Pero optó por la imaginación, que es algo inactivo: propendía a permanecer tumbado en la cama con la vista fija en el techo, las manos entrelazadas debajo de la cabeza: era adolescente, era idealista: era un amante orgulloso con dos pistolones cargados escondidos tras los faldones del redingote o en el hueco libre de la chistera sobre la cabeza: triunfo o muerte. Y se palpaba la tapa de los sesos justo allí donde en los folletines de antaño e incluso en alguna novela de nuestros días penetraba la bala suicida y la hacía saltar (la tapa).
Y
todo eso sin abandonar su habitación y a dos pasos de la mesa del comedor donde
papá, mamá y servidora le llenaban el
buche con encomiable regularidad al benjamín invencible y siempre puntual a la
hora de la pitanza.
Hasta
el mismísimo Johannes Kepler soñaba más allá de la matemática y la genialidad
-hola, fantasía-: escribió Somnium,
un relato de ciencia-ficción, a hurtadillas, hasta avergonzado por lo que sabemos, y se publicó póstumamente.
En
esta tarde… que es todos los días, todos los años… suelta el remo, salta a la
mar.
¿Pues
no eres joven y hermoso libre ya de la costra pordiosera de tus desdichadas
aventuras?
Los
dioses te prodigan su gracia.
Su
caprichosa voluntad rige tu singladura de éxito y fortuna. Eres el elegido.
Nausícaa-Hanna,
la de los blancos brazos…
Entonces le concedió, la excelsa Atenea, la hija de Zeus el
poderoso, el don de aparecer más apuesto y robusto e hizo caer de su cabeza una
espesa cabellera, semejante a la flor del jacinto. Así como derrama oro sobre
plata un diestro orfebre a quien Hefesto y Palas Atenea han descubierto toda
clase de artes y culmina graciosos trabajos, así Atenea vertió su gracia sobre
la cabeza y hombros de Odiseo. Fuese entonces a sentar a
lo lejos junto a la orilla del mar, resplandeciente de
belleza y de gracia, y la muchacha lo contemplaba.
La astucia previene de
la locura suicida de Butes, el Ahogado que sucumbe en la espuma de Afrodita:
loco y precipitado fuiste.
De la estirpe de
Odiseo, él se defiende de los cantos de sirena sin desdeñar el placer que le
causan bien amarrado al mástil de una pródiga y feliz supervivencia Con los
oídos bien abiertos, se halla demasiado adherido a la carne de lo terrenal, y
tampoco le hace falta la argucia de la cítara de las nueve cuerdas: sueña,
fantasea, se solaza… con la zarpa metida en el saco de las monedas y los pies
firmemente asentados en el suelo, lejos de la turbulencia de las olas. Que la
ninfa sea sólo música que embelese un rato, una Ligeia, una Leukosia, una
Parténope a la que ya tendrá tiempo de cerrar los labios y retornarla a su
mundo marino.
Hanna sólo es… la
sirenita de Andersen.
Además, él no sabe
nadar.
Se limita a exhibirse.
(Y
sin embargo, me escapé por pelos. Debió ser mi tercer momento antes de
ahogarme.)
Podría
decirse, Charlie, que yo he vivido a mi aire…, un aire pernicioso, casi
irrespirable a veces. (Como debajo del mar, como una asfixia...)
Poetas…
la poetisa Safo se mató arrojándose al vacío desde el peñasco de santa Maura:
¿buscaría el mar?, ¿el canto de la lira?, ¿el dulce y eterno abrazo de la
sirena fuera del agua, ella tan amante de la boca femenina?
Saltar…
Huir del remo. Lo peor de las aguas no es que te ahoguen, sino que te
precipiten al hondo silencio.
Todo
parece precipitarse hacia abajo desde la exaltación, el éxtasis o el más
efímero de los placeres, hacia el abismo acuático en donde todo es mudez.
No
mires atrás o lo perderás todo, a Eurídice, la vida, el presente…
Butes…
Dicen que el agua, agazapada tras su rumor náutico, habla: es el susurro de las
sirenas que se comunican entre ellas, un discurso enhebrado en las olas, y
también en su color. Antes de desvanecerse en el fin embriagador el Argonauta
aprendió ese idioma que como la música penetra hasta lo más profundo del
espíritu, allá donde se mecen todas las extrañezas que ansían encontrar su
nombre y en el aire flota un aroma femenino.
Son
de mar.
Soy
Butes (con una copa en la mano, Charlie).
Habla
el mar, pero os obliga a los simples mortales, a los amarrados al mástil o a
los sordos por la cobarde cera, al mutismo, a la mera contemplación.
Muerte
por agua, qué triste, la de aquel marinero que evocara el poeta moderno, lejos
de toda sirena, arrastró sus huesos en
susurros.
No
así yo, Bocetus eternus, gran
parlanchín, listo y anfibio.
(Confesaré
la verdad: las sirenas todas tienen forma de mujer, su fascinante atracción,
ese su canto silente y magnífico. No busquéis otro aspecto fantástico ni el
engendro fabuloso ni el bello reflejo animal de aquélla. Les basta con esa
sencillez. Les basta con ser así.)
Escuché
tu canto, besé y acaricié la sal de tu piel, sirena, y no me destruí.
Te
he convertido en un perrito faldero, pequeña sirenita. El azul de la piscina…
¡te sienta tan bien!
Eres
mi animalito perfecto.
¡Hale,
hop!
En
la niñez fue su hermano JD. quien le aficionó a las sirenas, a las brujas y los
magos, a imaginar su refugio ideal en el interior de cabañas de gruesa madera
como surgidas de las brumas de los bosques de un verde casi negro, a las hadas
siempre crueles y despóticas corporeizadas en los lánguidos colores de Arthur Rackham.
Gran
domador, se pensaba JD. de sí mismo. Y, en verdad, era él el náufrago, aunque
finalmente se salvó braceando con tesón hacia tierra adentro, muy adentro.
Como
un pájaro asustado, alzaba el vuelo aquel santo varón JD. (que a nadie debió
nada nunca) en cuanto alguien pretendía hurgar en su biografía. Una intimidad a
flor de piel, herida hasta por una simple mirada, qué no maltrataría una
palabra: huye, huye el hombre árbol, con las raíces al aire sobrevuela collados
y cimas, cierra la boca en los valles donde trajinan las gentes y comercia con
la palabra justa y la moneda en la mano, hombre de silencios muy prolongados y
aficionado a poner tierra de por medio.
Por
entonces el guionista, más risueño de lo habitual, recién llegado de la
Editorial Valenciana, los sábados, cobrados algunos billetes por su trabajo y
ya con una copa de más, cuando visitaba al viejo Brell para el aperitivo del
mediodía, atacaba a cualquiera de los tres hermanos, al primero que le salía al
paso en aquella casa tan grande
¿Y
a ti qué te gustaría en algún momento de tu vida?
Estar
en una isla desierta.
¿Mucho
tiempo?
Lo
preceptivo. Veintiocho años.
De
los tebeos había pasado a la novela juvenil la tribu Brell, ya le traicionaba
la muchachada, se alejaban de viñetas y bocadillos.
Ajá,
vaya –balbuceaba el guionista sin aparente contrariedad, pero aunque fugaz se
notaba la pena en la mirada.
(De
las páginas habían caído las estampas
como hojas secas.)
Sin
embargo, luego de los años de plomo, JD. tuvo que reconstruirse.
Todo
en torno a él comenzaba a agrietarse como si en el gran teatro del mundo que
era la realidad los decorados estuviesen a punto de venirse abajo y descubrir
por fin detrás de ellos la oscuridad profunda de la nada de la que había
brotado y a la que iba a retornar concluida ya la función de la vida.
Pero
le bastó la brillante idea de meterse en un paisaje luminoso de Van Gogh,
limpiarse el cerebro de telarañas, ventilarlo con el aire sin mácula del monte,
dejarse pasar en el tiempo y las cosas.
Tuvo
una larga vida, y tuvo hijos, y un anochecer cálido, en los primeros días de
otoño, murió pacíficamente sentado junto a la ventana abierta a los montes con
un pequeño libro de Homero en las manos y un vaso a medio llenar de vino rojo
sobre la mesa.
Ah,
esa herida invisible por donde se escapa el tiempo.
Charlie,
somos un montón de recuerdos. Eso es lo que nos hace año tras año. Los hechos,
despertarse por la mañana y dormirse por la noche y todo lo que acaece a lo
largo de ese abrir y cerrar los ojos, son el material que ha de permanecer en
la memoria o extinguirse del todo sin dejar huella, pura anécdota, el presente
inasible, los días y días que no parecen acabar nunca.
¿Sabes,
Charlie? Este cuerpo aún joven ya es el asilo de un alma tan vieja como el
mundo. (¡Joder, Vivales!)
Bebamos,
amigo barman, bebamos, que, como dice el chiste alemán, cuando uno ve doble
está menos solo.
Nada
he de comer de los Bueyes del sol: traen desgracias y naufragios. Es suficiente
con calmar la sed.
A
este expendedor de copas le endoso yo hoy hasta la Traviata, y sin el menor
remordimiento ni pudor, se dice un perverso Boceto
pertrechado de sus sabidurías librescas e innecesarias por absolutamente
prescindibles.
Somos
una moneda de oro envuelta en un montón de barro de podredumbre, amigo, tan
pronto dado a la fractura como a la extinción.
No
cabe duda, jefe.
¿Tú
sabes lo que cuesta la camisa que llevo puesta, Charlie?
¿Mi
sueldo del mes sin las propinas?
Por
ahí andará la cosa.
Podían
bordar en oro tus iniciales debajo de uno de sus picos: la verdadera clase se
esconde.
(Tenemos
que subir frecuentemente los precios, señor especial. Nuestros clientes
demandan ese incremento. Debemos impedir a toda costa que cierta clase de gente
ajena al verdadero elitismo acceda a nuestros productos. Cuanto más dinero
cueste una prenda de ropa, unos zapatos, un perfume o un bolso de diseño más
exclusivos serán sus compradores. En definitiva, tenemos que preservar el auténtico ethos
de la marca y asimismo el de sus muy selectos y minoritarios usuarios. Eso se
consigue manteniendo e incrementando periódicamente un precio cada vez más
elevado que alimenta lo privilegiado y fortalece el club de los elegidos donde
se miran y se reconocen entre sí, avala el estatus de los afortunados y escasos
poseedores de estas prendas y objetos de auténtico lujo, que la abultada cifra
de la etiqueta aleja a los intrusos de medio pelo, a los parvenu.)
Eres
demasiado fácil para el Gran Hermano Algoritmo: vas dejando rastro tras de ti
como una babosa, y a su misma velocidad además, lo que hace que sea muy fácil
atraparte.
El
Gran Hermano Algoritmo te ha estudiado a conciencia, sabe lo que te conviene y
sabe lo que le conviene a otros tipos que estén interesados en ti, en tus
decisiones y en tu dinero.
Lo
sabemos todo sobre tus gustos y tus posibilidades. Hasta tu frigorífico o tu
robot aspirador nos proporcionan información relevante o desechable acerca de
ti. Ya eres, simplemente lo que compras o lo que votas. Fuera de ello, a
nosotros nos importa muy poco que te mueras, pasees por el parque o mires a
través de la ventana: en las tres circunstancias has dejado de consumir, has
dejado de ser útil, así que nada nos interesas hasta que vuelvas a sacar al
aire tu tarjeta de crédito.
En
la hora del cerdo estamos, Charlie.
¿Qué
me dice, jefe?
De
21 a 23 mandan los puercos.
Jamás
lo hubiera pensado.
Pues
apuremos el trago, amigo. Que la que sigue es la hora de la rata.
Mi
última cena sin Jesús acaeció en El Coyote de Hollywood.
¿Y
eso cuando fue?
El
año de la luna.
(Él
era el decimotercero en la última cena con Jesús, apenas si se le ve en el
extremo opuesto adonde rumia el Judas, mentalmente cuenta sus moneditas.)
Bonito
decorado el de este local, Charlie.
No
está mal… (Aparte, musitando): Para
pasar el ratito, cabrón, porque si estuvieses
de pie detrás de esta asquerosa barra patria de borrachos las diez horas
que estoy yo aquí…
Es
necesario que haya un lugar de inmundicia para lo que es inmundo. /Libro de
Mormón.)
(Aparte): La séptima le va a caer a este
tipo como un trompazo en la cabeza con un bate de béisbol.
Cuando
tenía la edad del joven Fu, España era una, grande, libre… Pero yo nunca me lo
creí del todo. España me parecía pequeña y sucia, llena de gentes de faz oscura
que gritaban mucho al hablar y sembraban las aceras de la basura que sacaban de
la boca o del bolsillo. Y tú, Charlie, ¿te lo creías tú? Una, grande, libre…
¡Qué te parece!
No
sé, jefe. No recuerdo haber oído tal cosa ningún día de mi vida…
Boceto mira al otro (treinta años menos que nuestro profesor
de historia del arte): jodido milenial. Se encoge de hombros. Sorbe un trago de
la copa. Suspira. Posa la mirada cansada sobre la bruñida superficie de la
barra. Piensa: debería tener una como esta en un ángulo el salón, un pequeño
bar abierto a todas horas... Pero, me faltaría el barman. Mucho le echaría de
menos. A estas alturas no voy yo a hacer de Charlie.
Por
supuesto, tú no había nacido todavía.
Qué
revoltijo de generaciones, todos a una y cada una a cuestas con su medida de
tiempo distinto.
1989,
un mediodía lánguido y amarillo de otoño, hasta las paredes de la casa parecen
desvanecerse en la abulia, en las horas suspendidas en la nada:
El
viejo Brell anda puñetero, mortificador y patoso con el único hijo que le queda
en casa.
Deberías
dejarte bigote. Te parecerías algo a mí.
¿Y
qué pensaría Paula? No creo que le gustara. Irritaría su delicada piel.
¿Y
qué? Acaso no te la pincha ella a ti cuando le comes el coño?
Se
rasura a la brasileña cada quince días.
Está
claro que estos ya no son mis tiempos.
No
sé si entra en mis planes futuros parecerme a ti, padre.
Sí,
sospecho que no es fácil llegar hasta mi: Bastardillos, veintitrés, duplicado,
escalera interior, guardilla B. Y no preguntes a la portera, que muerd. Te
violaría en un instante sin quitarse las faldas.
1991:
Padre,
qué pobre discusión. ¿Qué no estarás en lento proceso de neurodegeneración?
Pues,
¿qué es lo que me ocurre?
Yo te lo diré, es fácil,
un poema para recordar: en tu cerebro
he detectado placas neuríticas en forma de depósitos de β-amiloide
y ovillos neurofibrilares formados por hiperfosforilación de la conocida
proteía Tau, lo que evidencia alteraciones en la citoarquitectura de las
neuronas. Padre, estás abocado progresiva e irreversiblemente a pérdidas de
memoria, alteraciones y trastornos de conducta y declive psicomotriz.
Y
todo eso ¿a santo de qué, mal hijo de tu puta madre?
A
aberraciones epigenéticas, alteraciones cerebrovasculares que ocasionan una
mala oxigenación cerebral, reacciones neuroinflamatorias y citotóxicas, fracaso
de los mecanismos neurotróficos, fenómenos oxidativos…
Y
el aire que respiro…
En
efecto, y el aire que respiras.
En
definitiva…
Que
apresuras el desenlace por tu mano… o acabas en una miserable y estrepitosa
chochera.
(6/1992.
Y ascendió al dragón.)
1969:
Padre,
voy a ser científico. El Nobel me espera.
Sigue
por ese camino, hijo mío, pero al final de esas incertidumbres vocacionales que
te agitan periódicamente me temo que recibas como premio un vaso de cartón y un cepillo de dientes.
Diálogo
con su tío Ignacio, al que debe su santo nombre, muy lejos de saber el buen
hombre aún cincuentón que iba a morir al
cabo de tres semanas:
Tío
Ignacio, estás absolutamente como una cabra.
Sobrino,
estoy absolutamente. Lo demás os lo habéis inventado vosotros para arrebatarme
mis bienes inmuebles.
Que
así sea.
Poco
tengo yo de tonto, sobrino. Decidí muy pronto, todavía escolar, que fueran
otros los que hicieran todo por mí. Lo único que hice por mí mismo cuando el
tiempo me urgió a hacerlo fue un coño de mujer con mi propia mano. Ahí me las
dieron todas.
No
vivirás mucho tiempo.
Eso
no es de mi incumbencia. Lo mío es vivir. ¿Qué tengo que ver yo con la muerte?
Es
algo inherente a la vida… La muerte, quiero decir.
Sobrino,
discrepo. Una vez muerto, la vida no ha existido jamás. Tú, no has sido. Son
los que te suceden, los que te sobreviven, por menos tiempo del que se
imaginan, los que te inventan cuando así les viene en gana.
Quién
lo diría, pero…:
Escribe
testimonios post mortem.
Con
la meticulosidad de un Bruckner he escrito mis páginas, doctores. Jamás hubo
notación tan prolija y esclarecedora en los márgenes de un texto destinado a la
prensa: sembrados de matices y signos dinámicos y agógicos, incluso me bato a
brazo partido con tetrapodios, heptapodios y lo que se ponga por delante.
Oye,
Charlie, tú no serás uno de esos Charlie
lectores, ¿verdad? Percibo un brillo alarmante en tus pupilas.
Prepárate
para lo peor en esta maldita hora de la rata.
La
teresiana loca de la casa te ha cogido de la mano: la tiene bien agarrada entre
sus finos y sutiles dedos, muestra gran beneplácito, derrocha consentimiento,
hasta te sonríe muy generosamente, no te soltará.
Y,
sí, es un Charlie lector. ¡Y qué lector!
Mi
madre nos inoculó el veneno de la lectura: de niña se había leído todos los
libros de Celia y Cuchifitrín y, ya de jovencita, se leía cada semana una
novela de Corín Tellado, una estimable escritora al decir de un prestigioso
novelista contemporáneo.
Omnisciente
narrador que burla en pasado y futuro los hechos de toda cronología, los
sucesos habidos e incluso los no existentes en el año de marras, su poder
alcanza más allá de 2008: muere este centón de páginas y muere, en
consecuencia, todo… ¡pero él vislumbra desde el más allá lo porvenir!:
Tal
preclaro escritor fue Vargas Llosa y fue verdad lo que dijo y fue premio Nobel
en el año de gracia de… ¡2010! (¿?)
Curiosamente,
piensa Boceto algo confuso, una de
sus abuelas, la locuela, la pindonga, la casada con el abuelo Antonio Miguel,
que él no llegó a conocer, aún de adulta, en plena República, también le daba a
la Celia y al Cuchifritín.
De
modo que un Charlie lector:
Yo
leo mucho, jefe. Una barbaridad.
¿Qué
estás leyendo ahora?
Los crímenes de la Gestapo.
Interesante.
Ya
lo creo que lo es. Es un libro de historia. Verídico.
¿De
historia?
Está
muy bien documentado ese libro y reproduce decenas de fotografías atroces… A mí
me gustan mucho los libros de historia.
Entiendo.
En
cuanto lo acabe leeré otro que ya tengo pendiente en la mesilla de noche, Los campos de exterminio nazis. Como le
digo, a mi me gusta la historia.
Ya
veo.
Después
le llegará el turno a un par de libros apasionantes, que ya he leído, pero que
no me importará en absoluto leerlos de nuevo, Los últimos días en el búnker de Adolf Hitler y Treblinka.
Vaya.
Pues,
sí. A mí no me gusta perder el tiempo con noveluchas del oeste o románticas y
cosas de ese estilo. Yo leo para instruirme.
Tienes
gustos muy especiales, Charlie lector.
En
efecto, me he especializado en algunas materias. Es la única forma de no andar
como un zombi por la vida. El respeto se lo gana uno siendo persona instruida.
Hay
que huir inmediatamente de este lugar. Este tipo de barman Charlie siempre
acaba construyendo una cámara de gas para sus invitados. Hasta es muy posible
que haya emponzoñado mi bebida, se dice Boceto
precavido.
Mis
ojos sólo han visto maldades y abominaciones.
No
hace falta que juzgues a los seres humanos con un copa de asco letal en la
mano. Basta la lucidez, la sinuosa luz del amanecer que te aclara los sesos,
cuando ellos abandonan sus camas y se ponen en marcha, para comprender su
mirada pringosa de deseos materiales y la bajeza de sus aspiraciones.
Hanna,
escucha al que sabe. Soy un viejo sabio que no ansía salvar almas cuanto
procurarles la revelación a quien quiera oír: el que tenga oídos, oiga.
He
aquí, os hablo como si hablara de entre los muertos, porque sé que oiréis mis
palabras.
Hace
cincuenta años millones de hombres se mataban entre sí; hoy, como vulgares y
aviesos mercaderes del desierto, se venden mutuamente pieles y alfombras,
sofisticadas baratijas que tanto les encandilan, y se sonríen y han olvidado
todo. Se divierten en sus simplezas, pero sobre todo, ven la televisión y se
intercambian mensajes triviales y chistes estúpidos a través de sus teléfonos móviles.
Han dejado de ser raros o, al menos interesantes, para ser ridículos. Sé que
también hay otras guerras, lejos de los países de aceras y asfaltos limpios,
son guerras exóticas donde mueren miles de seres humanos de cualquier sexo y
edad que no le importan a nadie. De manera, Charlie, que sí, ciertamente,
puedes seguir comiendo de tu plato mientras miras distraídamente durante algún
tiempo la pantalla del televisor y lees tus libros especializados de historia,
cuando la crueldad tosca y sin complejos aniquila a tus semejantes como si
fueran insectos.
Sepas
que he escrito hasta aquí en egipcio
reformado, pero el Señor sabe las cosas que hemos escrito, y que ningún
otro pueblo conoce nuestra lengua; por tanto, él ha preparado los medios para
su interpretación.
¡Qué
sólo sobreviviera a lo largo del tiempo lo complejo, aquello creado oscuro!
Del
más potente ordenador lo sabemos todo: uno a uno podríamos enumerar sus
componentes y sus relaciones entre sí: no hay misterio ninguno: existen los
planos de su construcción y la fácil constatación de su material de metal y
plástico. Parece bastante simple una vez inventada la forma maquinal y práctica
de hacerlo: la fuerza que lo mueve, su complejidad por así decir, es
perfectamente comprensible a partir de los conocimientos básicos que
tecnológicamente lo posibilitan. Pero de una hormiga nada se sabe del misterio
que alimenta su vida, su movimiento, el hálito que la mueve en su derrotero por
la bola del mundo. Un ordenador, materialmente, sólo es chatarra accionada por
una fuente de energía que nada tiene que ver con la que tan misteriosamente
nutre la existencia de la hormiga.
Puedes
crear un ordenador. Millones de ellos, y cada vez más perfeccionados. Nunca
fabricarás una hormiga, una hormiga verdadera. Y si lo consiguieras, no por eso
la vida de esa hormiga fabricada en un laboratorio dejaría de ser tan
enigmática como la de aquellas otras que tan naturalmente pueblan la tierra sin
que nadie les dé empujoncitos tecnológicos por detrás.
El
tío Ignacio lleva una vida tan simple como la de una hormiga, padre.
Qué
sabrás tú, mierdecilla, de lo que anida en ese cerebro tan despierto como el
tuyo a pesar de su ofuscación, de su mundo aparentemente tan limitado y
rutinario…
Ni
siquiera de pequeño el loco se escapó alguna vez de casa. Más allá de la
puerta, estaría el error, la imperfección y, por qué no, incluso el caos. Su
rutina, implacable, ineluctable, lejos de ser estéril, le reconfortaba. Durante
días, ni siquiera miraba a través de las ventanas de la casa de La Cañada por
el terror que eso le producía: los limoneros, los dos árboles frutales, los
pinos, los arriates, las matas de plantas, las flores y las pequeña parcelas de
jardín que rodeaban el chalet, el cielo azul,
las nubes que van y vienen, los muros y la verja…, ese era su refugio,
tan inofensivo todo.
¿Importa
algo el marco de referencia? Los sesos se crispan, se hielan en un santiamén
pocos instantes después de la muerte: la lógica es como un animal muerto
entonces, algo desmadejado e inerme.
¿Estás
muerto, amigo?
Cuando
uno muere, mamífero al fin, lo primero que se extingue es el cerebro, el alma,
tu yo, la conciencia, como quieras
llamarlo, la cabeza se te queda como un pedazo de hielo, y se derrite en un pis
pas. Un montoncito de agua turbia y congelada. Adiós, adiós.
¿Quién
soy yo?
Ese
no se enteraba de lo que ocurría en el mundo a fuerza de querer que pasara lo
que él creía que tenía que pasar porque él sólo veía lo que pensaba y no
pensaba lo que veía: la ventana era la pantalla donde sucedían cosas, las
imaginaciones, las suposiciones, un pensamiento desarbolado que cabalgaba a
lomos de la extravagancia y el desorden más absolutos… pero lejos de la locura
y sus causas y actos ilógicos. Hazte el tonto, amiguito, y si creen que estoy
loco, tanto mejor.
Ante
todo, discreción, solapamiento.
Echemos
mano de la referencia académica.
Sylvia
Plath, 1952: Porque yo no soy aún la mujer astuta capaz de guardar las
apariencias y mantener a salvo mi reputación y, bajo mano [interesante
expresión], ser una zorra con todas las de la ley, por lo menos no todavía (subrayado nuestro).
En
la desesperación, una es capaz de adorar a Hitler, de consumir opio, de
despreciar hasta el vómito la mala poesía (la misma poetisa, noviembre, 1952).
Solapado,
se vive mejor.
Me
toman por loco, así disfrazado de loco, de Napoleón. Pero de este modo oculto
mi verdadera identidad: soy Napoleón, gilipollas, qué te pensabas, ¿qué soy un
pobre hombre?, es sólo una argucia, ¿no comprendes que de esa manera paso
completamente desapercibido, lo que me deja el campo de batalla abierto?
¡Qué
parentela, Cristo!
(Y
todas son las mismas, blancas o negras.)
Como
todas las familias, frutos arbóreos que arrancan de dos troncos, todos sus
miembros son intercambiables entre sí.
Abuelo
Antonio Miguel ¿tú que hiciste para evitar el fusil, la barricada o las
trincheras de 1936?
¿Quién
pregunta tal cosa?, interpela la voz de ultratumba.
Uno
de tus sucesores, Ignacio Brell Gay, vivito y coleando en el año de gracia de
2008, y muerto tú y enterrado allá en el brumoso 1957.
Ese
año venía con malas entrañas. Lo supe nada más verlo al hijoputa, lo calé el
mismo día 1 de enero. Así que el 57…
Pues,
sí, abuelo. Más de cincuenta años han pasado. En fin, no pude conocerte. Y aquí
estamos, más allá de la oscuridad… tuya, al otro lado del tiempo.
¡Qué
prodigios… los del año 2000! Te
confesaré lo que se me ocurrió para librarme de la carnicería, me hice el loco.
A ver si nos entendemos, no quería pasar por un loco de verdad, sino que pasé
de los matarifes y su afición a despellejarse: Yo a lo mío, me dije, como si
conmigo no fuera la cosa. Les convencí. No fue demasiado difícil, pensó para sus adentros, tenía el mejor ejemplo en casa, la loca. Tu hazte el loco, y pasa de
todo.
¿Qué
ha ocurrido con mis trenecitos, mis trenecitos queridos?
¿El
loco? ¿Y te creyeron? Hasta ahora el loco oficial de la familia era el tío
Ignacio Brell Ferrer, pero se obstinaba en desmentirlo con una sonrisa
misteriosa.
¡Tú
que sabrás, niño!, exclamaba burlándose de mí.
Uno
lo que tiene que hacer es no enterarse de nada. Allá cada cual con sus manías y
sus distracciones para pasar el ratito. Lo importante es no estorbar.
Un
loco que velaba su cordura para no dar golpe y un cuerdo que se fingía loco
para no tentar a la suerte en el frente y le pegaran un tiro sin comerlo ni
beberlo. ¡Diablo de familia!
Quiero
decir que sufrí repentinamente agnosis. No reconocía nada en absoluto de todo
lo que me rodeaba: ni a mujer ni a perro ni a querida, ni a hija, ni el dinero,
ni una camisa blanca, ni un mueble, ni un vaso de agua, ni la patria… Todo me
era desconocido, irreconocible, difuso como la niebla. Me miraba en el espejo y
me decía, ¿quién eres? Era humo.
¿No
te reconocías a ti mismo?
Era
como un gemelo hecho de brumas, como un doble que sólo fuese un caparazón: al
otro, yo, lo escondía.
¿Cómo
iban a ponerle un fusil en las manos? ¿Cómo iba a distinguir su bandera de la
de sus enemigos? Podía emprenderla a tiros contra cualquiera de los dos bandos
enzarzados, una masa informe y obsesiva matándose entre sí a la buena de Dios.
A él la política le importaba un pimiento. Le traían al fresco sus enredos y
los tipos que vivían de ella y de la ignorancia de los demás. A él lo que le
importaba de veras era el dinero, la paella, la pesca, irse de putas cuando las
ganas apretaban y que la demente de su mujer, que ella si que estaba realmente
loca de atar, le dejara en paz.
Se
hizo tan escurridizo e inescrutable como ese pez que describe García Lorca, sin escamas ni río.
El
ser humano, a poco que escarbes, sigue siendo aquel mono trepador y receloso de
los comienzos, capaz de destrozarte el cuello a dentelladas, quebrar tus
huesos, beberse tu sangre como si fuese un zumo.
¿Tú
sabías que los brazos son piernas pequeñitas?
No,
no lo sabía.
Caramba,
¿qué os enseñan ahora en el colegio?
No
sé. Cosas.
¡Qué
España la de siempre!
Así que me jodió el
57: al hoyo con el culo al aire. Jodido 57. Ya te veía venir mientras jodía a
las bravas a la joven meretriz, resoplando a lo bestia sobre su cuerpo casi de
niña.
Qué espectáculo varonil,
de gran rotundidad.
Pero él era un buen
hombre.
Hiciera sol o
lloviese, cuando no estaba con la caña de pescar en las manos, pues el taller
de joyería para nada requería su presencia, paseaba mucho por las mañanas y
también por las tardes, que es eso que hacen los que no tienen nada que hacer
durante todo el día, salvo escuchar la radio y comer el plato de arroz a sus
horas.
Y, ahora, estaba
muerto.
Muerto, muerto… más
tieso y seco que Gerineldo.
La loca de tu madre…,
evocaba a veces su padre, se llevaba bien con tu padrino el loco. Dios los cría
y ellos se juntan… Lo curioso es que ninguno de los dos estaba loco, a mí no me
engañaban esos estrafalarios.
Tu madre apenas
hablaba de su padre, tu abuelo. Simplemente, lo despreciaba.
Muchos
locos desaparecieron, si bien por distintos caminos, el mismo año loco del 77.
Desde
ese año, en el ficus de Boceto se
esconde un fantasma llamado Elvis, deambula gordinflón y con los ojos rojos a
través de la penumbra verde por los húmedos pasadizos con el torso desnudo y
ataviado con unos horribles pantalones blancos acampanados:
No
se lo digas a nadie, tío, pero estoy vivo, le dijo una noche.
Buen
título para una bonita canción. (Tal vez lo sea de una emotiva película.)
Oye,
Charlie, ni siquiera necesitarás más yodo para enmarranar el whisky o el
bourbon. Ya sobra con el veneno del hielo. Para liarme con la imaginación me
basto yo solo, así que deja las copas sin adulterar.
En
el 77 merqué un álbum de Iggy Pop, quizá el último que valió la pena comprar. A
partir de entonces… bah. Aunque el tipo
seguía protagonizando unos fantásticos stage diving allá donde fuera.
El
ficus es una especie de útero: pero uno no sabe si se repliega allí acobardado
del mundo o con una espada en la mano a pedir explicaciones a la bruja de su
propietaria.
Mamá
¿a ti te gustaba Iggy Pop?
No
bebas nunca de la memoria, esa fuente de dolor, advertía el señor Cela.
Cuando
mi madre me obligaba a ir a Malvarrosa, yo, que tanto odiaba la playa en
verano, dibujaba sobre la arena con la pala azul de plástico un inmenso (¡ja!)
S O S: Algún ángel verde me descubrirá y me sacará de este sol pegajoso en
volandas…
Tu
abuela Amparo, a veces, cuando la dejaban, te libraba de las garras de tu madre
y te escondía en el jardín del chalet, allá en La Cañada, lejos de la playa y
la muchedumbre de carne horrible, asquerosa y brillante tostándose bajo un
cielo incandescente.
(Soy
fruto bendito de tu vientre, madre, estés donde estés, tú has creado mi vida y
mi muerte.)
Brell
el Viejo amaba a su madre, escondida del mundo en La Cañada: Ella envejecía
noblemente, mientras los demás nos pudríamos de forma lamentable. Tenía algo de
sacerdotisa.
En
realidad, no consigo pensar de un modo profundo, de veras profundo, se dice la
Plath mientras confiesa en su diario cosas simples, incluso domésticas (Me cago en la puta hostia: en mi biblioteca
hay montones de libros que me muero por leer, escribe en enero de 1953.)
Ah,
la Plath, ¡que poetisa delicada!
No
tanto, amigo. Gustaba de hurgarse la nariz. Constituía para ella un placer
irresistible desprender los mocos secos adheridos a las fosas nasales.
¡Qué
me dice!
Lo
que oye. Lo declara ella misma (25-1-1953). ¡Se esconde cada perversión detrás
de la métrica! Algunos bardos hasta versifican con los dedos y con el
diccionario de rimas a un lado.
Estos
sólo buscan el aplauso de mamá y acaso el de su novia.
…
De modo que cuatro patas: el codo era la rodilla, y mírate los colmillos, nada
prácticos en la actualidad para desgarrar cuellos o, al menos, innecesarios
para tomar sopa de cebolla o sorber un helado de vainilla… ¡Pero en otro tiempo
y en otras cavernas…!
¿Qué
pasa, cerebro?
Que
va a la suya, el loco.
¿Quién
no cambiaría ancas de rana por los insípidos huevos duros del desayuno?, se
pregunta la poetisa mercenaria y pesetera (los libros, el teatro, los
conciertos, los viajes… cuestan dinero) a punto de cometer su primer intento de
suicidio.
Poetisas
hay de la vida que no necesitan de la ilustración floreada ni la lectura
sicalíptica, se contentan con envejecer
pausada y sensualmente rodeadas de jovencitas viciosas: les basta con
las 8.000 terminaciones nerviosas de su clítoris, el doble de las que suma un
pene en buenas condiciones y por muy machacador que se presuma.
Otra
hubo que portaba una camiseta rosa y ceñida sin rotular pero con una minifalda
exigua modelo jódeme cuanto quieras y
donde quieras.
Epílogo
de todo feminismo: somos iguales hasta en el deseo más violento.
Me
gusta la ropa cara porque es perfecta, escribe en uno de sus poemas no
catalogados la poetisa suicida. Luego, asqueada de su piel, arrojaba las
prendas por la ventana.
No era ella, alta y esbelta como su madre, una mujer de buen diseño
malograda por vestimentas mal elegidas, impuestas por la moda. Era inteligente
en las formas y colores. Sabía vestir.
Como
si estuviese recubierta de glutamato monosódico, dijo el romántico ante la
imagen inasible de la mujer inventada que levitaba en torno a él, un auténtico
estallido de umami. Sólo te dan ganas
de repetir: ¡Dame más, dame más! Querrías devorarla a toda hora a la poetisa
desnuda como el mármol que idealizaba Canova.
¿Un
ente literario? No, querido. Sólo soy como el espacio, necesito que me acoten
para proclamar mi existencia, para ser
de carne y hueso: el espacio me evidencia.
Anda,
Hannita, vete a jugar con los recortables.
A
la mayoría de poetas que conozco les gustaría ser protagonistas de una sitcom como esas que guioniza la pobre
Paula en los ratos que la deja libre su contienda brutal con su cuerpo, su
diablo, el mundo, sus hombres y sus
pasatiempos.
Todas
las sitcom habidas pasaban por su
retina perezosa luego de la cena parca y desabrida. En la diminuta cocina
abandonaba sin limpiar la bandeja de plástico, los platos y los cubiertos con
restos de comida y apartaba a un lado las servilletas de papel arrugadas y
pringosas:
¿Tú
sabes quién soy yo? Soy la carcajada más sobresaliente de esa docena de risas
enlatadas que subrayan las escenas o lo diálogos más pretendidamente graciosos.
SHEN
¿Lograré
el descanso absoluto?
Sólo
si eres budista.
(O
cualquier otra cosa no divina.)
Buenas
noches.
Buenas
noches.
Buenas
noches nos dé… un dios, cualquiera de ellos.
Felices
sueños… de poeta.
Hay
muchos poetas impunes que perpetran millares de versos prescindibles del todo.
Ya es hora de que les castiguemos. Vamos a dejarlos en carne viva a base de
doce tandas de vergajos (pero éstos de verdad, no como sus poemas
estereotipados).
Escribiré
un poema de 100.000 versos. Sólo debo esperar que se me revele, al igual que
sucede en la escritura musical, la solución al misterio de la formación y el
encadenamiento de los acordes. Sólo así seré culpable.
Será
inútil… siempre eres prescindible.
Ex pectore! (Salido del corazón y no de la cabeza, de la razón. Y
así van las cosas de bien.)
¿Y
esa que poetisa se confesó un día lejano, detrás de los barrotes, ahora con la
cara de no haber roto un plato en su vida, dulce y ensimismada?
Esa
devota de san Humberto se cobró una vez una pieza mayor, más allá de las
perdices y los conejos de costumbre abatidos en sus aventuras cinegéticas, el día
que, ambos borrachos hasta la locura, cazó a su marido en el pasillo curvo de su casa y le hundió un
cuchillo de cocina entre la 4ª y la 5ª costillas. Lo dejó seco con la polla en
la mano (Intentó violarme sin mi
consentimiento, adujo la Diana) en un suspiro, para el arrastre. También
él, asiduo concursante de Juegos Florales provinciales, desde hacía años se
calificaba a sí mismo sin pudibundeces de poeta (muerto definitivamente, quedó
sin laurear).
¡Ay
señor Francisco de Quevedo, si usted viera!
Wozu
Dichter in dürftiger Zeit?
Cena
un huevo duro y crema de queso. Como ejercicio de rebelión escribe un buen poema y estámpaselos en los
morros a todos aquellos que se mofan de tu pobreza e ignoran el oro que
atesoras en tu interior…
Se
van a enterar, exclamó mojando la punta de la pluma en el tintero.
Como
el que moja la lengua en la sangre de la amada.
Y
así van las cosas de bien.
Hölderlin
conjuga bien con Bruckner.
Runrún
del abismo.
He
estado escuchando la Octava de Bruckner. Fortalece el ánimo, incluso disculpa
las goteras de un mundo mal hecho y cabrón a toda hora.
¿Cuál
de las dos octavas?
Llaman
a Bruckner el viejo de los excesos; sin embargo, en toda su obra sólo se
cuentan tres golpes de platillo: ese maquiavélico organista hace que te
enfrentes a tu propia nadería. Ese es todo el exceso.
Aquella
poetisa, más bien mozartiana, risueña en la tragedia, trágica hasta en el
desayuno, sólo aprendió bien una sola palabra española: ¡Basta!
Esa
mujer era como un bulbo cerrado. Se abriría alguna vez, supongo, pero
entretanto…
Ambos
desdeñaban el juego de la seducción, prolegómenos adolescentes que más tarde o
más temprano se transforman en un arma arrojadiza en manos de los dos amantes.
Madre
¿a ti te gustaba Hölderlin?
A
veces, si el tipo no andaba con monsergas.
Madre,
al día siguiente de tu huida en la casa sólo se oía a Haydn: una treintena de
sus sinfonías ininterrumpidamente durante la mañana y la tarde. Pero el
verdadero oyente estaba encerrado en su habitación, invisible, impasible, solo,
estoico (presumo). Y supongo que también abrumado, aunque, conociéndole como le
conozco ahora, lejos de la desesperación.
La
música cesó a la medianoche.
La
resaca es de principiantes de la noche de Walpurgis.
Perfectamente
afeitado, limpio, sin una arruga en el traje, imperturbable, se fue a impartir
sus clases a la hora de costumbre con un libro en las manos. Siempre llevaba un
libro en las manos cuando salía de casa, fuese donde fuese, y entre las páginas
cerradas notas, apuntes, algún folio mecanografiado, un recorte de periódico,
una reproducción.
Nunca
sabré si te gustaba Hölderlin, madre.
Ni
siquiera sé si el azul es tu color favorito, madre.
Madre,
a estas alturas por tus venas debe fluir un ácido corrosivo y egoísta,
devastador: es el que te ha llevado al olvido de todos nosotros y del fracaso
de un pasado familiar, en el que nunca creíste del todo, y en el que tan
extraña te sentías… Y todo ello, sin sorpresa, sin ruidos, te ha conducido al
éxito de ahora.
¿Éxito?
(Ese
otro viacrucis…)
A
cualquier sufrimiento le llaman genialidad los poetastros.
En
el 77 todavía estaban de moda los libros (innumerables) sobre la Segunda Guerra
Mundial, los jerarcas nazis y la hecatombe de Alemania en abril del 45.
Aún
guardo uno especial para ti, Charlie: Las
SS: Crímenes y Sexo.
(Espléndido:
la historia al desnudo.)
Año
I.D.M. (Mamá voló.)
Atención a lo interior:
Pronto has dejado de
ser un huerfanito, pero te las has batido bien con los tres enemigos del alma
espiritual: mundo, demonio y carne…
Demasiado enemigo, grandes sus poderes: se libró
del alma… y en paz. Ni sus gustos eran las penitencias; ni sus contentos los
ayunos, y todos sus consuelos se los proveía en bandeja el mundo, la carne y
hasta el mismísimo demonio investido de una beatriz
harto singular con dos sexos, y los dos apetitosos.
El fauno que todo lo
tuvo, hasta una madre mala, sólo
puede superarse a sí mismo desde el mal. Y venga después el período purgativo
frente al Charlie de turno.
Terrible híbrido:
alterna (días pares e impares) san Juan de la Cruz con Las SS: Crímenes y Sexo.
Leía a san Juan de la
Cruz a la contra. Como había leído
muy divertido la Historia de los
heterodoxos españoles y el catecismo de Ripalda: uno y trino etcétera, etcétera.
A la contra. Siempre
tuvo muy presente el consejo stendhaliano: nunca hagas lo que se espera de ti.
Confunde a tu siglo
tan convencido de ser eterno, a sus hijos que andan jugando a la comba… en la
cuerda floja, sin que los pobres se enteren de nada. Al final se estrellan
contra el suelo de cabeza: ¡plaf!, y a hueco suena.
El alma es un templo,
dice el fraile, cuando en realidad es un escondrijo. Y la mejor de las
coartadas: te permite cualquier felonía… puesto que inmediatamente sucede la
contrición (una especie de resaca, Charlie, entendámonos, es el típico problema
de mezclar las bebidas, algo desaconsejable como todo el mundo sabe, pero en el
que uno en su interminable cháchara, blablablá,
siempre incurre irresponsablemente). Es el alma la que está llena de
pecados y arrepentimientos, es como un saco oscuro y maleable, un pozo sin
fondo, donde cabe todo lo que el cuerpo por físico y tangible, mero robot
inocente, es incapaz de urdir y perpetrar, aquello inasible, invisible,
inorgánico, etéreo, volátil y absolutamente depredador que se vale de los
sentidos, toscos y primitivos, tan evidentes, pío, pío, yo no he sido, para dar
rienda suelta al instinto también invisible, etéreo, etcétera, etcétera. El
cuerpo sólo es el simple recipiente de una destilación que queda muy lejos de
sus facultades orgánicas, una perversidad, al parecer, de origen divino o vaya
uno a saber de qué clase.
Y todo esto ¿a santo
de qué?
A san Juan de la Cruz.
¿A estas alturas?
Malborough ha vendido
en San Francisco (USA) por medio millón de dólares una carpeta de 40 dibujos
originales inspirados en el Cántico
espiritual . La autora: mamá.
¿Quién es Carmen Gay?
¡Vayamos por ella!
La madre suicida de la
artista era una mística: mira por donde sale ahora el misticismo (de debajo de
las chirriantes y herrumbrosas ruedas de un ferrocarril anacrónico, todavía
exhalando al cielo su rechoncha chimenea vaporosas nubes blancas).
(¿Y viene usted de muy
lejos?
De cincuenta años
atrás).
Toda una vida.
Habrá que empezar de
nuevo.
Cada uno obra con el
hábito de perfección que tiene, previene el místico al hablar del tránsito de
principiante a aprovechado.
Entonces, salvado el
trámite, se allega al estado de los perfectos, donde todo es posible, hasta
hablar con Dios.
La artimaña del arte
actual es no hablar de nada y hacer creer que habla de todo: le basta con sólo
mostrar el espectáculo que estampa mediante la ocurrencia y el descaro en la
cara de sus espectadores, simples
gregarios con la bolsa de cacahuetes en la mano y la mirada niña y agigantada
prendida de la inocentada visual ante él: oh,
la, la, faire des merveilles!
Hay que aprender
cuanto antes a vivir entre ruinas.
El arte, ya lo es,
puro escombro.
Lo abstracto es una
especie de restos, un cadáver descompuesto, hasta su materia hiede a veces.
Los llamados críticos
de arte (?) y reseñistas de fin de semana son los que desmenuzan la piltrafa
existente, los forenses que practican la autopsia de lo ininteligible y
despiezan su sintaxis objetual. Mira, lo que hay dentro… dentro de mí, no del
artista.
¿Por qué no lo
entiendo?, se asombran las buenas gentes. Y el caso es que vale millones.
(Arrugan la nariz ante el hedor.)
No hace falta entender
nada. Es suficiente con que mantengas los ojos abiertos, avivado y despierto el
seso.
Demás que honra me ha
causado hacerme oscuro a los ignorantes, que esa es la distinción de los
hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego, pues no se han
de dar las piedras preciosas a animales de cerda.
(Atención a lo
interior.)
¡Mira que haberte
convertido en el hijo de la mamá artista!
¡Qué mudanzas contrarias, qué inversiones inesperadas!
Tu madre aborrecía la
pintura de Klee sólo porque tu padre estudiaba a Klee. Un radicalismo llevado a
ultranza.
Oponía Nicolás de
Satäel a Klee y a estos dos Millares, un mejor engrudo espiritual sino un
misticismo absoluto, y de la mejor escuela española, tan trágica que ni
siquiera el envaramiento cortesano y palaciego lograba suavizar a lo largo de
los siglos: era previsible la escapada de una trágica que se había disfrazado
de ama de casa y madre durante unas décadas:
Érase una vez Carmen
Gay… que abrió el baúl de viajes de lo imaginario: una poética.
He aquí toda una
época.
Te van a colgar el
sambenito de adúltera.
Me bastan el blanco y
el negro, dice. Es una dibujante de almas.
Pero resuelve el
blanco con el blanco del lienzo, el espacio vacío, y el negro que sea Pelikan
en frasco grande, el que utilizan los buenos dibujantes profesionales.
¿Dónde estás, madre?
En este sitio a la
gente le importa muy poco si vienes de muy lejos o pasas de largo y te vas más
lejos todavía.
Esa mujer era el
diablo: podía robarte el aire antes de que lo respiraras. Estaba claro que iba
a comerse el mundo como si fuese un huevo.
Pero bueno ¿cuál es el
tema?
En este caso, san Juan
de la Cruz.
Ella glosaba mediante
las imágenes una obra que hasta el mismo autor con modestia calificaba de
inefable porque de ser de cosas tan interiores y espirituales, para las cuales
comúnmente falta lenguaje, difícil iba a ser el comentario…
Todo lo que se dijera
sería menor de lo que allí había, restos de una grandeza callada.
¿Tú eras artista,
madre?, le había preguntado a los cinco años de edad una tarde, ambos en uno de
los salones que servía de biblioteca general (aunque toda la casa era en
realidad una biblioteca), que observó sin malicia a su madre absorta mientras contemplaba
las láminas que iba sacando de un gran cartapacio. Eran reproducciones de
Zurbarán y Ribalta que, naturalmente, él no podía aún identificar: le parecían
frailes agustinos, a los que por entonces, merced a una gracieta paterna que
jamás pudo explicarse, ya había tenido el honor de conocer: párvulos B.
¿Tú eras artista, madre? Su madre alzó la
cabeza y le dirigió una sonrisa que a él, recordada muchos años después, le
pareció divertida (¿o era pícara, perversa?). Luego, sin decir una sola
palabra, en completo silencio, ella miraba el día gris y frío al otro lado de
la ventana. Permaneció de ese modo durante largo rato, y él no se atrevió a
abrir la boca. Afuera llovía sosegadamente y algunas gotas repicaban con un
ritmo apaciguador en el cristal. Pero toda la habitación estaba bañada por un
resplandor especial, una luz tenue y acariciante que se posaba sobre los
muebles y los libros y los dotaba de una iluminación propia, como si fuesen
ellos los que impusiesen su carácter objetual a la luz: siempre creyó de
pequeño, recordaba de adulto, que su madre y él no morirían nunca.
Somos inmortales. La
muerte, esa cosa tan poderosa y definitiva, fracasará esta vez, no podrá con
ninguno de los dos.
La imagen de la
inmortalidad era aquella tarde silenciosa, inconsútil, impenetrable incluso, se
mecía en la intemporalidad más absoluta: una madre y un hijo de cualquier época
y condición plasmados y detenidos en la película de los siglos.
A los cinco años los
colores son tan pujantes que dañan la retina, la vida es color, y el color lo
es todo… No, ese día no, que llueve parsimoniosamente sobre la tierra y el
tamiz de lo gris suaviza, casi dulcifica las líneas y los volúmenes, el perfil
de su madre, las manos de él, las piernas de niño descubiertas, la gran carpeta
azul sobre el regazo de su madre, que continúa obstinadamente con la vista fija
en el resplandor de plata más allá de la ventana.
Esa tarde sosegada,
lejos todavía de la espesura, envuelta en una lumbre de paz y sutileza
magníficas.
¿Qué veía su madre?
El símbolo de sus
decires y haceres no podía ocultar lo evidente: ella no era lo que parecía, al contrario de millones de seres humanos que
son simplemente lo que parecen que son sin mayor complejidad que enturbie su
significado de meros vivientes. Estos serían para el dios creador, si
existiese, tan cruel e indiferente, como seres
de usar y tirar. Ella, no.
De repente, se sintió
sin cuerpo en el aire gris perla, suspendido en él navegaba en círculos,
sobrevolaba con su sola alma, que era tan leve que hasta costaba imaginarla:
no cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los
fuertes y fronteras, se recitaba a sí mismo Boceto diez años más tarde, veinte años
más tarde, cuarenta años más tarde…
Esa carta, al fin,
había llegado esa tarde cuajada de grises y luz decadente a su destinataria
principal, a punto de cumplirse cuatro siglos, cuando ojeaba indolente pintura
tenebrista.
Ningún falso oropel con sus despreciables brillos se opondrá a mis pasos, a
nadie temeré, derribaré cuantos muros se alcen en mi camino.
Ninfas de Judea…, evoca el fraile liante.
Y se cura en salud
afirmando que ninfas son las imaginaciones, las fantasías.
Veámoslo un instante.
Se arrastraba hasta el
pasado –en cualquiera de sus formas y lugares- y en él se ocultaba, en el más
recóndito de sus agujeros, pero el presente lo rescataba del ficus y lo sacaba
de allí a manotazos y puntapiés, lo devolvía, sin más simbolismo ni contención,
a la realidad.
Tan encerrado, sucio,
piojoso y maltrecho estaba que sólo pudo huir hacia dentro: atención a lo
interior. Toda la luz era la que se colaba por la estrecha ranura de la
aspillera en lo alto de la celda que a su vez hacía las veces de letrina: entre
la flor azul de la mística y la mierda terrenal se hallaba el fraile magnífico.
En tal lugar amaba
aquel hombre la sombra, masticaba la palabra, resumía todo el amor posible
capaz de albergar un corazón humano, confundía gacela con oración, ninfas con
devotas ocurrencias.
Una confusión divina,
pues él era un dios en esos instantes que juntaba palabras y creaba símbolos y
metáforas hasta entonces inexistentes que
le conducían a lo esencialmente humano.
La pintura de Carmen
Gay, en cualquiera de sus variantes formales, no nace para engendrar
explicaciones, como tampoco la poesía se escribe con afán utilitario o
consignas doctrinales, ni siquiera alienta en ella el ansia de promover una
distracción.
¿Qué veía su madre
aquella tarde crepuscular del otoño de 1965? ¿Qué pensamientos y certidumbres
la llevaban en vuelo?
Veía, como vería también más tarde de una
forma mucho más efectiva, un itinerario que, cruel e injusto, pues nada
importaba ya todo eso, excluía de sí lo accesorio de lo humano, las adherencias
sentimentales y familiares que lejos de constituir unos principios morales de
primera magnitud lastraban e incluso hacían pedazos una biografía (todavía en
pleno proceso intelectual, artístico y vital) hasta hacerla irreconocible.
Eludiría, entonces, lo convencional y desprendería de su derrotero la costra de
todo lo inútil, fraudulento y la extorsión disimulada (puesto que de tal modo
la anulaban) sin contemplaciones, aquella joroba familiar impuesta y como
salida de la nada: un día despertó y había pasado
el tiempo, había pasado el marido,
había pasado los hijos.
Mucho más tarde,
cuando anduvo de copas con toda la (quijotesca) canalla malvada y peor
aconsejada que podía encontrar, Boceto
comprendió lo embrionario de aquella tarde gris, fría y un poco mágica y la
decisión que se larvaba en la mente de aquella mujer que nunca fue creada para
alimentar unos hijos, andar con el carrito de la compra entre los estantes del
supermercado con un pedazo de papel en la mano como recordatorio, no vaya a
olvidar la escarola o el lomo de cinta, y bailarle el agua a un marido atareado
y sólo devoto de sus cruciales asuntos.
La pintura de Carmen
Gay era ella misma, que no necesitaba, como la poesía, de ninguna explicación.
¿Y qué vería ella en
los poemas de san Juan de la Cruz gustando un no sé qué que se halla por
ventura?
Verso enojosamente
alambicado.
La destilación del
alma: vería una oscuridad... graciosa.
Un erotismo tan
sublimado que la yema de los dedos se posaban en la nada, en el ensueño, en la
visión mística inodora e incolora e intangible de la carne anhelada.
El alma, andrógina,
coquetea con su amado que, sinuoso e insinuante, huye de ella, le esquiva de
esquina a esquina, puede que se esconda en la grieta del muro o debajo del
jergón o convertido en pajarillo casquivano entre y salga por la aspillera.
Ya metidos en la
espesura, sin apenas alimentos y muy medida el agua, ¿qué clase de alucinación
o espantajo brotará de las sombras frías y verdes? Todo ha de ser fantasmagoría
y quimera: no importa si Dios existe o no, basta con que tú creas que existe
para dar alas a tu pluma, convertirla en un ángel emisor: esa creencia es el
germen de toda la belleza mística dándose de cabezadas contra los muros de una
celda tan silenciosa como el dios al que se invoca, se teme o se celebra o se
le ponen los mil nombres y supersticiones que enoblezcan la realidad de estar
vivo y no saber mientras existes la razón de ello.
No importa el poema…
mientras lo estés componiendo: sea esa música pequeñita sólo tu recompensa:
esta mi carta al mundo que nunca me escribió,
declaraba la de Amherst.
De lo celeste (y tras
él la negrura espantosa del universo y sus fantásticas explosiones) a lo
terrenal y concreto, con los colores bien brillantes, de esos tan intensos que
sólo pueden alojarse en los ojos de un niño de cinco años: Carmen Gay es de la
tierra y siempre obtiene una respuesta: el mundo te contesta si le hablas como
es debido, hay que darle duro y duro, hasta con un palo si es menester, y
entonces se entera con quien está hablando y exactamente de qué estamos
hablando y de qué va de verdad el asunto.
Medio millón de
dólares por una carpeta de dibujos inspirados en la breve obra del carmelita
concebida y realizada por la dama de grandes y sólidas raíces terrenales a la
que los efluvios místicos del fraile sonaban a música celestial.
¿Cuál es el argumento
de la obra?
La plástica absuelve
de muchos enredos: tan agradable a los ojos esos giros negros, esas líneas
blancas, esa mancha, ese círculo, la perfecta diagonal…
Sola, la plástica.
Una figuración que la
alzaba como un gigante.
C.G. sabía que el arte describe el mundo -tal vez sólo lo represente-.
La
escritura lo explica.
Había una
figura desnuda y solitaria, un escorzo yacente de carne espectral. Había una
ventana abierta a una luz de lluvia. Vimos rostros diversos (dolientes todos
ellos) y retratos infantiles de una inquietante seriedad.
Había un
bodegón de cosas muertas, un vestido rojo como la sangre sobre el suelo. Una
mano sostenía una vela encendida; otra, acariciaba un seno; otra, alzaba un
velo.
Una calle
desierta con grandes árboles a los lados conducía hasta el mar. Había una barca
amarilla encallada en el vacío amarillo.
El sol en
los paisajes no aparece (o aparece contadas veces, como en los de Vincent, que
es un solazo infantil), sólo está su luz, que es azul y dorada, rosada, verde.
En los
cuadros todo es silencioso, las olas del mar, el ave, los árboles, las bocas...
Matices
surgían del ángulo de un cuadro que no podíamos expresar con palabras por más
que lo intentamos.
Entonces comprendimos la verdad de la pintura.
Rasgos hay en el poeta
místico de lo terrenal a despecho de sus manías de encubrir lo evidente por
medio del alambique de la metáfora y de una experiencia religiosa tan profunda
y pretendidamente incompartible que requiere de símiles equívocos y giros
lingüísticos de chocante ambigüedad (Entrado
se ha la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello
reclinado sobre los dulces brazos del Amado (…) Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías
allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día.):
Del Verbo divino
La Virgen preñada…
A pesar de lo
reverente y ortodoxo de los versos, toca tierra, y hasta su olor, la visión a juzgar el predicado.
Tal vez, poeta, se
llegue a tu dios a través del cuerpo, dejando el alma quieta: se tortura la
carne, se devanan los sesos, algo se nubla el entendimiento, se retuercen las
manos en la plegaria, laceradas las rodillas sobre la tosca y fría baldosa del
encierro: atención a lo interior, echada a perder la espalda por demasiados
reclinamientos, duelen los ojos cerrados de tanta oscuridad, de tanta luz de
adentro, crees que habla el alma en el magnífico vínculo del éxtasis… y son las
vísceras, la sangre de las venas, el hueso dolorido, la llaga con los que
dialogas.
Que la panza vacía y
el desfallecimiento no te hagan delirar e incurrir en despropósitos.
(De acuerdo, todos los
poetas sufren… pero sólo algunos de ellos se matan.)
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
A mí no me engañas,
fraile. Qué comodón (la fe y el compromiso con las fuerzas ocultas todo lo
justifican): … ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
(Poneos a pintar
cuando seáis perfectos: Carmen Gay.)
Toda sciencia trascendiendo.
(Otra que quiso ser
santa en un día.)
Con lo negro y lo
blanco le basta. Las formas que sean de un bestiario imaginario, inconcebible
hasta ese momento preciso, inicial en todo, inaugural, que engendra el pincel
de pelo grueso: no son bestias, ni seres, ni siquiera hombres y mujeres, pero
lo parecieran en su extrañeza por referirse a sus asuntos.
Qué parca paleta.
Nada más necesito.
Viñetas de lo
extravagante. Iluminaban en las grandes páginas esos trazos de blanco y negro
soles de la noche oscura.
No hay nada más santo
que estar soldado a la tierra.
No hay santo que se
eleve al cielo, que el prodigio es hallarse complacido en las cosas de la
tierra, hundido hasta el cuello.
Lo que mira más allá,
más allá del azul que llega a lo negro, es mera astronomía, leyes físicas, una
dinámica: el dios anda entre pucheros, dijo la otra santa poco amiga de la
zarandaja liosa: ésta nos habla en roman paladino.
El fraile necesita
escribir (inventarse) el aseado fárrago de más de cien mil palabras en prosa
para esclarecer doscientos versos tallados con la materia del alma que no
precisaban de ningún tipo de explicación al ser de gran inteligencia mística.
Carmen Gay:
cuarenta imágenes
condensan toda la imaginería de un vínculo espiritual que desafía cualquier
entendimiento que no proceda de la aquiescencia y el pleno convencimiento más
absolutos con una inteligencia creadora en el más allá… más allá de la misma
vida terrenal.
¿Qué hacer?
La mancha, el goterón,
la línea, el círculo y la diagonal… La geometría.
Inspirar (latín: inspirare: sopla el dios a tus
adentros). Te infla grandes conocimientos.
Lleno estoy de su
infinita sabiduría. No cabe más gozo en mí. Un miligramo más de sapiencia y
reventaré como un globo, Padre Eterno. Dejad de soplar. (En un aparte). ¡Condenado diosecillo que de tanto pulmón alardea!
Un poquito más, hijo,
un poquito más.
Aguja de navegar: no
estires tanto la cuerda.
¡Plaffff!
Volvamos a san Juan.
Fue preso, sufrió
vejámenes, nunca vio a Dios y se hizo poeta.
Tuvo arrestos el
fraile para, finalmente, huir de la inexplicable ojeriza de los calzados: cual
observamos en las típicas viñetas de tebeos que ilustran una fuga rocambolesca,
aunque poco de cómico hallamos en este caso patético, una noche de verano el
místico se deslizó desde el ventano de la celda por medio de las tiras de una
manta hasta tocar suelo, saltó un muro y escapó de su encierro buscando la
protección de las monjas descalzas de un convento a bastante distancia de allí
que le procuraron cobijo y curación para su maltrecho cuerpo después de nueve
meses de rigurosa prisión. Volvió a nacer, escribió a renglón seguido de este
lance ciertamente novelesco un poetastro malo en funciones ociosas de biógrafo
todavía más ruin… En fin, nueve meses de noche oscura, el parto de los montes.
Era Juan de la Cruz
hombre de apariencia menuda, casi insignificante, pero de gran temple y de alma
vigorosa, de briosa pluma.
Atención a lo
interior:
Amamos a Dios sin
entenderle… El resto es poesía, una especie de claudicación.
No levita el santo,
sino el alucinado.
Yo le vi en cosas de
más de amor que de conocimiento.
Vio hasta leones en la
desolada estepa castellana, que es tierra de conejos solo, como el resto del
solar patrio.
¡Leones! ¡Válgame
Dios! ¡Terribles ayunos que nos traen aun con los párpados cerrados visiones
descabelladas a causa de tan malas abstinencias!
Desposada fue la gacela bajo el manzano,
excelente guarida para leer en latín a Virgilio,
por el otero asoma el aire de tu vuelo,
más que al cuerpo los vergajos le desollaban el alma,
pero la santa levitó,
era la paloma, que blanquísima se le posaba en las manos y
el rayo de sol, oblicuo, de oro, que se vertía como polvo divino desde el
ventanuco,
qué ensoñaciones, cuánta visión,
el alma tiene un esposo, o, en su ensimismamiento, cree
tenerlo (estas cosas aclaran mucho una lectura que se presta a la
tergiversación),
el alma busca al Amado,
que escondido está en el seno del padre, que es la ausencia,
(Padre, ando metido en
lecturas místicas y no logro allegar a ninguna parte.
¡Qué extrañas
mutaciones las de este vástago!
Preciso de tu consejo.
A mí me anima tu
ausencia. ¡Largo de aquí, pajarraco!)
pues dice Isaías, y el fraile se apropia del versículo, que
verdaderamente tú eres Dios escondido,
el místico se refugia en el mundo invisible, que si viera
con su ojo mortal dejaría de creer, y algunos hasta de levitar y hasta
revocarían los miserables ayunos y se regodearían en los atracones y en más de
un revolcón con hembra apetecible,
Carmen Gay ve, ya lo creo que ve, y en blanco y negro, como
en las antiguas películas que al final daban en pantalla como en un gris
inquietante, un gris muy raro (fuera del lienzo de la pantalla yo nunca lo
reconocí en la realidad palpable), pero gris, visiones de perro,
a la postre lo que se adivina en tan valiosas cartulinas
subastadas es una mera plástica que igual resuelve un roto que disimula un
descosido,
tan antiguo como el test de Rorschach: verás lo que quieras
ver y aunque mal te pese al verlo serás descubierto,
si aquella ilustrara la realidad el gallo le cantaría a
peor, pero oscurece el entendimiento de la imagen, crea intríngulis,
porfía el fraile por enredar todavía más,
gran hermeneuta… de sí mismo,
no soy una mera intérprete del Cántico, dice Carmen Gay,
y añade a lo poético una poética de su invención, una
sintaxis plástica que abomina de la representación excesivamente fiel,
no puedes dibujar su sentimiento,
haz del arte el propio sentimiento,
¿y si el sentimiento era de otro?,
con él lo comparto, lo gloso,
ambos discursos exigen una inocencia previa,
¿quién es el lerdo que se planta frente al cuadro o la
escultura o desentraña el poema desde el resabio?,
eres espectador, o lector, se requiere obediencia,
eres principiante,
eres principal,
en realidad, nos hallamos ante dos textos que tan sólo
difieren en el soporte sobre el que se erige cada uno,
toda representación de la realidad, aun minuciosa, precisamente
por ello, es una patraña, insiste la artista consagrada (y consagrada a sus
tejemanejes discursivos mediante lo gráfico),
disecciona el de la Cruz su misticismo como el que excusa
una torpeza,
el arte se ha vuelto muy divertido pues, entregado al ingenio,
su validez intrínseca se desmorona como una falla mal alzada,
al arte actual le han hurtado seriedad, puesto el secreto al
descubierto, profanada su mecánica laboriosa de hacedora de formas perfectas e
inteligibles, era humo entonces que lo técnico aupaba a la excelencia o, al
menos, al asombro y placer estéticos: en el fondo, y en la forma, claro, sólo
era un pedazo de tela, unos pigmentos oleosos, un frágil maderamen, un simple
armazón, que sostenía el tinglado, un engaño al ojo desde una bidimensionalidad
tan sólo efectista en virtud de un reglado perspectivístico y de añadidos
formales y mezclas cromáticas que propendía a burlar la mirada distraída, a
hacerle creer lo que no veía, lo que no era,
volvamos al fraile entregado a la enjundiosa, oceánica
paráfrasis, pues desdeña una navegación presurosa, miserable y costanera,
a Job se refiere en su lamento sobre el improbable encuentro
magnífico: Si viniera a mí, no le veré, y si se fuere, no le entenderé,
qué difícil hallar esposo para el alma,
¿se nos quedará para vestir santos?,
atención a lo interior,
allá los esponsales, adentro de ti mora el Esposo,
tomemos una copita de ajenjo, que es yerba amarguísima, para
animar el cotarro,
todo sistema de expresión que niega lo representacional es
connotativo, escribía Carmen Gay con un bolígrafo bic de punta fina y tinta
negra en las páginas cuadriculadas de su carpesano, ítem más, todo texto,
inclusive aquellos plasmados mediante un lenguaje desconocido, es comunicativo
puesto que es ése, a despecho de su posible ininteligibilidad, su carácter
esencial y el que demanda su propia naturaleza,
¿y si muere antes el alma que el cuerpo?, estamos rodeados
de ejemplos mortificantes, ancianos con Alzeheimer, locos de atar, drogadictos
empedernidos que no salen de su sueño por mucho que los zarandees, dementes
pacíficos que ni saben cómo se llaman, depravados que en su perversión han
vendido su alma al diablo y se han quedado sin ella, sólo con el cuerpo y sus
correrías sangrientas, mujeres destruidas por la rutina doméstica, bebés
muertos antes de abrir los ojos a un mundo sin… alma, todos esos son una corfa,
una vaina vacía, una cáscara,
¿cómo vivir sin un alma con la que desposarse con Dios?,
decidle que adolezco, peno y muero, versifica el fraile
poeta,
se la ve y se las desea para convencer con la ocurrencia
fantástica y una sorprendente invención de motivaciones,
en 40 dibujos resume Carmen Gay el Cántico Espiritual,
un prefacio escrito por la artista que antecede las imágenes
lo declara: los dibujos han sido ejecutados siguiendo un orden escrupuloso de
las canciones, pues de tal guisa los llama su autor, que componen el
poema, eso refleja su tensión dramática,
el encuentro con Dios debe ser dramático,
una bestia del más allá con poderes ultraterrenos,
su voz de fuego no admite la tolerancia,
parirás con dolor,
mata a tu hijo,
os pasaré a cuchillo a niños y adultos,
de esa ciudad no ha de quedar piedra sobre piedra,
el azufre borrará vuestras huellas sobre la tierra,
ni el recuerdo de vuestros nombres nacerá,
no alcanzarás la Tierra Prometida,
os condeno al infierno donde no sufren los cuerpos, eso
sería demasiado fácil, sino donde se pudren lentamente al paso calmado de la
eternidad las almas podridas y hediondas hasta su aniquilación,
pero tú, fraile carmelita, drogadicto del éxtasis, esclavo
de lo visionario, ansías anidar en el regazo esa fuerza terrible, la que no
perdona dejación ni admite otra inteligencia que la impuesta por la
superstición de la primitiva noche oscura, qué gran osado te tenías,
he aquí la voz del que guía en el desierto, anda, cásate con
Él, el omnipotente, el más querido de los Esposos, pues te promete, simplemente
por obedecerle y guardarle pleitesía todos los días de tu vida, eso sí, la
eternidad,
Dios es el más perfecto de los Amantes,
Dios es Dios,
(que Dios es Dios, exalta Calderón),
nada tiene que ver contigo,
(tu madre, en una ocasión, dijo de ti que eras una errata de la especie más lamentable y
dañina, la humana, que puebla el planeta),
una errata era yo, además de
pertenecer a una especie depredadora y criminal… era una suerte de gazapo de la
creación, una incorrección, un sapiens,
mi madre, qué cosa, qué hembra, me
daba duro y duro con un palo, yo no sé,
otra vez dijo que ella, la sin par,
tenía una visión platónica de la existencia, de la vida en general, en el
sentido más auténtico de la expresión: la realidad mía es la verdadera, lo que
yo veo es lo que es sin veladuras espúreas, lo que tú y los otros veis son sólo
sucedáneos… en resumen, sois unos cavernícolas,
tan antimimético son los dibujos de la
artista como los versos del poeta,
ambos eluden una referencialidad que
por su evidencia pueda poner sus obras respectivas en riesgo de
superficialidad, de modo que reniegan ambos de un figurativismo capaz de
infantilizar de nuevo un cerebro adulto,
es tan evidente que se convierte en
inútil, dirían obstinados en expresarse por medio la invisibilidad de las
connotaciones,
a través de una polisemia gráfica o
eminentemente textual, poeta y artista repudian un enunciado que apele al
esclarecimiento antes que invocar a lo sagrado, a lo intuido, a lo desconocido,
es a través de la invención matérica,
verbal y discursiva cuando se alcanza lo espiritua,
de flores esmaltados escribe el santo,
siendo las flores los ángeles y las almas,
que no saben decirme lo que quiero,
mejor entonces seas tú el mensajero y el mensaje,
¿importa que el texto plástico,
conocedor de su innegable calidad comunicativa, inteligible o no, tú lo ves,
explique su representatividad, su vínculo con una iconografía reconocible y
agotada en sus presupuestos formales por lo repetitivo de una signología tan
reconocible como mil veces perpetuada en obras de ninguna enjundia ni ambición
creadoras?,
fraile encarcelado y artista en fuga
abdican de lo real, de lo reconocible, en sus quehaceres intelectuales,
el resultado no puede ser más
sugerente,
el estilo nos mueve al asombro y lo
imaginativo de la propuesta nos conmueve por la libertad de sus elementos
procesuales o su ideario oscuro,
tanto una como otra libertad no
impiden el encuentro con la lógica de su sentido, no se radicalizan en tal
grado que su semántica, su declaración escrita o dibujada, dificulten
absolutamente su comprensión y se nieguen a sí mismos su entidad de artefactos
de comunicación,
existe una lectura, una lectura plástica,
y aun cuando nos sea harto difícil penetrar en la complejidad de su discurso no
renuncia éste a la interpretación, a la multiplicidad de ellas, incluso a la
más chocante y subjetiva, a la más aberrante: su propuesta inicial acataba
asimismo la premisa de una obra abierta, y por tanto sometida, a los criterios
de dilucidación más arbitrarios y extravagantes,
el espectador/lector siempre tiene
razón,
de llagas hablamos, afirma el poeta,
puesto que más se asienta ésta en el alma que la herida,
herida vuelta en llaga, que dura, un
daño feliz que allana la senda donde sentir altamente al dios (el espíritu),
llagado estoy de ti,
¿Por qué, pues, has llagado,
aqueste corazón, no le sanaste?,
¿no estabas enamorado del Esposo?
sufre, en consecuencia, por él, a más herida, más amor,
y sus asechanzas,
tal es la herida del gran amor, tan
dulce y tan sabrosa, que si no se llega a morir, no puede satisfacerse,
en dolencia de amor divino la llaga y
el daño sanan cuando acaece la muerte que conduce a la presencia del Amado,
(Charlie,
acólito, yo sería fiel, y hasta en ella creería algún instante, hacia una
religión atenta a la verdadera esencia de un ser humano sin adiciones
interesadas ni contaminaciones provenientes de sacerdotes interesados, una
religión que sólo vigilara las idas y venidas de tu espíritu y se abstuviera de
censurar o castigar las efusiones y entretenimientos del cuerpo y sus placeres
físicos, tan aficionado él a andar por el mundo sin ataduras ni frenos, tan
inocente en sus vicios a tenor de su propia condición de efímero viviente y
mero instrumento de su especie.)
apaciento la plástica por encima de lo
simbólico,
atención a lo interior,
el alarde más sutil de la iconografía
de la realidad es la luz,
los objetos son la decoración
imprescindible pero de carácter menor,
la alegría del ojo ante el color y la
forma sin más, sin dioses, arreferencial, pintar como un niño, ver como un
niño,
atención a lo interior,
existe una técnica espiritual que los
grandes artistas dominan a la perfección,
existe una gramática del pensamiento
que estructura las grandes creencias de un poeta que no limita su imaginación a
los asuntos terrenales,
todo lo procesual de la poesía y la
plástica contiene un sosiego alquímico, una complicidad oscura pero benéfica al
mismo tiempo, que lo hace si acaso mucho más importante que la propia
conclusión de la obra,
el poeta debería trabajar con la fe
más que con el talento,
al artista le basta el talento, la fe
enturbia mucho la mirada y enrarece de forma poco noble una creación plástica,
y la palabra le fue dada al hombre
para ocultar su pensamiento, como ya se dijo mucho tiempo atrás,
esas cosas, que no son tan difíciles
de entender, casi las aprendes desde que estudiabas primaria o, al menos, las
piensas muy pronto sin ponerle palabras al pensamiento, bastan los ojos,
de pequeño, no demasiado, pero todavía
de pantalón corto, una vez Boceto se quedó mirando fijamente un muro al que
doraba suavemente el sol de la tarde crepuscular, simplemente miraba la luz
oblicua y decadente sobre la superficie dura y silenciosa, inerte, nada
inspiradora, pues comprendía que lo que en realidad le fascinaba era el sol,
la mancha esplendente que provenía de él
atrapada en la piedra, que era otra cosa distinta al sol, aquello no
significaba nada y por eso él en ese preciso instante no apelaba a las palabras
para penetrar en el verdadero sentido de lo que veía, era una observancia que
no indagaba explicación ninguna, en ocasiones las palabras sobraban, estaban de
más, era suficiente la imagen provocada por dos materias tan disímiles, la
piedra y la luz, tan muda como reveladora, la que mantenía en vilo su atención,
dialogaba con la retina,
Carmen Gay ni siquiera se auxilia en
sus carísimos chafarrinones plásticos de una mínima simetría que alivie la
aridez del blanco y negro, no convoca un orden más o menos plausible de unos
trazos, manchas y curvas que faciliten una contemplación razonada más allá del
vistazo elucubrador
esa plástica aboca más a lo intuitivo
que a la lectura e interpretación de su forma,
esa creación se agota en sí misma,
descubre tu presencia, implora el
poeta, desata mi alma de la carne,
y, así, ha de ver la hermosura del Esposo,
presa en la carne el alma es ciega a
las esencias,
sólo libre de la cárcel carnal sale a
la luz lo encubierto del Amado,
máteme tu vista y hermosura,
vivo, no ha de ver su rostro, no ha de
saber de su figura,
¿qué saber?
(Padre,
hay muchas cosas que no sabemos de los demás.
Hijo,
son todas las cosas que no sabemos de nadie, ni siquiera de nosotros mismos.)
(Madre
¿por qué huiste?
No
huí. Salí de la casa y la cerré a mis espaldas. Ni apresuré el paso.
¿Por
qué te fuiste entonces?
Porque
siempre pensé que valía mucho más que todos vosotros.)
qué codificación enredosa,
la una celebrando más que al poeta una
representación semántica que se muerde conceptualmente a sí misma la cola en su
plasmación, y el otro en perífrasis que oscurezcan el fardo de sus tentaciones
terrenales,
pues ¿qué ha de haber desciframientos
que te guíen en el laberinto?,
la mano de un virgilio en horas bajas,
una especie de…
¿mínima clave, al contrario que…?,
explicación de los colores de la
Colección Austral:
serie azul: novelas y cuentos en
general,
serie verde: ensayos y filosofía,
serie anaranjada: biografías y vidas
novelescas,
serie negra: viajes y reportajes,
serie amarilla: libros políticos y
documentos de la época,
serie violeta: teatro y poesía,
serie gris: clásicos,
serie roja: novelas policíacas, de
aventuras y femeninas,
serie marrón: ciencia y técnica,
clásicos de la ciencia,
pues la Colección Austral ofrece
ediciones íntegras autorizadas, bellamente presentadas, muy económicas,
la Colección Austral publica libros
para todos los lectores y un libro para el gusto de cada lector,
¿quién no tiene un austral en su
casa?,
los analfabetos,
los significantes de una obra
artística arreferencial alumbran una dimensión estética que no precisa para su
aceptación de unas previas imposiciones canónicas ni el reglado técnico que posibilite un
juicio calificativo a través de esos parámetros artesanos: es la consecución de
un significado autonomizado,
la autonomía en el arte lo es todo, es
lo que verdaderamente lo significa, inclusive en aquel más representacional
como pudiera ser el paisaje fiel y gregario, el retrato al óleo de estilo
académico o el desnudo de lúbricos claroscuros y perfectas redondeces
realistas, y lo es sin duda porque aun ajustándose minucioso a la realidad el
artista al paisaje siempre le endosa un árbol o un arbusto de más que no
existe, el retrato se parece al retratado pero también al artista, sobre todo
en el brillo azul u oscuro que parece nacer de dentro del ojo, y no hay desnudo
que no refleje en sus formas o escorzos mucho más la sutil sensualidad y clave
erótica del propio pintor que la gracia carnal, cálida pero inerte como el
mármol, revelada bajo la luz cenital que se posa sobre el modelo,
piedra y al cabo polvo, qué humano,
en el fondo se trata de un misterio,
del misterio de la creación, por qué esta palabra y no otra, por qué esta
diagonal en negro que busca en la blancura el infinito más allá de los límites
de la cartulina y no otra,
el Creador es Dios, es el Esposo, es
el Amado,
máteme tu vista y hermosura,
hay amores que matan,
cuenta el fraile, que es leído, que
dos vistas se sabe que matan al hombre: Dios y mirar la mirada del basilisco,
a la imagen de Dios se llega a través
de la muerte, luego mueres o te matas tú para su contemplación, visión que ha
de rematarte del todo, esto suena un poco a lío lingüístico más que teológico,
mas bien distingue el místico que la una
visión, la divina, es de salud y gloria, de celestial júbilo, y la otra, la que
Plinio verifica del monstruo africano, es ponzoñosa, terrenal y bruta: te miro
y te mato por fisgón, decide implacable el basilisco con cara de pocos amigos y
ojos homicidas,
Carmen Gay resuelve sin pensárselo dos
veces el misterio de una creación, el mismo acto creativo, lo estrictamente
procesual, que se enhebra mediante las arbitrariedades y caprichos sígnicos de
un lenguaje equívoco por ininteligible: en cualquiera de la cuarenta
láminas se percata uno que se trata de
un dibujo, pero un dibujo muy raro porque se gesta desde las entrañas y no del
mundo exterior, es la metáfora visibilizada de lo interior que reconstruye lo
exterior: como espectador tú puedes visualizar esa tela de araña en blanco y
negro que sólo conduce a una experiencia estética, una sacudida plástica tan
súbita como el relámpago que destella efímero en la negrura del cielo,
atención a lo interior,
y
así te introduce la artista burla burlando en el escenario donde el arte, el
más abstracto, asienta sus reales en el no-significado,
a la fe le llama cristalina el santo y le llama fuente
porque es venero de toda felicidad espiritual,
¡oh cristalina fuente…
y sin embargo, la fe es hábito oscuro,
(o es plata en ocasiones señaladas o de oro toda o al cabo
blanca paloma),
¿no será el arte abstracto el trueno más que el rayo?,
di simplemente que pensamos con imágenes,
no es el dibujo perfecta pintura,
no es la fe perfecto conocimiento,
ambos apuntan a una perfección que sólo en el alma halla su
asiento, a ésta se le padece sin verla, se la goza a oscuras, se le ama sin
sentirla en deleitoso letargo,
en fin, concluye el fraile sabio, de tal manera anda el
alma, a cabezadas, en estos tiempos de tribulación,
pues encarcelan a un pobre fraile que versifica en secreto,
sin escribirlos los versos siquiera, un hombrecillo indefenso que anda sumiso
entre monjas más aguerridas que él,
sin noche sosegada,
sin convite continuo,
sin esponsales con Aquel que a vivir obliga pues es ley
humana y uno muere cada día porque no muere de una vez: muero porque
no muero (se dicen todos los místicos
ansiosos de la cópula divina),
con resignación y en soledades pero en el más completo
diálogo con Aquél, El Invisible,
en el siglo, afuera de los muros, todo es porfía… vana,
embelecos, traición, hacen crueldad con inocentes como él,
¿qué hacer?,
lo visto es lo creído, es lo que es,
y lo que es se alza incontestable al cielo,
vivir en trance perpetuo,
lo que no se puede decir no se debe decir, de manera que hay
que decirlo
no diciéndolo: bastaría un escueto (humilde) dibujo que no reflejara ningún
sonido,
la equívoca y poliédrica realidad engendra una
transfiguración meramente visual,
en esta la última cena del arte, el hacedor transforma el pan
en la palabra, el vino en el signo,
y todo razonamiento interior emerge a la superficie del
soporte o la materia creando su propio vocabulario plástico, sui géneris,
intransferible, irrevocable,
dibujo y poema se hermanan en la comunión creacional,
la materia del dibujo es innegable, se erige desde lo
palpable, desde lo inmediato tangible,
la materia del poema, al margen de su escritura (del signo
que fuere) en el papel, puede ser un simple recitado, un susurro, hasta una
mirada,
con el Amado a pan y manteles anda el alma, y quieta se
queda, saciada y anodina (ya ultimados los esponsales),
40 imágenes (dibujos) no traducen el enredado poético de un
fraile en pleno éxtasis,
tampoco lo remedan,
ni en él se inspiran:
lo acompañan en un itinerario plástico que alerta, bien es
cierto, desde las entrañas de un posibilismo comunicativo llevado a lo más
extremo:
atención a lo interior:
la notación de lo inefable: materia, espacio, tiempo.
Todo cambia, pero ¿por
qué cambia? Por una maldita vez en su vida el universo podía estarse quieto,
¡no va a ninguna parte por mucho que se extienda!, ¡y no va a ninguna parte
desde su mismo origen, desde ese big bang
que lo lanzó al vacío más vacío y que tanto fascina a astrónomos, físicos y
demás ralea científica y fisgona!
Charlie, no te muevas,
que es peor.
El quietismo también
es una forma de misticismo que propende a la reflexión nada ociosa de tu época.
Uno (una caña) se
queda encerrado en su habitación y espera.
Nos hemos vuelto
simplistas. Sólo hemos necesitado cien años para lograrlo. Pero seguimos sin
saber pintar como un niño de diez años. ¿O era de cinco años?
Qué más da, en arte
todo es una provocación: el mismo acto, la creación, lo es.
Somos un falso Picasso
y nuestros errores ortográficos y sintácticos en las simplezas que redactamos
nos los corrigen unos artilugios programados para hacer creer al simple que es
menos simple de lo que es.
El manotazo de Valdés
Leal arrumba el arrobo místico.
Carmen Gay irrumpe en
el arte, tan sutil en sus creaciones, de obra tan calculada, a trompadas, sin
miramientos de novicia. Quién lo diría: el resultado es una finura, una
sabiduría plástica.
Carmen Gay es un falso
Picasso de diez años (como, por otra parte, también lo era él a partir de esa
edad) que rastrea su mirada interesada por el mundo (inmundo) que le rodea: un
mundo en blanco y negro que arroja a manos llenas a la faltriquera de la
artista impasible sus buenos dividendos.
Ensalzada la artista,
a punto de ser mitificada.
¿Cómo se llega a ser
lo que se es?
¡Ay
señor Francisco de Quevedo, si usted viera!
Te
lo diré de nuevo, dama de buena cuna: gana dinero (500 libras al año) y dispón
de una habitación propia, le lanza a la cara Virginia Woolf, palabras y
puñales: ¡aprende de una vez!
Lo
hizo: ahora, qué época, tiene tres estudios: París, Madrid (por poco tiempo) y
Nueva York (lecciones de geografía), tanto dinero en los bancos que le aburre
la sola idea de gastarlo.
Su
madre, tu abuela, estaba loca, decía sin venir a cuento el patriarca Brell de
la suegra suicida y artista frustrada, buscando coartadas imposibles que
vengaran el desprecio infligido por la esposa. ¿No lo estará ella, la madre que
reniega de sus hijos?
Quizás
lo estuvo hasta que escapó del marido, fumador de boquilla plateada que no
desdeña a escondidas el veguero, y de la prole confusa y polvorienta.
Recapacita fríamente el profesor de historia del arte: loca no es, ni tampoco
su pintura, que es de enjundia: Fue el hastío y el sentirse errada.
Piensa Boceto en su Paula, de medio manto, en
Hanna, niña de toma y daca, a qué escandalizarse de los tiempos, a qué de este
gran país y sus peculiaridades, cuando ya en tiempos de reyes eminentes como
Felipe II, Su Católica Majestad, se toleraba en mancebía a niñas con doce años
cumplidos, aunque condiciones y burocracia había que regulaban el contrato: que
no fueran vírgenes (¿quién sería el animal que franqueaba el paso?), que lo
fuesen huérfanas o hijas de padres desconocidos o abandonadas por su familia,
siempre que ésta no tuviese rango de noble. Hasta documentos oficiales se les
entregaba que les validase en el oficio, que probara sus excelencias en la cama
y les mantuviera alejadas de autoridades venales.
España nuestra, patria
regalada, putería pública, y el hombre imprudente, el que más y el que menos,
bien llagada la entrepierna por la pasa
valenciana.
Abandonó la pintora la
mínima figuración que aún sostenía el discurso plástico. Minimizó el color.
Desbarató la forma. Amplió significados la propuesta al proveerla de
intuiciones y despojarla de referencias implícitas.
Atención a lo
interior.
El mundo se ha
achicado, tan grande que parecía:
Hoy invernal pinta en
París, gris, lluvioso, y abajo, a los pies de la amplia y confortable
buhardilla, casi tocando el cielo ella como artista que es, los Jardines de
Luxemburgo entristecidos por la neblina fría de enero y la soledad rara de la
media mañana tan parisina y distante, extrañamente silenciosa, y de cuando en
cuando una sombra presurosa que cruza el parque desolado con la cabeza metida
entre los hombros, vuela mañana con las claridades del otoño recién comenzado
al Nueva York de los años ochenta, triunfadora y lejos de cualquier afrenta ya,
no tarda en deshacer el estudio de Madrid que, ahora, para nada le sirve, un
Madrid por entonces ruidoso, como de escombros, con mucha caca de perro en las
aceras, un Madrid muy gris de día y de muchos colores por la noche y que como
diría el benjamín abandonado a custodias menos severas que a la que sufrió bajo
su égida, huele a túnel de metro, a ropa húmeda, a gasolina y a calamares fritos.
Qué cosas tiene el
arte.
¿Una pintora pelando
patatas? ¿Al igual que Charlotte Brontë? Al infierno la patata, el cuchillo y
la cacerola, al infierno la trastería doméstica.
Pobre Charlotte, la de
Haworth, donde rara vez caldeaba el sol las piedras, que a cierta hora del día
abandonaba mal que le pesara la pluma todavía caliente e inspiradora entre sus
dedos y disponía sobre el fuego el caldero familiar donde el clan metería la
cuchara más tarde.
Qué tiempos, qué
páramos.
La Woolf ya escaparía,
cien años más tarde, pero tampoco era para alzar las campanas al vuelo: ¿se
compraría ella, Carmen Gay, un gato persa con el dinero que le produjera su
primer cuadro puesto a la venta?
Un gato persa,
silencioso e inspirador, y luego, si es posible, que lo es, un automóvil, es la
diferencia entre una mujer actual y la de hace doscientos años.
Carmen Gay mató al
Ángel de la Casa en un santiamén. Cual monja arrebatada hizo el amor con Dios y
nació de nuevo. Distinta. Otra.
Carmen Gay frente al
espejo, como cuando niña, ahora leona, su voz no parece su voz: Te he soñado
tantas veces… La tiene, a la verdadera, ahí, al alcance de la mano, afuera de
la caverna de los festivos pero a la vez miserables años de atrás: No te
soltaré, y es la imagen proyectada quien se lo dice desde la ola verde y
profunda del profundo azogue.
¿Su vida pasada? Está
bien, forma parte de la actual, es el lastre necesario, el tiempo pasado no
desaparece así como así, pero es una especie de abono, un fertilizante que
termina posibilitando los deseos inmediatos: Mary Wollstonecraft, y otras
muchas citas, otros muchos recuerdos, que en tropel brotan a la luz,
reconfortan el ánimo de la moderna Nora después del portazo, a la que ya era
antes de serlo pero no sabía serlo: Un marido es una parte cómoda del
mobiliario de la casa. Carmen Gay habría pensado sin zumba que, durante un
tiempo, también podía ser algo interesante (cuando aún era desconocido) en la
cama.
Adiós, adiós.
Tampoco era carcelero
el consorte y padre de sus hijos, -allá te los hayas a partir de ahora-,
encerrada no estaba, nunca fue prisionera sino de ella misma, aquel sólo era el
hombre invisible las más de las veces, Gran Indiferente, culpable, pues.
Recobra el tiempo
perdido porque ha de nutrir con sus ventajas desveladas el futuro, ya lo hace
con el presente, que crece y crece pujante, invencible.
Su madre, tu abuela
desconocida, pintaba los rostros imaginarios de seres humanos (?) que sólo
existían en su imaginación… ¿Les habría puesto hasta nombre? Ella, hija no
renegada aunque, y esto era plausible, más perfeccionada (tiene las quinientas
libras, tiempo libre y una habitación propia), pintaría los pensamiento imaginarios de esa gente imaginaria.
Carmen Gay puede tener
fobias, antipatías, prejuicios, ¿quién no los tiene?, pero no anida fantasmas
que anden como diablillos divinos o mal rebotando en el interior de su cráneo,
metiendo líos y creando situaciones paralizadoras, y ello le libra de muchas
batallas que entablar e incluso perder cada día. Ella, a lo suyo. La realidad es
la que es: y puedes hurtarla simplemente eligiendo una esquina u otra de las
que te salgan al paso: tú eliges, tronante: adelante, avasalla.
Carmen Gay: en su
manifestación, lo exterior, fértil como un jardín, congratularos testigos, con
el plural aroma que destila ante vuestros ojos gratuitamente.
Dura, cruda y agreste
en su interior como, sin contemplaciones, lo es el páramo azotado por el viento
de piedra y la lluvia de aguijones helados y punzantes o como el sutil, por no
visible, cruel sadismo que utiliza contra sí mismo y su apariencia mortal el
místico que atropella su carne no siendo culpable de nada.
Buena mujer aquella, y
la de ahora. Fuerte.
Medea:
Mamá, nuestra querida
mamá, nos alimentaba con piensos compuestos Sanders.
Crecimos sanos,
robustos y… desgraciados.
Buena era ella.
Se cansó de pertenecer
al gremio de los pusilánimes, aun teniendo la mano suelta, esas personas que se imaginan a sí mismos más
que se viven.
Qué
mujer.
Brell
el Joven recapacita. Su mito erótico era Hedy Lamarr, y su madre guardaba un
parecido extraordinario con ella. Más de una vez pensó en coger un avión y
plantarse en Julien’s, a ver si pescaba mediante unos dólares alguna prenda
íntima de la actriz. Tampoco se hacía ilusiones: una cepillo para el cabello,
unos aguantes, una barra de labios… con eso bastaría.
Brell
el Viejo firmaba sus sentencias de muerte un día sí y otro también a causa de
sus estúpidas ironías con la cónyuge:
Bonita
máscara, dictaminó sarcástico, inclinando el torso hacia el libro de gran
formato que sostenía su mujer, la ama de
casa del hogar de los Brell,
sobre las piernas, sentada en el sillón al lado de la ventana que proveía de la
luz del Este.
No
es una máscara. Es Mujer I de, de
William de Kooning, corrigió ella con voz suave, como la luz de aquella tarde
morosa.
Me
refería a la jeta del artista.
Un
silencio espeso sobrevoló por entre los dos interlocutores: el burlón y la
ofendida.
Klee,
poeta; de Kooning, un destructor. Clasificación Brell.
Y
así iban las cosas de bien.
Dos
sarcasmos más y en lo sucesivo pelas tú las patatas, el hombre de la casa.
Cotejaba Boceto el Clásico, comparaba buscón y
vengativo la invectiva trágica en las dos versiones a su alcance, la de Séneca,
la de Eurípides… la propia:
¡Desgraciada mujer!,
¡ay de ti, la infeliz,
qué grandes es tu dolor!
¿A qué tierra te irás?
¿Quién te habrá de hospedar?
¿Qué casa o región va a salvarte del mal?
¿A qué peaje de penas,
a qué inmenso mar…?
Optaba por una u otra
obra, ora Eurípides ora Séneca… En esas andaba, ya en la espesura.
Mujeres artistas las
ha habido siempre. El siglo, lleno de asechanzas y zancadillas, cualquiera de
ellos, no ha podido con las mujeres creadoras, la mayoría anónimas, pero tan de
la misma raza tozuda que la de los artistas más excelsos y comprometidos.
Artemisa
Gentileschi-Hedy Lamarr-Carmen Gay pintaron al unísono el famoso cuadro Judith decapitando a Holofornes, después
de sufrir violación:
¿Violación?
¡Que lo prueben! ¡No
nos dejaremos engañar por las viles artes femeninas!
Confesarán de plano:
el potro de tormento aclarará si son realmente artistas o unas simples
farsantes pincel en ristre para disimular sus arterías. Empezaremos por
romperles los dedos de las manos uno a uno.
Tras la tortura,
probado fue: el villano, que era también artista, ya demostró desde muy joven
que era villano y acabó en galeras.
¿Truco o trato?,
¿cabeza o pene?
Cabeza: muerto el
perro se acabó la rabia.
Pues, sea Judith la
Vengadora.
De un tajo del
alfanje, la cabeza desmembrada del tronco al cesto: ese hombre bañado en vino ya
no es nadie; la testa guerrera que chorrea sangre, un espantajo que acobardará
a los enemigos de la heroína al verse huérfanos de capitán.
Esa mujer, blandiendo
un alfanje, sabía de sobra su puesto en la historia. No hay lugar para la
flaqueza.
Los hijos son un
señuelo, sus lloriqueos una trampa indigna.
Comienza, pues, el
periplo hacia la gloria.
O… llámalo sueño
(americano).
Sí, rompía las
fotografías de unos hijos que tan extraños se le antojaban.
No te ablandes ni pienses
que les amabas mucho,
que les pariste.
Al menos en este breve día
de ellos olvídate;
luego, podrás llorar,
pues, aunque les sacrifiques,
les querías…
En fin, soy una desdichada.
Padre, no hay cena en
la mesa.
¿Por dónde anda la
señora, la dama del castillo?
Voló.
Vuelven los pañales a
la casa.
¿Y el servicio?
Jueves, día de
chachas.
Pues aviados estamos.
Pero no hubo más. Nada
de alharacas ni preguntas ociosas. Algo habría en el frigorífico o en las
despensas de la cocina para salir del paso: pan alemán, un poco de fiambre,
alguna conserva de garantías, fruta fresca del tiempo, tabletas de chocolate
negro. Era un hombre tranquilo, Brell el Viejo. Ahora sabía que nunca más vería
en esta vida a su esposa, al menos cara a cara. Aguardaba esa conclusión desde
hacía más de diez años. El hombre tranquilo suele ser observador, y extrae
consecuencias hasta del detalle más nimio, más brutal o más desconcertante: el
día anterior a su huida la sorprendió haciendo trizas una buena cantidad de
fotografías. No preguntó nada. No quería que ella mintiera ahora cuando nunca
lo había hecho en el pasado.
Rompe fotografías de
los hijos…
No hay vuelta atrás,
pues.
Una huida en toda
regla: en los armarios y roperos colgaban todos sus vestidos, y en el zapatero,
los zapatos se hallaban perfectamente alineados; en el baño, sobresalía del
vaso de plata el cepillo de dientes rojo, su color favorito, y en los apliques
dorados sus toallas de uso personal así como el albornoz rosa colgado detrás de
la puerta; en los cajones superiores de la cómoda, frente a la cama de
matrimonio, prácticamente se apilaba con exquisito orden toda la lencería.
Ese orden, esa
elegancia, la rara pulcritud, certificaban de sobra el cataclismo. Todo ha
acabado.
Sólo había
desaparecido un pequeño maletín de mano.
Respecto al dinero,
comprobó que del cuenco de madera donde solían depositarse todos los días media
docena de billetes y un puñado de monedas para gastos de calle, faltaban
únicamente unos cientos de pesetas, las justas para sobrevivir una semana a lo
sumo si pernoctaba en pensiones de tercera categoría y se alimentaba de
bocadillos.
Se ha ido para
siempre, se sorprendió diciendo en voz alta Brell el Viejo, descuido que jamás
se permitía en ningún momento para no delatar su pensamiento.
Quizá sea mejor así…
No, seguramente es mejor así, concluyó
resignado.
Habían estado desde
mucho tiempo atrás en aquella casa, Dios y el Diablo la bendigan, como en un
callejón sin salida. Eso él lo sabía de sobra. Y no era el Callejón del Gato,
donde todo se viera intencionadamente deformado. La escapada era inapelable,
sin equívocos, definitiva y terminal. La huida de Carmen Gay Giner abriría un
boquete por el que de una vez por todas el aire iba a entrar a raudales, a
ventilar habitaciones y pasillos, aunque más por los pecados de ellos que por
los de la fugitiva, que no llevaba detrás ningún tormento..
Respirar, por fin,
dijo de nuevo en voz alta, aunque sin importarle esta vez. Pero inmediatamente
se sintió cobarde, algo ruin.
A rodar.
Y esa noche, como
todas las noches hasta ese momento, Bernardo Brell Ferrer durmió a pierna
suelta y la conciencia en paz, siete horas de perfecta ausencia del mundo (2
miligramos de Rohipnol).
Tenía muy pocas
ambiciones, y las que tenía eran de muy fácil consecución, por lo que siempre
estaba satisfecho, si bien, en ocasiones, no dejaba de sentirse un impostor.
Se metió entre las
sábanas perfectamente remetidas y llevó el embozo bien alisado hasta la
barbilla:
De todos modos, esa
mujer está ya en una edad de la que no puede decirse que su mayor gracia sean
sus rubores, que diría miss Woolf.
Casi cincuentona… Lo
que me cuentas, querida, es música de repertorio, una apertura ruidosa o así,
mil veces oída. Otra que da el portazo. Demasiado cante. Sólo te falta el
collar de perlas, el vestido negro talar y el programa de mano.
Les compraré un
televisor a color a los vástagos, vino a decidir, ya en sueños. Necesitan un
linimento que apacigüe esa orfandad inesperada.
La televisión pronto llegará,
yo te cantaré y tú me verás.
A
pesar de la muerte de El Generalísimo lejos del campo de batalla, pero tumbado
en la losa carnicera de un hospital, aún estamos en 1975, querida, bromeaba el
viejo Brell, un año antes de la emancipación de la dama del castillo: las
reglas son las reglas y hay que respetarlas; de lo contrario te detendrán,
esposarán y amordazaran las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.
Artículo
57: el marido debe proteger a la mujer y ésta debe obedecer al marido.
Esa
tutela machista parecía ser eterna, pertinaz y estéril como las tierras yermas
de la patria.
En
dos años podría advenir un golpe de estado y torcer de nuevo las cosas de las
Españas: hisopos y espadones militares otros cuarenta años más, con algún
generalote de catadura semejante a la del difunto de El Pardo: no saldríamos
jamás del desierto, dando vueltas y vueltas en torno a zarzas ardientes bajo el
sol implacable.
Libertad
sin ira, clama un periódico precisamente nacido ese octubre del año del Señor
de 1976.
Sube
la amazona al caballo alado. Vuela del nido. El cielo, que no existe y es sólo
la tierra abierta al horizonte, bajo sus pies. Dura superficie sobre la que
trotar.
Los tiempos están cambiando, están
cambiando los tiempos, vocea un barbudo
trovador guitarra en ristre.
No
te salvó el amor, no te salvará el arte. Pero esas cabezonerías impiden que
mueras de pie, como un vegetal o una piedra que desmintiera su naturaleza y se
viniera abajo como el frágil barro en cuestión de unos días (… y se desmoronó como un montón de piedras.)
Polvo
o escombros, pero encuentra una razón para vivir, cenizas volcánicas se erigen
pétreas al cielo azul donde no llegaron los humos de las entrañas malignas de
la tierra, ser humano es crecer desde abajo.
Los
datos son imprecisos, arbitrarios en apariencia, y aunque a lo loco, alla prima, hilvanan un derrotero que
algo, cosa o coso, dibuja sobre el tapiz enredoso de los días: ninguna forma
reconocible, imágenes imposibles como las que crea el constante y enérgico
deambular de un hormiga: viene y va, está de aquí para allá, anda y desanda, y
para adelante y para atrás y a un lado y a otro.
Cuando
Carmen Gay abandonó el hogar familiar no se dirigió a una pensión de mala
muerte, ni tampoco tuvo que alimentarse en días sucesivos de bocadillos o
hamburguesas de contenido inextricable. Disponía de bastante dinero (siempre ha
habido dos esposas: la oficial y la clandestina), y, además, encontró en
seguida alojamiento y una cálida acogida en el apartamento de una de sus
mejores amigas separadas (una de las siete, de once, que se hallaban en la
misma situación –siempre ha habido dos Españas: la oficial y la clandestina-),
frente a la Alameda, a la altura del edificio de la Pagoda, en la parte
izquierda del antiguo cauce del río.
Estuvo
allí por poco tiempo. El suficiente para hacerse con un vestuario y calzado
nuevos, sosegar el vigor de la sangre y trazar un plan de actuación personal y
profesional para los próximos meses. Y, lo más importante sin duda, llenar un
cartapacio de considerables dimensiones con cerca de medio centenar de dibujos
en blanco y negro sobre excelentes cartulinas Guarro: una presentación en
orden, en toda regla.
Cuando
lo tuvo todo razonado, todo lo que se hallaba a su alcance al menos, y
sabiamente se resignó a aceptar los imprevistos sin rechistar, recaló en
Madrid, alquiló un estudio por las inmediaciones de la plaza de Asturias e
inició las entrevistas adecuadas sin andarse por las ramas ni mostrarse
mojigata en las cosas del arte y de sus propias aspiraciones.
Sé
lo que quiero ¿Qué quieren ustedes?
Sus
credenciales.
De
arte sé más que ustedes y, además, soy artista, por lo que tengo todas las de
ganar.
¿Quién
iba a contradecirla?
Lo
único que le faltaban en su proyecto de futuro eran mercachifles que supieran
saquear sin escrúpulos los bolsillos de los coleccionistas y mangonear
valiéndose de componendas y corruptelas políticas en los presupuestos
financieros de los museos y de las instituciones. No tardó en encontrarlos: el
dinero es receloso y cobarde, pero el mundo del arte está lleno de auténticos
depredadores de gran astucia, de ingenuos y botarates a la última (un tonto y su dinero no están mucho tiempo juntos,
suele decirse, y algunos de los que lo dicen por lo bajo incluso aprovecharse
de ello).
Sabemos
qué bando, en cuestiones de pintura y escultura, ha ganado de antiguo la
partida.
Mantuvo los contactos necesarios y a mediados
de 1977, al acabar el sofocante verano en que se celebraron en España las
primeras elecciones libres después de cuarenta años, había firmado un contrato
de permanencia con la dirección de una de las, por entonces, más acreditadas
galerías de arte moderno en la capital.
El
arte político y el realismo reivindicativo estaban condenados a muerte en manos
de los nuevos aprendices plásticos: sólo se respetaría el practicado hasta
ahora por los mayores, el arte más o
menos panfletario que antes de la muerte de Franco azuzaba de manera un poco
simplista la conciencia del país mediante alusiones connotativas antes que
denotativas; la abstracción con ínfulas y la frivolidad figurativa comenzaban a
asomar la patita: ése debía ser a partir de ahora el arte preferente de los
jóvenes.
Tonto,
el último.
La
figuración de Carmen Gay era novedosa… por extraña, por desdeñar referentes del
pasado y mostrarse al espectador con toda la insolencia de un atrevimiento que
osaba corregir un antropomorfismo pictórico reconocible siglo tras siglo pero a
la vez desgastado por el uso desmedido de su metáfora: de cuerpo entero o
despiezado.
Ella
hizo del ser humano, de su humana cuadratura, manchas negras, espacios blancos,
trazos crueles, claros, oscuros…
Era
el momento justo para ella y para muchos otros como ella. Apuntó más alto: caza
mayor, y no le importaba nada quien fuera la pieza a batir, incluso si fuese
ella misma: en plena cacería de esta especie el artista, por mucho que se deje
engañar, siempre sale ganando: sale de la nada.
¿Es
usted Juana Mordó?
Y
usted ¿quién es?
Una
artista muy interesante para usted por ser absolutamente desconocida.
Atención
a lo interior.
La
otra: una judía griega de origen sefardí que siempre supo lo que llevaba entre
manos. Sabía mucho del negocio del arte (tuvo que saberlo, en sus comienzos
vendió hasta su coche para poder comer; se volvería artera, en el buen sentido
de la palabra) y mucho más de saber venderlo a buen precio y a quién hacerlo.
En
efecto, sabía lo que llevaba entre manos.
En
aquellos instantes una carpeta con varias decenas de dibujos que invocaban la
más enigmática naturaleza del hombre, de la mujer, de sus avatares metafísicos…
Y,
sí, por cierto, ¿quién era esa mujer anónima que se hallaba sentada frente a
ella, que, con la edad, ya había dejado atrás el rubor y que clavaba la mirada
socarrona en sus ojos, segura de sí misma, como si nada, como si ni ahora ni
nunca tuviera nada que perder?
¿No
son demasiado extravagantes estos seres de miembros y cabezas tan alargadas, de
hechuras tan imaginarias? De tan grandes pies y manos. Son seres inquietantes,
como si fuese su interior, sus propias vísceras, lo que los conforman, unos
adentros de blanco y negro, lo tomas o lo dejas… Cara o cruz.
No
son seres humanos… o por lo menos, no todo en ellos lo es.
¿Qué
son, entonces?
Los
pensamientos imaginarios de unos seres imaginarios. Ha estado usted muy cerca
de adivinarlo.
Buenos
ejemplares de hembra estas dos. Caza mayor. Con ellas es de lo más pueril
andarse por las ramas. A tiro descubierto. Todo encima de la mesa de buenas a
primeras: todo en el lienzo sin estériles vergüenzas. Y, entre mujeres, nada
del juego de las cuatro esquinas.
Ha
tardado usted mucho en atravesar la puerta de mi galería. Y sin que hubiera una
cita por medio.
Todo
encuentro es una cita; toda muerte, un suicidio: Borges.
Si
una hace lo que tiene que hacer, el tiempo es lo que menos importa.
Por
otra parte, convengamos en ello: las dos son unas connoisseurs, y saben perfectamente donde pisan.
La
pintura ¿hay que adivinarla?
No,
hay que comprenderla. O sentirla, como la música.
No
comprendo a Rothko.
No
entiendo los cuartetos de Beethoven.
Me
angustia el silencio de Brancusi.
(El
rumano dialogaba consigo mismo mediante su retrato, pues le fascinaba: se hizo
centenares de fotografías con un disparador a distancia: ¿ese era el verdadero
discurso? ¿Pero había necesidad de comunicarse artísticamente una vez te
instalas en el silencio?)
Pensamientos
imaginarios, dice.
Kokoschka
lo dijo mejor: el arte no sólo tiene tres dimensiones, tiene cuatro… La cuarta
es la proyección de mi yo.
(Yo:
la cuarta dimensión.
Yo es tiempo.)
Kokoschka,
quién lo diría, era un ingenuo. Estuvo a punto de matarse por una trepa de
cuidado, una coleccionista de genios que debió ser una diabla en la cama a
juzgar de la manera como los encandilaba.
La
pintura… Limítese a una contemplación mística, que se recrea inútilmente viendo el aire: no hace falta ver a
Dios, quizá nos sorprendiera su inconmensurable fealdad. A mí ha dejado de
interesarme la encarnadura de los pensantes, incluso me sobra, y a la vista
está.
No
descifro los poemas de Celan ni el asco bien educado de Gil de Biedma con sus
rimas internas, ni los arcanos de Dickinson ni mucha de la poesía del XVII
español, y qué le voy a decir de Góngora, que es como un mural, una plástica de
palabras que me son prácticamente ininteligibles, así que me limito a leerlas
en voz alta con los ojos cerrados, como si imaginara un gran cuadro creado por
mí a través de los sonidos.
¿Descifrar?
También
la escritura es un dibujo, una combinatoria plástica, sónica si lee en voz
alta… Conténtese con ello. Para qué más.
(Fuente:
Georgia; tamaño: 9.)
Usted
se declara artista, de modo que le confesaré un secreto, pues los artistas han
dejado de intimidar a la gente después de Picasso, lo que nos introduce en el
libertinaje de las suposiciones y las opiniones descabelladas: yo no entiendo
nada de pintura. Entiendo el negocio del arte, que es algo muy distinto.
Sin
embargo, la mentada doña Juana, cree en los artistas a los que representa.
Qué
remedio. Son la materia prima, lo visible, lo vendible.
Existe
un elemento diferenciador que criba al buen artista del que no lo es.
En
términos cualitativos, el arte ya no es mensurable. Sólo pueden distinguirse en
el quehacer creativo a los mediocres, a los del oficio, estos destacan como luminarias en el ámbito de las artes
plásticas, lo que no deja de ser llamativo. Escritores, pintores, escultores
músicos… prácticamente todos saben tocar
música, escribir, pintar, pero muy pocos pueden componer, crear por encima de
cualquier convencionalidad instrumental. No hay ninguno de ellos que no tenga
talento, algo muy frecuente en casi todos los artistas que se empeñan por
demostrarlo a base de tenacidad y oficio (también los hay incluso demasiado
perezosos para hacerlo y ni se esfuerzan por conseguirlo, se han rendido de
antemano), pero no tienen ninguna genialidad. Están instalados en la medianía,
lo ramplón y la soberbia, pues todos los mediocres desdeñan lo que no saben,
bufan ante lo desconocido o nuevo, como si les agraviasen los logros de los
otros.
Usted
impulsó la obra de grandes artistas informalistas…
Yo
había sido una especie de madame de
salón, esa era mi verdadera aspiración: los sábados reunía a intelectuales y
artistas en mi casa y procuraba que movieran la lengua cuanto quisieran, yo
abría las orejas y no dejaba de sonreír. Lo demás, mi entrada en el mundo del
arte, constituyó una sorpresa bastante inesperada. Fueron ellos los que me
hicieron creer en mi papel de marchante y de galerista de vanguardia. Hasta
pusieron algún dinero para que abriera la galería, lo cual no deja de ser un
buen comienzo para una mercader inveterada como yo, el producto en venta se
costeaba inicialmente a sí mismo. Y me coloqué en primera línea, ¿qué podía
hacer?, y la mano abierta en señal de amistad.
Posdata:
Siempre he sido una mujer muy sensible hacia ciertos aspectos de la cultura,
las importantes de entre todas ellas, como el arte, aunque no sea precisamente
una experta en él, o la cocina. Con eso una ya tiene media ganada la
supervivencia.
(Y
no te olvides de sonreír nunca.)
A
rodar.
Ella,
Carmen Gay, se halla inmersa en un negro goya, un negro saura, un negro
millares, negro terciopelovelazqueño, un negro españa, un negro viola, y los
espacios, que actúan de blanco.
Pensamientos
como correrías de las arañas por encima de un cristal.
Todo
esto te daré, proclamó la madama, e
indicaba con un brazo las paredes blancas y desnudas, vacías, aún inocentes, de
la galería: las puertas del cielo.
Ábrelas
(profánalas). Puede que hasta comiences a ganar un poco de dinero, a vuela
pluma, como la que no quiere la cosa pero que tampoco, por nada del mundo (un
millón de dólares, cien millones de dólares), quiere verse aferrada a un
sueldo.
Doña
Juana habla de dinero: querida, es lo esencial, después de todo. Sólo aquellos
que no intervienen en la cultura como creadores piensan de ella que no es un
producto.
Naturalmente,
la galerista ya venía con todas las garantías de otra de las cuadras donde se
había pertrechado de argucias.
¿Qué vale una de tus
obras?
El asunto no es baladí.
Y, sin embargo, existen unas reglas, un ordenamiento que
fundamenta el justiprecio, esa plusvalía de la pasada confianza en algo nuevo y
extraño y, en consecuencia, en aquel tiempo desnudo de referentes, proclive al
riesgo, a la pérdida o al chasco humillante transcurridos los años. Quien fue
valiente arriesgó. Es lícito, pues, recoger dividendos no sólo basados en lo
meramente especulativo: un conjunto de ecuaciones y operaciones sensatas
determinan el valor dinámico de las llamadas obras de arte más allá del
sufrimiento, de la anécdota, de la biografía del artista con el estómago lleno
o vacío.
Empieza el baile:
¿Cuál es la medida de su valor?
Tendremos que tasarlo: he ahí la solución que ha de devenir
el mandamiento: contemplaremos la unidad de su medida, el conocimiento del
mercado (para todo lo hay: hasta para el riñón del hombre enteco y pobre de
Bombay, Dhaka o Bamako que sucumbe a la desesperación ante el hambre de los
suyos y se vende a trozos), las variables posibles del valor y sus residuos
fenoménicos, los procedimientos determinantes, empíricos y de otra índole para
proceder con cordura.
¿De qué depende el valor? De quien tasa, de quien vende, de
quien compra.
¿Existe una teoría del valor de la obra de arte? ¿Una vara
ontológica, fenoménica o de otro orden sistemático?
Existe un valor de coste, de producción, de transformación,
de capitalización…
Existe el precio, algo tangible y por lo demás definitorio: si
alguien paga lo que se pide, aquél, el precio, deja de ser concepto y se
transforma en entidad: en nuestros días el material (el dorado y la madera) que
enmarca uno de los cuadros de Van Gogh vale más que en su época todos los
metros de lienzo juntos que embadurnó el artista.
En cuanto a la plusvalía, si el mercado no falla: existe la
oferta y existe la demanda: esto determina el valor de cualquier cosa: el
bocadillo de atún, el cuadro o la estatua y un viaje en ferrocarril.
Y, ahora, respecto a la obra de arte, ¿podríamos hablar de
los parámetros de orden cualitativo?
Querido amigo, una vez la contemporaneidad alejó de lo
artístico la referencia de lo representacional, lo paradigmático y su posterior
ponderación, nos hallamos en el País de las Maravillas de la mano de Alicia y
su estrafalaria cohorte de divertidos y atrabiliarios personajes.
Sabemos lo que es una obra de arte contemporánea porque
sabemos su precio sin que otras consideraciones canónicas nos distraigan de lo
verdaderamente esencial: su sola contemplación sin instigaciones.
A rodar.
Hesse, ¿Qué hallamos en tus obras?
¿Sinceridad, pasión, emoción, poesía, sensibilidad, ingenio,
inteligencia, intuición, sentimiento, perspicacia, clarividencia,
trascendencia, cultura, estilo, personalidad, invención…? ¿Belleza? ¿Fealdad?
¿Estética?
Seven Poles:
Fibra de vidrio, polietileno, hilo de aluminio.
Nueva York, mayo de 1970.
Siete palos, erectos por la fibra de vidrio, viscosos por el
polietileno, cuelgan desde lo alto sujetos por hilos de aluminio hasta caer
sobre el suelo. Tienen, aunque vagamente, forma de “L”. Las texturas de la
superficie son rugosas, de acabado irregular, casi toscas, se diría que
indeterminadas y provocadas, más que por la manipulación de la artista, por el
azar y lo casual advenido durante el proceso. Nada parece definitivo ni
perfecto en esta obra de palmaria simplicidad compositiva y cuya irracionalidad
aparencial no niega, por otra parte, íntimas y dolorosas correspondencias en la
sencillez de su discurso con el sentir de la artista (moriría quince días
después de darla por terminada).
Su compra, ¿genera desconfianza en esta primera hora? Su
misma singularidad, burda y repelente, parece disuadir de la adquisición a
cualquier coleccionista. En fin, otros guarecen caballos vivos en el interior
de pulcras galerías de arte: nadie va a comprar ninguno de esos caballos a su
“encantadora hijita Nancy en el día de su cumpleaños”.
¿Acaso es un objeto vendible?
(Por supuesto… si hablamos de dinero.)
Lo es si lo dictan los datos del mercado: éste hace
asimilable todo tipo de magníficas extravagancias, sus apariencias, sus
materiales, sus contenidos.
La tasación es el principio de su autenticidad, bondad
artística y recorrido especulativo.
¿Puede ser falsificada la obra de arte moderna?
Hesse: cientos, miles de falsificaciones… no de sus obras,
de la misma artista, de igual forma que existen diez o doce millones del hombre
y artista Vincent van Gogh falsificados que andan por ahí con una paleta y una
caja de tubos de pintura sin sufrir el sol del mediodía de julio, el estómago
vacío, la humillación, la soledad de la noche… Sin firmar el contrato
definitivo: la locura y el pistoletazo en el pecho.
¿Cuánto tiempo supuso la realización de Seven Poles?
¿Días, semanas?
¿Medimos en horas?
¿Medimos en… espacio-tiempo?
Ella piensa; es decir, trabaja: imagina, elucubra, da rienda
suelta a una imaginación cuyo producto siempre resulta arduo y fatigoso. Se
impone, en consecuencia, remunerar esa actividad no por invisible menos
determinante: las ocurrencias tienen un precio inexcusable.
¿Cuántas horas dedicó a una concepción que hasta su misma
materialización sólo surgía de las mortificantes idas y venidas por un cerebro
embaucador, atrapado y oscuro entre las paredes craneales?
¿Utilizó dibujos previos, bocetos anodinos, maquetas
laboriosas?
¿Existieron consultas de otro tipo?
¿Se recabaron opiniones, pareceres, disidencias?
¿Se procuraron informes de los censores?
¿Quién auditó, a precio, cpstes?
¿Hubieron de pasar muchos días durante la elección de los materiales?
¿Cuál fue el coste de su compra? ¿Se llevaron a cabo desplazamientos a lo largo
y ancho del Bowery en su búsqueda? ¿Se reseñan gastos adicionales (la copa
obligada en un encuentro casual, una comida de trabajo)?
¿Se registran imprevistos (la compra caprichosa estimulada
por el escaparate vil durante las correrías)?
¿Se adquirieron instrumentos adecuados para la ejecución de
la obra?
¿Se contrataron los servicios de algún profesional o taller
especializados en tamaños menesteres?
Las perversiones artísticas no deberían andar lejos de una
sexualidad liberada del tabú o la inmensa falsedad de una decencia que termina
desexualizando al individuo. Una moral equivocada redujo al cuerpo a la
mazmorra del miramiento cuando debió ser siempre un instrumento para el placer
en alianza con un pensamiento libre y reflexivo.
Nada en el cuerpo es culpable. No hay pecado original. Y
todo en el arte es sensualidad: una mujer artista vendió su virgo.
Nada en la creación fue susceptible de corrección: lo
adaptable sólo exigía tiempo, nada había de predeterminación.
He aquí, por tanto, que un arte pródigo exige la
desinhibición absoluta: un arte de los sentidos que no repugnara de lo
racional, la emoción corregida por la regla llevada al paroxismo: ninguna
regresión debería ser contemplada ante el vacío y la angustia de un cuerpo
único y consciente, irrepetible, desnudo, vulnerable y finalmente destruido
frente el mundo y su destino cósmico con fecha de caducidad.
Y, no obstante, existe un deseo órfico en ese heteróclito
conjunto de obras, este diablo cojuelo que levanta los techos de lo visible
ansía derrotar a la muerte mediante el subterfugio de la ilusión, de la magia
dominguera del siglo XX que sucede y prolonga las tareas de Vermeer de Delft,
Velázquez, Van Gogh y Picasso.
“Aunque, no se fíe”, previno. “Después del puñetazo en los
ojos le
querrán quitar la bolsa.”
El verdadero artista golpea de veras. Como sus
intermediarios.
Siempre van tras ella, los mercaderes de hombres: una
religión llena de cepillos donde guardar a buen recaudo las monedas birladas a
los otros.
Entretanto, la artista, con las mangas de la blusa
arremangadas por encima del codo, la boca abierta y los ojos espabilados
chapotea en la estética de la irrealidad, esculpe con la imaginación y labora con
la disposición y el uso extravagantes frente a lo utilitario y funcional
realistas. Lo estético riñe con correcto, aparta a manotazos aquellas de las
ideas que puedan hermanarse con la geometría milenaria del orden cotidiano, la
línea (el garabato imposible) platónico y equilibrado, pues el arte es la
libertad absoluta de los sentidos, y ella, La Reina de lo Intuitivo, así lo
cree, y en su mente libérrima baraja las cartas de Las Leyes al Tuntún.
¿Dónde está la razón?, se pregunta escéptica.
No se cree la razón.
En ese momento, ya tiene ganada la partida.
(HESSE, David Grau, páginas 539-543,
Valencia, 2012)
Podemos
hacer negocio… a la larga. El dinero, a
la corta, no me interesa.
La
época es buena: requiere un lenguaje tan confuso como ella misma: los billetes,
volanderos, de todos y de nadie, llegarán solos hasta nuestros bolsillos, como
si tuviesen alitas.
Qué
de cosas para abrumar el bienintencionado o al espectador ansioso de descubrir
nuevos genios del arte.
(Como
si fuera una película de Buñuel (El fantasma
de la libertad)… Lynch (Cabeza
borradora), Bresson (El diablo,
probablemente) o Delvaux (Bella),
ya rizando el rizo, sorpresa tras sorpresa.)
¿Tiempos
confusos? ¿Qué leemos, pequeña, desconocida y fugada ama de casa, qué libro
llevamos entre manos?
Acaba
de aparecer la traducción. Ha sido una compra dudosa. No sé. Es un libro
curioso, parece todo él un conjunto de digresiones, su protagonista, al menos
el que tiene la voz cantante, gira y gira como una peonza de un lado a otro de
las páginas, aparece y desaparece como un duende...
No
sea tímida, dispare el título.
Vida y opiniones del caballero
Tristram Sandy.
Excelente ocupación para
las próxima semanas.
(Pero no me deje de
pintar: ha llegado hasta aquí por negocios, y eso es lo que verdaderamente
importa.)
Qué tiempos, qué
confusión:
Antonio Saura
concretaba sus ideas a la par que desbarataba su pintura leyendo a Descartes;
Lucio Muñoz, más coherente, componía y ordenada los trozos de madera rota por
el tiempo, magullada y casi podrida por la inclemencia del viento y la lluvia,
mientras leía fervorosamente al atrabiliario austríaco Thomas Berhard; Tápies
seguía fantaseando como un ingenuo sobre la historia, el nacionalismo y la
religión valiéndose de símbolos y metáforas matéricas demasiado evidentes,
harto inteligibles en ocasiones: una abstracción que ya era casi una
figuración, una declaración de intenciones que hasta podían interpretar los
niños catalanes menos espabilados; Viola rasgaba con esplendentes fucilazos y
destellos cromáticos la profunda negrura de los cuadros: no pensaba lo que
hacía, era un gesto que ultimaba el rodillo a rebosar de luz con la que
acribillar la profunda oscuridad; Millares poco antes de desaparecer del mundo
de los vivos, dibujaba con bolígrafo de tinta azul centenares de estudios sobre
manos, manos cerradas y abiertas, largos dedos esqueléticos, puños de gran
dramatismo al tiempo que sus arpilleras chorreaban pintura roja como la sangre
y espantaban con su negritud cósmica, a nada del mundo (salvo a una idea maléfica
sobre él) recordaban, y, sin embargo, las manos que todo lo palpan, lo agarran,
de todo se apropian, tan reconocibles, tan de la tierra.
Épocas confusas: hasta
lo informal tiene forma: arremete contra lo clásico, pero, en el fondo, no lo
abandona, reconocemos las hechuras de la no-representación… Una pausa.
Meditación (y cierre). ¡Pero crea otra a la que inmediatamente identificamos!
He aquí el Nuevo Mundo, todo parece tan nuevo… ¡pero es como el antiguo!
¡Pronto lo haremos propio! (De lo contrario, lo extinguiremos. Nuestros
pinceles, nuestra bujarda: la cruz y la espada.) Y, así, queridos hermanos en
el Cristo de san Juan de la Cruz, de Dalí, hemos creado una ortografía, una
morfología y una sintaxis plásticas… No ha de pasar mucho tiempo en que aparezcan
los gramáticos de nuevo cuño a atiborrarnos con reglados y preceptos y
normativa, a nosotros los inventores, los visionarios, los propietarios de este
arte de la ilusión.
(1961): ¡Hasta Joseph
Beuys ha sido nombrado profesor de escultura en Düsseldorf! ¿Será, por ventura,
dómine severo con palmeta a punto? ¿Propondrá dictados? ¿Corregirá faltas de
ortografía? ¿Paseará entre los pupitres con gesto amenazador?
Yo también soy una
obra de arte. Y eso ¿quién lo dice? Manzoni: ha estampado su firma en mi culo,
de modo que soy una escultura andante de Manzoni. ¡Atrévase a negarlo!
¿Y dónde piensa
subastarse? En Sothebys o en Christie’s, Durán?
Dependerá del lujo del
catálogo. Ese detalle tan nimio es capaz de triplicar el precio de salida en
dos minutos.
En todo caso, no he de
venderme barato: ¡enseñaré el culo!
¿Está de acuerdo
conmigo, reciente lectora de Sterne?
Yo también tengo una
foto de Ives Klein lanzándose al vacío, de traje y encorbatado.
¿Qué me dice?
¿De qué estamos
hablando?
El Sterne ése…
¿Y a qué santo el
señor Klein?
Cosas de la época, los
sesenta.
Donde montar en el Hobby-Horse (¿qué importa donde te lleve
el caballo de cartón? Eres tú quien lleva las riendas y vas lejos, muy lejos,
aunque las patas del caballo parezcan clavadas en el suelo:
lo están, seamos
realistas.
De la sala de estar a
la gloria.
Soy un genio, dice en
voz alta, y el caballo obediente y magnífico, Pegaso, echa a volar.
El señor Laurence
Sterne murió joven, lo cual no es extraño en las biografías de los artistas,
solitario y pobre como las ratas, lo que tampoco es excepcional en la vida
miserable de gran parte de los artistas, siempre empeñados en robar el fuego.
Con los dioses no se juega. Ya ha llegado, dijo al reconocer a la Parca.
La tenemos en la sala
de estar. Sueñe, dice Juana Mordó a Carmen Gay.
Pero ya no hace falta
que sueñe despierta, se halla frente a la madame.
Ha llegado. Será célebre, y por añadidura, una gran artista. (Cada uno llega
donde le es permitido llegar.)
Ella, la madame, tiene olfato para ello: la ha
visto venir, pues es una mujer con intuición, y tiene el ojo avizor, como el
que posee el vigía en lo alto del mástil, oteando las tierras del Nuevo Mundo,
y, además, la madame disfruta de cierta sensibilidad hacia determinadas cosas.
La mujer de Sterne se
volvió loca a causa de las continuas infidelidades de su señor: sensibilidad
profunda.
El vuelo de Klein
debió ser en 1961 o tal vez en 1962. En cualquier caso, no se rompió ninguno de
los 200 y pico huesos del cuerpo. En cuestión de arte y sus asuntos anecdóticos,
le salió una mamarrachada la breve zambullida al aire. Pobre saltador de vacíos
e inventor de azules: el verdadero happening
sucedió cuando sufrió el tercer y definitivo ataque cardíaco. Entonces no fue
un viaje de ida y vuelta del que saliera indemne. Murió antes de cumplir
cuarenta años.
No vivir de viejo
(¿cuánto de viejo?) es saber a medias lo que es una vida humana.
Será la tuya, la
propia. 40 años. A esa edad te rodean viejos que doblan esa edad por todas
partes: sólo tienes que verles para comprender en muchos de ellos qué clase de
segunda mitad de su vida han soportado: rendiciones, mezquindades, miedos,
enfermedades, todavía la envidia y la maledicencia, hasta el asco, y el dinero,
que de poco sirve ya.
¿Qué pasa con Sterne?
Sus aficiones favoritas
eran beber vino francés y tocar el violín.
¿Qué importancia puede
tener eso en el confuso arte de la confusa época de los setenta del siglo XX?
Todo lo del pasado
acaba siendo el benéfico humus de donde brotan las ideas posteriores: somos
hijos del estiércol, Sterne lo era de Cervantes, a quien solía plagiar
impunemente, y de Montaigne, del que se apropiaba todas las reflexiones que se
le antojaba. Era un tipo curioso: siempre se negó a matar a las impertinentes
moscas que revoloteaban en torno a él, se limitaba a espantarlas.
Al final (al final de
su vida), este tipo bromista acabó por error en una mesa de disecciones:
alguien robó su cadáver y lo vendió por unas pocas libras a un anatomista. En
la actualidad, aún se intenta reconocer su calavera entre los montones de
huesos que alberga el osario de la universidad de Cambridge.
¡Qué tendrá de
prodigiosa una calavera descarnada fuera de quien fuera!
Doña Juana sopesa las
posibilidades de ganancias futuras si acuerda con la artista firmar la total
exclusividad por la obra de la novicia en su galería conventual (aquí, querida,
todo son monstruos sagrados), lo cavila todavía con el brazo extendido hacia
las paredes sin mácula, como el báculo de Moisés abriendo el paso entre las
aguas que conducían al desierto… y al maná (la recompensa por tanto esfuerzo
creador).
Doña Juana es la Suma
Sacerdotisa:
yo te libraré de las
malas tentaciones
yo te absolveré de
todos tus pecados.
Y permitirá, e incluso
forzará con sibilina autoridad, que el sutil figurativismo siga imperando en la
obra de Carmen Gay a pesar de las rotundas y equívocas deformaciones de las
enormes cabezas y los desmesurados miembros de esos pensamientos imaginarios de
seres imaginarios…
Sí, pero no; no, pero
sí.
(Lo figurativo asoma
con timidez y recatamiento la patita, no vaya a alarmarse esta época proclive
al enigma plástico.)
(Dificulta la imagen
pero deja un resquicio en la mente del comprador: Veo. Sé lo que llevo entre
manos. Así que, pago.)
El arte de nuestros
días, querida, es, en lo que al espectador se refiere, un dejarse llevar por lo
visual, una complacencia estética que no tolera la facundia intelectual, sólo
permisible en los suplementos culturales que han de hinchar las reseñas de las
exposiciones y los acontecimientos culturales de naturaleza plástica: Oteiza no revela formas, se vale de éstas
para crear el espacio…
Tú me naces como
artista de la década de los sesenta: eres tan hermana de Saura como de
Millares; de Tápies como de la insolencia peligrosa de Pollock; de William de
Kooning como de Motherwell… Eres devota del mural de Arantzazu… Eres hija de
Rothko (que serán sólo los decorados depuradísimos del último ser humano que
quede en la tierra) y eres nieta de Picasso.
Vamos a hacer de ti la
Artemisa Gentileschi del siglo XX: ahora mismo te vamos a librar de los
pañales.
Vamos a envolverte en
papel de plata de buena ley como a una tableta de chocolate, como Christo
empaqueta un campo de coles o un maizal.
1977. Tú acabarás
entre los tubos coloreados del Beaubourg, recién inaugurado para la gloria
(1992), como tú misma.
(Veinte años más tarde
Paula Coloma compartirá con Laura Roser bocadillos de fuagrás en las
inmediaciones del Centro Cultural, donde exponía la que nunca llegó a ser
suegra oficial, mientras el viejo Brell moría lanceado por los rayos de junio:
Un verano en París.)
Y ahora mismo te
largas a la Documenta (VI) y me
empiezas a escribir en un bloc tus pensamientos, ¡no imaginarios!, más sublimes
y tus aforismos más acertados: lo impone tu galerista, que va a hacer de ti un
montón de dinero: ella también es una Mamá Grande, como llaman a la otra, la
que anda entre papeles sin tener una idea muy clara de lo que hace pero sí de
lo que suma, gran mercader como buena catalana y astuta comisionista de las
letras.
A rodar.
(Ahora, al Cristo, lo
vemos (lo ve en Nueva York Carmen Gay) desde abajo: Corpus Hypercubicus, en el MOMA: interesante por tan explícito,
obra de los cincuenta.)
Como ven algunos
animales: mejor en blanco y negro.
En el 79 Cimal lo dice todo, todito todo, de ti, artista
valenciana.
Vuelves a Nueva York…
y ahí te quedas un par de años. La madame
atiende tu agenda en Madrid.
Vuelves a Madrid.
Ojo con Vijalde, se
advierte a sí misma doña Juana: no te puedes fiar de un vampiro que, además,
entiende tanto como una del negocio del arte.
(Pero murió para
siempre el hombre elegante, pálido y delgado de la capa, y fue algo bastante
raro, porque todo el mundo pensó que resucitaría como los vampiros al tercer
día, y no fue así como pudo demostrarse pasado ese tiempo.)
1981:
Ahora toca Alemania.
Hablamos con un conejo
muerto. Conejo: ¿tú sabes lo que es el arte?
Hay un tipo que mezcla
la mitología con la alquimia: los dioses son de oro.
Veinte salchichas
resumen las obras completas de Hegel.
Ah, los alemanes, con
la schuldfrage cargada a la espalda
como una joroba siniestra. En esta década, asoman la patita.
Baselitz: El arte sólo
existe en la cabeza del artista, y ahí adentro se queda, en la cabeza. Lo otro
que ves, fuera de ella, es el pensamiento. Por cierto, hay una pintora
española, una tal Gay que…
El arte únicamente
pude ser mirado, no revela ninguna otra información.
El arte actual puede
perfectamente emborronar la realidad, pero no representarla.
Desgraciadamente, Kahnweiler y Drouin, mueren durante tu ausencia. Pero, querida, bastará con doña
Juana. Sabe contar, y sin valerse de los dedos de la mano.
Restany se pregunta:
¿Quién es Carmen Gay? Dos párrafos más abajo: sin duda forma parte del
desviacionismo, concluye afirmando. Pero no sólo eso: sus cuadros no bastan
para una exhibición: hay que tenerlos, no son una mera existencia fenoménica.
Estas líneas aúpan a
la gloria, a la consagración defnitiva, certifica la madame.
En el 82 uno podía
comprarse un Rothko con extremada facilidad, unos cientos de miles de dólares.
Desgraciadamente, los que compran arte para invertir son los que ya tienen
dinero de sobra.
Pero algunos se mueren
antes de recoger dividendos. ¡Mala suerte! El epílogo del arte, si eres
coleccionista o inversor, es que te llenes los bolsillos de dinero. Es la
conclusión, el fin de la comedia: el arte
de amasar una fortuna.
Cada cuadro al bote,
al cofre del tesoro. Y de ahí a la gruta, a la cueva de Alí Babá: necesitarás
un plano, pequeño y timorato Jim para descubrirla iluminada por el oro y las
piedras preciosas.
(Ya arribaremos a
alguna isla sin nombre.)
Hay que recrear la
realidad, no imaginarla, dice uno.
Los artistas no
deberían tener mucha imaginación, dice otro sin ánimo de réplica, sólo acota,
abunda en la reflexión, un teórico más de la cofradía del Santo Patrón de la
Cháchara.
(Con estos dos, ya
basta.)
Ars, Artis…
De arte deriva artería, engaño, fraude.
Juana Mordó, que sigue
sin entender el arte pero sí a los artistas se calla lo que piensa, aunque es
posible que lo haya leído en alguna parte:
¿Qué es el arte?, se
pregunta en voz alta la tarde de un sábado lluvioso y frío de febrero minado
por el desalentador 75, año de la muerte de Franco pero con Franco todavía
vivo, mirando desafiante la madama al
pequeño auditorio de jóvenes que se han congregado en la galería madrileña a
falta de otra cosa que hacer hasta la hora de las copas.
El arte es un montón
de tipos y tipas jóvenes todavía, la mayoría abocados al fracaso posterior y
que se ganarán el sustento en otros menesteres (profesores de instituto, de
uiversidad, porteros de fincas urbanas, empleados de comercio, diseñadores de
envases y envoltorios de sopas de sobre, operarios de talleres de artes gráficas), mientras
ejecutan ilusiones cromáticas o tridimensionales que aunque momentáneamente
hipnoticen al espectador pronto lo postran en un letargo nada prometedor. El
arte, más allá de su obligado soporte, no es nada, una imagen artesana o
chapucera o extravagante de una realidad muy por encima de él y sus
insignificantes asechanzas contra ella. El arte no la modifica ni la altera un
ápice, ninguno de sus medios agresivos u ornamentales sin más logran corregirla
o suplantarla mediante ocurrencias o disparates metafóricos plásticos.
El arte es un adorno,
como una nube, o el follaje de un matorral, el tronco de un árbol o el plácido
discurrir de un arroyo o el extraño perfil de una montaña recortada sobre el
cielo
El arte es una cosa
más en el mundo, una cosa más de las inútiles puesto que apela a lo
contemplativo, a una pasividad que no remedia ninguno de sus males y
padecimientos.
Y tampoco hace mejor a
nadie. Ni siquiera a sus propios actuantes, salvo a aquellos a los que mantiene
alejados de la maldad por la maldad (el espectador es una víctima, hiérele,
sácale un ojo con la punta del pincel o el palillo) o a aquellos otros en los
que aún subsiste en su quehacer artístico un antiguo componente alquímico: los
vapores y efluvios los mantienen drogados y pacíficos, absortos en su propio
ombligo: qué cosa, el ombligo.
Ah, las mujeres; ah,
William de Kooning:
Al principio pensaba
que todo tenía que tener una boca, y unos dientes, naturalmente…:
Ah, el subconsciente
(leía el holandés errante al doctor Sigmund Freud en las noches de su juventud
dorada como su cabello):
Dentata vagina.
Jacques Henric, La pintura y el mal:
Hemos tomado el museo
como una iglesia, cuando en realidad lo que teníamos que haber hecho de él es
utilizarlo como un cagadero, un gran burdel.
Nos vemos en ARCO, le
dice alguien a Carmen Gay en Zurich.
Muy bien, pero todos
estamos de acuerdo en que a partir de ahora el arte es la portada de un tebeo
para adultos, el afiche de una película de montaje desbaratado y técnica
descacharrante por lo chapucera o la cubierta de un LP de sonido estridente y
letras de un analfabeto por muy poco no funcional.
(Yo he visto a un
Almodóvar joven vestido de mujer, con los labios pintados y con mallas
ajustadas en las piernas haciendo de Bestia Rosa sobre un escenario
escalofriante por la pobreza de su decorado y una iluminación de fin de curso
escolar: Quien no quiera creerlo es que es un niño de pecho, o que se muera,
como ya hemos dicho más arriba que decía Maux Aub.)
1985: Siéntate en una
silla de grasa y espera.
Ha llegado el momento
de desaparecer. Que de ti, mujer misteriosa, vean los cuadros y nada más,
porque detrás de los cuadros no hay nada. Al menos nada de lo que pueda
comprarse por unos billetes, aunque sean miles.
¿Qué queda detrás de
un artista al margen de obra que ya se ha convertido en casos especiales en un
valor de cambio?
¿Una calavera?
¿Cuánto costaría en
libras actuales la calavera de Sterne, individuo al que en su tiempo se le
consideraba muy divertido y harto ocurrente?
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