Era intrigante y enmascarado, y a la vez fascinador e inexplicable, incomprensible del todo, desconcertante… No despertar ya nunca (ni tan siquiera con el auxilio de los doctores de bata blanca, azul o verde, indiferentes y fastidiados alrededor de su lecho de moribunda), y si hacerlo con el cuerpo podrido o desaparecido o despedazado ¿adónde abrir los ojos?, pero, ¿qué ojos?
-Hola,
alma.
-No
te veo.
-Yo
a ti, tampoco.
Asunto
concluido.
¿A
qué maléfico destino obedece que sea en el futuro designio de ocupaciones raras
y varias?
Pues…
si han de saber de mí…
Bebo
lo suficiente como para no perder la lucidez que me permita escribir algo
parecido a The Sound and the Fury:
una pinta de cerveza en el desayuno, dos vasos de bourbon en el almuerzo, otros
dos a media tarde, un Martini antes de la cena, media botella de vino durante
ella y un par de whiskies antes de meterme en la cama y entregarme al sueño
reparador. (Y tal vez haya mojado los labios, sólo mojarlos, en algún vaso del clandestino licor de maíz del
Mississippi que guardo en un bidón de 20 litros escondido en un lugar secreto
del sótano.)
Búsquese
la escritura su concha: gasterópodo, misántropo… lúcido en especial: “Trabajo
de portero de noche: la quietud, el silencio, la soledad, la desesperación… han
de estimular la creación. Un mazo de hojas amarillas, el haz de luz también
amarilla contra el techo de madera proyectado por un coche invisible y apenas
audible que cruza la calzada… Vuela la mano asida al bolígrafo de tinta azul en
la hora amarilla, sin que el tiempo importe.”
Todo es mentira, una
ilusión: el color rojo a la luz de la luna es negro, ningún punto de la esfera
es el centro… o cualquiera de ellos lo es… Detrás de la puerta de la noche está
la luz.
Sigue
leyendo: días de gloria: una vez Einstein le preguntó la hora mientras se
dirigía al Johns’s College, en Cambridge. Tuvo que contestarle que no lo sabía.
En seguida, ambos sonrieron: por encima de sus cabezas la luz doraba las negras
saetas que señalaban los números romanos de un gran reloj blanco (a su debida
hora).
16
de junio de 1970.
Anduve
para perderme.
Mil
cosas hubieron de suceder en ese viaje al fin de la noche empezado en el
torreón mirando al mar.
Ni
busca su patria, ni busca a su padre, ni espera junto a la madre en el hogar.
Ahora
no es hijo de nadie.
Un
todo que desmiente todas y cada una de sus partes, una excrecencia holística
que, sin embargo, sería de imposible existencia sin una sola de ellas.
(“Jamás
hablo de literatura con nadie. Me fastidia hacerlo… Además, no sabría ni
establecer una teoría del gusto. Detesto hablar de lo que escribo y nunca leo
lo que escriben los otros por saberlo predecible, y hasta lamentablemente prescindible. En esto me parezco a…”)
Sigo
sin entender nada.
¿Quién
entiende La Creación?
La
mística, la mítica, la científica…
Pero…
He
ahí la respuesta y el sentido a toda mi obra.
The
Sound and the Fury (leída el…, prestada
por…). Y en
especial 7-4-1928: que sea el
lector-espectador quien desenrede la madeja.
Escribía
su evangelio… El Negro:
“Era aquel tiempo cuando Ella repartía el día
entre el trabajo y la invención en su estudio, que era uno de los rincones más
generosos de la casa, no muy lejos de los comestibles y los cacharros de
cocinar y aun de la misma cama donde dormía, y el pequeño fragmento del mapa de
la ciudad que habituaba a andar y desandar.
A esa tozuda y rutinaria existencia se agregaban de modo ornamental unas
relaciones sociales y personales que eludían no ya la controversia o la
disparidad de su pensamiento sino hasta la confesión inocente de su apostol… trabajo.
La
fuga del tiempo hacia el misterio, su entidad deslizante presentida, sólo se
imprime en los cuerpos, en la piel, en las miradas viejas, en la corteza de lo
vivo, y allí se hace visible, se torna de incuestionable existencia (oscura,
silenciosa, metódica, inapelable).
Right After era un intento de
rebelión ante lo sagrado, lo funesto, acaso contra una culpa incomprensible, la
rabia hacia todo lo condenado de antemano.
Es
un error el pensar en los nuevos conceptos tecnológicos del futuro y tener la
creencia que han de ser una prolongación o una derivación reconocible de las
formas y apariencias antiguas o de las actuales. No nos sorprende saber que
esas novedades prodigiosas han de llegar, y lo acatamos crédulamente; lo que
nos resulta difícil concebir, e incluso aceptar, es la imagen que revestirán
cuando lleguen a nosotros; en otras palabras, su aspecto real, inimaginable antes de su aparición.
¿Podría
aplicar esta idea al justificar en mi
obra la plástica que depara su concepción?
Se
vive entre las cosas del pasado: del futuro no hay absolutamente nada.
“Eres
triste”, le dijo una amiga, o el psiquiatra, tal vez su padre años antes de
morir él mismo como un judío triste. Pensó que, en efecto, lo era. Pero lo
realmente estremecedor es que nunca tuvo un sentimiento de culpa que la
atenazara en la inmovilidad sabiendo perfectamente
como sabía que era culpable… Su
muerte injusta certificaba tamaña contradicción. Además, no paraba de hacer
cosas. Un falso perpetum mobile.
La
enfermedad, si tienes miedo, es el abismo que silencioso se halla bajo tus
pies: al asomarte a él te conviertes en un desahuciado que más tarde o más
temprano será abatido por mucho que te resistas; si eres valiente, puedes
tratar a la enfermedad como a una desconocida con la que no deseas relación
alguna y que más tarde o más temprano te librarás de ella despidiéndola a cajas
destempladas. Pero la enfermedad también puede inocular desapego hacia un
presente inacabable y doloroso en el que acabas renunciando a todo. Una apatía
angustiosamente lenta de la mañana a la noche. En tal caso, lo terminal, la caída
al vacío, es lo preferible; y cuanto antes, mejor.
Ahora puedo entenderlo todo,
madre.
Una
casa en llamas donde lo arcádico de un recuerdo posterior sea capaz de
salvaguardar lo más noble de la infancia se ha resuelto finalmente fulminándose
a su vez en el grito de la mujer que cae, y cae.
Claro
que todo el mundo piensa en la muerte. Y posiblemente, todos los días. Pero una
cosa muy diferente es saber que ya andas
de su mano, que te lleva ella a su paso…
¡Todo parece ir hacia atrás mientras una voz en tu interior te conmina a
devolver lo que te fue dado!
Y
ahora, vacía la jaula, la escultura toma forma, se apropia del espacio.
La niña salió de la
jaulita.
¿Le
gusta a usted la carne?
Cuídese.
Su cuerpo es suyo.
El
pollo frito del Kentucky Fried Chiken.
La
hamburguesa McDonald.
El
hot-dog del puesto en la esquina de
la calle 3.
El
sangrante filete tejano, las chuletas de cordero de Oregón, las costillas de cerdo asadas, el solomillo
de caballo…
Demasiado
convencional…
Debería
cambiar, ¿sabe?
Atrévase
a los nuevos sabores.
Adentre
su paladar en lo inesperado.
Deguste
lo desconocido, lo extraño… ¡lo prohibido!
Las
vírgenes carnes de más de 20.000 especies le están esperando (con el aval y la
conformidad de la CITES).
Toda
una moderna y sorprendente fauna gastronómica emplatada en plásticas y sabrosas
composiciones le abren la puerta a una exquisitez aún no imaginada por usted:
Carne
de cocodrilo a la crema de hongos y salteado de verduras.
Escalopes
de avestruz a las finas hierbas.
Lomo
de bisonte a la parrilla con guarnición de zanahorias y raíces silvestres.
Carpaccio
de cebra a la naranja (de postre: tiras de chocolate negro y nata).
Alce
con salsa Cumberland.
Canguro
al kiwi.
Solomillo
de reno con puré de castañas.
Antílope
fileteado con brotes de soja.
Filetes
a la brasa aromática de gamo lechal.
Gacela
de Thompson en su sangre.
Rabo
de ñu y fuente de patatitas York al
horno.
Muslo
de hiena a la piedra quemada.
Costillas
agridulces de mono (cercopithefus cefus)
y sesos en tempura.
¿Le
gusta a usted la carne?
Cuídese.
Su cuerpo es suyo.
Divide
el ojo: la proporción áurea, las secretas armonías.
Mitologías.
Los 12 dioses mayores… No.
Una mitología con los dioses y héroes menores,
hasta con ellas, hasta con las anónimas… Ellas:
(Pandora,
creada con un poco de barro; Selene, la de las cincuenta hijas; Milita,
generosa y puta; Febe, sabia de oráculos; Atalanta, adversa al matrimonio y
cazadora; Astrea, nodriza y vengadora; Aedon, nieta de Hermes, la que malograba
a sus hijos; Dafne, querida por los dioses, convertida en laurel; Semele,
amante de esplendores, consumida por el fuego del propio Zeus; Urana, diosa de
los vientos, reina de los montes, esclava del sexo; Tije, la que dispensa o
despoja de dones y fortunas; Enone, trágica enamorada inmolada en el fuego de
Troya; Dike, enemiga del mal, confidente de los dioses; Driope, la que tuvo
antojo de flores, y ella misma se convirtió en flor cuando amamantaba a su
hijo; Eris, gemela de Ares, hija de la noche, autora de todo mal; Yaco, la que
aclara los misterios, guía de los iniciados, luz en las tinieblas; Tanatos, la
que no admite dádivas, la que cura todos los males, la que te mata, la que ha
de custodiar tu sepulcro; Onfale, la que obligaba a los hombres a hacer labores
femeninas, como labrar, tejer, limpiar…; Hécate, la que domina el misterio, la
magia, la adivinación, la que te salva en la encrucijada; Hestia, amante del
fuego; Ismene, hija incestuosa de Edipo y Yocasta; Koré, la que se pasea por la
muerte; Lete, la que te embriaga y hace que olvides tus penas; Niobe, la de los
hijos de piedra; Mirina, reina de las amazonas, fundadora de ciudades, vencida
y muerta en la Tracia…).
Sueña:
olores.
“Cuando
las cosas olían, olía el aire, y el fuego, la madera y la piedra, olía hasta la
luz.”
Despierta
de nuevo (¡otra maldita vez!): Acabas entre olores químicos, desconocidos en la
naturaleza, el sabor a agua metálica en la lengua, la quemazón en la garganta,
el asco de la supervivencia hirviendo en la sangre en su incansable itinerario.
¿Cómo
nos encontramos hoy?
¿Tocamos
con arco… o al pizzicato?
¿Letra
u objeto?
Escribió:
“Hasta cierto punto, puedo confiar en mí mismo.”
¿Quién
era él?
Nunca
lo supo.
¿Por
qué hay que saberlo? Tampoco te sabes de muerto.
Ella
copió (Hasta cierto punto, puedo confiar
en mí misma) la frase de él -un tipo al que nunca conocería- en el 69,
escrita en la esquina de una página rota con unos garabatos en la parte
superior de la agenda atrasada del 68, correspondiente al mes de septiembre, el
día 19, jueves, creo.
De
su obra decir con respeto que discutible
antes que necia.
“De
acuerdo, has elegido el arte, y creo que no para comunicarte con los demás. Una
forma de vivir exclusivamente para tus ojos. Sin embargo, se diría que tuviste
el deseo de buscar y encontrar ese medio fenomenal de falsear la realidad
confundiendo a los otros, a los testigos. Eso
ya constituía un mensaje: los convocaba a pesar de todo. Ahora bien, ¿por qué
no hiciste de ese arte endiablado algo más próximo al verdadero discurso de los
idiotas, una especie de lingua franca
de fácil interpretación? ¿Sólo por no comunicarte con tus semejantes? ¿Porque
no creías que fuesen precisamente tus
semejantes? ¿Porque te considerabas superior? ¿Qué significa ser superior en el mismo instante que el
médico te confirma sin alzar la mirada del maldito papel que te condena que,
“efectivamente, tiene usted un tumor en el cerebro”? ¿Tan cómoda te sentías en
el noser?
Quizá
fuera un desafío: mira de qué manera construyo mi genialidad… Empápate de mis
desafueros.”
Bajo
el chorro de luz de los focos (de 100 vatios)… ¡cómo se oculta el color y el
disfraz iluminado del clown o del augusto y la mirada vacía, el alma triste!
Bajo
el espeso maquillaje la mueca del payaso (de Los Circos de los Trapos Desteñidos) que parece una sonrisa
es en realidad un lanzazo de desprecio y maldición y odio… Un tipo burlón para
quien la vida ni siquiera es divertida: ¡Os mato de un cáncer en el cerebro,
queridos niñas y niños! ¡Un globito por aquí, un globito por allá! ¡Un cáncer
por aquí, un cáncer por allá!
Bajo
el tono melifluo del desesperado se halla el profundo rencor hacia la
existencia de cualquier animalito, incluidos los niños.
“Pasable”,
dijo.
Ni
mucho mejor ni mucho peor que los que andan sobre la cuerda floja, trampeando.
Lo
cierto es que todos somos “el que recibe la bofetada… final.” Bajo los cielos
ni siquiera hostiles o portentosos: indiferentes.
Respeta
mi locura, pues yo consiento la tuya: eran dos artistas en celo peleándose como
los gatos de Kilkenny: no darán jamás su brazo a torcer en su mundo sin
referencias, donde el juicio es el gusto y la arbitrariedad la ley.
Sí,
el arte: “Veo tus sueños mientras duermes, flotan en el aire, se plasman en mi
retina…”
De
repente, despierta. Ella era la artista y la durmiente.
Los
tocados de la elegancia, como los revelados experimentales de Lillian Bassman,
se desvanecen y se disuelven en polvo antes de llegar al suelo.
Se
indigna ante la afrenta, el desafío imaginario de la pregunta que ella misma se formula con sadismo:
“Quiero ver”, se dice él, “entender lo que veo…” Y entonces recuerda esos
santos y vírgenes de yeso con luminosas pinturas y dorados que pueblan los
templos católicos, y a los que tanto se aferran sus feligreses para fortalecer
su fe a través de esa pobre materia, para creer.
El
yeso pintarrajeado de mi escultura es mi concepto: mira mis llagas en su
ocurrencia, introduce tu mano en mi sangrante herida…
Enferma.
Sí. A media tarde. Y una luz otoñal amarilla. Densa, acariciante… Pacífica.
¿Dónde irán a parar todas estas imágenes, todo el magnífico y millonario
repertorio de imágenes que han colmado mis ojos?
¡Qué
inmenso almacén de ellas!
Quemad
el cerebro… y vuelan, escapan.
Se
hace de piedra. (Igual se desmoronan.)
Louis
Kahn tiene un lápiz amarillo del 2 en la mano de dedos gordinflones, es un lápiz
minúsculo, y una gran hoja de papel se extiende impoluta sobre la superficie
inclinada de la mesa, la luz magnífica entra por la ventana abierta a su
izquierda, el sol baña el perfil del hombre pensativo y derrama un triángulo
luminoso sobre la mesa: traza la punta de grafito unas líneas, se diría que se
elevan a lo alto, más allá del borde de la página… El hombre comienza a dibujarse a sí mismo
(imponente, dios, creador).
La
sentencia en la mano, brilla el sol en el cielo blanco, y es un día sin esplendor,
de unos colores y unos ruidos dolorosamente ajenos, como si todo en este mundo
fuese ya el decorado extraño y aberrante de otro planeta.
Pero
no… ¿Adónde sino al delirio te han llevado tales escrituras, esa biblia o buena
nueva de perdición?
¿Quién
en nuestros días escribe evangelios?
No hay una casa a la
orilla del mar, sí, el cuerpo era un artefacto diabólico, un aparato criminal
capaz de las mayores violencias contra el espíritu, sí, todo naufraga ante la
fría y verdosa mirada del buitre erguido sobre la mesilla de noche, nada nace
del sufrimiento, no engendra el dolor ningún ser noble y altivo capaz de variar
el futuro, doblegarlo al menos (hola,
dolor), mi casita gris en el oeste, tú
escribías a mano, inclinada la cabeza sobre la tosca superficie de la mesa de
madera, afuera de la casa, bajo la copa de los árboles donde centellean los
rayos del sol entre las hojas, cerca del mar, donde las garzas se posarían
majestuosas sobre las rocas, y las golondrinas revolotearían arriba y abajo de
los aleros, ella pasaría a máquina tus manuscritos, compraríais la comida a los
pescadores o a la gente del bosque en la parte de atrás de la casa, tú
partirías la leña y sacarías el agua cristalina y fresca del pozo, y ella
cocinaría, y limpiaría la casa… y ambos trabajaríais en este libro, entre el
verde bosque y el mar azul…
No
el arte, no…
Antaño
bastaba la provocación, lo imprevisible sobre todo, para escandalizar a un
espectador burgués que admiraba lo canónico de sus creencias en el arte más
próximo a la figuración del mundo e inclusive en aquél que lo deformaba
sutilmente aunque terminaba representándolo bien mediante brochazos furiosos o
en mínimas y graciosas entelequias; el hastío hodierno, que ahora sin embargo
sí repudia el mero reflejo de la realidad, sus apariencias trasnochadas,
también le da la espalda a ese revés del mundo que es el arte más valioso de
nuestros días, el arte Hesse, la verdadera transgresión, lo que los melindres
de su contemporáneo ya rechaza de plano: “Puedes disfrazar el mundo, pero no
puedes robármelo… dejarme sin nada en las manos, cortar mi lengua, sellar mis
labios, sepultar mis palabras en el estupor… Eso sí que no podré aceptarlo
nunca”, resuelve definitivamente el destinatario de la apostasía, y ajusta su
corbata y limpia la lente de sus gafas, y asegura la billetera en el bolsillo
interior de la chaqueta y se da media vuelta.
Hesse:
Pero yo estoy en el otro
lado, detrás de lo que ves a tu alrededor todos los días, siempre, y tales
cosas son las que te muestro.
Se
acabaron las singladuras al País de las Maravillas o al País de Nunca Jamás. La
Hispaniola ha naufragado. Con viento
desatado en las velas, un viento loco que aparece y desaparece por las cuatro
esquinas, irrumpe burlón a sotavento, cambia a barlovento, empuja desde proa,
marea el foque, viene de través, quien sabe el rumbo, sus torpezas perversas:
malo es el destino a bordo de los navíos siniestros donde la muerte y lo oscuro
alzan sus negros gallardetes, llámese el Pequod,
el Indómito o el Nautilus, sea el Filoctetes
o esa vieja lata de bizcochos Hunley&Palmer
que mal que bien navega río arriba en busca del horror, el horror.
¿Por
qué no una segunda parte?
Si
inscrita en lo maravilloso… ¡atraviesa el espejo!
A
través de la niebla se aposenta sencillamente en la repisa de la chimenea de la
Casa del Espejo:
-Si de verdad estuviste
conmigo en mi sueño…
¡Brinda
90 veces 9!
¿Y
ese montón de arena, esas sucias pisadas…?
Muy
valioso.
¿…?
De
su propio puño y letra.
(Firmado
ante notario.)
Un
sabueso debería rastrear sus huellas urbanas, el circuito de sus idas y venidas
por la gran ciudad.
Aquella
ciudad que registraba los pasos y peripecias de la inolvidable Eva Hesse.
¡Y
tú, perro sin dueño, sin collar y en Nueva York!
¡Qué
estampería! ¡Qué colección de cascotes, aceros y cristales sustituían a la
ladina estampa católica, sentimental, babosa y de atractivos colores pastel!
¡Qué encandilamiento del palurdo allende los mares, del turista o simplemente
del reflexivo que se da perfectamente
cuenta de donde está! ¡Qué nueva religión de la desmesura material y sin
embargo tan inaprensible!
Del
otro lado del río: se yerguen y forman una asimetría de enjundia plástica: cada
manchón en su sitio justo, alzado uno tras otro en planos diferentes configuran
una línea de muy atractiva composición, un perfil que relleno de tinta negra
los huecos que delimita da mucho de sí en la página horizontal de cartoné. El
siluetado puede leerse de izquierda a derecha, como en la línea de un libro, se
dibuja la raya del contorno sobre un cielo azul tan poderoso. Pero sólo mírala
y no intentes descifrarla esta línea. Repetí una y mil veces la singladura
gratuita que brinda el ferry a Staten Island. Le cogía la Nikon a Jennie. Las
fotografías son el recuerdo de algo, pero carecen de la sensación del ojo, de
la primera impresión en el cerebro. Ni un maldito olor. La foto: he estado
allí. Y esas manchas parecen decirlo todo. Es el skyline de la ciudad complementado con el que divisas desde
Brooklyn Heights, al otro lado del
puente, su firma exacta (aunque temporal), por así decirlo. ¿Qué hay detrás de
todo ello?
Pronto
me cansé: prefería las fotos de otros más expertos
y menos sentimentales. Rebuscaba en las cajas de Jennie: instantáneas, miradas
abstractas, escenas callejeras, rótulos, fachadas, rostros, sombras, edificios…
Y,
además, la fotógrafa coleccionaba daguerrotipos de otras épocas, todo aquello
que impreso en un papel a través de un ingenio que atrapaba la luz (o su
sombra) del pasado permitía atisbar como por el ojo de una cerradura. Ladeado
un pequeño montón en un ángulo de su mesa de trabajo, la baraja gráfica
mostraba un original de Johnston de 1890 que plasmaba el siniestro Dakota con
sus tejados puntiagudos de dos aguas recortándose en el cielo blanco del
invierno, descubría un golfillo vendedor de periódicos en la Washington Square
de Henry James fotografiado por alguien anónimo, conducía hasta nosotros en un
viaje del tiempo de sesenta años al Flatiron
surgido de las nieblas, entrevisto tras las ramas deshojadas del enero de
1908...
La
intrusa lo mismo asaltaba con buenos modales y una pérfida sonrisa el estudio
de Philip Johnson, en el edificio Seagram, para captar parte de un Midtown con
el Queensboro a lo lejos salvando el río que reunía una decena de imágenes de
los coches con los maleteros destripados del Bronx o enfocaba un empedrado de
Little Italy.
Había
una foto del Cadillac rosa de Sugar Ray Robinson estacionado en la 124 ante la
mirada hipnotizada de una pandilla de niños negros. Había las fotos de una
ciudad desleída en una luz blanca y triste, angustiosa y de un tramo de la
calle 12 ya mirando el Hudson bajo la lluvia, y una panorámica de Central Park
de 1942 a primeras horas de la mañana o de la tarde, cuando las sombras son
alargadas y nítidas, de la esencia de la
añoranza, y había una del arco conmemorativo de Washington y otra de la imagen
afortunada de Dennis Stock que plasmaba a James Dean con un cigarrillo entre
los labios y las manos metidas en los bolsillos del abrigo oscuro con el cuello
levantado cruzando Times Square sin importarle la lluvia y otras fotografías
mostraban terrazas al sol y al aire azul de los apartamentos en Sutton Place y
la entrada de The Factory en el 231 East de la 47 y un edificio de apartamentos
en el East Village ocupado por varias comunas procedentes de todas partes del
país y también del letrero en forma de flecha con la leyenda ONE WAY y otra de
la brillante e intermitente caligrafía del DONT WALK.
Pero
esa vigilancia amerindia (supuestamente más neoyorquina que americana) casi es
imperceptible, roza la curiosidad indiferente pero precisa:
-¿Hace
él algo que pueda perjudicarnos?
-No.
-¿Hace
él algo que pueda favorecernos?
-No.
Y
se hacen a un lado al pasar con la vista al frente.
Cada
uno tiene su camino.
A
ninguna parte: es una isla.
El
Negro se mira en el espejo. A sus espaldas se yergue sobre la mesa la máquina
de escribir, vetusta, negra como él y temible como un animal que de un momento
a otro fuese a abalanzársele y morderle
en el cuello, traspasar la carne, succionar hasta dejarle sin sangre en las
venas, sin la pobre savia del humano, teñirle del estampado negro de la cinta.
¡Tantas mentiras escritas, tanta profanación a la inteligencia! Se mira con la
imaginación exactamente ahí, nada
puede inventar: escribe sobre esa triste y tediosa hondura: los únicos aspectos
dramáticos en la existencia de ese tipo que miras mirándote en el maldito
azogue consisten en bajar al supermercado de la esquina una vez a la semana,
cortarse el pelo cada quince días y hurtarse a la vigilancia de la casera para
demorar el pago del alquiler.
No soy un literato. Sólo escribo. Es suficiente
con eso. Cobro poco, pero al contado. A hurtadillas. A trasmano. A traspiés. A
trancas y barrancas. A oscuras. A lo loco. Estoy a salvo. Me gustan las novelas
policíacas malas; cuanto más malas y perfectas, mejor. Y los relatos y
narraciones de misterio, los enigmas, los acertijos... Aunque a veces los
combino con el relleno de los crucigramas (igual podría dedicar los ratitos de
ocio al ganchillo o al punto de cruz).
En cuanto al planteamiento, nudo… ¡desenlace…!
(¿Quién diablos o qué bala volandera mató a Owen
Taylor, el chófer de Sternwood, en The
Big Sleep?
¿Cómo demonios desaparecieron los 5 dólares de
Mink subido en el carro del cartero?)
¿Quién resolvió por fin El Caso de la Nariz Perdida de Lepper?
¿Quién
eres?
¿Es
uno lo que uno hace?
¿Qué
clase de libros compras tú?
Perro
sin dueño… ¡y en Nueva York!
Le
basta el sol, alguna sobra…
El
parque protector.
Alguien
se ha sentado en el otro extremo del banco. Nota la ligera sacudida bajo las
nalgas. No se molesta en mirar hacia allí, pero fuera del campo visual atisba
la sombra, el bulto oscuro. Durante muchos minutos sigue con la atención puesta
en los anuncios de automóviles usados del Times
(Buick del 65: 1.800 pavos: Plymouth del 67, casi nuevo…, Ford del 68…). Las
diez de la mañana: todo es silencio, sólo el susurro de las ramas grises por
encima del banco. A las 10,38 se levanta del asiento con la vista fija hacia
delante. “Debería mirar ese bulto, esa maraña…” Ni siquiera sabe si es un ser
humano. Dos pobres tipos en un banco, en un parque, en una ciudad, a esa hora
mortal del día. (Gog, El libro negro… No recuerda con
exactitud: Papini relata la salida de casa todas las mañanas de un tipo que a
la vuelta de la esquina siempre encuentra a un mendigo echado en el suelo;
invariablemente, arroja una moneda de escasa cuantía junto a esa masa oscura…
Así durante años. Un día descubre estupefacto que no se trataba de un mendigo:
sólo era el montón de trapos y retales que abandonaban periódicamente en ese
sitio las modistillas de un taller textil de las inmediaciones.)
¿Y
qué haces ahora?
Gano
mi dinero.
Gana su dinero: escribe cosas como The Tao of the health y Food is your Best Medicine.
1945.
No
tahúr.
Un
francés con ideas plásticas chocantes y la jeta heredada del elenco del
Medrano. Viste con estudiada informalidad
-¿Cómo
están los ladrones neoyorquinos? –interroga sin amargura nada más bajar del
avión (de hélices todavía).
Muestra
un catálogo lleno de horrores magníficos: “Lo último de París”, asegura.
Como
si fuese el cronista de la moda más chic.
Los
tiempos han cambiado.
Un
gran silencio rodea a los que contemplan las reproducciones de las lujosas y
satinadas páginas de esas obras tan
atrasadas ya de los cuarenta.
No
hay desdén en las miradas posteriores, sólo ironía.
La
fiesta se acabó en París.
“Hemos
ganado la guerra; la paz es nuestra.”
El
escupitajo de Pollock le da de lleno en el rostro a Picasso y a los vendedores
de humo del surrealismo parisino y sus gracias.
Veinticinco
años más tarde.
1970.
Hela
ahí entre los viejos y decadentes amigos (Picasso, Duchamp, Schwitters, Man
Ray, Hesse…), ella, nueva y muerta. A la historia.
Nueva
York era la clave desde Hiroshima. Y tú mueres en plena temporada.
El
Hispano cavila en torno a las complejas personalidades, la incomunicación:
desde el 63 podemos hablar en gíglico. Ese idioma le interesa a ella: ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del
murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos.
Nada
es creíble. Todo es indescifrable.
Abril
de 1970. Ahora ya lo sabes.
En
Baxter Street. Quieta y perpleja, aplomada por la enorme decepción, bajo el
toldo violeta de una tienda de ropa hippy miras el cielo gris, brillante como
la plata, pero lejano, indiferente. Esperas que escampe. Estás lista: todo contra ti.
Bajo
la lluvia en Chinatown.
Una
lluvia lenta e interminable. Puede que alborocen a algunos transeúntes las
calles mojadas, la brisa fresca y húmeda proveniente del East River que parece
cargada de buenos presagios… La lluvia de primavera que hace reverdecer las
primeras hojas de los árboles. No a ella. Un tiempo hubo que la lluvia sosegada
y continua la hacía feliz, tanto que hasta le producía ansiedad.
A
su alrededor, ahora, todo es
crueldad.
Todo
parece mostrarse extraño a aquélla que va a sucumbir: ya no cuenta.
22
de mayo de 1970.
7
días en el umbral.
Aguarde
su turno.
-¿Su
ticket?
-Primera
especial: tumor en el cerebro.
-Atrás.
-Pero…
¿Tendría
ella ese aire de cachivache, esa aura de cosa de lejanía, de postración y aseado
abandono?
(¿Habla
de su obra?)
Pues
ahora el escrutinio de sí misma –mucho más feroz que el espejo- concluía en
interrogantes obsesivos que alcanzaban una dimensión teológica… Si esto era
así…
(Las
plusvalías en arte tienen su tiempo, su perfecta ocasión.)
-Es
lo mismo, respete la cola. No hay “pero” que valga.
Afuera,
más allá de las paredes blancas, hierven el aire y las cosas.
Adentro
de ti todo es todo oscuridad (no estás viva ni muerta, estás), pero el universo similar… Es todo como lo que ves cuando cierras los ojos, la veladura
roja y negra tras los párpados, el silencio negro, una duermevela que se pudre
a cada instante interrumpida por la vida que todavía aletea… Convendría
explorar ahí.
Hay
alaridos, el sonido del interior, como una rebelión ante las formas tan fáciles
del exterior de uno mismo, tan comprensibles: esto es una silla, esto es una
mesa, he ahí la ventana que invita al suicidio, la eterna caída…
El
terror de los locos es interior, nace de adentro de sí mismos, y nunca el miedo
o la angustia brotan del para ellos “inofensivo” mundo exterior, que es sólo
placer sin límites del cuerpo, sinuosos entretenimientos, la atracción del
circo… o el público congregado de ese circo.
Tu
obra nacía de adentro, de muy adentro. ¿Estabas loca? ¿Qué escudriñabas en ese
fondo viscoso, oscuro, movedizo de tus entrañas?
Se
siente el cuerpo pero… Tierra. Agua. Aire. Fuego. Era así de simple (4 es un número muy feo). Los
espejismos de todo lo demás… Hechuras de La Gran Alquimista. Mamá azul. El
terror (sí) es blanco. Amarillos los huesos. La rojez maloliente de la carne,
la mórbida transparencia de la piel. El aura todavía desdeñable del genio.
La
mente a la suya.
El
cuerpo tendido.
Nada
se pudrirá hasta su hora, hasta el apagado final.
¿Cuántas
palabras puede hacer rebotar un cerebro sano entre las paredes craneales en un
día?
200
palabras por minuto.
12.000 por hora.
290.000 por día.
¿Es el yo
imputrescible?
Mil páginas así, de incesante barbarie
pensativa. Siete días seguidos… Siete mil, ocho mil, diez mil páginas de
escritura apretada, sin puntuación, un libre discurrir, un monólogo interior,
una corriente...
¿Es un coma una imaginación incesante? ¿O un
sueño sin pesadillas, sin pensamiento,
sin conciencia?
Todavía
hierve la papilla del cerebro: cuece su enciclopedia donde el orden alfabético
ha devenido maraña colosal.
Ahora
la ocurrencia es el cuerpo, su torrente de sangre, linfa y flujos que todavía
engrasan la maquinaria desbaratada, ajeno a todo estímulo de los vivos y sus
mendacidades.
Así
que 290.000 palabras. Tal vez con cierto orden (in-visible). Eso es. Ahora ya
lo sabes.
¿Cuántas
palabras vomita un cerebro sano…?
Esas.
Las mismas que un cerebro enfermo pero vivo.
La masa viscosa que agrieta el cráneo supura algo parecido al pensamiento, al
delirio, a la alucinación, a la pesadilla… ¿a qué?
290.000
palabras. Y a éstas, ¿qué sintaxis las gobierna?
Ajá.
Es fácil la respuesta. ¿No era desquiciado tu arte? ¿No lo es aún en el siglo
XXI?
¡Menuda
componenda de trastos tu obra!
290.000
palabras diarias. Un bonito libro al
día. Una fea novela.
Un
arte indescriptible.
Una
especie de fluido nada memorable, goteras del cerebro hasta que… se queda
vacío.
Qué
loca, la artista. Y sin necesidad de plástica alguna, sus ferias y
truculencias.
Una
locura magistral, de la que se puede extraer enseñanza no baladí.
Si
no puedes descifrar un gen, aunque ya sepas deletrear sus letras químicas
(¡bonito vocabulario!), ¿cómo pretendes descifrar la galaxia de mis
intuiciones, mis enredos emocionales? Deberías saber que en una sola de mis
obras concurren 10.000 conexiones por segundo durante el solo proceso de su
concepción.
Expulsada
del útero materno: el éxodo, el exilio… La diáspora que te aleja más y más de
ti misma, te hace extraña, provisional, infinita e inútil.
Expulsada
de todo… ¿Sería la obra toda la mentira de sus sueños, esa ilusión que engaña
sólo porque es posible imaginarla?
Al
olvido te destierra el arte.
Como
ahora, que el cerebro te desaloja.
Una
pausa antes de la nada: duermes la muerte, ya
nunca volverás al mundo de los vivos, y de él poco recibes ya, la pulsión
de un brillo minúsculo, como la que insinúa la estrella en el borde de la
galaxia: el mundo externo ya es sólo tu latido, la charca de la sangre que aún
se estanca en tus venas, la tibieza de la conciencia en la piel (o quizá
envolviendo los huesos).
¿Qué
clase de sueño es el tuyo?
Blanco.
El
sueño y la vigilia ya son lo mismo: permanece inmóvil, erguida bajo el cielo
blanco en el pedregal judío, la tierra israelita origen del bien y del mal
donde las zarzas y el matorral parecen humear asfixiados por el calor, y podía
oír perfectamente el crujido de las piedras ardientes, el crepitar de la tierra
bajo la llama del sol del mediodía. Estira los brazos en cruz, echa para atrás
la cabeza con los ojos cerrados, ser toda ella letal, como el venablo de fuego
que abate los espejismos, que abre los ojos a la vida real, no figurada, ni
sometida al engaño, a las apariencias esenciales, a la soledad amarilla y
absoluta del desierto, desgarra la sábana santa: más allá, más allá la
verdadera vida…
Y
quede atrás la tontería ancestral.
Lo
que veo es terrible: ¡es!
¿Y
no podría dormir mil años?
¿O
vivir en un sueño sin muerte?
Apaciguado
el cerebro…
¿Qué
agonía es ésta?
¡Siete
días con sus noches invisibles!
Y
todo… ¡para morir!
No
sumas años: es la eternidad jirón a jirón la que se desprende de ti, te despoja
de años y días, descama tu piel, amojama tu carne, monda tu esqueleto y al
final te lo roba todo.
Hasta
ella llegan los sonidos del mundo, la canción o la queja, el grito y la risa,
el aullido y el susurro del amor.
Ante
ella se extiende la ciudad fabulosa al pie de la montaña, meridiano de toda
aspiración, sus luces y magnificencias, su inmenso ajetreo e inacabables
riquezas, sus laberintos de fortuna y sus paraísos al alcance de la mano, la
prosperidad de sus casas, la grande combinación de sus placeres, las dádivas,
los sueños, la ambición, los ocios innúmeros, los mil y un inventos, el linaje
y la perpetuación de la memoria, todo por lo que es preferible luchar (incluso
la renuncia, la paz, la sabiduría) se halla en las entretelas del inmenso
decorado, pelea con denuedo y abrirás el agujero donde se oculta el tesoro, haz
que brille al sol…
Tu
vida es un instante entre celebraciones y miserias.
Lo
que hoy es un imperio mañana…
Ciudad
de ruinas, del mármol envilecido de sus halls,
de su tierra negra, de su aire viciado y silencioso, de sus idas a ninguna
parte, ciudad muerta y poco a poco invadida por la cizaña del tiempo, abierta
de grietas oscuras y despobladas, de agujeros mortecinos donde la vegetación
alarga sus cada vez más crecidos y verdes brazos atenazando paredes y muros,
columnas, estatuas y pináculos, sombreando las rectilíneas cordilleras de las
calles con su verdor maligno y depredador, ciudad de rascacielos vacíos,
cafeterías desiertas, librerías sin libros y estaciones adonde no llega tren
alguno, parques agostados, árboles vencidos al suelo, ciudad de tristes e
interminables avenidas en una penumbra perpetua donde la alimaña empieza a
encontrar acomodo, se oyen gritos desconocidos en la ciudad perdida, quejidos,
animales degollados entre las grandes piedras, la invaden millones de ratas, la
rodea una jungla de mosquitos, ya la cerca la selva del abandono y el ruido de
la bestia…
Obra
de una duermevela rocosa, de edades minerales. No hay dolor, pero tampoco
esperanza…
Sólo
el acecho de la Parca.
¿Expresa
eso ahora tu trabajo?
Fibra
de vidrio. Resinas. Polietileno, alambre de aluminio: ¿aquel espejo ha creado
esta imagen…?
Tori:
El
agua podrida que se estanca en los jarrones y los búcaros cuando las bellas
flores se doblan ajadas y marchitas, derrotada la pujanza de los tallos,
apagados los colores y desvanecidos los aromas efímeros: venenosa pestilencia.
Ese
ornamento oloroso como ofrenda a los dioses invisibles salvados por su silencio
magnífico… ¡que gobiernan a pesar de todo sentido común y toda superchería en
el seno de una bruma impenetrable a la razón!
Me
es difícil pensar.
El
arte es un idea…
¿No
la pudren los años? ¿Se salva en el tiempo?
Blanco
y verde…
La
ofrenda: tus gusanos.
¿Eres
tú?
“Si
no pensara… todo sería el azar”, escribió ella el mismo mes de su muerte.
Ella.
Tardé
en comprender.
Pero
nadie desea… ¡el destino sin más, ajeno a los sueños, a la equivocación!
Si
no juez, al menos parte.
Y…
duerme (sin sueños), sacrílego.
Tú,
pecador, que el castigo aún no te alcanza.
Un
cielo limpio (inocente) y azul (el resplandor también inocente, sombra
delirante de la tierra en la negra noche del cosmos).
29 de mayo de 1970.
Hasta el sueño se desvaneció. No voló de la
celda del cuerpo. Murió con ella.
Sueño: la niña perdida que no cesa de comer pan
de la mano de Quentin. Él levanta (con un palo) la faldita andrajosa: es mi
cuerpo, soy yo… enferma.
¿Han de colocarse cartelas junto a… junto a las
obras?
¿Dónde diablos están los marcos, los pedestales?
¿Mejor muerta que…?
Las manos hacia dentro
la cabeza alzada a lo alto
la boca abierta
las babas que se deslizan por la mandíbula
los solo gruñidos
el lamento que se prolonga hasta la impotencia
la mirada ausente o enojada
la inmovilidad cruel y fatal
la infinita vulnerabilidad
¿mejor muerta…?
¡¡No, no, mil veces no!!
Siquiera los ojos abiertos… a cualquier cosa…
¡menos a la nada!
Documenta-3.
Kassel.
Junio del 64.
Recordaba ahora, postrimerías de marzo de 1970…
¿Qué hacemos con todo esto?
Miró sus manos: basta con ellas sólo.
No basta con ellas sólo (¿o debería haber sido
de ese modo?).
Aún hacía listas… entonces, en Alemania, cuando
empezaba a nacer para el mundo. ¿A quién elegir?
¿Por qué hay que elegir?
¿Había
alguien a quien elegir?
Valerio Adami Robert Adams Hans Aeschbacher Afro
(Afro Basaldella) Yaacov Agam Pierre Alechinsky Horst Antes Karel Appel Arman
(Armand Fernandez) Kenneth Armitage Hans Arp René Auberjonois Joannis Avramidis
Kenjirô Azuma Francis Bacon Ernst Barlach Saul Bass Willi Baumeister Herbert
Bayer Thomas Bayrle Jean Bazaine Max Beckmann Hans Bellmer Lucian Bernhard
Janez Bernik Miguel Berrocal Joseph Beuys Max Bill Julius Bissier Roger
Bissière Karl Oskar Blase Umberto Boccioni Kay Bojesen Pierre Bonnard Lee
Bontecou Constantin Brâncusi Georges Braque Rodolphe Bresdin Donald Brun Peter Brüning Klaus Burkhardt
Alberto Burri Will Burtin Pol Bury Alexander Calder Jean Carlu Anthony Caro Carlo Carrà A. M. Cassandre César (César Baldaccini) Paul Cézanne
Lynn Chadwick Marc Chagall Avinash Chandra Eduardo Chillida Giorgio de Chirico Ro man Cieślewicz Emil Cimiotti Antoni Clavé Jean Cocteau
Bernard Cohen Harold Cohen Paul Colin Pietro Consagra Constant (Constant
Nieuwenhuys) Lovis Corinth Corneille (Cornelis van Beverloo) Willem Hendrik
Crouwel Miodrag Djuric (Dado) Radomir Damnjanoviæ Jean David Alan Davie Robyn
Denny André Derain Charles Despiau Otto Dix Eugène Dodeigne Piero Dorazio Jean
Dubuffet Marcel Duchamp Raoul Dufy Dušan Džamonja Charles Eames Thomas
Eckersley Dick Elffers Martin Engelman Michael Engelmann James Ensor Hans Erni Max Ernst Joseph Fassbender Gerson Fehrenbach Lyonel Feininger Lothar Fischer
Klaus Flesche John Forrester Sam Francis Otto Freundlich Horacio Garcia Rossi Rupprecht
Geiger Vic Gentils Nicholas Georgiadis Karl Gerstner Quinto Ghermandi Alberto
Giacometti Werner Gilles Hermann Goepfert Roland Goeschl Vincent van Gogh Leon
Golub Julio González Arshile Gorky HAP Grieshaber Franco Grignani Juan Gris George Grosz Waldemar Grzimek Hans Gugelot Constantin Guys Günter Haese Étienne Hajdú Otto
Herbert Hajek Hiromu Hara Hans Hartung Karl Hartung Erich Hauser Josef
Hegenbarth Bernhard Heiliger Anton Heyboer Hans Georg Hillmann Jochen Hiltmann
George Him Herbert Hirche Paul Van Hoeydonck Rudolf Hoflehner Wolfgang Hollegha
Max Huber Friedensreich Hundertwasser Jean IpoustéguyArne Jacobsen Bernhard
Jäger Paul Jenkins Alfred Jensen Jasper Johns Allen Jones Asger Jorn Yusaku Kamekura Wassily Kandinsky Herbert W. Kapitzki Edward McKnight Kauffer
Ellsworth Kelly Zoltán Kemény Walter Maria Kersting Günther Kieser Phillip King Ernst Ludwig Kirchner R. B. Kitaj Paul Klee Yves Klein Gustav Klimt Franz Kline Aleksander Kobzdej Hans Kock Fritz Koenig Oskar Kokoschka Takashi Kôno Willem de Kooning Harry Kramer
Norbert Kricke Klaus Kröger Alfred Kubin Rainer Küchenmeister Wifredo Lam André Lanskoy Berto Lardera Henri Laurens Fernand Léger Wilhelm Lehmbruck Jan Lenica Julio Le Parc Herbert Leupin Jan Lewitt Richard Lin Jacques Lipchitz Jules Lismonde El Lissitzky Wilhelm Loth Morris Louis Lucebert (L. G. Swansweijk) Bernhard Luginbühl Heinz Mack August
Macke James McGarrell Aristide Maillol Alfred Manessier Franz Marc Gerhard Marcks Marino Marini Albert Marquet Étienne Martin André Masson Gregory Masurovsky Henri Matisse Roberto Matta Almir Mavignier
Jean Messagier James Metcalf Hans Mettel Otto Meyer-Amden Brigitte Matschinsky-Denninghoff Henri Michaux Hans Michel Ludwig Mies van der
Rohe Josef Mikl Joan Miró Paula Modersohn-Becker Amedeo Modigliani Piet
Mondrian Pitt Moog Henry Moore Giorgio Morandi François Morellet Richard
Mortensen Robert Motherwell Bruno Munari Edvard Munch Kazumasa Nagai Jacques Nathan-Garamond Ernst Wilhelm Nay Eva Renée Nele Rolf Nesch Louise Berliawsky Nevelson Ben
Nicholson Erik Nitsche Marcello Nizzoli Georges Noël
Isamu Noguchi Emil Nolde Eliot Noyes Richard Oelze Kenzo Okada Christian d'Orgeix Alfonso Ossorio Eduardo Paolozzi Jules Pascin Victor Pasmore Alicia Penalba Constant Permeke Celestino Piatti Pablo Picasso Otto Piene Pierluca Edouard Pignon Giovanni Pintori
Filippo de Pisis Serge Poliakoff Jackson Pollock Giò Pomodoro Carl Pott Concetto Pozzati Heimrad Prem Dieter Rams Robert Rauschenberg Odilon Redon
Josua Reichert Bernard Réquichot Germaine Richier George Rickey Gerrit Rietveld Jean-Paul Riopelle Günter Ferdinand Ris Larry Rivers Auguste
Rodin Giuseppe Romagnoni Willem Sandberg Giuseppe Santomaso Antonio Saura
Raymond Savignac Egon Schiele Hans Schleger (Zéró) Oskar Schlemmer Joost Schmidt
Wolfgang Schmidt Nicolas Schöffer Paul Schuitema Bernard Schultze Emil
Schumacher Kurt Schwitters Scipione (Gino Bonichi) William Scott Gustav Seitz
Jason Seley Georges Seurat Gino Severini Ben Shahn Paul Signac Mario Sironi David Smith Francisco Sobrino K. R. H. Sonderborg Jesús Rafael Soto Pierre Soulages Chaim Soutine Jannis Spyropoulos Toni Stadler Nicolas de Staël
Anton Stankowski Joël Stein Hans Steinbrenner Klaus Steinbrenner Magnus
Stephensen Kumi Sugai Richard Süßmuth Marko Šuštaršiè Graham Sutherland
Waldemar Œwierzy Arpad Szenès Rolf Szymanski Jun Tabohashi Shinkichi Tajiri
Ikkô Tanaka Antoni Tàpies Hervé Télémaque Fred Thieler Jean Tinguely Mark Tobey
Henri de Toulouse-Lautrec Harold Town Otto Heinrich Treumann Hann Trier Heinz
Trökes Jan Tschichold Günther Uecker Hans Uhlmann Reva Urban Andreas Urteil
Suzanne Valadon Italo Valenti Victor Vasarely Emilio Vedova Bram van Velde
Maria Elena Vieira da Silva Jacques Villon Paul Voss Édouard Vuillard Wilhelm Wagenfeld Hans Wegner Hendrik Nicolaas Werkman Brett Whiteley Carl
Heinz Wienert Gerhard Wind Fritz Winter Tapio Wirkkala Wols Fritz Wotruba:
uno
y trino (oh,
colores celestiales…).
Dime, querida, ¿requeriremos con el tiempo una
edición variorum respecto a la
contemplación y dilucidación de tu obra que nos vaya informando de los addenda?
-¿The
Green Train?
-¿Sí…?
-¿Yeats?
-Sí,
¿quién es?
-John Silver,
compañero de Morgan, de El Pirata
de los Libros.
-Dispare.
-Tenemos aquí 500 Hilton. Se los cambiamos por
la primera edición de Go Down, Moses.
Sabemos que guarda usted ese ejemplar.
-Tendrán que subir el precio.
-Y 30 Marquand…
-¿Y…?
-Y 10 Hemingway.
-¿Y…?
-Y 5 Anderson, incluido un Winesburg, Ohio del 19… Tal vez podríamos añadir un par de decenas
de Jones… Creo que es un trato justo.
-Hecho.
El otro vector realmente de importancia, pues:
Gotham Book Mart&The Green Train:
9/1967 (años de la serie Accesion, Addendum):
Contrato con la Fischbach.
“Mi biblioteca es mi obra; cada objeto, un libro
extraño incluso para mí donde es fácil leer lo imposible, lo absurdo, y por qué
no, lo gratuito, lo innecesario.”
Ahora ya no anotaba nada la chica que todo lo
apuntaba. Ninguna lista complacía sus ratos de aprendizaje intelectual, ninguna
rememoración falsificaba las horas de ansiedad y espera. ¿Para qué seguir?
(¿Pero no había que seguir hasta el final?). Lo que había leído, los libros que
quería comprar y anhelaba leer, las personas estimables que conocía, los
amigos, los títulos de las obras futuras, los edificios que le fascinaban, las
calles que la seducían, las citas, los proverbios… Las ciudades que había
visitado, los países a los que viajó, los personajes de leyenda, las
reflexiones a la caída de la tarde, las ocurrencias del insomnio, los
pensamientos fértiles del amanecer, los sucesos memorables, la noche secreta,
los días, los placeres…
Picasso. Duchamp. Calder. Gorky. Pollock. Noguchi. De Kooning.
(Esos eran, según su criterio inamovible, los inmortales que le
aguardaban con los brazos abiertos cuando cruzara ella también el charco de
Estigia.)
El lunes 15 de junio de 1964 lee Herself Surprised, de Joyce Cary.
El miércoles 17 de ese mismo mes The Unbearable Bassington, de Saki.
El día 20, sábado, empieza y acaba The Good Soldier, de Ford Maddox Ford.
El 23 de junio, comienza Clock Without Hands, de Carson McCullers.
El
25, The Bird’s Nest, de Shirley
Jackson.
El 3 de julio, The Lottery, de Shirley Jackson.
El 15 de julio, Hangsaman, de Shirley Jackson.
El 16 de julio empieza Ship of Fools, de Katherine Ann Porter. (La acabará el sábado 25 de
julio.)
A partir del lunes 27 de julio de 1964 decide
leer:
Hauting
of Hill House, de Shirley Jackson;
Flowering Judas, de Katherine Ann Porter;
Pale
Horse, Pale Rider, de Katherine Ann Porter;
Lucky
Jim, de Kingsley Amis;
Vodi, de John Braine;
Adrift
in Soho, de Colin Wilson;
Absalom,
Absalom, de William Faulkner;
My
Life and my Loves, de Frank Harris;
The
Group, de Mary McCarthy;
Le deuxième
sexe, de Simone de Beauvoir;
Chocolates for Breakfaat, de
Pamela Moore:
Goodbye Columbus, de Phillip Roth;
Tender is the Night, de F.S.
Fitzgerald;
Pudd’nhead Wilson, de Mark
Twain;
Giovanni’s Room, de James
Baldwin…
16 de junio de 1964: trabajo estudio;
18 de junio de 1964: trabajo estudio;
19 de junio de 1964: trabajo estudio;
20 de junio de 1964: trabajo estudio…
14 de julio de 1964: calor;
15 de julio de 1964: calor;
16 de julio de 1964: calor…
22 de julio de 1964, miércoles: período;
19 de agosto de 1964, miércoles: período;
17 de septiembre de 1964, jueves: período;
14 de octubre de 1964, miércoles: período…
“Vivo terriblemente asustada…”
3/1970. Y, ahora, ¿qué?
(Y no dejó de leer cuando Evchen los enternecedores libros de
mister Alan Alexandre Milne.
-¿Sabrías decirnos de corrido, a petición del
estimado público, los nombres de los Amigos del Bosque de los Cien Acres?
-Winnie, Tigger, Cangu, Piglet e Igor.)
Anot., 1969-R.Esman (a petición de):
7/OBJECTS/69
Destruye lo femenino (¿Qué es lo femenino?).
Materia minimal (sic).
La idea: más allá de todo material, más allá de
la jaula teórica, más allá del espejo.
-Te contradices
–me dijo-. No asumes la distancia a la que debes hallarte de la obra que se
basta a sí misma.
-Puedo
hacerlo perfectamente… Soy huérfana.
Esa obra… ¡como un trastorno nervioso!
Si te agarra la enfermedad, estás lista. Poco se puede hacer entonces. O todo. Pero es
lo mismo: controla los tiempos y el ánimo: estás, sencillamente, en territorio
hostil, donde las asechanzas terminan propinándote su daño específico de cada
una de ellas: el dolor, la locura, la parálisis…
-Sabe, tenemos unos garabatitos que convendría
asear. Nada importante en realidad, pero sí lo suficiente para trabajarlos
antes de su venta: unos dibujitos sobre papel amarillo sucio del 52 o 53… En
resumidas cuentas, hay que trabajarlos antes de su venta.
-Comprendo. Veamos, ¿qué tal un media caña
dorado?
-Pues…
-o un entrecalle en rojo…
-Quizás… El cristal amortigua algo la
aparatosidad. Me imagino el contraste, y ya me gusta.
-…un “pecho de paloma”, un corleado base en
plata y terminado en oro, un…
Afuera, un Pisarro:
Una Nueva York triste, de apagados colores por
la lluvia, aunque reluciente, fría, con el pavimento mojado en el que brillan
las luces rojas, amarillas, verdes…
O la geometría mareante de Braque, los ángulos puzzelianos de Juan Gris, un encaje
Mondrian (el enunciado tricolor que ordena los espacios.)
(Un fernandino del XIX con hojas de acanto, sin
cristal: bien custodiado por los lebreles engorrados de El Louvre, de El Prado,
de El Ermitage, encerrado en la cámara blindada de un banco, en los sótanos de
la mansión en Southampton, oscuro en las cuevas del Vaticano, lleno de polvo e
indiferencia de décadas en el desván de la abuela en Clichy…):
¿Y qué enmarcaría tamaño desafuero ornamental?
La púrpura pompeyana.
La desnudez románica.
El gótico dorado,
El dibujo de Miguel Ángel,
Los bufones de Velázquez,
El claroscuro de Rembradt.
El interior holandés (cualquiera de ellos),
La alegría francesa de Wateau,
El abrupto atardecer de Turner,
El retrato despiadado de Goya,
El pastel pornográfico de Rodin,
La geometría de Cézanne,
El miedo de Van Gogh,
El júbilo de Renoir,
El jardín de Monet,
Las calles de Utrillo,
La ventana de Matisse,
El laberinto de Braque,
La soberbia de Picasso,
Las almas retratadas (y sus gotitas de sadismo)
de Bacon,
La carne de Freud,
El testamento manuscrito de Duchamp…
“¿Qué tal la colección completa de editoriales
de John Steinbeck para el Saturday Review
de los 50?”
“Pura pacotilla.”
“Entonces, ¿quieres aprender cómo robar un
banco?”
“¿Cuánto?
“15 centavos.”
“Veamos. Tal vez pueda interesarme (si no el texto
sí el procedimiento para meter algún dinero en los bolsillos).”
Atlantic
Monthly
de marzo del 56:
“How
Mr. Hogan Robbed a Bank”.
En cualquier caso Mr. Steinbeck, por esa época,
como dijo uno, parecía ser no tanto alguien que escribía, como alguien de quien
se escribía.
Cuaderno Amarillo:
amanecer rosa y gris,
y el crepúsculo lento y violeta:
Rojo y
Negro,
hasta la página 67,
¿por dónde andas? por la ruta 66, a la altura de
Amarillo,
no ha madurado: a los treinta años tenía los
bolsillos llenos de Red Hots que
comía a puñados,
veamos: ¿Albers como maestro o como tu professor?
Albers, que parecía un dios bizantino en Black
Mountain College,
su pintura (su sucedáneo como pintura) es como
una infección, dijo (hay peligro de pandemia de mal gusto),
aprended y callad:
después de las clases, con el bocadillo de la
merienda en la mano,
a la velocidad de la lágrima he visto como la
tarde muere y se apagan las voces…
Destila el tiempo, dueño y señor del espacio, el
fluido suicida de su transcurso.
¿Pueden aburrirse de veras los moribundos?
Sin duda, existen vacíos que no pueden llenarse
ni con el temor ni con la resignación. Ni la inminencia de la muerte logra
librar de ese tedio inexplicable.
Aunque las preguntas siguen ahí.
¿Qué he sido? ¿Qué he hecho?
Lo que es,
en sí, no lo sabes, y lo que sea es inimaginable. Son patéticos los intentos
por averiguar la clave del misterio (el
misterio) que conduzca a la comprensión de lo incomprensible. ¿Y te burlas
de mis obras? A saber qué dios o que monstruo empezarán a engendrar tus
vísceras en el mismo instante de la muerte.
¿Vas
a decirlo todo?
Yo era…
La repugnancia de verme reflejada en cualquier otra artista, en sus actos, en su vida social o artística, en sus explicaciones ociosas y estúpidas intentando defender (o cobardemente justificar) sus obras… Nada hay que me desazone más que ese espejo que me enfrenta a mí misma, mi vulgaridad después de todo al comprender mi pertenencia a un grupo que balbucea exactamente igual que yo, con los mismos complejos, las mismas ambiciones, el mismo desequilibrio interior: la sencillez de la vida cotidiana (la ventana abierta, los árboles de junio, la taza de café a media tarde, el libro sobre la silla que está esperándote, la cena con el amigo “sin problemas”, el cobro de un cheque en la oficina bancaria, el lento riego que viertes sobre las glicinas…) opuesta a la complicación de una porfía que acaso sea de balde, carente incluso de la gracia de lo fútil, resuelta en una soledad soberbia y tan inútil en el fondo como las empresas de Sísifo o la oscura y oculta ocupación de Atlante. Peor aún: porque ser artista ni es un castigo ni una condena… ¡es una elección ridícula si una se pone a pensarlo!
Te hallas en el lugar donde la bondad no existe.
Fue carcomiéndose hasta que se desvaneció en el polvo del suelo. La rivalidad
callada pero latente, hostil y acuciante de todo lo visible hacia erior y tus obras no permitirá en ningún instante el armisticio espiritual:
el mundo te conmina al duelo, a un enfrentamiento definitivo e insoslayable…
(porque tú si eres diferente en tu
agujero mental).
¿Lo has dicho todo?
Jamás te traicionas, nunca te expones (¿a qué?,
¿a quién?): expones tu obra.
¿Existe alternativa?
¿Qué tal
ingeniero aeronáutico
Sucio guionista a sueldo de una de las majors de Hollywood
piloto de aviación comercial
abogado financiero
abogado divorcista
coach de político lerdo
promotor inmobiliario en el East Side
promotor inmobiliario en el West Side
promotor inmobiliario en Martha’s Vineyard…?
¿Y crítico de arte?: hay dinero ahí: la primera
lección (de obligado cumplimiento) a impartir al artista actuante delante de ti
es permitirle con gesto displicente que pague la consumición o las copas en
vuestra primera entrevista: a partir de entonces, el tipo ya empieza a
comprenderlo todo.
Una mancha en el rostro. Mácula (aquél en su
linaje, y el otro en sus propósitos, y éste en el alma, y aquélla que la
celebra orgullosa…)
“No se relaciona uno con los artistas, desengáñese.
Sólo se les soporta, se les compra o se les ignora. Por su parte, ellos le
miran como a un intruso.”
Agosto 69: la luz blanca, la quietud tórrida de
la tarde (podría morir hoy, ahora mismo, ¿para qué esperar?).
Levita
espiritual por encima (bastará con un centímetro) del suelo cubierto de
incontables pringues y porquerías… ¿Espiritual trabajando con semejantes
componendas y pestilencias, entre manchones y atrevimientos? El místico mira al
cielo negro y estrellado, limpio, de inescrutable origen, y quizá también mira
adentro de sí, puro, estático y transido, con las manos quietas, la plegaria en
los labios…
Levita (dice): Madison Avenue, a la altura de
las Parke-Benet: Punta de Lápiz
Mordisqueada por Hesse: cincuenta mil dólares; Guantes Empastrados de
Hesse: cien mil dólares; Espátula Hesse: un millón de dólares; Mono de Trabajo de Hesse: dos millones
de dólares; Block de Apuntes Hesse: tres millones de dólares… Compresa Teñida de
Hesse… Kleenex Mocado y Arrugado de Hesse…
Ha creado un convenio: ella y el mundo cotizan a
través de él: las fluctuaciones universales, los estados de ánimo de ella: “El
mundo debe creer en lo que hago para que yo pueda creer en su importancia real.”
Lo que les caracteriza a todos ellos no son los
objetos, el mobiliario o las pertenencias que han reunido en sus apartamento o
habitaciones: es la luz bajo la que viven, comen, aman, trabajan… Especial cada
una de ellas, pues todos son diferentes, es como una piel intocable que los
definiera realmente, que iluminara de verdad su auténtica vida interior… La luz
que les revela los explica.
Eres gruta. Una cueva donde la oscuridad y el
agua conforman una tela de araña precisa y vigorosa para el pensamiento, la
geometría de la negritud con todas sus consecuencias: todo un laberinto telúrico
de perversidades, la divagación, la locura, hasta el crimen formal, la libertad
máxima sin el miedo a lo punitivo, ser como actúa el más perfecto animal de
presa libre de la traba de la conciencia, ser tan inocente o destructivo como
el aire, la catástrofe natural del fuego que no tiene culpa.
Procedes de la caverna, y allí te encuentras muy
a gusto, replegada entre las sombras, desafiante a todos los monstruos de la
razón, desdeñosa de un cuerpo que sólo merece que lo desestructures una y mil
veces con la imaginación, que lo desfigures, que lo trocees y lo sometas a
incontables variaciones.
Ese interior donde huele a tierra, a piedra, a
agua, eres tú misma, el punto panóptico: ahí te edificas y desde él contemplas
la riqueza o el desierto bíblicos, la visión estereoscópica que afianza la
realidad por el mismo desmentido subjetivo y descarado con que la desfiguras,
ahí adentro te alzas como una arquitectura, como una ciudad, que sólo exige su certificación exterior cuando, cansada de
ti misma, la proyectas a la luz de afuera.
En la precisa hora de mi muerte me acompañarán
dos millares y medio de seres humanos (según las estadísticas de 1970) cogidos
de la mano, pero me cruzaré en el túnel de La Gran Luz Blanca con otros ocho
mil (según las estadísticas de 1970) confiados nacientes que viajan con los
ojos cerrados a la Tierra poblada de tres mil quinientos millones de hombres y
mujeres (según las estadísticas de 1970). Hemos viajado cada uno a su debida
hora; cada uno camino de su sitio correspondiente. Adiós, adiós. Suerte. Buenos
días, buenas tardes, buenas noches.
Todo ha terminado por cumplirse según las
estadísticas.
Todo ha terminado.
Ha terminado según las estadísticas.
Y de nuevo antes de cerrar los ojos y sobrevenga
el sueño anegante como un agua sucia: un beckett
pianista que buscara la más armoniosa de las cadencias entre dos líneas.
Suplantas un color, pongamos el azul, por una
forma…
Combinar esa forma (ahora es forma) con otro color.
Al final, el objeto, la materia.
Todo nuevo material te obliga a pensar todo de nuevo.