martes, 18 de junio de 2013

HESSE 114


La cita más inolvidable la leyó El Negro Antaño Amanuense (que ya sólo leía y pasaba entre los dedos las páginas del pasaporte español, huyendo, claro está, de fijar la vista en la fotografía de ese desconocido) en un libro de Šklovski, Tetivá: “Hubo poca gente en el cementerio bajo la lluvia y el frío, pero estuvieron aquellos que sintieron en lo más hondo de sí  mismos la tristeza y el pesar por el que se iba para siempre, aquellos que escriben y que saben lo difícil que es escribir bien.”
(Algo retocado… En fin.)

Una educación literaria.
(¿Además de las otras?)
Sí, existe el libro que el último punto final es como una daga que traspasa el corazón de quien lo escribe.
-¿Qué va a ser? –preguntó el mexicano en español.
Llevaba la luz de Cervantes en los ojos.
Contestó:
-Sopa de almejas, huevos revueltos, pollo espectral con fríjoles y cerveza de la marca “Carta blanca”.
Directo a la barranca después, pero siempre antes que los perros.
Yvonne: te ha descubierto perdido bajo el volcán, cerca del abismo, desahuciado, no ella, ella no (que víctima del corcel va directa a la “gloria literaria”).
-Hasta donde termina el arco iris.

Le rodeaban los lebreles de la muerte, el silente séquito de unos hombres-y-mujeres-máquina vestidos de blanco, de verde, de azul, serios e inútiles…
Y ella, que levitaba entre las cuerdas empapadas de jugos y excrecencias, la baba apestosa y química, sin rozarse con ninguna de ellas.

¿Qué clase de artista? Al que no le importa ser ciego: yo… toco, dijo Eva Hesse a la posteridad.
¿La posteridad?
La posteridad son los gusanos que horadan por dentro tu cadáver podrido y maloliente.
Adiós, miss Hesse.
Y después de la cena, a por otro cadáver certificado.

Tu muerte joven: he ahí tu redención, el perdón universal por la inmensidad de tu culpa, la tamaña ofensa de tu obra inhumana… ¿incomprensible?

Deja a Dios en la inmensidad de su vacío, pues a la artista nada le interesa su silencio egoísta. Lo que le aterroriza es el cruel silencio de su madre y el intolerable silencio de su padre muertos:
Ese pavoroso doble silencio es el que te condena a la nada cuando dejes de existir en la tierra.

Algo reverbera en tu cerebro herido de muerte, una voz del pasado, una imagen hasta ahora oculta… ¡una imagen del futuro! “Oh, si la mente ojos tuviera…”

Un instante previo a la muerte: ha llegado al punto más alto de la escala, al kether… La luz que le ciega… ¿para qué?
Y piensa, la vida es el viaje a la maravillosa muerte… ¡cuántas cosas tras ella espero!
Y muere.

¿Y si lo real es el alma?
El trasto del cuerpo era el lastre, la prisión.
Ve, ahora, y vuela imaginación.
¡Qué de visiones! ¡Qué de entretenimiento insensato!

Morir no duele. Había dicho. Y antes lo habían dicho otros muchos.
Se lo repetía una y mil veces.
Morir no duele. Muchos niños lo hacen. Y quedan en paz.

Y, sin embargo, ¿cómo no pensar que tanto da carne que metal? Sujetos al albur del desperfecto la máquina se detiene finalmente inmersa en una naturaleza que no da signos de asombro por tan curioso armazón de alma y cuerpo danzando por su corteza.

¿A qué maléfico destino obedece que sea en el futuro designio de ocupaciones raras y varias?
Pues… si han de saber de mí…

Bebo lo suficiente como para no perder la lucidez que me permita escribir algo parecido a The Sound and the Fury: dos vasos de bourbon en el almuerzo, otros dos a media tarde, un Martini antes de la cena, media botella de vino durante ella y un par de whiskies antes de meterme en la cama y entregarme al sueño reparador. (Y tal vez vez haya mojado los labios, sólo mojarlos, en algún vaso del clandestino licor de maíz del Mississippi que guardo en un bidón escondido en un lugar secreto de la casa.)

Búsquese la escritura su concha: gasterópodo, misántropo… lúcido en especial: “Trabajo de portero de noche: la quietud, el silencio, la soledad, la desesperación… han de estimular la creación. Un mazo de hojas amarillas, el haz de luz también amarilla contra el techo de madera de un coche invisible y apenas audible que cruza la calzada… Vuela la mano asida al bolígrafo de tinta azul en la hora amarilla, sin que el tiempo importe.”
Todo es mentira, una ilusión: el color rojo a la luz de la luna es negro, ningún punto de la esfera es el centro… o cualquiera de ellos lo es… Detrás de la puerta de la noche está la luz.
Sigue leyendo: días de gloria: una vez Einstein le preguntó a X… la hora mientras se dirigía al Johns’s College, en Cambridge. Tuvo que contestarle que no lo sabía. Enseguida, ambos sonrieron: por encima de sus cabezas la luz doraba las negras saetas que señalaban los números romanos de un gran reloj blanco (a su debida hora).

16 de junio de 1970.
Anduve para perderme.
Mil cosas hubieron de suceder en ese viaje al fin de la noche empezado en el torreón mirando al mar.
Ni busca su patria, ni busca a su padre, ni espera junto a la madre en el hogar.
Ahora no es hijo de nadie.
Un todo que desmiente todas y cada una de sus partes, una excrecencia holística que, sin embargo, sería de imposible existencia sin una sola de ellas.

(“Jamás hablo de literatura con nadie. Me fastidia hacerlo… Además, no sabría. No me gusta hablar de lo que escribo y nunca leo lo que escriben los otros por saberlo predecible, y hasta lamentablemente prescindible. En esto me parezco a…”)
Lo dijo El Negro: el invisible.

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