¡Y qué
porquerías! ¿Cómo demonios iba a librarse esta insensata de la ponzoña
manipulando/respirando semejantes atrocidades químicas? ¡Inconsciente!
¿Y que
proponía? La mueca burlona del payaso de Dada ha trocado en seriedad y arcanos
místicos: la cola de vaca, la madre, el sí-sí, el caballo de madera: la
angustia, el dolor, el rechazo hacia un mundo desquiciado y terrible, el
absurdo, la gratuidad, la nada. Todo eso, y mucho más, se halla en la tela de
araña de Hesse y su cohorte de antes y de después.
Tiempo
atrás, en el 291 de la Quinta Avenida, Armory
Show exhibe todo lo que de moderno puedas hallar en tus raíces, todo lo que
de vanguardia podía intitularse en aquellos los años de guerra y dadá: de todo ello naces.
Un
nihilismo que renuncia a las palabras y se reconoce en la incógnita del
significado y en la verdad de los materiales que la construyen sin moral, sin
reglas, sin orden ni concierto. Los antecedentes serían la contradicción, la
cobardía; al final, la resignación: todo acaba dirimiéndose en la cartera y el jornal
del día de un mozo de café parisino.
En fin,
hacer algo con nada (la nada). Como Samuel Beckett, Pollock, San Juan de la
Cruz, Cage, Heidegger…
Gran
diario:
16.12.68.
x.: “Soy demasiado débil.”
Convengamos
en ello. Pero se esconde en el desperdicio de la moderna alquimia: deteriora
una encarnación joven aún, atractiva, misteriosa.
7.1.70:
“El arte como catalizador que active una mente creativa… ¡para vivir mejor
solamente!”
9.2.67:
“¿Cómo vivir en el caos?”.
5/5/2011:
el falso goliardo del futuro apaga la risotada… entre el caos de siempre.
“ventura astrosa… ¡dañosa y falsa vecina!
Esta nueva Eva que sorbe tu sexo.
Esta perra.
Está
soñando. Se despierta aterrado, acobardado. Sudoroso, con la boca seca, tarda
un buen tiempo en recuperar la normalidad; es decir, la grisura del día que
amanece, la vorágine que presiente, el asco hacia todo aquello que lo derrota
sin misericordia.
Aburrido,
hace tiempo. De un extremo a otro del puente de Brooklyn: treinta minutos. Dos
horas: cuatro travesías a ninguna parte: en la mitad del puente, la ciudad con
la aureola de una luz verde, fantasmagórica.
En la
mitad del puente.
Un magnífico lugar para la reflexión.
Durante este tiempo deberías haberte saciado de visionar fotografías de Walker Evans, una realidad en blanco y negro que desmiente todos tus sueños ambiciosos en technicolor de pequeñoburguesa con problemas de terapia. Ya que eres la Chica Lista escapa como del diablo y sus ardides de la Chica Con Problemas Mentales. Ese camino está cegado y no conduce sino a la atonía.
Lo hizo. Después del cinemascope en technicolor, Expanded Expansion, que ya no existe.
Polvo eres y al polvo vuelves.
GODARD: la
creación está en el montaje, se dice. ¿La línea argumental? Qué más da rodar un
árbol por delante o por detrás.
-Diga.
-Mire,
Wallace…
-¿Algún
problema?
-No.
-¿Entonces…?
-Han
subido los precios escandalosamente.
-¿Quién ha
subido los precios escandalosamente?
-Un tipo
de Brentano’s. Se ha hecho con “Skirmish at Sartori”, que es el último de la
serie, aunque apareció antes que el cuatro y el cinco.. Se publicó en el Scribner’s Magazine de abril de 1935.
Cuesta 175
pavos.
-Con este
ya tenemos cuatro, ¿no?
Alza la
ortografía: se escribe mejor en tres dimensiones.
Todo va
bien. Ella es la heroína silenciosa e invisible de aquellas mañanas del verano
frescas, claras, marinas. Fluían transparentes, serenas y veloces… Como luego
los años.
“Ven.”
La madre
coge a la niña de la mano. La pequeña se resiste. Tiene miedo a lo desconocido.
Y su madre, ahora, lo es.
La pequeña
quiere echarse para atrás, pero la mujer no la suelta.
Se acercan
a la ventana.
“Tu mamá
vuela, mira...”
Se asoman
al precipicio.
¿Qué ves?
Allá al
final, pero muy al final, las aguas oscuras reflejan dos trémulos rostros de
mujer. Son ellas. Madre e hija.
El sueño varía desafiante a lo largo de los años. A veces, el agua es verde hierba; a veces, del color del hierro. Una década después, la madre joven; ella, vieja, cancerosa: 90 años (o más, hay que joderse).
Vanitas.
“Parecía
un cuadro”, diría la jovencita al terapeuta diez años más tarde.
“¿Un
cuadro? ¿De qué estilo?”
Ella
cierra los ojos. Piensa en relojes de sol.
La luz en el muro.
Abre los
ojos:
Los
amarillos.
Clepsidra:
verde.
“Dígame,
¿de qué estilo?”
Su madre
cae a cámara lenta hasta la muerte.
En realidad,
seamos precisos, vuela... hacia abajo: se lanza al vacío desde lo alto del
edificio de apartamentos Eldorado, en la 81 con Central Park West.
Fundido en negro.
(Voz en off).
Hasta ella
alcanza el sonido del agua que salva los guijarros y cantos rodados, el arroyo
que fluye entre las verdes riberas, el aire cálido que parece bajar de los
árboles, la brisa susurrante y señorial del álamo, los cielos azules y los
grandes felinos de ojos verdes (esmeralda): 10 años de edad. Todo es un cuento.
“¿De qué
estilo?”
¿Qué
quieres...? (Nunca una madre suicida, eso nunca, nunca).
“¿No me
oye? ¿De qué estilo?”
50 pavos la sesión para al tipo de la pipa de ojos entrecerrados. A este paso su padre va a tener que asegurar con una buena póliza el Metropolitan Opera House, el museo Whitney y hasta la Estatua de la Libertad… Y cobrar las primas al alcalde Wagner.
Rousseau,
el aduanero saxofonista, demasiado perverso para ser un naïf. Otro que no sabía dibujar y echaba mano del pantógrafo en los
casos más apurados, al igual que del dinero ajeno. De eso se trataba. Entre
períodos carcelarios, pintaba. Un mundo de falsos colores planos (pues llenos
están de sabias gradaciones) donde la fantasía reviste la forma más primitiva.
Un paso más y dejarían de ser cuadros, sólo serían sueños.
Las selvas
que protegen de las miradas, aun llenas de peligros, pero verdes, en el fin del
mundo… ¡dónde no hay psicoanalistas somnolientos ni psiquiatras químicos! Allí
logran parecer dormidas las mujeres despiertas sin vestiduras coriáceas.
Perfecta
para el infierno… pero sin culpas.
Está
muerta: una materia inerte. Un material sobre el que podemos trabajar.
Oh, gran
disector de la humana materia:
“Ahí
adentro tenemos de todo, un montón de componentes de gran valor.”
Seccionar,
cortar, pegar, coser, unir, construir, tallar…
Olvida la
armonía de las formas, de nada nos ha de servir las proporciones, el canon
renacentista o la pleitesía medieval, la medida…
Abrir en
canal desde el cráneo hasta el pubis, sacar al sol la máquina de los órganos;
abrir por el medio brazos y piernas, desvelar el color de los huesos al aire de
la mañana.
Somos
indagadores de lo de dentro: las vanguardias de la antiforma.
En el
fondo, un montón de trastos orgánicos, huesos rotos, vasos podridos, grasa
fundida, tendones atados, músculos inertes…
Una
taxidermia intelectual, aunque habrá que valerse de todo aquello que contiene
el recipiente. En el fondo es un asunto morfológico, y toda estructura ha de
ser vista, aun parcialmente.
¿Qué
haremos con la carne?
Al fuego.
Antes, la
obra, una perfomance de lo
subterráneo.
Ni siquiera existe misterio en las estrellas: una inmensa bola de color rojo-amarillo que se consume a sí misma en una hoguera termonuclear hasta devorarse del todo. Nada más. Finalmente, se queda a oscuras. Así de sencillo. Una simpleza mayúscula. Cósmica, diríamos mejor.
Cadaverous dissection.
Toda una
tropa de hermeneutas y exégetas data, cataloga,
describe y descifra minuciosamente la obra de la artista desaparecida
décadas atrás.
La teoría
poética, el análisis semántico como instrumento de dilucidación y el escarceo
metodológico sobre los presupuestos e intencionalidad primarios de la artista
alcanzan hasta la connotación microscópica en el marco contextual del que se
nutría la malograda escultora. Se trataría en suma de allegar a unos resultados
concluyentes a través de una teoría para la semiótica del discurso poético en
lugar de la mera interpretación de la ordenación y apariencia formales de la
obra.
Veamos:
Empecemos
por los sesos.
Antes el
cráneo, la duramadre.
Secciónalo…
¡Y eso!
Olvídalo,
eso es el tumor. No nos sirve.
Nunca
hubiera sospechado que… esa protuberancia oval, esa hinchazón… Malignidad
viscosa.
¡Maldito
asesino!
En el
occipital izquierdo.
Coge un
poco del hemisferio derecho… Bonitas rugosidades, conformarán texturas,
relieves sutiles.
¿Y ese
gris rosáceo?
Es el
cerebelo.
Qué
pátina… Arranca un trocito.
Huele a
raro.
Figuraciones
de carnicero metafísico.
Es materia
inanimada.
Anatomía
aplicada.
Este
material no nos va a servir… Es demasiado ligero, de una levedad
intranscendente. Vayamos a cosas más sólidas.
Mete la
lanceta más abajo, utiliza el bisturí, prepara la sierra…
Vamos a
descuartizarla. De veras, te lo digo yo. La vamos a hacer trizas.
¿Y esto?
Macroscópica
ejemplar.
Huesos,
ligamentos, músculos, nervios, arterias…
Cada cosa
a su tiempo. Seleccionemos huesos: el principio de todo. 206 huesos en total;
187 articulaciones (bisagras, cóncavas, elipsoidales…) Huesos… Resistencia como
la del hormigón armado, amigo. Y son flexibles, suma plástica. Nos interesan
los compactos, muy utilizables: duros, densos, tubulares.
Como
buscando guijarros en el mar: sólo en la cabeza tiene 28 espléndidos huesos.
Vértebras,
clavículas, omoplatos, costillas, el esternón, la escápula, el ilíaco, la tibia…
¡Buen almacén! Divide y clasifica. ¡Oh, muestrario inagotable! ¡600 músculos!
Un solo
corazón.
Un solo
hígado.
¡Haremos
una obra maestra con todo esto!
¡Cerebro
fascinante, sus circuitos misteriosos, magnífica estructura!
¡Tan
palpable!
Retira la
bóveda craneal. Nos servirá.
Con
cuidado, no la quiebres.
Guarda el
tronco encefálico. Ha de tener su utilidad. ¡Cuán magnífico plástico!
Ningún
jugo de látex ha de superar la textura sugeridora del encéfalo, su tacto
primoroso, su liquidillo que hará sus veces en la composición.
Seamos
selectivos: extiende ante ti los materiales, escoge los más apropiados para tus
fines, o improvisa… Aunque lo procesual es importante, como un rito cuyo
conjunto de reglas aspirase a lo sagrado… o a lo fútil, a lo testimonial.
Adelante:
paso a paso, del lóbulo frontal sajaremos las áreas del conocimiento y la
memoria, de las emociones conductuales, de la sensibilidad, la psicosensitiva,
la del estado de ánimo…
¿Y eso?
Amigo, un
buen estado de ánimo influye tanto en la
resolución de la obra artística que pudiera decirse que es el verdadero
estímulo motriz de su desarrollo y culminación.
Del lóbulo
temporal arrancaremos el área de la comprensión de las palabras y del occipital
el área de lo visual y lo psicovisual, ya en el cogote.
Bonita
reserva de material. Impecable.
¿Y qué me
dices de los vasos sanguíneos, de las arterias, de la aorta y la femoral, de la
poplítea…?
Más abajo,
la médula espinal, ramillete inspirador.
El colon,
el recto (mucho de sí puede dar su uso metafórico).
Imagina el
esternón, la escápula, las decenas de huesecillos menores como guijarros, la
tibia fantástica, una costilla (o tres).
Tarea
ingente: tenemos más de 7.000 componentes, piezas, piececillas, nombres,
posibilidades, los grandes títulos…
El tracto
digestivo: ¡un magnífico tubo!
Centenares
de músculos: qué festín para la cocina del artista.
Corta
un pedazo de la manguera del esófago.
Separa un
deltoides, corta uréteres.
Guarda un
trapecio, el sartorio.
Luego,
estiraremos el mondongo de los intestinos.
¿Y ese
canal… oscuro?
Veamos la compota: mezcla el hígado, el bazo, un riñón y la vejiga, agrega un ojo (como el que añade un diente de ajo). Empieza a machacar en la artesa hasta formar una masa compacta. Vierte un poquito de sangre de cuando en cuando. Sugerente color. Ahora, coge un cazo y ve utilizando el mazacote a tu discreción: la obra en ciernes.
Lo
material ya es, per se, una categoría
en el arte.
Y punto:
haremos la más intrigante tela de araña imaginable con los metros de nervios,
la piel extensa, los vasos, las hebras del cabello.
Y haremos
de la calavera los ojos del tiempo, las aguas tibias.
¿Conoces a
muchos que saltaran al vacío?
Es
interesante la pirueta postrera.
Veamos.
Salto al
vacío: Deleuze, Levi, Goytisolo,
Mendieta (?), mamá Hesse…
Dispone
ante sí el inventario:
Dos
cuerdas trenzadas.
Un bote de
látex.
Un rollo
de alambre.
Botes de
resina líquida.
Tres
cables.
Un tubo de
goma.
Tres
barras de hierro.
Un
ladrillo.
Una
piedra.
Un
guijarro.
Arenilla…
Manos a la
obra.
Figuras
retóricas/plásticas
Figuras
literarias
Sustitutivos.
The Green Train:
30/Noviembre/1969.
Hora crepuscular.
Emana la atmósfera
interior de la librería un extraño aire dulzón, como si sutiles vaharadas de
ajenjo escapasen de las páginas de los miles de libros alineados en las
estanterías o apilados contra la pared.
-Vino un tipo esta
mañana con un andrajoso manuscrito en la mano.
-No es nada extraño,
eres un librero mercachifle. ¿Quién si no tú podría hacerse con viejas
ediciones de Dickens todavía en sus folletones bostonianos?
La historia:
“Quiero vender esto”,
propuso el tipo dejando caer sobre el mostrador un mazo de hojas sucias y
amarillas por el tiempo.
“¿Qué tenemos ahí…?”
“Debería sentarse,
amigo.”
“¿Está usted seguro
que debería hacerlo?”
“No es para menos… Y
el precio tampoco lo será.”
En 1932 a uno de los
editores de Chato & Windus, un tal Ian Parsons, le robaron del asiento
trasero del coche el manuscrito de Ultramarine
de Malcom Lowry que éste había enviado a la editorial para su posible
publicación. Aunque milagrosamente existía una copia al carbón, y no debida en
absoluto al desastrado Lowry (que ignoraba su existencia en ese momento), el
texto difería bastante del original, ya que se trataba de una de las versiones
previas a la definitiva. Lowry no fue capaz de reescribirla de nuevo (pensó
hasta en el suicidio), así que, partiendo de esas páginas la novela pudo ser
reconstruida por sus editores, si bien con notables diferencias respecto a la
que le fue robada a Parsons, que jamás fue hallada… al menos hasta ese instante
que el desconocido entró con un portafolios marrón de piel gastada en la
librería de Ray Yeats. Lo anecdótico, ahora ya sin drama, fue que Ultramarine sería publicada
posteriormente por otra editorial londinense, Jonathan Cape, que nunca pudo hacerse
una idea de aquella extraviada versión corregida y mecanografiada en limpio por
uno de los amigos del escritor en ciernes.
“¿Ultramarine?”
“La tiene delante de
sus narices.”
“¿El original que
robaron?”
“El mismo.”
“Déjeme ver…”
Luego de
unos largos minutos de inspección cuidadosa y silencio sagrado:
“¿Puede
explicarme cómo el maltrecho manuscrito de un escritor, por entonces un
perfecto desconocido, perdido en el
Londres de antes de la guerra aparece treinta años más tarde en Nueva York en
un día como este y en una librería como esta? ¿Qué razones puede darme para
creerle?”
“Un tipo
de Boston se encontraba por aquel tiempo merodeando por Cambridge. Escribía una
tesis sobre Chatterton y los ancient lays.
El hombre no andaba sobrado de dinero, así que solía hacerse con papel usado
comprado en chamarilerías, algo que no le importaba lo más mínimo mientras las
cuartillas o las hojas de papel no estuviesen colmadas por ambas caras. Esa es
la explicación. El tipo regresó a los Estados Unidos provisto todavía de ese
puñado de hojas mecanografiadas por un solo lado. Leyó el texto. Nunca sabremos
si le gustó o no, pero finalmente prefirió no usar el papel para sus propios
borradores. El caso es que cuando abandonó el apartamento que tenía alquilado,
y del que soy arrendador, apareció el manuscrito en un rincón entre montañas de
papeles, revistas y suplementos culturales. Otro de mis inquilinos, un profesor
inglés de lenguas clásicas, le echó un vistazo. Me dijo que aquello podría
tener algún valor... aunque no para él, ya que había decidido que el esplendor
de la literatura inglesa acababa con Alexander Pope.”
“Parece
usted un hombre culto…”
“Lo soy,
pero también me gusta la pasta…”
“Ya veo.”
“Entonces
nos entenderemos a la perfección.”
“Sé con
quien hemos de hablar. Les pondré en contacto con él. Por otra parte, mi
comisión es, digámoslo de ese modo, muy modesta, casi miserable.”
“Me agrada
oír eso.”
Y de
repente, un amanecer notas que el cuerpo abandona ligero y ágil las sábanas.
Subes la hoja de la ventana, asomas la cabeza, hinchas los pulmones. El otoño
huele en las calles, se respira un aire claro y fresco proveniente del río, en
este caso es el aire del Hudson. Algo suspendido en la atmósfera sutil, algo
feble y limpio que hace creer en la inminencia de una resurrección después del
sofocante, larguísimo y húmedo verano de Nueva York.
Creación:
otoñal de vuelta.
Las
fechas, tan importantes que parecen consignadas en un diario… Aunque sólo
consiguen adquirir su sentido más cabal transcurrido el tiempo, ya catalogadas
en la memoria: y los sucesos que nos trajeron quedan en tan poco… una imágenes
de colores apagados, una vida estática difícil de creer.
Está la
maestra, la Parker. Dice. En U65, aclara.
Demasiado
lejos. Digo.
No para
mí. Dice. No hace mucho tiempo (se ríe: ¿qué clase de tiempo?) estuve en ese universo de soles azules, mejorando
células. Vamos, que volví a saludarla.
Indagaba
entonces, todavía en U1, en la Tierra:
Durante
horas frente la fachada de piedra caliza y ladrillos rojos del Algonquín, en la
44 oeste, con un ejemplar de Esquire
en la mano: finales de 1958: la vieja dama indigna atraviesa algo tambaleante
el mosaico blanco y negro del vestíbulo y sale del hotel con el cerebro bien
empapado de whisky a esas tempranas horas de un domingo de octubre, claro y
limpio. A desintoxicarse con el aire festivo de las once de la mañana (pasea
por Bryant Park, Rockefeller Center, quizás una copa en Columbus -¡una más!-,
en el bar Stock’s). Abórdala. Aunque te escupa, ella contestará a tus
preguntas. No sin desdén, acrecentará tus dudas. Es decir, te hará más sabia.
¿Quién
eres tú, pequeña judía? ¿Eres tan tonta que crees que alguien puede ser feliz
escribiendo?
No me
gusta escribir. Y no quiero hacerlo. Soy… artista.
Temblando,
mira a la mujer madura. “Soy artista”, se dice una y otra vez para sus
adentros.
¿Y ella,
la vieja airada con la causticidad a cuestas de una espalda ya encorvada? Bien,
tiene derecho a creerse quien es. Una dulce arpía. Escribe, no tiene sueldo
fijo y vive el momento, duerme en un hotel. Morirá arruinada, sola,
traicionada, sin un centavo: todo lo lega a los negros.
Sin
embargo… ¿Quién no ha sido en alguna época de su vida un poco (digámoslo así)
grotesco?: en el 32 esta mujer sentenciosa y aguda, que eleva la mordacidad a
género literario, pretende suicidarse con una variopinta gama de pastillas para
dormir. Al cabo de las horas, cuando se despierta en la cama del hotel, aún
vestida, no se le ocurre otra cosa que llamar a su médico para que la
recomponga con un lavado de estómago. Luego, sale a la calle como si tal cosa
(quizá se compre un bonito pañuelo de cuello en Tale’s…) Bonito final para uno
de su sarcásticos cuentos.
Item más:
cuarenta años después de su muerte el hotel vende souvenirs en su recuerdo: la
mueca irónica serigrafiada en un tazón de café, su nombre estampado en un
pañuelo de cuello, sonriendo desde unos gemelos, la postal con su carota
estragada de vieja escéptica.
“De
acuerdo, enana. Hablemos.”
Subway. Coge la
4 hasta Grand Central.
En el
Philip Morris.
Notas sobre
x, otra concepción del arte.
Baja
andando por Madison Avenue hasta la Biblioteca Morgan luchando contra el
viento, la grisura mojada del día.
Contempla
manuscritos, rarezas antiguas, bagatelas valiosas.
Toma
asiento. Desenrosca la estilográfica. No escribe, el plumín muerto del que nada
brota. Hasta ella, la zorra de la pluma, se rebela en este día de perros.
Aprieta la goma del depósito recargable. Seco. Ahora, quiere irse. Sale a la
calle. Empieza a llover con furia. Se mete adentro otra vez. Aguanta las
miradas inquisitivas: de los gruesos lentes de una de las cancerberas se
proyectan como dardos las reprobaciones. Vuelve a sentarse: y estate
quietecito, hombrecillo imprevisible.
Notas
equivocadas. Se enfurece en silencio. Traga la quina.
El
manuscrito “Hesse”. Muy sobado ya. Traspapela un rato, lee por encima saltando
líneas, párrafos enteros: de todo esto poco le va a servir, se maldice.
Además,
tendrá que reescribirlo otra vez: las hojas se caen a pedazos.
Página
296: álgebra de la necesidad.
Piensa en todo ello. Se calma.
+ Notas.
Una
gramática generativa:
Crea su
lenguaje y cuando de verdad es inteligible y comienza a ordenar su fonética,
ortografía, morfología y sintaxis, entonces se borra de la hoja de papel, se
desvanecen las tintas y nada de todo ello ha quedado para la posteridad.
Una lengua
muerta, un lenguaje perdido.
El
instinto de una depredadora en el fondo.
¿Acaso no
fue ella la forense del expresionismo abstracto?
Todas las
notas: a lápiz. Y si pudiera escribir sobre el polvo, antes del viento del
norte, el furioso viento del norte…
No dejar
rastro.
Alguna
piedra aquí y allá.
En el caso
de Hesse: el arte desaparece al hacer mutis por el foro la artista que, al
igual que los artistas verdaderos, raras veces acostumbran a exhibirse en las
galerías que muestran su obra. Como una pieza de teatro. Empieza y acaba. Fin
del espectáculo. Ni siquiera asoman la cabeza atisbando por el cortinaje al
acabar la función.
Toda la
tramoya se ha venido abajo.