miércoles, 26 de junio de 2013

HESSE 115


Sueño: la niña perdida que no cesa de comer pan de la mano de Quentin. Él levanta (con un palo) la faldita andrajosa: es mi cuerpo, soy yo… enferma.

¿Mejor muerta que…?
Las manos hacia dentro
la cabeza alzada a lo alto
la boca abierta
las babas que se deslizan por la mandíbula
los solo gruñidos
el lamento que se prolonga hasta la impotencia
la mirada ausente o enojada
la inmovilidad cruel y fatal
la infinita vulnerabilidad
¿mejor muerta…?
¡¡No, no, mil veces no!!
Siquiera los ojos abiertos… a cualquier cosa… ¡menos a la nada!

Ahora ya no anotaba nada, la chica que todo lo apuntaba. Ninguna lista complacía sus ratos de aprendizaje intelectual, ninguna rememoración falsificaba las horas de ansiedad y espera. ¿Para qué seguir? (¿Pero no había que seguir hasta el final?). Lo que había leído, los libros que quería comprar y anhelaba leer, las personas estimables que conocía, los amigos, los títulos de las obras futuras, los edificios que le fascinaban, las calles que la seducían, las citas, los proverbios… Las ciudades que había visitado, los países a los que viajó, los personajes de leyenda, las reflexiones a la caída de la tarde, las ocurrencias del insomnio, los pensamientos fértiles del amanecer, los sucesos memorables, la noche secreta, los días, los placeres…
Picasso.
Duchamp.
Calder.
Gorky.
Pollock.
Noguchi.
De Kooning.
El lunes 15 de junio de 1964 lee Herself Surprised, de Joyce Cary.
El miércoles 17 de ese mismo mes The Unbearable Bassington, de Saki.
El día 20, sábado, empieza y acaba The Good Soldier, de Ford Maddox Ford.
El 23 de junio, comienza Clock Without Hands, de Carson McCullers.
El 25, The Bird’s Nest, de Shirley Jackson.
El 3 de julio, The Lottery, de Shirley Jackson.
El 15 de julio, Hangsaman, de Shirley Jackson.
El 16 de julio empieza Ship of Fools, de Katherine Ann Porter. (La acabará el sábado 25 de julio.)
A partir del lunes 27 de julio de 1964 decide leer:
Hauting of Hill House, de Shirley Jackson;
Flowering Judas, de Katherine Ann Porter;
Pale Horse, Pale Rider, de Katherine Ann Porter;
Lucky Jim, de Kingsley Amis;
Vodi, de John Braine;
Adrift in Soho, de Colin Wilson;
Absalom, Absalom, de William Faulkner;
My Life and my Loves, de Frank Harris;
The Group, de Mary McCarthy;
Le deuxième sexe, de Simone de Beauvoir;
Chocolates for Breakfaat, de Pamela Moore:
Goodbye  Columbus, de Phillip Roth;
Tender is the Night, de F.S. Fitzgerald;
Pudd’nhead Wilson, de Mark Twain;
Giovanni’s Room, de James Baldwin…
16 de junio de 1964: trabajo estudio;
18 de junio de 1964: trabajo estudio;
19 de junio de 1964: trabajo estudio;
20 de junio de 1964: trabajo estudio…
14 de julio de 1964: calor;
15 de julio de 1964: calor;
16 de julio de 1964: calor…
22 de julio de 1964, miércoles: período;
19 de agosto de 1964, miércoles: período;
17 de septiembre de 1964, jueves: período;
14 de octubre de 1964, miércoles: período…

La repugnancia de verme reflejada en cualquier otra artista, en sus actos, en su vida social o artística, en sus explicaciones ociosas y estúpidas intentando defender (o cobardemente justificar) sus obras… Nada hay que me desazone más que ese espejo que me enfrenta a mí misma, mi vulgaridad después de todo al comprender mi pertenencia a un grupo que balbucea exactamente igual que yo, con los mismos complejos, las mismas ambiciones, el mismo desequilibrio interior: la sencillez de la vida cotidiana (la ventana abierta, los árboles de junio, la taza de café a media tarde, el libro sobre la silla que está esperándote, la cena con el amigo “sin problemas”, el cobro de un cheque en la oficina bancaria, el lento riego que viertes sobre las glicinas…) opuesta a la complicación de una porfía que acaso sea de balde, carente incluso de la gracia de lo fútil, resuelta en una soledad soberbia y tan inútil en el fondo como las empresas de Sísifo o la oscura y oculta ocupación de Atlante. Peor aún: porque ser artista ni es un castigo ni una condena… ¡es una elección ridícula si una se pone a pensarlo!
Te hallas en el lugar donde la bondad no existe. Fue carcomiéndose hasta que se desvaneció en el polvo del suelo. La rivalidad callada pero latente, hostil y acuciante de todo lo visible hacia tu forma exterior y tus obras no permitirán en ningún instante el armisticio espiritual: el mundo te conmina al duelo, a un enfrentamiento definitivo e insoslayable… (porque tú sí eres diferente en tu agujero mental).
Jamás te traicionas, nunca te expones (¿a qué?, ¿a quién?): expones  tu obra.

martes, 18 de junio de 2013

HESSE 114


La cita más inolvidable la leyó El Negro Antaño Amanuense (que ya sólo leía y pasaba entre los dedos las páginas del pasaporte español, huyendo, claro está, de fijar la vista en la fotografía de ese desconocido) en un libro de Šklovski, Tetivá: “Hubo poca gente en el cementerio bajo la lluvia y el frío, pero estuvieron aquellos que sintieron en lo más hondo de sí  mismos la tristeza y el pesar por el que se iba para siempre, aquellos que escriben y que saben lo difícil que es escribir bien.”
(Algo retocado… En fin.)

Una educación literaria.
(¿Además de las otras?)
Sí, existe el libro que el último punto final es como una daga que traspasa el corazón de quien lo escribe.
-¿Qué va a ser? –preguntó el mexicano en español.
Llevaba la luz de Cervantes en los ojos.
Contestó:
-Sopa de almejas, huevos revueltos, pollo espectral con fríjoles y cerveza de la marca “Carta blanca”.
Directo a la barranca después, pero siempre antes que los perros.
Yvonne: te ha descubierto perdido bajo el volcán, cerca del abismo, desahuciado, no ella, ella no (que víctima del corcel va directa a la “gloria literaria”).
-Hasta donde termina el arco iris.

Le rodeaban los lebreles de la muerte, el silente séquito de unos hombres-y-mujeres-máquina vestidos de blanco, de verde, de azul, serios e inútiles…
Y ella, que levitaba entre las cuerdas empapadas de jugos y excrecencias, la baba apestosa y química, sin rozarse con ninguna de ellas.

¿Qué clase de artista? Al que no le importa ser ciego: yo… toco, dijo Eva Hesse a la posteridad.
¿La posteridad?
La posteridad son los gusanos que horadan por dentro tu cadáver podrido y maloliente.
Adiós, miss Hesse.
Y después de la cena, a por otro cadáver certificado.

Tu muerte joven: he ahí tu redención, el perdón universal por la inmensidad de tu culpa, la tamaña ofensa de tu obra inhumana… ¿incomprensible?

Deja a Dios en la inmensidad de su vacío, pues a la artista nada le interesa su silencio egoísta. Lo que le aterroriza es el cruel silencio de su madre y el intolerable silencio de su padre muertos:
Ese pavoroso doble silencio es el que te condena a la nada cuando dejes de existir en la tierra.

Algo reverbera en tu cerebro herido de muerte, una voz del pasado, una imagen hasta ahora oculta… ¡una imagen del futuro! “Oh, si la mente ojos tuviera…”

Un instante previo a la muerte: ha llegado al punto más alto de la escala, al kether… La luz que le ciega… ¿para qué?
Y piensa, la vida es el viaje a la maravillosa muerte… ¡cuántas cosas tras ella espero!
Y muere.

¿Y si lo real es el alma?
El trasto del cuerpo era el lastre, la prisión.
Ve, ahora, y vuela imaginación.
¡Qué de visiones! ¡Qué de entretenimiento insensato!

Morir no duele. Había dicho. Y antes lo habían dicho otros muchos.
Se lo repetía una y mil veces.
Morir no duele. Muchos niños lo hacen. Y quedan en paz.

Y, sin embargo, ¿cómo no pensar que tanto da carne que metal? Sujetos al albur del desperfecto la máquina se detiene finalmente inmersa en una naturaleza que no da signos de asombro por tan curioso armazón de alma y cuerpo danzando por su corteza.

¿A qué maléfico destino obedece que sea en el futuro designio de ocupaciones raras y varias?
Pues… si han de saber de mí…

Bebo lo suficiente como para no perder la lucidez que me permita escribir algo parecido a The Sound and the Fury: dos vasos de bourbon en el almuerzo, otros dos a media tarde, un Martini antes de la cena, media botella de vino durante ella y un par de whiskies antes de meterme en la cama y entregarme al sueño reparador. (Y tal vez vez haya mojado los labios, sólo mojarlos, en algún vaso del clandestino licor de maíz del Mississippi que guardo en un bidón escondido en un lugar secreto de la casa.)

Búsquese la escritura su concha: gasterópodo, misántropo… lúcido en especial: “Trabajo de portero de noche: la quietud, el silencio, la soledad, la desesperación… han de estimular la creación. Un mazo de hojas amarillas, el haz de luz también amarilla contra el techo de madera de un coche invisible y apenas audible que cruza la calzada… Vuela la mano asida al bolígrafo de tinta azul en la hora amarilla, sin que el tiempo importe.”
Todo es mentira, una ilusión: el color rojo a la luz de la luna es negro, ningún punto de la esfera es el centro… o cualquiera de ellos lo es… Detrás de la puerta de la noche está la luz.
Sigue leyendo: días de gloria: una vez Einstein le preguntó a X… la hora mientras se dirigía al Johns’s College, en Cambridge. Tuvo que contestarle que no lo sabía. Enseguida, ambos sonrieron: por encima de sus cabezas la luz doraba las negras saetas que señalaban los números romanos de un gran reloj blanco (a su debida hora).

16 de junio de 1970.
Anduve para perderme.
Mil cosas hubieron de suceder en ese viaje al fin de la noche empezado en el torreón mirando al mar.
Ni busca su patria, ni busca a su padre, ni espera junto a la madre en el hogar.
Ahora no es hijo de nadie.
Un todo que desmiente todas y cada una de sus partes, una excrecencia holística que, sin embargo, sería de imposible existencia sin una sola de ellas.

(“Jamás hablo de literatura con nadie. Me fastidia hacerlo… Además, no sabría. No me gusta hablar de lo que escribo y nunca leo lo que escriben los otros por saberlo predecible, y hasta lamentablemente prescindible. En esto me parezco a…”)
Lo dijo El Negro: el invisible.

lunes, 10 de junio de 2013

HESSE 113


Vivo terriblemente asustada…”
Anot., 1969-R.Esman (a petición de):
 7/OBJECTS/69
Destruye lo femenino (¿Qué es lo femenino?).
Materia minimal (sic).
La idea: más allá de todo material, más allá de la jaula teórica, más allá del espejo.
-Te contradices –me dijo-. No asumes la distancia a la que debes hallarte de la obra que se basta a sí misma.
-Puedo hacerlo perfectamente… Soy huérfana.  

Esa obra… ¡como un trastorno nervioso!

Y de nuevo antes de cerrar los ojos y sobrevenga el sueño anegante como un agua sucia: un beckett pianista que buscara la más armoniosa de las cadencias entre dos líneas.

Gradualmente la luz iba debilitándose hasta convertir en grises las manchas doradas y decadentes de la tarde que desfallecía. Y de repente todo se agrisó, la luz se hizo gris, y se aposentó donde quiera que mirara, y los olores también grises se intensificaron hasta causarle vértigo, como si de un momento a otro fuera a nublársele la vista, y el olor de la hierba cenicienta que le rodeaba, el empalagoso aroma tan dulzón que emanaba del niño rubio y serio que a unos pocos metros de él le miraba sin pestañear
(-No has crecido.
  -Tú, tampoco.),
el extraño y arcádico olor a humo de leña cuya huella elevándose a un cielo gris pero más claro que los otros grises, platino, no pudo descubrir por más que escudriñara en lo alto, le hizo cerrar los ojos definitivamente, creerse muy lejos del mismo corazón de aquella ciudad donde todo parecía ser cruel y hostilidad, lejos de Central Park que nunca pudo enmascararse en un refugio, un bosque fantástico libre de la vigilancia y el cerramiento atosigante de las moles erectas que cercaban el paisaje verde y azul o dorado o gris con sus temibles y frías murallas de piedra y acero.
Era noviembre. Era como si le penetrara la carne un frío gris e inclemente, un aire de desasosiego que preludiaba la soledad y la noche.
Y entonces, el niño de oro (tan patente era en lo gris) se dio la vuelta, y empezó a alejarse de él con suma lentitud pero como si huyera de él y su perplejidad, y de cuando en cuando volvía la cabeza lentamente como si él, extranjero, solitario y fugitivo sentado en la hierba gris le diese lástima, y cada vez se acercaba más y más el niño hacia el lago gris y entonces ya no volvió la cabeza y continuó andando hasta que pareció que se disolvía en el aire gris por encima de las aguas de frío y gris metal.