jueves, 31 de octubre de 2019

43

EVA IN WONDERLAND’S GARDEN

Werner Nekes

(1965, 08’,04’’. Blanco y negro y color.

Residencia. Kettwig Sheidt, Alemania.

Jardines exteriores. Estudio y Taller en el interior.)

1. Plano general.
Exterior. Luz de día. Color. Jardines de la mansión.
Hesse y Din-don.
Él: americana, pantalones oscuros, pipa en boca, magnífico corte de pelo.
Ella: vestido verde abierto por el cuello en un corte, con mangas acampanadas, una minifalda discreta, casi a la altura de las rodillas. Cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza, tipo años 60. Lleva largos pendientes que no dejan de oscilar mientras anda y mueve el torso. Tiene un bolso cogido de la mano, que lleva algo desmadejadamente.
Ambos caminan por el jardín dirigiéndose a la casa, hacia el objetivo; ella sonriente; con el bolso de la mano; él, distante, atento a la pipa. Ella abre la boca, como si hablara en estos minutos iniciales, a la vez que saluda calurosamente mientras se acercan a los espectadores al otro lado de la cámara. Ya en primer plano ella dice algo a la cámara. Se les une un joven.
2. Plano medio.
Exterior. Color.
Ella y él pasan delante de la cámara, que los sigue a sus espaldas. Al pie de las escaleras que conducen a la casa, se detienen; él, a punto de entrar al vestíbulo; ella, mirando a la cámara, muy sonriente y con expresión de felicidad en el rostro.
3. Plano medio.
Exterior. Color.
Todavía junto a la casa, Hesse y Din-don comienzan a andar por el jardín; en ese momento se les une otro invitado al acto. Observan algunas esculturas que se alzan sobre el césped, entre los árboles, junto a los caminillos de grava.
4. Barrido de cámara.
Interior. Color.
En el estudio del artista. Esculturas de Din-don. La cámara visualiza varias de ellas, de un estilo constructivista; también se detiene ante algunos cuadros.
5. Barrido de cámara.
Interior. Blanco y negro.
Las imágenes siguen mostrando más esculturas y cuadros y fotografías en las paredes. También muestra útiles y materiales, herramientas para crear probablemente esas esculturas. En un momento dado, la cámara se detiene ante una estantería repleta de botes perfectamente alineados y en orden. Todo parece, a pesar de su aspecto indudable de taller, muy pulcro y medido, y no a propósito.
6. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Afuera de la mansión. Ahora se comprueba perfectamente que se trata de un edificio de dos plantas con mansardas y tejados de pizarra. La cámara recoge un pequeño de tres hombres a un lado del jardín, quienes parecen atentos y preocupados por algo en el suelo y alrededores.
7. Plano americano.
Exterior. Blanco y negro.
Los componentes de un grupo de músicos uniformados (hasta con gorras de plato) sacan bultos e instrumentos del interior del portaequipajes de un coche junto a la casa.
8. Barrido de cámara.
Exterior. Blanco y negro.
De nuevo la cámara nos muestra diversas esculturas en el jardín.
9. Primer plano.
Exterior. Blanco y negro.
Plano de Din-don en el jardín. Está de perfil, con la pipa en la boca. Parece pensativo, mira a lo lejos. La cámara se aleja de él y vuelve a mostrar más esculturas.
10. Plano general.
Exterior. Color.
La cámara sigue mostrando esculturas diseminadas por el jardín. Algunas de ellas pintadas.
11. Plano general.
Exterior. Color.
En un punto del jardín, Hesse Din-don y un caballero y dos damas, de edad madura, muy bien vestidos todos ellos, charlan e intercambian sonrisas y gestos de amabilidad.
La cámara sigue registrando más esculturas de alrededor.
12. Plano general.   
Exterior. Color.
Los mismos. Hablan entre ellos. De nuevo la cámara visualiza otras esculturas.
13. Plano general.
Exterior. Color.
Varias personas en el jardín, no lejos de la simétrica fachada del edificio. En un aparte, Hesse parece explicar a un caballero, serio y trajeado (se trata del individuo que vimos en la escena número 11), el concepto de las esculturas que se divisan a lo largo del jardín, delante de ellos. Hesse gesticula notoriamente con las manos. De pronto, un hombre se separa de uno de los grupos y se aproxima a los dos. Le dice algo al caballero y éste, inmediatamente, cesa de prestar atención a Hesse y se aleja con el otro dejándola con la palabra en la boca. Ha sido algo abrupto, rayando la grosería. Hesse, entonces, se vuelve hacia el objetivo sonriendo, quizás algo desconcertada.
Fundido.
14. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Grupos numerosos de gente en el jardín. Vemos de nuevo al tipo que escuchaba a Hesse. Parece algo así como el maestro de ceremonias de algún espectáculo cuyo sentido se nos escapa. La cámara le sigue aquí y allá entre la gente.
15. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Los músicos se disponen a tocar sus instrumentos ante un público numeroso de personas, sentadas ante ellos y de pie. Distinguimos muy bien a Hesse y Din-don sentados en la primera fila.
16. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Los asistentes aplauden a los músicos.
17. Plano americano.
Exterior. Blanco y negro.
La actuación ha concluido. Los asistentes, en pie, hablan entre ellos, sonríen distendidos.
Fugazmente, primeros planos de unos indicadores en forma de mano pintada de blanco (parecen señalar direcciones a alguna parte).
18. Plano general.
Exterior. Blanco y negro.
Hesse y Din-don conversan sin dejar de andar entre grupos de gente.
Vuelven los planos de las manos indicadoras.
Hesse y Din-don se alejan de la gente a través del jardín y, serios, vienen hacia la cámara…
Primer plano del dedo de una mano que indica una dirección.
19. Barrido de cámara.
Interior. Blanco y negro.
En el estudio. Hesse, con un ramo de flores en las manos, luce una media sonrisa y parece comentar a un grupo de personas las esculturas que observan.
20. Primer plano.
Interior. Blanco y negro.
El objetivo se recrea en unos cuadros.
Fundido.
E. y un grupo de personas: hablan.
21. Plano general.
Interior. Blanco y negro.
La cámara visualiza cuadros. Hesse habla con una mujer.
22. Plano general.
Exterior. Color. La cámara muestra varias esculturas pintadas en el jardín.
23. Plano medio.
Exterior. Color.
Grupo de gente en el jardín. Hesse entre ellos.
Plano de escultura móvil.
24. Plano americano.
Exterior. Color.
Hesse y Din-don.
Din-don corta pequeños pedazos de papel con unas tijeras. Hesse observa con atención.
25. Primer plano.
Exterior. Color.
Din-don en primer término. Hesse, al fondo. Hablan. Din-don sigue cortando pedazos de papel.
26. Plano general.
Exterior. Color.
En el jardín. Grupos de personas. Esculturas.
Hesse y Din-don, acompañados de una mujer de mediana edad, caminan por el jardín. Conversan entre ellos de una manera muy animada.
Fundido en negro.
-¡Cuán bonito periplo por la verde campiña de la mano del mecenas! Hasta había música y todo en el party, aunque el tipo de la cámara nos priva del sonido y de poder embelesarnos con las bagatelas. Y, ¿después qué? ¿Adónde nos ha llevado ese recorrido de punta en blanco? ¡Menuda exhibición de snobs! ¡Bienvenidos a la residencia Scheidt! Pueden limpiar las suelas de sus zapatos en el felpudo, llévense con ustedes los vasos de plástico y las servilletas pringosas, ojo con arrancar una flor del jardín.
Apuntabas maneras, chica lista.
-Los ricos huelen distinto.
-¿A qué huelen…? Algunos ni siquiera son de ducha diaria. ¿A eso aspirabas? ¿A meterte el aroma de su billetera por las narices? ¿De vuelta a Alemania para sonreír a la cámara entre banqueros y oligarcas? ¿Sólo para eso? Tal viaje, nena, requería pocas alforjas… ¡Qué obra de espectros la tuya…! ¿Eso es lo que sientes?
-¿Qué quieras que sienta? ¡Lo único que deseo es salir de esta ratonera!
-Mira, ahí está de nuevo ese conejo blanco que habla. ¿De qué color tiene los ojos?
-¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Está demasiado lejos para que pueda verlos!
-Todos los gatos blancos con ojos azules son sordos, ¿ocurrirá lo mismo con ese cabeza de chorlito? ¡Este es un lugar en extremo divertido! 
-Si dejas que me marche… Pero, ven,  no quiero que nadie nos escuche… Acércate más, te lo diré al oído… Te encantará... Te haré feliz.
(…)
¡Ni hablar, querida! No están los tiempos para negociar con niños y niñas listos. Uno no ha… aprendido, vamos a decirlo de ese modo, a moverse en arenas movedizas como Mister Carroll, sabes: A high wind in Jamaica, Lord of the flies, The night of the iguana… Y qué me dices de esa tropa de pequeños bastardos como la miss Haze aquella que llevaba en el zurrón aquel ruso blanco trasplantado a un Burger y a la red de autopistas y moteles de Nueva York y Nueva Inglaterra: el amigo Van con su bonito traje gris y su corbata que vuela; Ada, que está loca por todo lo reptante, la nínfula Lo… Hasta esa vieja indigna de Henry James nos advirtió a tiempo a los adultos inofensivos y desprevenidos de los aviesos niños. ¡A otro perro con ese hueso!
-Pues, entonces…
-¡Cállate de una vez, provocadora!
-¡No quiero callarme!
-¡Chitón, seguimos en el cine!
-¡Cerraré los ojos!
-¡Vaya, con lo que te gustaba el cine antes! Te pasabas la vida en los cines de la 42.
-¡Me taparé los oídos!
-De nada te va a servir. Cuarenta años más tarde este corto lo van a colgar en Internet… Podrá verla todo el mundo hasta cansarse: lúgubres ceremonias.
-¿Internet…?
-Una especie de réditos eternos, una lepra laboriosa y malthusiana. ¡Estás en la cajita y no podrás salir de ella! Pero veámosla. En esta juegas, aunque por poco tiempo, con una estructura… innombrable, beckettiana, pues. La parte oculta de un iceberg. Estás frente a un panel de varios metros de altura que, al parecer, exige todavía unos cuidados estéticos especiales de la señora artista. Mueves sogas, atiendes enredos, cuidas formas de caída. ¡Caramba, niña, cuánto cuidado para una forma tan enrevesada! El arte visto del revés. Mucho han cambiado las cosas desde Monsieur Ingres y Mister Tenniel. ¿Tejiendo la madera? Bueno, aquí, al menos, logramos escuchar la tenue respiración, percibimos tu aliento, la materia viva. ¿Sigues sin querer abrir los ojos, eh? Muy bien, en ese caso te la contaré de viva voz... Soy el Espectador Malasombra.
Toma única.
Color.
Plano General.
Te has cortado la melena (ya han empezado a cortarte las alas; ahora, eres una Chica Seria): peinado de peluquería; fíjate, yo diría que hasta cardado.
Llevas una falda oscura, un poco por encima de las rodillas. Llevas medias negras y un ajustado suéter de color granate.
Y, bien, ¿puede alguien explicarme qué diablos haces?
Muy segura estás de ti misma entregada a esos manipuleos.
Del maldito panel cuelgan y sobresalen unas enormes marañas de cuerdas enrevesadas en listones de madera pintada de blanco. Da hasta algo de terror ver esa colgajosa masa de materia que desciende y cuelga desde lo alto sin despegarse de la tabla que la sujeta: es una enorme pizarra donde la escritura tridimensional alcanza la dimensión gnóstica.
Dispones el enredo de las cuerdas, al parecer tratas de colocarlas en una posición premeditada, como si buscaras una estética ya prevista por ti, o, poniendo orden en el discurso. 
Fundido encadenado.
Subes a una escalera, continúas manipulando las cuerdas muy concentrada, con la boca abierta. La cámara te enfoca desde abajo, así que, durante unos instantes, vemos tus bonitas piernas oscurecidas por las medias. ¡Bonito cuerpo, niña vieja!
Fundido en negro.
Cortesía de Hauser&Wirth (Zurich-Londres).
-¿Te ha gustado?
-No tiene final…
-¿Para qué engañarnos? Todas las películas tienen el mismo final, las de color y las de blanco y negro, en cinemascope o en 16 milímetros, sólo que algunas, casi todas, lo ocultan. De manera que todas las historias que no acaban en la muerte de sus protagonistas, se quedan a medias. Les faltan paginitas, nena…
…………………………………………………………………………………………….
-¡Aaaaaahh! Qué aburrimiento...
…………………………………………………………………………………………….
-¡AaaaaaaaahhhhhhHHH!
…………………………………………………………………………………………….
-¿Qué haces?
-Miro el libro de mi hermana. Pero no me gusta. Es aburrido. No tiene dibujos.
-Dedícate a tus asuntos. Fantasea. Sé otra…
“Cayendo, cayendo, cayendo.”
-¡No te sirve de nada llorar, tramposa!
“Ahora soy mayor, ahora soy pequeña, ahora soy mayor, ahora soy pequeña…”
-¡Ah, que perfecta coartada! Eso justificaría todos nuestros desmanes, nuestros errores, nuestras vacilaciones, nuestras caídas, nuestros temores. Ahora vivo en Sutton Place, ahora en el culo de mundo…
-¿Qué debo hacer para entrar en el paraíso? ¡Ya casi no me quedan lágrimas de tanto llorar!
-Ajá, ¡de una u otra manera no puedes entrar!
-¡Haré lo imposible!
-De acuerdo. A ver, ¿4 X 7?
-¡14!
-¡Bah, te vas a ahogar en tus propias lágrimas!
-Todo esto es muy cruel…
-¿Te quejas de la crueldad del destino? ¿De mí? ¡Te he regalado 30 años de vida, pequeña judía de Hamburgo! ¡O acababas en el gas o detrás del tipo de la flauta hasta caer en el puto río! ¡Es posible que sea yo quien te haya regalado la inmortalidad!
-Tengo miedo…
-¡Miedo! ¿Y qué te crees que sentía el ratoncillo cuando hablabas con despreocupación criminal de tu gata asesina, devoradora y tragaldabas? ¡Piensa antes de hablar! Todos podemos ser crueles algún momento de nuestra vida. Incluso honrados y bonachones padres de familia esconden en sus barrigonas un pedófilo o un eficiente gaseador con el Zyklon B en las manos.
-Estoy sola.
-Me tienes a mí, tu compañero más fiel, que tanto te quiere y admira. No me he separado de ti ni un solo instante. Y, además, bañado por tus lágrimas, que no es moco de pavo…
-Siento como si fuese el último ser de la tierra…
-Nada de eso, monina. En esta carrera llegamos todos a la meta.  ¡Todos alcanzamos el final! ¡Fundido en negro!
-No es justo…
-¡La Justicia! ¡Menudo bestiario!
“Yo soy el juez y el jurado, la sentencia y la condena.”
-Me han ocurrido cosas que jamás imaginé… ¡Si se escribiera un libro sobre mí…! Pero me gustaría escribirlo yo misma cuando sea mayor… ¿Lo seré algún día?
-Casi. No obstante, tú nunca querrás cambiarte por nadie.
-¿Qué puedo hacer?
-Come pastelillos
-¿Será suficiente con eso?
-Basta con que seas tú misma para entrar en el jar… paraíso: tu medida justa, el perfecto equilibrio. Y esos, querida, son tus verdaderos límites… Creciendo y decreciendo, creciendo y decreciendo… ¡Así no se llega a ningún sitio!
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-¿Quién soy yo?
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-Volvemos al principio… Sé mala. Todo lo mala que puedas. Toma alucinógenos.
-En el fondo, no soy más que una niñita.
-Que come igual que las serpientes.
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-¿Qué hora es?
-¿De verdad te importa el tiempo? Tienes todo el tiempo del mundo… ¡Mira, por ahí viene! Entre la suerte y la…
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-¿Qué hacemos ahora?
-Dibuja todo lo que empiece por la letra “e”.
Ya has entrado en el paraíso… ¡donde todo es falso! Las rosas rojas, los capitanes y los reyes, los jueces, las palabras…
Todos somos cartas de la misma baraja jugando la misma partida… ¡Al final todos pierden! Precisamente, ¡por esa razón hay que luchar! El lema es: cuida tú el sentido que las rimas ya se cuidan a sí mismas.
-¿Por qué soy distinta a los demás?
-No hagas preguntas simples. Eres como todo el mundo, sólo que… tú no haces cosas bellas. La pregunta es, ¿por qué las haces feas?
-¿Son feas?
-Son… extrañas.
-Me expreso mediante un lenguaje raro. Sí, podríamos decir que es peculiar. Pero mis temores, mis sentimientos, mis emociones, son normales… ¿Quién se cree con derecho a juzgarme a mí?
-Quien no te escucha. Así se formulan los veredictos. Tu opinión no cuenta.
-Eso no basta…
-Claro que sí. La sentencia es lo primero.
(Y tú nunca sabrás el veredicto: te vamos a cortar la cabeza antes).
Has despertado.
No abras los ojos.
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Los abre.
Empieza la pesadilla.
Toda la quincalla del mundo.
Del mito y el ritual nace mi voz, ese detritus y orden y suma del mundo del objeto. Es un lenguaje primitivo, sabes. Nace de las primeras nieblas que envolvían una tribu al acecho, oculta en las entrañas de mi cerebro. He creado una tribu, sus mitos y rituales, su lenguaje: su símbolo. Sus guerras y triunfos, sus derrotas, sus generaciones, su caza y sus orgías. No requiere traducciones, puedes palpar cada una de sus palabras, de sus párrafos, robar materialmente sus letras, y el acento que todo lo impregna. En cuanto su interpretación… ¿Qué quieres? ¿No te basta con el lenguaje, su plástica, su dibujo, siquiera su sonido? ¡A qué la interpretación!
De nuevo una enfermera irrumpe por la puerta. Se diría que las fabrican en serie. Todas el mismo distanciamiento profesional, idéntica voz perentoria, urgente, siempre con algo en las manos y la mirada sobre cualquier punto de la habitación menos en tus ojos. “Tengo muchas cosas que hacer”, dicen técnicamente perfectas, con el tono adecuado, a un lado de la cama del enfermo semiescondido entre las sábanas, indefenso, callado, un producto sufriente al que la muerte tarda más de lo esperado en consumir. “Tengo muchas cosas que hacer, mucho pus que examinar, mucha orina que recoger, mucha mierda que oler, mucha sangre que analizar, y los esputos, las deposiciones, las excrecencias…”
“¡Pues hazlo todo cuanto antes y lárgate de aquí, mercenaria del dolor!”.
Déjala que delire.
He inventado mi propio lenguaje. Puedo, por consiguiente, inventar mi propio pensamiento, y su imagen naciente.
Espíritu y materia serán revelados por la expresión… Es el lenguaje, y lo es porque yo puedo emplearlo. Existe. Pero ¿qué clase de conexión tiene con la realidad?     
Teoría de la Estética del Desperdicio.
¿Sabe, doctora Frankenstein-Hesse?, puede crear los perfiles luminosos y los límpidos espejos celestiales del Lever House, el Plaza de Park Avenue, el edificio de la Pan Am, el acero insultante del Chrysler o… algo más allá de la 125, todavía en los límites de los nombres legendarios, alzar al final de la Quinta Avenida en un alarde de estética de lo feo los bloques de pisos vergonzantes y anodinos de los negros, entre la Avenida Lenox y el río Harlem, por esos años erradicados a trompazos de Stuyvesant Town. En efecto, doctora, su propensión a husmear en los montones de lo pobre y las montañas de lo humilde, a recrearse en el feísmo del jirón y el residuo, podría llevarla a quedar encerrada en esos miserables bastiones del hueco y lo inhóspito, agujeros sólo iluminados por la televisión encendida día y noche como elemento embrutecedor y alienante. Usted podría procesar todo ello, alterarlo, modificarlo, someterlo a un reciclaje intelectual sorprendente, dotarlo de un sentido plástico hasta ahora inadvertido en la conciencia de sus negros habitantes, parásitos del subsidio social y la depredadora somnolencia del gueto. Aprópiese de esta realidad, de lo suculento de sus imágenes y conviértala en arte, evidencie su potencial expresivo, la rica materia que constituye su textura de podredumbre y el basural inaudito de sus solares. Inspírese en los ladrillos ennegrecidos por la suciedad y en los cristales rotos de las ventanas, en las esquinas húmedas y ensombrecidas por los regueros de orina, en los portales pintarrajeados con carbón y en las escaleras desconchadas, abastezca su imaginación de las escuelas sórdidas para niños aterrorizados y de las tenduchas oscuras donde el alimento barato convive con el podrido, del millón de iglesias que infestan Harlem a la caza del último centavo del bolsillo del negro…
Existe otra Nueva York, dijo.
No lo creo, contestó.

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