jueves, 31 de octubre de 2019

43

EVA IN WONDERLAND’S GARDEN

Werner Nekes

(1965, 08’,04’’. Blanco y negro y color.

Residencia. Kettwig Sheidt, Alemania.

Jardines exteriores. Estudio y Taller en el interior.)

1. Plano general.
Exterior. Luz de día. Color. Jardines de la mansión.
Hesse y Din-don.
Él: americana, pantalones oscuros, pipa en boca, magnífico corte de pelo.
Ella: vestido verde abierto por el cuello en un corte, con mangas acampanadas, una minifalda discreta, casi a la altura de las rodillas. Cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza, tipo años 60. Lleva largos pendientes que no dejan de oscilar mientras anda y mueve el torso. Tiene un bolso cogido de la mano, que lleva algo desmadejadamente.
Ambos caminan por el jardín dirigiéndose a la casa, hacia el objetivo; ella sonriente; con el bolso de la mano; él, distante, atento a la pipa. Ella abre la boca, como si hablara en estos minutos iniciales, a la vez que saluda calurosamente mientras se acercan a los espectadores al otro lado de la cámara. Ya en primer plano ella dice algo a la cámara. Se les une un joven.
2. Plano medio.
Exterior. Color.
Ella y él pasan delante de la cámara, que los sigue a sus espaldas. Al pie de las escaleras que conducen a la casa, se detienen; él, a punto de entrar al vestíbulo; ella, mirando a la cámara, muy sonriente y con expresión de felicidad en el rostro.
3. Plano medio.
Exterior. Color.
Todavía junto a la casa, Hesse y Din-don comienzan a andar por el jardín; en ese momento se les une otro invitado al acto. Observan algunas esculturas que se alzan sobre el césped, entre los árboles, junto a los caminillos de grava.
4. Barrido de cámara.
Interior. Color.
En el estudio del artista. Esculturas de Din-don. La cámara visualiza varias de ellas, de un estilo constructivista; también se detiene ante algunos cuadros.
5. Barrido de cámara.
Interior. Blanco y negro.
Las imágenes siguen mostrando más esculturas y cuadros y fotografías en las paredes. También muestra útiles y materiales, herramientas para crear probablemente esas esculturas. En un momento dado, la cámara se detiene ante una estantería repleta de botes perfectamente alineados y en orden. Todo parece, a pesar de su aspecto indudable de taller, muy pulcro y medido, y no a propósito.
6. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Afuera de la mansión. Ahora se comprueba perfectamente que se trata de un edificio de dos plantas con mansardas y tejados de pizarra. La cámara recoge un pequeño de tres hombres a un lado del jardín, quienes parecen atentos y preocupados por algo en el suelo y alrededores.
7. Plano americano.
Exterior. Blanco y negro.
Los componentes de un grupo de músicos uniformados (hasta con gorras de plato) sacan bultos e instrumentos del interior del portaequipajes de un coche junto a la casa.
8. Barrido de cámara.
Exterior. Blanco y negro.
De nuevo la cámara nos muestra diversas esculturas en el jardín.
9. Primer plano.
Exterior. Blanco y negro.
Plano de Din-don en el jardín. Está de perfil, con la pipa en la boca. Parece pensativo, mira a lo lejos. La cámara se aleja de él y vuelve a mostrar más esculturas.
10. Plano general.
Exterior. Color.
La cámara sigue mostrando esculturas diseminadas por el jardín. Algunas de ellas pintadas.
11. Plano general.
Exterior. Color.
En un punto del jardín, Hesse Din-don y un caballero y dos damas, de edad madura, muy bien vestidos todos ellos, charlan e intercambian sonrisas y gestos de amabilidad.
La cámara sigue registrando más esculturas de alrededor.
12. Plano general.   
Exterior. Color.
Los mismos. Hablan entre ellos. De nuevo la cámara visualiza otras esculturas.
13. Plano general.
Exterior. Color.
Varias personas en el jardín, no lejos de la simétrica fachada del edificio. En un aparte, Hesse parece explicar a un caballero, serio y trajeado (se trata del individuo que vimos en la escena número 11), el concepto de las esculturas que se divisan a lo largo del jardín, delante de ellos. Hesse gesticula notoriamente con las manos. De pronto, un hombre se separa de uno de los grupos y se aproxima a los dos. Le dice algo al caballero y éste, inmediatamente, cesa de prestar atención a Hesse y se aleja con el otro dejándola con la palabra en la boca. Ha sido algo abrupto, rayando la grosería. Hesse, entonces, se vuelve hacia el objetivo sonriendo, quizás algo desconcertada.
Fundido.
14. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Grupos numerosos de gente en el jardín. Vemos de nuevo al tipo que escuchaba a Hesse. Parece algo así como el maestro de ceremonias de algún espectáculo cuyo sentido se nos escapa. La cámara le sigue aquí y allá entre la gente.
15. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Los músicos se disponen a tocar sus instrumentos ante un público numeroso de personas, sentadas ante ellos y de pie. Distinguimos muy bien a Hesse y Din-don sentados en la primera fila.
16. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Los asistentes aplauden a los músicos.
17. Plano americano.
Exterior. Blanco y negro.
La actuación ha concluido. Los asistentes, en pie, hablan entre ellos, sonríen distendidos.
Fugazmente, primeros planos de unos indicadores en forma de mano pintada de blanco (parecen señalar direcciones a alguna parte).
18. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Hesse y Din-don conversan sin dejar de andar entre grupos de gente.
Vuelven los planos de las manos indicadoras.
Hesse y Din-don se alejan de la gente a través del jardín y, serios, vienen hacia la cámara…
Primer plano del dedo de una mano que indica una dirección.
19. Barrido de cámara.
Interior. Blanco y negro.
En el estudio. Hesse, con un ramo de flores en las manos, luce una media sonrisa y parece comentar a un grupo de personas las esculturas que observan.
20. Primer plano.
Interior. Blanco y negro.
El objetivo se recrea en unos cuadros.
Fundido.
E. y un grupo de personas: hablan.
21. Plano general.
Interior. Blanco y negro.
La cámara visualiza cuadros. Hesse habla con una mujer.
22. Plano general.
Exterior. Color. La cámara muestra varias esculturas pintadas en el jardín.
23. Plano medio.
Exterior. Color.
Grupo de gente en el jardín. Hesse entre ellos.
Plano de escultura móvil.
24. Plano americano.
Exterior. Color.
Hesse y Din-don.
Din-don corta pequeños pedazos de papel con unas tijeras. Hesse observa con atención.
25. Primer plano.
Exterior. Color.
Din-don en primer término. Hesse, al fondo. Hablan. Din-don sigue cortando pedazos de papel.
26. Plano general.
Exterior. Color.
En el jardín. Grupos de personas. Esculturas.
Hesse y Din-don, acompañados de una mujer de mediana edad, caminan por el jardín. Conversan entre ellos de una manera muy animada.
Fundido en negro.
-¡Cuán bonito periplo por la verde campiña de la mano del mecenas! Hasta había música y todo en el party, aunque el tipo de la cámara nos priva del sonido y de poder embelesarnos con las bagatelas. Y, ¿después qué? ¿Adónde nos ha llevado ese recorrido de punta en blanco? ¡Menuda exhibición de snobs! ¡Bienvenidos a la residencia Scheidt! Pueden limpiar las suelas de sus zapatos en el felpudo, llévense con ustedes los vasos de plástico y las servilletas pringosas, ojo con arrancar una flor del jardín.
Apuntabas maneras, chica lista.
-Los ricos huelen distinto.
-¿A qué huelen…? Algunos ni siquiera son de ducha diaria. ¿A eso aspirabas? ¿A meterte el aroma de su billetera por las narices? ¿De vuelta a Alemania para sonreír a la cámara entre banqueros y oligarcas? ¿Sólo para eso? Tal viaje, nena, requería pocas alforjas… ¡Qué obra de espectros la tuya…! ¿Eso es lo que sientes?
-¿Qué quieras que sienta? ¡Lo único que deseo es salir de esta ratonera!
-Mira, ahí está de nuevo ese conejo blanco que habla. ¿De qué color tiene los ojos?
-¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Está demasiado lejos para que pueda verlos!
-Todos los gatos blancos con ojos azules son sordos, ¿ocurrirá lo mismo con ese cabeza de chorlito? ¡Este es un lugar en extremo divertido! 
-Si dejas que me marche… Pero, ven,  no quiero que nadie nos escuche… Acércate más, te lo diré al oído… Te encantará... Te haré feliz.
(…)
¡Ni hablar, querida! No están los tiempos para negociar con niños y niñas listos. Uno no ha… aprendido, vamos a decirlo de ese modo, a moverse en arenas movedizas como Mister Carroll, sabes: A high wind in Jamaica, Lord of the flies, The night of the iguana… Y qué me dices de esa tropa de pequeños bastardos como la miss Haze aquella que llevaba en el zurrón aquel ruso blanco trasplantado a un Burger y a la red de autopistas y moteles de Nueva York y Nueva Inglaterra: el amigo Van con su bonito traje gris y su corbata que vuela; Ada, que está loca por todo lo reptante, la nínfula Lo… Hasta esa vieja indigna de Henry James nos advirtió a tiempo a los adultos inofensivos y desprevenidos de los aviesos niños. ¡A otro perro con ese hueso!
-Pues, entonces…
-¡Cállate de una vez, provocadora!
-¡No quiero callarme!
-¡Chitón, seguimos en el cine!
-¡Cerraré los ojos!
-¡Vaya, con lo que te gustaba el cine antes! Te pasabas la vida en los cines de la 42.
-¡Me taparé los oídos!
-De nada te va a servir. Cuarenta años más tarde este corto lo van a colgar en Internet… Podrá verla todo el mundo hasta cansarse: lúgubres ceremonias.
-¿Internet…?
-Una especie de réditos eternos, una lepra laboriosa y malthusiana. ¡Estás en la cajita y no podrás salir de ella! Pero veámosla. En esta juegas, aunque por poco tiempo, con una estructura… innombrable, beckettiana, pues. La parte oculta de un iceberg. Estás frente a un panel de varios metros de altura que, al parecer, exige todavía unos cuidados estéticos especiales de la señora artista. Mueves sogas, atiendes enredos, cuidas formas de caída. ¡Caramba, niña, cuánto cuidado para una forma tan enrevesada! El arte visto del revés. Mucho han cambiado las cosas desde Monsieur Ingres y Mister Tenniel. ¿Tejiendo la madera? Bueno, aquí, al menos, logramos escuchar la tenue respiración, percibimos tu aliento, la materia viva. ¿Sigues sin querer abrir los ojos, eh? Muy bien, en ese caso te la contaré de viva voz... Soy el Espectador Malasombra.
Toma única.
Color.
Plano General.
Te has cortado la melena (ya han empezado a cortarte las alas; ahora, eres una Chica Seria): peinado de peluquería; fíjate, yo diría que hasta cardado.
Llevas una falda oscura, un poco por encima de las rodillas. Llevas medias negras y un ajustado suéter de color granate.
Y, bien, ¿puede alguien explicarme qué diablos haces?
Muy segura estás de ti misma entregada a esos manipuleos.
Del maldito panel cuelgan y sobresalen unas enormes marañas de cuerdas enrevesadas en listones de madera pintada de blanco. Da hasta algo de terror ver esa colgajosa masa de materia que desciende y cuelga desde lo alto sin despegarse de la tabla que la sujeta: es una enorme pizarra donde la escritura tridimensional alcanza la dimensión gnóstica.
Dispones el enredo de las cuerdas, al parecer tratas de colocarlas en una posición premeditada, como si buscaras una estética ya prevista por ti, o, poniendo orden en el discurso. 
Fundido encadenado.
Subes a una escalera, continúas manipulando las cuerdas muy concentrada, con la boca abierta. La cámara te enfoca desde abajo, así que, durante unos instantes, vemos tus bonitas piernas oscurecidas por las medias. ¡Bonito cuerpo, niña vieja!
Fundido en negro.
Cortesía de Hauser&Wirth (Zurich-Londres).
-¿Te ha gustado?
-No tiene final…
-¿Para qué engañarnos? Todas las películas tienen el mismo final, las de color y las de blanco y negro, en cinemascope o en 16 milímetros, sólo que algunas, casi todas, lo ocultan. De manera que todas las historias que no acaban en la muerte de sus protagonistas, se quedan a medias. Les faltan paginitas, nena…
…………………………………………………………………………………………….
-¡Aaaaaahh! Qué aburrimiento...
…………………………………………………………………………………………….
-¡AaaaaaaaahhhhhhHHH!
…………………………………………………………………………………………….
-¿Qué haces?
-Miro el libro de mi hermana. Pero no me gusta. Es aburrido. No tiene dibujos.
-Dedícate a tus asuntos. Fantasea. Sé otra…
“Cayendo, cayendo, cayendo.”
-¡No te sirve de nada llorar, tramposa!
“Ahora soy mayor, ahora soy pequeña, ahora soy mayor, ahora soy pequeña…”
-¡Ah, que perfecta coartada! Eso justificaría todos nuestros desmanes, nuestros errores, nuestras vacilaciones, nuestras caídas, nuestros temores. Ahora vivo en Sutton Place, ahora en el culo de mundo…
-¿Qué debo hacer para entrar en el paraíso? ¡Ya casi no me quedan lágrimas de tanto llorar!
-Ajá, ¡de una u otra manera no puedes entrar!
-¡Haré lo imposible!
-De acuerdo. A ver, ¿4 X 7?
-¡14!
-¡Bah, te vas a ahogar en tus propias lágrimas!
-Todo esto es muy cruel…
-¿Te quejas de la crueldad del destino? ¿De mí? ¡Te he regalado 30 años de vida, pequeña judía de Hamburgo! ¡O acababas en el gas o detrás del tipo de la flauta hasta caer en el puto río! ¡Es posible que sea yo quien te haya regalado la inmortalidad!
-Tengo miedo…
-¡Miedo! ¿Y qué te crees que sentía el ratoncillo cuando hablabas con despreocupación criminal de tu gata asesina, devoradora y tragaldabas? ¡Piensa antes de hablar! Todos podemos ser crueles algún momento de nuestra vida. Incluso honrados y bonachones padres de familia esconden en sus barrigonas un pedófilo o un eficiente gaseador con el Zyklon B en las manos.
-Estoy sola.
-Me tienes a mí, tu compañero más fiel, que tanto te quiere y admira. No me he separado de ti ni un solo instante. Y, además, bañado por tus lágrimas, que no es moco de pavo…
-Siento como si fuese el último ser de la tierra…
-Nada de eso, monina. En esta carrera llegamos todos a la meta.  ¡Todos alcanzamos el final! ¡Fundido en negro!
-No es justo…
-¡La Justicia! ¡Menudo bestiario!
“Yo soy el juez y el jurado, la sentencia y la condena.”
-Me han ocurrido cosas que jamás imaginé… ¡Si se escribiera un libro sobre mí…! Pero me gustaría escribirlo yo misma cuando sea mayor… ¿Lo seré algún día?
-Casi. No obstante, tú nunca querrás cambiarte por nadie.
-¿Qué puedo hacer?
-Come pastelillos
-¿Será suficiente con eso?
-Basta con que seas tú misma para entrar en el jar… paraíso: tu medida justa, el perfecto equilibrio. Y esos, querida, son tus verdaderos límites… Creciendo y decreciendo, creciendo y decreciendo… ¡Así no se llega a ningún sitio!
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-¿Quién soy yo?
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-Volvemos al principio… Sé mala. Todo lo mala que puedas. Toma alucinógenos.
-En el fondo, no soy más que una niñita.
-Que come igual que las serpientes.
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-¿Qué hora es?
-¿De verdad te importa el tiempo? Tienes todo el tiempo del mundo… ¡Mira, por ahí viene! Entre la suerte y la…
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-¿Qué hacemos ahora?
-Dibuja todo lo que empiece por la letra “e”.
Ya has entrado en el paraíso… ¡donde todo es falso! Las rosas rojas, los capitanes y los reyes, los jueces, las palabras…
Todos somos cartas de la misma baraja jugando la misma partida… ¡Al final todos pierden! Precisamente, ¡por esa razón hay que luchar! El lema es: cuida tú el sentido que las rimas ya se cuidan a sí mismas.
-¿Por qué soy distinta a los demás?
-No hagas preguntas simples. Eres como todo el mundo, sólo que… tú no haces cosas bellas. La pregunta es, ¿por qué las haces feas?
-¿Son feas?
-Son… extrañas.
-Me expreso mediante un lenguaje raro. Sí, podríamos decir que es peculiar. Pero mis temores, mis sentimientos, mis emociones, son normales… ¿Quién se cree con derecho a juzgarme a mí?
-Quien no te escucha. Así se formulan los veredictos. Tu opinión no cuenta.
-Eso no basta…
-Claro que sí. La sentencia es lo primero.
(Y tú nunca sabrás el veredicto: te vamos a cortar la cabeza antes).
Has despertado.
No abras los ojos.
…………………………………………………………………………………………….
Los abre.
Empieza la pesadilla.
Toda la quincalla del mundo.
Del mito y el ritual nace mi voz, ese detritus y orden y suma del mundo del objeto. Es un lenguaje primitivo, sabes. Nace de las primeras nieblas que envolvían una tribu al acecho, oculta en las entrañas de mi cerebro. He creado una tribu, sus mitos y rituales, su lenguaje: su símbolo. Sus guerras y triunfos, sus derrotas, sus generaciones, su caza y sus orgías. No requiere traducciones, puedes palpar cada una de sus palabras, de sus párrafos, robar materialmente sus letras, y el acento que todo lo impregna. En cuanto su interpretación… ¿Qué quieres? ¿No te basta con el lenguaje, su plástica, su dibujo, siquiera su sonido? ¡A qué la interpretación!
De nuevo una enfermera irrumpe por la puerta. Se diría que las fabrican en serie. Todas el mismo distanciamiento profesional, idéntica voz perentoria, urgente, siempre con algo en las manos y la mirada sobre cualquier punto de la habitación menos en tus ojos. “Tengo muchas cosas que hacer”, dicen técnicamente perfectas, con el tono adecuado, a un lado de la cama del enfermo semiescondido entre las sábanas, indefenso, callado, un producto sufriente al que la muerte tarda más de lo esperado en consumir. “Tengo muchas cosas que hacer, mucho pus que examinar, mucha orina que recoger, mucha mierda que oler, mucha sangre que analizar, y los esputos, las deposiciones, las excrecencias…”
“¡Pues hazlo todo cuanto antes y lárgate de aquí, mercenaria del dolor!”.
Déjala que delire.
He inventado mi propio lenguaje. Puedo, por consiguiente, inventar mi propio pensamiento, y su imagen naciente.
Espíritu y materia serán revelados por la expresión… Es el lenguaje, y lo es porque yo puedo emplearlo. Existe. Pero ¿qué clase de conexión tiene con la realidad?     
Teoría de la Estética del Desperdicio.
¿Sabe, doctora Frankenstein-Hesse?, puede crear los perfiles luminosos y los límpidos espejos celestiales del Lever House, el Plaza de Park Avenue, el edificio de la Pan Am, el acero insultante del Chrysler o… algo más allá de la 125, todavía en los límites de los nombres legendarios, alzar al final de la Quinta Avenida en un alarde de estética de lo feo los bloques de pisos vergonzantes y anodinos de los negros, entre la Avenida Lenox y el río Harlem, por esos años erradicados a trompazos de Stuyvesant Town. En efecto, doctora, su propensión a husmear en los montones de lo pobre y las montañas de lo humilde, a recrearse en el feísmo del jirón y el residuo, podría llevarla a quedar encerrada en esos miserables bastiones del hueco y lo inhóspito, agujeros sólo iluminados por la televisión encendida día y noche como elemento embrutecedor y alienante. Usted podría procesar todo ello, alterarlo, modificarlo, someterlo a un reciclaje intelectual sorprendente, dotarlo de un sentido plástico hasta ahora inadvertido en la conciencia de sus negros habitantes, parásitos del subsidio social y la depredadora somnolencia del gueto. Aprópiese de esta realidad, de lo suculento de sus imágenes y conviértala en arte, evidencie su potencial expresivo, la rica materia que constituye su textura de podredumbre y el basural inaudito de sus solares. Inspírese en los ladrillos ennegrecidos por la suciedad y en los cristales rotos de las ventanas, en las esquinas húmedas y ensombrecidas por los regueros de orina, en los portales pintarrajeados con carbón y en las escaleras desconchadas, abastezca su imaginación de las escuelas sórdidas para niños aterrorizados y de las tenduchas oscuras donde el alimento barato convive con el podrido, del millón de iglesias que infestan Harlem a la caza del último centavo del bolsillo del negro…
Existe otra Nueva York, dijo.
No lo creo, contestó.

viernes, 18 de octubre de 2019

42


Dicen que esa frase es de las más apasionantes que existen. 
Ella es una cría alarmada por los sueños, por el cuerpo, por las alucinaciones del… ¡arte!
Stendhal/Malagrida: la palabra le fue dada al hombre para ocultar su pensamiento.
Podría decir como Stendhal (mucho me gustaba de aquel hombre su alojamiento, que parecía especialmente creado para el pensamiento): crear su compañía como el mejor escenario para dejar correr la pluma, incluso ladinamente escribir acerca de ti mismo:
Territorio Hesse, una libertad extrema de donde sólo la muerte ha de arrebatarte.
En el Village. Apenas hace un rato que ha amanecido. Las calles se hallan cubiertas por una nieve gris.
Las calles estrechas de árboles desnudos por el frío, pero la luz amarilla y acogedora de las cafeterías recién abiertas invitan ya, recién empezado el día, a la pausa, a la cámara lenta de la introspección, al brebaje caliente y la sensación ¡otra vez! de estar vivo en la mañana inaugural.
Descubre desde lejos al librero ascendiendo (literalmente, parecía levitar hacia el cielo aún gris) hasta el exterior por la oscura boca del metro en Christopher Street.
¡Hey…
Sin dejar de andar:
Raymond Th. Yeats (2/1969): “Oye, español, la pregunta real es: ¿por qué se creó el universo hace 13.000 mil millones de años? ¿Por qué exactamente entonces? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no después? Esa es la respuesta que debe preocuparnos… Lo demás carece de importancia metafísica, ya sólo es materia en fuga, física y química, genética, biología, evolución… ¡En resumen, la cacharrería de la vida!”
Lo deja a la puerta de su librería. Ni siquiera pregunta adónde va él (triste y con una mueca de dolor en la cara), a primera hora de una mañana nevada y gélida de febrero. Anda, y eso es todo, anda, y puede ser que hacia atrás.
En 1967.  Exposición «New Documents” (Dianne Arbus).
“Esta Nueva York…”, balbucea En efecto, bajo la robusta piel de la ciudad y sus aseados habitantes, del trajinar colectivo y los trabajos y los días, lejos de las luces cegadoras y la vorágine hormigueante de la ambición cotidiana se ocultan los monstruos, aquellos a los que les están vedados los verdes parques y los vestíbulos de mármol, los teatros de moda, los asépticos y esplendentes centros comerciales, los museos para turistas… Hasta las mismas aceras, sucias y atestadas, que algún día han de conducirles al hospital, al centro psiquiátrico o a la cárcel les están prohibidas. Ya puestos, una alfombra roja al infierno: recoja su premio. Se lo merece: ha vivido… ¡y ha vivido en esta ciudad!
“En realidad”, dice, “sólo son una mancha, un goterón… Algo casual, deviene causal…”
Creará una obra con eso (eso).
“En el tejido cruel de la urbe sofisticada, multitudinaria, capital del mundo, esas manchitas no son nada peligrosas.”
Sí, en efecto, hay mucho de la América de los años sesenta en esta obra, una parada interminable de bienestar, podredumbre y monstruos encerrados en su sala de estar, alelados delante de un televisor voluminoso cuyas relucientes antenas parecen apuntar (y disparar) directamente al cerebro.
Y justo cuando debía empezar, vuelve a Alemania. La judía americana artista parece huir. Pero, no sabía nada de nada, volvió a N.Y. Una ratonera, a fin de cuentas.
Ella disponía de un algoritmo capaz de solucionar el increíble tejemaneje material. Invariablemente hallaba remedio a una plástica de batiburrillo arbitrario o de ascesis semántica (que por su implacable sencillez propendía al más irritante de los enigmas que uno podía sufrir). ¿Es necesario adivinar lo que muestras? En absoluto, basta con verlo. Todo su significado, dramático o emocionante, reside en su contemplación. Su hechura proviene de una alquimia tan propia e intransferible que ha renunciado a su clarividencia por parte de los demás. En todo caso, ello potencia una plástica y facilita una comprensión meramente artística. ¿Qué es el arte para un espectador sino una visión?
Convengamos: empático en el mejor de los casos; de lo contrario, rayajos, grumos de color, abigarrados trastos cuya caprichosa secuencia pretende “declarar” un sentido. No mires, entonces. Huye a través de las épocas, hacia atrás, siempre hacia atrás. No eres de este mundo. Quizás tampoco del otro… Eres un postizo. Una añadidura inútil (haberte espabilado).
¿Qué haces?
Estudio el verde.
Y eso en un día de viento helado, de sórdida grisura.
Qué tipo, dejando pasar los días, entre Oblómov y Van Kinkle. Quieto, como una palabra aislada y muerta en la página aún blanca.
Porque… al final se llega. De una forma u otra, se llega.
¿Qué nos enlaza de un hecho a otro a lo largo de nuestra vida? ¿Qué orden es ése del suceso…? Nada más opuesto al pensamiento sin orden ni concierto, sin trabas, libérrimo, saltarín, de estrafalaria ubicuidad, que lo lineal y rectilíneo del curso biológico hasta el mismo fin, una raya cruel hasta la cruz: final de partida y destino inamovible: allí te espera la muerte con los brazos bien afilados, aunque te escondas en el lugar más recóndito, sumido en las tinieblas más espesas o replegado en el fondo de ti mismo.
Ha de llegar a lo más bajo, hasta agachar la cerviz al sucio suelo: el Negro escribe necrológicas por encargo. Laudatorias: execrable trabajo, ningún muerto mayor de diez años es inocente… (vaya eso por delante). Pero él, miente. Miente.
Obituarios: exige, naturalmente, el pago por adelantado.
Frío. Nieve. La mejor hora para pasear cuando ha cesado de nevar es la mañana siguiente: el cielo muestra todo el esplendor de un azul intenso e impenetrable, y en las calles una claridad de cuchilla parece radiografiarlo todo, hasta la misma conciencia de los seres y las cosas. Luego, pasadas las horas sólo pisas nieve sucia, nieve negra o del color del barro. Y el frío sigue. Y luego, la noche helada (que siempre te coge en el metro, a una hora de camino del agujero donde desentumeces los músculos y calientas los huesos con algo hirviendo en el tazón asido por las manos aún adormecidas).
Es una rareza. Pero es.
He aquí la joven predestinada a la gloria (antes al infortunio: todo tiene su precio en el mercado de hombres y mujeres). En ella se alumbra una nueva dimensión perceptiva.
Es una sinestética. Los sentidos se han entrelazado, y unos y otros son intercambiables: huele colores; saborea música; un cuadro es dulce… o salado; una pieza de Mozart, azul.
El proceso perceptivo alcanza lo sublime en el desorden sensorial. Una mezcolanza magnífica. El estímulo es errático, pues unos sentidos provocan sensaciones repelentes, contradictorias, disparatadas: oigo el color; veo la música: ante mí un concierto maravilloso de colores.
¿Y las palabras? Cada una de ellas tiene un color, sus vocales. También los días (de acuerdo Monsieur Rimbaud).
¿Acaso no nos movemos en los conceptos más abstractos a través del manejo de dimensiones físicas?
Puedes imaginarlo todo… Pero, ¿verlo?
El pasado: y vuelves la cabeza hacia atrás. Pero, bueno ¿y si está delante?, ¿el infierno arriba?, ¿el cielo abajo?, ¿las aguas que buscan la tierra adentro y no el mar?, ¿la tierra que no quiere tus pies?, ¿el viento que materia se hace y no te golpea, y te hace sangrar?
Al salir del Met pasean un rato por Central Park, por la parte norte del Conservatory Water.
Ella ya es aire, nada.
(Un martes, atardecido afuera, de regreso a casa, pegó la cara al cristal del vagon del metro y la vio de pie mirándole a él, en una estación fantasma de la línea 6, City Hall, en Brooklyn Bridge, y le pareció que entreabría los labios, susurraba…)
Mira a los niños jugando entre los bronces, se esconden bajo los grandes hongos, las niñas aún con las piernas de seda, las bragas de blancura virginal e infantiles al aire, los ojos de diamante, las bocas de agua fresca, inocentes, abiertas, las manos de caricia, los gritos festivos que alimentan la hambrienta lujuria del lobo.
Tantas cosas son las que se van a quedar sin hacer…
Una vez, queridos niños, cuando ya el deshielo hacía brillar de nuevo las verdes aguas de los estanques, en Central Park me crucé con el diablo Carroll que, al mismo tiempo que os fascinaba relatando las maravillosas aventuras de la grandullona, incrédula y algo marisabidilla  Alicia, os robaba las almas con su inocente cámara fotográfica, máquina mágica y sin par pervertida (sutil y enmascaradamente).
Rodeado de sus taimadas criaturas, tiende las mallas de la captura mediante el embeleco de su lengua viscosa de adulto, se disfraza de Alicia, se rodea del gato, del sombrerero, del lirón... y todo ello a unos metros de la Quinta Avenida, en pleno Central Park. Método, notación, sistema. Se yergue Eva en Wonderland: aprende a coser, a soldar, a cortar y pegar, anudar.
Una actividad espectral: ¿cómo unir todo esto?
Es fácil: cada puntada es una herida abierta al sol.
Lo primero, el conejo. Arrancamos.
Querida niña (dos puntos).
-¡Cómo corre el condenado a ninguna parte!
-¿Quién eres?
-Por mucho que corra, llegará demasiado pronto. Es un conejo estúpido.
-Esa es una idea ridícula…
-Sé a qué has venido. Te conozco muy bien, perillán, falsa niñita…
¡Aparta esas manos, cerdo!
-¡Ah, mi niña, mi querida Alicia Hesse, cuánto has llenado mis pensamientos! ¡Qué encantadores momentos he disfrutado concibiéndote, qué magnífico pasatiempo…! ¡Y llevarte de un lado a otro, sostener el tejido de tu arte…!
-¡Deja de manosearme o ahora mismo llamo al gato!
-¡Al gato…! ¡Ja! En estos momentos se ha disipado en el polvo cósmico. ¡Te has quedado sin gato, sin sonrisa, con sonrisa pero sin gato, con gato… pero de aire!
-Sólo quieres embaucarme…
-Nada malo va a pasarte, querida niña. Somos tus amigos, ¡la panda de Alicia! Ya los irás conociendo a todos. Y eres tú, preciosa, quien ha venido aquí. Por voluntad propia. Si lo sabré yo. Uno, querida, es dueño de sus sueños.  
-¡Me vuelvo a mi casa!
-Imposible. Tendrías que despertar. Y, ahora, ya es tarde para eso. Eres nuestra prisionera porque así lo has querido tú. Eres lo que eres. Y, como todos los humanos insensatos, nos has creado como si tal cosa. Ahora pagarás las consecuencias: ¡Otra loca y perdida que ha robado el fuego!  Además, tú nunca crecerás.
-¡Eso lo dices tú! Cerraré los ojos… y habré despertado.
(El mundo al revés.)
-Ciérralos todo cuanto quieras.
-Este lugar… Me da miedo.
-¿Qué crees que te espera ahí afuera, necia? Dolor y engaño, muerte y sufrimiento… ¡y sin fantasía!
-¡Quiero irme inmediatamente!
-¡Y a mí qué me dices! No soy yo quien te ha traído a este lugar. Han sido tus… ¡malas artes!
 -¡Me voy!
-¡Estas en el hoyo, estúpida! ¡No saldrás de aquí! Además, deberías dar gracias de haber escapado a la suerte que te esperaba. Y en lugar de eso, te atreves a despotricar de tus verdaderos amigos. ¿Sabes dónde podías haber acabado? ¿Lo sabes, no? De sobra lo sabes. Habrías acabado en un campo de exterminio… asfixiada como las ratas con el Zyklon B. ¿Te has olvidado que eres judía? Bah, te refrescaré la memoria. Te salvaste por los pelos de acabar en El Tren de los Niños. Ríete de El Tren de la Bruja al lado de éste. Y fui yo, precisamente yo, quien disfrazado de El Hombre de la Escoba, te escondió en un recodo oscuro de la barraca de feria hasta que pasó el peligro. ¿O es que no oías berrear a los otros mocosos cuando del túnel salieron a la luz del sol, acobardados, meados, llorosos? Descubiertos, atrapados y gaseados, calcinados y enterrados en el olvido esa misma noche de nieve y de frío. Así acabaron ese ejército de desheredados de la tierra, y, créeme, ningún dios de ninguna religión hizo nada por ellos. Puro satanismo. Respecto a ti, yo te traje a Nueva York. Puse a tus pies la Tierra Prometida, te alejé de la diáspora negra. Querida, eres una elegida. Y todo me lo debes a mí.
-¿Quién eres tú para hablarme así, cara de sapo?
-Soy… tu destino.
…………………………………………………………………………………………….
-¿Y esa mujer a tu lado con los ojos tapados?
-¿Esa? Esa es la suerte. Una chapucera cruel, una tarada que no conoce las reglas del juego. Sin parar mientes reparte fortuna y desgracia a diestro y siniestro, sin importarle acierto o desacierto, como si tuviera prisa por cometer sus locuras incomprensibles, sin detenerse ni siquiera un segundo a reflexionar antes de perpetrar sus desmanes.  No sabe lo que se hace. ¡Y así va todo! ¡Tú, andrajosa, lárgate de aquí!
-Y esa otra… ¡desnuda! ¡Qué puerca! ¿De dónde ha salido? ¡Qué vieja y arrugada es!
 -Es tan vieja y antigua como el mundo. A ella no le importa mostrar su fealdad. Y siempre ha estado aquí, mi niña. Nunca deja de estar en todos los sitios y en todo instante, bien cerca de todos los humanos. Es… la muerte. Y no hables demasiado alto, nos puede oír. Tiene oído de tísica, así que, cuidadito.
-Entonces…
-Entonces, querida, déjate llevar por este cuento a… ¡la felicidad o lo que sea eso para vosotros los humanos! ¡Qué cualquiera sabe! ¡Hay cada uno y cada una que se divierten con cosas extrañísimas! ¡Qué locos! Ya tendrás ocasión de despertar, y no creas que no has de arrepentirte.
-Llamaré a mi padre.
-Déjalo en paz. No tardará en morir. Ya se hurtó de graves peligros, vivió lo suficiente, después de todo. ¿Para qué vas a molestarle con estas niñerías?
-¿Niñerías? ¡Me tienes prisionera, encerrada en esta oscuridad y sin saber que va a pasar conmigo…!
-No hagas literatura de lo que sólo es un sueño; peor aún, una siesta. ¿Llamas oscuridad a esta bonita luz suave, matizada y tibia, sin el lanzazo del sol brutal que hiere los ojos y quema la piel, a esta luz de terciopelo de maravillosa languidez que todo lo mitiga? Y respecto a que eres mi prisionera… Vamos a dejarlo estar. Ya te lo dije antes. Tú sólo eres prisionera de tus sueños. Haber soñado menos, querida. Hay que conocer los límites.
-Pero se diría que estamos en… una caverna, se diría que sólo nos llegan los ecos, las sombras de lo verdadero.
-¡Qué suposición! ¿De qué te crees que estoy hecho? ¿De sombras?
-De reflejos…
-¡De imaginaciones, niña!
-No importa de lo que estés hecho… ¡Nadie es capaz de ver el destino! ¡Eres un farsante!
-Pero alguno hay que lo intenta sin alcanzarme jamás. Tú me estás viendo… a tu manera. Siempre hay quienes se empeñan estúpidamente en eso. Nunca lo consiguen, nadie termina por conocerme de verdad. ¡No descubren que viven cogidos de mi mano! ¡Que después de mí sólo queda la muerte! Pero siguen esperando… el destino, el futuro, como lo llaman ellos. ¡Así son de estúpidos!
-¿Qué va a pasar ahora?
-Estás metida de cabeza en un  cuento… ¡pero nada infantil! Nosotros, a diferencia de aquella otra Alicia soñadora y antigua, boquiabierta y simple, empezaremos por el final… O, mejor aún: por la mitad de la historia.
Nos, odiamos el planteamiento, nudo y desenlace.
-Esto es un agujero inmundo.
-Nos, creemos que no.
-¡Nadie puede negar que todo esto es asqueroso!
-Bueno, la realidad es lo que es. ¿O es que esperabas la perfección? Nos, pensamos que tal cosa no existe.
-Estamos en una madriguera, ¿no es eso? Apenas nos alcanza la luz…
-Hum… Más bien, preciosa, en una ratonera. 1965: ¡Acabas de casarte!
-¿Quéeeeee…?
-Lo has oído perfectamente, no finjas. No me gusta repetir las cosas.
-¿Y quién ha decidido eso?
-Nos.
-¿Casada yo?
-Así es,  E., Alicia, Hesse, señora de Din-don ¡o como quieras llamarte!
-¿Y dónde ocurrirá eso?
-Ya ha ocurrido. ¡Pareces tan feliz con ese ramo de rosas blancas en las manos, la sonrisa bobalicona…! Y ha sucedido en la capital del mundo, en Nueva York, en el mismísimo Manhattan, en Central Park South. Ya sabes, nena, taxis amarillos Checker, los chorros de vapor de la calefacción subterránea que erizan las anchas aceras, el polizonte que hace girar la porra sujeta a la muñeca, las tomas de agua reventadas por algún canillita que ya se ha ganado sus centavos vendiendo los periódicos matinales, las multitudes presurosas, las luces de neón… ¡Estás en una película de teléfonos blancos! ¡Vas a ser la protagonista, chica lista!
-¿Cómo me llamaré?
-Serás famosa, pero sólo para unos pocos hombres y mujeres cultos. Los suficientes. Para otros miles de millones de personas nunca habrás existido. Más o menos lo que le pasa a casi todos los humanos… Aunque para muchos de ellos les resulte difícil creerlo…  ¡Tan importantes se creen! ¡Qué necia vanidad, qué fatua ignorancia de su provisionalidad entre la nada y la nada!
-¿Tengo alguna oportunidad de rechazar esa identidad? No sé, empiezo a creer que no seré feliz… ¡Quiero ser otra!
-¿No quieres ser quien eres? Hum, qué extraño… Todo el mundo quiere cambiar sus circunstancias, variar de algún modo sucesos poco afortunados en su existencia… ¡Pero no recuerdo que nadie quiera ser otro!
-Yo sólo quería…
-Bastará con que quieras ser lo que nosotros queremos que seas.
-Yo sólo querría ser una buena chica de la parte baja de Manhattan, o de Brooklyn Heights, poseer una bonita casa en una zona residencial…
-¡Qué enternecedor!
… o cerca de Sheepshead Bay. En todo caso, dejar el cabello suelto a la brisa marina, casarme… ¡con un apuesto caballero de 20 años! Tener hijos sanos, guapos y listos…
-Magnífico, fantasiosa.
-Ser ama de casa no es una fantasía.
-¡Menudas vacaciones! Como para hinchar a esos futuros monstruos y asesinos en serie comiendo todo el día bagels con salmón y crema de queso y pretzels gigantes. Me temo que eso no va a ser posible. Los dioses te han elegido y ningún poder en el mundo podrá torcer su designio... ¡Una balabusta que ceba a sus pequeñas larvas día tras día, gorditos sin sesera criando culos fondones a toda hora encerrados en un dormitorio lleno de trastos electrónicos y pajas mentales! ¡Qué pérdida de tiempo!
-Pero los dioses eligen a quienes quieren mal…  Tú eres el destino: puedes hacer que todo cambie, sólo tienes que quererme… un poco.
-En efecto, yo elijo a los dioses y a quienes éstos eligen. Las cartas están echadas. Y no quiero que cambie nada. Me gusta como acaba todo al final.  Me gusta esta novela contigo dentro… muerta tan joven, tan bella en el infortunio, tan capaz, tan deseable en el recuerdo… Porque vamos a seguir viéndote siempre que queramos, tus imágenes y tus actos han quedado presos para siempre en esa especie de documentación siniestra que son los hechos y las fotografías de los seres humanos dejados tras de sí. Te veremos viva y saludable en el pasado, y te sabremos muerta en el presente…
-¡Eres un sádico!
-Querida, también yo soy un juguete en manos de la contingencia. En el fondo soy un pobre hombre que escribe al dictado.
-¡Pero tú eliges a los dioses!
-Diosecillos, querida, sólo diosecillos de tres al cuarto: censores, castigadores, condenadores y ejecutores sedientos de la liviana sangre humana. ¡Menuda victoria! Seguro que todos ellos, atentos a sus liturgias y rituales grotescos, añoran aquellos tiempos donde era posible arrasar hasta el mismo polvo la aldea enemiga, en llamas, vencida y prisionera, “pasar a cuchillo a sus aterrorizados habitantes” mientras los ríos teñidos de rojo descienden por la laderas sazonando la tierra, abonándola para nuevos crímenes. ¡Y luego la hoguera purificadora! Llamas elevándose como lanzas justicieras a un firmamento estrellado siempre profundo y siempre en silencio... ¡Cielos e infiernos, qué bello pompier!  Repetid conmigo, ¡¡¡Vivas a Yahvé!!!
-¡No entiendo nada de lo que me dices!
-Pues lo peor, tesoro, es que te vas a quedar sin entenderlo jamás. Tu tiempo ha terminado. En cuanto acabe el cuento, adiós. Eres como el cóctel de media tarde. Los días están contados, medidas las horas, señalado tu fin. Así que, procura fantasear todo lo que puedas antes de que amanezca el día y su puñal.
-¡Qué absurdo!
-En efecto. De ello brota tu esencia. Sólo desde lo irracional, de la extravagancia biológica más impune, se te puede comprender. Sin duda un dios malvado te concibió para entretenerse contigo, como un gato ahíto de comida juega con un ratoncillo entre sus garras hasta que finalmente se lo zampa sin ganas, aburrido e indiferente… y no tarda en vomitarlo al cabo de un rato en un rincón para alejarse en seguida asqueado con el rabo entre las piernas. Y, ahora, ¿qué puerta abrimos?
-Me había casado…
-Ajá. Necesitabas esa especie de comunión para reconocerte como artista. De la capital del mundo al culo del mundo de la herrumbre y la chatarra. Tú misma, querida, abre tú la puerta… Pero, antes, ¿no quieres merendar?
-No quiero comer. Tengo náuseas.
-¿De veras no estás hambrienta? Llevas muchas horas de viaje por esta madriguera del diablo, querida. ¡Y de aquí que salgas del agujero!
-No pienso comer nada en absoluto.
-¿Ni siquiera un poco de té y pan con manteca? Observo que estás muy delgada… ¡Y qué pálida! ¿No estarás enferma? A ver, saca la lengua, súbete las faldas.
-¡Guarro!
-Sólo quiero comprobar si estás enferma.
-Sabes que sí.
-Has engendrado un tumor. ¡Menudo embarazo el tuyo!
-Me siento demasiado débil para reírte las gracias.
-Pues, come. Cantando espanto mis males, comiendo lo curo todo.
-¿Qué ocurrirá después…?
-¿Después de qué? Todo sucede a la vez. ¿No lo entiendes? Todo está mezclado. No hay un antes ni un después. Eso sólo son cronologías. ¿Aún estamos en ésas?
-Entonces, ¿cómo vamos a aclararnos en el tiempo?
-¡Bah! Crearemos la sintaxis de la magia, diremos cosas distintas, y todo será maravilloso en ese vocabulario de  bonitos  colores, felices similitudes, dichosas analogías… ¡Atrapar el tiempo! ¡Atrapa el aire, si puedes, infeliz!
-¿Quién se ha casado conmigo?
-Humm… ¿Así que te interesan estas cosas después de todo? Okey. Es un tipo verdaderamente impresentable: guapo, artista, desdeñoso y… desleal. Pero, en fin, tú te lo has buscado. El primero que ha aparecido con aires de geniecillo y gesto autoritario te ha puesto firme de veras, jovencita tonta. ¡Para lo que te ha durado!
-¿No fui feliz?
-Nadie lo es… si se pone realmente a pensarlo. Y, tú, pequeña eva, mujercita apañada, llevabas un número invisible de ceniza grabado en la carne del brazo que te condenaba más tarde o más temprano. Estabas marcada. Todo ha sido un juego.
-Puedo luchar. Siempre lo he hecho.
-Eres un número. Y en una bola negra.
-No creo en la fatalidad.
-¡Nadie cree en la fatalidad! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Lo malo siempre sucede… ¡a los demás!
-Tampoco creo en el determinismo. Una es lo que es en un universo cambiante. Cada día es un mundo distinto.
-Pues mírate, calva, hinchada y herida de muerte por el rayo de un dios dudosamente justiciero, tumbada en esa horrible cama metálica de una habitación estrecha y blanca, sin salida… ¿Sabes? A punto de morir serás ya como una estatua, habrás sido tu mejor obra, escultora. A ese dios que os ha tocado en suerte le complacería esa visión: miles de millones de estatuas de piedra (o masilla de epoxi) poblando un planeta azul que va de tumbo en tumbo por el cosmos en un viaje infinito a la nada… Mudas e inmóviles figuras con una expresión petrificada en el rostro de sorpresa y espanto ante el regocijo de un dios silente…
-No me importaría yacer en la cama miles de millones de años, quieta y viva… Sólo pensando: pensar es escultura…
-Qué dijo el otro… ¡Anda allá! ¡Bonita manera de trabajar pensando en las musarañas!
-Puede explicarse perfectamente lo más incongruente o raro. El arte moderno a través de los procesos mentales y de nueva invención…
-¡Ah, deja ya esa cháchara! Es la hora de la merienda.
-Te he dicho que no tengo hambre.
-Tontuela, mira lo que hay en la cestita: pavo asado, tostadas calientes con mantequilla, torta de cerezas, pastelillos de pasas, flan de huevo, piña y caramelos.
-¡Qué no!
-Pues entonces nos vamos al cine.
-No me apetece ir al cine ahora.
 -Eso te lo crees tú. Eres la protagonista. Verás como te gusta… ¡Vanidosilla!
-Vayamos más tarde.
-¡No te hagas de rogar!Quiero irme a dormir… ¡a ver si despierto de una vez!
 -Ni hablar. Nos marchamos de aquí ahora. Antes de que aparezca de nuevo ese maldito ratón con el fardo de sus angustias a cuestas…
-Ese pobrecito tiene motivos, nadie es capaz de entenderle.
- …que deja las historias a medio contar. ¡Que se exprese como es debido! ¿Cómo vamos a compadecerle si no podemos entender lo que dice? Hale, nosotros nos vamos a ver esa película bonita y feliz… ¡y muda! ¡Y puedes llorar a gusto al hacerlo, hundirte en tu propia charca de lágrimas! ¡Tu Hollywood con perdices acabaría bien pronto a partir de entonces!  Pero, sabes, ¡qué gran actriz eras! ¡Delante de esos atildados espectadores con corbata y prevenciones hasta ibas de anfitriona intelectual…! Se diría que estabas en tu salsa. ¡Todo era falso! Hasta los suaves colores del tierno film se desdibujan. ¡No importabas a nadie en realidad! Hiciste el viaje de Ícaro, te quemaste las alas de oro.
(Se alza el telón):

martes, 19 de marzo de 2019

41


Y, ahora, ¿qué? Libros, escondámonos en los libros. Cierra esa puerta de la vida, no dejes entrar el aire, apaga el sol, corre cortinas, junta postigos, calla. Que te baste con pasar un buen rato con MAD entre las manos, y las semanas vuelan.
Renglones rectilíneos. Se precisan para la catarsis, como el desorden precisa de su bullicio para fulminarse en la corrección.
Pollock y Kerouac son los basurales. El referente.
Una borrachera de misticismo.
De ellos (y la caterva de los sucedáneos) nace el geometrismo de después. La línea recta.
La bestia vuelve a comerse la cola.
El caos, de nuevo, estaba a la vuelta de la esquina. Pavor y diagonal.
Sólo hay tres formas de acabar en la década de los sesenta: 1/. muerto y silenciado; 2/. como una bola de sebo alimentada de alcohol; 3/. con la chequera de la abultada cuenta corriente a cubierto en el bolsillo interior de la americana.
¿Qué tal esas tres formas en una (una y trina): muerto como una bola de sebo y alcohol y con billetes de banco en la faltriquera?
Neal Cassady: muere bajo la lluvia del desierto de México, domingo, 4 de febrero de 1968.
El tipo que sabía vivir y no sabía escribir. El Rey del Saco de Dormir que murió sin dejar de andar siguiendo el trazado de una línea férrea hasta que se desplomó extenuado sobre la tierra mojada.
En fin. Hay tipos que guardan sus poemas impublicables en las cajas de cartón vacías del detergente Ajax.
(De vuelta de las inmediaciones del Volcán, chamuscado y con el engranaje rechinando: “Dejó de escribir porque la mitad de lo que tenía que decir era insoportable y la otra mitad inexplicable.”)
(Hinchado de metedrina, delante del espejo nítido, azogue implacable y veraz hasta el asombro: “No soy yo, no soy yo, no soy yo, no soy yo…” Para ti la perra gorda.)
Otra vez a empezar. Toda mitología es un andar y desandar: dioses, hombres, dioses, hombres, dioses… ¿Quién crea a quién?
El arte, que es el mismo siempre, necesita de los antojos: eso le hace caminar inherente a la evolución del ser humano.
Hesse: ¿qué clase de religión has puesto en todo ello? El miedo y el absurdo. La armonía, lo rectilíneo, es para los débiles, la falsilla de la existencia. “No juego a ser Dios”, le confiesa. Ninguno de ellos (Rothko y compañía)  jugaba a serlo, estaban demasiados ocupados en procurarse alimentos. Todos, hasta el más reacio, atrabiliario e intransigente de los irascibles, trabajaban para una agencia federal  en el proyecto TRAP, una idea caritativa de la época de la depresión para no dejar morir de hambre a decenas de pintamonas sin un centavo. ¿Qué religión hay aquí? ¿acaso pintar se ha convertido en una liturgia, en una necesidad, en un trapicheo? ¿En una maldita limosna…?
Atento al buzón de los miércoles.
Curso por correspondencia.
Religión por correspondencia: conviértase en fraile, hable con Dios de tú a tú (de hombre a hombre, como quien dice).
Sea usted Van Gogh.
Un caballete, un maletín con los trebejos (acepción añadida: juguetes, vid. Diccionario de la Lengua Española, RAE, vigésima primera edición). Ya está usted en Arles.
Sólo tiene que creérselo, amigo. La vida es demasiado corta para que le desenmascaren antes de tiempo, y, créame, después de muerto la cebada al rabo.
Dígase a los ojos delante del espejo (ahora amigo fiel): “Soy un genio.” Puede escenificar incluso. Agarre unos pinceles de pelo de marta, meta el dedo gordo de la mano en el agujero de la paleta churreteada de goterones, sostenga con los labios la fina espátula para los celajes sutiles y cosas semejantes, vuelva a mirarse en el espejo...
Mejor, mucho mejor. “Soy un genio”, se dirá convencidísimo.
Y, a partir de este momento, con su maravillosa estilográfica Montblanc (125 dólares de 1969), escriba muy reflexivamente esa frase 666 veces en su cuaderno de tapas de hule negro y páginas cuadriculadas amarillas. Y…
A rodar.
Hay orden y forma o no-orden y no-forma, pero lo ceremonial como norma, lo ritual solemne, es lo más ridículo que pueda pensarse del acto creativo, siempre una fiesta improvisada aunque a veces las cosas no funcionen como es debido y sobrevengan las dudas como un vendaval.
Te diré algo: cuando quise darme cuenta donde estaba, ya me hallaba muy lejos de lo que preví en un principio. Entonces analicé lo que estaba haciendo. Era bueno, eran unas buenas obras las que conseguía realizar, y me sentí bien. Trabajaba realmente bien en esa época. Me sentía a gusto con los materiales, y los procedimientos, los títulos me salían solos. Todo funcionaba. Así eran entonces las cosas. Sería a principios del 67, a poco de regresar de Europa.
Hesse, 1970. Reina de las teorías: “Preveo un futuro lleno de malentendidos.”
Sin embargo, hay que hablar... de arte. Pero ese parloteo es un monólogo en una larga noche. Se dispone a escuchar. Etcétera. Ahora, antes de que amanezcan las jarcias de la nave de Delos, la conciencia escindida de ella, entre el deseo de salvación y la clausura de la muerte, entre dos sueños: la cicuta, el arte.
Si existe una infalibilidad que supere a todos los albures de la existencia es que más tarde o más temprano nos alcanza el infortunio. Es de una certeza matemática. No así la bondad o la dádiva, la fortuna inesperada o merecida, que suele brillar por su ausencia en la mayor parte de las vidas de las que he sido testigo.
(Le miente a ella.)
Los espejos negros enmarcaban la entrada a los comercios del casco antiguo. De pequeño, en la ciudad levítica, se contemplaba reflejado en ellos, antiguas bodegas, ferreterías, tiendas de confección, almacenes de muebles económicos, oscuras  covachuelas de lacónicos artesanos ceñudos y hoscos, sólo supervivientes…
(Sigue mintiéndola: ansía esa cópula entre las dos biografías, un entrelazamiento genésico y primordial.)
Seagram (adentro, la desnudez: se quedó sin los murales). (Algo quedó en el recinto de aquella religión: “El hombre aquel estuvo aquí, sabe.”
Afuera, el mármol negro, toda una cultura europea y latina que se yergue a lo alto en esta tierra de mezclas, toda una mixtura que parece que va a resquebrajarse de un momento a otro.
Se mete en un chino. Se trata de llenar la panza. No descubre a tiempo que el establecimiento no dispone de liquor license. Engulle los rollitos de primavera y la ternera con bambú y setas a palo seco.
Hambriento, de mal humor (y además sin afeitar desde hace cuatro días), la puta agua, los zumos coloreados infantiles, la jodida sonrisa asiática, la penumbra polvorienta…
¿Será el fin?
Más que un decorado… Es el escenario y su trasiego paradójicamente lo que termina ocultando los muchos Five Points no tan difíciles de hallar si uno traspasa los forillos.
Los hechos… 
La obra…
En el escenario de la gran ciudad. Ventanas como ojos, aceras como arterias, tubos como venas, puertas como los agujeros del cuerpo, pasarelas, túneles, espejos, estructuras-óseas, el pulso y la pulsión, he aquí el escaparate del hombre de las multitudes. Transmuta las formas, los rancios o vivos colores naturales del propio material, la transparencia del vidrio, la solidez del acero, la barra de hierro y el alambre, la súbita vulnerabilidad de la soga que cae, se tambalea, en nada se afirma hasta que no cae al suelo, colgada la soga es algo, una forma. La artista cuelga las cosas, la soga: sin ahorcamiento, es el vacío.  Ciudad: miles de seres desconocidos: todos son el mismo, la misma, son como sombras, tan mecánicos como los automóviles a un metro de tu piel sucia del polvo y el vaho urbanos, tan ingratos y odiosos en su anonimato hostil, son sólo cuerpos. Si andas por las calles de Nueva York será difícil que tus ojos se crucen con otros ojos. Y si ello sucede, no te verán. Están como muertos, papila cancerosa. Eres lo contrario de lo que aparece en las pantallas de los televisores. Eres irreal, inexistente por desconocido, un muñeco andante, no eres ese personaje en plano americano de 625 líneas. Al final, sientes más ternura por un semáforo que por el tipo-nadie que a dos centímetros de tu lado aguarda para cruzar la calzada. En la ciudad de las muchedumbres, de los milagros y de la fortuna hay tiendas y teatros, bibliotecas donde leer, sitios donde comer y tomar una copa, luces donde deslumbrarte, música para embelesarte, parques donde morir despacio en el atardecer, hoteles donde esconderse, sueños donde inventarse de nuevo, y dormir, dormir aun en el fragor que nunca cesa en la ciudad de veinte millones de seres, y hay una carretera delante de ti por donde puedes huir siempre en círculo y hay también un aeropuerto no demasiado lejos donde te espera, si hay suerte, el viaje a ti mismo, al origen… 
Hesse camino del psiquiatra, el matrimonio roto, el padre muerto.
Esta ciudad…
Tumbada está muerta, y habla. Cuenta mentiras; incluso diciendo la verdad, sólo son palabras, ocurrencias y sentimientos instantáneos que elucubran en torno a la campana de cristal del pensamiento. Antes, Nueva York, años cincuenta.