.
Tú, ¿de dónde sales?
(De Strawberries
Need Rain…
SENSITIVA, SENSUAL: Ella tenía sólo un día para disfrutar el
amor de toda una vida.)
El Caudillo no levanta
cabeza, te lo digo yo.
R i g u r o s a m e n
t e m a y o r e s 18 a ñ
o s.
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!
Todo está bien:
Nada está bien:
Y Boceto (como quien dice) encerraba el mundo en una película sin el
menor pudor años antes de los 18, una edad puerta.
Vietnam cierra el
telón de la contracultura y desafío juvenil: una cuantas canciones de mérito no
desdeñable, decenas de libros que hoy causa rubor leer sus páginas, muchas
revistas con fotografías a todo color, arriesgados reportajes en primera línea
pasados por TV, tres o cuatro films de visionado recomendable y… millones de hectáreas de cultivo calcinadas,
2.000.000 de civiles muertos, 1.500.000 de soldados caídos en combate y
1.000.000 de heridos y mutilados.
Madre, estamos todos
bien.
Celebremos la llegada
definitiva de una parentela divertida: Mis Emma, Bernice, Corine, Mary Jane: es
mucho lo que nuestros ojos deben olvidar, rodeadme con vuestros brazos: sueño
con ovejas eléctricas, a la memoria se le puede domesticar.
No hace tanto tiempo
de la edad de la inocencia, poco más de cinco años, cuando Boceto aún andaba con Los
Picapiedra y Mutsy, el fantasma, y hasta llegó a pilotar con
gran pericia, escondido en sus metálicas y prodigiosas entrañas, el robot Mazinger Z, una furia desatada del todo
imprevisible procedente del exótico Oriente:
Más te vale mantener
tus sucias manos lejos de mi ilusión (la ilusión de cada día).
Y ahora, en 1975, ni
siquiera el tercer globo te distrae ya, cuando sólo tienes ojos para el culo
siempre apresurado de servidora.
¿Duermes, Blas?
No. Dime, Epi.
¿A los muñecos de
trapo no se les fusila, verdad?
Vuelve a dormirte.
Adiós, payaso
turuleco.
Nunca debiste salir de
Barrio Sésamo.
Pues, señor, había una
vez…
Érase una vez el Rey
más poderoso de la tierra (a la hora de la merienda de membrillo o salchichón
con mantequilla, cuando el circo enciende la magia y la fantasía de sus luces)…
¿Tú puedes creerte que
El Generalísimo no se perdía ninguna tarde El
gran circo de TVE?
Pues tampoco se
perdería la merienda: una perdiz (o dos) cazada por la mañana, al alba, cuando
sangra al filo de su guadaña.
Feliz, feliz en tu día.
Todo es mentira, todo
es espectáculo. ¡Qué gran circo! ¡Qué estafa!
Un globo, dos globos, tres globos…
La tierra es un globo
que se me escapó…
Y por los aires voló…
Y estalló…
¡Plaf!
La verdad… está ahí
afuera: nos empastró de mierda.
En la noche oscura y
azulada acribillada de pálidas salpicaduras de luz enigmática…
¿Y eso quién lo
proclama?
Hermano lobo. Palabrita del niño
Jesús.
Yo he estado comiendo
en El Mundo, y hasta en El Comunista. Y a veces hasta cenando con un par de
camaradas tan pobres como yo, tan locuaces, tan indefensos.
Y en 1975… ¡tales
años!
(¿Qué me dices?)
¡La hostia!
¡Qué época!
Toda una declaración
de intenciones: esos comedores de bestias hambrientas olían a macho cabrío, a
avejada ropa de sudor rancio, a cuerpos de lacerante carnalidad, a despieces
animales de selva y aceite refrito, a verduras pasadas, a vino cabezón, a
humedad de caverna, a barbas de choto y greñas de lobo, a tabardos de piel
mugrosa, a pies fogueados de la mañana a la noche, a aliento de celtas cortos,
a uñas sucias, a narices encharcadas por el lodo de la noche prohibida…
De los ojos brotan
chispas conspiradoras mientras las cavernas de las bocas engullen las viandas
canallas.
Y con Franco vivito y
coleando dándole al gatillo mañanero. En La Paz.
Luego, una semanas más
tarde, (o unos meses más tarde) 38 doctores en Medicina y Milagros no son
suficientes para dar cuerda al robot:¡Este hijoputa se nos está parando!
¡Con tales menús:
consomé y acelgas devoraba, y luego, siesta!
Y un ratito de
televisión y media docenita de películas: el Gran Dictador entretenía la velada
hasta la medianoche (en cuanto sonaban las doce en punto se retiraba inexcusablemente a sus aposentos), veía Candilejas, Historia de dos ciudades, Pánico
en la ciudad…
Horas antes, rezaba el
rosario. Musitaba fusilamientos mientras pasaba las cuentas de marfil: a ti, te
mato; a ti, no: cordero de Dios que
quitas los pecados del mundo…
Silencio, Meditación y
Cierre: el cuco ya no aparece, ha enmudecido detrás de la portezuela.
Se nos acabó el
juguete.
¡Con lo bonito que era
con su trajecito de gala de Capitán General de los Ejércitos!
¿Qué soñaría?
¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?
Entonces se arrojaban
los cadáveres a la basura, al amanecer de luz sucia, cuando comenzaban a cantar
los gallos acorralados.
El cadáver anónimo del
pobre, del desahuciado, del infeliz cuya miserable y raída vestidura declaraba
y todavía hacía más evidente la desnudez de su desamparo.
Emborronabas un pliego
y te mataban de doscientos latigazos.
Dictadores de muchas
clases aun de distinto careto.
El juego de la mosca es de lo más
divertido y fácil de aprender; lo que se necesita es paciencia. En mi pueblo yo
me entretenía de chico jugando reales a la mosca.
¿Qué a la fiera enjaulada se le
empieza a caer el pelo y que por eso no quiere que se lo soplen? ¡Muy bien!
¿Que soy un viejo que tiene el cerebro en salmuera y el corazón más duro que
madera de matilisguate?
¡Mala gente, mas está bien que lo
digan!
… pero, si acabo de acostarme. Y ya
suena el timbre. Seis y cuarto.
No puede ser. Siete y cuarto, acaso.
Más cerca. Ocho y cuarto. Este despertador será un portento de relojería suiza,
pero sus agujas son tan finas que apenas si se ven. Nueve y cuarto. Tampoco.
Los espejuelos. Diez y cuarto. Eso sí. Además, el día se pinta en color de
media mañana sobre el amarillo de las cortinas.
Aquél era un mundo de hibiscos
sudorosos, falsos claveles, trampas de insectos, espumas que de sol a sol
enredaban y desenredaban sus volutas, hongos olientes a vinagre, floraciones
grasientas sobre troncos podridos, harinas y limallas verdes, comejeneras en
ruinas, céspedes arteros que roían el cuero de las botas.
… y, al fin, ponerlo de espaldas a una
pared de convento, iglesia o cementerio, y tronarlo. «¡Fuego!» No había más
remedio. Era la regla del juego. Recurso del Método.
El cuchillo clásico al que cambian el
mango cuando está gastado, y cambian la hoja cuando a su vez se gasta,
resultando que, al cabo de años, el cuchillo es el mismo inmovilizado en el
tiempo aunque haya cambiado de mango y hoja tantas veces que ya resultan
incontables sus mutaciones.
… con ojos aún hechos para mirar, con
pálpitos que me vienen de los trasfondos de una vitalidad todavía puesta en
deleitosa alerta ante algo que merezca ser mirado, riqueza bastante preferible
(siento, luego soy) a la de un fingido vivir en la tonta ubicuidad de cien
estatuas paradas en parques municipales y patios de ayuntamientos…
Duermo.
Me despierto. Hay veces, al despertar,
que no sé si es de día, si es de noche. Un esfuerzo. A la derecha suena el
tic-tac. Saber la hora. Seis y cuarto. Tal vez no. Acaso las siete y cuarto.
Más cerca. Ocho y cuarto. Este despertador será un portento de relojería suiza,
pero…
Debería reposar, Excelencia. Completo
descanso, Señor. Dormir, dormir. Siguió moviendo las desdentadas encías tal si
masticara polvo. Tras un largo silencio se animó a soplar: El Gobierno está muy
enfermo. Creo de mi deber rogarle que se prepare o disponga…
¡Dominar la casualidad! ¡Ah locura!
Negar el azar. El azar está ahí desovando en el fuego. Empolla los huevos de su
inmortalidad no parecida a ninguna otra. De la temblorosa llama surge intacto
el azar. En vano he tratado de reducirlo y ponerlo al servicio del Poder
Absoluto, más débil que el huevo de esa mosca.
Las cosas suceden de este modo. ¿Qué
tal, Supremo Finado, si te dejamos así, condenado al hambre perpetua…
Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin
embestir los carcomidos muros de piedra fortificada…
Fue como penetrar en el ámbito de otra
época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta
guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente
visibles en la luz decrépita.
Tuvo razón, pues en nuestra época no
había nadie que pusiera en duda la legitimidad de su historia, ni nadie que
hubiera podido demostrarla ni desmentirla si ni siquiera éramos capaces de
establecer la identidad de su cuerpo, no había otra patria que la hecha por él
a su imagen y semejanza con el espacio cambiado y el tiempo corregido por los
designios de su voluntad absoluta…
… y entonces la vio, era la muerte mi
general, la suya, vestida con una túnica de harapos de fique de penitente…
¿Qué pasaría con este país cuando él
muriera?
Si esto pasaba estando él vivo ¿qué no
sucedería cuando ya no pudiera impedir personalmente que la torpeza, la desidia
y la imbecilidad echaran por los suelos lo que tanto esfuerzo costó levantar?
¿Volverían la anarquía y miseria, el atraso…
Procuraba no mirar su cuerpo, pero, a
veces, sus ojos corrían sobre el vientre algo fofo, el pubis emblanquecido, el
pequeño sexo muerto y las piernas lampiñas. Éste era el Generalísimo, el
Benefactor de la Patria, el Padre de la Patria Nueva, el Restaurador de la
Independencia Financiera.
Ah,
Preclaro Generalísimo de todos los Ejércitos y los Prodigios:
Muerto eres y no fue mutis
silencioso del mundo el tuyo, sino el más desaforado jamás acaecido en el todo
universo: en el otoño del 75 apareció de repente el AO 0235 + 164 en los
confines del firmamento, y su potencia se incrementó en un instante en más de
10³¹ vatios, 10.000 veces la potencia total de
nuestra galaxia… ¿De dónde pudo salir toda esa energía que alborotaba el
cosmos? ¡Era el alma noble e inmortal de Francisco Franco Bahamonde que a los
cielos ascendía libre ya del cuerpo humano putrefacto!
En el puesto de tiro eres uno de los risueños
patos rojos, en la hilera sin fin apareces ahora diez veces repetido desde un
extremo: eres el cuarto de la izquierda, fácil carnaza para la escopeta de
feria… ¡que hoy no ha de fallar!: ¿A quién prefieres de tirador? ¿Un probo
funcionario dependiente de la Brigada de Investigación Social? ¿Un agente de la
Jefatura Superior de Policía de Bilbao, Madrid o Valencia?
1973, 1974, 1975… El
Mundo, a llenar el buche: todo allí delataba una especie de pobres gentes
dostoieskyianas embriagadas de su propio hedor: miradas, gestos, muecas y
semblantes, hasta los silencios recelosos, una ropavejería que apestaba a la
cavernaria clandestinidad económica, social y política.
Te sientas a una de
las mesas de sucio tablero, que se cuentan por decenas en el abigarrado
espacio, y evitas lanzar una mirada en derredor. ¿Quién sabe quién es el otro?
Lo que te metas en la panza es cosa
tuya. 175 pesetas el menú completo. Las toses broncas, algún eructo y el humo
espeso de los cigarrillos enturbia una atmósfera ya casi irresperable por el
mismo tufo que se esparce desde la pestilente cocina abierta al comedor largo y
estrecho y repleto de comensales voraces que con la boca medio llena, bajo una
luz eléctrica que también parece sucia, densa de los olores amalgamados de
inextricables caldos y frituras rancias, hablan a voz de grito entre ellos y se
echan al coleto litros de cerveza de barril y vinazo de granel… Pero no todos.
Los hay de gestos comedidos, de expresiones sucintas: son los conspiradores y
se limitan a mirarse y leerse en los labios las palabras apenas exhaladas que
se dirigen unos a otros: ¿Quién mata al policía? ¿Tú o yo? Casi no comen, viven
en el miedo, el rencor y la rabia envueltos en ese aire proletario enrarecido
que adoba los comistrajos de un sabor repugante.
Las palabras humean
los caldeados pensamientos.
Porque hay que matar,
¿eh?
¿Porque eso lo tenemos
claro, no?
Y, alguna de ellas,
universitarias con el culo ceñido por los tejanos de marca nacional y el
Alianza o el Ariel de bolsillo a un lado sobre la mesa salpicada de pringues,
con la trenka colgando del respaldo de la silla, el cabello sin lavar desde
hace siete días, la mirada esquinada y el gesto decidido, daría cinco años de
su vida por, emulando los deseos de la Weil, desde el cielo de los justos
lanzarse en paracaídas y descender entre las huestes obreras, portadora del
mensaje universal de fraternidad y revolución, luchadora de la causa.
Camaradas, se trata de
la praxis.
Stepan. ¿Le mataremos, verdad?
Annenkov. Estoy seguro.
Ya saben donde
encontrar las armas: sólo hay que elegir a las víctimas… O ni siquiera eso: la
primera que salga al encuentro uniformada, vestida de gris o de verde: un tiro
a la cabeza y, si el tiempo no apremia y la ocasión se presenta propicia, se le
arrebata también el arma reglamentaria: estamos bien organizados y sobran
camaradas dispuestos a pasar a la acción. Lo que flaquea es la logística. Han
llegado los nuevos tiempos: hay que ejercer el terror hasta que el pueblo se
haga de una vez por todas con el poder. La violencia es la conclusión
inevitable de la praxis revolucionaria. El paso más allá determinante.
Ajá. ¿Quiénes son los
luchadores?
Tipos novelescos:
Stepan. ¿Yaneck?
Annenkov. Kaliayev. Pero también le llamamos el
Poeta.
Stepan. No es nombre para un terrorista.
Annenkov. (Ríe). Yaneck piensa lo
contrario. Dice que la poesía es revolucionaria.
Stepan. Solo la bomba es revolucionaria.
El
medroso, el sacrificado al alba tiempo después, necesita para abandonar de una
vez por todas la pusilanimidad la orden, le hace falta un líder, un tipo que
tenga lo que hay que tener.
¿Tú
sabes lo que es la lucha de clases?
¿Tú
sabes lo que es una pistola?
Todos
estamos en venta.
Ahora
el medroso ya tiene algo por lo que morir… o, más patético aún, por lo que
vivir. Por el bien de toda la humanidad elige ser un criminal, el asesino de un
hombre.
Olga. Hugo, haré lo que el Partido me mande. Te juro que haré lo que me
mande.
Hugo. Haré
lo que el Partido me mande. Tendrás sorpresas. Con la mejor voluntad del mundo,
lo que uno hace nunca es lo que el Partido te manda. Irás a casa de Hoederer y
le meterás tres balas en la barriga. Es una orden sencilla, ¿verdad? Fui a casa
de Hoederer y le metí tres balas en la barriga. Pero era otra cosa. ¿La orden?
Ya no había orden. Las órdenes te dejan completamente solo a partir de cierto
momento. La orden se había quedado atrás y yo avanzaba solo y maté
completamente solo…
Stepan. ¿Quién arrojará la primera bomba?
El medroso, el que
dispara a la nuca de la víctima, es un apático, y le gusta obedecer: así, es
alguien. La acción le absuelve de la mediocridad que emponzoña sus días, las
interminables horas con los ojos en blanco frente a una pared desnuda.
Stepan. No me gustan los que entran en la
revolución porque se aburren.
Nunca se mata a un
hombre, a un tirano, a un pobre policía aterido de frío o bajo un sol
inclemente mientras hace guardia en una esquina… Se mata al despotismo, a la
leyes injustas, a la opresión. La víctima que se dobla sobre sí misma y cae al
suelo es invisible, no existe, al igual que la sangre que brota de la herida es
una línea roja quebrada : no ves la sangre ni la herida.
Hoederer. ¿Por qué te casaste con ella?
Hugo. Porque no me respetaba.
Hoederer. Cuando uno es del Partido, se casa con alguien del
Partido.
Jessica. ¿Por qué?
Hoederer. Es más sencillo.
Jessica. ¿Cómo sabe usted que no soy del Partido?
Hoederer. Se ve. (La mira.)
No sabes hacer nada, salvo el amor…
Jessica. Ni siquiera el amor… (Una pausa).
A veces, en el último
instante, todo se hunde.
La vida del medroso es
la vida del huérfano del mundo.
¿Y qué podemos decir
de él?
Que todo lo bueno que
le ha pasado hasta ahora en la vida le tocó en una tómbola de la feria.
Figúrese, amigo, la calidad de su suceso existencial, la domesticidad de sus
alegría, la insuperable tristeza cotidiana.
Somos de la misma
raza, pero no de la misma clase, dice Hoederer.
Al camarada García,
asiduo parroquiano de El Mundo, el camarada Sánchez, asiduo parroquiano de El
Mundo, entre ruidoso sorbo y ruidoso sorbo de la grasienta sopa de pescado por
parte de ambos, le ha suministrado una docena de libros de Marx, Lenin y Mao discretamente
envueltos en papel de estraza.
Más adelante, no
desesperes, pasaremos a otros libros menos ásperos y no menos interesantes:
El repertorio completo
de la literatura de la berza (también se colaría, a instancias del poeta de la
célula, algún ejemplar de la literatura del sándalo).
Ahora, antes de los
sacrificios, el PCE (m-l) es una biblioteca ambulante. Pero si uno tiene armas
escondidas debajo de la cama, un día u otro las utilizará.
(Aparte caprichoso: JD. había sido un buen comunista. En la actualidad,
si no se hubiera transformado en un nabo, viviría en uno de los arrabales
helados y grises de Moscú, encerrado con un centenar de libros (no cabrían más)
en uno de esos espantosos y uniformes Jruschovki
alzados con suelos, paredes y techos prefabricados, tabique con tabique del
apartamento de una pobre vieja embrutecida por el vodka barato de producción
casera: una ingeniero pobretona que leía a Marx a los doce años de edad, a
Lenin a los trece y a Mao a los catorce: no a Bakunin, un disolvente pernicioso
a deshoras, pensemos con la cabeza.)
(Addenda al Aparte: la gelidez del exterior JD. la combatiría con el
asombro que de siempre le causaba la lectura de Musil: un café negro y tres
coñacs son suficientes estímulos para despedazar a una pobre puta asqueda de
todo y al cabo de la calle.)
Olga. ¿Usted le impidió que hiciera el trabajo?
Jessica. Yo no le he impedido absolutamente nada.
Olga. Pero tampoco le ayudó.
Jessica. ¿Por qué habría de ayudarle? ¿Acaso me consultó antes
de entrar en el Partido? Y cuando decidió que no tenía nada mejor que hacer en
su vida que asesinar a un desconocido, ¿me consultó?
Olga. ¿Por qué habría de consultarle? ¿Qué consejo hubiera podido darle?
No
les basta la vida sola.
La
grisura de un recorrido existencial carente de verdaderos acicates se alía con
la homicida indignación que se experimenta ante la desfachatez, lo ignominioso
y el descaro con que lo injusto y corrupto cimientan una sociedad podrida e
injusta.
¿Qué
diferencia la anomalía suicida en el interior del cerebro de un tipo que con un
fusil semiautomático dispara a mansalva en un campus universitario americano de
la de un intelectual propietario de una editorial que revienta junto a poste de
alta tensión a las afueras de Milán de resultas de la explosión de la bomba
casera que manipulaba o de la de un mecánico ajustador que es reclutado
arteramente para la lucha armada en un comedor barato y se ve impelido tras
chapuceros lavados de cerebro a dispararle a sangre fría a un policía que ni
siquiera hubiera sabido accionar el seguro de la pistola que portaba en la
funda sujeta a la cintura?
Olga. ¿Qué tiene que ver el amor con esto? Lee usted demasiadas novelas.
Jessica. No hay más remedio cuando una no hace política.
¿En
qué lugar mejor que en El Mundo donde recibir las consignas? Escondidos y
anónimos entre esa desmañada tropa de comensales albañiles, menestrales y
estudiantes de medio pelo, todos conspiradores inocuos y fichados indolente y
oficiosamente por la policía, nadie imaginaría que se parapetan auténticos
revolucionarios muy decididos a encender la mecha de la violencia.
¿Y después del señor
Karl Marx?, pregunta tímidamente el señor Medroso al cabo de unos meses,
bastante insatisfecho de la lentitud de sus progresos intelectuales.
Después el Napoleoni…
(Y acabas convertido
en un experto en economía política.)
Concesiones ha de
haberlas: Aldecoa, López Salinas, Antonio Ferres, el primer Juan Goytisolo, el
primer Grosso, García Hortelano… Incluso Baroja, por ejemplo, un tipo
divertido, te gustará, ya lo creo, un poco surrealista en ocasiones, mucho
punto y aparte, mucha humanidad, palique en cada página: te levantas, comes,
haces una visita a algún conocido o te subes a un tranvía, perpetras una
revolución silenciosa, cenas, disfrutas filosofando durante una animada velada
junto al brasero y te acuestas, y todo eso en un mismo párrafo.
Brell el Mierdecilla,
adolescente aún, hizo reír a Brell el Viejo al señalarle una tarde, haciendo un
alto en la lectura de un libro don Pío, lo que él entendió como la analogía más
chocante de toda la literatura universal: El
banco de madera donde tomé asiento
era duro como el corazón de un usurero…
Aunque a su padre, durante aquellos días, le hacía mucha más gracia los
revolcones al suelo que el señor Stendhal, sin perder la compostura lo más
mínimo, le propinaba al torturado petimetre Luciano Leuwen.
Los peligros del
momento se disuelven en el postre almibarado de una macedonia de lata algo
mustia, el pésimo café, la copa de brandy sin marca y el acre aroma del
cigarrillo barato sin boquilla.
En efecto, si quieres
disimular verdaderamente algo ponlo a la vista: esa inocencia salva la sospecha
y licencia cualquier recelo de los vigilantes.
¿Cómo se aprende a
matar?
Un origen humilde (o
equivocado: la rebelión puede comenzar en el mismo instante de percatarse uno
que no está en el sitio justo en el momento adecuado, incluso el nombre o el
apellido, igual que tu clase social, puede precipitarte a la acción política
sea del signo que fuere) ayuda lo suficiente.
Hugo. Ellos llevan ventaja; allí, cuando deciden que un hombre va a morir, es
como si tacharan un nombre en una guía: trabajo limpio, elegante. Aquí la
muerte es un ajetreo. Aquí están los mataderos.
Mientras
engulles la refrita pescadilla o los indigeribles callos del color de la sangre
sentencias a un hombre: ése, muere. Y acto seguido vacías el vaso medio lleno
de vino mareador, también del color de la sangre, denso y oscuro.
Inocente
o culpable… como yo. Víctima y victimario son producto de la misma infamia. Una
infausta casualidad asigna las máscaras que cubren la pobre carne humana en la
tragedia de una vida sin sentido puesto que no sabemos de donde viene ni adonde
va, un sin ton ni son, y sin embargo anda uno todo el día olvidando la
eternidad de la nada que le aguarda.
Estas
son las épocas.
Hoederer. ¿Qué quieres hacer del Partido? ¿Una pista de carrera?
¿De qué sirve afilar un cuchillo todos los días si jamás lo usas para cortar?
Un Partido nunca es sino un medio. Sólo hay un fin: el poder.
Hugo. Sólo hay un fin: conseguir el triunfo de nuestras ideas, de todas
nuestras ideas y sólo de ellas.
Y
todo esto, ¿a santo de qué?
Eso
te lo dirá el Llorica del 20N, que insta a los españoles al reencuentro con su
Caudillo Franco:
Acudid
al palacio de El Pardo y, desde la distancia, contemplad esa luz
permanentemente encendida en el despacho del Generalísimo, donde ese hombre que
ha consagrado toda su vida al servicio de España, sigue, sin misericordia para
consigo mismo y su cuerpo herido por las llagas del sacrifio, firme al pie del
timón, marcando el rumbo de la vida de todos los españoles para que lleguen a
puerto seguro.
China
y Albania ponen la pistola en tu mano.
Hoederer. …la Revolución no es asunto de mérito sino de
eficacia; y no hay cielo. Hay trabajo por hacer, eso es todo. Y es preciso
hacer aquél para el cual uno sirve: si es fácil, enhorabuena. El mejor trabajo
no es el que te costará más, sino el que lograrás mejor.
Un
sosegado pic-nic que transcurre sobre
la verde pradera abrileña engendra la orden tajante que impone el método de
lucha irreversible. Lo protagonizan los miembros más aguerridos de la célula.
El
mandato viene de arriba: siempre hay un dios arriba, un mandamás surgido desde
las tinieblas o por encima de ellas, que decide por ti.
No
hay vuelta de hoja, la camarada Libertad
no admite réplica. Y que se lo piensen muy bien quienes estén barajando
alternativas menos rotundas o les ronde por la cabeza alguna tentativa
fraccional.
Es
un dios el que siempre te condena: son mis designios, brama desde las alturas.
Ojo:
el disparo a la nuca del prójimo al que te impele la dirección puede ser el
disparo a tu propia nuca si te da por torcer las cosas por escrúpulos
indeseables o desobediencia sectaria.
A
veces, un revolucionario en ciernes tiene mucho de un escritor en ciernes, la
misma arma (que no ha de conquistar ningún corazón):
Miles
de folios, botes de tinta, la multicopista.
A
imprimir a partir de los clichés (ni siquiera tú decides: palabras, palabras,
palabras).
¿Qué
importa lo escrito?, ¿qué importa el texto de una octavilla política incendiaria o la sintaxis descuidada en una
acelerada cuartilla de Baroja? A fin de cuentas, siempre escribe un demiurgo;
tú sólo eres un instrumento, el medium
necesario pero… también prescindible.
La
palabra es la acción, por eso encarcelan a tipos que escriben y permiten a
otros tipos que fabriquen y vendan armas a plena luz del día.
Con
licencia en el libre mercado..
Con
licencia para matar.
Una
vieja escopeta de caza del 12, una Laurona
de fabricación nacional, puede ser la única palanca que aleje a España
definitivamente de El Pardo, oscurísmo y tétrico, y de su lucecita incansable,
inmisericorde, eterna.
Tendremos
que recortarla, propone uno más adelante al medir el cañón, con evidente
temblor en la voz.
Hay
que matar de cerca. Los perdigones agujerean la piel, penetran y hacen estallar
la carne cubierta del odioso uniforme.
El
aleteo de la dichosa mariposa a 15.000 kilómetros de distancia empuja el mundo
en una dirección u otra.
A
raíz de un soplo, el día 11 de julio de 1975 cerca de una veintena de miembros
de una organización comunista de tendencia maoísta son detenidos por agentes de
la policía. De las sórdidas celdillas de esa colmena otros soplos han de
provenir que, meses más tarde, conduzca al pelotón de fusilamiento a varios
militantes de aquel partido revolucionario.
La China está cerca (3).
El espíritu de la colmena (5).
No
hay efecto sin causa.
La
camarada Andrea (causa) urge a la
acción (efecto).
Bajo
el terrible calor de julio otros andan de peregrinaje al monte Abantos, aún sin
que la losa de granito de 4.000 kilos selle la fosa revestida de plomo que ha
de albergar la futura tumba de La Espada más Limpia de Europa.
Una
tarde se mata a un policía que monta guardia a las puertas de una oficina
pública y una mañana se atraca una sucursal bancaria. Una noche se detiene a
balazo limpio a media docena de camaradas barbudos desarmados e inofensivos que
asisten a una reunión informativa (Son los comunistas los verdaderos enemigos
de nosotros los maoístas, compañeros…) y un mediodía cae abatido un policía
armado con una barra de pan en la mano cuando al mediodía se dirigía
pacíficamente a su casa a comer en compañía de su anciana madre.
El
día 1 de septiembre de El Año Que Murió Franco los cinco hombres que han de ser
fusilados antes de que acabe el mes se hallan entre rejas, ya en capilla (como
quien dice): tres meses han durado los días de vino y rosas.
Cenizas y diamantes (4).
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!
Maravillosa
doma del lobo estepario.
¿Cómo
se llega a ser lo que se es?
Teatro mágico
Entrada no para cualquiera
Sólo para locos
Me pusieron en la mano
un revólver del 22 con tambor de nueve recámaras. Lo demás, fue fácil. Sólo
había que disparar al bulto. No veía nada más que el bulto y el revólver en la
mano. Veía la mano, no el revólver. No oía nada. Todo parecía silencioso,
congelado en el tiempo, sin color, o todo blanco, pero de un blanco sucio, como
de niebla oscurecida. Nada parecía moverse. Y el arma se disparaba sola, una y
otra vez, en un extraño silencio que cubría las imágenes como sumidas en un
agua turbia. Y luego fue todo aún más silencioso.
¿Cómo era el bulto?
¿Qué era el bulto?
Yo era inocente.
Como los pañales
cagados de un bebé (pero olías a mierda que daba a gusto).
Desgraciado, más te
hubiera valido ir a ver las (aunque mínimas) tetas y el goloso pubis que
transparentaba ladinamente el slip rosado de la Goyanes en Equus.
Y entonces todo fue un
fragor, todos los ruidos del diablo: la ciudad y sus males que apestaba con su
gran bocaza abierta a la vez que lanzaba llamaradas.
Y,
al final, mueres de frente… pero con los ojos vendados, las manos a la
espalda... Un títere desmadejado.
Madre,
¿qué es todo esto?, ¿qué es este anochecer?, ¿qué es esta sangre, qué es esta oscuridad?
¿Cómo
se llega a ser lo que se es?
Con
una venda sobre los ojos.
Dando
vueltas y vueltas por las calles de la ciudad conduciendo un 127 robado (si
rojo, lo pintamos de azul o verde) acechando, eligiendo la víctima propicia,
camino de su casa para la comida de las dos y media, por ejemplo, mientras el
lustroso político de siempre (procurador lustroso en dictadura, parlamentario
bien cebado en democracia) llena su estómago en restaurantes de nobles maderas,
cristalerías esplendentes y vinos añejos.
Leyendo
Vanguardia Obrera.
Sumando
mentalmente los diez días, ni uno más, que estremecieron el mundo.
Preguntándote
cuando amanecerá de una vez por todas luego de la larga noche de la opresión.
Subyugado
por las palabras de la sirena con la metralleta al hombro y el Libro rojo del camarada Mao en unos de
los bolsillos del vaquero.
En
El Mundo atiborrando la panza de carne vieja cocida, patatas hervidas con su
piel rebosante de aceite y sal gruesa y echándose al coleto un litro de vino
áspero y espeso (reserva 1900… el barro: anónima, lustrosísima, noblemente
envejecida, suave al tacto, eficacísima jarra de arcilla que no su líquido): al
cabo ni siquiera intentas eructar con disimulo o jugar al escondite con el
índice de la mano izquierda que hurga las narices en busca de un moco seco. A
la mierda todo (de ahí a meterle un tiro en la barriga a un policía, un paso):
tan pobre diablo él como tú: de las aldeas perdidas ese condenado, comiendo
patatas cocidas, piltrafas de cerdo o cordero, rosegando huesecillos de conejo,
escarbando con un palillo caracoles y bañando la apetitosa carnecilla en un
espeso ajoaceite, eso era también el policía en busca de futuro en la ciudad,
como tú, víctimas y victimarios sois los mismo.
Enamorándote
de Sonia, que mientras separa las
piernas y te vigila con un ojo, entreabre su sexo caliente para que te hundas
en él de cabeza a la vez que encaja en tu mano la pistola.
Calzando
unas botas militares de pies ajenos y anónimos.
Como
mueres joven, veintiañero, nunca las podrás cambiar, pues eres otro, al paso del tiempo por unos distintivos Mephisto,
por las decepciones, las traiciones, las renunciaciones, los logros y los kilos
acumulados, ya en la madurez irredenta, de buen burgués, ni siquiera caricatura
del que eras, perfectamente irreconocible, ah, la poltrona en las Cortes
Generales).
Escondiéndote
en algún cine de arte y ensayo:
Prima della rivolucione (4)
Popol y diament (4)
Film d’amore e d’anarchia, ovvero
stamattina alla 10, in Via der fiori, nella nota casa di tolleranza (?)
Etat de Siége (3)
Estamos
en el salvaje Oeste: una vaca vale más que un hombre.
Esta
es una tierra dura, Cody. Le obliga a uno a hacer cosas feas aunque no quiera.
A
veces, muy feas.
¿Cómo
se llega a ser lo que se es?
En
El Mundo, de nuevo, tragando a la medianoche una sopa de menudillos, llevando
la cabeza como rústico que eres a la cuchara de estaño: a cabezadas contra el
fondo del plato, y no al revés, como hacen exactamente las personas que guardan
la etiqueta a la mesa para no despertar sospechas, y dando buena cuenta de la
segunda jarra del asqueroso vino del día. Y, luego, felices sueños (esconde la
pistola debajo de la almohada).
Escala
a lo más alto del abismo, desnudo y
puro, sé una radicalidadl, embadúrnate las manos con magnesio, apunta a la cabeza,
dispara… despierta.
Sueña, de nuevo:
Franco yace encerrado en su tumba de granito: en el interior de su calavera se
arraciman un millón de muertos, manos, brazos, pies, asoman por las cuencas
secas y vacías, se aferran a los óseos bordes luchando por escapar de la cárcel
siniestra a través de las órbitas oscuras: eres tú quien ha abierto los
agujeros negros, y ahora todos esos, sus víctimas, puesto que todas lo son
aunque el infame no hubiera puesto nunca en ellos un solo dedo, resucitaban,
salían a la luz como los gusanos de debajo de la tierra, huyendo de sus
entrañas de matarife...
¿Cómo
se llega a ser lo que se es?
Diciéndote
a ti mismo, por una vez, toda la verdad.
A
partir de entonces empiezas a creerte todas las mentiras que construyes
mentalmente con tus manos de papel para justificar tu poquedad, la plácida
indolencia vital tuya, sin que te importe lo más mínimo la realidad, que no es
la verdad ni la mentira, ni tampoco es de papel, es la tela de araña
inextricable que nos mantiene a todos envueltos en una maraña de suposiciones,
ambiguas percepciones, infiltraciones engañosas de nuestros propios sentidos
biológicos, una puta enredadora de palabras, una especie torticera de
irrealidad, una grisura paralizante… o el acicate para otros que les arroja a
la escaramuza constante contra todo; pasas a la acción… o vives como la hormiga
ciega aunque sin romperte el lomo y sin remordimientos.
¿Qué
es la verdad?
Pregúntaselo
a Platón…
¿En
1975 tú leías a Platón en lugar del Antidhuring?
¡Mala peste te lleve al infierno, reaccionario!
¿Cómo
has conseguido ser el que eras?
Así
de simple: imprimiendo octavillas en una cochambrosa multicopista instalada en
algún sótano o buharda urbanos… naturalmente ya descubierta (y consentida) por
la Brigada Político Social. Un paso en falso y…
¿Eres
Fiodorov?
El
mismo.
Yo
soy Hidalgo. La dirección del partido
insta a pasar a la acción, y sabemos que tú pones objeciones, miramientos
pequeñoburgueses que ralentizan el progreso y la concienzación de la vanguardia
proletaria. Tus prevenciones alarman a otros camaradas dispuestos a la lucha.
No
quiero saber nada de violencia física, camarada.
Ellos
la utilizan. Su mundo y sus ardides son la bola de acero atada a perpetuidad al
tobillo de las clases trabajadoras y al campesinado (¡Joder, Vivales!).
Yo
no soy ellos.
¿Entonces,
qué? El trabajo sucio para otros, ¿no es eso? Tú, con las manos bien limpias y
con el corazón columpiándose del arco iris. Esa, digamos, subjetividad
individualista es un freno para las conquistas obreras, una mala influencia de
intelectualoide duditativo que hay que extirpar como un cáncer que terminara
extendiendo su malignidad al resto del cuerpo social. Eres un ejemplo letal
para la libertad de las clases trabajadoras, cerdo.
Nadie
tiene porque encargarse del trabajo sucio. La sangre no mancha, te condena.
¿Qué cojones es eso del trabajo sucio? ¿Dispararle a la cabeza, aunque el
disparo se te vaya a su ingle o a un pulmón o a una oreja, a un pobre diablo
que se salvó del pastoreo del rebaño en su pueblo natal después de la mili
(puta) aprendiendo las cuatro reglas, algo de ortografía y unas pocas páginas
de Historia de España que le sirvió para ingresar en la Guardia Civil o en la
Policía Armada? ¡Menuda hazaña para que estremezca en diez días al mundo o levante
en pie a la famélica legión!
Y
Fiodorov continuó entre libracos,
multicopistas, oscuras logísticas revolucionarias, mensajes clandestinos, citas
a la hora de sangre del alba; primma
della revoluzione… Ver, oír y callar. Además, camarada, al cabo de una cuantas
horas la multicopista te deja para el arrastre y no digamos el transporte de
aquí para allá con los mazos de octavillas aún goteando la tinta oscura de la
proclama incendiaria (¡joder, Vivales!): a cada uno, según su trabajo; a cada
uno, según sus necesidades. ¿Vas a violar es regla tan primordial y
definitoria?
Además,
camaradas, los tipos del servicio de información de la Brigada Político Social
hace meses que saben de las andanzas
poco escrupulosas del compañero Hidalgo
encoñado a lo bestia con la camarada Andrea.
Ya tienen su pescuezo al alcance de la mano. El pescuezo de los dos. Sólo
tienen que estirar el brazo en el momento que les salga de las pelotas. Saben
hasta las horas que duermen, las veces que follan, los cigarrillos que se
llevan a la boca y la clase de porquería diaria que se meten a la barriga en El
Mundo. La Organización, camaradas, ha sido un coladero desde que el señor
Álvarez Vayo, nuestro infatigable luchador por la causa antifascista
internacional desde la poltrona del exilio, decretase que debíamos liarnos a
garrotazos con los sabuesos de la dictadura franquista. No hay uno solo de
nuestros hombres que no tenga a un discreto informador de la policía como su
sombra delatora.
Además…
a fin de cuentas, ¿qué es un hombre? Seamos simples… o más sabios de lo que
pudieran proclamar tales simplicidades: apelemos al catón infantil o a la
navaja de Ockham): cabeza, tronco y extremidades.
¿Y
a ése le vas a pegar un tiro?
¡Menudo
Antidhuring!
Yo
(?), señor juez, disparaba a un símbolo… Sin fluidos, sin venas ni arterias ni
ojos abiertos de sorpresa ni boca abierta de espanto, ni sangre ni nombre ni
rostro ni futuro, nada de eso creía yo que ocultaba ese uniforme de mala
sastrería, ese pobre humano disfrazado de guardián de las cajas fuertes de sus
jefes cuando se desplomaba al suelo aún con la gorra puesta.
¿Qué
tenemos hoy en el menú?
De
primero, patatas a la riojana; de segundo, huevos con chorizo; de postre,
melocotón en almíbar -de lata, en el pequeño platillo tres escurridizas piezas
que has de luchar para atraparlas en la cucharilla-. Y, entreteniendo la
comensalía humeante que hiede a cuerpo mancillado de trasiegos inclasificables
diurnos y nocturnos, esa obra maestra de la jarra de brillante alfarería y algo
panzuda figura… rebosante del vino de la alegría.
(Además.)
Todo
un verso goliardo en rima consonante.
Echa
un buen trago al coleto.
Dios
ha muerto entre los contenedores de las basuras a rebosar de esos desperdicios
del menú menestral.
¿Cómo
se llega a ser lo que se es?
Entre
bocado y bocado de venenosas costillas de cerdo y vaso tras vaso del morapio
embrutecedor.
Apretando
el gatillo con todas las de la ley (o sin ella).
(Fiodorov apartó a un lado al señor
Gramsci y se puso a leer El hombre sin
atributos del señor Musil (el señor Gramsci hubiese sonreído aprobando
noblemente la elección.)
Libro
por libro…
El
dedo en el gatillo y el alma (de haberla) en el limbo (de haberlo).
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