domingo, 22 de junio de 2025

15

La bola del mundo de JD., por la noche, cuando la encendía, era una esfera multicolor: España daba en amarillo; Brasil, en verde; Francia, en suave malva; Canadá, en un azul celeste… La Unión Soviética era roja como el infierno donde ardían los infieles.

Los cincuenta, principios de los sesenta…

¿Sabías que el escritor más desenfadado de España, Ramón T. Moix, se la mamó a un cura.…?

¿Quién asevera tal cochina extravagancia?

Él mismo escribidor lo confiesa no sin diversión.

¿Y no le faltaron desfachatez y arrojo y le sobraba el asco? Yo le hubiera arrancado la polla de un mordisco: mis dientes nunca han dejado de crecer, como los del cocodrilo. A ese páter maricón lo habría dejado aullando y desangrándose en el suelo, y su pingajo lo hubiera escupido y arrojado a la cancha de hockey como si tal cosa para que los de primaria jugaran con él asidos a los sticks.

Huele la sotana, y la tea, y las cocinas económicas, y los abrigos de piel de camello y las ropas recién lavadas con el jabón Lagarto colgadas en los balcones…

¿Abrigos de piel de camello?

Como lo oye… Doy fe de ello. Le otorgaban a uno un aspecto orondo aunque algo oprimido bajo aquel pelaje color miel y destellos áureos. Aquel abrigo era un perfecto blindaje para los fríos días de enero pero también un verdadero ataque contra toda estética imaginable, me otorgaba una abultada apariencia de osezno algo aturdido por las primeras y peludas pieles.

(Aunque Boceto, con una nariz casi tan larga como la de Pinocho –recordemos, yo era un niño mentiroso…- no lo oliera entonces, tiempo habrá para que años más tarde todo lo sombrío y muerto de las épocas le golpeen de lleno en el rostro, y esa anosmia de su infancia y juventud primera de nada sirva como barrera o escollera para los años de después, que todo lo olió.)

Los cincuenta fueron una buena materia prima… para incrédulos y botarates, como todas las décadas: el sol, creéme, ilumina lo mismo durante millones de años, apenas son perceptibles algunos mínimos cambios, de modo que si uno espabila y se hace con los billetes necesarios… Baden-Baden en cualquier tiempo.

Había una España triste…

Había las españas que uno quería que hubieren: de puertas a dentro de tu santo hogar podías convertirte hasta en un asesino en serie: asar a tu familia en una barbacoa, ahogarlos en una piscina azul, someterlos al cilicio, condenarles a ayunas constantes, tenerlos encerrados bajo siete llaves…

Aunque bastaba con dos españas.

Estaba prohibido ver películas cochinas…

Pero podías hacer las cochinadas que quisieras con tu mujer… o con la niña pervertida del quinto sin salir de casa.

Estaba prohibido leer aquello, lo que fuese, ofensivo o degradante para el Régimen nacido del 18 de julio…

Pero podías escribir en tu cuaderno secreto que a Franco, en ocasiones, bajo palio al son de los metales celestiales de los carillones, se le agrandaba tanto el agujero del culo que hasta era posible meterle un báculo por él…

¿Y eso?

Generalotes hubo de su promoción, Queipo de Llano, por ejemplo, sin tener que ir a los desiertos del África a buscarlo, que le pusieron de mote Paca la Culona… Luego en su caso no resultaría tan extraña esa rara dilatación. Algo sabría aquél de ello. Un militar español no habla así como así ni arriesga sin motivo ni sus galones ni sus charreteras, ¿le daría él por el culo?

JD.: yo nací en la época de los pantanos, nuevos mares hechos por la mano del hombre, como los calificaba Su Excelencia en 1952: En España no se perderá a partir de hoy ni una sola gota de agua, recalcaría con su voz atiplada de impostor pertinaz.

A las armas contra la pertinaz sequía.

Y acciona el interruptor general y las compuertas, como ubres gigantescas, dejan escapar las aguas que pronto sacian la sed de las tierras áridas y marchitas de la sagrada piel de toro a causa de la falta de lluvia.

(¡Joder, Vivales!)

Paca la Culona, cual Jano prodigioso, vigilante de las entradas y salidas de las españas, se inviste ahora con una doble identidad reversible a su antojo y de acuerdo con sus actividades protocolarias, inagurador él: Paco el Rana.

El Nodo informa con encomiable prontitud de cuantos trabajos, pantanos y afanes prodiga Franco, ese hombre (0)…

Yo sé de un tipo que cuando iba al cine con su señora, quien, dicho sea por ser pertinente, era la que había elegido la película, esperaba con mucho más agrado el Nodo que el propio film: qué ritmo de imágenes, qué orquestación, qué locución perfecta…:

Su Excelencia el Jefe del Estado…

El hombre de los mil libros apilados en la mesa de su gabinete de trabajo, el hombre con la escopeta al hombro que vela por el descanso y la paz todos los españoles, Franco, Ese Hombre…

En los cincuenta eran muchos los esforzados autodidactas que seguían esperanzados los cursos de inglés que se emitían por la radio:

My name is David.

My taylor is rich.

Edward is a clerk.

His sister Nancy is a typis.

And his brother William is shop-assistant.

La casa de un inglés es un verdadero palacio.

Yo no sé bastante español para hacerme entender.

Te daré las pantuflas de mi suegra si me das el ataúd de tu marido.

Is your taylor a rich man?

1963: Boceto: 3 años: ¿Y antes de que yo naciera todo era igual que ahora? ¿También la gente tenía dos piernas? ¿El cielo era azul? ¿Había coches? ¿Existía la gente?  ¿No estaría todo negro… sin nadie, sin mí?

El 30 de marzo del 52, domingo, día del Señor, ya abonaba con sus cacas la tierra JD., El hermano de Van Gogh, como gustaría denominarse a sí mismo muchos años después, y de Carlos Brell nadie supo nunca nada de nada hasta el día de su nacimiento, martes, día de Marte, un año justo más tarde, en el 53.

El mundo, como descubriríamos todos un día, era posible antes de ti y después de ti. No te necesitaba para nada, lo cual es una gran desilusión.

Cuando Boceto empezó a ser algo reconocible casi una década después del año de los pantanos, otros millones de seres humanos habían dejado de ser para siempre jamás y ahora sus restos yacían a dos metros bajo tierra y, aunque mentira les hubiera parecido, el sol seguía brillando al igual que cuando ellos estaban vivos y también había seguido brillando cuando murió Nabuconodosor, Hernán Cortés, Napoleón y el papa Juan XXIII.

Y Boceto creció. Y fue. Hasta tomó su Primera Comunión vestido de marinero con un misal en las manos flanqueado por mamá y papá, arrodillado los tres en sendos reclinatorios tapizados en un rojo burdeos algo deslucido, frente al magnífico altar mayor espléndidamente iluminado de la glesia conventual de Santa Tecla.

Y se convirtió en el Niño Mentiroso que, como aquél otro, a punto de untarse con todos los pringues de la adolescencia, había descubierto lo sublime sin dejar de disfrutar de lo mediocre.

1972:

Igual se tragaba La corrupción (0) en el gallinero del Pompeya que se inquietaba en el Jerusalen contemplando como esos hijos de las españas convertidos en lobos se zampaban finalmente a su víctima (a la que habían echado el ojo nada más aparecer en el horizonte, despreocupada, ingenua y sin saber con quiénes iba a jugárselas): Ana y los lobos (4).

Veinte años atrás no era nada, y lo más desconcertante, podría no haber sido nada hasta el repliegue final de las galaxias en su interminable vaivén.

¿Y el mundo era posible sin mí?, preguntaba el infeliz en 1963, año en que el presidente Kennedy es asesinado (unas pocas horas después, el mismo día, 22 de noviembre, viernes, muere Aldous Huxley en Los Ángeles sin que la noticia traspase más allá de un reducido círculo literario), año (extraño) en que su Excelencia a punto está de ser reventado por una bomba en el Puente de los Franceses, en Madrid: la intentona fracasa y los autores, aún con las manos limpias, son ejecutados: antes lo había sido Julián Grimau, delatado a la policía por un traidor, y cuya muerte preludia los amaneceres de sangre: 27 descargas contra el cuerpo del comunista no son suficientes, por lo que es rematado con dos tiros… por la gracia de Dios.

En el 52 JD. estaba en el mundo pero en realidad estaba en el limbo. Era como un animalito que buscaba el calor de lo que fuese, la protección de la oscuridad, el feble contacto con otra piel… ¿humana?

Sí, hay que llamar al médico.

No se le ocurra llamar al médico puesto que yo no quiero que venga el médico. Sé cuidarme solo.

Hace mal en no creer en la medicina.

Los médicos inventan enfermedades que no existen.

Eso proviene de un buen sentimiento. Les agrada curar a la gente.

¡Inventan las enfermedades, ellos inventan las enfermedades!

Tal vez, pero también curan las enfermedades que se inventan.

No tengo confianza más que en los veterinarios.

Sólo un buen católico puede ser un buen español.

Al padre de aquel, uno, le llamaban, por detrás, de tapadillo, El Buen Español, se le quedó el mote por esas cosas que pasan:

-Yo, como buen español que soy

En el 52, con las cosas del cinematógrafo hay que andarse con ojo y a salvo de los curas trabucaires con el hisopo en la mano, tú, JD., al que tan aficionado serás con el tiempo, líbrate de la maldición y del hisopazo en toda la frente:

¿Adónde caminamos por vías tan abiertas a la inmoralidad en los espectáculos, especialmente el cine? ¡Invento diabólico! ¡De este modo nunca llegaremos a ser la patria grande y vigorosa que deseaban aquellos que vertieron su sangre en la Cruzada…! ¡Hay que desprender este tumor canceroso del alma noble de la nación, sajarlo, hacerlo desaparecer, hay que librar a los buenos españoles de esa perdición! ¡Hay que salvarlos del cine!

Ninguna persona que frecuente el baile puede ser pura, le dijo el agustino pederasta al padre del por ahora hijo único JD. El viejo Brell que entonces era el joven Brell de 32 años no asintió pero guardó un prudente silencio mientras reservaba la plaza para el párvulo de mañana.

¿Y qué pensaba la mamá?

Calla y desvía la vista… del 52:

Ya lo sabes, mujer, cuando estés casada jamás te enfrentarás a tu marido, ni opondrás a su genio tu genio, y a su intransigencia la tuya. Cuando se enfade, callarás; cuando grite, bajarás a cabeza sin replicar; cuando exija, cederás, a no ser que tu conciencia cristiana te lo impida: en este caso no cederás, pero tampoco te opondrás directamente, esquivarás el golpe, te harás a un lado y dejarás que pase el tiempo, que todo lo cura. Soportar, ésa es la fórmula… Amar a tu marido es soportar.

Y callar, siempre callar.

Al callar le dicen sabia:

Mujer, los labios cerrados (y las piernas abiertas).

Tú, JD., más de diez años después de la Cruzada, aún naces en tiempos de racionamiento, donde huele a leche en polvo y a un queso amarillo americano repugnante… Pero el entonces joven Brell el Viejo sigue guardando un prudente silencio: en su hogar las tres bocas acaban saciadas, ni una sola privación sombreó comida o cena alguna en esa casa, donde tampoco faltó nunca una servidora desgajada de su pueblo sirviendo la mesa, limpiando suelos, fregando cacharros.

Prudente silencio… ¿Acaso no guardó un prudente silencio ante el ajusticiamiento de Grimau? ¿No le libró esa discreción, al contrario que a otros compañeros de la universidad, de la visita de la policía secreta? ¿No le salvó de un expediente que quizás conllevaría una rigurosa expulsión de la universidad? ¿No ha alejado a su familia de un plato de arroz de pobre o garbanzos de seis perras gordas? Hasta en restaurantes de estrellas han comido cuando así se le ha antojado, y tres días a la semana carne fresca no ha faltado para llevarse a la boca.

Qué país y qué época Miquelerena… donde el estraperlo y las putas son de indispensable servicio social: hacen que las cosas marchen.

Boniato, achicoria y pantanos. Hay que ver lo que cuesta que un país eche a andar cara al sol.

Facilita distracciones asequibles: el pueblo merece asuetos.

¿No tienen bastante con la diversión de la cama?

Yo sé de un tipo que se compró un manual de psicoanálisis por 20 pesetas: a través del método que preconizaba desenmascaró su alma y supo, por fin, quién y cómo era y por qué era, despojó de harapos su alma inmortal, la dejó desnuda y vio por fin en el espejo su rostro auténtico.

El viejo pero joven Brell se detenía frente a un quiosco callejero, sonreía a hurtadillas, guardaba un prudente silencio ante la mercancía expuesta al personal inocente:

Pueblo, Levante, Arriba, El Alcázar, Ya, Jornada (con el trágico suceso de esta mañana)…: caterva de páginas mal impresas con el único objetivo de instaurar una doctrina antes que dar una noticia: Dale Carnegie, Cómo ganar amigos.

¿De qué viviré mañana si me sueltan hoy de la cárcel: Dale Carnegie, Cómo suprimir las preocupaciones.

¿A qué puedo aspirar?: Adolf Hitler, Mi lucha.

¿Cómo recuperar la antigua confianza?:

(Joseph Goebbels, Diarios:

26 de abril de 1942: El Führer llegó a Berlín a mediodía. Está en perfectas condiciones físicas y espirituales. Es un hecho que este hombre providencial nos conducirá a la gran victoria.

20 de abril de 1943: Los soldados de las SS afirman que es posible destruir a los bolcheviques en cuestión de unos meses más. Son gente cobarde que no saben por qué causa luchan ni qué defienden.

24 de noviembre de 1943:

Los ingleses han vuelto a bombardear Berlín con bombas explosivas de gran potencia…

El odio que siente por los ingleses la población de Berlín supera todo lo imaginable.

El comunicado facilitado por la Luftwaffe acerca del raid aéreo es aterrador…

Tengo cosas más importantes que hacer que enfadarme con los ingleses…)

¿Qué áspid es éste que me muerde el corazón: Cecil Roberts, Tormento de amor.

Pearl S. Buck te descubre todos los misterios del Oriente, sus costumbres y tradiciones, la inquebrantable fidelidad a sus ancestros, su resignación ante el destino adverso, la impavidez ante la fortuna: La buena tierra.

¿No mantenía un discreto silencio cuando durante el verano del 52 acompañado de su santa esposa y el bebé embozado iban a La Malvarrosa con los dos albornoces protectores en la bolsa?: al salir del agua uno se cubría con el albornoz como si saliera de la ducha ante la mirada censora de los cruzados.

Hartos son los peligros de la carne en 1952 a pesar de los muchos sabios preceptos preventivos y represivos que se promulgan desde los púlpitos y se decretan desde los ministerios obedientes al mandato cural.

¡Ocultad  el muslo, pues incita a la masturbación!

¡Ocultad los rostros, pues incitan a los besos!

Padre Octavio, ¿no exagera usted?

Hum… ¡Lo sabré yo! (Cuatro masturbaciones diarias.)

Padre Octavio, ¿El mártir del Calvario (0) está libre de pecado?

Escena hay en ese film, san Pedro en paños menores, que debería ser revisada con severidad.

Padre Octavio, ¿hay tentación en Cantando bajo la lluvia (5)?

Y mucha: los rollos 8, 9, 10 y 11 (contábalos el censor, así eran ellos) incurren en tal concupiscencia de besos que dudo que deba ser autorizada para su proyección. Anda, vete a ver Sor intrépida (0) y Alba de América (0),  huye de las cochinadas americanas.

¿También al final de la década JD. se sentaba en la fila de los mancos?

No ciertamente, él era un niño cinéfilo enamorado del tecnicolor y aún lejos de los efervescentes placeres del magreo. Y el cinemascope lo raptaba de tal forma que al encenderse las luces de la sala tenían que buscarlo entre las butacas con ayuda del acomodador, cuando en realidad se hallaba incrustado en el lienzo de la pantalla, una mota oscura que apenas sobresalía de la espléndida blancura.

Películas… ¿Soy en el mundo?

¿O sólo estoy en el mundo?

Camus cree en el hombre (el destino es el hombre), escribe en su diario intelectual el joven viejo Brell, y Sartre cree en la nada (nacemos para la nada): es claro que esas dos posturas eran irreconciliables.

En el 52 Albert Einstein, sin el menor pudor, nos saca la lengua a todos los mortales: sois carne de radionúclidos.

Que os den por el culo, matarifes.

Fiodorov versus JD.:

Tú es que eres de la prehistoria… Yo ya soy hijo de la modernidad.

Nació exactamente un año después, en 1953, el mismo día 30 de marzo, que por esas cosas que pasan en el calendario gregoriano, cayó en lunes, día de la luna.

Hay que ver lo modernos que éramos entonces: podía proyectar mi vida entera de 7 años con un Pathé Baby.

Para conocimiento de mi hermanito y mis padres, y también para el público en general.

Una biografía hecha de retales, una copia infame en 16 milímetros de imágenes temblorosas, secuencias cortadas, planos borrosos, escenas suprimidas y muda, muda…

(Porque las palabras son como dibujos en el papel, y a pesar de que uno leyera las palabras en voz alta éstas, por sí mismas, no producían sonido alguno: mudas.)

En 1953 tú podías vivir el mismo tiempo –por ley- que una película: a los cinco años acababa su exhibición pública y debía ser destruida.

A los cinco años  muchos niños se morían de desnutrición o por empacho de legumbres, así que  el Santo Padre, por designio del Gran Dios  los destruía: al hoyo, que hay que ver lo que medra la mugre humana en estas clases de baja estofa, se multiplican como los panes y los peces.

Anda, vete al puerto, que los americanos están repartiendo leche en bote.

Dile a un hambriento que el hombre es una pasión inútil, se burla Fiodorov (nacido en el 53) en 1972, y te responderá, como buen sartriano sin saberlo, que unos viven en el palacio de las ideas mientras otros como él duermen en chozas y pisan la mierda real bajo sus pies, y bienvenidos sean la leche en polvo,  la coca-cola, las chocolatinas y los chicles americanos y el camel o el pall mall para rematar.

(Sólo te sentirás libre cuando descubras de una vez por todas que no serás: la apariencia no oculta la esencia: la revela, es la misma esencia.)

En el fondo, JD., nacido en la prehistoria según el otro, era exactamente un individuo, sólo un hombre rebelde, aunque tuvo que reconocer esa condición suya fatalmente tarde, ya fracturado, desbordado por toda clase de límites: la rebelión nace del espectáculo de la sinrazón.

Señor Marshall, si me das un bote de leche te guardo en custodia una docena de bombas nucleares debajo de la cama.

Hecho.

Josif Vissariónovich Dzhugashvili ha muerto. La historia no ha podido con él.

Él ha podido con la historia, con todo lo que se le ponía por delante, y se muere a sí mismo.

Al final, un traidor en forma de aneurisma le disparó por la espalda reventándole la cabeza con un fusil Mosin Nagant, y allí acabó el hombre de acero.

Yo sé de un tipo que, en las españas, brindaría esa muerte con tres gin-fizz: luego le cogió gusto al asunto y no había mañana que no se trasegara los tres gin-fizz antes de la una y así se ahorraba la comida del mediodía. No tardaría en reventarse el hígado:

¿Y qué fue del finado Fernández?

Nunca más se supo.

Como de la proporcionalidad exacta de los siete ingredientes de la 7x, que nadie sabe nada de nada de sus efectos mortales con el tiempo, ni siquiera los que guardan el secreto de su fórmula letal en alguno de los pantanales mefíticos de Atlanta (USA): el caso es que este brebaje yanqui sabe bien, refresca mucho (al menos de momento) y tranquiliza el espíritu con sus burbujas del demonio.

Yo sé de un tipo que en el cine (de doble sesión, naturalmente), durante los entreactos entre película y película (Descanso. Excelente servicio de bar.), analizaba las transparencias publicitarias: no dejaba de encontrar cierto encanto poético en ellas, y permanecía alelado sin perderse ni una mientras aparecían en la pantalla. Debía ser el único entre todo el personal al que aquella tosca publicidad captaba con sus cantos de… sardina. 

Cine o sardina, ese fue siempre el gran dilema del niño cubano que nunca se hizo grande porque eligió el cine y las más de las veces se quedaba sin comer.

En las españas del recién nacido Fiodorov, que por entonces dista mucho (tiempo al tiempo) de saber quién es el tal Josif Vissariónovich Dzhugashvili, el bocadillo de sardinas, que alterna con el de mortadela, sigue imperando en el menú de mucha de la clase obrera, que ni siquiera sabe por qué parte de Europa se llega a Alemania (¿tal vez a través de Rusia?, ¿del Canadá?), y el meollo de la gobernanza se explica de manera harto meridiana y justificativa ya en el mismo preámbulo: Yo, como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a dar, porque yo, como alcalde vuestro que soy…

¿Me cuentas la película?

La he olvidado completamente.

Pero no existe consuelo. También nuestra vida se proyecta en el tiempo como una película sobre un telón, y gran parte de la mía en un blanco y negro desolador… imborrable, indeleble en una conciencia que ya ha renunciado al consuelo y sólo busca el descanso: todo el pasado es como un tumor que invadiera el presente, lo metastizara hasta dejarlo hecho trizas, hasta acabar con él, y uno, aterrado, sólo vive en el pasado, apresado en su bajeza y pestilencia.

Cine o sardina… Dios proveerá.

¿Aún estamos con Dios?

Y cuanto sea menester, que Dios es Dios (según Calderón).

Palabrita del Niño Jeús.

Tocas el pito de reclamos de cazar patos… y Dios aparece en forma de pato distraído: le sueltas la perdigonada, y a comer… Allí mismo te lo comes crudo y sin desplumar en el mismo fondo de la barca que empuja la pértiga sobre las cenagosas aguas de La Albufera.

El hombre está ciego, penetra en el silencio del templo:

Nada puede ver: ¿Qué pasa con Dios y sus imágenes, qué pasa con la de los santos a los que la unción y los ojos de cristal elevados a lo alto dulcifican sus semblantes de pino (de Soria) merced a las sabias manos del dorador?

Dios no le es revelado a través de la materia… para beatas (¡Qué sofoco, Dios mío…! Un poco de agua del Carmen, por caridad): el ciego llegará a Dios a través del espíritu, (palpará sus barbas etcétera)

Luego las imágenes sirven a… quien sirven: una especie de retórica para los pobres de espíritu.

La mayor prueba de que Dios no existe, terció el ex cura proletario, casado en primeras nupcias con una hermana de la mujer matemática-, es que un Dios bienhechor y justiciero, un Dios misericordioso, jamás podría albergar en su esencia esa duplicidad grotesca y antinómica, nunca aceptaría compartir su divinidad y potestad con ese otro Dios indiferente a la injusticia y corrupción universales y mantenerse ajeno e impávido al sufrimiento y la muerte de millones de seres… indefensos e inocentes de toda culpa menos de la de haber nacido.

Usted confunde a Dios con el Diablo.

Y usted el culo con una hortensia. Ambos son la misma cosa… inexistente.

Yo sólo creía en el Manifiesto Comunista… Esa era toda mi Biblia, mi Código Vital. Y ya ve cómo andan las cosas… (por estas calendas de los ochenta), dijo uno sin ánimo de molestar, porque tampoco, a estas alturas del 2000, se trata de hacer de tu biografía un arma arrojadiza que lanzar  así como así a la cabeza de los otros camaradas.

Interludio:

(JD.:

Un verdadero escritor escribe para sí, y cualquier lector que lea cualquiera de las páginas que escriba debe ser considerado un voyeur, un pervertido que ni siquiera es capaz de masturbarse con su sola imaginación:

¡Aparta de aquí, perro! ¡Pega tus morros al televisor, que es lo tuyo!)

(El verdadero escritor siempre termina huyendo al país de nunca jamás a enmierdarse de veras con la tierra que pisa, a comer de sus únicos frutos, a dejar pasar en blanco los días como atrás quedaron encima del escritorio los folios sin profanar, a lanzar la máquina de escribir a un pedregal, a creerse aquel de la infancia o el de los sueños...)

Vivales, el prestigioso y afamado autor de nuestros días, cuya única revolución fue pasar con premura las páginas de Cambio16, leer Por favor y Hermano lobo, ojear Playboy (con una mano) y consultar las páginas de cultura de Triunfo para adquirir el barniz adecuado que le hiciera brillar en alguna circunstancia de amores beneficiosa, también leyó el Manifiesto Comunista, pero sólo porque tenía menos de 50 páginas y era lo que se llevaba, la camiseta de moda de por entonces que a los vivales de siempre les valía para ligar con las progres, las exaltadas, las enfurecidas, las echadas a perder sin remisión, las pobres frustradas por ser hijas de casa bien, las universitarias de casa pobre que disimulaban con blusas baratas los tejanos de siempre, las que imitaban el habla de sus criadas…

¿Me cuentas la película?

Interludio:

Vamos a dejar los años en paz (de momento): 52, 53, 75, 83, 92, 2002…

Los años, los desafíos, los logros (?), la muerte…

En el 78, ah, Boceto:

Seguía a la caza de las indias cachondas: en esta ocasión se benefició una noruega de mucho juego: parecía como si no hubiera follado en su vida de las ganas que ponía en el asunto, y rebasaba ampliamente la treintena. Luego acudían a un bar Charlie, y la noruega, chamuscada por el sol mediterráneo desde hacía semanas, bebía bourbon tras bourbon hasta que la cabeza se le doblaba hacia abajo y se estrellaba contra la barra, a lo noruego: el sonido era estremecedor como de muerte definitiva, un crujido seco, profundo, como de huesos hechos añicos dentro del cráneo, pero la nórdica resucitaba, se enderezaba, sacudía la melena rubia, apuraba el último trago y se largaba con el bolso bien agarrado en la mano y las bragas empapada de hediondas humedades a dormir la cogorza al hotel.

Si follas mucho se te caerá la nariz.

¿Y eso quién lo dice?

La sífilis… en su fase ya mutiladora.

¿Aún andamos en eso?

Ha vuelto la peste. Estamos más atrás todavía que la Alta Edad Media, mucho antes del año 1000… Estamos en el año II D. de F. ¡Mira la gente desnuda por doquier y el joderío incesante, sin ley ni orden! Todo el mundo con el culo al aire, presto a la coyunda sin el menor miramiento, sucumbiendo al pecado de la carne como si el infierno nos fuera a engullir esta misma noche y allá se hundieran todos los placeres para siempre jamás…

El Gran Hombre de Empresa Pensador observa melancólico el paisaje que se divisa frente a él: la verde pradera por donde se desliza la brisa suave que mece las ramas de los árboles de mayo, y por encima de las profusas copas el cielo azul se muestra surcado por morosas nubecillas blancas.

En España, ahora, se hace el dinero a paletadas.

¿En qué piensas?, pregunta el Otro Gran Hombre de Empresa una docena de años más joven, y por tanto menos pensativo de cosas tristes que el Gran Hombre de Empresa Pensador entre verdes, azules y blancos.

En qué será de mí después de muerto.

¿Realmente te importa lo que ocurra una vez cerrados los ojos para siempre? Nunca te enterarás.

Sí, es algo que me preocupa.

Me dejas sin palabras… Tú, ahora, no eres un muerto, no tienes nada que ver con eso, y cuando estés muerto, tú, entonces, tampoco tendrás nada que ver con esto otro: serás nada… u otra cosa peor: el vivo que eras se habrá desvanecido en el aire… (Una pausa reflexiva) Y, no te creas, también a mí me jode tener que morirme como cualquier mindundi que calza zapatos de plástico chinos, viste polos de 6 euros y se hincha la panza de pizza industrial y cerveza barata los fines de semana…

(Para fortuna del capitalismo depredador, no revienta el asiduo navegante de los centros comerciales y seguidor recalcitrante de los partidos de la Liga de fútbol, y el lunes, automatizado, retorna al trabajo con su cara de ceniza y los ojos agrietados.)

Érase dos hombres con sendas copas de whisky escocés en las manos en la terraza del club de golf Los Cedros con la única maldición sobre ellos de la muerte, de la incuestionable certeza de no ser eternos en esa felicidad económica, física y degustativa bajo el sol de oro, los cielos azules y las nubes blancas, las verdes hojas cimbreadas por el airecillo suave.

Los años…, 1953, 1973, 1986, 2008…

Ante la falta de respuestas el hombre poco común se refugia en consideraciones metafísicas como los católicos se dejan drogar por la fe, los agnósticos por la naturaleza, los codiciosos por el dinero, los frívolos por las naderías de la presa rosa y amarilla.

Todo ese mundo intermedio, de grisura cobarde…

Aborrecible gris… ¡Blanco o negro, esa es la cosa! ¡Vivo o muerto!

Afortunadamente dejó de tener ilusiones…

¿Quién?

¿Qué más da?: él, cualquiera, el que así lo descubriera en su horrible momento de mucho después de joven, cuando correspondiera, no antes de hora, en ese tiempo en que hay que tener las ilusiones apretadas entre los dientes y creerse el ombligo del mundo.

Ya bien entrado en la edad adulta, de lo contrario aún en la adolescencia, como le ocurriría a Rimbaud, a Keats, a Plath, sólo hubiera tenido ante sí la enfermedad y la muerte.

Si follas mucho…

Boceto El Seductor, lejos de la enfermedad (que es algo que sólo les pasa a los demás) y la muerte (que no existe), a los catorce años intenta desesperadamente poner las cosas en su sitio cuanto antes: la polla y sus exigencias no le permiten descanso y el asunto comienza a adquirir tintes melodramáticos, de modo que el púber comienza a urdir estratagemas de vil seducción de una ruindad inimaginable para los de su edad.

Servidora, en este año del 75, siempre recorriendo incansable los oscuros pasillos y rincones del hogar de los Brell (Dios lo bendiga), a toda hora de aquí para allá ocupada en menesteres domésticos, es la pieza a abatir sin duda (¡no hay otra!).

Servidora

Tan al alcance…

Complaciente y lectora…

Su boca era serena, sus ojos ligeramente dilatados, su mirada incrédula, arrobada por la solemne espera…

La erguida Kira…

Servidora, de 22 años en 1975, era la hija mayor del vigilante nocturno de una fábrica de saneamiento, viudo con cinco hijos, tres chicas y dos chicos (uno de ellos con espina bífida, de catorce años, de la misma edad que nuestro héroe aunque habitante de un planeta muy distinto). Eran el típico caso de una familia venida a menos por las circunstancias darwinianas que había engendrado la pasada Guerra Civil española. La madre, de origen campesino, emigrante conquense y solícita esposa, que en menos de una década había dado luz a sus cinco hijos, había muerto en 1966 de una neumonía no tratada médicamente y sí aliviada con infinidad de remedios caseros e inútiles pero baratos. El padre, despreocupado semental  a la hora de la siesta, era hijo de un maestro de escuela republicano, también con familia numerosa, que sería represaliado sin redención posible y encarcelado hasta 1946. Al salir de la prisión se diría que era un hombre mudo: nadie a lo largo de los años siguientes pudo escuchar de sus labios dos frases seguidas. El antiguo maestro de escuela y abuelo de una servidora se dedicó a malvivir de la tierra propia, yerma y escasa, y de los jornales que conseguía faenando para otros afortunados de mayor hacienda. Terminaría alcoholizado y muerto a destiempo no sin antes romper la mudez y proferir cuádruple blasfemia ante el estupor del cura del pueblo y el pasmo de los congregados en torno a su lecho de muerte:

¡Me cago en Dios, en Franco y en España y también en tu puta madre, sotanas de mierda!

Siguió un silencio mayúsculo tras la plural cagada, en el transcurso del cual el blasfemo, ante el pasmo general, exaló su último suspiro.

Su familia, repudiada a partir de entonces por las buenas gentes del poblachón manchego, acabó en Valencia, ocupando una portería en una de las calles del Ensanche, hasta que cada uno de sus miembros, incluido el progenitor de servidora, logró escampar por los solares del submundo urbano (y depredador, que añadiría nuestro buen samaritano Fiodorov).

Tengo una novela más bonita… ¡Te la voy a dejar!, le dice Boceto a servidora.

¡De veras, te la voy a regalar!

La chica, Kira, me recuerda mucho a ti…, miente el taimado adolescente con el Clerasil en la mano sin ruborizarse lo más mínimo.

de finas piernas bronceadas

Servidora, por lo bajo, se ríe del mocito y su burda asechanza: bonita praxis… para ella, pero aguarda unos añitos, niño…

Se llama Los que vivimos… ¡Te la voy a regalar, asegura el niño con saviesa sonrisa.

(Eso ya lo has dicho antes, pazguato.)

Boceto cumple su promesa y una mañana deja sobre la cama de servidora (esa cama prohibida aún en la que sueña revolcarse como un cerdo en sus excrementos) una miserable edición de bolsillo de la colección Reno de Los que vivimos, de la impar Ayn Rand, tremebunda novelista que obtiene un gran éxito entre los lectores españoles, ¡qué remedio!, de los cincuenta y sesenta, y seguida no muy a la zaga en la predilección general por colegas inscritos en la misma biblioteca selecta como Vicki Baum, Zilahy, Van der Meersch, Buck, Evan Hunter, Leon Uris, Bromfield, Harold Robins, Yerby…

¿Conseguiría Boceto culminar los obscenos propósitos que albergaba hacia Servidora? ¿Acabaría al fin haciéndola suya sin contemplaciones? ¡Qué abril maligno… con mayo (peor aún) a las puertas!

Te queremos tanto Boceto… Pero te mantendremos encerrado en… ¡una urna de plomo y hormigón armado, pequeña sabandija!

Más bien sería al contrario: ella fue la que a él le dio la vuelta como a un calcetín, lo puso del revés, le puso de vuelta y media, se apoderó de ese pene de buena crianza a su antojo y conveniencia.

¿Cómo eran los ojos del seductor nuestro pequeño Sorel?

En aquel tiempo…Sus ojos eran austeros y amenazadores como  una llama que ardiera bajo la fría bóveda gris de una caverna

¡Te haré mía!, se juraba a sí mismo Julen Boceto empachado asimismo de las peripecias decimonónicas hojeadas al buen tuntún (tanto monta monta tanto Poison du Terrail como monsieur Henry Beyle, don Benito Pérez Galdós como don Felipe Trigo, Valle-Inclán o Fernández y González):

Esta come la sopa con cuchara de estaño, lo que le presta ese horrible sabor metálico al caldo…

Yo le haré ver las delicias de la nobleza, se dice Boceto en afán didáctico.

Pregunta capital: ¿cómo ha llegado semejante libro (vamos a llamarlo de ese modo a ese conjunto de páginas amarillentas y sobadas, todas a punto de descabalarse) a la biblioteca del terrible Brell el Viejo?

Respuesta previsible: de manos de una servidora precedente, en la actualidad dependienta en un puesto de frutas y verduras en el Mercado Central, que, una vez leída la novela, la abandonó entre los otros libros que por doquier se diseminaban por todos los rincones de esa casa de chiflados.

Oculta a los ojos del patriarca (y a la vigilancia ortodoxa de JD. y Fiodorov) el volumen se salvaría de la ira flamígera hasta que acabó en las manos pecadoras del benjamín.

Terrible Boceto, intercambiador de cultura por sexo: le escribió un poema Servidora: Champán y las manos de María.

El arte de la seducción no reclama prisas groseras…

Deja ya de mirarme como si fuera algo raro. Quiero beber.  quiero una mujer como tú. Quiero hundirme, hundirme, hasta donde puedas llevarme.

Paciencia, garañón. ¡A qué esas prisas! Son cosa de paciencia las cosas del amor.

El diez de noviembre, a las tres de la tarde, esta cae… ¡Por éstas que cae!, jura al aire.

Orgullosa…

Ya le enseñaría él. Ésta debería volver a los días del pan rancio y el arenque de barril. Entonces sabría lo que es bueno… ¡No racionaría sus encantos si así fuera!

¿Por qué página vas?

¿Y a ti qué mierdas te importa, niño?

¿Y si le cantara La Internacional?

Bah, a buen seguro la letra que acompaña la música le parecería como el agua gris y pringosa con que friega los platos.

O es excepcionalmente honesta… o simplemente estúpida.

Y hoy la descubre deslizándose provocativa un poco más allá de él por el pasillo curvo vestida con una falda corta y estrecha de color beige que apenas le cubre medio muslo, alejándose de su lascivia acechante (¡Brell, El Maligno se ha apoderado de ti!): Boceto sale desde las sombras disparado como un cohete hacia su habitación maldiciéndola entre dientes, y allí, en la triste soledad de su dormitorio, la ha pulverizado dos veces, la ha hecho suya sin piedad, la ha mancillado hasta la extenuación (de él). ¡Qué no hará este semental con la sola imaginación y su mano pecadora!

Escena singular:

Él estaba en la escalinata del palacio, con las manos en los bolsillos, el cuello del gabán levantado.

Quiero advertirte otra cosa: no me gustan las mujeres que me dan a entender demasiado cuánto me quieren.

(…)

Pero te digo que me gustas, arrogante criatura, tanto si quieres oírlo como si no.

(…)

Tengo que marcharme, Kira…

¿Ya?

Nos veremos… el diez de diciembre, a las tres…

Tomó su mano antes de que ella la tendiera. Le quitó el guante y llevándosela lentamente a sus labios la besó con gran dulzura en la palma.

Luego se volvió rápidamente y se alejó. Bajo sus pies crujía la  nieve.

¿Esto se va a alargar las malditas cuatrocientas páginas de la novela?, se pregunta el adolescente seductor calenturiento.

¿Qué hacer? Aguarda un año, dos: te meterás entre esas piernas.

Ya decían los antiguos: …¡Ah, la obsesión de la carne!

Solución: mete los pies en una palangana llena de agua fría.

Estos remedios domésticos rebajan la líbido, sin duda.

¿Qué no me estallarán las pelotas?, se dice temeroso al sentir tan grandes calenturas el adolescente novelero.

Antes arderá la cabeza con tales excitaciones. Le devoraban las punzadas de las sienes:

(1986, abril): Fue, tal cual, como si me hubieran caído en la puta cabeza un tercio de aquellos 50x10³ Ci radionúclidos arrojados a la atmósfera una década después por la explosión del reactor de Chernóbil…, recuerda.

¿Qué me dices?

Así eran las cosas en la incipiente y sucia adolescencia.

A salto de mata (y de años).

¡Duro tormento!

Taganov sería más directo, emplearía la fuerza de sus músculos jóvenes… A los diecinueve años desconocía la compasión: portaba la bandera roja, había sido herido, había dado muerte a un hombre… ¡Había asaltado el Palacio de Invierno! ¡Ese mentecato, ese Leo antaño siempre con la fusta en la mano…!

Y, sin embargo, cien páginas más adelante, el blanco Leo acaba llevándose a Kira al huerto… ¡Qué despropósito marxista!

Pues bien, ya sé quien soy: Taganov, el rojo: esos dos caerán como fruta madura (no había por ahí, dentro de su caletre, metáfora más esclarecida y menos usurpada).

Qué sin vivir, se lamenta resignado… ¡Y ella lo sabe, lo sabe!

Aquí estoy, muerto a cajón abierto, sin nadie que me vele.

Deja a Leo que estudie y pierda el tiempo con Kant y Nietzsche, que traduzca folletines. El malvado capitalista ha violado a la bella esposa de uno de los obreros de su fábrica; luego del ultraje, la mujer se suicida, y el marido es despedido sin contemplaciones a consecuencia de ello. El hombre no logra encontrar trabajo por más que se esfuerza en conseguirlo, por lo que el hijo de ambos se ve obligado a mendigar por las calles heladas del invierno moscovita hasta que un día fatídico es atropellado mortalmente por el reluciente coche –conducido por un chófer con librea- del propio capitalista violador y desalmado empresario que los ha arrojado a la miseria, al arroyo

Ah, Kira, qué rechazo pero a la vez qué fascinación te produce ese hombre comunista, esa encarnación de la revolución que aplasta a quien se le pone por delante, con sus fusiles, sus cárceles, sus consignas terribles. Son como… fieras con las fauces abiertas.

¿Te han dado la ración de pan?

Servidora cada día que pasa está más flaca, empalidece a ojos vistas, enmudecidos los labios… Ya se consume por mi amor… ¡Caerás!

El año 1923 1975, como todos, tuvo una primavera: época propicia para la pasión desenfrenada (si antes no revientas de hincharte a comer mijo).

Peor sería que el tifus se te infiltrara por las suela de los zapatos.

¿Ha leído usted, camarada, la última novela de Smirnov?

Tiempos nuevos: ¿Qué importa el pesimismo reaccionario de Schopenhauer frente el amanecer proletario?

Yo, dijo Leo, estoy estudiando filosofía, porque es una ciencia que no le hace ninguna falta a la República Soviética.

(Eso había afirmado el ruso blanco, atento a a la impresión que su palabras causaban en Andrei Taganov el ruso rojo.)

(Aquella sabandija contrarrevolucionaria hacía de John Gray su himno en lugar de La Internacional.)

Andrei –el terrible Taganov que cual tigre sabe que no se debe hacer daño a un gatito- tomó muy en cuenta declaración: Este hombre es un cínico, resolvió sin pensárselo dos veces.

Ah, pero Kira nunca sería propiedad del partido, de los soviets: ella cree en la vida

En verano, Petrogrado era un horno… (símil abusadoramente utilizado aunque esclarecedor para un proletariado todavía en su primera fase de instrucción ideológica, cultural y lectora).

(…)

Llega el invierno, empieza otro año.

Deberías saber, Servidora, que el tiempo no pasa en balde, y aquel esplendor en la yerba…

Boceto piensa detenidamente sus posibilidades:

Tal vez si tuviera colgados en la pared de mi habitación retratos de Marx, de Trotsky, de Zinoviev, dos de Lenin, uno de Stalin…

¿Serían suficientes tamañas admiraciones?

 Aunque mejor sería, ya lo creo, si la invito a comer auténticos pasteles franceses…

(O una sopa caliente: observa sus pálidas manos trémulas, desfallecientes y determina: es indudable que pasa privaciones.)

¿Qué esperas para abatirla de una vez?

En nuestra lucha, Kira, no cabe  la neutralidad.

¿Te resistes? Pues sigue levantándote a las seis y media de la mañana, date un remojón con agua fría, qué digo fría, helada, agua helada (estamos en lo más crudo del invierno estepario), y luego desayúnate con un pedazo de pan seco y medio vaso de insípido té con sacarina, y corre hasta el tranvía, desgraciada, pues si lo dejas escapar llegarás tarde al trabajo y perderás el empleo.

¿A esa clase de vida aspiras?

¿Nos hemos vuelto todos locos?

Instrúyela en la desesperación… se arrastrará hacia ti, ya lo dice la Biblia: parirás con dolor tus hijos, mujer, pero tu deseo será más fuerte y te arrastrarás ante el varón…:

(Taganov aprieta los tornillos: a leer la próxima semana, ni un día más de plazo:

Lo que tenéis que hacer por la unión,

El campesino rojo,

El taller y el arado,

El abecé del comunismo,

El camarada Lenin y el camarada Marx.)

¿Adónde iremos el domingo, camarada?

Por la mañana paseo sosegado por La Alameda y una sabrosa horchata en santa Catalina. Y por la tarde conferencia en el salón columnario de la Lonja, sede de antiguos facinerosos: La destrucción del capitalismo, a cargo del camarada Taganov.

 Y no te olvides de apagar la luz del retrete, camarada: tienes que desterrar de una vez tus costumbres burguesas: la luz cuesta mucho al Estado.

He aquí la primavera de nuevo, la nieve se derrite lentamente en las aceras.

¿Será capaz de vivir así día tras día hasta que caiga rendida a su pies?

¡Infame!

Pero… Así se templó el acero.

Llevaba diez meses que estremecían al mundo (que, en sus cuatro puntos cardinales, o en su absoluta redondez, era él, calenturiento y en ayunas de sexo a dos).

La habitación era grande y desnuda, con paredes encaladas, un camastro de hierro, un escritorio, una silla, una cómoda; pero ni un cuadro, ni una estampa; sólo libros, un mar de libros, papeles y periódicos, encima del escritorio, encima de la cómoda, por el suelo… y allí se torturaba el infeliz, aguardaba la rendición incondicional de ella.

… Y no pensar en otra cosa sino en ¡vislumbrar por el escote de su traje la raya de su pecho!

Y entonces, un día, dos años después… cayó la desdichada…

Antes te cansarás tú de mí que yo de estar contigo.

¿Por qué dices eso, Kira?

Porque no cabe duda de que un día u otro te cansarás de mí.

Tú no crees eso, Kira.

Ella se apresuró a decir:

Naturalmente que no… ya sabes que te quiero. Pero no debes tener la sensación… de que estás atado a mí… la sensación de que tu vida…

Y entonces descubrió que ella nunca leía poesía. ¡Qué decepción!

Sin embargo, le confesó la ya poseída (repetidas veces a lo largo de esa noche de pasión) con un brillo pícaro en sus ojos y una sonrisa lasciva: me encanta el fox-trot.

¡Diantre! (Ojo, Vivales, no te deslices…)

(Permitid sus muchas faltas… arcaizantes.)

 ¿Cómo acabará todo esto?

Todas las historias de amor acaban muertas, como sus protagonistas (pero mucho antes).

A propósito, ¿has leído el último libro de poemas de Valentina Sirkina?... Excepcional, camarada… Mi corazón que es como el amianto y permanece ardiente en la hoguera de mis emociones

¿Quién paga el champaña, quién paga el champaña?, se preguntaba maldiciendo Taganov.

(…)

Ya no cree en la revolución… Ahora ya sólo cree en ella.

Nosotros… que llevábamos las banderas tan rojas… (se decía Fiodorov al pensar en JD. (vivo bajo tierra).

Taganov creía en ella: Ella también es hija de la revolución…

Vamos al cine, cariño, le pidió ella.

La pantalla blanca cobró vida: Guerreros rojos (0). Ella…

Finalizada la proyección, la orquesta atacó La Internacional.

Taganov, finalmente, muere por lo único en lo que cree: ella… pero todas las historias de amor acaban muertas, como sus…

Boceto, en lo que respecta a Servidora, ha muerto:

Se ha sacrificado ante el callejón sin salida del desengaño.

(…)

Ella…

¿Por qué te casaste con un comunista? Esclavos de sus palabras son:

Mayo de 1986:

Gorbachov tranquiliza desde los miles de millones de televisores a los desgraciados de Bielorrusia y del mundo:

No se preocupen, camaradas, la situación está bajo control. Es un incendio, un simple incendio. No es nada grave. La gente vive, sigue trabajando lejos del peligro, os lo dice el Gran Hermano.

(Un peligro invisible… como el alma, más dañino si cabe.)

Servidora, en absoluta soledad, sonríe para sí: la vida era para ser vivida. Ahora lo sabía, como… Kira que, tiroteada por un zapatero, yace moribunda, desangrándose sobre la fría nieve.

¡Tengo otra novela tan bonita como ésa…! ¡Te gustará más todavía!, exclama Boceto con la polla en la mano.

En esta ciudad no nieva nunca.

Qué cosas.

Hasta ahora ha sabido ser dueño de los acontecimientos, y sus planes de seducción han sido medidos y de una efectividad  fría y soreliana, ¿por qué no va a suceder lo mismo en el futuro? Se trata, en definitiva de cálculo, de utilizar la dosis precisa de desprecio y deseo, una especie de quantum satis que desdeñe lo graduable: paciencia y mala intención, sin rayas rojas ni precipitaciones: lo justito para el encandelamiento, ser un Sorel con el alma a buen recaudo.

(No olvides que en esta vida, Kira, servidora, Boceto… todo es efímero, caducable, morible…)

(JD. tenía en un ángulo de su antiguo escritorio en la casa familiar una foto enmarcada de Malcom Lowry –sonriente, con la botella en la mano, quizá ya borrachuzo en el momento de la instantánea)- a modo de calavera presencial: no hace falta que apresures el paso, ella te espera.)

¿Miente un comunista?

No descuiden sus ocupaciones, camaradas. No hay motivo de alarma.

Siempre miente quien suma una moneda más que tú: comunista o no; tendero o no, presidente de gobierno o no.

Antes de morir las niñas de las aldeas próximas a Chernóbil dejaban de cuidar a sus muñecas, no las acunaban en sus brazos, no les cantaban nanas ni simulaban alimentarlas ni limpiarlas: las acicalaban con esmero, peinaban sus cabellos dorados, alisaban sus retales coloreados y luego las enterraban bajo la tierra empapada de veneno: porque habían muerto, aseguraban, como pronto nos sucederá a nosotras.

Y a otras ellas, a muchas de ellas ya podridas por dentro a causa del mal invisible, que se resistían a dejar huérfanas a sus marionetas de ojos grandes y mohín imperecedero, las encerraban en sus ataúdes de plomo con sus muñecas bien atildadas en los brazos.

¿Qué atenaza a los seres humanos verdaderamente?

El pánico y la pobreza, y la boca apestosa del político, del profeta, de Dios: palabras vanas, polvo en el polvo.

La pobreza ya no depara revoluciones en una época que la Revolución (la que siempre deja las cosas en su sitio) ha triunfado: de ella, pues, ya no hay nada que temer; sólo el pánico es capaz de trastocarlo todo, su desorden puede aniquilar cualquier logro: atrapado por el temor uno puede quedar petrificado como una estatua, es decir, deja de ser útil, o convertirse en un salvaje, lo que le lanza a la destrucción indiscriminada y a pervertir de forma irreversible el orden establecido.

Todo está bajo control, miente el gobernante con su cara de  juez justo. Creedme…

(Si no…)

Que no entren en pánico, ése es el santo y seña, la gran consigna: podría avasallarnos la gran marea atropelladora: las turbas.

Confiad en mí, dice la pantalla del televisor.

Y miles de millones de cabezas asienten y engullen la homicida y grasienta cena de la bandeja sobre las rodillas.

Muchas cosas se fundían en tu alma, y la aleación empezaba a ser monstruosa.

¿Adónde vas, Boceto?

Sales del cuarto de las escobas y te metes en la cama de la criada: menuda excursión de niño bien.

Brell el Viejo, en el año IV d. F:

A estos fulanos jovenzuelos de ahora les rodean todas las condiciones precisas para llevar a cabo empresas intelectuales e ideológicas de importancia, pero no parecen tener dentro de sus molleras ninguna de las causas y motivos que precipiten un mínimo desarrollo.

Nos gusta la televisión. Nos gusta creernos que Dios está con nosotros.

Nos gusta ser como ese pájaro que vuela hacia atrás porque quiere saber de dónde viene y no adónde va, que le da lo mismo.

Boceto: Todos los días me meto en un cine de doble sesión y apago la luz del exterior de una realidad carcomida por siglos de grandes mentiras. No me hace falta la televisión. Tengo mis propias maneras de escapismo, infame o no.

Prefiere, pues, otra clase de patrañas de mínimos efectos: un embuste pactado de antemano, inocuo y puede que hasta entretenido.

Escribiré un diario, se dijo ese indigente de catorce años, seductor de criadas y atónito amante de exiguo recorrido: cinco sacudidas y para el arrastre.

Su hermano Fiodorov había dado con sus frágiles huesos en la mazmorra, una pena, y a sólo unos meses del I d. F.

Hay un gato en el calabozo: ¿lo llevarían a la cárcel de gatos?

Aún estás en años de formación:

¡En fila de a dos! ¡Andando!, brama el agustino.

¿Y cómo se llama la novela? Me gustan las historias que acaban bien. No me hizo ninguna ilusión que muriera la pobre Kira después de tanto trasiego. Si esta no acaba bien no me la dejes.

Acaba de puta madre. Es buenísima, y además de pocas páginas, de mucho diálogo…

Servidora no está muy convencida.

¿Cómo se llama?

El bello verano (colección RTV: infames librejos sin coser).

El título me gusta…

Dos semanas y cinco mamadas más tarde:

Es una novela triste, aunque quiera parecer lo contrario, se queja Servidora al devolvérsela deshojada de todas sus páginas.

¿Qué pasa? ¿Ahora te has convertido en una crítica literaria?

En aquellos tiempos siempre era fiesta.

Uno se… dejaba llevar:

Vamos donde tú quieras

Que puede ser atrás o delante. Vade retro:

Ayer en el colegio olía raro… Bueno, raro no, olía a cera y a ropa raída, a madera, como ese aire espeso y tibio que se estampa en la cara al abrir una habitación cerrada durante mucho tiempo… El padre Sigfrido se murió por la mañana y tuvimos que desfilar ante el cadáver. Por la tarde, lluviosa y oscura, pusieron el ataúd abierto bajo la luz de la gran araña de cristal que pendía del techo en el lujoso vestíbulo de la entrada principal. Allí, rodeado de cuatro pesados candelabros de bronce con gruesos hachones encendidos, cuyas llamas vacilantes se diluían como si nada bajo la otra luz clamorosa que venía de lo alto, estaba de cuerpo presente el padre Sigfrido, de una palidez lunar y con las gafas negras de concha puestas, ensotanado y serio, con las manos juntas sobre el pecho, y por las aletas de la nariz asomaban unas bolitas de algodón. El padre Sigfrido nos daba Física y Química dos veces por semana, pero lo hacía como sin ganas, apático, como si sintiera un horrible aburrimiento (parecido al que experimentábamos nosotros en sus clases) al explicarnos con voz monótona las fórmulas. Frente aquel rostro severo y macilento, delante de aquella boca fruncida de una mudez cerúlea y los ojos cerrados y muertos para siempre tras las gruesas lentes de miope triste, a mí me entraron ganas de recitar los alcalinotérreos o la Ley de Boile-Mariot… y, aunque sin despegar los labios, lo hice: litio, sodio, potasio, rubidio, cesio… Cuando me di la vuelta descubrí a mi madre al pie de las escaleras, junto a las enormes puertas de hierro, con un paraguas en la mano, cerca de la calle, decidida a no dar un paso adelante. Me hacía señas instándome a abandonar el vestíbulo con premura y acudir a su encuentro. Camino de casa, apresurados a causa de la lluvia, me dijo que debería haberme despedido del padre Sigfrido con más prisas, porque ella no tenía ninguna gana de ver un cura muerto: ¡A santo de qué! ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Qué terrible sería que el alma siguiera viva una vez el cuerpo estuviera muerto, qué inmunda esa cosa (como algo pegajosa y del color de la mierda) escapada de lo físico y perecedero, fuera del cuerpo, nauseabunda e invisible, que fuesen ellas, las almas de todos los cuerpos, las miles de millones de las almas de los miles de millones de los cuerpos muertos desde los orígenes del ser humano, la auténtica mierda, las que finalmente abonasen el aire y lo enrarecieran hasta hacerlo irrespirable como el de Chernobil, un aire el de los muertos envenenado y letal y que día a día nos fuera matando también a todos.

2008; una mirada al pasado, un vistacito retrospectivo a lo que uno era antes de convertirse en lo que es… Lo sabes de sobra y es inútil que intentes darle otro sentido a esas líneas escritas hace más de treinta años: todos los años de tu vida, incluso los de tu infancia, han estado infectados por tu carácter: no hay vuelta de hoja.

Más que cicatrices a éste los recuerdos le han dejado costras, y aun purulencias de diversa condición (pero todas malas).

(2007: Escribas lo que escribas te voy a meter mi fan fiction por el culo: te voy a cambiar hasta el nombre, tus pelotas convertiré en nítido coño rasurado.)

Respecto a las contradicciones, pues bien, me contradigo: él, verdadero protagonista de su propia vida, es él mismo, pero los males son otros: una especie de dialéctica: la existencia de uno va a trancas y barrancas.

1975. Anot. JD.: Otros libros eran tan pequeños que se podían deslizar fácilmente en el bolsillo y esconderlos en la mano. Eran los libros de los revolucionarios. Los hacían pequeños para poder hacerlos pasar fácilmente por la frontera y distribuirlos en tiempos de rebelión. Así que el formato de tales libros de bolsillo no empezaría siendo un puro azar, un capricho editorial o una estratagema comercial económica: era algo revolucionario.

Servidora, al paso que lleva Boceto con sus nada sutiles sobornos literarios, se está aficionando a la lectura.

¿Y ésta de qué trata?

Los giros lingüísticos argentinos la desarman enseguida.

¿Qué clase de español es éste? La gente andando por veredas, que son caminos de ganado… ¿Un tipo se viste con un saco? ¿Dónde se ha visto que los carros tengan portezuelas?

Luz de agosto sería un listón imposible de franquear: ese libro olía a polvo, confusión, descoloque y jerigonza.

¿Nos hemos vuelto todos locos?

Don Vicente allanaría de nuevo el camino: Entre naranjos: gran folletín engalanado de buen estilo donde la sensualidad y el éxtasis de la carne se ven derrotados por el cálculo criminal del prohombre cobarde y barrigón con leontina dorada cruzando el chaleco de paño gris.

Le devolvió tiempo después el libro con un aire de triunfo inevitable: Leonor se llevaba consigo, a lo largo de esos mundos vastos y fascinantes, todas las ilusiones del pobre Rafael, gordo, calvo y envejeciendo a marchas forzadas, prisionero en el pequeño país de su nacimiento entre las rejas de un matrimonio sin pasión y las pequeñas miserias de la vida de un burgués con todos los desiertos del hastío por delante: a partir de entonces al señor diputado sólo las buenas digestiones, el licor de hierbas y el humo del habano le reconciliarían con el mundo cruel y egoísta y lleno de trampas y falsas promesas.

Yo también escribo una novela, le dijo el adolescente con un aire de suficiencia perdonavidas.

Ella no le creyó.

¡Y a mí que me importa, niño!

Te haré la protagonista.

La sospecha repentina tiñó de ira los ojos de Servidora.

Le lanzó la mirada asesina con la furia de la mujer salvaje ahora desterrada de las numerosas y diversas pocilgas del campo de los años cincuenta, a salvo de la crianza del cerdo, lejos de la sufriente y observante proveedora con el saco de grano en la mano entre la danza agobiante y vespertina de las gallinas, de la campesina andando a la vera del mulo con los serones atiborrados de forraje, la moza enloquecida, desesperada por el horizonte plano amarillo y mudo que rodeaba el pueblo por sus cuatro costados:

¡Como cuentes que te la mamo te rompo la cara con el rodillo, niñato de mierda!

Te llamarás Matilde, al igual que mademoiselle Le Mole..., improvisaba el mierdecilla.

Se lo pensó mejor:

O quizás madame de Rênal… Eso sería más apropiado, sin duda.

Esa la mujer madura (para la época) que se derrite por el pene garfio del seminarista memorión y ventajista, recitador de versículos y latinajos.

(¡La Biblia en pasta!)

Podría escribir una novela críptica, un texto hermético capaz de volver loco al más esforzado de los exegetas. Pero ¿eso cómo se hace? ¿Qué lenguaje utilizar? ¿O habría que inventarse uno nuevo?

A ver ese bolígrafo…, esa bolita de tungsteno prodigiosa que ahorra las visitas al tinterillo.

Recurrió a las numerosas enciclopedias y diccionarios que acumulaban el polvo por los ángulos (ciegos) de la casa, esas esquinas de pasillos y estancias que requieren de rinconeras o pretenciosos sinaís de ornatos cerámicos de Manises, algún florero extravagante, una tumbona de piel blanca entre ángulos rectos.

Aún antes del libro y del lenguaje escrito existió un código de nudos: así escribieron sus mensajes, guerras y crónicas los tártaros, los incas, los aztecas, los persas…

¿Quién sería capaz de descifrar esa escritura?

Lenguaje bastante más difícil de adivinar que el jeroglífico egipcio y la piedra Rosetta.

(Un nudo negro significaba la muerte, un nudo blanco el dinero y la paz, uno rojo la guerra, uno amarillo el oro, uno verde el pan.)

Babel de todos los demonios.

Háblame de ti.

Desentrañar ese misterio, despiezar esa vida hasta hacer comprensibles las diferentes partes, tiempos, y sucesos que la componían… no resultaba nada fácil.

Leer esa escritura era un asunto arduo, pues asimismo era preciso tener en cuenta el grosor de la cuerda así como también la manera en que los nudos estaban hechos y situados.

Un galimatías.

Háblame de ti.

Por entonces aún sentaba a las chicas en la barra del cuadro de la bici, les besaba la nuca, muy despacio les rozaba la finísima piel del cuello con la punta de la lengua y ellas, luego de algunas risitas nerviosas, prorrumpían en exclamaciones falsamente escandalizadas.

Hablaré de ti.

Tú eres una de esa chicas a las que llevo en la bicicleta en los atardeceres del verano cuando todas las verjas y las balaustradas de La Cañada huelen a jazmín y a hierbabuena. Te convertiré en mi heroína. Mejor dicho, ya eres mi heroína, la única, el símbolo de todas ellas, le decía a Servidora.

Yo no he subido a una bicicleta en la vida, idiota… Ya empezamos con las mentiras.

Una novela es una mentira de la primera a la última página… ¿Qué te figurabas?

¡Anda, pues yo creía que eran de verdad…! Fíjate, pensaba que hasta olían… a colonia, y que de un momento a otro sus personajes se erguirían de las páginas y se pondrían a caminar. ¡Si serás imbécil, niño!

El Diario: bien se guardaba él de confesar en aquellos manojos de páginas (¡algunas cuadriculadas!) que al plúmbeo tostón del sábado en el Instituto Francés le secundaba un Maciste contra todos (0) en el siniestro Pompeya rodeado de ávidas y maduras pajilleras a cinco pavos la sesión.

¿Quién eres?

Que adivinen si pueden, fomenta la cábala, crea el enigma con la mirada: el dedo sobre los labios, Harpócrate.

¿Sabe?, era como oír su voz, grave y profunda, de atractivas resonancias, hipnótica, pero no sus palabras, como sólo el murmullo de un arroyo, un sonido articulado que no es que fuese incomprensible al igual que un idioma extranjero que desconocemos por completo, era, si ello es posible, que esa voz parecía carente de palabras, como los sonidos de la cueva.

Seré escritor, se dijo muy serio a punto de cumplir quince años en El Año Que Murió Franco: en realidad, esa fue la última mentira que escribió.

Te cambio un Séneca por un Diógenes.

Hecho.

Mayor cínico que nadie aquel Séneca ricachón y cortesano, glotón, intrigante y pederasta… Vive la castidad, disfruta en la sobriedad y prodiga el consejo del sabio en el infortunio y la desdicha…ajenas: y, grande ricachón, sus dedos acariciantes te acechan, ya se posan sobre la tibia piel de tu juventud: posada la boca sobre la entrepierna lampiña entreabría con la punta de la lengua los labios mayores y menores del sexo de…

Se vieron en la plaza del Perro, algo razonarían: calor para mañana, frío para después…

Y luego cada uno, mendigos sin solución, se fueron a una esquina a pedir una moneda, esa moneda capaz de comprar el mundo.

Venga el sumiller y recite la bodega…

Al instante, señor.

Un cierto egoísmo no nos viene mal a nadie; antes al contrario, al final siempre derivas del estoicismo al cinismo.

Por tus anécdotas te conoceré, dejó escrito Nietzsche en algunas de sus páginas insomnes.

Por el mundo caminaba sin soltar ni un momento el milagroso zurrón (faltriqueras y bolsa proveedora inagotables a la vez), ni tampoco al báculo engañador: al crearse una apariencia ya pudo encontrarle a todo lo del mundo de en derredor un sentido: ni pena ni sarcasmo, sólo una divertida resignación ante la finitud y condenación propia y también cómplice solidaridad al saber el mismo destino funesto de sus semejantes.

Diógenes, Platón te ha calado: Qué poca humildad manifiestas, oh Diógenes, al esforzarte en parecer humilde.

¿Quién eres?

Séneca no es: demasiado pobre.

Soy lo que sé: sé mandar hombres, ve y pregunta por las calles quien quiere comprar un amo.

Otras cosas nos sabe siendo indigente, inactivo, austero, caminante impenitente hacia el norte de la ascesis más implacable:

Dime, cínico embustero, ¿quién te adiestró en montar a caballo, a disparar la flecha, tirar con honda y arrojar los dardos? ¿Qué naciste de nobles?

Si no filosofía, sí escarnio: no escupe en el suelo de tu casa, pero sí en tu cara: No encontré lugar más oportuno.

Evita a los hombres sin zurrón: esos son más lisiados que ninguno.

Las manos vacías indican, precisamente, el vacío, la nada, la mudez del ilota, el exilado del placer.

Te echan los huesos como si fueses un perro: y tú levantas la pierna, una de ellas,  la más a mano, y les meas encima, como hacen los perros.

Le divertían, dice, las locuras de Sócrates y observar a Platón encorvando las costillas como un falso perro husmeando las ideas delante o detrás de las cosas... ¡Sabueso engreído!

Con lo fácil que es conformarse con el sol: aparta de ahí, gran hombre de espada soberana y casco de oro, tu sombra aleja la calor de la lumbre (mi lumbre).

¿El final?

Envejeció, murió y sus hijos, tras las libaciones y los golpes al pecho exigidos, le enterraron boca abajo.

Muerde el polvo, perro.

Todo el mundo lo sabe… Ahora lo comprende (aunque un poco nada más): todo el mundo, hijos no obstante de macho y hembra humanos, no eres tú.

He medido bien mis fuerzas, sabía desde los 15 años con qué armas contaba para librar las batallas de la vida, sé, pues, cómo defenderme de ella y sus golpes bajos, sé cómo follármela cuantas veces quiera.

Hola.

Hola.

¿Qué haces por aquí?

¿Qué haces tú?

(Pintas tenía el recién universitario de ser caballero andante y no temer a los lances de la sorpresa, buena o mala, pues a él eso le daba lo mismo.)

Estudio (ja, ja), veo películas, leo libros, escucho música, ligo…

Justo el tipo que busco. ¿Puedes invitarme a una copa?

A dos, y a tres, y hasta a cuatro si te atreves.

Me gustas, contable.

Cobarde, escancia a rebosar los vasos –le dijo al pobre tipo sin esperanza de conseguir una beca detrás de la barra que ahorraba peseta a peseta para costearse las matrículas.

Conócete bien a ti mismo, como ya dijera el sabio, y que todo lo que te ronde sea lo que te alienta.

Pro domo sua.

Universitarios…

Dios los cría y ellos se juntan (los setenta).

Madrugada, bien follado, pensamiento y mente resacosos: necesito el bar de Charlie.

La vida… ¿qué es la vida, Charlie?

Y el otro se le queda mirando, una beatífica figura contra la brillante cristalería de las botellas a sus espaldas, sonríe pero permanece con la boca cerrada: Si lo supiera te lo iba a decir a ti, precisamente a ti, guiñapo empapado de mierda y alcohol.

Charlie, que es mil tipos a la vez, incluido el pobre tipo ese de la cafetería de la facultad que jamás pierde la compostura y a duras penas puede pagar sus matrículas, sabe de sobra como conciliar el alma de un borracho con los venenos de la mañana incipiente, así que calla lo prescindible para que tales moribundos del alba, universitarios sin libros bajo el brazo, no se le solivianten:

Como diría George Eliot, La Magnífica, recuerda para sí con la sonrisa helada, sin despegar los labios ni un milímetro: Estas generaciones de acomodaticios vergonzantes están anulados por la ginebra. ¡Hijos de papá deseando volver al coño de mamá!

Charlie, el de esta ocasión, era El Camarero Ilustrado.

¿Qué hacer?, se preguntaban llameantes multitudes harapientas de marxistas-leninistas mesándose las negras barbas agresivas (¿hirsutas funcionaría igual de explícito en la línea?) y la mirada belicosa fija en el horizonte teñido de rojo:

Un paso adelante, dos pasos atrás… Es algo que sucede en la vida de los individuos, en la historia de las naciones, en el desarrollo inicial de los partidos de fútbol…

¿Sabes, camarada lector, lo que es el Comité de Vorónezh del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia? Si no le sabes, lee las actas del Congreso del Partido y te enterarás… 

Y nada de lloriqueos blandengues de intelectual concienzado pero en minoría…

(Pero JD. siempre se movía apremiante cuando había que huir de algo; no del temor, sino de la ansiedad, del desconcierto –él le llamaba asco a esa sensación algo paranoica de sentirse acosado por lo que fuera, hombre, mujer, animal o cosa e incluso por él mismo- era lo que le obligaba a andar hacia delante, y nunca, al final de esa huida de indefinible motivación, esperaba encontrar algo mejor de lo que dejaba atrás. El admitía el desengaño de antemano, anticipaba la grosería de lo cotidiano como su vulgaridad o su falta de alicientes, pero no rechazaba de plano una pretendida huida inicial, el escapismo en definitiva, lo cual a los ojos de los demás resultaba de una ingenuidad absoluta. Cierra la puerta, pone pies en polvorosa, ni vuelve la cabeza atrás: la única manera de no hacer la historia interminable es soltar la pluma, pero a ciertas edades ya no estamos para sustituirla por el azadón y la corbella ni para la tanda de riego a las tres de la mañana, y si te he visto no me acuerdo.

Tal día hará un año. A rodar.)

En el año que murió Franco, año de gracia de 1975, pero aún vivo, teleadicto inconfeso, devoto antes de que surgieran como por encanto las heces en forma de melena

Ese año a Boceto, su gran primera vez, le sorprendió tan gratamente la viscosa calidez del interior de la vagina, las vívidas contracciones, las confortables plegaduras, la obscena fractura del rostro de la mujer convulsionada por el orgasmo, su propia eyaculación que a punto estuvo de desmayarlo entre las piernas de sierpe de Servidora

Soy tu… perra, susurraba la lectora ocasional. Boceto tenía las orejas al rojo vivo, pero logró descifrar la voz entrecortada de ella, y enardecido, rogaba a todos los dioses (o a todos los diablos) que le propiciaran sin tardanza una nueva y pujante erección seguida de una segunda corrida que le dejara definitivamente sin sentido, enroscado, fundido y atrapado para siempre en el serpenteante cuerpo de la mujer para siempre… por siempre.

Qué terrible es, Charlie, se lamenta cien años después, en  el 2008 (33 d. F.), que pase el tiempo… sin que a uno le pase nada… ¡Qué desperdicio!

¿Más de lo mismo?, sugiere sabiamente Charlie.

Escancia, cobarde.

Ese bar, el camarero, las luces tenues, este día, la noche de este día, la mañana siguiente, este esperpento de 2008 lleno de acumulaciones (parloteos, elecciones, disimulos y mentiras,  sangre derramada, economía, deportes, salud, nuevos modelos de coches, estrenos de cine, concursos de televisión, whiskies de malta, los trapos de temporada, el restaurante de moda, las cartas al director: Oiga, Dios, maldito imbécil…, a ver si tiene cojones de bajar a este planeta lleno de mierda, que nos vamos a liar a hostias usted y yo…), él mismo con la copa pringada por sus dedos, las figuras oscuras de los otros parroquianos, el aliento, los olores del mundo…, todo eso es el paisaje del tiempo, su máscara pudriéndose despacio… o instantáneamente.

¿Sabes, Charlie? Conocemos el tiempo por las pudriciones que somos, por el desmoronamiento general: eso lo delata…

¿Más de lo mismo?, pregunta el cruel y vengativo Charlie.

¡Estás lleno de copas, viejo!

Vivir dentro de uno de esos cortos de dibujos animados con sus tintas planas y los tonos pastel del interior de las casas, sus carreras a ninguna parte, los tortazos amables, el despropósito continuo. ¿De dónde sales tú? De los dibujos animados.

En los setenta, ¿tú  (Fiodorov, JD.) también eras uno de esos tipos montado en un 2 caballos?

Bonita cabalgadura para gente encantadora.

Pero unos se alimentarían en el futuro con bayas, setas, algún animal vivo…

Otros ajustaron una corbata lisa de discreto color al pescuezo.

(Muerto, ahórrame los entresijos: sé el final de la historia, de todas ellas.)

De nuevo el patriarca: ¿No habláis demasiado los tipos de esta época?

Charlie, créeme, todos esos años estarían infectados por la propensión de esos tipos a ejercer un análisis machacón del mundo que les rodeaba, y que lejos de aclarar o poner orden en sus pensamientos o siquiera en el objeto de su atención los sumía aún más en la contradicción con piernas en que se habían convertido.

Aquellos chalados en sus locos cacharros… hacia un espejismo inalcazable.

Aquel Dyan 6 de color rojo curvaba de espanto. Sólo le faltaba relinchar.

A muchos les mató… sin perder la sonrisa en la boca ni –todavía-las ilusiones.

En el 79 muchos de nosotros aún nos las sabíamos todas: te preguntaban por la dirección de una calle: sonreías desdeñoso (para ese viaje no se necesitaban alforjas) y al pobre (o a la pobre) diablo le contabas la historia de la ciudad.

Charlie es un pringado y un asalariado de tres al cuarto, y ahí está él con la boca torcida, la mirada vidriosa y la lengua pastosa para recordarle que el cliente siempre tiene razón:

He medido mis fuerzas contra la vida desde los quince años, Charlie. Sé, entonces, como defenderme de ella y follármela cuantas veces quiera. Y también sé, cuando es ella la que tiene todas las de ganar, que debo girar sobre mis pasos y evitar que me zurre o me deje malherido. Tú ganas. Le das la espalda y te alejas tranquilamente, con garbo, silbando por lo bajo.

Este cerdo con billetes y tiempo de sobra debería cambiar de bebida. Lo mismo no le sienta nada bien, se dice el Charlie.

(No lo supieron aquellos dos de sus hermanos echados a perder, cuando aún andaban con la estilográfica en la mano, con los dedos manchados de tinta: la sangre azul de los colegiales privilegiados, los grandes elegidos: después, lo de la vida son las dentelladas rojas, la herida... hasta el desangre total.)

¿Sabes, Charlie? Lo importante es crearse un sistema de vida que sea capaz de crear asimismo una conciencia (de época, de estilo, de simple adaptación)…

Que España no te duela.

(El dolor es sucio.)

Vete a leer el libro de Juderías, anda, le instaba su padre harto de sus preguntas patrias.

¡Escribiré miles de páginas desentrañando las más hondas esencias (entrañas) de mi patria…!, amenazaba el colegial inflamado una tarde por las arengas del tipo que en las aulas agustinas a golpes de yugo y flechas les formaba el espíritu nacional.

Serás, mierdecilla, un inédito.

¡Y qué! Piensa en Leibniz: dejó 200.000 páginas manuscritas sin publicar y varias decenas de miles de sus cartas todavía no han visto la luz.

(Otrosí: ¿quién sabe los millones de palabras todavía a oscuras en el famoso baúl de Pessoa?, ¿quién ha contado esas páginas, eh? ¿Quién?)

En la edad de los virajes: del azul al rojo… o al negro pirata.

Brell el Viejo, aunque no exageradamente (Este fulano de doce años es demasiado cínico para su edad), temía por Brell el Joven cuando asistía a arrebatos de tal índole: ¿Pues me ha de vestir el mierdecilla como sus hermanos?: pantalón negro de pana, jersey de cuello alto también negro, botas militares negras y un tabardo azul oscuro de trazas marineras: esa marea oscura de gestos y palabrotas le ponía los pelos de punta al patriarca de la tribu.

Senda peligrosa: el hábito hace al monje. Esos tipos de pana, ojo con ellos, esconden una bomba de mano debajo de la barba y las greñas…

Hijo, no sigas por ese camino…

Una tarde de verano al salir del baño envuelto en la toalla de cintura abajo casi se da de bruces otra vez contra Servidora, y allí fue Troya: la patria acabó a una cuarta de la barriga. 

Se torcieron los destinos de las españas:

Rey Rodrigo mentecato…

¡Ya me comen, ya me comen

por do más pecado había!

A tres cuartas del pescuezo

y una de la barriga.

(Le comieron las serpientes, mujeres al fin… débil Rodrigo que inoculó la venganza en la sangre negra de don Julián el traidor y le abrió las puertas al moro.)

El último libro que pasejearía al coño de Servidora la lectora sería Mientras la ciudad duerme que Boceto, con la ensaimada en la mano, los labios manchados de chocolate a la taza y la expresión inocente, en un descuido, había robado días atrás de la biblioteca del padre de Grima Blayet, anfitrión ese día de la merienda ofrecida a sus compañeros preferidos de los agustinos con ocasión de su cumpleaños.

El autor es un tío con un par… Un negro con el alma blanca. Te gustará.

Vete a la mierda, niño. Pero ella cogió el libro, bellamente encuadernado en tapas de piel verde botella, que ya no devolvería jamás, pues en cuanto el ama de casa del hogar de los Brell pegó el portazo definitivo ese mismo año de 1976, servidora, con el libro a medio leer ya en su bolsa y la paga de medio mes en el monedero, tomó las de Villadiego al imaginar el desorden inevitable de una casa sin dueña que gobierne, con demasiados calzoncillos y con hombres revolviéndolo todo.

A Boceto no le preocupó demasiado la huida de su primera amante (así describía él a la precavida asistenta en su diario bajo llave): la Universidad le depararía un variopinto y numeroso muestrario de amantes donde elegir merced a su donaire.

(Por entonces, podía leerse en el quinto Evangelio, Ignacio Brell Gay llevaba atado a la mano Rojo y negro –edición bilingüe- fuese donde fuese, lugar donde estuviere, cuchitril que le amparase.)

(Como san Agustín, ansía la mesura, librarse de los latigazos obscenos de la carne… Pero, Señor, todavía no, aguarda un tiempo, cien años, o así…)

Aún con el recibo de la matrícula en la mano, se acercó a la cafetería de la facultad y se acodó en la barra con aires de suficiencia, al lado de unos tipos con barba incipiente, risueños, festivos, el mundo en sus manos cigarrilleras…

Hablaban de coños y de fútbol.

Se había teñido de azul los pelos del coño –decía uno.

¿Qué clase de azul? –preguntaba otro apenas audible entre las risotadas.

Turquesa… yo diría.

Graduados en bellaquerías y la disipación

(¡Ostras, Vivales!)

De eso hago yo evangelio.

Y los domingos a descansar, le dijo a su padre ya en casa, entregándole el recibo de la matrícula y los horarios de clase.

El moroso biógrafo de Paul Klee le miró con desprecio pues hacía años que había desterrado de su existencia los domingos, ese Edén para los tipos que no aman su trabajo y demás asalariados, funcionarios y ociosos, gentes de mal vivir.

¿Qué pasa con los domingos? ¿Qué es el día del Señor? ¡Pues a la mierda el día del Señor!: martes, día de brujas; sábado: saturno.

Y es que papá y mamá (como más tarde se verá) siempre tuvieron el lápiz del tonto entre las manos: abren un ojo al despertar y comienzan a poblar el día de acertijos que resolver.

Tengo el título para la nueva novela…

Hasta ahora no acabaste ninguna a derechas.

Es cierto, pero sólo porque carecían de un buen título como el que intitula ahora el centón de albas páginas que han de seguir…

(¡Joder, Vivales!).

Dispara.

Destino y Desatino.

Remite a ecos de centurias atrás… ¿No huele a naftalina?

Ten por seguro que el lenguaje será directo y contundente como un puñetazo en la boca del estómago.

Manos a la obra.

Una Redacción (en 50 palabras) de Ignacio Brell Gay: 13 años, 3º. B., Colegio de Santo Tomás de Villanueva de los PP. Agustinos de Valencia:

La Tierra

 

La Tierra es un curioso pero también terrible planeta poblado por millones de seres vivos. De entre ellos, los humanos son los únicos racionales con capacidad intelectual y necesaria habilidad técnica para fabricar artilugios mecánicos y combinar mezclas químicas, pero aun siendo de la misma especie, de vez en cuando se matan entre sí.

¿Qué se esconde en esa letra pequeña agazapada tras la vida de Boceto?

Una plácida desesperación que tiene a su alcance no pocos recursos para mitigar sus aguijones a destiempo.

Charlie, más de lo mismo.

No se ven en el fondo de ese cáliz dorado (todavía) las heces: largos años por delante, Charlie… Bendito sopor. La vida no acaba nunca

A rodar.

Ya habían pasado los tiempos cuando uno creía que podría ser mejor: impasible estatuaria, la mirada de frío metal, una lluvia de egoísta lapilli te ha inmovilizado frente el mal y la injusticia ajena (La Tierra es un curioso pero también terrible planeta poblado…), ha hecho piedra aquel tierno corazón que aunque livianamente modelaban tus hermanos: Una mezcla indefinible, una poción que tragaba cada día compuesta de cualquiera sabe cuántos componentes y hasta excipientes pero en la que prevalecían extrañamente como un oxímoron peregrino, bastardo sin duda, una piedad hacia mis

semejantes y hacia mí mismo y el asco por nuestra condición de animales feroces aseados por el disimulo y la vestimenta.

Oye, Boceto, quien iba a decirte a ti, pleonasmus, que, pasados los años, trasegadas tantas copas y atesorado las mil pequeñas infamias de consciente egoísta los recuerdos y los hechos y dichos que ahora aún logras evocar se harían materia, se sustanciarían no de roca ni de hierro sino de telarañas y sucias sombras y que esa perversa e indeseable fragilidad sería suficiente para aplastar bajo su inmundicia los pocos restos de decencia que pudieran contarse en tu haber.

¿Qué día es hoy?

Lo pregunta sin el menor interés por saberlo realmente, una espcie de antojo que fabrique un diálogo al menos.

Martes (día de brujas).

Buen aposento, entonces, para la reflexión.

Charlie, ¿te parezco mala persona? ¿Quién soy yo?

A Charlie le trae sin cuidado asemejarte a algo. Le importa un ardite tu vida y tu muerte: más de lo mismo En El Valle De La Muerte Del Señor, otro marciano soldado al cuero de la barra.

Eres el tío gris, el tío típico: no deseaba mal a nadie… pero le traía al fresco la desdicha del prójimo: el sueño de cada noche borraba al amanecer la injusticia universal (de la que, a despecho de las muchas tragantonas que se hiciera, era muy consciente a su pesar, por más que luchara por llegar al olvido: lo intenta de todas las maneras, no lo consigue de ninguna: la Tierra, castigo).

Más allá de la mitad de tu vida, desgraciado, las culpas pesan mucho más que cualquier penitencia que se te imponga en el futuro: estás condenado.

Los dineros de papá y mamá son el mejor disolvente para descuartizar del todo la fortaleza y el ánimo emprendedor de los hijos de temple quebradizo.

Mi querido profesor, tiene usted hijos muy viajados y de mucha conversación…

Ah, mis buenos hijos… con pedigrí.

… No es posible que ya estemos a hoy, se dice cincuentón y medianamente podrido este falso bohemio muy lejos de las verdaderas tribulaciones y la flacura de Murger siempre acobardado por la mirada torva de la casera, el ayuno constante y con el estómago pegado al espinazo.

No es posible que ya estemos a hoy, continúa diciéndose el tipo con sacos y sacos de dinero al pie de la tumba.

La incredulidad es la virtud de la época.

Sé de uno, que son todos los tipos en el fondo (y no demasiado en el fondo), que el tiempo le fue quitando enteros en sus afanes, distracciones y deseos hasta dejarlo hecho un guiñapo (con ropa de marca o sin ella) a punto de la calavera monda y lironda:

No es posible que ya estemos a hoy… Y la muerte se lo llevó.

Lo estamos, los años pasaron como el aire, la vida como un sueño: estás muerto: ahora la eternidad.

El tipo que desciende (desde la tumba) a lo más profundo mediante la visión entretenida y subyugada de lo más pequeño: el zigzag de la minúscula hormiga casi invisible sobre la superficie de la roca basta para que el misterio de lo vivo le suma en el vértigo de lo inasible: esa móvil e ínfima mota te estrella contra el límite humano de lo comprensible: ¿por qué ese organismo viviente? ¿Cuál es su razón?: hasta el ordenador más sofisticado alcanza a ser explicado y comprendido una vez descompuestos todos sus entresijos y desveladas sus leyes electrónicas y materiales: pero no lograrás entender jamás de qué sustancia invisible se hila enigmáticamente el hálito de la vida de una simple hormiga con el secreto más insondable a cuestas: esa mínima existencia hormigueante que se desliza con su sola y misteriosa energía por la piedra supera todos los milagros del prodigio de una mecánica creada y programada por las manos del hombre: cualquier artefacto producto de su mente es incapaz de moverse por sí solo a su antojo, ni un milímetro se aparta de las órdenes y planes preconcebidos y su energética.

Ciencia, cómo progresa, diablos… ¡No es posible que ya estemos a hoy!

¿Comprendes, Charlie?

Creo entenderlo, jefe.

Aunque da lo mismo… Podría hablarte en chino mandarín, en pastún o quechua y las cosas seguirían siendo de una impresionante sencillez, como el milagro físico y químico que anima a esa estúpida y ciega hormiga.

Todo da lo mismo, repite Charlie moviendo la cabeza (porque a él, realmente, le da igual lo que piensen los tipos que se pegan a la barra como lapas dicharacheras con el estómago y la vejiga rezumantes de alcohol, y en cuanto a la hormiga…).

Cualquiera de las miles de lenguas y dialectos que se hablan en el mundo tiene unas normas desconcertantes para aquellos que sólo hablan y entienden la suya materna… mas todas ellas sirven a sus hablantes para que entre ellos puedan comunicarse fácilmente a pesar de la cháchara indescifrable que a ti te parezca al oírlos… ¿Es correcto eso, Charlie? ¿Comprendes exactamente lo que quiero decir? ¿Te das cuenta de la tremenda sagacidad del mecanismo lingüístico que para una resolución comunicativa entre tipos de tribus culturales diferentes no exige una gramática universal, un código único de transmisiones guturales que los uniforme a todos mediante un habla común?

Le comprendo perfectamente (oh, sabio lingüista, gran filólogo, preclaro gramático, impar antropólogo …).

Porque, ¿sabes, Charlie?, yo no tengo nada que ver con esos tipos sabelotodo… (él es intuitivo y creativo… ¡ja!) que se acercan a las cosas y su más profunda esencialidad a través del conocimiento… Yo observo los misterios humanos y terrenales mediante los anteojos del espíritu y la sensibilidad creadora, de la mano de una intuición primitiva y genésica.

Una copa más y me la acaba mamando.

(Aventura Charlie).

Malas épocas, Charlie…:

Pensamientos vagos, dispersos en una yuxtaposición que terminaban recluyéndole en el atolondramiento, en una maraña inescrutable de palabras ininteligibles sepultadas por el embrutecimiento de su cerebro goteante de alcohol, un discurso irreconocible y beocio taladrando intermitentemente su sopor, resaltándose tras sus párpados caídos y somnolientos como esa forma imposible de los muebles tapados con telas en las casas temporalmente vacías: todo fantasmas, hasta el pensamiento.

Temporalmente vacías, acertó a pensar… ¡esperanzado!

Y, Charlie, atiende, el jefe, ese tipo (ese torso) frente a ti que ha tomado así, por las buenas, la barra de los alcoholes y cócteles de filigrana por un confesionario, antes de arrojarse a la cama, se arrodilla y te reza sus oraciones… por si acaso.

¡Ah, católicos…! ¡Mira que rezar al dios más torpón e irresponsable, al último de la clase de todos los universos!

No es posible que ya estemos a hoy, se dice con la vida vacía aunque llena de cosas (inútiles, cacharrería de adulto ocioso).

Miro el tiempo que pasa y no le creo…

(Duda Quevedo.)

¿Por qué no me mato?, se preguntaba retóricamente Albert Camus.

¿Por qué no me mato?, se burla él lamiéndose cuidadosamente las heridas… del alma, ¡no vaya a ser que se infecten!

Brell, ese pensamiento es non sancto.

(Admonición del padre Javier.)

¿Por qué no me mato, Charlie?

Abierto hasta el amanecer. Pero habrá que cerrar…

Eso son asuntos privados que lejos quedan de mis entendederas.

(Se dice Charlie.)

Justo en el momento en que pasa el camión de la basura: Charlie, bendito seas, coge por el pescuezo a esos parroquianos y arrójalos afuera, junto a la puerta, bajo el empalagoso  neón de la entrada aún convocando a la última copa, al último refugio del día antes de que despierta el temible día otra vez, bárrelos como si fuesen un montón de mierda: bultos algo desmadejados a pesar de las ropas de marca y la tarjeta de crédito inagotable.

Revueltos entre los desperdicios y la inmundicia de lo desechable camino del vertedero, ya están muertos… al menos hasta el mediodía, cuando vuelven a resucitar, dejan el rostro lampiño, se enjuagan la boca, se planchan la compostura y se ajustan el nudo de la corbata al cuello sin mirarse al espejo.

Profesor, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

Ignorantes villanos…

¿Cuándo llegará, oh, Dios mío, el día en que el distinguido docente pueda dar sus clases in absentia, sin necesidad de levantarse de la cama?: Sabed, dirían los ocho evangelios cien años más tarde, que sólo su recuerdo bastaba para encandilar e inocular de sabiduría las mentes de los alumnos, evocar mentalmente su figura señera era suficiente para que en ellos fructificase la revelación y el esclarecimientos de los grandes secretos del espíritu y la materia del arte, recordar sus palabras era como penetrar y sacar a la luz del entendimiento la solución a los misterios más recónditos de la creación.

Boceto iba por libre… hasta que encalló en lo arbitrario, que es la antesala de la genialidad, y en ella acabó chapoteando: a partir de entonces todo su discurso sería una mezcolanza que ignoraba el negro y el blanco como categorías absolutas: Dilectos y aprovechados discípulos, en los vastos dominios del arte actual todo es… y todo puede no ser. He ahí su naciente grandeza en nuestra contemporaneidad…

Boceto… lesionado por los cánceres intelectuales y secretos de todo aquello que le resulta incomprensible, por las dudas morales, estéticas, ideológicas, sociales… toma su píldora de whisky repetidas veces al día para combatir los dolores del siglo.

Sólo las series de la santa HBO reconfortan mi ánimo, ¡oh, Dios de los enanos!

¿Dudas de tus clases magistrales, oh, Boceto?

2008: cataclismo: adiós a The Wire… En Estas Épocas Infaustas, ¿cómo no dudar de todo?

¡Benéfica institución esta prodigiosa facultad! Ha sido (es)… las latas de sardinas (y hasta las ostras de Pedrín) con las que sacias el hambre diaria: sabrosa componenda de lo inútil y el descaro. Cómico: lo que importa es el cuerpo y sus alimentos.

¿Qué es esto?, preguntó la encantadora y eximia Paula Coloma con el catálogo satinado en una mano y la copa de vino blanco en la otra delante de un saco de tela transparente repleto de harina negra.

El colega de Boceto, artista en sus horas libres, escultor y pensante profesor, no quedó impertérrito frente al desafío: largó por esa boca funcionarial lejos de la intemperie y sus acojonamientos lo que preciso fue que largara: bla, bla, bla…

Una justificación preliminar, o peor aún, posterior, no debe confundirse con una declaración de principios: ésta última casi siempre es una disculpa ante la propia incapacidad, un ejercicio de humildad en todo caso, y aquélla no es sino una baladronada encubierta de falsa sabiduría.

Y luego del bla, bla, bla, el tipo sonrió. Pero no era la sonrisa de uno de esos tipos sinceros y honestos que cuando sonríen más que en el dibujo de sus labios te fijas en la chispa de sus ojos: con la mirada velada por la doblez su sonrisa era la encarnación obscena del ahíto a buen recaudo en su cueva mientras afuera llueve, atrona el rayo y el viento gélido azota….

(¡Ojo, Vivales, aleja los dedos pecadores de las teclas! Detente… ¡ya!)

Siempre tuvo la impresión, tajante sin duda por equivocada, de que los escritores que todo lo escribían a mano era menos profesionales que los que escribían a máquina, llámese Olivetti, Consul o Underwood.

Lejos del camión de la basura, Boceto conduce milagrosamente hasta el santo hogar sin percances señalables esa noche (que es todas las noches).

Sólo cuando muere, se torna el día emocionante, se había dicho nuestro protagonista. Ya no hay desengaño posible, paradójicamente todo está a la vista…

Y la noche nos recobra personaje.

El Año Que Murió Franco es un guiñol cuyos avatares y disparates pendulan entre el miedo y el drama, y contra el fondo decrépito del telón deslucido por los años y las repeticiones se desarrolla una peripecia nacional como brotada de la mente agónica de un moribundo asaetado de cables, agujas y sondas y desangrándose por todos los agujeros de su carne corrupta y perecedera.

Extraño artefacto la vida, múltiples formas rodando de acá para allá en una astracanada planetaria que no cesa.

¿De dónde vienes, mala bestia?

De la Tierra, de darme una vuelta por ella, pues gran deleite me causan sus batallitas, confiesa el diablo una y otra vez ante la pregunta del dios.

Nuestro Fiodorov, en la cárcel, tiene un ojo morado, un pómulo abierto y sangrante, el labio inferior partido, tres dientes menos, un huevo del tamaño de una naranja grande y tres costillas rotas. Apenas puede ver y está sordo de un oído de la docena de hostias calculadas y reiteradas que le han dado en ese lado del cráneo.

Sobrevive en su silencio heroico aderezadas sus carnes de goterones de sangre reseca, escupitajos, orines y mierda.

Repasa su vida de pecados y caídas (pero no tuvo una adolescencia cochambrosa y anodina y ha sido fiel a sus años jóvenes, que los tiene incluso en tales condiciones carcelarias).

Jamás la delación. Preferible la tortura y la muerte.

Divaga. Mejor, delira.

Rememora lecturas.

Fantasea lejos de la sordidez de un presente presidiario.

Una evasión que burla gruesos barrotes y vetustos cerrojos: huele a tierra limpia, a la lluvia del cielo, a la vegetación brillante bajo el sol, al aroma seco del árbol y a las hojas nuevas en las ramas que esparcen por el aire sus olores nutricios.

Eso se cree él en el apestoso calabozo, infeliz y derrotado, una piltrafa de hombre tirada sobre el estercolero, embadurnado de mierda hasta el pescuezo.

El Che, en 1967, en Bolivia, campa por sus respetos: aún no sabe de su muerte a tiros tiempo después junto a una escuela, de pie, firme y altivo y casi en harapos, sin armas en las manos, después de la batalla perdida (y sin saber, también después, de su guerra definitivamente perdida al acabar el siglo).

Lugares donde huele de veras la tierra de pobres sin poética ninguna: la tierra española del 36 que se sucede a sí misma aquí y acullá en el mundo para terminar aunque germinada de cadáveres muerta bajo la cal viva.

Fiodorov deja de oler a mierda, huele el mundo naciente, empuña el fusil y se agrega a la columna liberadora y andrajosa:

Febrero, 4: Caminamos desde la mañana hasta las 4 de la tarde, con parada de 2 horas para tomar una sopa a mediodía. El camino fue siguiendo el Ñancahuasu; relativamente bueno pero fatal para los zapatos pues ya hay varios compañeros casi descalzos.

No han de transcurrir muchas jornadas para que Fiodorov se haya transfigurado en El Che.

Levántate y anda.

Revolución o Muerte.

Lo jura, y no solemnemente, sin aspavientos burgueses: lo jura.

Está sobre la Tierra con un fusil en la mano y el corazón ardiente: Victoria o Muerte, otra consigna inequívoca, sin paliativos matizadores.

Te vamos a partir en dos, hijo de puta, ¡asesino de policías!, amenaza una voz que sale de la grisura metálica que parece envolverlo todo.

Yo no he matado a nadie. Una sinestesia rara: su voz le suena gris.

Tranquilo, es un policía decente:

Sólo llevo una pistola…

Con absoluta calma un inspector se aproxima desde un ángulo de la habitación y coge uno de los ceniceros depositados sobre la mesa frente a él, que tiene esposadas las manos a la espalda y el torso ensangrentado medio inclinado a un lado, a punto de caer de la silla. Durante unos instantes el policía lo mira con expresión ausente con el cenicero en la mano. Fiodorov alza la vista y observa como deja escapar al suelo parte de las colillas y la ceniza: caen (a cámara lenta) al suelo a la misma velocidad la ceniza y los pequeños extremos emboquillados de los cigarrillos, qué curiosa la ley de la gravedad, qué cosas…

La figura gris del inspector, en mangas de camisa, un tipo entre los treinta y los cuarenta años, delgado, de facciones borrosas, de pelo negro y rizado, parece electrizarse de repente como por una sacudida invisible (el dedo de Dios el Justiciero le ha tocado), grita desaforado (la abrupta exclamación suena de color rojo: ¡Hijo de la gran puta de mierda!) y le lanza furiosamente el cenicero, que se estrella contra la parte derecha de su cuello amoratado e insensible. Ni siquiera siente dolor… Sólo espera los golpes siguientes, ahora que el gris se oscurece de silencio negro, se ha hecho negro.

Mejor la horca…

(Todo ha de llegar.)

El Gran Viejo se está muriendo, se deshace poco a poco.

Tengo frío…:

Le ponen encima el manto de la Virgen del Pilar.

Estoy solo…:

Le meten entre las sábanas ya pringosas el brazo incorrupto de santa Teresa.

Ellos saben de sobra que él no ha matado a ningún policía: en el 75 las únicas armas peligrosas que esconde detrás de su mirada de conspirador son los libros prohibidos, cuatro gritos lanzados en la calle por la conquista de la libertad (?) y la credulidad.

Ellos saben que él sólo anda entre papeles…, la vietnamita, inocentes opúsculos en el fondo, inofensivas catilinarias en un país donde sólo un tercio de sus habitante declara leer libros que no fueren el bestseller trimestral de Plaza y Janés o Planeta y en el que la lavadora de la televisión, hipnótica y alienante en estos tiempos, mal que bien alivia noche tras noche de la humillación y el sojuzgamiento diarios.

Leía yo unos papeles viejos…

Pues todo ha de leerlo, hasta el papel recogido del suelo, pisoteado mil veces...

Capaz es de andar mil leguas exhausto, a trompicones, perdido el salacot y casi enloquecido por el sol del desierto sobre su cabeza desnuda, buscando un quiosco donde aún no haya llegado la policía y poder hacerse con uno de los números de Triunfo o de Cambio16 no secuestrados…

Y cinco veces era capaz de pagar su precio normal por un volumen, cualquier de ellos, de Ruedo Ibérico mercado bajo cuerda en Dávila o Dau al set…

¿Qué lees, camarada Fiodorov?

¿Que no será un prospecto de farmacia? ¿Triunfo? ¿Cartelera Turia, acaso?

Febrero, 5: Acampamos en un lugar malo, cerca del Ñancahuasu para aprovechar su agua y mañana haremos exploraciones de ambos lados del río (este y oeste) para conocer los parajes y otro grupo tratará de cruzarlo.

¡Te voy a meter el cañón de la pistola por el culo, cabrón! ¡Voy a llegar hasta los intestinos! ¡Te voy a volar de un balazo las putas tripas!

El Gran Viejo no inspira lástima, pero tampoco odio: no era eterno como don Porfi El Gran Padre Mexicano, y se está pudriendo minuto a minuto aun regado y fertilizado por la sangre nueva de mil doncellas vírgenes.

Qué duro es morir, se queja con un hilo de voz El Fusilador.

Anda, Fiodorov, ve y escudriña el terreno, vigila los flancos…

A la orden mi comandante.

Febrero, 8: A las 9 salió la punta de vanguardia y cuando llegó el centro salió toda.

¿Tienes sed, cabrón?

 Chorrea sangre, el hijo de puta.

¡Qué espectáculo!

Que se la beba, pues. Gotita a gotita hasta que se desangre.

Las venas vacías y la puta barriga llena a rebosar de su propia sangre… ¡Muerte heroica!

¡Apesta a puerco sin salar!

San Francisco de Asís, uno de los sociales gestado por la Providencia en este punto culminante de la historia, en mangas de camisa también, con los pantalones negros sujetos por tirantes, de calva paternal y el rostro brillante de sudor, un tipo de unos cincuenta años algo orondo que hasta ese momento se había limitado a observar en silencio los brutales vaivenes del interrogatorio, interviene con voz abacial, conciliatoria, desde lo alto del trono de la mesura y la templanza compromete a los reunidos en torno al potro de la tortura a la alianza celestial y la concordia ecuménica:

Vale, vale, compañero, déjalo ya, somos policías, no asesinos ni torturadores… Te diré algo, chico, aquí hay gente muy enfadada, ¿sabes? Tú hazme caso a mí. Sólo quiero que esto acabe de una vez. Anda, toma, bebe agua… Toda la que quieras. Bebe despacio, es toda para ti, y si quieres más llenamos la jarra de nuevo, cuantas veces haga falta. Se han acabado los golpes. Vamos a reflexionar todos un poquito. Tengamos calma. No hace falta que el asunto se nos vaya de las manos. Tú eres inteligente, y nosotros tenemos la sartén por el mango, para qué alargar este interrogatorio inútil… Nos estás haciendo pasar un mal rato, y no sirve de nada. Ni a ti ni a ninguno de los que estamos aquí. ¿O piensas que nos gusta esta situación a la que nos has obligado? Tú tienes que descansar, que un médico te examine esos golpes, lavarte la porquería que tienes encima, comer algo, y nosotros tenemos cosas más importantes que hacer que estar arreando trompazos a un pobre estudiante que se ha equivocado de amigos y al que han embaucado con patrañas de manera criminal y miserable. Escucha, tengo dos hijos de tu edad, chico y chica, francamente, me recuerdas a ellos, buenos estudiantes, como tú, que eso yo lo sé, aquí sabemos todo acerca de ti. Me inspiras mucha pena, chaval. Por la edad, ya te digo, podrías ser mi hijo. Uno de ellos. No te creas, la chica también me ha salido bastante rebelde, menuda es, ¡para llevarle la contraria!, se encabrita por nada, y me lleva unas minifaldas que no veas la descarada, yo, que soy su padre, tengo que desviar la vista a un lado, y a ver que haces… En fin. La tengo estudiando Magisterio, ésta va para maestra, fijo, y el otro, el chico, que también tiene sus cosillas de respondón, está en segundo de Derecho, le encantan los acertijos y los juegos de números, rellenar crucigramas, cosas de esas donde anda en juego la materia gris, así que lo tengo claro: de seguro que acaba en el Cuerpo y andando el tiempo se jubila de comisario. Son listos los tíos, lo que yo te diga, no están de acuerdo con muchas cosas, siempre con el reniego en la boca, en fin, lo que toca en estos tiempos de idas y venidas locas… En las comidas del mediodía que podemos coincidir, que son las menos por los distintos horarios, y durante las cenas, que son todas, a las diez en casita, je, je, me tienen frito: que si la censura, que si la libertad de expresión, que si la democracia que ha de llegar después del Caudillo…, ese rollo normal de los jóvenes de ahora, que sois como un grano en el culo, una puta mosca cojonera, pero, vamos a ver, estos dos no se meten en líos tan gordos como en el que tú has acabado sin darte cuenta… sin haber derramado ni una gota de sangre, que eso yo lo sé, lo sabemos todos nosotros. No has hecho nada irreparable… todavía. Por esa razón no debes prolongar esta tortura inútil… Es por tu bien. Esto no ha hecho más que empezar. Luego te espera el TOP, eso ya no te lo quita ni Dios, puede que la cárcel, tantos años malgastados, la carrera a medias… En fin…, trataremos de arreglarlo. Vamos a acabar con esto… Bien te las has apañado para que suframos todos un poco por tu mala cabeza… Tu familia inocente, muchos de tus buenos amigos que ignoraban que andabas con gentuza terrorista, nosotros mismos que, entiéndelo de una vez, sólo somos funcionarios que cumplen su trabajo y velan por la seguridad de la patria… Pero, hazme caso, chico, no vas a delatar a nadie… No se trata de eso. No eres un vulgar chivato como los chorizos que tenemos en los calabozos del sótano… No hay nada que temer. Se trata de honestidad, de gallardía, de comprender de una vez por todas que la violencia no conduce a nada… Evitarás la muerte de más policías, padres de familia que se ganan el pan de ellos y el de sus hijos honradamente, tipos como tú y como yo que no se merecen un tiro en la nuca o que le revienten el pecho de un  escopetazo, no son monstruos, son gente absolutamente normal, y una palabra tuya, una sola, puede bastar para que las cosas terminen enderezándose…

Yo… no he matado a nadie.

Eso ya lo sabemos, chaval. Lo que queremos son nombres, sólo eso… Sabemos de sobra que tú no eres un asesino, y tampoco nos importa que estés o no de nuestro lado, allá cada cual con sus ideas, este es un país libre a pesar de lo que creáis u os hayan metido en la cabeza algunos malhechores, pero ahora debes demostrar que tampoco estás del lado de los asesinos, de los que sin piedad disparan por la espalda a los servidores de la ley, de los que hacen explotar un puñado de goma2 de forma indiscriminada sin importarles que mueran destrozados niños inocentes y pacíficos transeúntes… Venga, hombre, acabemos esto de una puta vez, suelta la lengua mientras puedas, tengamos la fiesta en paz…

Ah, Boceto

Cronista confortable de los tiempos…

Repasa la historia sentado a su mesa camilla con faldones y brasero adormecedor…

Lo triste del pobre, Charlie, es que es un ser por fatalidad honesto, cuando tenía que ser por huevos mentiroso y rapaz, hacerse con lo tuyo y con lo mío ignorando esas leyes escritas sólo para joderle de todas, todas: hipotecas, despidos libres, salarios precarios, embargos y desahucios, palo y tentetieso. Y, aunque a base de hostias, tendría que tener el valor de estampar otras leyes en el pedrusco de sus propios mandamientos haciendo caso omiso de aquellas escritas a fuego en el papel torticero de una justicia que hasta el final de los tiempos ha de ir en contra suya…¿Estás o no de acuerdo, Charlie?

Ea, ¿nos entendemos o no nos entendemos?

Presiden los honorables Johnny Walker, Jack Daniel’s y William Lawson’s…

Una revolución de guillotina es lo que hace falta, claman al unísono las barras de los bares proletarios a la hora de la caña y el calamar, la copa de vinillo blanco y la gamba con gabardina, el pincho de tortilla, la fulminante banderilla, la ensaladilla rusa…: la horita del vermú.

Febrero, 16: Por la tarde, una lluvia violenta y pertinaz, que siguió sin pausas toda la noche, entorpeció nuestros planes, pero hizo crecer el río y nos dejó nuevamente aislados. Se le prestará $1,000 al campesino para que compre y engorde puercos; tiene ambiciones capitalistas.

Cuenta la leyenda que el tipo venía de muy lejos y, al cabo de unos días, cuando se despidió, aún se fue más lejos. Era el sobreviviente de todos los males pero también de todos los dones: levantaba sus actas, enroscaba la estilográfica, cerraba la carpeta azul y luego desaparecía.

Dios sordo (no escucha tu súplica), ciego (no mira tu infortunio), mudo (no alivia tu mal): Bonito testigo.

Da gracias que no hagamos de ti un guiñapo descomunal.

(1990, hacia finales de abril, ya casi de carne de horca nuestro Fiodorov: Uno que preguntó: ¿Dijo descomunal? Otro que respondió: Lo dijo.)

Raras expresiones, rara es la época: terrible, descomunal.

¿Qué se puede hacer con un cuerpo vivo y palpitante a tu merced? Indefenso, desnudo y sufriente: un juguete de lujo.

Ese cuerpo te convierte en un diablo… en un dios.

Ese mapa de los horrores guía –recorre con la punta del cuchillo la rayeja del itinerario- al infierno de esos dos impostores de la imaginación, el diablo y el dios:

Una vez le has vendado los ojos (bajo ningún concepto debes permitir que se crucen vuestras miradas: el ser humano eres tú: el otro es un animal, puedes cagarte hasta encima de su alma) lo primero que vas a hacer es apalearlo con unas varillas de boj  sistemáticamente, con saña: le zumbas en la espalda, en los glúteos, en las pantorrillas, en las plantas de los pies. Notas como su cuerpo castigado se retuerce del intenso dolor, hasta que las zonas que están siendo apaleadas se insensibilizan del todo… sólo provisionalmente: el dolor vuelve al rato de cesar el castigo que alternas con calculados descansos. Al cabo de unos días el cuerpo sanguinolento se ha llenado de llagas. Pero no hay tregua. Las sesiones de tortura son continuas. Ahora le aplicas la picana en el pene, en los testículos, se la introduces en el recto y en la boca… sin dejar de lado los apaleamientos regulares: Como bien saben todos los estudiantes de primero de bachillerato esta combinación puede ser mortal porque, mientras la picana produce contracciones musculares, el apaleamiento provoca relajación (para defenderse del golpe) del músculo. Y el corazón no siempre resiste el tratamiento. Son necesarias algunas pausas para que vigiles tu alimentación, de modo que durante esos intervalos puedes colgar al torturado de unos ganchos fijos en la pared. Es hora del refrigerio, le anuncias con la voz más neutra posible a ese pobre tipo con la cara ya irreconocible, manchada de sangre y lágrimas secas, tapados los ojos, y lo dejas colgado en la pared,  te lavas las manos, recompones la figura y te vas a llenar la panza inocente que nada sabe de políticas.

¿Qué nos depara hoy la carta, amigo chef?

Sopa de menudillos y riñones al jerez.

Magnífico yantar para esta ocasión (que son todas). Lo regaremos con un valdepeñas de buen cuerpo.

Y después, antes de volver al tajo, un par de copichuelas tonificantes.

Tras la merecida pitanza regálate con un lento paseo: es bueno para la digestión, y no cuesta nada hacerlo, muy saludable. Después del sofocante verano, esta brisa otoñal, este aire fresco y limpio es una auténtica delicia.

Caramba, ¿aún estás aquí?

Ahí lo tienes, colgado como un cristo.

Despierta, tío. Esto no es un balneario ni es la hora de la siesta. Son tus pecados lo que se purgan en este lugar.

Lo amarras a la mesa, tumbado de espaldas, ahora ya le puedes quitar la venda, ya no tiene nada que ver con un ser humano, le atas los brazos y las piernas a la rueda del torno, le estiras los miembros hasta que crea que se los vas a arrancar de cuajo, como si cuatro bestias tiraran de ellos cada uno por un lado. Luego le das la vuelta, como a san Lorenzo, que no se te churrasque, y boca abajo le pasas la picana por la espalda, por encima de los riñones, que no vuelva a mear a gusto en toda su puta vida si es que sale de esta. Dale la vuelta de nuevo: ahora lo llevamos al cine. Ábrele los párpados, que lo vea bien, en primera fila ¿Qué es esto? Parece un trapo manchado de sangre. Pues no, hijoputa terrorista, son las bragas de tu novia después de recibir un tratamiento especial por parte de todos y cada uno de la peña. ¿Quieres saber más? Presta atención… Acabada la sesión cinematográfica agarras la porra bien revestida de cuero y lo apaleas un rato hasta que te duela el brazo. Hum… Lo tiene despellejado, arráncale a tiras los colgajos de piel muerta, ese montón de células podridas, déjale en carne viva las plantas de los pies, la espalda rota anegada en sangre… Ahora un poco de sexo, túmbalo, métele la porra en el culo, que experimente el placer de la penetración anal, un verdadero lujo según atestiguan algunas mujeres y todos los maricones, húndele más y más la porra enhiesta, que note que se le quema todo por dentro.

Desde entonces empecé a sentir que convivía con la muerte.

Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con ella, a veces despierto y otras en sueños.

No estás loco, pero deseas con todas tus fuerzas que acaben contigo de una vez, que te maten cuanto antes.

Eres un hombre acabado.

Giras y giras cayendo en el vacío… ¿A qué puedes aferrarte?

El cañón de una pistola calibre 45 se apoya en tu sien…

El carcelero aprieta el gatillo… pero descarga una risotada, se burlan de ti jugando a la ruleta rusa.

Febrero, 25: Le pedí a los bolivianos que el que se sintiera flojo no  apelara a métodos torcidos, me lo dijera a mí y lo licenciábamos en paz. Seguimos caminando, tratando de alcanzar el Río Grande, para seguir por él...

Ni estás despierto, ni sueñas, tampoco estás muerto.

Octubre, 6: Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón  donde estábamos, que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo.

Ahora vas a morir… lo que queda de ti.

Huye de los golpes, de la sangre, de la maldad de ellos… y de la tuya.

Octubre, 7: Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente.

(…)

...fueron a casa de la vieja que tiene una hija postrada y una medio enana; se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas  esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas.

Continuará la próxima semana el próximo día…

¿Qué puedo hacer para vivir 123 años?

Vamos de eternidad, pues.

Deja de fumar a los 117.

¿Qué puedo hacer para vivir 105 años?

Tómate diariamente unos vinos con los amigos, ríe sus chistes, celebra el animoso compadreo.

¿Qué puedo hacer para vivir 115 años?

Come todos los días dos huevos y dos galletas, poca fruta y raramente verduras.

¿Qué puedo hacer para vivir 114 años?

A media tarde trasiega tres copitas de vino semidulce.

Yo sé de buena tinta que don Francisco Ayala, escritor centenario, pulcro él y pulcra su prosa, en lugar de la cena malsana tomaba todas las noches sin faltar ninguna (¡voto a bríos!) una manzana y dos buenas copas de whisky.

¿Con hielo o sin hielo?

¡Qué insidiosa pregunta, Charlie!

Te estás transformando a ti mismo, mutas en otra cosa, sin prisas, tienes la paciencia sagrada del alquimista: oro es lo que menos me importa.

En lugar de oro, eternidad.

Antes de proseguir y para distraernos un poco, que suele escribir monsieur X en algunas de las páginas de sus celebradas novelas, he aquí algunos pensamientos sueltos…

Si sales de esta… Sé un verdadero solitario, no te mezcles nunca más con tus semejantes, hombres y mujeres, sólo obsérvalos y compadécelos.

Un hombre cansado, si no acabado ya, admite todas sus culpas, se reconoce culpable sin remisión posible que atenúe su condición. No hay nada que se librara de sus malas artes: el amor, la amistad, el trabajo… Y ahora quiere redimirse, pagar por una vida llena de pequeñas infamias y muchos hechos deshonestos, pero he aquí que sólo tiene como expiación los                                 remordimientos, el recuerdo torturador de su actos punibles en los años de atrás. Ante ninguna de sus víctimas puede confesarse, buscar el consuelo de la absolución por los errores pasados, y en los instantes previos a su muerte comprende que toda contrición es inútil, que no es suficiente para alcanzar ni el perdón ni el olvido de sus ofensas ni el alma anestesiada, ni….

(Variación: el arrepentimiento no bastaba. Al menos para él. Tal vez fuese suficiente para los demás, que le otorgarían probablemente su perdón, pero a sus ojos seguía siendo culpable: necesita una condena.)

Y en su vida, querido amigo, ¿qué método emplea para conducirse sin grandes estropicios que acaben malogrando su devenir de modo irreversible?

El método Bernard. Al final suena la flauta, pues los hechos mandan. Pequeñas variaciones de mi conducta a lo largo de los años producen las leyes fundamentales que me rigen en lo sucesivo. A fin de cuentas… somos una aleación de un millón de metales.

Raro acontecimiento, a fe mía, digno de aparecer en el saco de notas extravagantes del eminente Charles Fort, del Bronx de principios del siglo XX, infatigable recopilador de hechos inexplicables: Seres vivos, y no son ranas ni sapos, caen sobre la tierra desde el cielo (…) A veces soy como un salvaje descubriendo un objeto en la orilla de su isla, a veces soy como un pez de las profundidades y me duele la nariz (…) En la mañana de ayer una piedra llevando inscripciones humanas cayó a la tierra desde lo más alto del firmamento (…) Todas las declaraciones que se oponen a mis convicciones personales se han revelado como poseedoras de la misma composición que un cuadro académico: es decir, de un objeto arbitrariamente separado de toda relación con lo que le rodea, encuadrado en todos los datos inocuos y saturado de total indiferencia.

En agosto de 1887 la revista Nature clausura de raíz cualquier divagación enriquecedora y sugerente: Todos estos fenómenos son de carácter divertido, lo cual prueba su origen terrestre y no celeste.

Nuestra existencia no es más que pura expresión.

Sólo divertimos a los dioses.

Vete a saber, las ocurrencias de un alma aterrorizada son en el fondo infinitas como infinitos son los tonos… ¡de un solo color!)

Una tarde del mes que murió Franco, un noviembre frío y brumoso, dominados sus días y sus noches por un extraño y expectante silencio, gélido, diría el afortunado Vivales, pero aún el Generalísimo vivo y sufriente, a su costado el brazo incorrupto de santa Teresa, la Levitadora de Ávila, nuestro entrañable adolescente el bachiller Boceto (que, insistiremos una vez más, todavía es el embrión –aunque perfecto- del futuro Boceto) se halla indeciso respecto a la forma de gastar los seis duros que lleva en el bolsillo: película al canto, eso es seguro, pero… ¿Furtivos o Tiburón? Finalmente opta por…

Podía ser esta misma tarde de treinta años más tarde, cuando está a punto de ser más Séneca que nunca, de precipitarse de cabeza al estupro desde un juego de seducción que no es capaz de prevenirle con las alertas de la sensatez de los disparates de la vesanía:

2005:

Sacias la gula (¿hambre?, jamás la tuviste, vergüenza en el alma produce esa palabra en tu boca ahíta), sacias la lujuria, dejas que los alcoholes libertinos narcoticen tu conciencia, de tal modo cebas tus ascos que desafías con indiferencia al tiempo de espera de la muerte, que no es, ni tiene cara ni mueca, sólo pasa, ni palparla puedes y cuando en ella estás ya no eres, ya no existen ni ella ni tú, así que, para qué nos vamos a malquistar a nosotros mismos con enfados pueriles.

Toda esa sencillez del cuerpo… pronto podrido, sin la encarnadura que vista los huesos, tan iguales a los del todo el mundo, tan anodinos al cabo, ese esqueleto yacente e inmóvil en la oscuridad, o triturado y hecho polvo…

¿Qué significado adquiere todo esto mientras existimos? Vivir hacia la muerte, es todo, tantas veces se ha dicho ya, tan sabido, tan escondido de la palabra suelta, del vivir diario entre señuelos triviales, y las tragantonas engañadoras que uno se hace, que es para reírse unos de otros sin reparar mientes.

¿Qué te gustaría ser?

Como ellos, no como yo, que ya me sé, pero un yo como ellos que no sea del todo ellos y que no deje de ser yo.

Galimatías.

Principio de redacción, padre Félix:

Érase que se era un cazador impenitente, de esos que no pifian, se levantan de la cama despuntado el claror incipiente al son del espaciado canto del gallo desafiante y al primer tiro aciertan, como la misma muerte, con puntería sin igual, no fallan, dan de lleno, son felices, olvidan el futuro pasto de gusanera que serán, o, ya lo hemos dicho más arriba, hueso triturado, polvo: sabios y recomendables, perfectos para el ejercicio de buen vivir. ¿Qué es eso de la muerte? Apunten, fuego,  y te dan de lleno en toda la frente: uno menos entorpeciendo el camino a... la nada.

A otro perro…

Y este día de noviembre de 1975… ¿cómo es?

Como el aire, una bruma sucia y fría a veces que pasa de largo, un día más, un día menos, olvido, pero la noche que le sucede la puedes tocar con los dedos, se demora bienhechora, la noche es palpable, abrazable, mancillable, cómplice, testigo silente y dada a la desmemoria de las miserias diurnas. La noche de noviembre… (no importa que sea gélida).

1975:

-¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

Unos dibujos animados…  (la familia Telerín en blanco y negro).

Sangrienta escopeta nacional….

Una sacristía… Y las moscas…¡Puaf!

Un año más tarde la censura, muerto el perro, seguía en sus trece. No dejaba pasar ni una. Aunque de tapadillo…: abril de 1976, a las 22 horas en el cineclub de la facultad de Ciencias: El acorazado Potiomkin. Grandioso film.

Toda una lección de montaje, dijo uno.

Toda una historia del cine desde el principio hasta al fin.

Aaaah, contestó extasiado otro.

Vakulenchuk le grita al pope:

¡Quítate del paso, brujo!

… y lo empuja

…por las escaleras.

¡Ah! Pero Vakulenchuk herido finalmente, hundido en el mar, rescatado su cuerpo muerto de las aguas: Y él que había sido el primero de la revuelta, el primero en lanzar el grito de la revuelta, fue el primero en caer en manos del verdugo

Yace el cuerpo de Vakulenchuk, y en la hoja de papel una inscripción: Por una cucharada de sopa.

Anda, vuelve al 75 (y hasta el 2005).

A mí no me las dan con hondas, Charlie.

¿El qué?

Las sopas.

No lo dudo.

Mi padre, El Excelso Catedrático, al Moribundo del 75 le llamaba doña Francisquita.

¿Tal era maricón el Generalísimo?

Sería por la zarzuela, joven Charlie. Era aficionado a esas cosas el gerifalte de El Pardo y a la España de televisión en blanco y negro. Tú es que no sabes, eres demasiado nuevo.

¿Sabría él que moría?

Siempre se sabe: en tu interior notas que está sucediendo algo que nunca antes habías experimentado. Te dices, ¿qué es esto? Ajá, esto es novedoso. Es algo extraño, irreconocible, distinto… Percibes una sabor nuevo en el velo del paladar, hasta la luz es rara, y los sonidos también lo son, en torno a ti el mundo se muestra desfalleciente, mudo, sin consistencia… Y luego, de pronto, una larga sombra venida desde lo alto, se abate sobre ti, lo oscurece todo, te nubla la visión, y casi enseguida, pues sólo han sido unos segundos, de nuevo vuelve la luz, y las cosas que te rodean adquieren otra vez su dimensión y sentido normales… aunque sabes que jamás será igual, que los hilos que sostienen la marioneta se rompieron…  Posiblemente, al nacer ese año de su muerte, el mismo 1 de enero, supo El Gran Dictador que todo acababa, que había empezado la cuenta atrás y que debía abandonar toda esperanza de sucederse.

En todo caso, nadie profetice su muerte… salvo que se haya determinado a sí mismo desde antiguo su secreta condición de suicida: tal alarde sería entonces consentido. Créeme, Charlie, si tú no pones remedio bala o cuchillo de por medio, el corazón se romperá cuando a él le venga en gana, por la espalda y a traición. ¿Tú sabes quien era João Guimarães Rosa?

No. Nunca he oído hablar de él. ¿Un compañero suyo de trabajo quizás?

Eso querría yo, y puesto merced a tu ignorancia advenida esa Gran Resurrección (¡hacerlo mi camarada!) venga el regalo adicional y no menos prodigioso sea el de perder de vista para siempre jamás a los mamarrachos que mancillan con sus antojos plásticos los púlpitos desde los que diserto: ¡Facultad de fantasmones!

El brujo de Guimarães, según se cuenta, profetizó en una de las páginas del Gran Sertón: Veredas el día de su muerte. Tres veces, con suma atención, he leído esa novela inconmensurable y en ninguna de ellas se me reveló la fecha fatal. Escondida habrá quedado entre la infinita hojarasca monogal del yagunzo Riobaldo, el alzado contra todo.

Ah, la muerte, dama visitante que no ha de faltar a su cita… Pues que sea elegante, y venga ataviada… ¡con marta cebollina!, que diría el bueno de Panza.

Cómo lo simplificas todo…

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

(Bien, bien, a Dios gracias.)

En la vida del hombre común, ese de carne y hueso, no hay trama que valga un ochavo que adorne o acreciente su interés por lo malo o por lo bueno de sus avatares: nace, vive, muere y al olvido. Aquellos raros esplendores que celebraba el vate inglés para nada se vislumbran en la cenicienta y rala hierba de los camposantos.

Doctrina kirilov:

Si Dios ha muerto…

¡Consumatum est!,

clausuraba el folletinista el novelón al tiempo que la pareja feliz, cristianamente unida después de mil fatigas, cerraba la puerta de la alcoba ante las narices del lector.

¿Qué tienes en las manos, pecador?

Aquí, padre, con La violación de Lucrecia (erró el camino de su entretenimiento por el título despistador… ¡tal shakesperiano de los cojones!).

Poco sexo… y demasiada poesía.

Casta Lucrecia, en rima real desnudada.

Duerme el pichón que el búho va a engullir.

Ejemplar y honestísima suicida…

El ojo que miraba…

 sus venas vuelve a henchir.

¡Insaciable la lujuria de Tarquino!

(¡Joder, Vivales!)

Cien años más tarde: JD. en escondida senda (cada uno se pierde según usanza propia).

La última vez de noche que mangoneaba en la cuenta de Paula sirviéndose de un cajero, borracho como estaba, fue fácil botín para la navaja de un rumano, un marroquí o un español, qué más da, vaya uno a saber de nacionalidades estando tan loco de embriagueces en que se hallaba, y al cabo, al final, delante del charlie de turno, algunas monedas, alguna nada en los bolsillos… ¡Pagar los consuelos del señor Daniels con un cheque, con un pagaré…! ¡Desatinos!)

Año tras año… Pensar es gratis, si lo de alrededor no te conturba, pero pensar entendiendo lo del mundo ya cuesta.

Que me enseñe el que sepa, Diógenes… Y entonces en derredor tuyo no ves más bocas, se volaron al cielo inocente y misterioso, sólo hay mudez, labios sellados con el engrudo de la ignorancia: tú aprendes sólo, virgiliano.

Sí, eso es lo que sucede, consumatum est!: la dama presenta sus credenciales incluso antes de limpiarte las legañas del sueño, cepillarte los dientes, vaciar los intestinos, paladear el café caliente y revitalizador: algo hay ahí a tu lado, recién despertado, aún con la mente turbia… Lo presientes.

Prosaicamente: te levantas de la cama y no puedes mear, o sientes en el estómago ese dolor sordo y reiterado que apareció bastantes semanas atrás o una repentina e intensa jaqueca te hace cerrar los ojos y esconderte en el rincón más oscuro de la casa. Angustiado, sin comprender del todo, intuyes que pronto quedará atrás el mundo y sus trapisondas, descubres que ha empezado la cuenta atrás: sabía que te encontraría, susurra la vieja parca.

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

Mal, muy mal estamos.

Olvídate del señor Freud, Charlie. Nada de sótanos telarañosos ni pecios emocionales entre las costillas que turben mi conciencia…

¿Qué diablos es eso del inconsciente?

¡Cuánto bueno por aquí, señor Walker!

Adelante, señor de Ballantines, ¡la puerta está abierta!

Y también de rondón se colaron el señor Cardhu y el señor Carlos V.

El desván lo tengo limpio como los chorros del oro, buen Charlie. No, amigo mío. Esto no es una mala novela. Hace muchos años que mis armarios lucen vacíos de cualquier cosa que no sea mi ropita de los domingos colgando bien alconforada en sus perchas. Ni un cadáver desde el 75, que los payasos de la tele ya me cogieron con la polla en la mano tras el culo de la criada. Todos los fiambres de mi familia se enterraron tiempo atrás bajo tres mantos de densa tierra negra. Créeme (miente con la copa en la mano, mirando al suelo) nunca en la memoria han expelido hedor alguno desde que se les dio cumplida sepultura: a la mierda el pater y la mater, el dóminus y también el vobiscum.

(Amén.)

¿Quién necesita psiquiatras? ¿Quién te quiere a ti?

Entre El Maligno y El Eterno, aviados estamos... todos.

Todos tenemos trasero, que diría un Michäel compasivo.

¡Con los anexos de aqueste!, replicaría el gran Comeclavos.

¿Y esa palabra, esa frase?

Necesidades prosódicas, querido.

¿Tú sabes lo que es el campo, Charlie?

Tengo una ligera idea.

El campo, joder, el campo y su infinita combinatoria: JD. y todo eso. El campo es algo provisional, pero persistente, pasa como pasan las estaciones, sin que uno se aperciba muy bien de ello, y luego, arrugado como una corteza de árbol, pasa él, se seca como una boñiga y a poco se disuelve al paso de la lluvia y el aire. Tres pasos sobre la tierra y adiós. Todo huye veloz, reiterado, monótono, pero reconocible. Y vuelta a empezar. Ya señalamos no sin razón en páginas precedentes que a estas alturas JD. puede haber mutado en una lechuga o en un nabo. ¿Se habría dado cuenta el tránsfuga de la transformación? De hombre a pepino en un santiamén.

¡Peligros de la época! La mochila cargada de libros y poco bagaje nutritivo al que hincarle el diente. Al final, coliflor.

Y luego hueso mondo y lirondo.

Nadie sacralice nada (la vida es un ratito), y menos el arte, se dice Boceto: con un 6 y un 4 la cara de tu retrato.

Profesor, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

Profesor, le dicen… Y él sabe que esos futuros artistas el único bagaje escolar que cuelgan a la espalda son las cuatro reglas y un saco de faltas ortográficas, mucha TV basura y films gamberros.

Estáis todos aprobados.

Ah, benditos colegiales de cuando entonces: la Biblia en una mano; el Phisiologus en la otra; colgando de los cojoncitos el Bestiario… ¡Buenos tiempos aquellos de los terrores del año mil!

Las apariencias engañan:

La mía, amigo, es, digamos, epicántica: engaña como el ojo oriental.

El mejor escondite es la cabeza: ahí, entre los sesos, agazapadito, y por fuera exhibe la sonrisa cándida, muestra la faz inocente a todos tus enemigos sabihondos.

Hombre, Lector, Escritor, Profesor y… Cornudo… (¡pobre sol… si se encendieran las seseras de todos los cornudos del mundo!)

Charlie, yo he visto cabalgar a Dylan Thomas a lomos de la White Horse… Vi como se llevaba la taberna a los cielos donde reposan los hombres decentes y los poetas bebedores. En volandas se la llevó el granuja. (La copia quedó en la Tierra, en el Soho neoyorquino, creo.)

¿Quién ha de juzgar?

¡Siempre ha de haber un juez  de los cojones!

He ahí su padre desde los altares, erguida y solemne la testa, severa la mirada, apoltronado en el asiento magnífico, las posaderas eximias sobre la Kathedrá.

Charlie, Charlie… Se necesita una eternidad de tiempo para comprender el mundo. Pongamos un día y su noche, pero un día completo, eh, sus veinticuatro horitas.

Ansiamos la sabiduría, que no ha de librarte del batacazo:

Quiero poner nombre y forma a aquello que dio origen al universo, a la vida…

¿Y no se te ocurre una cosa mejor que inventarte un dios?: hasta le has conferido una imagen, ingenuo donde los haya, una vestimenta… incluso un idioma entre tú y él: oración.

Y esos seres que han de salvarnos de todos los dioses y la cohorte de sus pestilentes santones, ¿pueden viajar más rápido que la luz?

Claro.

¿Cómo lo consiguen?

Se transportan.

¿En qué?

En el tiempo.

Vaya… El tiempo es un autobús.

Tal cual.

Transporte del que nadie puede apearse… en esta vida.

Sí, puede explicárselo de esa forma a sus dilectos alumnos. Luz, tiempo, qué más da.

El tiempo también es materia. ¿Materia? Como lo oyes: tu cuerpo muerto, podrido y maloliente es el tiempo… ésa es su huella, rotunda e inapelable, su vehículo. Como la planta y la piedra, eres el soporte del tiempo, así se significa a los ojos.

Míster Daniels le impele a la bravuconada:

Soy distinto a todos vosotros… Soy especial… ¡Nunca encontraréis entre mis pliegues carnosos  y  sanguinolentos el os intermaxilar!

Charlie, ahora mismo estoy en el nivel 3 de automatismo: todo me es dado, aunque de cuando en cuando una oportuna sacudida me despierta y me obliga a actuar… En todo caso, una intermitencia llevadera.

La copa se mueve a mis labios de… ¡oh, Gran Libador, qué ensueños!

En el nivel 5 que las ruedas y el volante te bendigan, oh, Gran Dormidor de Melopeas. Todo rodará como la seda. La Gran Marcha hacia la Liberación está consagrada por Todos Los Dioses Del Universo.

¡Descompuesto Orangután!, brama al chimpancé consentidor y amable con camisa blanca, pajarita y chaleco de rayas detrás de la barra, sonrisa de blancor sin igual:

¡Escancia, cobarde!

Al chimpancé de tan vistoso atuendo se la trae floja y pendulante. Por mí como si revientas ahora mismo. Chorrea a la copa todo el alcohol que pueda trasegar el valiente por un esófago que en pocos años debería estar corroído por el cáncer.

Sé tú distinto: lo cree porque huye como de la peste de esos tipos que hacen del alcohol un símbolo de reflexión crítica, el marco desde el que ejercen su desprecio al mundo. Todo mentira, Charlie. Se llenan la boca de  alcohol, pero ni una gota llega al estómago: meten el alcohol en una inocente reunión de amigos, en la sobremesa dulcemente demorada del restaurante, en la velada doméstica interminable del domingo asediada de angustias. Mentira, Charlie, mentira. La mayoría de esos tipos se beben un par de cervezas para darse el gusto de mear en el interior del paragüero o al pie de una farola: tienen el hígado de un adolescente. Me estoy convirtiendo en un borrachín…je, je…, se dicen examinando atentamente su cara en el espejo en busca de puntos negros, las primeras arruguillas. Se asustan.

En el nivel 5 el volante maniobra solo; las distancias son medidas con minuciosidad matemática; las ruedas giran; los sensores dictaminan. Nada importa ya. Está cansado. El hombre ha vencido. La máquina hace su trabajo: evita el choque frontal, la curva traidora, respeta el paso cebra. Y él sueña con leones marinos arrastrando el esqueleto de sí mismo hacia una orilla sin grandeza.

Charlie, tenlo por seguro, este garrulo parloteo dice muy poco de mí… En las charletas, como en la comida, practico el hara hachi bu… sólo que al revés: excreto únicamente el 20%.

Estas son las épocas.

Quedáronse (sic) todos (la muchachada en pleno, barra querida de aquellos tiempos) en las buenas intenciones, qué de proyectos y planes, qué de revoluciones: vos, Introducción; el otro, Liminar; aquel, Prefacio; éste, Prólogo; Preludio el de más allá, y aun nos quedarían Preámbulo, Exordio, Introito, Inicio… si muertos y enterrados no estuvieran, honrado Charlie, solícito y excelente barman.

Ha sido un duro y largo camino… a la oficina.

Aun con el mapa en la mano yo nunca supe encontrar en mi adolescencia la isla del tesoro, y después, ya sin la ilusión de hacerme con él, me perdí en todos los itinerarios mentirosos. La singladura final sólo me ha llevado hasta ti, Charlie… o como coño te llames (oyente sumiso y mercenario).

Bonito discurso, jefe.

Pues entonces es el momento de echar el cierre.

No vaya a cometer ninguna locura.

Eso sólo lo hacen los cuerdos a plena luz del sol, lejos de esta maravillosa penumbra tan confortable y acariciadora que proyectan tus ojos ambarinos.

El tiempo es un cadáver.

La Revolución (así, con mayúscula inicial) es una Puta (así, con mayúscula inicial.)

El tipo disfrazado de desaguisada indumentaria, luenga barba de seis años y medio y la mirada legañosa del cansancio, con la espada de madera aún sujeta a la mano, asistía a través de las páginas pusilánimes de los periódicos, de las ondas hertzianas y los partes televisivos a la agonía del Dragón Verde que moría en su cama, como quien dice.

Se lleva todos sus pecados con él, sin castigo ni dura enmienda, y aún echando fuego por las fauces…

¡Qué inmenso despropósito! ¡Qué estafa! ¡Atraviésate con la espada! ¡Húndetela en el vientre!

¿Qué hacer?, respondía Vladimir I. Lenin. ¿Hay algo que hacer?

Próxima parada, 1976:

Greenwich Village: luego de las exequias turiferarias, las servidumbres del año I d. F.: apresúrate, chico, prepara la mochila, dieciséis años es un buen comienzo, escapa…

Que no te burlen los cantos de sirena ni los falaces consuelos del bienestar doméstico ni la rutina del hartazgo, los goces efímeros.

Y si fracasas…

Recuerda, oh, lecteur, el grandioso final del tipo aborrecedor ya del Manhattan de los años 20:

Hay una carretera, hay un camión amarillo unos metros delante de ti, y un tipo al volante (seguramente de aspecto amable).

Oiga, ¿me deja usted subir?

¿Adónde va?

No sé… Bastante lejos.

-¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

Estamos en babia. Estamos en blanco.

¿Pero cómo íbamos a estar si todavía nos sorbíamos los mocos y nos caía la baba sobre la pechera del babero?

En el 75, con Franco como hombre buzo de los abismos, tentacular e inmóvil, te birlan la realidad a las primeras de cambio. Para salir bien librado de los quioscos tenías que ganarle por piernas a la policía, que no dejaba punto de venta sin inspeccionar. A veces, les ganabas por sólo unos metros, notabas la fetidez del aliento de los esbirros en la nuca, como quien dice. Hay que repetirlo, pues resulta difícil de creer hoy: clausuraban periódicos, secuestraban revistas, irrumpían en las redacciones y confiscaban las máquinas de escribir, se personaban en los talleres y retiraban las planchas de lo publicado y lo publicable, requisaban los libros todavía con el olor a tinta: todo lector es cómplice o culpable, duro con él.

¿Tú eres cantante? Pues yo soy España:

O cambias la portada de ese elepé o escondes el disco en el sótano de los vinilos perdidos.

Nadie sabía, todavía, con quien se la estaba jugando. Tiempos de gran ambigüedad.

Versión original y versión patria: hasta la propia discográfica de los Rolling Stones se presta al juego, ellos, tan revolucionarios (pero en un escenario multicolor): en el Solar Hispano la fotografía de la entrepierna bultosa de Joe Dallesandro, santo y seña del álbum Sticky fingers, es sustituida por una lata de melaza: suena bastante coherente, ahí puede uno pringarse los dedos de lo lindo.

Pues hoy estamos de luto la Asociación de Fieles del Mundo: se nos murió nuestro beato… y el general moribundo. Hay días… ¡yo no sé!

El domingo 16 de noviembre de 1975, a las 21, 47, vio a un tipo con un Standard SR/Q731F pegado a la oreja en la esquina de Játiva con Pelayo.

¿Cómo ha quedado el Valencia?

¿El Valencia?

Hoy ha jugado España (allende nuestras fronteras): nada de partidos domésticos… Descanse la Liga: dominguito, dominguito, use a su macho, hembra.

Tú, ¿de dónde sales?

(De Strawberries Need Rain

SENSITIVA, SENSUAL: Ella tenía sólo un día para disfrutar el amor de toda una vida.)

El Caudillo no levanta cabeza, te lo digo yo.

R i g u r o s a m e n t e  m a y o r e s  18  a ñ o s.

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!

Todo está bien:

Nada está bien:

Y Boceto (como quien dice) encerraba el mundo en una película sin el menor pudor años antes de los 18, una edad puerta.

Vietnam cierra el telón de la contracultura y desafío juvenil: una cuantas canciones de mérito no desdeñable, decenas de libros que hoy causa rubor leer sus páginas, muchas revistas con fotografías a todo color, arriesgados reportajes en primera línea pasados por TV, tres o cuatro films de visionado recomendable y…  millones de hectáreas de cultivo calcinadas, 2.000.000 de civiles muertos, 1.500.000 de soldados caídos en combate y 1.000.000 de heridos y mutilados.

Madre, estamos todos bien.

Celebremos la llegada definitiva de una parentela divertida: Mis Emma, Bernice, Corine, Mary Jane: es mucho lo que nuestros ojos deben olvidar, rodeadme con vuestros brazos: sueño con ovejas eléctricas, a la memoria se le puede domesticar.

No hace tanto tiempo de la edad de la inocencia, poco más de cinco años, cuando Boceto aún andaba con Los Picapiedra y Mutsy, el fantasma, y hasta llegó a pilotar con gran pericia, escondido en sus metálicas y prodigiosas entrañas, el robot Mazinger Z, una furia desatada del todo imprevisible procedente del exótico Oriente:

Más te vale mantener tus sucias manos lejos de mi ilusión (la ilusión de cada día).

Y ahora, en 1975, ni siquiera el tercer globo te distrae ya, cuando sólo tienes ojos para el culo siempre apresurado de servidora.

¿Duermes, Blas?

No. Dime, Epi.

¿A los muñecos de trapo no se les fusila, verdad?

Vuelve a dormirte.

Adiós, payaso turuleco.

Nunca debiste salir de Barrio Sésamo.

Pues, señor, había una vez…

Érase una vez el Rey más poderoso de la tierra (a la hora de la merienda de membrillo o salchichón con mantequilla, cuando el circo enciende la magia y la fantasía de sus luces)…

¿Tú puedes creerte que El Generalísimo no se perdía ninguna tarde El gran circo de TVE?

Pues tampoco se perdería la merienda: una perdiz (o dos) cazada por la mañana, al alba, cuando sangra al filo de su guadaña.

Feliz, feliz en tu día.

Todo es mentira, todo es espectáculo. ¡Qué gran circo! ¡Qué estafa!

Un globo, dos globos, tres globos…

La tierra es un globo que se me escapó…

Y por los aires voló…

Y estalló…

¡Plaf!

La verdad… está ahí afuera: nos empastró de mierda.

En la noche oscura y azulada acribillada de pálidas salpicaduras de luz enigmática…

¿Y eso quién lo proclama?

Hermano lobo. Palabrita del niño Jesús.

Yo he estado comiendo en El Mundo, y hasta en El Comunista. Y a veces hasta cenando con un par de camaradas tan pobres como yo, tan locuaces, tan indefensos.

Y en 1975… ¡tales años!

(¿Qué me dices?)

¡La hostia!

¡Qué época!

Toda una declaración de intenciones: esos comedores de bestias hambrientas olían a macho cabrío, a avejada ropa de sudor rancio, a cuerpos de lacerante carnalidad, a despieces animales de selva y aceite refrito, a verduras pasadas, a vino cabezón, a humedad de caverna, a barbas de choto y greñas de lobo, a tabardos de piel mugrosa, a pies fogueados de la mañana a la noche, a aliento de celtas cortos, a uñas sucias, a narices encharcadas por el lodo de la noche prohibida…

De los ojos brotan chispas conspiradoras mientras las cavernas de las bocas engullen las viandas canallas.

Y con Franco vivito y coleando dándole al gatillo mañanero. En La Paz.

Luego, una semanas más tarde, (o unos meses más tarde) 38 doctores en Medicina y Milagros no son suficientes para dar cuerda al robot:¡Este hijoputa  se nos está parando!

¡Con tales menús: consomé y acelgas devoraba, y luego, siesta!

Y un ratito de televisión y media docenita de películas: el Gran Dictador entretenía la velada hasta la medianoche (en cuanto sonaban las doce en punto se retiraba inexcusablemente a sus aposentos), veía Candilejas, Historia de dos ciudades, Pánico en la ciudad

Horas antes, rezaba el rosario. Musitaba fusilamientos mientras pasaba las cuentas de marfil: a ti, te mato; a ti, no: cordero de Dios que quitas los pecados del mundo

Silencio, Meditación y Cierre: el cuco ya no aparece, ha enmudecido detrás de la portezuela.

Se nos acabó el juguete.

¡Con lo bonito que era con su trajecito de gala de Capitán General de los Ejércitos!

¿Qué soñaría?

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Entonces se arrojaban los cadáveres a la basura, al amanecer de luz sucia, cuando comenzaban a cantar los gallos acorralados.

El cadáver anónimo del pobre, del desahuciado, del infeliz cuya miserable y raída vestidura declaraba y todavía hacía más evidente la desnudez de su desamparo.

Emborronabas un pliego y te mataban de doscientos latigazos.

Dictadores de muchas clases aun de distinto careto.

El juego de la mosca es de lo más divertido y fácil de aprender; lo que se necesita es paciencia. En mi pueblo yo me entretenía de chico jugando reales a la mosca.

¿Qué a la fiera enjaulada se le empieza a caer el pelo y que por eso no quiere que se lo soplen? ¡Muy bien! ¿Que soy un viejo que tiene el cerebro en salmuera y el corazón más duro que madera de matilisguate?

¡Mala gente, mas está bien que lo digan!

… pero, si acabo de acostarme. Y ya suena el timbre. Seis y cuarto.

No puede ser. Siete y cuarto, acaso. Más cerca. Ocho y cuarto. Este despertador será un portento de relojería suiza, pero sus agujas son tan finas que apenas si se ven. Nueve y cuarto. Tampoco. Los espejuelos. Diez y cuarto. Eso sí. Además, el día se pinta en color de media mañana sobre el amarillo de las cortinas.

Aquél era un mundo de hibiscos sudorosos, falsos claveles, trampas de insectos, espumas que de sol a sol enredaban y desenredaban sus volutas, hongos olientes a vinagre, floraciones grasientas sobre troncos podridos, harinas y limallas verdes, comejeneras en ruinas, céspedes arteros que roían el cuero de las botas.

… y, al fin, ponerlo de espaldas a una pared de convento, iglesia o cementerio, y tronarlo. «¡Fuego!» No había más remedio. Era la regla del juego. Recurso del Método.

El cuchillo clásico al que cambian el mango cuando está gastado, y cambian la hoja cuando a su vez se gasta, resultando que, al cabo de años, el cuchillo es el mismo inmovilizado en el tiempo aunque haya cambiado de mango y hoja tantas veces que ya resultan incontables sus mutaciones.

… con ojos aún hechos para mirar, con pálpitos que me vienen de los trasfondos de una vitalidad todavía puesta en deleitosa alerta ante algo que merezca ser mirado, riqueza bastante preferible (siento, luego soy) a la de un fingido vivir en la tonta ubicuidad de cien estatuas paradas en parques municipales y patios de ayuntamientos…

Duermo.

Me despierto. Hay veces, al despertar, que no sé si es de día, si es de noche. Un esfuerzo. A la derecha suena el tic-tac. Saber la hora. Seis y cuarto. Tal vez no. Acaso las siete y cuarto. Más cerca. Ocho y cuarto. Este despertador será un portento de relojería suiza, pero…

Debería reposar, Excelencia. Completo descanso, Señor. Dormir, dormir. Siguió moviendo las desdentadas encías tal si masticara polvo. Tras un largo silencio se animó a soplar: El Gobierno está muy enfermo. Creo de mi deber rogarle que se prepare o disponga…

¡Dominar la casualidad! ¡Ah locura! Negar el azar. El azar está ahí desovando en el fuego. Empolla los huevos de su inmortalidad no parecida a ninguna otra. De la temblorosa llama surge intacto el azar. En vano he tratado de reducirlo y ponerlo al servicio del Poder Absoluto, más débil que el huevo de esa mosca.

Las cosas suceden de este modo. ¿Qué tal, Supremo Finado, si te dejamos así, condenado al hambre perpetua…

Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada…

Fue como penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la luz decrépita.

Tuvo razón, pues en nuestra época no había nadie que pusiera en duda la legitimidad de su historia, ni nadie que hubiera podido demostrarla ni desmentirla si ni siquiera éramos capaces de establecer la identidad de su cuerpo, no había otra patria que la hecha por él a su imagen y semejanza con el espacio cambiado y el tiempo corregido por los designios de su voluntad absoluta…

… y entonces la vio, era la muerte mi general, la suya, vestida con una túnica de harapos de fique de penitente…

¿Qué pasaría con este país cuando él muriera?

Si esto pasaba estando él vivo ¿qué no sucedería cuando ya no pudiera impedir personalmente que la torpeza, la desidia y la imbecilidad echaran por los suelos lo que tanto esfuerzo costó levantar? ¿Volverían la anarquía y miseria, el atraso…

Procuraba no mirar su cuerpo, pero, a veces, sus ojos corrían sobre el vientre algo fofo, el pubis emblanquecido, el pequeño sexo muerto y las piernas lampiñas. Éste era el Generalísimo, el Benefactor de la Patria, el Padre de la Patria Nueva, el Restaurador de la Independencia Financiera.

Ah, Preclaro Generalísimo de todos los Ejércitos y los Prodigios:

Muerto eres y no fue mutis silencioso del mundo el tuyo, sino el más desaforado jamás acaecido en el todo universo: en el otoño del 75 apareció de repente el AO 0235 + 164 en los confines del firmamento, y su potencia se incrementó en un instante en más de 10³¹ vatios, 10.000 veces la potencia total de nuestra galaxia… ¿De dónde pudo salir toda esa energía que alborotaba el cosmos? ¡Era el alma noble e inmortal de Francisco Franco Bahamonde que a los cielos ascendía libre ya del cuerpo humano putrefacto!

En el puesto de tiro eres uno de los risueños patos rojos, en la hilera sin fin apareces ahora diez veces repetido desde un extremo: eres el cuarto de la izquierda, fácil carnaza para la escopeta de feria… ¡que hoy no ha de fallar!: ¿A quién prefieres de tirador? ¿Un probo funcionario dependiente de la Brigada de Investigación Social? ¿Un agente de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao, Madrid o Valencia?

1973, 1974, 1975… El Mundo, a llenar el buche: todo allí delataba una especie de pobres gentes dostoieskyianas embriagadas de su propio hedor: miradas, gestos, muecas y semblantes, hasta los silencios recelosos, una ropavejería que apestaba a la cavernaria clandestinidad económica, social y política.

Te sientas a una de las mesas de sucio tablero, que se cuentan por decenas en el abigarrado espacio, y evitas lanzar una mirada en derredor. ¿Quién sabe quién es el otro? Lo que te metas en la panza es  cosa tuya. 175 pesetas el menú completo. Las toses broncas, algún eructo y el humo espeso de los cigarrillos enturbia una atmósfera ya casi irresperable por el mismo tufo que se esparce desde la pestilente cocina abierta al comedor largo y estrecho y repleto de comensales voraces que con la boca medio llena, bajo una luz eléctrica que también parece sucia, densa de los olores amalgamados de inextricables caldos y frituras rancias, hablan a voz de grito entre ellos y se echan al coleto litros de cerveza de barril y vinazo de granel… Pero no todos. Los hay de gestos comedidos, de expresiones sucintas: son los conspiradores y se limitan a mirarse y leerse en los labios las palabras apenas exhaladas que se dirigen unos a otros: ¿Quién mata al policía? ¿Tú o yo? Casi no comen, viven en el miedo, el rencor y la rabia envueltos en ese aire proletario enrarecido que adoba los comistrajos de un sabor repugante.

Las palabras humean los caldeados pensamientos.

Porque hay que matar, ¿eh?

¿Porque eso lo tenemos claro, no?

Y, alguna de ellas, universitarias con el culo ceñido por los tejanos de marca nacional y el Alianza o el Ariel de bolsillo a un lado sobre la mesa salpicada de pringues, con la trenka colgando del respaldo de la silla, el cabello sin lavar desde hace siete días, la mirada esquinada y el gesto decidido, daría cinco años de su vida por, emulando los deseos de la Weil, desde el cielo de los justos lanzarse en paracaídas y descender entre las huestes obreras, portadora del mensaje universal de fraternidad y revolución, luchadora de la causa.

Camaradas, se trata de la praxis.

Stepan. ¿Le mataremos, verdad?

Annenkov. Estoy seguro.

Ya saben donde encontrar las armas: sólo hay que elegir a las víctimas… O ni siquiera eso: la primera que salga al encuentro uniformada, vestida de gris o de verde: un tiro a la cabeza y, si el tiempo no apremia y la ocasión se presenta propicia, se le arrebata también el arma reglamentaria: estamos bien organizados y sobran camaradas dispuestos a pasar a la acción. Lo que flaquea es la logística. Han llegado los nuevos tiempos: hay que ejercer el terror hasta que el pueblo se haga de una vez por todas con el poder. La violencia es la conclusión inevitable de la praxis revolucionaria. El paso más allá determinante.

Ajá. ¿Quiénes son los luchadores?

Tipos novelescos:

Stepan. ¿Yaneck?

Annenkov. Kaliayev. Pero también le llamamos el Poeta.

Stepan. No es nombre para un terrorista.

Annenkov. (Ríe). Yaneck piensa lo contrario. Dice que la poesía es revolucionaria.

Stepan. Solo la bomba es revolucionaria.

El medroso, el sacrificado al alba tiempo después, necesita para abandonar de una vez por todas la pusilanimidad la orden, le hace falta un líder, un tipo que tenga lo que hay que tener.

¿Tú sabes lo que es la lucha de clases?

¿Tú sabes lo que es una pistola?

Todos estamos en venta.

Ahora el medroso ya tiene algo por lo que morir… o, más patético aún, por lo que vivir. Por el bien de toda la humanidad elige ser un criminal, el asesino de un hombre.

Olga. Hugo, haré lo que el Partido me mande. Te juro que haré lo que me mande.

Hugo. Haré lo que el Partido me mande. Tendrás sorpresas. Con la mejor voluntad del mundo, lo que uno hace nunca es lo que el Partido te manda. Irás a casa de Hoederer y le meterás tres balas en la barriga. Es una orden sencilla, ¿verdad? Fui a casa de Hoederer y le metí tres balas en la barriga. Pero era otra cosa. ¿La orden? Ya no había orden. Las órdenes te dejan completamente solo a partir de cierto momento. La orden se había quedado atrás y yo avanzaba solo y maté completamente solo…

Stepan. ¿Quién arrojará la primera bomba?

El medroso, el que dispara a la nuca de la víctima, es un apático, y le gusta obedecer: así, es alguien. La acción le absuelve de la mediocridad que emponzoña sus días, las interminables horas con los ojos en blanco frente a una pared desnuda.

Stepan. No me gustan los que entran en la revolución porque se aburren.

Nunca se mata a un hombre, a un tirano, a un pobre policía aterido de frío o bajo un sol inclemente mientras hace guardia en una esquina… Se mata al despotismo, a la leyes injustas, a la opresión. La víctima que se dobla sobre sí misma y cae al suelo es invisible, no existe, al igual que la sangre que brota de la herida es una línea roja quebrada : no ves la sangre ni la herida.

Hoederer. ¿Por qué te casaste con ella?

Hugo. Porque no me respetaba.

Hoederer. Cuando uno es del Partido, se casa con alguien del Partido.

Jessica. ¿Por qué?

Hoederer. Es más sencillo.

Jessica. ¿Cómo sabe usted que no soy del Partido?

Hoederer. Se ve. (La mira.) No sabes hacer nada, salvo el amor…

Jessica. Ni siquiera el amor… (Una pausa).

A veces, en el último instante, todo se hunde.

La vida del medroso es la vida del huérfano del mundo.

¿Y qué podemos decir de él?

Que todo lo bueno que le ha pasado hasta ahora en la vida le tocó en una tómbola de la feria. Figúrese, amigo, la calidad de su suceso existencial, la domesticidad de sus alegría, la insuperable tristeza cotidiana.

Somos de la misma raza, pero no de la misma clase, dice Hoederer.

Al camarada García, asiduo parroquiano de El Mundo, el camarada Sánchez, asiduo parroquiano de El Mundo, entre ruidoso sorbo y ruidoso sorbo de la grasienta sopa de pescado por parte de ambos, le ha suministrado una docena de libros de Marx, Lenin y Mao discretamente envueltos en papel de estraza.

Más adelante, no desesperes, pasaremos a otros libros menos ásperos y no menos interesantes:

El repertorio completo de la literatura de la berza (también se colaría, a instancias del poeta de la célula, algún ejemplar de la literatura del sándalo).

Ahora, antes de los sacrificios, el PCE (m-l) es una biblioteca ambulante. Pero si uno tiene armas escondidas debajo de la cama, un día u otro las utilizará.

(Aparte caprichoso: JD. había sido un buen comunista. En la actualidad, si no se hubiera transformado en un nabo, viviría en uno de los arrabales helados y grises de Moscú, encerrado con un centenar de libros (no cabrían más) en uno de esos espantosos y uniformes Jruschovki alzados con suelos, paredes y techos prefabricados, tabique con tabique del apartamento de una pobre vieja embrutecida por el vodka barato de producción casera: una ingeniero pobretona que leía a Marx a los doce años de edad, a Lenin a los trece y a Mao a los catorce: no a Bakunin, un disolvente pernicioso a deshoras, pensemos con la cabeza.)

(Addenda al Aparte: la gelidez del exterior JD. la combatiría con el asombro que de siempre le causaba la lectura de Musil: un café negro y tres coñacs son suficientes estímulos para despedazar a una pobre puta asqueda de todo y al cabo de la calle.)

Olga. ¿Usted le impidió que hiciera el trabajo?

Jessica. Yo no le he impedido absolutamente nada.

Olga. Pero tampoco le ayudó.

Jessica. ¿Por qué habría de ayudarle? ¿Acaso me consultó antes de entrar en el Partido? Y cuando decidió que no tenía nada mejor que hacer en su vida que asesinar a un desconocido, ¿me consultó?

Olga. ¿Por qué habría de consultarle? ¿Qué consejo hubiera podido darle?

No les basta la vida sola.

La grisura de un recorrido existencial carente de verdaderos acicates se alía con la homicida indignación que se experimenta ante la desfachatez, lo ignominioso y el descaro con que lo injusto y corrupto cimientan una sociedad podrida e injusta.

¿Qué diferencia la anomalía suicida en el interior del cerebro de un tipo que con un fusil semiautomático dispara a mansalva en un campus universitario americano de la de un intelectual propietario de una editorial que revienta junto a poste de alta tensión a las afueras de Milán de resultas de la explosión de la bomba casera que manipulaba o de la de un mecánico ajustador que es reclutado arteramente para la lucha armada en un comedor barato y se ve impelido tras chapuceros lavados de cerebro a dispararle a sangre fría a un policía que ni siquiera hubiera sabido accionar el seguro de la pistola que portaba en la funda sujeta a la cintura?

Olga. ¿Qué tiene que ver el amor con esto? Lee usted demasiadas novelas.

Jessica. No hay más remedio cuando una no hace política.

¿En qué lugar mejor que en El Mundo donde recibir las consignas? Escondidos y anónimos entre esa desmañada tropa de comensales albañiles, menestrales y estudiantes de medio pelo, todos conspiradores inocuos y fichados indolente y oficiosamente por la policía, nadie imaginaría que se parapetan auténticos revolucionarios muy decididos a encender la mecha de la violencia.

¿Y después del señor Karl Marx?, pregunta tímidamente el señor Medroso al cabo de unos meses, bastante insatisfecho de la lentitud de sus progresos intelectuales.

Después el Napoleoni…

(Y acabas convertido en un experto en economía política.)

Concesiones ha de haberlas: Aldecoa, López Salinas, Antonio Ferres, el primer Juan Goytisolo, el primer Grosso, García Hortelano… Incluso Baroja, por ejemplo, un tipo divertido, te gustará, ya lo creo, un poco surrealista en ocasiones, mucho punto y aparte, mucha humanidad, palique en cada página: te levantas, comes, haces una visita a algún conocido o te subes a un tranvía, perpetras una revolución silenciosa, cenas, disfrutas filosofando durante una animada velada junto al brasero y te acuestas, y todo eso en un mismo párrafo.

Brell el Mierdecilla, adolescente aún, hizo reír a Brell el Viejo al señalarle una tarde, haciendo un alto en la lectura de un libro don Pío, lo que él entendió como la analogía más chocante de toda la literatura universal: El banco de madera donde tomé asiento era duro como el corazón de un usurero… Aunque a su padre, durante aquellos días, le hacía mucha más gracia los revolcones al suelo que el señor Stendhal, sin perder la compostura lo más mínimo, le propinaba al torturado petimetre Luciano Leuwen.

Los peligros del momento se disuelven en el postre almibarado de una macedonia de lata algo mustia, el pésimo café, la copa de brandy sin marca y el acre aroma del cigarrillo barato sin boquilla.

En efecto, si quieres disimular verdaderamente algo ponlo a la vista: esa inocencia salva la sospecha y licencia cualquier recelo de los vigilantes.

¿Cómo se aprende a matar?

Un origen humilde (o equivocado: la rebelión puede comenzar en el mismo instante de percatarse uno que no está en el sitio justo en el momento adecuado, incluso el nombre o el apellido, igual que tu clase social, puede precipitarte a la acción política sea del signo que fuere) ayuda lo suficiente.

Hugo. Ellos llevan ventaja; allí, cuando deciden que un hombre va a morir, es como si tacharan un nombre en una guía: trabajo limpio, elegante. Aquí la muerte es un ajetreo. Aquí están los mataderos.

Mientras engulles la refrita pescadilla o los indigeribles callos del color de la sangre sentencias a un hombre: ése, muere. Y acto seguido vacías el vaso medio lleno de vino mareador, también del color de la sangre, denso y oscuro.

Inocente o culpable… como yo. Víctima y victimario son producto de la misma infamia. Una infausta casualidad asigna las máscaras que cubren la pobre carne humana en la tragedia de una vida sin sentido puesto que no sabemos de donde viene ni adonde va, un sin ton ni son, y sin embargo anda uno todo el día olvidando la eternidad de la nada que le aguarda.

Estas son las épocas.

Hoederer. ¿Qué quieres hacer del Partido? ¿Una pista de carrera? ¿De qué sirve afilar un cuchillo todos los días si jamás lo usas para cortar? Un Partido nunca es sino un medio. Sólo hay un fin: el poder.

Hugo. Sólo hay un fin: conseguir el triunfo de nuestras ideas, de todas nuestras ideas y sólo de ellas.

Y todo esto, ¿a santo de qué?

Eso te lo dirá el Llorica del 20N, que insta a los españoles al reencuentro con su Caudillo Franco:

Acudid al palacio de El Pardo y, desde la distancia, contemplad esa luz permanentemente encendida en el despacho del Generalísimo, donde ese hombre que ha consagrado toda su vida al servicio de España, sigue, sin misericordia para consigo mismo y su cuerpo herido por las llagas del sacrifio, firme al pie del timón, marcando el rumbo de la vida de todos los españoles para que lleguen a puerto seguro.

China y Albania ponen la pistola en tu mano.

Hoederer. …la Revolución no es asunto de mérito sino de eficacia; y no hay cielo. Hay trabajo por hacer, eso es todo. Y es preciso hacer aquél para el cual uno sirve: si es fácil, enhorabuena. El mejor trabajo no es el que te costará más, sino el que lograrás mejor.

Un sosegado pic-nic que transcurre sobre la verde pradera abrileña engendra la orden tajante que impone el método de lucha irreversible. Lo protagonizan los miembros más aguerridos de la célula.

El mandato viene de arriba: siempre hay un dios arriba, un mandamás surgido desde las tinieblas o por encima de ellas, que decide por ti.

No hay vuelta de hoja, la camarada Libertad no admite réplica. Y que se lo piensen muy bien quienes estén barajando alternativas menos rotundas o les ronde por la cabeza alguna tentativa fraccional.

Es un dios el que siempre te condena: son mis designios, brama desde las alturas.

Ojo: el disparo a la nuca del prójimo al que te impele la dirección puede ser el disparo a tu propia nuca si te da por torcer las cosas por escrúpulos indeseables o desobediencia sectaria.

A veces, un revolucionario en ciernes tiene mucho de un escritor en ciernes, la misma arma (que no ha de conquistar ningún corazón):

Miles de folios, botes de tinta, la multicopista.

A imprimir a partir de los clichés (ni siquiera tú decides: palabras, palabras, palabras).

¿Qué importa lo escrito?, ¿qué importa el texto de una octavilla política  incendiaria o la sintaxis descuidada en una acelerada cuartilla de Baroja? A fin de cuentas, siempre escribe un demiurgo; tú sólo eres un instrumento, el medium necesario pero… también prescindible.

La palabra es la acción, por eso encarcelan a tipos que escriben y permiten a otros tipos que fabriquen y vendan armas a plena luz del día.

Con licencia en el libre mercado..

Con licencia para matar.

Una vieja escopeta de caza del 12, una Laurona de fabricación nacional, puede ser la única palanca que aleje a España definitivamente de El Pardo, oscurísmo y tétrico, y de su lucecita incansable, inmisericorde, eterna.

Tendremos que recortarla, propone uno más adelante al medir el cañón, con evidente temblor en la voz.

Hay que matar de cerca. Los perdigones agujerean la piel, penetran y hacen estallar la carne cubierta del odioso uniforme.

El aleteo de la dichosa mariposa a 15.000 kilómetros de distancia empuja el mundo en una dirección u otra.

A raíz de un soplo, el día 11 de julio de 1975 cerca de una veintena de miembros de una organización comunista de tendencia maoísta son detenidos por agentes de la policía. De las sórdidas celdillas de esa colmena otros soplos han de provenir que, meses más tarde, conduzca al pelotón de fusilamiento a varios militantes de aquel partido revolucionario.

La China está cerca (3).

El espíritu de la colmena (5).

No hay efecto sin causa.

La camarada Andrea (causa) urge a la acción (efecto).

Bajo el terrible calor de julio otros andan de peregrinaje al monte Abantos, aún sin que la losa de granito de 4.000 kilos selle la fosa revestida de plomo que ha de albergar la futura tumba de La Espada más Limpia de Europa.

Una tarde se mata a un policía que monta guardia a las puertas de una oficina pública y una mañana se atraca una sucursal bancaria. Una noche se detiene a balazo limpio a media docena de camaradas barbudos desarmados e inofensivos que asisten a una reunión informativa (Son los comunistas los verdaderos enemigos de nosotros los maoístas, compañeros…) y un mediodía cae abatido un policía armado con una barra de pan en la mano cuando al mediodía se dirigía pacíficamente a su casa a comer en compañía de su anciana madre.

El día 1 de septiembre de El Año Que Murió Franco los cinco hombres que han de ser fusilados antes de que acabe el mes se hallan entre rejas, ya en capilla (como quien dice): tres meses han durado los días de vino y rosas.

Cenizas y diamantes (4).

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!

Maravillosa doma del lobo estepario.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

Teatro mágico
Entrada no para cualquiera
Sólo para locos

Me pusieron en la mano un revólver del 22 con tambor de nueve recámaras. Lo demás, fue fácil. Sólo había que disparar al bulto. No veía nada más que el bulto y el revólver en la mano. Veía la mano, no el revólver. No oía nada. Todo parecía silencioso, congelado en el tiempo, sin color, o todo blanco, pero de un blanco sucio, como de niebla oscurecida. Nada parecía moverse. Y el arma se disparaba sola, una y otra vez, en un extraño silencio que cubría las imágenes como sumidas en un agua turbia. Y luego fue todo aún más silencioso.

¿Cómo era el bulto?

¿Qué era el bulto?

Yo era inocente.

Como los pañales cagados de un bebé (pero olías a mierda que daba a gusto).

Desgraciado, más te hubiera valido ir a ver las (aunque mínimas) tetas y el goloso pubis que transparentaba ladinamente el slip rosado de la Goyanes en Equus.

Y entonces todo fue un fragor, todos los ruidos del diablo: la ciudad y sus males que apestaba con su gran bocaza abierta a la vez que lanzaba llamaradas.

Y, al final, mueres de frente… pero con los ojos vendados, las manos a la espalda... Un títere desmadejado.

Madre, ¿qué es todo esto?, ¿qué es este anochecer?, ¿qué es esta sangre, qué es esta oscuridad?

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

Con una venda sobre los ojos.

Dando vueltas y vueltas por las calles de la ciudad conduciendo un 127 robado (si rojo, lo pintamos de azul o verde) acechando, eligiendo la víctima propicia, camino de su casa para la comida de las dos y media, por ejemplo, mientras el lustroso político de siempre (procurador lustroso en dictadura, parlamentario bien cebado en democracia) llena su estómago en restaurantes de nobles maderas, cristalerías esplendentes  y vinos añejos.

Leyendo Vanguardia Obrera.

Sumando mentalmente los diez días, ni uno más, que estremecieron el mundo.

Preguntándote cuando amanecerá de una vez por todas luego de la larga noche de la opresión.

Subyugado por las palabras de la sirena con la metralleta al hombro y el Libro rojo del camarada Mao en unos de los bolsillos del vaquero.

En El Mundo atiborrando la panza de carne vieja cocida, patatas hervidas con su piel rebosante de aceite y sal gruesa y echándose al coleto un litro de vino áspero y espeso (reserva 1900… el barro: anónima, lustrosísima, noblemente envejecida, suave al tacto, eficacísima jarra de arcilla que no su líquido): al cabo ni siquiera intentas eructar con disimulo o jugar al escondite con el índice de la mano izquierda que hurga las narices en busca de un moco seco. A la mierda todo (de ahí a meterle un tiro en la barriga a un policía, un paso): tan pobre diablo él como tú: de las aldeas perdidas ese condenado, comiendo patatas cocidas, piltrafas de cerdo o cordero, rosegando huesecillos de conejo, escarbando con un palillo caracoles y bañando la apetitosa carnecilla en un espeso ajoaceite, eso era también el policía en busca de futuro en la ciudad, como tú, víctimas y victimarios sois los mismo.

Enamorándote de Sonia, que mientras separa las piernas y te vigila con un ojo, entreabre su sexo caliente para que te hundas en él de cabeza a la vez que encaja en tu mano la pistola.

Calzando unas botas militares de pies ajenos y anónimos.

Como mueres joven, veintiañero, nunca las podrás cambiar, pues eres otro, al paso del tiempo por unos distintivos Mephisto, por las decepciones, las traiciones, las renunciaciones, los logros y los kilos acumulados, ya en la madurez irredenta, de buen burgués, ni siquiera caricatura del que eras, perfectamente irreconocible, ah, la poltrona en las Cortes Generales).

Escondiéndote en algún cine de arte y ensayo:

Prima della rivolucione (4)

Popol y diament (4)

Film d’amore e d’anarchia, ovvero stamattina alla 10, in Via der fiori, nella nota casa di tolleranza (?)

Etat de Siége (3)

Estamos en el salvaje Oeste: una vaca vale más que un hombre.

Esta es una tierra dura, Cody. Le obliga a uno a hacer cosas feas aunque no quiera.

A veces, muy feas.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

En El Mundo, de nuevo, tragando a la medianoche una sopa de menudillos, llevando la cabeza como rústico que eres a la cuchara de estaño: a cabezadas contra el fondo del plato, y no al revés, como hacen exactamente las personas que guardan la etiqueta a la mesa para no despertar sospechas, y dando buena cuenta de la segunda jarra del asqueroso vino del día. Y, luego, felices sueños (esconde la pistola debajo de la almohada).

Escala a lo más alto del abismo, desnudo y puro, sé una radicalidadl, embadúrnate las manos con magnesio, apunta a la cabeza, dispara… despierta.

Sueña, de nuevo: Franco yace encerrado en su tumba de granito: en el interior de su calavera se arraciman un millón de muertos, manos, brazos, pies, asoman por las cuencas secas y vacías, se aferran a los óseos bordes luchando por escapar de la cárcel siniestra a través de las órbitas oscuras: eres tú quien ha abierto los agujeros negros, y ahora todos esos, sus víctimas, puesto que todas lo son aunque el infame no hubiera puesto nunca en ellos un solo dedo, resucitaban, salían a la luz como los gusanos de debajo de la tierra, huyendo de sus entrañas de matarife...

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

Diciéndote a ti mismo, por una vez, toda la verdad.

A partir de entonces empiezas a creerte todas las mentiras que construyes mentalmente con tus manos de papel para justificar tu poquedad, la plácida indolencia vital tuya, sin que te importe lo más mínimo la realidad, que no es la verdad ni la mentira, ni tampoco es de papel, es la tela de araña inextricable que nos mantiene a todos envueltos en una maraña de suposiciones, ambiguas percepciones, infiltraciones engañosas de nuestros propios sentidos biológicos, una puta enredadora de palabras, una especie torticera de irrealidad, una grisura paralizante… o el acicate para otros que les arroja a la escaramuza constante contra todo; pasas a la acción… o vives como la hormiga ciega aunque sin romperte el lomo y sin remordimientos.

¿Qué es la verdad?

Pregúntaselo a Platón…

¿En 1975 tú leías a Platón en lugar del Antidhuring? ¡Mala peste te lleve al infierno, reaccionario!

¿Cómo has conseguido ser el que eras?

Así de simple: imprimiendo octavillas en una cochambrosa multicopista instalada en algún sótano o buharda urbanos… naturalmente ya descubierta (y consentida) por la Brigada Político Social. Un paso en falso y…

¿Eres Fiodorov?

El mismo.

Yo soy Hidalgo. La dirección del partido insta a pasar a la acción, y sabemos que tú pones objeciones, miramientos pequeñoburgueses que ralentizan el progreso y la concienzación de la vanguardia proletaria. Tus prevenciones alarman a otros camaradas dispuestos a la lucha.

No quiero saber nada de violencia física, camarada.

Ellos la utilizan. Su mundo y sus ardides son la bola de acero atada a perpetuidad al tobillo de las clases trabajadoras y al campesinado (¡Joder, Vivales!).

Yo no soy ellos.

¿Entonces, qué? El trabajo sucio para otros, ¿no es eso? Tú, con las manos bien limpias y con el corazón columpiándose del arco iris. Esa, digamos, subjetividad individualista es un freno para las conquistas obreras, una mala influencia de intelectualoide duditativo que hay que extirpar como un cáncer que terminara extendiendo su malignidad al resto del cuerpo social. Eres un ejemplo letal para la libertad de las clases trabajadoras, cerdo.

Nadie tiene porque encargarse del trabajo sucio. La sangre no mancha, te condena. ¿Qué cojones es eso del trabajo sucio? ¿Dispararle a la cabeza, aunque el disparo se te vaya a su ingle o a un pulmón o a una oreja, a un pobre diablo que se salvó del pastoreo del rebaño en su pueblo natal después de la mili (puta) aprendiendo las cuatro reglas, algo de ortografía y unas pocas páginas de Historia de España que le sirvió para ingresar en la Guardia Civil o en la Policía Armada? ¡Menuda hazaña para que estremezca en diez días al mundo o levante en pie a la famélica legión!

Y Fiodorov continuó entre libracos, multicopistas, oscuras logísticas revolucionarias, mensajes clandestinos, citas a la hora de sangre del alba; primma della revoluzione… Ver, oír y callar. Además, camarada, al cabo de una cuantas horas la multicopista te deja para el arrastre y no digamos el transporte de aquí para allá con los mazos de octavillas aún goteando la tinta oscura de la proclama incendiaria (¡joder, Vivales!): a cada uno, según su trabajo; a cada uno, según sus necesidades. ¿Vas a violar es regla tan primordial y definitoria?

Además, camaradas, los tipos del servicio de información de la Brigada Político Social hace meses que saben de las andanzas  poco escrupulosas del compañero Hidalgo encoñado a lo bestia con la camarada Andrea. Ya tienen su pescuezo al alcance de la mano. El pescuezo de los dos. Sólo tienen que estirar el brazo en el momento que les salga de las pelotas. Saben hasta las horas que duermen, las veces que follan, los cigarrillos que se llevan a la boca y la clase de porquería diaria que se meten a la barriga en El Mundo. La Organización, camaradas, ha sido un coladero desde que el señor Álvarez Vayo, nuestro infatigable luchador por la causa antifascista internacional desde la poltrona del exilio, decretase que debíamos liarnos a garrotazos con los sabuesos de la dictadura franquista. No hay uno solo de nuestros hombres que no tenga a un discreto informador de la policía como su sombra delatora.

Además… a fin de cuentas, ¿qué es un hombre? Seamos simples… o más sabios de lo que pudieran proclamar tales simplicidades: apelemos al catón infantil o a la navaja de Ockham): cabeza, tronco y extremidades.

¿Y a ése le vas a pegar un tiro?

¡Menudo Antidhuring!

Yo (?), señor juez, disparaba a un símbolo… Sin fluidos, sin venas ni arterias ni ojos abiertos de sorpresa ni boca abierta de espanto, ni sangre ni nombre ni rostro ni futuro, nada de eso creía yo que ocultaba ese uniforme de mala sastrería, ese pobre humano disfrazado de guardián de las cajas fuertes de sus jefes cuando se desplomaba al suelo aún con la gorra puesta.

¿Qué tenemos hoy en el menú?

De primero, patatas a la riojana; de segundo, huevos con chorizo; de postre, melocotón en almíbar -de lata, en el pequeño platillo tres escurridizas piezas que has de luchar para atraparlas en la cucharilla-. Y, entreteniendo la comensalía humeante que hiede a cuerpo mancillado de trasiegos inclasificables diurnos y nocturnos, esa obra maestra de la jarra de brillante alfarería y algo panzuda figura… rebosante del vino de la alegría.

(Además.)

Todo un verso goliardo en rima consonante.

Echa un buen trago al coleto.

Dios ha muerto entre los contenedores de las basuras a rebosar de esos desperdicios del menú menestral.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

Entre bocado y bocado de venenosas costillas de cerdo y vaso tras vaso del morapio embrutecedor.

Apretando el gatillo con todas las de la ley (o sin ella).

(Fiodorov apartó a un lado al señor Gramsci y se puso a leer El hombre sin atributos del señor Musil (el señor Gramsci hubiese sonreído aprobando noblemente la elección.)

Libro por libro…

El dedo en el gatillo y el alma (de haberla) en el limbo (de haberlo).

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario