domingo, 5 de diciembre de 2021

51

 

¡Y qué porquerías! ¿Cómo demonios iba a librarse esta insensata de la ponzoña manipulando/respirando semejantes atrocidades químicas? ¡Inconsciente!

¿Y que proponía? La mueca burlona del payaso de Dada ha trocado en seriedad y arcanos místicos: la cola de vaca, la madre, el sí-sí, el caballo de madera: la angustia, el dolor, el rechazo hacia un mundo desquiciado y terrible, el absurdo, la gratuidad, la nada. Todo eso, y mucho más, se halla en la tela de araña de Hesse y su cohorte de antes y de después.

Tiempo atrás, en el 291 de la Quinta Avenida, Armory Show exhibe todo lo que de moderno puedas hallar en tus raíces, todo lo que de vanguardia podía intitularse en aquellos los años de guerra y dadá: de todo ello naces.

Un nihilismo que renuncia a las palabras y se reconoce en la incógnita del significado y en la verdad de los materiales que la construyen sin moral, sin reglas, sin orden ni concierto. Los antecedentes serían la contradicción, la cobardía; al final, la resignación: todo acaba dirimiéndose en la cartera y el jornal del día de un mozo de café parisino.

En fin, hacer algo con nada (la nada). Como Samuel Beckett, Pollock, San Juan de la Cruz, Cage, Heidegger…

Gran diario:

16.12.68. x.: “Soy demasiado débil.”

Convengamos en ello. Pero se esconde en el desperdicio de la moderna alquimia: deteriora una encarnación joven aún, atractiva, misteriosa.

7.1.70: “El arte como catalizador que active una mente creativa… ¡para vivir mejor solamente!”

9.2.67: “¿Cómo vivir en el caos?”.

5/5/2011: el falso goliardo del futuro apaga la risotada… entre el caos de siempre. “ventura astrosa… ¡dañosa y falsa vecina!

Esta nueva Eva que sorbe tu sexo.

Esta perra.

Está soñando. Se despierta aterrado, acobardado. Sudoroso, con la boca seca, tarda un buen tiempo en recuperar la normalidad; es decir, la grisura del día que amanece, la vorágine que presiente, el asco hacia todo aquello que lo derrota sin misericordia.

Aburrido, hace tiempo. De un extremo a otro del puente de Brooklyn: treinta minutos. Dos horas: cuatro travesías a ninguna parte: en la mitad del puente, la ciudad con la aureola de una luz verde, fantasmagórica.

En la mitad del puente.

Un magnífico lugar para la reflexión.

Durante este tiempo deberías haberte saciado de visionar fotografías de Walker Evans, una realidad en blanco y negro que desmiente todos tus sueños ambiciosos en technicolor de pequeñoburguesa con problemas de terapia. Ya que eres la Chica Lista escapa como del diablo y sus ardides de la Chica Con Problemas Mentales. Ese camino está cegado y no conduce sino a la atonía.

Lo hizo. Después del cinemascope en technicolor, Expanded Expansion, que ya no existe. Polvo eres y al polvo vuelves.

GODARD: la creación está en el montaje, se dice. ¿La línea argumental? Qué más da rodar un árbol por delante o por detrás.

-Diga.

-Mire, Wallace…

-¿Algún problema?

-No.

-¿Entonces…?

-Han subido los precios escandalosamente.

-¿Quién ha subido los precios escandalosamente?

-Un tipo de Brentano’s. Se ha hecho con “Skirmish at Sartori”, que es el último de la serie, aunque apareció antes que el cuatro y el cinco.. Se publicó en el Scribner’s Magazine de abril de 1935.

Cuesta 175 pavos.

-Con este ya tenemos cuatro, ¿no?

Alza la ortografía: se escribe mejor en tres dimensiones.

Todo va bien. Ella es la heroína silenciosa e invisible de aquellas mañanas del verano frescas, claras, marinas. Fluían transparentes, serenas y veloces… Como luego los años.

 “Ven.”

La madre coge a la niña de la mano. La pequeña se resiste. Tiene miedo a lo desconocido. Y su madre, ahora, lo es.

La pequeña quiere echarse para atrás, pero la mujer no la suelta.

Se acercan a la ventana.

“Tu mamá vuela, mira...”

Se asoman al precipicio.

¿Qué ves?

Allá al final, pero muy al final, las aguas oscuras reflejan dos trémulos rostros de mujer. Son ellas. Madre e hija.

El sueño varía desafiante a lo largo de los años. A veces, el agua es verde hierba; a veces, del color del hierro. Una década después, la madre joven; ella, vieja, cancerosa: 90 años (o más, hay que joderse).

Vanitas.

“Parecía un cuadro”, diría la jovencita al terapeuta diez años más tarde.

“¿Un cuadro? ¿De qué estilo?”

Ella cierra los ojos. Piensa en relojes de sol.  La luz en el muro.

Abre los ojos:

Los amarillos.

Clepsidra: verde.

“Dígame, ¿de qué estilo?”

Su madre cae a cámara lenta hasta la muerte.

En realidad, seamos precisos, vuela... hacia abajo: se lanza al vacío desde lo alto del edificio de apartamentos Eldorado, en la 81 con Central Park West.

Fundido en negro.

(Voz en off).

Hasta ella alcanza el sonido del agua que salva los guijarros y cantos rodados, el arroyo que fluye entre las verdes riberas, el aire cálido que parece bajar de los árboles, la brisa susurrante y señorial del álamo, los cielos azules y los grandes felinos de ojos verdes (esmeralda): 10 años de edad. Todo es un cuento.

“¿De qué estilo?”

¿Qué quieres...? (Nunca una madre suicida, eso nunca, nunca).

“¿No me oye? ¿De qué estilo?”

50 pavos la sesión para al tipo de la pipa de ojos entrecerrados. A este paso su padre va a tener que asegurar con una buena póliza el Metropolitan Opera House, el museo Whitney y hasta la Estatua de la Libertad…  Y cobrar las primas al alcalde Wagner.

Rousseau, el aduanero saxofonista, demasiado perverso para ser un naïf. Otro que no sabía dibujar y echaba mano del pantógrafo en los casos más apurados, al igual que del dinero ajeno. De eso se trataba. Entre períodos carcelarios, pintaba. Un mundo de falsos colores planos (pues llenos están de sabias gradaciones) donde la fantasía reviste la forma más primitiva. Un paso más y dejarían de ser cuadros, sólo serían sueños.

Las selvas que protegen de las miradas, aun llenas de peligros, pero verdes, en el fin del mundo… ¡dónde no hay psicoanalistas somnolientos ni psiquiatras químicos! Allí logran parecer dormidas las mujeres despiertas sin vestiduras coriáceas.

Perfecta para el infierno… pero sin culpas.

Está muerta: una materia inerte. Un material sobre el que podemos trabajar.

Oh, gran disector de la humana materia:

“Ahí adentro tenemos de todo, un montón de componentes de gran valor.”

Seccionar, cortar, pegar, coser, unir, construir, tallar…

Olvida la armonía de las formas, de nada nos ha de servir las proporciones, el canon renacentista o la pleitesía medieval, la medida…

Abrir en canal desde el cráneo hasta el pubis, sacar al sol la máquina de los órganos; abrir por el medio brazos y piernas, desvelar el color de los huesos al aire de la mañana.

Somos indagadores de lo de dentro: las vanguardias de la antiforma.

En el fondo, un montón de trastos orgánicos, huesos rotos, vasos podridos, grasa fundida, tendones atados, músculos inertes…

Una taxidermia intelectual, aunque habrá que valerse de todo aquello que contiene el recipiente. En el fondo es un asunto morfológico, y toda estructura ha de ser vista, aun parcialmente.

¿Qué haremos con la carne?

Al fuego.

Antes, la obra, una perfomance de lo subterráneo.

Ni siquiera existe misterio en las estrellas: una inmensa bola de color rojo-amarillo que se consume a sí misma en una hoguera termonuclear hasta devorarse del todo. Nada más. Finalmente, se queda a oscuras. Así de sencillo. Una simpleza mayúscula. Cósmica, diríamos mejor.

Cadaverous dissection.

Toda una tropa de hermeneutas y exégetas data, cataloga,  describe y descifra minuciosamente la obra de la artista desaparecida décadas atrás.

La teoría poética, el análisis semántico como instrumento de dilucidación y el escarceo metodológico sobre los presupuestos e intencionalidad primarios de la artista alcanzan hasta la connotación microscópica en el marco contextual del que se nutría la malograda escultora. Se trataría en suma de allegar a unos resultados concluyentes a través de una teoría para la semiótica del discurso poético en lugar de la mera interpretación de la ordenación y apariencia formales de la obra.

Veamos:

Empecemos por los sesos.

Antes el cráneo, la duramadre.

Secciónalo…

¡Y eso!

Olvídalo, eso es el tumor. No nos sirve.

Nunca hubiera sospechado que… esa protuberancia oval, esa hinchazón… Malignidad viscosa.

¡Maldito asesino!

En el occipital izquierdo.

Coge un poco del hemisferio derecho… Bonitas rugosidades, conformarán texturas, relieves sutiles.

¿Y ese gris rosáceo?

Es el cerebelo.

Qué pátina… Arranca un trocito.

Huele a raro.

Figuraciones de carnicero metafísico.

Es materia inanimada.

Anatomía aplicada.

Este material no nos va a servir… Es demasiado ligero, de una levedad intranscendente. Vayamos a cosas más sólidas.

Mete la lanceta más abajo, utiliza el bisturí, prepara la sierra…

Vamos a descuartizarla. De veras, te lo digo yo. La vamos a hacer trizas.

¿Y esto?

Macroscópica ejemplar.

Huesos, ligamentos, músculos, nervios, arterias…

Cada cosa a su tiempo. Seleccionemos huesos: el principio de todo. 206 huesos en total; 187 articulaciones (bisagras, cóncavas, elipsoidales…) Huesos… Resistencia como la del hormigón armado, amigo. Y son flexibles, suma plástica. Nos interesan los compactos, muy utilizables: duros, densos, tubulares.

Como buscando guijarros en el mar: sólo en la cabeza tiene 28 espléndidos huesos.

Vértebras, clavículas, omoplatos, costillas, el esternón, la escápula, el ilíaco, la tibia… ¡Buen almacén! Divide y clasifica. ¡Oh, muestrario inagotable! ¡600 músculos!

Un solo corazón.

Un solo hígado.

¡Haremos una obra maestra con todo esto!

¡Cerebro fascinante, sus circuitos misteriosos, magnífica estructura!

¡Tan palpable!

Retira la bóveda craneal. Nos servirá.

Con cuidado, no la quiebres.

Guarda el tronco encefálico. Ha de tener su utilidad. ¡Cuán magnífico plástico!

Ningún jugo de látex ha de superar la textura sugeridora del encéfalo, su tacto primoroso, su liquidillo que hará sus veces en la composición.

Seamos selectivos: extiende ante ti los materiales, escoge los más apropiados para tus fines, o improvisa… Aunque lo procesual es importante, como un rito cuyo conjunto de reglas aspirase a lo sagrado… o a lo fútil, a lo testimonial.

Adelante: paso a paso, del lóbulo frontal sajaremos las áreas del conocimiento y la memoria, de las emociones conductuales, de la sensibilidad, la psicosensitiva, la del estado de ánimo…

¿Y eso?

Amigo, un buen  estado de ánimo influye tanto en la resolución de la obra artística que pudiera decirse que es el verdadero estímulo motriz de su desarrollo y culminación.

Del lóbulo temporal arrancaremos el área de la comprensión de las palabras y del occipital el área de lo visual y lo psicovisual, ya en el cogote.

Bonita reserva de material. Impecable.

¿Y qué me dices de los vasos sanguíneos, de las arterias, de la aorta y la femoral, de la poplítea…?

Más abajo, la médula espinal, ramillete inspirador.

El colon, el recto (mucho de sí puede dar su uso metafórico).

Imagina el esternón, la escápula, las decenas de huesecillos menores como guijarros, la tibia fantástica, una costilla (o tres).

Tarea ingente: tenemos más de 7.000 componentes, piezas, piececillas, nombres, posibilidades, los grandes títulos…

El tracto digestivo: ¡un magnífico tubo!

Centenares de músculos: qué festín para la cocina del artista.

Corta un  pedazo de la manguera del esófago.

Separa un deltoides, corta uréteres.

Guarda un trapecio, el sartorio.

Luego, estiraremos el mondongo de los intestinos.

¿Y ese canal… oscuro?

Veamos la compota: mezcla el hígado, el bazo, un riñón y la vejiga, agrega un ojo (como el que añade un diente de ajo). Empieza a machacar en la artesa hasta formar una masa compacta. Vierte un poquito de sangre de cuando en cuando. Sugerente color. Ahora, coge un cazo y ve utilizando el mazacote a tu discreción: la obra en ciernes.

Lo material ya es, per se, una categoría en el arte.

Y punto: haremos la más intrigante tela de araña imaginable con los metros de nervios, la piel extensa, los vasos, las hebras del cabello.

Y haremos de la calavera los ojos del tiempo, las aguas tibias.

¿Conoces a muchos que saltaran al vacío?

Es interesante la pirueta postrera.

Veamos.

Salto al vacío: Deleuze, Levi, Goytisolo, Mendieta (?), mamá Hesse…

Dispone ante sí el inventario:

Dos cuerdas trenzadas.

Un bote de látex.

Un rollo de alambre.

Botes de resina líquida.

Tres cables.

Un tubo de goma.

Tres barras de hierro.

Un ladrillo.

Una piedra.

Un guijarro.

Arenilla…

Manos a la obra.

Figuras retóricas/plásticas

Figuras literarias

Sustitutivos.

The Green Train:

30/Noviembre/1969.

Hora crepuscular.

Emana la atmósfera interior de la librería un extraño aire dulzón, como si sutiles vaharadas de ajenjo escapasen de las páginas de los miles de libros alineados en las estanterías o apilados contra la pared.

-Vino un tipo esta mañana con un andrajoso manuscrito en la mano.

-No es nada extraño, eres un librero mercachifle. ¿Quién si no tú podría hacerse con viejas ediciones de Dickens todavía en sus folletones bostonianos?

La historia:

“Quiero vender esto”, propuso el tipo dejando caer sobre el mostrador un mazo de hojas sucias y amarillas por el tiempo.

“¿Qué tenemos ahí…?”

“Debería sentarse, amigo.”

“¿Está usted seguro que debería hacerlo?”

“No es para menos… Y el precio tampoco lo será.”

En 1932 a uno de los editores de Chato & Windus, un tal Ian Parsons, le robaron del asiento trasero del coche el manuscrito de Ultramarine de Malcom Lowry que éste había enviado a la editorial para su posible publicación. Aunque milagrosamente existía una copia al carbón, y no debida en absoluto al desastrado Lowry (que ignoraba su existencia en ese momento), el texto difería bastante del original, ya que se trataba de una de las versiones previas a la definitiva. Lowry no fue capaz de reescribirla de nuevo (pensó hasta en el suicidio), así que, partiendo de esas páginas la novela pudo ser reconstruida por sus editores, si bien con notables diferencias respecto a la que le fue robada a Parsons, que jamás fue hallada… al menos hasta ese instante que el desconocido entró con un portafolios marrón de piel gastada en la librería de Ray Yeats. Lo anecdótico, ahora ya sin drama, fue que Ultramarine sería publicada posteriormente por otra editorial londinense, Jonathan Cape, que nunca pudo hacerse una idea de aquella extraviada versión corregida y mecanografiada en limpio por uno de los amigos del escritor en ciernes.

“¿Ultramarine?”

“La tiene delante de sus narices.”

“¿El original que robaron?”

“El mismo.”

“Déjeme ver…”  

Luego de unos largos minutos de inspección cuidadosa y silencio sagrado:

“¿Puede explicarme cómo el maltrecho manuscrito de un escritor, por entonces un perfecto desconocido, perdido en  el Londres de antes de la guerra aparece treinta años más tarde en Nueva York en un día como este y en una librería como esta? ¿Qué razones puede darme para creerle?”

“Un tipo de Boston se encontraba por aquel tiempo merodeando por Cambridge. Escribía una tesis sobre Chatterton y los ancient lays. El hombre no andaba sobrado de dinero, así que solía hacerse con papel usado comprado en chamarilerías, algo que no le importaba lo más mínimo mientras las cuartillas o las hojas de papel no estuviesen colmadas por ambas caras. Esa es la explicación. El tipo regresó a los Estados Unidos provisto todavía de ese puñado de hojas mecanografiadas por un solo lado. Leyó el texto. Nunca sabremos si le gustó o no, pero finalmente prefirió no usar el papel para sus propios borradores. El caso es que cuando abandonó el apartamento que tenía alquilado, y del que soy arrendador, apareció el manuscrito en un rincón entre montañas de papeles, revistas y suplementos culturales. Otro de mis inquilinos, un profesor inglés de lenguas clásicas, le echó un vistazo. Me dijo que aquello podría tener algún valor... aunque no para él, ya que había decidido que el esplendor de la literatura inglesa acababa con Alexander Pope.”

“Parece usted un hombre culto…”

“Lo soy, pero también me gusta la pasta…”

“Ya veo.”

“Entonces nos entenderemos a la perfección.”

“Sé con quien hemos de hablar. Les pondré en contacto con él. Por otra parte, mi comisión es, digámoslo de ese modo, muy modesta, casi miserable.”

“Me agrada oír eso.”

Y de repente, un amanecer notas que el cuerpo abandona ligero y ágil las sábanas. Subes la hoja de la ventana, asomas la cabeza, hinchas los pulmones. El otoño huele en las calles, se respira un aire claro y fresco proveniente del río, en este caso es el aire del Hudson. Algo suspendido en la atmósfera sutil, algo feble y limpio que hace creer en la inminencia de una resurrección después del sofocante, larguísimo y húmedo verano de Nueva York.

Creación: otoñal de vuelta.

Las fechas, tan importantes que parecen consignadas en un diario… Aunque sólo consiguen adquirir su sentido más cabal transcurrido el tiempo, ya catalogadas en la memoria: y los sucesos que nos trajeron quedan en tan poco… una imágenes de colores apagados, una vida estática difícil de creer.

Está la maestra, la Parker. Dice. En U65, aclara.

Demasiado lejos. Digo.

No para mí. Dice. No hace mucho tiempo (se ríe: ¿qué clase de tiempo?) estuve en ese universo de soles azules, mejorando células. Vamos, que volví a saludarla.

Indagaba entonces, todavía en U1, en la Tierra:

Durante horas frente la fachada de piedra caliza y ladrillos rojos del Algonquín, en la 44 oeste, con un ejemplar de Esquire en la mano: finales de 1958: la vieja dama indigna atraviesa algo tambaleante el mosaico blanco y negro del vestíbulo y sale del hotel con el cerebro bien empapado de whisky a esas tempranas horas de un domingo de octubre, claro y limpio. A desintoxicarse con el aire festivo de las once de la mañana (pasea por Bryant Park, Rockefeller Center, quizás una copa en Columbus -¡una más!-, en el bar Stock’s). Abórdala. Aunque te escupa, ella contestará a tus preguntas. No sin desdén, acrecentará tus dudas. Es decir, te hará más sabia.

¿Quién eres tú, pequeña judía? ¿Eres tan tonta que crees que alguien puede ser feliz escribiendo?

No me gusta escribir. Y no quiero hacerlo. Soy… artista.

Temblando, mira a la mujer madura. “Soy artista”, se dice una y otra vez para sus adentros.

¿Y ella, la vieja airada con la causticidad a cuestas de una espalda ya encorvada? Bien, tiene derecho a creerse quien es. Una dulce arpía. Escribe, no tiene sueldo fijo y vive el momento, duerme en un hotel. Morirá arruinada, sola, traicionada, sin un centavo: todo lo lega a los negros.

Sin embargo… ¿Quién no ha sido en alguna época de su vida un poco (digámoslo así) grotesco?: en el 32 esta mujer sentenciosa y aguda, que eleva la mordacidad a género literario, pretende suicidarse con una variopinta gama de pastillas para dormir. Al cabo de las horas, cuando se despierta en la cama del hotel, aún vestida, no se le ocurre otra cosa que llamar a su médico para que la recomponga con un lavado de estómago. Luego, sale a la calle como si tal cosa (quizá se compre un bonito pañuelo de cuello en Tale’s…) Bonito final para uno de su sarcásticos cuentos.

Item más: cuarenta años después de su muerte el hotel vende souvenirs en su recuerdo: la mueca irónica serigrafiada en un tazón de café, su nombre estampado en un pañuelo de cuello, sonriendo desde unos gemelos, la postal con su carota estragada de vieja escéptica.

“De acuerdo, enana. Hablemos.”

Subway. Coge la 4 hasta Grand Central.

En el Philip Morris.

Notas sobre x, otra concepción del arte.

Baja andando por Madison Avenue hasta la Biblioteca Morgan luchando contra el viento, la grisura mojada del día.

Contempla manuscritos, rarezas antiguas, bagatelas valiosas.

Toma asiento. Desenrosca la estilográfica. No escribe, el plumín muerto del que nada brota. Hasta ella, la zorra de la pluma, se rebela en este día de perros. Aprieta la goma del depósito recargable. Seco. Ahora, quiere irse. Sale a la calle. Empieza a llover con furia. Se mete adentro otra vez. Aguanta las miradas inquisitivas: de los gruesos lentes de una de las cancerberas se proyectan como dardos las reprobaciones. Vuelve a sentarse: y estate quietecito, hombrecillo imprevisible.

Notas equivocadas. Se enfurece en silencio. Traga la quina.

El manuscrito “Hesse”. Muy sobado ya. Traspapela un rato, lee por encima saltando líneas, párrafos enteros: de todo esto poco le va a servir, se maldice.

Además, tendrá que reescribirlo otra vez: las hojas se caen a pedazos.

Página 296: álgebra de la necesidad.

Piensa en todo ello. Se calma.

+ Notas.

Una gramática generativa:

Crea su lenguaje y cuando de verdad es inteligible y comienza a ordenar su fonética, ortografía, morfología y sintaxis, entonces se borra de la hoja de papel, se desvanecen las tintas y nada de todo ello ha quedado para la posteridad.

Una lengua muerta, un lenguaje perdido.

El instinto de una depredadora en el fondo.

¿Acaso no fue ella la forense del expresionismo abstracto?

Todas las notas: a lápiz. Y si pudiera escribir sobre el polvo, antes del viento del norte, el furioso viento del norte…

No dejar rastro.

Alguna piedra aquí y allá.

En el caso de Hesse: el arte desaparece al hacer mutis por el foro la artista que, al igual que los artistas verdaderos, raras veces acostumbran a exhibirse en las galerías que muestran su obra. Como una pieza de teatro. Empieza y acaba. Fin del espectáculo. Ni siquiera asoman la cabeza atisbando por el cortinaje al acabar la función.

Toda la tramoya se ha venido abajo.