domingo, 28 de septiembre de 2025

28

Pero optó por la imaginación, que es algo inactivo: propendía a permanecer tumbado en la cama con la vista fija en el techo, las manos entrelazadas debajo de la cabeza: era adolescente, era idealista: era un amante orgulloso con dos pistolones cargados escondidos tras los faldones del redingote o en el hueco libre de la chistera sobre la cabeza: triunfo o muerte. Y se palpaba la tapa de los sesos justo allí donde en los folletines de antaño e incluso en alguna novela de nuestros días penetraba la bala suicida y la hacía saltar (la tapa).

Y todo eso sin abandonar su habitación y a dos pasos de la mesa del comedor donde papá, mamá y servidora le llenaban el buche con encomiable regularidad al benjamín invencible y siempre puntual a la hora de la pitanza.

Hasta el mismísimo Johannes Kepler soñaba más allá de la matemática y la genialidad -hola, fantasía-: escribió Somnium, un relato de ciencia-ficción, a hurtadillas, hasta avergonzado por lo que  sabemos, y se publicó póstumamente.

En esta tarde… que es todos los días, todos los años… suelta el remo, salta a la mar.

¿Pues no eres joven y hermoso libre ya de la costra pordiosera de tus desdichadas aventuras?

Los dioses te prodigan su gracia.

Su caprichosa voluntad rige tu singladura de éxito y fortuna. Eres el elegido.

Nausícaa-Hanna, la de los blancos brazos…

Entonces le concedió, la excelsa Atenea, la hija de Zeus el poderoso, el don de aparecer más apuesto y robusto e hizo caer de su cabeza una espesa cabellera, se­mejante a la flor del jacinto. Así como derrama oro sobre plata un diestro orfebre a quien Hefesto y Palas Atenea han descubierto toda clase de artes y culmina graciosos trabajos, así Atenea vertió su gracia sobre la cabeza y hombros de Odiseo. Fuese entonces a sentar a

lo lejos junto a la orilla del mar, resplande­ciente de belleza y de gracia, y la muchacha lo contemplaba.

La astucia previene de la locura suicida de Butes, el Ahogado que sucumbe en la espuma de Afrodita: loco y precipitado fuiste.

De la estirpe de Odiseo, él se defiende de los cantos de sirena sin desdeñar el placer que le causan bien amarrado al mástil de una pródiga y feliz supervivencia Con los oídos bien abiertos, se halla demasiado adherido a la carne de lo terrenal, y tampoco le hace falta la argucia de la cítara de las nueve cuerdas: sueña, fantasea, se solaza… con la zarpa metida en el saco de las monedas y los pies firmemente asentados en el suelo, lejos de la turbulencia de las olas. Que la ninfa sea sólo música que embelese un rato, una Ligeia, una Leukosia, una Parténope a la que ya tendrá tiempo de cerrar los labios y retornarla a su mundo marino.

Hanna sólo es… la sirenita de Andersen.

Además, él no sabe nadar.

Se limita a exhibirse.

(Y sin embargo, me escapé por pelos. Debió ser mi tercer momento antes de ahogarme.)

Podría decirse, Charlie, que yo he vivido a mi aire…, un aire pernicioso, casi irrespirable a veces. (Como debajo del mar, como una asfixia...)

Poetas… la poetisa Safo se mató arrojándose al vacío desde el peñasco de santa Maura: ¿buscaría el mar?, ¿el canto de la lira?, ¿el dulce y eterno abrazo de la sirena fuera del agua, ella tan amante de la boca femenina?

Saltar… Huir del remo. Lo peor de las aguas no es que te ahoguen, sino que te precipiten al hondo silencio.

Todo parece precipitarse hacia abajo desde la exaltación, el éxtasis o el más efímero de los placeres, hacia el abismo acuático en donde todo es mudez.

No mires atrás o lo perderás todo, a Eurídice, la vida, el presente…

Butes… Dicen que el agua, agazapada tras su rumor náutico, habla: es el susurro de las sirenas que se comunican entre ellas, un discurso enhebrado en las olas, y también en su color. Antes de desvanecerse en el fin embriagador el Argonauta aprendió ese idioma que como la música penetra hasta lo más profundo del espíritu, allá donde se mecen todas las extrañezas que ansían encontrar su nombre y en el aire flota un aroma femenino.

Son de mar.

Soy Butes (con una copa en la mano, Charlie).

Habla el mar, pero os obliga a los simples mortales, a los amarrados al mástil o a los sordos por la cobarde cera, al mutismo, a la mera contemplación.

Muerte por agua, qué triste, la de aquel marinero que evocara el poeta moderno, lejos de toda sirena, arrastró sus huesos en susurros.

No así yo, Bocetus eternus, gran parlanchín, listo y anfibio.

(Confesaré la verdad: las sirenas todas tienen forma de mujer, su fascinante atracción, ese su canto silente y magnífico. No busquéis otro aspecto fantástico ni el engendro fabuloso ni el bello reflejo animal de aquélla. Les basta con esa sencillez. Les basta con ser así.)

Escuché tu canto, besé y acaricié la sal de tu piel, sirena, y no me destruí.

Te he convertido en un perrito faldero, pequeña sirenita. El azul de la piscina… ¡te sienta tan bien!

Eres mi animalito perfecto.

¡Hale, hop!

En la niñez fue su hermano JD. quien le aficionó a las sirenas, a las brujas y los magos, a imaginar su refugio ideal en el interior de cabañas de gruesa madera como surgidas de las brumas de los bosques de un verde casi negro, a las hadas siempre crueles y despóticas corporeizadas en los lánguidos colores de Arthur Rackham.

Gran domador, se pensaba JD. de sí mismo. Y, en verdad, era él el náufrago, aunque finalmente se salvó braceando con tesón hacia tierra adentro, muy adentro.

Como un pájaro asustado, alzaba el vuelo aquel santo varón JD. (que a nadie debió nada nunca) en cuanto alguien pretendía hurgar en su biografía. Una intimidad a flor de piel, herida hasta por una simple mirada, qué no maltrataría una palabra: huye, huye el hombre árbol, con las raíces al aire sobrevuela collados y cimas, cierra la boca en los valles donde trajinan las gentes y comercia con la palabra justa y la moneda en la mano, hombre de silencios muy prolongados y aficionado a poner tierra de por medio.

Por entonces el guionista, más risueño de lo habitual, recién llegado de la Editorial Valenciana, los sábados, cobrados algunos billetes por su trabajo y ya con una copa de más, cuando visitaba al viejo Brell para el aperitivo del mediodía, atacaba a cualquiera de los tres hermanos, al primero que le salía al paso en aquella casa tan grande

¿Y a ti qué te gustaría en algún momento de tu vida?

Estar en una isla desierta.

¿Mucho tiempo?

Lo preceptivo. Veintiocho años.

De los tebeos había pasado a la novela juvenil la tribu Brell, ya le traicionaba la muchachada, se alejaban de viñetas y bocadillos.

Ajá, vaya –balbuceaba el guionista sin aparente contrariedad, pero aunque fugaz se notaba la pena en la mirada.

(De las páginas habían caído las estampas como hojas secas.)

Sin embargo, luego de los años de plomo, JD. tuvo que reconstruirse.

Todo en torno a él comenzaba a agrietarse como si en el gran teatro del mundo que era la realidad los decorados estuviesen a punto de venirse abajo y descubrir por fin detrás de ellos la oscuridad profunda de la nada de la que había brotado y a la que iba a retornar concluida ya la función de la vida.

Pero le bastó la brillante idea de meterse en un paisaje luminoso de Van Gogh, limpiarse el cerebro de telarañas, ventilarlo con el aire sin mácula del monte, dejarse pasar en el tiempo y las cosas.

Tuvo una larga vida, y tuvo hijos, y un anochecer cálido, en los primeros días de otoño, murió pacíficamente sentado junto a la ventana abierta a los montes con un pequeño libro de Homero en las manos y un vaso a medio llenar de vino rojo sobre la mesa.

Ah, esa herida invisible por donde se escapa el tiempo.

Charlie, somos un montón de recuerdos. Eso es lo que nos hace año tras año. Los hechos, despertarse por la mañana y dormirse por la noche y todo lo que acaece a lo largo de ese abrir y cerrar los ojos, son el material que ha de permanecer en la memoria o extinguirse del todo sin dejar huella, pura anécdota, el presente inasible, los días y días que no parecen acabar nunca.

¿Sabes, Charlie? Este cuerpo aún joven ya es el asilo de un alma tan vieja como el mundo. (¡Joder, Vivales!)

Bebamos, amigo barman, bebamos, que, como dice el chiste alemán, cuando uno ve doble está menos solo.

Nada he de comer de los Bueyes del sol: traen desgracias y naufragios. Es suficiente con calmar la sed.

A este expendedor de copas le endoso yo hoy hasta la Traviata, y sin el menor remordimiento ni pudor, se dice un perverso Boceto pertrechado de sus sabidurías librescas e innecesarias por absolutamente prescindibles.

Somos una moneda de oro envuelta en un montón de barro de podredumbre, amigo, tan pronto dado a la fractura como a la extinción.

No cabe duda, jefe.

¿Tú sabes lo que cuesta la camisa que llevo puesta, Charlie?

¿Mi sueldo del mes sin las propinas?

Por ahí andará la cosa.

Podían bordar en oro tus iniciales debajo de uno de sus picos: la verdadera clase se esconde.

(Tenemos que subir frecuentemente los precios, señor especial. Nuestros clientes demandan ese incremento. Debemos impedir a toda costa que cierta clase de gente ajena al verdadero elitismo acceda a nuestros productos. Cuanto más dinero cueste una prenda de ropa, unos zapatos, un perfume o un bolso de diseño más exclusivos serán sus compradores. En definitiva, tenemos que preservar el  auténtico ethos de la marca y asimismo el de sus muy selectos y minoritarios usuarios. Eso se consigue manteniendo e incrementando periódicamente un precio cada vez más elevado que alimenta lo privilegiado y fortalece el club de los elegidos donde se miran y se reconocen entre sí, avala el estatus de los afortunados y escasos poseedores de estas prendas y objetos de auténtico lujo, que la abultada cifra de la etiqueta aleja a los intrusos de medio pelo, a los parvenu.)

Eres demasiado fácil para el Gran Hermano Algoritmo: vas dejando rastro tras de ti como una babosa, y a su misma velocidad además, lo que hace que sea muy fácil atraparte.

El Gran Hermano Algoritmo te ha estudiado a conciencia, sabe lo que te conviene y sabe lo que le conviene a otros tipos que estén interesados en ti, en tus decisiones y en tu dinero.

Lo sabemos todo sobre tus gustos y tus posibilidades. Hasta tu frigorífico o tu robot aspirador nos proporcionan información relevante o desechable acerca de ti. Ya eres, simplemente lo que compras o lo que votas. Fuera de ello, a nosotros nos importa muy poco que te mueras, pasees por el parque o mires a través de la ventana: en las tres circunstancias has dejado de consumir, has dejado de ser útil, así que nada nos interesas hasta que vuelvas a sacar al aire tu tarjeta de crédito.

En la hora del cerdo estamos, Charlie.

¿Qué me dice, jefe?

De 21 a 23 mandan los puercos.

Jamás lo hubiera pensado.

Pues apuremos el trago, amigo. Que la que sigue es la hora de la rata.

Mi última cena sin Jesús acaeció en El Coyote de Hollywood.

¿Y eso cuando fue?

El año de la luna.

(Él era el decimotercero en la última cena con Jesús, apenas si se le ve en el extremo opuesto adonde rumia el Judas, mentalmente cuenta sus moneditas.)

Bonito decorado el de este local, Charlie.

No está mal… (Aparte, musitando): Para pasar el ratito, cabrón, porque si estuvieses  de pie detrás de esta asquerosa barra patria de borrachos las diez horas que estoy yo aquí…

Es necesario que haya un lugar de inmundicia para lo que es inmundo. /Libro de Mormón.)

(Aparte): La séptima le va a caer a este tipo como un trompazo en la cabeza con un bate de béisbol.

Cuando tenía la edad del joven Fu, España era una, grande, libre… Pero yo nunca me lo creí del todo. España me parecía pequeña y sucia, llena de gentes de faz oscura que gritaban mucho al hablar y sembraban las aceras de la basura que sacaban de la boca o del bolsillo. Y tú, Charlie, ¿te lo creías tú? Una, grande, libre… ¡Qué te parece!

No sé, jefe. No recuerdo haber oído tal cosa ningún día de mi vida…

Boceto mira al otro (treinta años menos que nuestro profesor de historia del arte): jodido milenial. Se encoge de hombros. Sorbe un trago de la copa. Suspira. Posa la mirada cansada sobre la bruñida superficie de la barra. Piensa: debería tener una como esta en un ángulo el salón, un pequeño bar abierto a todas horas... Pero, me faltaría el barman. Mucho le echaría de menos. A estas alturas no voy yo a hacer de Charlie.

Por supuesto, tú no había nacido todavía.

Qué revoltijo de generaciones, todos a una y cada una a cuestas con su medida de tiempo distinto.

1989, un mediodía lánguido y amarillo de otoño, hasta las paredes de la casa parecen desvanecerse en la abulia, en las horas suspendidas en la nada:

El viejo Brell anda puñetero, mortificador y patoso con el único hijo que le queda en casa.

Deberías dejarte bigote. Te parecerías algo a mí.

¿Y qué pensaría Paula? No creo que le gustara. Irritaría su delicada piel.

¿Y qué? Acaso no te la pincha ella a ti cuando le comes el coño?

Se rasura a la brasileña cada quince días.

Está claro que estos ya no son mis tiempos.

No sé si entra en mis planes futuros parecerme a ti, padre.

Sí, sospecho que no es fácil llegar hasta mi: Bastardillos, veintitrés, duplicado, escalera interior, guardilla B. Y no preguntes a la portera, que muerd. Te violaría en un instante sin quitarse las faldas.

1991:

Padre, qué pobre discusión. ¿Qué no estarás en lento proceso de neurodegeneración?

Pues, ¿qué es lo que me ocurre?

Yo te lo diré, es fácil, un poema para recordar: en tu cerebro he detectado placas neuríticas en forma de depósitos de β-amiloide y ovillos neurofibrilares formados por hiperfosforilación de la conocida proteía Tau, lo que evidencia alteraciones en la citoarquitectura de las neuronas. Padre, estás abocado progresiva e irreversiblemente a pérdidas de memoria, alteraciones y trastornos de conducta y declive psicomotriz.

Y todo eso ¿a santo de qué, mal hijo de tu puta madre?

A aberraciones epigenéticas, alteraciones cerebrovasculares que ocasionan una mala oxigenación cerebral, reacciones neuroinflamatorias y citotóxicas, fracaso de los mecanismos neurotróficos, fenómenos oxidativos…

Y el aire que respiro…

En efecto, y el aire que respiras.

En definitiva…

Que apresuras el desenlace por tu mano… o acabas en una miserable y estrepitosa chochera.

(6/1992. Y ascendió al dragón.)

1969:

Padre, voy a ser científico. El Nobel me espera.

Sigue por ese camino, hijo mío, pero al final de esas incertidumbres vocacionales que te agitan periódicamente me temo que recibas como premio un  vaso de cartón y un cepillo de dientes.

Diálogo con su tío Ignacio, al que debe su santo nombre, muy lejos de saber el buen hombre aún cincuentón  que iba a morir al cabo de tres semanas:

Tío Ignacio, estás absolutamente como una cabra.

Sobrino, estoy absolutamente. Lo demás os lo habéis inventado vosotros para arrebatarme mis bienes inmuebles.

Que así sea.

Poco tengo yo de tonto, sobrino. Decidí muy pronto, todavía escolar, que fueran otros los que hicieran todo por mí. Lo único que hice por mí mismo cuando el tiempo me urgió a hacerlo fue un coño de mujer con mi propia mano. Ahí me las dieron todas.

No vivirás mucho tiempo.

Eso no es de mi incumbencia. Lo mío es vivir. ¿Qué tengo que ver yo con la muerte?

Es algo inherente a la vida… La muerte, quiero decir.

Sobrino, discrepo. Una vez muerto, la vida no ha existido jamás. Tú, no has sido. Son los que te suceden, los que te sobreviven, por menos tiempo del que se imaginan, los que te inventan cuando así les viene en gana.

Quién lo diría, pero…:

Escribe testimonios post mortem.

Con la meticulosidad de un Bruckner he escrito mis páginas, doctores. Jamás hubo notación tan prolija y esclarecedora en los márgenes de un texto destinado a la prensa: sembrados de matices y signos dinámicos y agógicos, incluso me bato a brazo partido con tetrapodios, heptapodios y lo que se ponga por delante.

Oye, Charlie, tú no serás uno de esos Charlie lectores, ¿verdad? Percibo un brillo alarmante en tus pupilas.

Prepárate para lo peor en esta maldita hora de la rata.

La teresiana loca de la casa te ha cogido de la mano: la tiene bien agarrada entre sus finos y sutiles dedos, muestra gran beneplácito, derrocha consentimiento, hasta te sonríe muy generosamente, no te soltará.

Y, sí, es un Charlie lector. ¡Y qué lector!

Mi madre nos inoculó el veneno de la lectura: de niña se había leído todos los libros de Celia y Cuchifitrín y, ya de jovencita, se leía cada semana una novela de Corín Tellado, una estimable escritora al decir de un prestigioso novelista contemporáneo.

Omnisciente narrador que burla en pasado y futuro los hechos de toda cronología, los sucesos habidos e incluso los no existentes en el año de marras, su poder alcanza más allá de 2008: muere este centón de páginas y muere, en consecuencia, todo… ¡pero él vislumbra desde el más allá lo porvenir!:

Tal preclaro escritor fue Vargas Llosa y fue verdad lo que dijo y fue premio Nobel en el año de gracia de… ¡2010! (¿?)

Curiosamente, piensa Boceto algo confuso, una de sus abuelas, la locuela, la pindonga, la casada con el abuelo Antonio Miguel, que él no llegó a conocer, aún de adulta, en plena República, también le daba a la Celia y al Cuchifritín.

De modo que un Charlie lector:

Yo leo mucho, jefe. Una barbaridad.

¿Qué estás leyendo ahora?

Los crímenes de la Gestapo.

Interesante.

Ya lo creo que lo es. Es un libro de historia. Verídico.

¿De historia?

Está muy bien documentado ese libro y reproduce decenas de fotografías atroces… A mí me gustan mucho los libros de historia.

Entiendo.

En cuanto lo acabe leeré otro que ya tengo pendiente en la mesilla de noche, Los campos de exterminio nazis. Como le digo, a mi me gusta la historia.

Ya veo.

Después le llegará el turno a un par de libros apasionantes, que ya he leído, pero que no me importará en absoluto leerlos de nuevo, Los últimos días en el búnker de Adolf Hitler y Treblinka.

Vaya.

Pues, sí. A mí no me gusta perder el tiempo con noveluchas del oeste o románticas y cosas de ese estilo. Yo leo para instruirme.

Tienes gustos muy especiales, Charlie lector.

En efecto, me he especializado en algunas materias. Es la única forma de no andar como un zombi por la vida. El respeto se lo gana uno siendo persona instruida.

Hay que huir inmediatamente de este lugar. Este tipo de barman Charlie siempre acaba construyendo una cámara de gas para sus invitados. Hasta es muy posible que haya emponzoñado mi bebida, se dice Boceto precavido.

Mis ojos sólo han visto maldades y abominaciones.

No hace falta que juzgues a los seres humanos con un copa de asco letal en la mano. Basta la lucidez, la sinuosa luz del amanecer que te aclara los sesos, cuando ellos abandonan sus camas y se ponen en marcha, para comprender su mirada pringosa de deseos materiales y la bajeza de sus aspiraciones.

Hanna, escucha al que sabe. Soy un viejo sabio que no ansía salvar almas cuanto procurarles la revelación a quien quiera oír: el que tenga oídos, oiga.

He aquí, os hablo como si hablara de entre los muertos, porque sé que oiréis mis palabras.

Hace cincuenta años millones de hombres se mataban entre sí; hoy, como vulgares y aviesos mercaderes del desierto, se venden mutuamente pieles y alfombras, sofisticadas baratijas que tanto les encandilan, y se sonríen y han olvidado todo. Se divierten en sus simplezas, pero sobre todo, ven la televisión y se intercambian mensajes triviales y chistes estúpidos a través de sus teléfonos móviles. Han dejado de ser raros o, al menos interesantes, para ser ridículos. Sé que también hay otras guerras, lejos de los países de aceras y asfaltos limpios, son guerras exóticas donde mueren miles de seres humanos de cualquier sexo y edad que no le importan a nadie. De manera, Charlie, que sí, ciertamente, puedes seguir comiendo de tu plato mientras miras distraídamente durante algún tiempo la pantalla del televisor y lees tus libros especializados de historia, cuando la crueldad tosca y sin complejos aniquila a tus semejantes como si fueran insectos.

Sepas que he escrito hasta aquí en egipcio reformado, pero el Señor sabe las cosas que hemos escrito, y que ningún otro pueblo conoce nuestra lengua; por tanto, él ha preparado los medios para su interpretación.

¡Qué sólo sobreviviera a lo largo del tiempo lo complejo, aquello creado oscuro!

Del más potente ordenador lo sabemos todo: uno a uno podríamos enumerar sus componentes y sus relaciones entre sí: no hay misterio ninguno: existen los planos de su construcción y la fácil constatación de su material de metal y plástico. Parece bastante simple una vez inventada la forma maquinal y práctica de hacerlo: la fuerza que lo mueve, su complejidad por así decir, es perfectamente comprensible a partir de los conocimientos básicos que tecnológicamente lo posibilitan. Pero de una hormiga nada se sabe del misterio que alimenta su vida, su movimiento, el hálito que la mueve en su derrotero por la bola del mundo. Un ordenador, materialmente, sólo es chatarra accionada por una fuente de energía que nada tiene que ver con la que tan misteriosamente nutre la existencia de la hormiga. 

Puedes crear un ordenador. Millones de ellos, y cada vez más perfeccionados. Nunca fabricarás una hormiga, una hormiga verdadera. Y si lo consiguieras, no por eso la vida de esa hormiga fabricada en un laboratorio dejaría de ser tan enigmática como la de aquellas otras que tan naturalmente pueblan la tierra sin que nadie les dé empujoncitos tecnológicos por detrás.

El tío Ignacio lleva una vida tan simple como la de una hormiga, padre.

Qué sabrás tú, mierdecilla, de lo que anida en ese cerebro tan despierto como el tuyo a pesar de su ofuscación, de su mundo aparentemente tan limitado y rutinario…

Ni siquiera de pequeño el loco se escapó alguna vez de casa. Más allá de la puerta, estaría el error, la imperfección y, por qué no, incluso el caos. Su rutina, implacable, ineluctable, lejos de ser estéril, le reconfortaba. Durante días, ni siquiera miraba a través de las ventanas de la casa de La Cañada por el terror que eso le producía: los limoneros, los dos árboles frutales, los pinos, los arriates, las matas de plantas, las flores y las pequeña parcelas de jardín que rodeaban el chalet, el cielo azul,  las nubes que van y vienen, los muros y la verja…, ese era su refugio, tan inofensivo todo.

¿Importa algo el marco de referencia? Los sesos se crispan, se hielan en un santiamén pocos instantes después de la muerte: la lógica es como un animal muerto entonces, algo desmadejado e inerme.

¿Estás muerto, amigo?

Cuando uno muere, mamífero al fin, lo primero que se extingue es el cerebro, el alma, tu yo, la conciencia, como quieras llamarlo, la cabeza se te queda como un pedazo de hielo, y se derrite en un pis pas. Un montoncito de agua turbia y congelada. Adiós, adiós.

¿Quién soy yo?

Ese no se enteraba de lo que ocurría en el mundo a fuerza de querer que pasara lo que él creía que tenía que pasar porque él sólo veía lo que pensaba y no pensaba lo que veía: la ventana era la pantalla donde sucedían cosas, las imaginaciones, las suposiciones, un pensamiento desarbolado que cabalgaba a lomos de la extravagancia y el desorden más absolutos… pero lejos de la locura y sus causas y actos ilógicos. Hazte el tonto, amiguito, y si creen que estoy loco, tanto mejor.

Ante todo, discreción, solapamiento.

Echemos mano de la referencia académica.

Sylvia Plath, 1952: Porque yo no soy aún la mujer astuta capaz de guardar las apariencias y mantener a salvo mi reputación y, bajo mano [interesante expresión], ser una zorra con todas las de la ley, por lo menos no todavía (subrayado nuestro).

En la desesperación, una es capaz de adorar a Hitler, de consumir opio, de despreciar hasta el vómito la mala poesía (la misma poetisa, noviembre, 1952).

Solapado, se vive mejor.

Me toman por loco, así disfrazado de loco, de Napoleón. Pero de este modo oculto mi verdadera identidad: soy Napoleón, gilipollas, qué te pensabas, ¿qué soy un pobre hombre?, es sólo una argucia, ¿no comprendes que de esa manera paso completamente desapercibido, lo que me deja el campo de batalla abierto?

¡Qué parentela, Cristo!

(Y todas son las mismas, blancas o negras.)

Como todas las familias, frutos arbóreos que arrancan de dos troncos, todos sus miembros son intercambiables entre sí.

Abuelo Antonio Miguel ¿tú que hiciste para evitar el fusil, la barricada o las trincheras de 1936?

¿Quién pregunta tal cosa?, interpela la voz de ultratumba.

Uno de tus sucesores, Ignacio Brell Gay, vivito y coleando en el año de gracia de 2008, y muerto tú y enterrado allá en el brumoso 1957.

Ese año venía con malas entrañas. Lo supe nada más verlo al hijoputa, lo calé el mismo día 1 de enero. Así que el 57…

Pues, sí, abuelo. Más de cincuenta años han pasado. En fin, no pude conocerte. Y aquí estamos, más allá de la oscuridad… tuya, al otro lado del tiempo.

¡Qué prodigios… los del año 2000!  Te confesaré lo que se me ocurrió para librarme de la carnicería, me hice el loco. A ver si nos entendemos, no quería pasar por un loco de verdad, sino que pasé de los matarifes y su afición a despellejarse: Yo a lo mío, me dije, como si conmigo no fuera la cosa. Les convencí. No fue demasiado difícil, pensó para sus adentros, tenía el mejor ejemplo en casa, la loca. Tu hazte el loco, y pasa de todo.

¿Qué ha ocurrido con mis trenecitos, mis trenecitos queridos?

¿El loco? ¿Y te creyeron? Hasta ahora el loco oficial de la familia era el tío Ignacio Brell Ferrer, pero se obstinaba en desmentirlo con una sonrisa misteriosa.

¡Tú que sabrás, niño!, exclamaba burlándose de mí.

Uno lo que tiene que hacer es no enterarse de nada. Allá cada cual con sus manías y sus distracciones para pasar el ratito. Lo importante es no estorbar.

Un loco que velaba su cordura para no dar golpe y un cuerdo que se fingía loco para no tentar a la suerte en el frente y le pegaran un tiro sin comerlo ni beberlo. ¡Diablo de familia!

Quiero decir que sufrí repentinamente agnosis. No reconocía nada en absoluto de todo lo que me rodeaba: ni a mujer ni a perro ni a querida, ni a hija, ni el dinero, ni una camisa blanca, ni un mueble, ni un vaso de agua, ni la patria… Todo me era desconocido, irreconocible, difuso como la niebla. Me miraba en el espejo y me decía, ¿quién eres? Era humo.

¿No te reconocías a ti mismo?

Era como un gemelo hecho de brumas, como un doble que sólo fuese un caparazón: al otro, yo, lo escondía.

¿Cómo iban a ponerle un fusil en las manos? ¿Cómo iba a distinguir su bandera de la de sus enemigos? Podía emprenderla a tiros contra cualquiera de los dos bandos enzarzados, una masa informe y obsesiva matándose entre sí a la buena de Dios. A él la política le importaba un pimiento. Le traían al fresco sus enredos y los tipos que vivían de ella y de la ignorancia de los demás. A él lo que le importaba de veras era el dinero, la paella, la pesca, irse de putas cuando las ganas apretaban y que la demente de su mujer, que ella si que estaba realmente loca de atar, le dejara en paz.

Se hizo tan escurridizo e inescrutable como ese pez que describe García Lorca, sin escamas ni río.

El ser humano, a poco que escarbes, sigue siendo aquel mono trepador y receloso de los comienzos, capaz de destrozarte el cuello a dentelladas, quebrar tus huesos, beberse tu sangre como si fuese un zumo.

¿Tú sabías que los brazos son piernas pequeñitas?

No, no lo sabía.

Caramba, ¿qué os enseñan ahora en el colegio?

No sé. Cosas.

¡Qué España la de siempre!

Así que me jodió el 57: al hoyo con el culo al aire. Jodido 57. Ya te veía venir mientras jodía a las bravas a la joven meretriz, resoplando a lo bestia sobre su cuerpo casi de niña.

Qué espectáculo varonil, de gran rotundidad.

Pero él era un buen hombre.

Hiciera sol o lloviese, cuando no estaba con la caña de pescar en las manos, pues el taller de joyería para nada requería su presencia, paseaba mucho por las mañanas y también por las tardes, que es eso que hacen los que no tienen nada que hacer durante todo el día, salvo escuchar la radio y comer el plato de arroz a sus horas.

Y, ahora, estaba muerto.

Muerto, muerto… más tieso y seco que Gerineldo.

La loca de tu madre…, evocaba a veces su padre, se llevaba bien con tu padrino el loco. Dios los cría y ellos se juntan… Lo curioso es que ninguno de los dos estaba loco, a mí no me engañaban esos estrafalarios.

Tu madre apenas hablaba de su padre, tu abuelo. Simplemente, lo despreciaba.

Muchos locos desaparecieron, si bien por distintos caminos, el mismo año loco del 77.

Desde ese año, en el ficus de Boceto se esconde un fantasma llamado Elvis, deambula gordinflón y con los ojos rojos a través de la penumbra verde por los húmedos pasadizos con el torso desnudo y ataviado con unos horribles pantalones blancos acampanados:

No se lo digas a nadie, tío, pero estoy vivo, le dijo una noche.

Buen título para una bonita canción. (Tal vez lo sea de una emotiva película.)

Oye, Charlie, ni siquiera necesitarás más yodo para enmarranar el whisky o el bourbon. Ya sobra con el veneno del hielo. Para liarme con la imaginación me basto yo solo, así que deja las copas sin adulterar.

En el 77 merqué un álbum de Iggy Pop, quizá el último que valió la pena comprar. A partir de entonces…  bah. Aunque el tipo seguía  protagonizando unos fantásticos stage diving allá donde fuera.

El ficus es una especie de útero: pero uno no sabe si se repliega allí acobardado del mundo o con una espada en la mano a pedir explicaciones a la bruja de su propietaria.

Mamá ¿a ti te gustaba Iggy Pop?

No bebas nunca de la memoria, esa fuente de dolor, advertía el señor Cela.

Cuando mi madre me obligaba a ir a Malvarrosa, yo, que tanto odiaba la playa en verano, dibujaba sobre la arena con la pala azul de plástico un inmenso (¡ja!) S O S: Algún ángel verde me descubrirá y me sacará de este sol pegajoso en volandas…

Tu abuela Amparo, a veces, cuando la dejaban, te libraba de las garras de tu madre y te escondía en el jardín del chalet, allá en La Cañada, lejos de la playa y la muchedumbre de carne horrible, asquerosa y brillante tostándose bajo un cielo incandescente.

(Soy fruto bendito de tu vientre, madre, estés donde estés, tú has creado mi vida y mi muerte.)

Brell el Viejo amaba a su madre, escondida del mundo en La Cañada: Ella envejecía noblemente, mientras los demás nos pudríamos de forma lamentable. Tenía algo de sacerdotisa.

En realidad, no consigo pensar de un modo profundo, de veras profundo, se dice la Plath mientras confiesa en su diario cosas simples, incluso domésticas (Me cago en la puta hostia: en mi biblioteca hay montones de libros que me muero por leer, escribe en enero de 1953.)

Ah, la Plath, ¡que poetisa delicada!

No tanto, amigo. Gustaba de hurgarse la nariz. Constituía para ella un placer irresistible desprender los mocos secos adheridos a las fosas nasales.

¡Qué me dice!

Lo que oye. Lo declara ella misma (25-1-1953). ¡Se esconde cada perversión detrás de la métrica! Algunos bardos hasta versifican con los dedos y con el diccionario de rimas a un lado.

Estos sólo buscan el aplauso de mamá y acaso el de su novia.

… De modo que cuatro patas: el codo era la rodilla, y mírate los colmillos, nada prácticos en la actualidad para desgarrar cuellos o, al menos, innecesarios para tomar sopa de cebolla o sorber un helado de vainilla… ¡Pero en otro tiempo y en otras cavernas…!

¿Qué pasa, cerebro?

Que va a la suya, el loco.

¿Quién no cambiaría ancas de rana por los insípidos huevos duros del desayuno?, se pregunta la poetisa mercenaria y pesetera (los libros, el teatro, los conciertos, los viajes… cuestan dinero) a punto de cometer su primer intento de suicidio.

Poetisas hay de la vida que no necesitan de la ilustración floreada ni la lectura sicalíptica, se contentan con envejecer  pausada y sensualmente rodeadas de jovencitas viciosas: les basta con las 8.000 terminaciones nerviosas de su clítoris, el doble de las que suma un pene en buenas condiciones y por muy machacador que se presuma.

Otra hubo que portaba una camiseta rosa y ceñida sin rotular pero con una minifalda exigua modelo jódeme cuanto quieras y donde quieras.

Epílogo de todo feminismo: somos iguales hasta en el deseo más violento.

Me gusta la ropa cara porque es perfecta, escribe en uno de sus poemas no catalogados la poetisa suicida. Luego, asqueada de su piel, arrojaba las prendas por la ventana.

No era ella, alta y esbelta como su madre, una mujer de buen diseño malograda por vestimentas mal elegidas, impuestas por la moda. Era inteligente en las formas y colores. Sabía vestir.

Como si estuviese recubierta de glutamato monosódico, dijo el romántico ante la imagen inasible de la mujer inventada que levitaba en torno a él, un auténtico estallido de umami. Sólo te dan ganas de repetir: ¡Dame más, dame más! Querrías devorarla a toda hora a la poetisa desnuda como el mármol que idealizaba Canova.

¿Un ente literario? No, querido. Sólo soy como el espacio, necesito que me acoten para proclamar mi existencia, para ser de carne y hueso: el espacio me evidencia.

Anda, Hannita, vete a jugar con los recortables.

A la mayoría de poetas que conozco les gustaría ser protagonistas de una sitcom como esas que guioniza la pobre Paula en los ratos que la deja libre su contienda brutal con su cuerpo, su diablo, el mundo, sus hombres  y sus pasatiempos.

Todas las sitcom habidas pasaban por su retina perezosa luego de la cena parca y desabrida. En la diminuta cocina abandonaba sin limpiar la bandeja de plástico, los platos y los cubiertos con restos de comida y apartaba a un lado las servilletas de papel arrugadas y pringosas:

¿Tú sabes quién soy yo? Soy la carcajada más sobresaliente de esa docena de risas enlatadas que subrayan las escenas o lo diálogos más pretendidamente graciosos.

SHEN

¿Lograré el descanso absoluto?

Sólo si eres budista.

(O cualquier otra cosa no divina.)

Buenas noches.

Buenas noches.

Buenas noches nos dé… un dios, cualquiera de ellos.

Felices sueños… de poeta.

Hay muchos poetas impunes que perpetran millares de versos prescindibles del todo. Ya es hora de que les castiguemos. Vamos a dejarlos en carne viva a base de doce tandas de vergajos (pero éstos de verdad, no como sus poemas estereotipados).

Escribiré un poema de 100.000 versos. Sólo debo esperar que se me revele, al igual que sucede en la escritura musical, la solución al misterio de la formación y el encadenamiento de los acordes. Sólo así seré culpable.

Será inútil… siempre eres prescindible.

Ex pectore! (Salido del corazón y no de la cabeza, de la razón. Y así van las cosas de bien.)

¿Y esa que poetisa se confesó un día lejano, detrás de los barrotes, ahora con la cara de no haber roto un plato en su vida, dulce y ensimismada?

Esa devota de san Humberto se cobró una vez una pieza mayor, más allá de las perdices y los conejos de costumbre abatidos en sus aventuras cinegéticas, el día que, ambos borrachos hasta la locura, cazó a su marido en el pasillo curvo de su casa y le hundió un cuchillo de cocina entre la 4ª y la 5ª costillas. Lo dejó seco con la polla en la mano (Intentó violarme sin mi consentimiento, adujo la Diana) en un suspiro, para el arrastre. También él, asiduo concursante de Juegos Florales provinciales, desde hacía años se calificaba a sí mismo sin pudibundeces de poeta (muerto definitivamente, quedó sin laurear).

¡Ay señor Francisco de Quevedo, si usted viera!

Wozu Dichter in dürftiger Zeit?

Cena un huevo duro y crema de queso. Como ejercicio de rebelión  escribe un buen poema y estámpaselos en los morros a todos aquellos que se mofan de tu pobreza e ignoran el oro que atesoras en tu interior…

Se van a enterar, exclamó mojando la punta de la pluma en el tintero.

Como el que moja la lengua en la sangre de la amada.

Y así van las cosas de bien.

Hölderlin conjuga bien con Bruckner.

Runrún del abismo.

He estado escuchando la Octava de Bruckner. Fortalece el ánimo, incluso disculpa las goteras de un mundo mal hecho y cabrón a toda hora.

¿Cuál de las dos octavas?

Llaman a Bruckner el viejo de los excesos; sin embargo, en toda su obra sólo se cuentan tres golpes de platillo: ese maquiavélico organista hace que te enfrentes a tu propia nadería. Ese es todo el exceso.

Aquella poetisa, más bien mozartiana, risueña en la tragedia, trágica hasta en el desayuno, sólo aprendió bien una sola palabra española: ¡Basta!

Esa mujer era como un bulbo cerrado. Se abriría alguna vez, supongo, pero entretanto…

Ambos desdeñaban el juego de la seducción, prolegómenos adolescentes que más tarde o más temprano se transforman en un arma arrojadiza en manos de los dos amantes.

Madre ¿a ti te gustaba Hölderlin?

A veces, si el tipo no andaba con monsergas.

Madre, al día siguiente de tu huida en la casa sólo se oía a Haydn: una treintena de sus sinfonías ininterrumpidamente durante la mañana y la tarde. Pero el verdadero oyente estaba encerrado en su habitación, invisible, impasible, solo, estoico (presumo). Y supongo que también abrumado, aunque, conociéndole como le conozco ahora, lejos de la desesperación.

La música cesó a la medianoche.

La resaca es de principiantes de la noche de Walpurgis.

Perfectamente afeitado, limpio, sin una arruga en el traje, imperturbable, se fue a impartir sus clases a la hora de costumbre con un libro en las manos. Siempre llevaba un libro en las manos cuando salía de casa, fuese donde fuese, y entre las páginas cerradas notas, apuntes, algún folio mecanografiado, un recorte de periódico, una reproducción.

Nunca sabré si te gustaba Hölderlin, madre.

Ni siquiera sé si el azul es tu color favorito, madre.

Madre, a estas alturas por tus venas debe fluir un ácido corrosivo y egoísta, devastador: es el que te ha llevado al olvido de todos nosotros y del fracaso de un pasado familiar, en el que nunca creíste del todo, y en el que tan extraña te sentías… Y todo ello, sin sorpresa, sin ruidos, te ha conducido al éxito de ahora.

¿Éxito?

(Ese otro viacrucis…)

A cualquier sufrimiento le llaman genialidad los poetastros.

En el 77 todavía estaban de moda los libros (innumerables) sobre la Segunda Guerra Mundial, los jerarcas nazis y la hecatombe de Alemania en abril del 45.

Aún guardo uno especial para ti, Charlie: Las SS: Crímenes y Sexo.

(Espléndido: la historia al desnudo.)

Año I.D.M. (Mamá voló.)

Atención a lo interior:

Pronto has dejado de ser un huerfanito, pero te las has batido bien con los tres enemigos del alma espiritual: mundo, demonio y carne…

Demasiado enemigo, grandes sus poderes: se libró del alma… y en paz. Ni sus gustos eran las penitencias; ni sus contentos los ayunos, y todos sus consuelos se los proveía en bandeja el mundo, la carne y hasta el mismísimo demonio investido de una beatriz harto singular con dos sexos, y los dos apetitosos.

El fauno que todo lo tuvo, hasta una madre mala, sólo puede superarse a sí mismo desde el mal. Y venga después el período purgativo frente al Charlie de turno.

Terrible híbrido: alterna (días pares e impares) san Juan de la Cruz con Las SS: Crímenes y Sexo.

Leía a san Juan de la Cruz a la contra. Como había leído muy divertido la Historia de los heterodoxos españoles y el catecismo de Ripalda: uno y trino etcétera, etcétera.

A la contra. Siempre tuvo muy presente el consejo stendhaliano: nunca hagas lo que se espera de ti.

Confunde a tu siglo tan convencido de ser eterno, a sus hijos que andan jugando a la comba… en la cuerda floja, sin que los pobres se enteren de nada. Al final se estrellan contra el suelo de cabeza: ¡plaf!, y a hueco suena.

El alma es un templo, dice el fraile, cuando en realidad es un escondrijo. Y la mejor de las coartadas: te permite cualquier felonía… puesto que inmediatamente sucede la contrición (una especie de resaca, Charlie, entendámonos, es el típico problema de mezclar las bebidas, algo desaconsejable como todo el mundo sabe, pero en el que uno en su interminable cháchara, blablablá,  siempre incurre irresponsablemente). Es el alma la que está llena de pecados y arrepentimientos, es como un saco oscuro y maleable, un pozo sin fondo, donde cabe todo lo que el cuerpo por físico y tangible, mero robot inocente, es incapaz de urdir y perpetrar, aquello inasible, invisible, inorgánico, etéreo, volátil y absolutamente depredador que se vale de los sentidos, toscos y primitivos, tan evidentes, pío, pío, yo no he sido, para dar rienda suelta al instinto también invisible, etéreo, etcétera, etcétera. El cuerpo sólo es el simple recipiente de una destilación que queda muy lejos de sus facultades orgánicas, una perversidad, al parecer, de origen divino o vaya uno a saber de qué clase.

Y todo esto ¿a santo de qué?

A san Juan de la Cruz.

¿A estas alturas?

Malborough ha vendido en San Francisco (USA) por medio millón de dólares una carpeta de 40 dibujos originales inspirados en el Cántico espiritual . La autora: mamá.

¿Quién es Carmen Gay?

¡Vayamos por ella!

La madre suicida de la artista era una mística: mira por donde sale ahora el misticismo (de debajo de las chirriantes y herrumbrosas ruedas de un ferrocarril anacrónico, todavía exhalando al cielo su rechoncha chimenea vaporosas nubes blancas).

(¿Y viene usted de muy lejos?

De cincuenta años atrás).

Toda una vida.

Habrá que empezar de nuevo.

Cada uno obra con el hábito de perfección que tiene, previene el místico al hablar del tránsito de principiante a aprovechado.

Entonces, salvado el trámite, se allega al estado de los perfectos, donde todo es posible, hasta hablar con Dios.

La artimaña del arte actual es no hablar de nada y hacer creer que habla de todo: le basta con sólo mostrar el espectáculo que estampa mediante la ocurrencia y el descaro en la cara de sus espectadores, simples gregarios con la bolsa de cacahuetes en la mano y la mirada niña y agigantada prendida de la inocentada visual ante él: oh, la, la, faire des merveilles!

Hay que aprender cuanto antes a vivir entre ruinas.

El arte, ya lo es, puro escombro.

Lo abstracto es una especie de restos, un cadáver descompuesto, hasta su materia hiede a veces.

Los llamados críticos de arte (?) y reseñistas de fin de semana son los que desmenuzan la piltrafa existente, los forenses que practican la autopsia de lo ininteligible y despiezan su sintaxis objetual. Mira, lo que hay dentro… dentro de mí, no del artista.

¿Por qué no lo entiendo?, se asombran las buenas gentes. Y el caso es que vale millones. (Arrugan la nariz ante el hedor.)

No hace falta entender nada. Es suficiente con que mantengas los ojos abiertos, avivado y despierto el seso.

Demás que honra  me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que esa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego, pues no se han de dar las piedras preciosas a animales de cerda.

(Atención a lo interior.)

¡Mira que haberte convertido en el hijo de la mamá artista! ¡Qué mudanzas contrarias, qué inversiones inesperadas!

Tu madre aborrecía la pintura de Klee sólo porque tu padre estudiaba a Klee. Un radicalismo llevado a ultranza.

Oponía Nicolás de Satäel a Klee y a estos dos Millares, un mejor engrudo espiritual sino un misticismo absoluto, y de la mejor escuela española, tan trágica que ni siquiera el envaramiento cortesano y palaciego lograba suavizar a lo largo de los siglos: era previsible la escapada de una trágica que se había disfrazado de ama de casa y madre durante unas décadas:

Érase una vez Carmen Gay… que abrió el baúl de viajes de lo imaginario: una poética.

He aquí toda una época.

Te van a colgar el sambenito de adúltera.

Me bastan el blanco y el negro, dice. Es una dibujante de almas.

Pero resuelve el blanco con el blanco del lienzo, el espacio vacío, y el negro que sea Pelikan en frasco grande, el que utilizan los buenos dibujantes profesionales.

¿Dónde estás, madre?

En este sitio a la gente le importa muy poco si vienes de muy lejos o pasas de largo y te vas más lejos todavía.

Esa mujer era el diablo: podía robarte el aire antes de que lo respiraras. Estaba claro que iba a comerse el mundo como si fuese un huevo.

Pero bueno ¿cuál es el tema?

En este caso, san Juan de la Cruz.

Ella glosaba mediante las imágenes una obra que hasta el mismo autor con modestia calificaba de inefable porque de ser de cosas tan interiores y espirituales, para las cuales comúnmente falta lenguaje, difícil iba a ser el comentario…

Todo lo que se dijera sería menor de lo que allí había, restos de una grandeza callada.

¿Tú eras artista, madre?, le había preguntado a los cinco años de edad una tarde, ambos en uno de los salones que servía de biblioteca general (aunque toda la casa era en realidad una biblioteca), que observó sin malicia a su madre absorta mientras contemplaba las láminas que iba sacando de un gran cartapacio. Eran reproducciones de Zurbarán y Ribalta que, naturalmente, él no podía aún identificar: le parecían frailes agustinos, a los que por entonces, merced a una gracieta paterna que jamás pudo explicarse, ya había tenido el honor de conocer: párvulos B.

¿Tú eras artista, madre? Su madre alzó la cabeza y le dirigió una sonrisa que a él, recordada muchos años después, le pareció divertida (¿o era pícara, perversa?). Luego, sin decir una sola palabra, en completo silencio, ella miraba el día gris y frío al otro lado de la ventana. Permaneció de ese modo durante largo rato, y él no se atrevió a abrir la boca. Afuera llovía sosegadamente y algunas gotas repicaban con un ritmo apaciguador en el cristal. Pero toda la habitación estaba bañada por un resplandor especial, una luz tenue y acariciante que se posaba sobre los muebles y los libros y los dotaba de una iluminación propia, como si fuesen ellos los que impusiesen su carácter objetual a la luz: siempre creyó de pequeño, recordaba de adulto, que su madre y él no morirían nunca.

Somos inmortales. La muerte, esa cosa tan poderosa y definitiva, fracasará esta vez, no podrá con ninguno de los dos.

La imagen de la inmortalidad era aquella tarde silenciosa, inconsútil, impenetrable incluso, se mecía en la intemporalidad más absoluta: una madre y un hijo de cualquier época y condición plasmados y detenidos en la película de los siglos.

A los cinco años los colores son tan pujantes que dañan la retina, la vida es color, y el color lo es todo… No, ese día no, que llueve parsimoniosamente sobre la tierra y el tamiz de lo gris suaviza, casi dulcifica las líneas y los volúmenes, el perfil de su madre, las manos de él, las piernas de niño descubiertas, la gran carpeta azul sobre el regazo de su madre, que continúa obstinadamente con la vista fija en el resplandor de plata más allá de la ventana.

Esa tarde sosegada, lejos todavía de la espesura, envuelta en una lumbre de paz y sutileza magníficas.

¿Qué veía su madre?

El símbolo de sus decires y haceres no podía ocultar lo evidente: ella no era lo que parecía, al contrario de millones de seres humanos que son simplemente lo que parecen que son sin mayor complejidad que enturbie su significado de meros vivientes. Estos serían para el dios creador, si existiese, tan cruel e indiferente, como seres de usar y tirar. Ella, no.

De repente, se sintió sin cuerpo en el aire gris perla, suspendido en él navegaba en círculos, sobrevolaba con su sola alma, que era tan leve que hasta costaba imaginarla:

no cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras, se recitaba a sí mismo Boceto diez años más tarde, veinte años más tarde, cuarenta años más tarde…

Esa carta, al fin, había llegado esa tarde cuajada de grises y luz decadente a su destinataria principal, a punto de cumplirse cuatro siglos, cuando ojeaba indolente pintura tenebrista.

Ningún falso oropel con sus despreciables brillos se opondrá a mis pasos, a nadie temeré, derribaré cuantos muros se alcen en mi camino.
Ninfas de Judea…, evoca el fraile liante.

Y se cura en salud afirmando que ninfas son las imaginaciones, las fantasías.

Veámoslo un instante.

Se arrastraba hasta el pasado –en cualquiera de sus formas y lugares- y en él se ocultaba, en el más recóndito de sus agujeros, pero el presente lo rescataba del ficus y lo sacaba de allí a manotazos y puntapiés, lo devolvía, sin más simbolismo ni contención, a la realidad.

Tan encerrado, sucio, piojoso y maltrecho estaba que sólo pudo huir hacia dentro: atención a lo interior. Toda la luz era la que se colaba por la estrecha ranura de la aspillera en lo alto de la celda que a su vez hacía las veces de letrina: entre la flor azul de la mística y la mierda terrenal se hallaba el fraile magnífico.

En tal lugar amaba aquel hombre la sombra, masticaba la palabra, resumía todo el amor posible capaz de albergar un corazón humano, confundía gacela con oración, ninfas con devotas ocurrencias.

Una confusión divina, pues él era un dios en esos instantes que juntaba palabras y creaba símbolos y metáforas hasta entonces inexistentes que  le conducían a lo esencialmente humano.

La pintura de Carmen Gay, en cualquiera de sus variantes formales, no nace para engendrar explicaciones, como tampoco la poesía se escribe con afán utilitario o consignas doctrinales, ni siquiera alienta en ella el ansia de promover una distracción.

¿Qué veía su madre aquella tarde crepuscular del otoño de 1965? ¿Qué pensamientos y certidumbres la llevaban en vuelo?

Veía, como vería también más tarde de una forma mucho más efectiva, un itinerario que, cruel e injusto, pues nada importaba ya todo eso, excluía de sí lo accesorio de lo humano, las adherencias sentimentales y familiares que lejos de constituir unos principios morales de primera magnitud lastraban e incluso hacían pedazos una biografía (todavía en pleno proceso intelectual, artístico y vital) hasta hacerla irreconocible. Eludiría, entonces, lo convencional y desprendería de su derrotero la costra de todo lo inútil, fraudulento y la extorsión disimulada (puesto que de tal modo la anulaban) sin contemplaciones, aquella joroba familiar impuesta y como salida de la nada: un día despertó y había pasado el tiempo, había pasado el marido, había pasado los hijos.

Mucho más tarde, cuando anduvo de copas con toda la (quijotesca) canalla malvada y peor aconsejada que podía encontrar, Boceto comprendió lo embrionario de aquella tarde gris, fría y un poco mágica y la decisión que se larvaba en la mente de aquella mujer que nunca fue creada para alimentar unos hijos, andar con el carrito de la compra entre los estantes del supermercado con un pedazo de papel en la mano como recordatorio, no vaya a olvidar la escarola o el lomo de cinta, y bailarle el agua a un marido atareado y sólo devoto de sus cruciales asuntos.

La pintura de Carmen Gay era ella misma, que no necesitaba, como la poesía, de ninguna explicación.

¿Y qué vería ella en los poemas de san Juan de la Cruz gustando un no sé qué que se halla por ventura?

Verso enojosamente alambicado.

La destilación del alma: vería una oscuridad... graciosa.

Un erotismo tan sublimado que la yema de los dedos se posaban en la nada, en el ensueño, en la visión mística inodora e incolora e intangible de la carne anhelada.

El alma, andrógina, coquetea con su amado que, sinuoso e insinuante, huye de ella, le esquiva de esquina a esquina, puede que se esconda en la grieta del muro o debajo del jergón o convertido en pajarillo casquivano entre y salga por la aspillera.

Ya metidos en la espesura, sin apenas alimentos y muy medida el agua, ¿qué clase de alucinación o espantajo brotará de las sombras frías y verdes? Todo ha de ser fantasmagoría y quimera: no importa si Dios existe o no, basta con que tú creas que existe para dar alas a tu pluma, convertirla en un ángel emisor: esa creencia es el germen de toda la belleza mística dándose de cabezadas contra los muros de una celda tan silenciosa como el dios al que se invoca, se teme o se celebra o se le ponen los mil nombres y supersticiones que enoblezcan la realidad de estar vivo y no saber mientras existes la razón de ello.

No importa el poema… mientras lo estés componiendo: sea esa música pequeñita sólo tu recompensa:

esta mi carta al mundo que nunca me escribió, declaraba la de Amherst.

De lo celeste (y tras él la negrura espantosa del universo y sus fantásticas explosiones) a lo terrenal y concreto, con los colores bien brillantes, de esos tan intensos que sólo pueden alojarse en los ojos de un niño de cinco años: Carmen Gay es de la tierra y siempre obtiene una respuesta: el mundo te contesta si le hablas como es debido, hay que darle duro y duro, hasta con un palo si es menester, y entonces se entera con quien está hablando y exactamente de qué estamos hablando y de qué va de verdad el asunto.

Medio millón de dólares por una carpeta de dibujos inspirados en la breve obra del carmelita concebida y realizada por la dama de grandes y sólidas raíces terrenales a la que los efluvios místicos del fraile sonaban a música celestial.

¿Cuál es el argumento de la obra?

La plástica absuelve de muchos enredos: tan agradable a los ojos esos giros negros, esas líneas blancas, esa mancha, ese círculo, la perfecta diagonal…

Sola, la plástica.

Una figuración que la alzaba como un gigante.

C.G. sabía que el arte describe el mundo -tal vez sólo lo represente-.

La escritura lo explica.

Había una figura desnuda y solitaria, un escorzo yacente de carne espectral. Había una ventana abierta a una luz de lluvia. Vimos rostros diversos (dolientes todos ellos) y retratos infantiles de una inquietante seriedad.

Había un bodegón de cosas muertas, un vestido rojo como la sangre sobre el suelo. Una mano sostenía una vela encendida; otra, acariciaba un seno; otra, alzaba un velo.

Una calle desierta con grandes árboles a los lados conducía hasta el mar. Había una barca amarilla encallada en el vacío amarillo.

El sol en los paisajes no aparece (o aparece contadas veces, como en los de Vincent, que es un solazo infantil), sólo está su luz, que es azul y dorada, rosada, verde.

En los cuadros todo es silencioso, las olas del mar, el ave, los árboles, las bocas...

Matices surgían del ángulo de un cuadro que no podíamos expresar con palabras por más que lo intentamos.

Entonces comprendimos la verdad de la pintura.

Rasgos hay en el poeta místico de lo terrenal a despecho de sus manías de encubrir lo evidente por medio del alambique de la metáfora y de una experiencia religiosa tan profunda y pretendidamente incompartible que requiere de símiles equívocos y giros lingüísticos de chocante ambigüedad (Entrado se ha la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado (…) Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día.):

Del Verbo divino

La Virgen preñada

A pesar de lo reverente y ortodoxo de los versos, toca tierra, y hasta su olor,  la visión a juzgar el predicado.

Tal vez, poeta, se llegue a tu dios a través del cuerpo, dejando el alma quieta: se tortura la carne, se devanan los sesos, algo se nubla el entendimiento, se retuercen las manos en la plegaria, laceradas las rodillas sobre la tosca y fría baldosa del encierro: atención a lo interior, echada a perder la espalda por demasiados reclinamientos, duelen los ojos cerrados de tanta oscuridad, de tanta luz de adentro, crees que habla el alma en el magnífico vínculo del éxtasis… y son las vísceras, la sangre de las venas, el hueso dolorido, la llaga con los que dialogas.

Que la panza vacía y el desfallecimiento no te hagan delirar e incurrir en despropósitos.

(De acuerdo, todos los poetas sufren… pero sólo algunos de ellos se matan.)

Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.

A mí no me engañas, fraile. Qué comodón (la fe y el compromiso con las fuerzas ocultas todo lo justifican): … ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio.

(Poneos a pintar cuando seáis perfectos: Carmen Gay.)

Toda sciencia trascendiendo.

(Otra que quiso ser santa en un día.)

Con lo negro y lo blanco le basta. Las formas que sean de un bestiario imaginario, inconcebible hasta ese momento preciso, inicial en todo, inaugural, que engendra el pincel de pelo grueso: no son bestias, ni seres, ni siquiera hombres y mujeres, pero lo parecieran en su extrañeza por referirse a sus asuntos.

Qué parca paleta.

Nada más necesito.

Viñetas de lo extravagante. Iluminaban en las grandes páginas esos trazos de blanco y negro soles de la noche oscura.

No hay nada más santo que estar soldado a la tierra.

No hay santo que se eleve al cielo, que el prodigio es hallarse complacido en las cosas de la tierra, hundido hasta el cuello.

Lo que mira más allá, más allá del azul que llega a lo negro, es mera astronomía, leyes físicas, una dinámica: el dios anda entre pucheros, dijo la otra santa poco amiga de la zarandaja liosa: ésta nos habla en roman paladino.

El fraile necesita escribir (inventarse) el aseado fárrago de más de cien mil palabras en prosa para esclarecer doscientos versos tallados con la materia del alma que no precisaban de ningún tipo de explicación al ser de gran inteligencia mística.

Carmen Gay:

cuarenta imágenes condensan toda la imaginería de un vínculo espiritual que desafía cualquier entendimiento que no proceda de la aquiescencia y el pleno convencimiento más absolutos con una inteligencia creadora en el más allá… más allá de la misma vida terrenal.

¿Qué hacer?

La mancha, el goterón, la línea, el círculo y la diagonal… La geometría.

Inspirar (latín: inspirare: sopla el dios a tus adentros). Te infla grandes conocimientos.

Lleno estoy de su infinita sabiduría. No cabe más gozo en mí. Un miligramo más de sapiencia y reventaré como un globo, Padre Eterno. Dejad de soplar. (En un aparte). ¡Condenado diosecillo que de tanto pulmón alardea!

Un poquito más, hijo, un poquito más.

Aguja de navegar: no estires tanto la cuerda.

¡Plaffff!

Volvamos a san Juan.

Fue preso, sufrió vejámenes, nunca vio a Dios y se hizo poeta.

Tuvo arrestos el fraile para, finalmente, huir de la inexplicable ojeriza de los calzados: cual observamos en las típicas viñetas de tebeos que ilustran una fuga rocambolesca, aunque poco de cómico hallamos en este caso patético, una noche de verano el místico se deslizó desde el ventano de la celda por medio de las tiras de una manta hasta tocar suelo, saltó un muro y escapó de su encierro buscando la protección de las monjas descalzas de un convento a bastante distancia de allí que le procuraron cobijo y curación para su maltrecho cuerpo después de nueve meses de rigurosa prisión. Volvió a nacer, escribió a renglón seguido de este lance ciertamente novelesco un poetastro malo en funciones ociosas de biógrafo todavía más ruin… En fin, nueve meses de noche oscura, el parto de los montes.

Era Juan de la Cruz hombre de apariencia menuda, casi insignificante, pero de gran temple y de alma vigorosa, de briosa pluma.

Atención a lo interior:

Amamos a Dios sin entenderle… El resto es poesía, una especie de claudicación.

No levita el santo, sino el alucinado.

Yo le vi en cosas de más de amor que de conocimiento.

Vio hasta leones en la desolada estepa castellana, que es tierra de conejos solo, como el resto del solar patrio.

¡Leones! ¡Válgame Dios! ¡Terribles ayunos que nos traen aun con los párpados cerrados visiones descabelladas a causa de tan malas abstinencias!

Desposada fue la gacela bajo el manzano,

excelente guarida para leer en latín a Virgilio,

por el otero asoma el aire de tu vuelo,

más que al cuerpo los vergajos le desollaban el alma,

pero la santa levitó,

era la paloma, que blanquísima se le posaba en las manos y el rayo de sol, oblicuo, de oro, que se vertía como polvo divino desde el ventanuco,

qué ensoñaciones, cuánta visión,

el alma tiene un esposo, o, en su ensimismamiento, cree tenerlo (estas cosas aclaran mucho una lectura que se presta a la tergiversación),

el alma busca al Amado,

que escondido está en el seno del padre, que es la ausencia,

(Padre, ando metido en lecturas místicas y no logro allegar a ninguna parte.

¡Qué extrañas mutaciones las de este vástago!

Preciso de tu consejo.

A mí me anima tu ausencia. ¡Largo de aquí, pajarraco!)

pues dice Isaías, y el fraile se apropia del versículo, que verdaderamente tú eres Dios escondido,

el místico se refugia en el mundo invisible, que si viera con su ojo mortal dejaría de creer, y algunos hasta de levitar y hasta revocarían los miserables ayunos y se regodearían en los atracones y en más de un revolcón con hembra apetecible,

Carmen Gay ve, ya lo creo que ve, y en blanco y negro, como en las antiguas películas que al final daban en pantalla como en un gris inquietante, un gris muy raro (fuera del lienzo de la pantalla yo nunca lo reconocí en la realidad palpable), pero gris, visiones de perro,

a la postre lo que se adivina en tan valiosas cartulinas subastadas es una mera plástica que igual resuelve un roto que disimula un descosido,

tan antiguo como el test de Rorschach: verás lo que quieras ver y aunque mal te pese al verlo serás descubierto,

si aquella ilustrara la realidad el gallo le cantaría a peor, pero oscurece el entendimiento de la imagen, crea intríngulis,

porfía el fraile por enredar todavía más,

gran hermeneuta… de sí mismo,

no soy una mera intérprete del Cántico, dice Carmen Gay,

y añade a lo poético una poética de su invención, una sintaxis plástica que abomina de la representación excesivamente fiel,

no puedes dibujar su sentimiento,

haz del arte el propio sentimiento,

¿y si el sentimiento era de otro?,

con él lo comparto, lo gloso,

ambos discursos exigen una inocencia previa,

¿quién es el lerdo que se planta frente al cuadro o la escultura o desentraña el poema desde el resabio?,

eres espectador, o lector, se requiere obediencia,

eres principiante,

eres principal,

en realidad, nos hallamos ante dos textos que tan sólo difieren en el soporte sobre el que se erige cada uno,

toda representación de la realidad, aun minuciosa, precisamente por ello, es una patraña, insiste la artista consagrada (y consagrada a sus tejemanejes discursivos mediante lo gráfico),

disecciona el de la Cruz su misticismo como el que excusa una torpeza,

el arte se ha vuelto muy divertido pues, entregado al ingenio, su validez intrínseca se desmorona como una falla mal alzada,

al arte actual le han hurtado seriedad, puesto el secreto al descubierto, profanada su mecánica laboriosa de hacedora de formas perfectas e inteligibles, era humo entonces que lo técnico aupaba a la excelencia o, al menos, al asombro y placer estéticos: en el fondo, y en la forma, claro, sólo era un pedazo de tela, unos pigmentos oleosos, un frágil maderamen, un simple armazón, que sostenía el tinglado, un engaño al ojo desde una bidimensionalidad tan sólo efectista en virtud de un reglado perspectivístico y de añadidos formales y mezclas cromáticas que propendía a burlar la mirada distraída, a hacerle creer lo que no veía, lo que no era,

volvamos al fraile entregado a la enjundiosa, oceánica paráfrasis, pues desdeña una navegación presurosa, miserable y costanera,

a Job se refiere en su lamento sobre el improbable encuentro magnífico: Si viniera a mí, no le veré, y si se fuere, no le entenderé,

qué difícil hallar esposo para el alma,

¿se nos quedará para vestir santos?,

atención a lo interior,

allá los esponsales, adentro de ti mora el Esposo,

tomemos una copita de ajenjo, que es yerba amarguísima, para animar el cotarro,

todo sistema de expresión que niega lo representacional es connotativo, escribía Carmen Gay con un bolígrafo bic de punta fina y tinta negra en las páginas cuadriculadas de su carpesano, ítem más, todo texto, inclusive aquellos plasmados mediante un lenguaje desconocido, es comunicativo puesto que es ése, a despecho de su posible ininteligibilidad, su carácter esencial y el que demanda su propia naturaleza,

¿y si muere antes el alma que el cuerpo?, estamos rodeados de ejemplos mortificantes, ancianos con Alzeheimer, locos de atar, drogadictos empedernidos que no salen de su sueño por mucho que los zarandees, dementes pacíficos que ni saben cómo se llaman, depravados que en su perversión han vendido su alma al diablo y se han quedado sin ella, sólo con el cuerpo y sus correrías sangrientas, mujeres destruidas por la rutina doméstica, bebés muertos antes de abrir los ojos a un mundo sin… alma, todos esos son una corfa, una vaina vacía, una cáscara,

¿cómo vivir sin un alma con la que desposarse con Dios?,

decidle que adolezco, peno y muero, versifica el fraile poeta,

se la ve y se las desea para convencer con la ocurrencia fantástica y una sorprendente invención de motivaciones,

en 40 dibujos resume Carmen Gay el Cántico Espiritual,

un prefacio escrito por la artista que antecede las imágenes lo declara: los dibujos han sido ejecutados siguiendo un orden escrupuloso de las canciones, pues de tal guisa los llama su autor, que componen el poema,  eso refleja su tensión dramática,

el encuentro con Dios debe ser dramático,

una bestia del más allá con poderes ultraterrenos,

su voz de fuego no admite la tolerancia,

parirás con dolor,

mata a tu hijo,

os pasaré a cuchillo a niños y adultos,

de esa ciudad no ha de quedar piedra sobre piedra,

el azufre borrará vuestras huellas sobre la tierra,

ni el recuerdo de vuestros nombres nacerá,

no alcanzarás la Tierra Prometida,

os condeno al infierno donde no sufren los cuerpos, eso sería demasiado fácil, sino donde se pudren lentamente al paso calmado de la eternidad las almas podridas y hediondas hasta su aniquilación,

pero tú, fraile carmelita, drogadicto del éxtasis, esclavo de lo visionario, ansías anidar en el regazo esa fuerza terrible, la que no perdona dejación ni admite otra inteligencia que la impuesta por la superstición de la primitiva noche oscura, qué gran osado te tenías,

he aquí la voz del que guía en el desierto, anda, cásate con Él, el omnipotente, el más querido de los Esposos, pues te promete, simplemente por obedecerle y guardarle pleitesía todos los días de tu vida, eso sí, la eternidad,

Dios es el más perfecto de los Amantes,

Dios es Dios,

(que Dios es Dios, exalta Calderón),

nada tiene que ver contigo,

(tu madre, en una ocasión, dijo de ti que eras una errata de la especie más lamentable y dañina, la humana, que puebla el planeta),

una errata era yo, además de pertenecer a una especie depredadora y criminal… era una suerte de gazapo de la creación, una incorrección, un sapiens,

mi madre, qué cosa, qué hembra, me daba duro y duro con un palo, yo no sé,

otra vez dijo que ella, la sin par, tenía una visión platónica de la existencia, de la vida en general, en el sentido más auténtico de la expresión: la realidad mía es la verdadera, lo que yo veo es lo que es sin veladuras espúreas, lo que tú y los otros veis son sólo sucedáneos… en resumen, sois unos cavernícolas,

tan antimimético son los dibujos de la artista como los versos del poeta,

ambos eluden una referencialidad que por su evidencia pueda poner sus obras respectivas en riesgo de superficialidad, de modo que reniegan ambos de un figurativismo capaz de infantilizar de nuevo un cerebro adulto,

es tan evidente que se convierte en inútil, dirían obstinados en expresarse por medio la invisibilidad de las connotaciones,

a través de una polisemia gráfica o eminentemente textual, poeta y artista repudian un enunciado que apele al esclarecimiento antes que invocar a lo sagrado, a lo intuido, a lo desconocido,

es a través de la invención matérica, verbal y discursiva cuando se alcanza lo espiritua,

de flores esmaltados escribe el santo, siendo las flores los ángeles y las almas,

que no saben decirme lo que quiero, mejor entonces seas tú el mensajero y el mensaje,

¿importa que el texto plástico, conocedor de su innegable calidad comunicativa, inteligible o no, tú lo ves, explique su representatividad, su vínculo con una iconografía reconocible y agotada en sus presupuestos formales por lo repetitivo de una signología tan reconocible como mil veces perpetuada en obras de ninguna enjundia ni ambición creadoras?,

fraile encarcelado y artista en fuga abdican de lo real, de lo reconocible, en sus quehaceres intelectuales,

el resultado no puede ser más sugerente,

el estilo nos mueve al asombro y lo imaginativo de la propuesta nos conmueve por la libertad de sus elementos procesuales o su ideario oscuro,

tanto una como otra libertad no impiden el encuentro con la lógica de su sentido, no se radicalizan en tal grado que su semántica, su declaración escrita o dibujada, dificulten absolutamente su comprensión y se nieguen a sí mismos su entidad de artefactos de comunicación,

existe una lectura, una lectura plástica, y aun cuando nos sea harto difícil penetrar en la complejidad de su discurso no renuncia éste a la interpretación, a la multiplicidad de ellas, incluso a la más chocante y subjetiva, a la más aberrante: su propuesta inicial acataba asimismo la premisa de una obra abierta, y por tanto sometida, a los criterios de dilucidación más arbitrarios y extravagantes,

el espectador/lector siempre tiene razón,

de llagas hablamos, afirma el poeta, puesto que más se asienta ésta en el alma que la herida,

herida vuelta en llaga, que dura, un daño feliz que allana la senda donde sentir altamente al dios (el espíritu),

llagado estoy de ti,

¿Por qué, pues, has llagado,

aqueste corazón, no le sanaste?,

¿no estabas enamorado del Esposo? sufre, en consecuencia, por él, a más herida, más amor,

y sus asechanzas,

tal es la herida del gran amor, tan dulce y tan sabrosa, que si no se llega a morir, no puede satisfacerse,

en dolencia de amor divino la llaga y el daño sanan cuando acaece la muerte que conduce a la presencia del Amado,

(Charlie, acólito, yo sería fiel, y hasta en ella creería algún instante, hacia una religión atenta a la verdadera esencia de un ser humano sin adiciones interesadas ni contaminaciones provenientes de sacerdotes interesados, una religión que sólo vigilara las idas y venidas de tu espíritu y se abstuviera de censurar o castigar las efusiones y entretenimientos del cuerpo y sus placeres físicos, tan aficionado él a andar por el mundo sin ataduras ni frenos, tan inocente en sus vicios a tenor de su propia condición de efímero viviente y mero instrumento de su especie.)

apaciento la plástica por encima de lo simbólico,

atención a lo interior,

el alarde más sutil de la iconografía de la realidad es la luz,

los objetos son la decoración imprescindible pero de carácter menor,

la alegría del ojo ante el color y la forma sin más, sin dioses, arreferencial, pintar como un niño, ver como un niño,

atención a lo interior,

existe una técnica espiritual que los grandes artistas dominan a la perfección,

existe una gramática del pensamiento que estructura las grandes creencias de un poeta que no limita su imaginación a los asuntos terrenales,

todo lo procesual de la poesía y la plástica contiene un sosiego alquímico, una complicidad oscura pero benéfica al mismo tiempo, que lo hace si acaso mucho más importante que la propia conclusión de la obra,

el poeta debería trabajar con la fe más que con el talento,

al artista le basta el talento, la fe enturbia mucho la mirada y enrarece de forma poco noble una creación plástica,

y la palabra le fue dada al hombre para ocultar su pensamiento, como ya se dijo mucho tiempo atrás,

esas cosas, que no son tan difíciles de entender, casi las aprendes desde que estudiabas primaria o, al menos, las piensas muy pronto sin ponerle palabras al pensamiento, bastan los ojos,

de pequeño, no demasiado, pero todavía de pantalón corto, una vez Boceto se quedó mirando fijamente un muro al que doraba suavemente el sol de la tarde crepuscular, simplemente miraba la luz oblicua y decadente sobre la superficie dura y silenciosa, inerte, nada inspiradora, pues comprendía que lo que en realidad le fascinaba era el sol, la mancha esplendente que provenía de él  atrapada en la piedra, que era otra cosa distinta al sol, aquello no significaba nada y por eso él en ese preciso instante no apelaba a las palabras para penetrar en el verdadero sentido de lo que veía, era una observancia que no indagaba explicación ninguna, en ocasiones las palabras sobraban, estaban de más, era suficiente la imagen provocada por dos materias tan disímiles, la piedra y la luz, tan muda como reveladora, la que mantenía en vilo su atención, dialogaba con la retina,

Carmen Gay ni siquiera se auxilia en sus carísimos chafarrinones plásticos de una mínima simetría que alivie la aridez del blanco y negro, no convoca un orden más o menos plausible de unos trazos, manchas y curvas que faciliten una contemplación razonada más allá del vistazo elucubrador

esa plástica aboca más a lo intuitivo que a la lectura e interpretación de su forma,

esa creación se agota en sí misma,

descubre tu presencia, implora el poeta, desata mi alma de la carne,

y, así,  ha de ver la hermosura del Esposo,

presa en la carne el alma es ciega a las esencias,

sólo libre de la cárcel carnal sale a la luz lo encubierto del Amado,

máteme tu vista y hermosura,

vivo, no ha de ver su rostro, no ha de saber de su figura,

¿qué saber?

(Padre, hay muchas cosas que no sabemos de los demás.

Hijo, son todas las cosas que no sabemos de nadie, ni siquiera de nosotros mismos.)

(Madre ¿por qué huiste?

No huí. Salí de la casa y la cerré a mis espaldas. Ni apresuré el paso.

¿Por qué te fuiste entonces?

Porque siempre pensé que valía mucho más que todos vosotros.)

qué codificación enredosa,

la una celebrando más que al poeta una representación semántica que se muerde conceptualmente a sí misma la cola en su plasmación, y el otro en perífrasis que oscurezcan el fardo de sus tentaciones terrenales,

pues ¿qué ha de haber desciframientos que te guíen en el laberinto?,

la mano de un virgilio en horas bajas,

una especie de…

¿mínima clave, al contrario que…?,

explicación de los colores de la Colección Austral:

serie azul: novelas y cuentos en general,

serie verde: ensayos y filosofía,

serie anaranjada: biografías y vidas novelescas,

serie negra: viajes y reportajes,

serie amarilla: libros políticos y documentos de la época,

serie violeta: teatro y poesía,

serie gris: clásicos,

serie roja: novelas policíacas, de aventuras y femeninas,

serie marrón: ciencia y técnica, clásicos de la ciencia,

pues la Colección Austral ofrece ediciones íntegras autorizadas, bellamente presentadas, muy económicas,

la Colección Austral publica libros para todos los lectores y un libro para el gusto de cada lector,

¿quién no tiene un austral en su casa?,

los analfabetos,

los significantes de una obra artística arreferencial alumbran una dimensión estética que no precisa para su aceptación de unas previas imposiciones canónicas ni el reglado técnico que posibilite un juicio calificativo a través de esos parámetros artesanos: es la consecución de un significado autonomizado,

la autonomía en el arte lo es todo, es lo que verdaderamente lo significa, inclusive en aquel más representacional como pudiera ser el paisaje fiel y gregario, el retrato al óleo de estilo académico o el desnudo de lúbricos claroscuros y perfectas redondeces realistas, y lo es sin duda porque aun ajustándose minucioso a la realidad el artista al paisaje siempre le endosa un árbol o un arbusto de más que no existe, el retrato se parece al retratado pero también al artista, sobre todo en el brillo azul u oscuro que parece nacer de dentro del ojo, y no hay desnudo que no refleje en sus formas o escorzos mucho más la sutil sensualidad y clave erótica del propio pintor que la gracia carnal, cálida pero inerte como el mármol, revelada bajo la luz cenital que se posa sobre el modelo,

piedra y al cabo polvo, qué humano,

en el fondo se trata de un misterio, del misterio de la creación, por qué esta palabra y no otra, por qué esta diagonal en negro que busca en la blancura el infinito más allá de los límites de la cartulina y no otra,

el Creador es Dios, es el Esposo, es el Amado,

máteme tu vista y hermosura,

hay amores que matan,

cuenta el fraile, que es leído, que dos vistas se sabe que matan al hombre: Dios y mirar la mirada del basilisco,

a la imagen de Dios se llega a través de la muerte, luego mueres o te matas tú para su contemplación, visión que ha de rematarte del todo, esto suena un poco a lío lingüístico más que teológico,

mas bien distingue el místico que la una visión, la divina, es de salud y gloria, de celestial júbilo, y la otra, la que Plinio verifica del monstruo africano, es ponzoñosa, terrenal y bruta: te miro y te mato por fisgón, decide implacable el basilisco con cara de pocos amigos y ojos homicidas,

Carmen Gay resuelve sin pensárselo dos veces el misterio de una creación, el mismo acto creativo, lo estrictamente procesual, que se enhebra mediante las arbitrariedades y caprichos sígnicos de un lenguaje equívoco por ininteligible: en cualquiera de la cuarenta láminas  se percata uno que se trata de un dibujo, pero un dibujo muy raro porque se gesta desde las entrañas y no del mundo exterior, es la metáfora visibilizada de lo interior que reconstruye lo exterior: como espectador tú puedes visualizar esa tela de araña en blanco y negro que sólo conduce a una experiencia estética, una sacudida plástica tan súbita como el relámpago que destella efímero en la negrura del cielo,

atención a lo interior,

y así te introduce la artista burla burlando en el escenario donde el arte, el más abstracto, asienta sus reales en el no-significado,

a la fe le llama cristalina el santo y le llama fuente porque es venero de toda felicidad espiritual,

¡oh cristalina fuente…

y sin embargo, la fe es hábito oscuro,

(o es plata en ocasiones señaladas o de oro toda o al cabo blanca paloma),

¿no será el arte abstracto el trueno más que el rayo?,

di simplemente que pensamos con imágenes,

no es el dibujo perfecta pintura,

no es la fe perfecto conocimiento,

ambos apuntan a una perfección que sólo en el alma halla su asiento, a ésta se le padece sin verla, se la goza a oscuras, se le ama sin sentirla en deleitoso letargo,

en fin, concluye el fraile sabio, de tal manera anda el alma, a cabezadas, en estos tiempos de tribulación,

pues encarcelan a un pobre fraile que versifica en secreto, sin escribirlos los versos siquiera, un hombrecillo indefenso que anda sumiso entre monjas más aguerridas que él,

sin noche sosegada,

sin convite continuo,

sin esponsales con Aquel que a vivir obliga pues es ley humana y uno muere cada día porque no muere de una vez: muero porque no muero (se dicen todos los místicos ansiosos de la cópula divina),

con resignación y en soledades pero en el más completo diálogo con Aquél, El Invisible,

en el siglo, afuera de los muros, todo es porfía… vana, embelecos, traición, hacen crueldad con inocentes como él,

¿qué hacer?,

lo visto es lo creído, es lo que es,

y lo que es se alza incontestable al cielo,

vivir en trance perpetuo,

lo que no se puede decir no se debe decir, de manera que hay que decirlo no diciéndolo: bastaría un escueto (humilde) dibujo que no reflejara ningún sonido,

la equívoca y poliédrica realidad engendra una transfiguración meramente visual,

en esta la última cena del arte, el hacedor transforma el pan en la palabra, el vino en el signo,

y todo razonamiento interior emerge a la superficie del soporte o la materia creando su propio vocabulario plástico, sui géneris, intransferible, irrevocable,

dibujo y poema se hermanan en la comunión creacional,

la materia del dibujo es innegable, se erige desde lo palpable, desde lo inmediato tangible,

la materia del poema, al margen de su escritura (del signo que fuere) en el papel, puede ser un simple recitado, un susurro, hasta una mirada,

con el Amado a pan y manteles anda el alma, y quieta se queda, saciada y anodina (ya ultimados los esponsales),

40 imágenes (dibujos) no traducen el enredado poético de un fraile en pleno éxtasis,

tampoco lo remedan,

ni en él se inspiran:

lo acompañan en un itinerario plástico que alerta, bien es cierto, desde las entrañas de un posibilismo comunicativo llevado a lo más extremo:

atención a lo interior:

la notación de lo inefable: materia, espacio, tiempo.

Todo cambia, pero ¿por qué cambia? Por una maldita vez en su vida el universo podía estarse quieto, ¡no va a ninguna parte por mucho que se extienda!, ¡y no va a ninguna parte desde su mismo origen, desde ese big bang que lo lanzó al vacío más vacío y que tanto fascina a astrónomos, físicos y demás ralea científica y fisgona!

Charlie, no te muevas, que es peor.

El quietismo también es una forma de misticismo que propende a la reflexión nada ociosa de tu época.

Uno (una caña) se queda encerrado en su habitación y espera.

Nos hemos vuelto simplistas. Sólo hemos necesitado cien años para lograrlo. Pero seguimos sin saber pintar como un niño de diez años. ¿O era de cinco años?

Qué más da, en arte todo es una provocación: el mismo acto, la creación, lo es.

Somos un falso Picasso y nuestros errores ortográficos y sintácticos en las simplezas que redactamos nos los corrigen unos artilugios programados para hacer creer al simple que es menos simple de lo que es.

El manotazo de Valdés Leal arrumba el arrobo místico.

Carmen Gay irrumpe en el arte, tan sutil en sus creaciones, de obra tan calculada, a trompadas, sin miramientos de novicia. Quién lo diría: el resultado es una finura, una sabiduría plástica.

Carmen Gay es un falso Picasso de diez años (como, por otra parte, también lo era él a partir de esa edad) que rastrea su mirada interesada por el mundo (inmundo) que le rodea: un mundo en blanco y negro que arroja a manos llenas a la faltriquera de la artista impasible sus buenos dividendos.

Ensalzada la artista, a punto de ser mitificada.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?

¡Ay señor Francisco de Quevedo, si usted viera!

Te lo diré de nuevo, dama de buena cuna: gana dinero (500 libras al año) y dispón de una habitación propia, le lanza a la cara Virginia Woolf, palabras y puñales: ¡aprende de una vez!

Lo hizo: ahora, qué época, tiene tres estudios: París, Madrid (por poco tiempo) y Nueva York (lecciones de geografía), tanto dinero en los bancos que le aburre la sola idea de gastarlo.

Su madre, tu abuela, estaba loca, decía sin venir a cuento el patriarca Brell de la suegra suicida y artista frustrada, buscando coartadas imposibles que vengaran el desprecio infligido por la esposa. ¿No lo estará ella, la madre que reniega de sus hijos?

Quizás lo estuvo hasta que escapó del marido, fumador de boquilla plateada que no desdeña a escondidas el veguero, y de la prole confusa y polvorienta. Recapacita fríamente el profesor de historia del arte: loca no es, ni tampoco su pintura, que es de enjundia: Fue el hastío y el sentirse errada.

Piensa Boceto en su Paula, de medio manto, en Hanna, niña de toma y daca, a qué escandalizarse de los tiempos, a qué de este gran país y sus peculiaridades, cuando ya en tiempos de reyes eminentes como Felipe II, Su Católica Majestad, se toleraba en mancebía a niñas con doce años cumplidos, aunque condiciones y burocracia había que regulaban el contrato: que no fueran vírgenes (¿quién sería el animal que franqueaba el paso?), que lo fuesen huérfanas o hijas de padres desconocidos o abandonadas por su familia, siempre que ésta no tuviese rango de noble. Hasta documentos oficiales se les entregaba que les validase en el oficio, que probara sus excelencias en la cama y les mantuviera alejadas de autoridades venales.

España nuestra, patria regalada, putería pública, y el hombre imprudente, el que más y el que menos, bien llagada la entrepierna por la pasa valenciana.

Abandonó la pintora la mínima figuración que aún sostenía el discurso plástico. Minimizó el color. Desbarató la forma. Amplió significados la propuesta al proveerla de intuiciones y despojarla de referencias implícitas.

Atención a lo interior.

El mundo se ha achicado, tan grande que parecía:

Hoy invernal pinta en París, gris, lluvioso, y abajo, a los pies de la amplia y confortable buhardilla, casi tocando el cielo ella como artista que es, los Jardines de Luxemburgo entristecidos por la neblina fría de enero y la soledad rara de la media mañana tan parisina y distante, extrañamente silenciosa, y de cuando en cuando una sombra presurosa que cruza el parque desolado con la cabeza metida entre los hombros, vuela mañana con las claridades del otoño recién comenzado al Nueva York de los años ochenta, triunfadora y lejos de cualquier afrenta ya, no tarda en deshacer el estudio de Madrid que, ahora, para nada le sirve, un Madrid por entonces ruidoso, como de escombros, con mucha caca de perro en las aceras, un Madrid muy gris de día y de muchos colores por la noche y que como diría el benjamín abandonado a custodias menos severas que a la que sufrió bajo su égida, huele a túnel de metro, a ropa húmeda, a gasolina y a  calamares fritos.

Qué cosas tiene el arte.

¿Una pintora pelando patatas? ¿Al igual que Charlotte Brontë? Al infierno la patata, el cuchillo y la cacerola, al infierno la trastería doméstica.

Pobre Charlotte, la de Haworth, donde rara vez caldeaba el sol las piedras, que a cierta hora del día abandonaba mal que le pesara la pluma todavía caliente e inspiradora entre sus dedos y disponía sobre el fuego el caldero familiar donde el clan metería la cuchara más tarde.

Qué tiempos, qué páramos.

La Woolf ya escaparía, cien años más tarde, pero tampoco era para alzar las campanas al vuelo: ¿se compraría ella, Carmen Gay, un gato persa con el dinero que le produjera su primer cuadro puesto a la venta?

Un gato persa, silencioso e inspirador, y luego, si es posible, que lo es, un automóvil, es la diferencia entre una mujer actual y la de hace doscientos años.

Carmen Gay mató al Ángel de la Casa en un santiamén. Cual monja arrebatada hizo el amor con Dios y nació de nuevo. Distinta. Otra.

Carmen Gay frente al espejo, como cuando niña, ahora leona, su voz no parece su voz: Te he soñado tantas veces… La tiene, a la verdadera, ahí, al alcance de la mano, afuera de la caverna de los festivos pero a la vez miserables años de atrás: No te soltaré, y es la imagen proyectada quien se lo dice desde la ola verde y profunda del profundo azogue.

¿Su vida pasada? Está bien, forma parte de la actual, es el lastre necesario, el tiempo pasado no desaparece así como así, pero es una especie de abono, un fertilizante que termina posibilitando los deseos inmediatos: Mary Wollstonecraft, y otras muchas citas, otros muchos recuerdos, que en tropel brotan a la luz, reconfortan el ánimo de la moderna Nora después del portazo, a la que ya era antes de serlo pero no sabía serlo: Un marido es una parte cómoda del mobiliario de la casa. Carmen Gay habría pensado sin zumba que, durante un tiempo, también podía ser algo interesante (cuando aún era desconocido) en la cama.

Adiós, adiós.

Tampoco era carcelero el consorte y padre de sus hijos, -allá te los hayas a partir de ahora-, encerrada no estaba, nunca fue prisionera sino de ella misma, aquel sólo era el hombre invisible las más de las veces, Gran Indiferente, culpable, pues.

Recobra el tiempo perdido porque ha de nutrir con sus ventajas desveladas el futuro, ya lo hace con el presente, que crece y crece pujante, invencible.

Su madre, tu abuela desconocida, pintaba los rostros imaginarios de seres humanos (?) que sólo existían en su imaginación… ¿Les habría puesto hasta nombre? Ella, hija no renegada aunque, y esto era plausible, más perfeccionada (tiene las quinientas libras, tiempo libre y una habitación propia), pintaría los pensamiento imaginarios de esa gente imaginaria.

Carmen Gay puede tener fobias, antipatías, prejuicios, ¿quién no los tiene?, pero no anida fantasmas que anden como diablillos divinos o mal rebotando en el interior de su cráneo, metiendo líos y creando situaciones paralizadoras, y ello le libra de muchas batallas que entablar e incluso perder cada día. Ella, a lo suyo. La realidad es la que es: y puedes hurtarla simplemente eligiendo una esquina u otra de las que te salgan al paso: tú eliges, tronante: adelante, avasalla.

Carmen Gay: en su manifestación, lo exterior, fértil como un jardín, congratularos testigos, con el plural aroma que destila ante vuestros ojos gratuitamente.

Dura, cruda y agreste en su interior como, sin contemplaciones, lo es el páramo azotado por el viento de piedra y la lluvia de aguijones helados y punzantes o como el sutil, por no visible, cruel sadismo que utiliza contra sí mismo y su apariencia mortal el místico que atropella su carne no siendo culpable de nada.

Buena mujer aquella, y la de ahora. Fuerte.

Medea:

Mamá, nuestra querida mamá, nos alimentaba con piensos compuestos Sanders.

Crecimos sanos, robustos y… desgraciados.

Buena era ella.

Se cansó de pertenecer al gremio de los pusilánimes, aun teniendo la mano suelta, esas personas que se imaginan a sí mismos más que se viven.

Qué mujer.

Brell el Joven recapacita. Su mito erótico era Hedy Lamarr, y su madre guardaba un parecido extraordinario con ella. Más de una vez pensó en coger un avión y plantarse en Julien’s, a ver si pescaba mediante unos dólares alguna prenda íntima de la actriz. Tampoco se hacía ilusiones: una cepillo para el cabello, unos aguantes, una barra de labios… con eso bastaría.

Brell el Viejo firmaba sus sentencias de muerte un día sí y otro también a causa de sus estúpidas ironías con la cónyuge:

Bonita máscara, dictaminó sarcástico, inclinando el torso hacia el libro de gran formato que sostenía su mujer, la ama de casa del hogar de los Brell, sobre las piernas, sentada en el sillón al lado de la ventana que proveía de la luz del Este.

No es una máscara. Es Mujer I de, de William de Kooning, corrigió ella con voz suave, como la luz de aquella tarde morosa.

Me refería a la jeta del artista.

Un silencio espeso sobrevoló por entre los dos interlocutores: el burlón y la ofendida.

Klee, poeta; de Kooning, un destructor. Clasificación Brell.

Y así iban las cosas de bien.

Dos sarcasmos más y en lo sucesivo pelas tú las patatas, el hombre de la casa.

Cotejaba Boceto el Clásico, comparaba buscón y vengativo la invectiva trágica en las dos versiones a su alcance, la de Séneca, la de Eurípides… la propia:

¡Desgraciada mujer!,

¡ay de ti, la infeliz,

qué grandes es tu dolor!

¿A qué tierra te irás?

¿Quién te habrá de hospedar?

¿Qué casa o región va a salvarte del mal?

¿A qué peaje de penas,

a qué inmenso mar…?

Optaba por una u otra obra, ora Eurípides ora Séneca… En esas andaba, ya en la espesura.

Mujeres artistas las ha habido siempre. El siglo, lleno de asechanzas y zancadillas, cualquiera de ellos, no ha podido con las mujeres creadoras, la mayoría anónimas, pero tan de la misma raza tozuda que la de los artistas más excelsos y comprometidos.

Artemisa Gentileschi-Hedy Lamarr-Carmen Gay pintaron al unísono el famoso cuadro Judith decapitando a Holofornes, después de sufrir violación:

¿Violación?

¡Que lo prueben! ¡No nos dejaremos engañar por las viles artes femeninas!

Confesarán de plano: el potro de tormento aclarará si son realmente artistas o unas simples farsantes pincel en ristre para disimular sus arterías. Empezaremos por romperles los dedos de las manos uno a uno.

Tras la tortura, probado fue: el villano, que era también artista, ya demostró desde muy joven que era villano y acabó en galeras.

¿Truco o trato?, ¿cabeza o pene?

Cabeza: muerto el perro se acabó la rabia.

Pues, sea Judith la Vengadora.

De un tajo del alfanje, la cabeza desmembrada del tronco al cesto: ese hombre bañado en vino ya no es nadie; la testa guerrera que chorrea sangre, un espantajo que acobardará a los enemigos de la heroína al verse huérfanos de capitán.

Esa mujer, blandiendo un alfanje, sabía de sobra su puesto en la historia. No hay lugar para la flaqueza.

Los hijos son un señuelo, sus lloriqueos una trampa indigna.

Comienza, pues, el periplo hacia la gloria.

O… llámalo sueño (americano).

Sí, rompía las fotografías de unos hijos que tan extraños se le antojaban.

No te ablandes ni pienses

que les amabas mucho,

que les pariste.

Al menos en este breve día

de ellos olvídate;

luego, podrás llorar,

pues, aunque les sacrifiques,

les querías…

En fin, soy una desdichada.

Padre, no hay cena en la mesa.

¿Por dónde anda la señora, la dama del castillo?

Voló.

Vuelven los pañales a la casa.

¿Y el servicio?

Jueves, día de chachas.

Pues aviados estamos.

Pero no hubo más. Nada de alharacas ni preguntas ociosas. Algo habría en el frigorífico o en las despensas de la cocina para salir del paso: pan alemán, un poco de fiambre, alguna conserva de garantías, fruta fresca del tiempo, tabletas de chocolate negro. Era un hombre tranquilo, Brell el Viejo. Ahora sabía que nunca más vería en esta vida a su esposa, al menos cara a cara. Aguardaba esa conclusión desde hacía más de diez años. El hombre tranquilo suele ser observador, y extrae consecuencias hasta del detalle más nimio, más brutal o más desconcertante: el día anterior a su huida la sorprendió haciendo trizas una buena cantidad de fotografías. No preguntó nada. No quería que ella mintiera ahora cuando nunca lo había hecho en el pasado.

Rompe fotografías de los hijos…

No hay vuelta atrás, pues.

Una huida en toda regla: en los armarios y roperos colgaban todos sus vestidos, y en el zapatero, los zapatos se hallaban perfectamente alineados; en el baño, sobresalía del vaso de plata el cepillo de dientes rojo, su color favorito, y en los apliques dorados sus toallas de uso personal así como el albornoz rosa colgado detrás de la puerta; en los cajones superiores de la cómoda, frente a la cama de matrimonio, prácticamente se apilaba con exquisito orden toda la lencería.

Ese orden, esa elegancia, la rara pulcritud, certificaban de sobra el cataclismo. Todo ha acabado.

Sólo había desaparecido un pequeño maletín de mano.

Respecto al dinero, comprobó que del cuenco de madera donde solían depositarse todos los días media docena de billetes y un puñado de monedas para gastos de calle, faltaban únicamente unos cientos de pesetas, las justas para sobrevivir una semana a lo sumo si pernoctaba en pensiones de tercera categoría y se alimentaba de bocadillos.

Se ha ido para siempre, se sorprendió diciendo en voz alta Brell el Viejo, descuido que jamás se permitía en ningún momento para no delatar su pensamiento.

Quizá sea mejor así… No,  seguramente es mejor así, concluyó resignado.

Habían estado desde mucho tiempo atrás en aquella casa, Dios y el Diablo la bendigan, como en un callejón sin salida. Eso él lo sabía de sobra. Y no era el Callejón del Gato, donde todo se viera intencionadamente deformado. La escapada era inapelable, sin equívocos, definitiva y terminal. La huida de Carmen Gay Giner abriría un boquete por el que de una vez por todas el aire iba a entrar a raudales, a ventilar habitaciones y pasillos, aunque más por los pecados de ellos que por los de la fugitiva, que no llevaba detrás ningún tormento..

Respirar, por fin, dijo de nuevo en voz alta, aunque sin importarle esta vez. Pero inmediatamente se sintió cobarde, algo ruin.

A rodar.

Y esa noche, como todas las noches hasta ese momento, Bernardo Brell Ferrer durmió a pierna suelta y la conciencia en paz, siete horas de perfecta ausencia del mundo (2 miligramos de Rohipnol).

Tenía muy pocas ambiciones, y las que tenía eran de muy fácil consecución, por lo que siempre estaba satisfecho, si bien, en ocasiones, no dejaba de sentirse un impostor.

Se metió entre las sábanas perfectamente remetidas y llevó el embozo bien alisado hasta la barbilla:

De todos modos, esa mujer está ya en una edad de la que no puede decirse que su mayor gracia sean sus rubores, que diría miss Woolf.

Casi cincuentona… Lo que me cuentas, querida, es música de repertorio, una apertura ruidosa o así, mil veces oída. Otra que da el portazo. Demasiado cante. Sólo te falta el collar de perlas, el vestido negro talar y el programa de mano.

Les compraré un televisor a color a los vástagos, vino a decidir, ya en sueños. Necesitan un linimento que apacigüe esa orfandad inesperada.

La televisión pronto llegará,

yo te cantaré y tú me verás.

A pesar de la muerte de El Generalísimo lejos del campo de batalla, pero tumbado en la losa carnicera de un hospital, aún estamos en 1975, querida, bromeaba el viejo Brell, un año antes de la emancipación de la dama del castillo: las reglas son las reglas y hay que respetarlas; de lo contrario te detendrán, esposarán y amordazaran las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.

Artículo 57: el marido debe proteger a la mujer y ésta debe obedecer al marido.

Esa tutela machista parecía ser eterna, pertinaz y estéril como las tierras yermas de la patria.

En dos años podría advenir un golpe de estado y torcer de nuevo las cosas de las Españas: hisopos y espadones militares otros cuarenta años más, con algún generalote de catadura semejante a la del difunto de El Pardo: no saldríamos jamás del desierto, dando vueltas y vueltas en torno a zarzas ardientes bajo el sol implacable.

Libertad sin ira, clama un periódico precisamente nacido ese octubre del año del Señor de 1976.

Sube la amazona al caballo alado. Vuela del nido. El cielo, que no existe y es sólo la tierra abierta al horizonte, bajo sus pies. Dura superficie sobre la que trotar.

Los tiempos están cambiando, están cambiando los tiempos, vocea un barbudo trovador guitarra en ristre.

No te salvó el amor, no te salvará el arte. Pero esas cabezonerías impiden que mueras de pie, como un vegetal o una piedra que desmintiera su naturaleza y se viniera abajo como el frágil barro en cuestión de unos días (… y se desmoronó como un montón de piedras.)

Polvo o escombros, pero encuentra una razón para vivir, cenizas volcánicas se erigen pétreas al cielo azul donde no llegaron los humos de las entrañas malignas de la tierra, ser humano es crecer desde abajo.

Los datos son imprecisos, arbitrarios en apariencia, y aunque a lo loco, alla prima, hilvanan un derrotero que algo, cosa o coso, dibuja sobre el tapiz enredoso de los días: ninguna forma reconocible, imágenes imposibles como las que crea el constante y enérgico deambular de un hormiga: viene y va, está de aquí para allá, anda y desanda, y para adelante y para atrás y a un lado y a otro.

Cuando Carmen Gay abandonó el hogar familiar no se dirigió a una pensión de mala muerte, ni tampoco tuvo que alimentarse en días sucesivos de bocadillos o hamburguesas de contenido inextricable. Disponía de bastante dinero (siempre ha habido dos esposas: la oficial y la clandestina), y, además, encontró en seguida alojamiento y una cálida acogida en el apartamento de una de sus mejores amigas separadas (una de las siete, de once, que se hallaban en la misma situación –siempre ha habido dos Españas: la oficial y la clandestina-), frente a la Alameda, a la altura del edificio de la Pagoda, en la parte izquierda del antiguo cauce del río.

Estuvo allí por poco tiempo. El suficiente para hacerse con un vestuario y calzado nuevos, sosegar el vigor de la sangre y trazar un plan de actuación personal y profesional para los próximos meses. Y, lo más importante sin duda, llenar un cartapacio de considerables dimensiones con cerca de medio centenar de dibujos en blanco y negro sobre excelentes cartulinas Guarro: una presentación en orden, en toda regla.

Cuando lo tuvo todo razonado, todo lo que se hallaba a su alcance al menos, y sabiamente se resignó a aceptar los imprevistos sin rechistar, recaló en Madrid, alquiló un estudio por las inmediaciones de la plaza de Asturias e inició las entrevistas adecuadas sin andarse por las ramas ni mostrarse mojigata en las cosas del arte y de sus propias aspiraciones.

Sé lo que quiero ¿Qué quieren ustedes?

Sus credenciales.

De arte sé más que ustedes y, además, soy artista, por lo que tengo todas las de ganar.

¿Quién iba a contradecirla?

Lo único que le faltaban en su proyecto de futuro eran mercachifles que supieran saquear sin escrúpulos los bolsillos de los coleccionistas y mangonear valiéndose de componendas y corruptelas políticas en los presupuestos financieros de los museos y de las instituciones. No tardó en encontrarlos: el dinero es receloso y cobarde, pero el mundo del arte está lleno de auténticos depredadores de gran astucia, de ingenuos y botarates a la última (un tonto y su dinero no están mucho tiempo juntos, suele decirse, y algunos de los que lo dicen por lo bajo incluso aprovecharse de ello).

Sabemos qué bando, en cuestiones de pintura y escultura, ha ganado de antiguo la partida.

 Mantuvo los contactos necesarios y a mediados de 1977, al acabar el sofocante verano en que se celebraron en España las primeras elecciones libres después de cuarenta años, había firmado un contrato de permanencia con la dirección de una de las, por entonces, más acreditadas galerías de arte moderno en la capital.

El arte político y el realismo reivindicativo estaban condenados a muerte en manos de los nuevos aprendices plásticos: sólo se respetaría el practicado hasta ahora por los mayores, el arte más o menos panfletario que antes de la muerte de Franco azuzaba de manera un poco simplista la conciencia del país mediante alusiones connotativas antes que denotativas; la abstracción con ínfulas y la frivolidad figurativa comenzaban a asomar la patita: ése debía ser a partir de ahora el arte preferente de los jóvenes.

Tonto, el último.

La figuración de Carmen Gay era novedosa… por extraña, por desdeñar referentes del pasado y mostrarse al espectador con toda la insolencia de un atrevimiento que osaba corregir un antropomorfismo pictórico reconocible siglo tras siglo pero a la vez desgastado por el uso desmedido de su metáfora: de cuerpo entero o despiezado.

Ella hizo del ser humano, de su humana cuadratura, manchas negras, espacios blancos, trazos crueles, claros, oscuros…

Era el momento justo para ella y para muchos otros como ella. Apuntó más alto: caza mayor, y no le importaba nada quien fuera la pieza a batir, incluso si fuese ella misma: en plena cacería de esta especie el artista, por mucho que se deje engañar, siempre sale ganando: sale de la nada.

¿Es usted Juana Mordó?

Y usted ¿quién es?

Una artista muy interesante para usted por ser absolutamente desconocida.

Atención a lo interior.

La otra: una judía griega de origen sefardí que siempre supo lo que llevaba entre manos. Sabía mucho del negocio del arte (tuvo que saberlo, en sus comienzos vendió hasta su coche para poder comer; se volvería artera, en el buen sentido de la palabra) y mucho más de saber venderlo a buen precio y a quién hacerlo.

En efecto, sabía lo que llevaba entre manos.

En aquellos instantes una carpeta con varias decenas de dibujos que invocaban la más enigmática naturaleza del hombre, de la mujer, de sus avatares metafísicos…

Y, sí, por cierto, ¿quién era esa mujer anónima que se hallaba sentada frente a ella, que, con la edad, ya había dejado atrás el rubor y que clavaba la mirada socarrona en sus ojos, segura de sí misma, como si nada, como si ni ahora ni nunca tuviera nada que perder?

¿No son demasiado extravagantes estos seres de miembros y cabezas tan alargadas, de hechuras tan imaginarias? De tan grandes pies y manos. Son seres inquietantes, como si fuese su interior, sus propias vísceras, lo que los conforman, unos adentros de blanco y negro, lo tomas o lo dejas… Cara o cruz.

No son seres humanos… o por lo menos, no todo en ellos lo es.

¿Qué son, entonces?

Los pensamientos imaginarios de unos seres imaginarios. Ha estado usted muy cerca de adivinarlo.

Buenos ejemplares de hembra estas dos. Caza mayor. Con ellas es de lo más pueril andarse por las ramas. A tiro descubierto. Todo encima de la mesa de buenas a primeras: todo en el lienzo sin estériles vergüenzas. Y, entre mujeres, nada del juego de las cuatro esquinas.

Ha tardado usted mucho en atravesar la puerta de mi galería. Y sin que hubiera una cita por medio.

Todo encuentro es una cita; toda muerte, un suicidio: Borges.

Si una hace lo que tiene que hacer, el tiempo es lo que menos importa.

Por otra parte, convengamos en ello: las dos son unas connoisseurs, y saben perfectamente donde pisan.

La pintura ¿hay que adivinarla?

No, hay que comprenderla. O sentirla, como la música.

No comprendo a Rothko.

No entiendo los cuartetos de Beethoven.

Me angustia el silencio de Brancusi.

(El rumano dialogaba consigo mismo mediante su retrato, pues le fascinaba: se hizo centenares de fotografías con un disparador a distancia: ¿ese era el verdadero discurso? ¿Pero había necesidad de comunicarse artísticamente una vez te instalas en el silencio?)

Pensamientos imaginarios, dice.

Kokoschka lo dijo mejor: el arte no sólo tiene tres dimensiones, tiene cuatro… La cuarta es la proyección de mi yo.

(Yo: la cuarta dimensión.

Yo es tiempo.)

Kokoschka, quién lo diría, era un ingenuo. Estuvo a punto de matarse por una trepa de cuidado, una coleccionista de genios que debió ser una diabla en la cama a juzgar de la manera como los encandilaba.

La pintura… Limítese a una contemplación mística, que se recrea inútilmente viendo el aire: no hace falta ver a Dios, quizá nos sorprendiera su inconmensurable fealdad. A mí ha dejado de interesarme la encarnadura de los pensantes, incluso me sobra, y a la vista está.

No descifro los poemas de Celan ni el asco bien educado de Gil de Biedma con sus rimas internas, ni los arcanos de Dickinson ni mucha de la poesía del XVII español, y qué le voy a decir de Góngora, que es como un mural, una plástica de palabras que me son prácticamente ininteligibles, así que me limito a leerlas en voz alta con los ojos cerrados, como si imaginara un gran cuadro creado por mí a través de los sonidos.

¿Descifrar?

También la escritura es un dibujo, una combinatoria plástica, sónica si lee en voz alta… Conténtese con ello. Para qué más.

(Fuente: Georgia; tamaño: 9.)

Usted se declara artista, de modo que le confesaré un secreto, pues los artistas han dejado de intimidar a la gente después de Picasso, lo que nos introduce en el libertinaje de las suposiciones y las opiniones descabelladas: yo no entiendo nada de pintura. Entiendo el negocio del arte, que es algo muy distinto.

Sin embargo, la mentada doña Juana, cree en los artistas a los que representa.

Qué remedio. Son la materia prima, lo visible, lo vendible.

Existe un elemento diferenciador que criba al buen artista del que no lo es.

En términos cualitativos, el arte ya no es mensurable. Sólo pueden distinguirse en el quehacer creativo a los mediocres, a los del oficio, estos destacan como luminarias en el ámbito de las artes plásticas, lo que no deja de ser llamativo. Escritores, pintores, escultores músicos… prácticamente todos saben tocar música, escribir, pintar, pero muy pocos pueden componer, crear por encima de cualquier convencionalidad instrumental. No hay ninguno de ellos que no tenga talento, algo muy frecuente en casi todos los artistas que se empeñan por demostrarlo a base de tenacidad y oficio (también los hay incluso demasiado perezosos para hacerlo y ni se esfuerzan por conseguirlo, se han rendido de antemano), pero no tienen ninguna genialidad. Están instalados en la medianía, lo ramplón y la soberbia, pues todos los mediocres desdeñan lo que no saben, bufan ante lo desconocido o nuevo, como si les agraviasen los logros de los otros.

Usted impulsó la obra de grandes artistas informalistas…

Yo había sido una especie de madame de salón, esa era mi verdadera aspiración: los sábados reunía a intelectuales y artistas en mi casa y procuraba que movieran la lengua cuanto quisieran, yo abría las orejas y no dejaba de sonreír. Lo demás, mi entrada en el mundo del arte, constituyó una sorpresa bastante inesperada. Fueron ellos los que me hicieron creer en mi papel de marchante y de galerista de vanguardia. Hasta pusieron algún dinero para que abriera la galería, lo cual no deja de ser un buen comienzo para una mercader inveterada como yo, el producto en venta se costeaba inicialmente a sí mismo. Y me coloqué en primera línea, ¿qué podía hacer?, y la mano abierta en señal de amistad.

Posdata: Siempre he sido una mujer muy sensible hacia ciertos aspectos de la cultura, las importantes de entre todas ellas, como el arte, aunque no sea precisamente una experta en él, o la cocina. Con eso una ya tiene media ganada la supervivencia.

(Y no te olvides de sonreír nunca.)

A rodar.

Ella, Carmen Gay, se halla inmersa en un negro goya, un negro saura, un negro millares, negro terciopelovelazqueño, un negro españa, un negro viola, y los espacios, que actúan de blanco.

Pensamientos como correrías de las arañas por encima de un cristal.

Todo esto te daré, proclamó la madama, e indicaba con un brazo las paredes blancas y desnudas, vacías, aún inocentes, de la galería: las puertas del cielo.

Ábrelas (profánalas). Puede que hasta comiences a ganar un poco de dinero, a vuela pluma, como la que no quiere la cosa pero que tampoco, por nada del mundo (un millón de dólares, cien millones de dólares), quiere verse aferrada a un sueldo.

Doña Juana habla de dinero: querida, es lo esencial, después de todo. Sólo aquellos que no intervienen en la cultura como creadores piensan de ella que no es un producto.

Naturalmente, la galerista ya venía con todas las garantías de otra de las cuadras donde se había pertrechado de argucias.

¿Qué vale una de tus obras?

El asunto no es baladí.

Y, sin embargo, existen unas reglas, un ordenamiento que fundamenta el justiprecio, esa plusvalía de la pasada confianza en algo nuevo y extraño y, en consecuencia, en aquel tiempo desnudo de referentes, proclive al riesgo, a la pérdida o al chasco humillante transcurridos los años. Quien fue valiente arriesgó. Es lícito, pues, recoger dividendos no sólo basados en lo meramente especulativo: un conjunto de ecuaciones y operaciones sensatas determinan el valor dinámico de las llamadas obras de arte más allá del sufrimiento, de la anécdota, de la biografía del artista con el estómago lleno o vacío.

Empieza el baile:

¿Cuál es la medida de su valor?

Tendremos que tasarlo: he ahí la solución que ha de devenir el mandamiento: contemplaremos la unidad de su medida, el conocimiento del mercado (para todo lo hay: hasta para el riñón del hombre enteco y pobre de Bombay, Dhaka o Bamako que sucumbe a la desesperación ante el hambre de los suyos y se vende a trozos), las variables posibles del valor y sus residuos fenoménicos, los procedimientos determinantes, empíricos y de otra índole para proceder con cordura.

¿De qué depende el valor? De quien tasa, de quien vende, de quien compra.

¿Existe una teoría del valor de la obra de arte? ¿Una vara ontológica, fenoménica o de otro orden sistemático?

Existe un valor de coste, de producción, de transformación, de capitalización…

Existe el precio, algo tangible y por lo demás definitorio: si alguien paga lo que se pide, aquél, el precio, deja de ser concepto y se transforma en entidad: en nuestros días el material (el dorado y la madera) que enmarca uno de los cuadros de Van Gogh vale más que en su época todos los metros de lienzo juntos que embadurnó el artista.

En cuanto a la plusvalía, si el mercado no falla: existe la oferta y existe la demanda: esto determina el valor de cualquier cosa: el bocadillo de atún, el cuadro o la estatua y un viaje en ferrocarril.

Y, ahora, respecto a la obra de arte, ¿podríamos hablar de los parámetros de orden cualitativo?

Querido amigo, una vez la contemporaneidad alejó de lo artístico la referencia de lo representacional, lo paradigmático y su posterior ponderación, nos hallamos en el País de las Maravillas de la mano de Alicia y su estrafalaria cohorte de divertidos y atrabiliarios personajes.

Sabemos lo que es una obra de arte contemporánea porque sabemos su precio sin que otras consideraciones canónicas nos distraigan de lo verdaderamente esencial: su sola contemplación sin instigaciones.

A rodar.

Hesse, ¿Qué hallamos en tus obras?

¿Sinceridad, pasión, emoción, poesía, sensibilidad, ingenio, inteligencia, intuición, sentimiento, perspicacia, clarividencia, trascendencia, cultura, estilo, personalidad, invención…? ¿Belleza? ¿Fealdad? ¿Estética?

Seven Poles:

Fibra de vidrio, polietileno, hilo de aluminio.

Nueva York, mayo de 1970.

Siete palos, erectos por la fibra de vidrio, viscosos por el polietileno, cuelgan desde lo alto sujetos por hilos de aluminio hasta caer sobre el suelo. Tienen, aunque vagamente, forma de “L”. Las texturas de la superficie son rugosas, de acabado irregular, casi toscas, se diría que indeterminadas y provocadas, más que por la manipulación de la artista, por el azar y lo casual advenido durante el proceso. Nada parece definitivo ni perfecto en esta obra de palmaria simplicidad compositiva y cuya irracionalidad aparencial no niega, por otra parte, íntimas y dolorosas correspondencias en la sencillez de su discurso con el sentir de la artista (moriría quince días después de darla por terminada).

Su compra, ¿genera desconfianza en esta primera hora? Su misma singularidad, burda y repelente, parece disuadir de la adquisición a cualquier coleccionista. En fin, otros guarecen caballos vivos en el interior de pulcras galerías de arte: nadie va a comprar ninguno de esos caballos a su “encantadora hijita Nancy en el día de su cumpleaños”.

¿Acaso es un objeto vendible?

(Por supuesto… si hablamos de dinero.)

Lo es si lo dictan los datos del mercado: éste hace asimilable todo tipo de magníficas extravagancias, sus apariencias, sus materiales, sus contenidos.

La tasación es el principio de su autenticidad, bondad artística y recorrido especulativo.

¿Puede ser falsificada la obra de arte moderna?

Hesse: cientos, miles de falsificaciones… no de sus obras, de la misma artista, de igual forma que existen diez o doce millones del hombre y artista Vincent van Gogh falsificados que andan por ahí con una paleta y una caja de tubos de pintura sin sufrir el sol del mediodía de julio, el estómago vacío, la humillación, la soledad de la noche… Sin firmar el contrato definitivo: la locura y el pistoletazo en el pecho.

¿Cuánto tiempo supuso la realización de Seven Poles?

¿Días, semanas?

¿Medimos en horas?

¿Medimos en… espacio-tiempo?

Ella piensa; es decir, trabaja: imagina, elucubra, da rienda suelta a una imaginación cuyo producto siempre resulta arduo y fatigoso. Se impone, en consecuencia, remunerar esa actividad no por invisible menos determinante: las ocurrencias tienen un precio inexcusable.

¿Cuántas horas dedicó a una concepción que hasta su misma materialización sólo surgía de las mortificantes idas y venidas por un cerebro embaucador, atrapado y oscuro entre las paredes craneales?

¿Utilizó dibujos previos, bocetos anodinos, maquetas laboriosas?

¿Existieron consultas de otro tipo?

¿Se recabaron opiniones, pareceres, disidencias?

¿Se procuraron informes de los censores?

¿Quién auditó, a precio, cpstes?

¿Hubieron de pasar muchos días durante la elección de los materiales? ¿Cuál fue el coste de su compra? ¿Se llevaron a cabo desplazamientos a lo largo y ancho del Bowery en su búsqueda? ¿Se reseñan gastos adicionales (la copa obligada en un encuentro casual, una comida de trabajo)?

¿Se registran imprevistos (la compra caprichosa estimulada por el escaparate vil durante las correrías)?

¿Se adquirieron instrumentos adecuados para la ejecución de la obra?

¿Se contrataron los servicios de algún profesional o taller especializados en tamaños menesteres?

Las perversiones artísticas no deberían andar lejos de una sexualidad liberada del tabú o la inmensa falsedad de una decencia que termina desexualizando al individuo. Una moral equivocada redujo al cuerpo a la mazmorra del miramiento cuando debió ser siempre un instrumento para el placer en alianza con un pensamiento libre y reflexivo.

Nada en el cuerpo es culpable. No hay pecado original. Y todo en el arte es sensualidad: una mujer artista vendió su virgo.

Nada en la creación fue susceptible de corrección: lo adaptable sólo exigía tiempo, nada había de predeterminación.

He aquí, por tanto, que un arte pródigo exige la desinhibición absoluta: un arte de los sentidos que no repugnara de lo racional, la emoción corregida por la regla llevada al paroxismo: ninguna regresión debería ser contemplada ante el vacío y la angustia de un cuerpo único y consciente, irrepetible, desnudo, vulnerable y finalmente destruido frente el mundo y su destino cósmico con fecha de caducidad.

Y, no obstante, existe un deseo órfico en ese heteróclito conjunto de obras, este diablo cojuelo que levanta los techos de lo visible ansía derrotar a la muerte mediante el subterfugio de la ilusión, de la magia dominguera del siglo XX que sucede y prolonga las tareas de Vermeer de Delft, Velázquez, Van Gogh y Picasso.

“Aunque, no se fíe”, previno. “Después del puñetazo en los ojos le querrán quitar la bolsa.”

El verdadero artista golpea de veras. Como sus intermediarios.

Siempre van tras ella, los mercaderes de hombres: una religión llena de cepillos donde guardar a buen recaudo las monedas birladas a los otros.

Entretanto, la artista, con las mangas de la blusa arremangadas por encima del codo, la boca abierta y los ojos espabilados chapotea en la estética de la irrealidad, esculpe con la imaginación y labora con la disposición y el uso extravagantes frente a lo utilitario y funcional realistas. Lo estético riñe con correcto, aparta a manotazos aquellas de las ideas que puedan hermanarse con la geometría milenaria del orden cotidiano, la línea (el garabato imposible) platónico y equilibrado, pues el arte es la libertad absoluta de los sentidos, y ella, La Reina de lo Intuitivo, así lo cree, y en su mente libérrima baraja las cartas de Las Leyes al Tuntún.

¿Dónde está la razón?, se pregunta escéptica.

No se cree la razón.

En ese momento, ya tiene ganada la partida.

(HESSE, David Grau, páginas 539-543, Valencia, 2012)

Podemos hacer negocio… a la larga. El dinero, a la corta, no me interesa.

La época es buena: requiere un lenguaje tan confuso como ella misma: los billetes, volanderos, de todos y de nadie, llegarán solos hasta nuestros bolsillos, como si tuviesen alitas.

Qué de cosas para abrumar el bienintencionado o al espectador ansioso de descubrir nuevos genios del arte.

(Como si fuera una película de Buñuel (El fantasma de la libertad)… Lynch (Cabeza borradora), Bresson (El diablo, probablemente) o Delvaux (Bella), ya rizando el rizo, sorpresa tras sorpresa.)

¿Tiempos confusos? ¿Qué leemos, pequeña, desconocida y fugada ama de casa, qué libro llevamos entre manos?

Acaba de aparecer la traducción. Ha sido una compra dudosa. No sé. Es un libro curioso, parece todo él un conjunto de digresiones, su protagonista, al menos el que tiene la voz cantante, gira y gira como una peonza de un lado a otro de las páginas, aparece y desaparece como un duende...

No sea tímida, dispare el título.

Vida y opiniones del caballero Tristram Sandy.

Excelente ocupación para las próxima semanas.

(Pero no me deje de pintar: ha llegado hasta aquí por negocios, y eso es lo que verdaderamente importa.)

Qué tiempos, qué confusión:

Antonio Saura concretaba sus ideas a la par que desbarataba su pintura leyendo a Descartes; Lucio Muñoz, más coherente, componía y ordenada los trozos de madera rota por el tiempo, magullada y casi podrida por la inclemencia del viento y la lluvia, mientras leía fervorosamente al atrabiliario austríaco Thomas Berhard; Tápies seguía fantaseando como un ingenuo sobre la historia, el nacionalismo y la religión valiéndose de símbolos y metáforas matéricas demasiado evidentes, harto inteligibles en ocasiones: una abstracción que ya era casi una figuración, una declaración de intenciones que hasta podían interpretar los niños catalanes menos espabilados; Viola rasgaba con esplendentes fucilazos y destellos cromáticos la profunda negrura de los cuadros: no pensaba lo que hacía, era un gesto que ultimaba el rodillo a rebosar de luz con la que acribillar la profunda oscuridad; Millares poco antes de desaparecer del mundo de los vivos, dibujaba con bolígrafo de tinta azul centenares de estudios sobre manos, manos cerradas y abiertas, largos dedos esqueléticos, puños de gran dramatismo al tiempo que sus arpilleras chorreaban pintura roja como la sangre y espantaban con su negritud cósmica, a nada del mundo (salvo a una idea maléfica sobre él) recordaban, y, sin embargo, las manos que todo lo palpan, lo agarran, de todo se apropian, tan reconocibles, tan de la tierra.

Épocas confusas: hasta lo informal tiene forma: arremete contra lo clásico, pero, en el fondo, no lo abandona, reconocemos las hechuras de la no-representación… Una pausa. Meditación (y cierre). ¡Pero crea otra a la que inmediatamente identificamos! He aquí el Nuevo Mundo, todo parece tan nuevo… ¡pero es como el antiguo! ¡Pronto lo haremos propio! (De lo contrario, lo extinguiremos. Nuestros pinceles, nuestra bujarda: la cruz y la espada.) Y, así, queridos hermanos en el Cristo de san Juan de la Cruz, de Dalí, hemos creado una ortografía, una morfología y una sintaxis plásticas… No ha de pasar mucho tiempo en que aparezcan los gramáticos de nuevo cuño a atiborrarnos con reglados y preceptos y normativa, a nosotros los inventores, los visionarios, los propietarios de este arte de la ilusión.

(1961): ¡Hasta Joseph Beuys ha sido nombrado profesor de escultura en Düsseldorf! ¿Será, por ventura, dómine severo con palmeta a punto? ¿Propondrá dictados? ¿Corregirá faltas de ortografía? ¿Paseará entre los pupitres con gesto amenazador?

Yo también soy una obra de arte. Y eso ¿quién lo dice? Manzoni: ha estampado su firma en mi culo, de modo que soy una escultura andante de Manzoni. ¡Atrévase a negarlo!

¿Y dónde piensa subastarse? En Sothebys o en Christie’s, Durán?

Dependerá del lujo del catálogo. Ese detalle tan nimio es capaz de triplicar el precio de salida en dos minutos.

En todo caso, no he de venderme barato: ¡enseñaré el culo!

¿Está de acuerdo conmigo, reciente lectora de Sterne?

Yo también tengo una foto de Ives Klein lanzándose al vacío, de traje y encorbatado.

¿Qué me dice?

¿De qué estamos hablando?

El Sterne ése…

¿Y a qué santo el señor Klein?

Cosas de la época, los sesenta.

Donde montar en el Hobby-Horse (¿qué importa donde te lleve el caballo de cartón? Eres tú quien lleva las riendas y vas lejos, muy lejos, aunque las patas del caballo parezcan clavadas en el suelo:

lo están, seamos realistas.

De la sala de estar a la gloria.

Soy un genio, dice en voz alta, y el caballo obediente y magnífico, Pegaso, echa a volar.

El señor Laurence Sterne murió joven, lo cual no es extraño en las biografías de los artistas, solitario y pobre como las ratas, lo que tampoco es excepcional en la vida miserable de gran parte de los artistas, siempre empeñados en robar el fuego. Con los dioses no se juega. Ya ha llegado, dijo al reconocer a la Parca.

La tenemos en la sala de estar. Sueñe, dice Juana Mordó a Carmen Gay.

Pero ya no hace falta que sueñe despierta, se halla frente a la madame. Ha llegado. Será célebre, y por añadidura, una gran artista. (Cada uno llega donde le es permitido llegar.)

Ella, la madame, tiene olfato para ello: la ha visto venir, pues es una mujer con intuición, y tiene el ojo avizor, como el que posee el vigía en lo alto del mástil, oteando las tierras del Nuevo Mundo, y, además, la madame disfruta de cierta sensibilidad hacia determinadas cosas.

La mujer de Sterne se volvió loca a causa de las continuas infidelidades de su señor: sensibilidad profunda.

El vuelo de Klein debió ser en 1961 o tal vez en 1962. En cualquier caso, no se rompió ninguno de los 200 y pico huesos del cuerpo. En cuestión de arte y sus asuntos anecdóticos, le salió una mamarrachada la breve zambullida al aire. Pobre saltador de vacíos e inventor de azules: el verdadero happening sucedió cuando sufrió el tercer y definitivo ataque cardíaco. Entonces no fue un viaje de ida y vuelta del que saliera indemne. Murió antes de cumplir cuarenta años.

No vivir de viejo (¿cuánto de viejo?) es saber a medias lo que es una vida humana.

Será la tuya, la propia. 40 años. A esa edad te rodean viejos que doblan esa edad por todas partes: sólo tienes que verles para comprender en muchos de ellos qué clase de segunda mitad de su vida han soportado: rendiciones, mezquindades, miedos, enfermedades, todavía la envidia y la maledicencia, hasta el asco, y el dinero, que de poco sirve ya.

¿Qué pasa con Sterne?

Sus aficiones favoritas eran beber vino francés y tocar el violín.

¿Qué importancia puede tener eso en el confuso arte de la confusa época de los setenta del siglo XX?

Todo lo del pasado acaba siendo el benéfico humus de donde brotan las ideas posteriores: somos hijos del estiércol, Sterne lo era de Cervantes, a quien solía plagiar impunemente, y de Montaigne, del que se apropiaba todas las reflexiones que se le antojaba. Era un tipo curioso: siempre se negó a matar a las impertinentes moscas que revoloteaban en torno a él, se limitaba a espantarlas.

Al final (al final de su vida), este tipo bromista acabó por error en una mesa de disecciones: alguien robó su cadáver y lo vendió por unas pocas libras a un anatomista. En la actualidad, aún se intenta reconocer su calavera entre los montones de huesos que alberga el osario de la universidad de Cambridge.

¡Qué tendrá de prodigiosa una calavera descarnada fuera de quien fuera!

Doña Juana sopesa las posibilidades de ganancias futuras si acuerda con la artista firmar la total exclusividad por la obra de la novicia en su galería conventual (aquí, querida, todo son monstruos sagrados), lo cavila todavía con el brazo extendido hacia las paredes sin mácula, como el báculo de Moisés abriendo el paso entre las aguas que conducían al desierto… y al maná (la recompensa por tanto esfuerzo creador).

Doña Juana es la Suma Sacerdotisa:

yo te libraré de las malas tentaciones

yo te absolveré de todos tus pecados.

Y permitirá, e incluso forzará con sibilina autoridad, que el sutil figurativismo siga imperando en la obra de Carmen Gay a pesar de las rotundas y equívocas deformaciones de las enormes cabezas y los desmesurados miembros de esos pensamientos imaginarios de seres imaginarios

Sí, pero no; no, pero sí.

(Lo figurativo asoma con timidez y recatamiento la patita, no vaya a alarmarse esta época proclive al enigma plástico.)

(Dificulta la imagen pero deja un resquicio en la mente del comprador: Veo. Sé lo que llevo entre manos. Así que, pago.)

El arte de nuestros días, querida, es, en lo que al espectador se refiere, un dejarse llevar por lo visual, una complacencia estética que no tolera la facundia intelectual, sólo permisible en los suplementos culturales que han de hinchar las reseñas de las exposiciones y los acontecimientos culturales de naturaleza plástica: Oteiza no revela formas, se vale de éstas para crear el espacio

Tú me naces como artista de la década de los sesenta: eres tan hermana de Saura como de Millares; de Tápies como de la insolencia peligrosa de Pollock; de William de Kooning como de Motherwell… Eres devota del mural de Arantzazu… Eres hija de Rothko (que serán sólo los decorados depuradísimos del último ser humano que quede en la tierra) y eres nieta de Picasso.

Vamos a hacer de ti la Artemisa Gentileschi del siglo XX: ahora mismo te vamos a librar de los pañales.

Vamos a envolverte en papel de plata de buena ley como a una tableta de chocolate, como Christo empaqueta un campo de coles o un maizal.

1977. Tú acabarás entre los tubos coloreados del Beaubourg, recién inaugurado para la gloria (1992), como tú misma.

(Veinte años más tarde Paula Coloma compartirá con Laura Roser bocadillos de fuagrás en las inmediaciones del Centro Cultural, donde exponía la que nunca llegó a ser suegra oficial, mientras el viejo Brell moría lanceado por los rayos de junio:

Un verano en París.)

Y ahora mismo te largas a la Documenta (VI) y me empiezas a escribir en un bloc tus pensamientos, ¡no imaginarios!, más sublimes y tus aforismos más acertados: lo impone tu galerista, que va a hacer de ti un montón de dinero: ella también es una Mamá Grande, como llaman a la otra, la que anda entre papeles sin tener una idea muy clara de lo que hace pero sí de lo que suma, gran mercader como buena catalana y astuta comisionista de las letras.

A rodar.

(Ahora, al Cristo, lo vemos (lo ve en Nueva York Carmen Gay) desde abajo: Corpus Hypercubicus, en el MOMA: interesante por tan explícito, obra de los cincuenta.)

Como ven algunos animales: mejor en blanco y negro.

En el 79 Cimal lo dice todo, todito todo, de ti, artista valenciana.

Vuelves a Nueva York… y ahí te quedas un par de años. La madame atiende tu agenda en Madrid.

Vuelves a Madrid.

Ojo con Vijalde, se advierte a sí misma doña Juana: no te puedes fiar de un vampiro que, además, entiende tanto como una del negocio del arte.

(Pero murió para siempre el hombre elegante, pálido y delgado de la capa, y fue algo bastante raro, porque todo el mundo pensó que resucitaría como los vampiros al tercer día, y no fue así como pudo demostrarse pasado ese tiempo.)

1981:

Ahora toca Alemania.

Hablamos con un conejo muerto. Conejo: ¿tú sabes lo que es el arte?

Hay un tipo que mezcla la mitología con la alquimia: los dioses son de oro.

Veinte salchichas resumen las obras completas de Hegel.

Ah, los alemanes, con la schuldfrage cargada a la espalda como una joroba siniestra. En esta década, asoman la patita.

Baselitz: El arte sólo existe en la cabeza del artista, y ahí adentro se queda, en la cabeza. Lo otro que ves, fuera de ella, es el pensamiento. Por cierto, hay una pintora española, una tal Gay que…

El arte únicamente pude ser mirado, no revela ninguna otra información.

El arte actual puede perfectamente emborronar la realidad, pero no representarla.

Desgraciadamente, Kahnweiler y Drouin, mueren durante tu ausencia. Pero, querida, bastará con doña Juana. Sabe contar, y sin valerse de los dedos de la mano.

Restany se pregunta: ¿Quién es Carmen Gay? Dos párrafos más abajo: sin duda forma parte del desviacionismo, concluye afirmando. Pero no sólo eso: sus cuadros no bastan para una exhibición: hay que tenerlos, no son una mera existencia fenoménica.

Estas líneas aúpan a la gloria, a la consagración defnitiva, certifica la madame.

En el 82 uno podía comprarse un Rothko con extremada facilidad, unos cientos de miles de dólares. Desgraciadamente, los que compran arte para invertir son los que ya tienen dinero de sobra.

Pero algunos se mueren antes de recoger dividendos. ¡Mala suerte! El epílogo del arte, si eres coleccionista o inversor, es que te llenes los bolsillos de dinero. Es la conclusión, el fin de la comedia: el arte de amasar una fortuna.

Cada cuadro al bote, al cofre del tesoro. Y de ahí a la gruta, a la cueva de Alí Babá: necesitarás un plano, pequeño y timorato Jim para descubrirla iluminada por el oro y las piedras preciosas.

(Ya arribaremos a alguna isla sin nombre.)

Hay que recrear la realidad, no imaginarla, dice uno.

Los artistas no deberían tener mucha imaginación, dice otro sin ánimo de réplica, sólo acota, abunda en la reflexión, un teórico más de la cofradía del Santo Patrón de la Cháchara.

(Con estos dos, ya basta.)

Ars, Artis

De arte deriva artería, engaño, fraude.

Juana Mordó, que sigue sin entender el arte pero sí a los artistas se calla lo que piensa, aunque es posible que lo haya leído en alguna parte:

¿Qué es el arte?, se pregunta en voz alta la tarde de un sábado lluvioso y frío de febrero minado por el desalentador 75, año de la muerte de Franco pero con Franco todavía vivo, mirando desafiante la madama al pequeño auditorio de jóvenes que se han congregado en la galería madrileña a falta de otra cosa que hacer hasta la hora de las copas.

El arte es un montón de tipos y tipas jóvenes todavía, la mayoría abocados al fracaso posterior y que se ganarán el sustento en otros menesteres (profesores de instituto, de uiversidad, porteros de fincas urbanas, empleados de comercio, diseñadores de envases y envoltorios de sopas de sobre, operarios de  talleres de artes gráficas), mientras ejecutan ilusiones cromáticas o tridimensionales que aunque momentáneamente hipnoticen al espectador pronto lo postran en un letargo nada prometedor. El arte, más allá de su obligado soporte, no es nada, una imagen artesana o chapucera o extravagante de una realidad muy por encima de él y sus insignificantes asechanzas contra ella. El arte no la modifica ni la altera un ápice, ninguno de sus medios agresivos u ornamentales sin más logran corregirla o suplantarla mediante ocurrencias o disparates metafóricos plásticos.

El arte es un adorno, como una nube, o el follaje de un matorral, el tronco de un árbol o el plácido discurrir de un arroyo o el extraño perfil de una montaña recortada sobre el cielo

El arte es una cosa más en el mundo, una cosa más de las inútiles puesto que apela a lo contemplativo, a una pasividad que no remedia ninguno de sus males y padecimientos.

Y tampoco hace mejor a nadie. Ni siquiera a sus propios actuantes, salvo a aquellos a los que mantiene alejados de la maldad por la maldad (el espectador es una víctima, hiérele, sácale un ojo con la punta del pincel o el palillo) o a aquellos otros en los que aún subsiste en su quehacer artístico un antiguo componente alquímico: los vapores y efluvios los mantienen drogados y pacíficos, absortos en su propio ombligo: qué cosa, el ombligo.

Ah, las mujeres; ah, William de Kooning:

Al principio pensaba que todo tenía que tener una boca, y unos dientes, naturalmente…:

Ah, el subconsciente (leía el holandés errante al doctor Sigmund Freud en las noches de su juventud dorada como su cabello):

Dentata vagina.

Jacques Henric, La pintura y el mal:

Hemos tomado el museo como una iglesia, cuando en realidad lo que teníamos que haber hecho de él es utilizarlo como un cagadero, un gran burdel.

Nos vemos en ARCO, le dice alguien a Carmen Gay en Zurich.

Muy bien, pero todos estamos de acuerdo en que a partir de ahora el arte es la portada de un tebeo para adultos, el afiche de una película de montaje desbaratado y técnica descacharrante por lo chapucera o la cubierta de un LP de sonido estridente y letras de un analfabeto por muy poco no funcional.

(Yo he visto a un Almodóvar joven vestido de mujer, con los labios pintados y con mallas ajustadas en las piernas haciendo de Bestia Rosa sobre un escenario escalofriante por la pobreza de su decorado y una iluminación de fin de curso escolar: Quien no quiera creerlo es que es un niño de pecho, o que se muera, como ya hemos dicho más arriba que decía Maux Aub.)

1985: Siéntate en una silla de grasa y espera.

Ha llegado el momento de desaparecer. Que de ti, mujer misteriosa, vean los cuadros y nada más, porque detrás de los cuadros no hay nada. Al menos nada de lo que pueda comprarse por unos billetes, aunque sean miles.

¿Qué queda detrás de un artista al margen de obra que ya se ha convertido en casos especiales en un valor de cambio?

¿Una calavera?

¿Cuánto costaría en libras actuales la calavera de Sterne, individuo al que en su tiempo se le consideraba muy divertido y harto ocurrente?

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