Un don en especial: la seriedad. Y saber lo que no se tiene que hacer bajo ningún concepto.
Hasta ahora se ha
librado de las dentelladas de los monstruos subterráneos de la línea 6.
Juzgar algo o a
alguien es confesar, más que tu fortaleza o sabiduría, tus debilidades, tu
poquedad como creador.
Ella registra un
hecho, una opinión, el error o el acierto: silencio. Suficientemente revelador,
basta con eso en ella y en los demás.
El Pop-art en el Met.
Y mientras permanezco frente a esas
pinturas no dejo de tener la sensación en ningún momento de andar entre la
luminosa cartelería de Broadway, de hallarme en la encrucijada colorida y chillona
de Times Square.
Debe existir una
trastienda oculta por los brillantes colores y una figuración tramposa: pero es
arte: basta con eso (de nuevo).
Los dioses son
invisibles: sólo si aparecieran ante nosotros perderían su gracia.
Se mantienen ocultos:
he ahí su inútil y poderosa palabra silenciosa: el arte de la magia de… ¡la fe!
Pintar el libro sobre
la mesa, la portada colorista, la tipografía del título.
Pintar la mano rugosa.
Pintar la corteza del
tronco, el reflejo verde del lago.
Pintar, pues, los velos
y pieles que todo lo cubren… El brillo de los ojos, los dorados del retablo
(pero exactamente el del Met), el falso
azul del cielo, las grietas en el muro….
Y un día no demasiado
lejano, abrir hasta las entrañas de las cosas, enmascararlas bajo el disfraz de
lo solamente plástico, la
no-significación, bastará la piel auténtica de los objetos reales.
Cae al vacío. Y al
precipitarse hacia el suelo nota físicamente
que algo la ha detenido un instante en el aire. Ahora parece lanzada hacia lo
alto más y más, cada vez más. “Estoy salvada”, se dice en plena luz sin notar
para nada el golpe sobre la tierra: no el cielo.
Tal como piensas,
dijo, tendrás que santificar los ready-made
de Duchamp.
Pero en seguida empecé
a oler la tierra metálica de las fábricas, los hierros del aire, los olores de
lo rocoso, la piel humana.
¿Cómo podré soportarme
enferma, arrastrar a esa carnívora que me devora por dentro?
Nada estaba
predeterminado, pero si sucede es que no
podía ser de otra forma.
Las cosas (los
objetos, los sucesos, los seres) nos son otorgados con pasmosa armonía, se
diría que con una pausa calculada, cadenciosa, con un orden secreto que ni
siquiera responde a los merecimientos, sino a la taimada sencillez de la
naturaleza: primero una cosa, luego, otra, y así sucesivamente vas llenando la
alforja. Pero si es tu destino morir joven, todo te será arrebatado de una vez,
bruscamente, hasta con furia. Como si, a causa de alguna culpa que desconoces,
nunca te hubieras merecido nada de nada y ahora un incendio súbito todo lo
devorara en un instante. Lo que certifica la solvencia del viejo a través del
tiempo y sus deterioros es comprobar que el mundo más próximo y real desaparece lentamente a su
alrededor como si nada, igual que llegó a sus manos, poco a poco se disipa: la
ciudad antigua, los amigos, los seres queridos, las costumbres... se consumen
paulatinamente, a su debida hora, como le fue llegando a él en forma de dádiva
o castigo a lo largo de los años hasta que empezó la cuesta abajo.
Octubre 1957.
La obra estremecedora
de Bernard Grey: Mothers, en el
teatro de los Beck de la Calle 14.
“Nos hacen con
jirones…”
Mi madre suelta mi
mano, avanza al claroscuro, gira la cabeza y me sonríe; luego, sin apresurar el
paso se aleja poco a poco y se mete en una fotografía en blanco y negro, ajusta
la blusa y la falda, acomoda la pose, se atusa el pelo y se queda quieta para
siempre, sin alardes, sin misterios de ninguna clase. De pequeña le pedía
explicaciones, pero se limitaba a mirarme sin decir palabra. Así hasta el fin de
la eternidad.
Del asco de la imagen,
de sus presunciones ridículas, a la madera contrachapada, el aluminio, el silencio del metal y la profundidad de
los cristales.
El mundo es un
jeroglífico. Intenta no perderte… ¿Y pretendes que lo que hago sea tan viejo
como él? Aunque me equivoque, he de
partir de lo que no sé.
Sol, el escribidor de
cartas: “Un tal Wollheim…”
¿Qué bebes?
Le miró con una
expresión de absoluta extrañeza.
¿Qué voy a beber,
idiota?
Vodka con pimienta.
Litros de vodka con
pimienta… Y así van las cosas de bien…
Camina por la avenida
Madison. Es real. Pero, en el fondo, todo tiene la sustancia invisible del
espejismo, la urdimbre de lo imaginario. La solidez de las apariencias, el
brillo de los colores, los rascacielos de cemento, hierro y cristal, los
transeúntes y automóviles, adquieren bajo el sol la desnudez de lo verídico sin
más y, no obstante, se diría que basta un soplo de aire para que se derrumbe
todo en este día de magníficas transparencias, que se venga abajo este mínimo
decorado de lo existencial y su finitud ante la omnipotencia del astro.
“Nada de lo que veo
justifica el pasado ni asevera el futuro.”
Todo parece hueco.
Y el incendio del sol
de cósmica magnificencia, pausado y fatal, ha de devorarlo todo finalmente en
una ceremonia de espanto, ruido y rojas cenizas.
El jazz sólo ha
influido en los poetas y escritores. Los artistas ya pintábamos con “faltas de
ortografía…”
Cuando era pequeña,
muy pequeña, me encantaba saludar a los pasajeros de los trenes que pasaban
frente a mí. Algunos de ellos me devolvían el saludo desde las ventanillas. Y
yo pensaba que era muy raro que lo hicieran, puesto que no podían conocerme en
modo alguno: esos trenes venían de muy lejos, viajaban a sitios más lejos aún y
jamás se detenían en mi ciudad.
¿Cómo muere el alma?
Le pregunté.
“No creo que se
pudra”, dijo. “Simplemente, desaparece, se volatiza como… el aire que es.”
“¿Y eso es todo?”
Ella no era una mujer
religiosa. Me miró con desconcierto:
“¿Qué
esperabas”?
Como buena judía, me
he repetido muchas veces que el alma es el idioma con el que hablamos con Dios.
Y si aquélla enloquece, enferma, se muere…, adiós. El silencio sería aterrador,
sin ni siquiera plegarias que alivien nuestro miedo: sólo seríamos artificios
físicos. Un embrollo.
Un galimatías... que
es mi obra.
Inventaba los
recuerdos como otros imaginan el futuro.
No importa cómo lo
hagas, pero hazlo divertido.
Una historia
ontológica del arte esparcida en el suelo: los materiales asociados a ella
serían siempre novedosos.
Era un escritor con el
estilo… ¡de su revista!
En Time James Agee es obligado a cambiar un
texto decenas de veces hasta encontrar la coincidencia con el estilo general de
la publicación.
La revista como un
organismo vivo, palpitante, que respira con el ritmo adecuado y reconocible, al
compás diario de las carencias y los excesos…
Agee: Oscuridad mía te sientes sola?
-Tendrá que
corregirlo.
-Está bien así.
-Está demasiado bien
así. A cambiarlo.
INTROITO EN LUGAR
ARBITRARIO:
Contemplar su obra (o
entenderla) es verla a través de un montón de trozos de espejos rotos, espejos
múltiples y de diverso color, de decenas de fracciones, de grietas,
resquebrajamientos, de imágenes deformadas y visiones alteradas por una rotura
plural imposible de recomponerse: ¡alma poliédrica!
Es todo eso porque los
sucesos exteriores de su vida no deparan mayores laberintos, equívocos y falsas
suposiciones que la biografía de la mayor parte de las personas; nada hay en el
curso de su existencia posterior a su perentoria salida de la Alemania natal que
se distinga de sus semejantes: tan fácil, tan difícil o tan imposible de
penetrar como la de éstos. Es su trabajo artístico el que nos estremece por su
impenetrabilidad y su naturaleza conjetural, y su obra, que busca sus
referentes invisibles lejos del mundo exterior, que a nada discernible
representa, son los espejos rotos y la proyección desmedida de sus reflejos
aleatorios y sin conexión reconocible, la ruina especular que ha de hurtarse a
cualquier arqueología futura.
Historia natural de la
literatura: una porción de idiomas a la deriva que se modifican, se disuelven,
desaparecen y se crean desde la primera sofisticación del habla y sus técnicas
innatas.
Una tarde lenta, a la
velocidad de la lágrima, triste, donde las cosas van muriendo despacio hasta la
noche: se debate y se tortura en extrañas contemplaciones, dibujos negros,
imágenes del desasosiego: los Desastres
de la guerra y los Caprichos, el Álbum Fenaille.
Verdaderamente (y es
inútil ocultarlo o mentirnos a nosotros mismos) cada día nos precipita a la
muerte. Y las cosas que haces, por muchas que sean, también son un desperdicio
que alimenta esa desaparición.
Ya he optado: la
creación antes que la propaganda. No hay vuelta atrás.
Y ahora, ¿qué tiene contra la soledad? La ambición. Es suficiente con eso para seguir avanzando hacia no se sabe qué. Pero esa es la misión. A la soledad también se la combate con la esperanza, se dice a la media tarde de un día sombrío y oscuro, con la lluvia repiqueteando en los techos y puertas metálicas de esta parte del Bowery, invadido el paladar de ese sabor ya tan conocido de grafito, a lápiz de colegio: como todos los niños, ella, ya en la treintena, sólo espera del futuro cosas buenas.
Aunque en las noches
de insomnio, traduciéndose a sí misma plásticamente (hilos, agujeros, fluidos),
no puede controlar los sollozos e imagina telas de araña, la milenaria, la
fatal tela de…
Traspasa el umbral de
una Hostess Brands. El olor intenso a bollería le embriaga, le confunde. Sale
dando bocados a un empalagoso pastelillo de crema (la forma más barata de
calmar la ansiedad, el vacío del pecho que no le abandona desde hace días).
En el MoMa de nuevo.
Jueves, 30 de mayo de
1969.
12,15.
Olvídalo todo, ¿entiendes? ¡Olvídalo todo!
Un desfile abrumador.
Entonces, te miran a ti:
Picasso.
Desnudas y con los
ojos bien abiertos, carnales y tristes. Sólo esperan hacer bien su trabajo
estas señoritas: su examen estético no hace olvidar de lo que son capaces sólo con sus cuerpos.
¿Por qué extraña razón
en los museos prefiero contemplar cuadros que esculturas?
Se diría que la
escultura es gratuita en determinados
ambientes. No así el cuadro. Colgado en la pared, sin estorbar a nadie en su
camino: a pagar.
Guernica. Picasso otra
vez.
Hazlo como quieras.
Puedo hacerlo. Ellos
tienen la boca abierta, los muertos y los vivos.
“No entiendo lo que
veo…”, dijo, y a ella le dio lástima, porque él quería realmente entender, no desaprobaba en absoluto lo que veía
ni desconfiaba de su apariencia, pero deseaba percibirlo con más inteligencia,
hasta alcanzar la comprensión de todo ello si tal cosa era posible.
“Construyo el
pensamiento, sus formas…”, le contestó.
“Entonces…”
“Ni la idea platónica, ni la lógica aristotélica.”
“… usted como artista,
¿fabrica pensamientos?”
“No exactamente: doy
forma a los ya existentes.”
“¿De dónde nace esa
percepción?”
“Toda percepción
interna obliga a lo evidente… se hace
evidente, y es forzosamente inequívoca a pesar de su aparente
ininteligibilidad.”
Rojo, azul, amarillo…
¡qué más da! Ahora los colores ya no me sirven para nada. La luz se apagó en el
mundo de las formas: palpo los perfiles, me muevo entre los volúmenes, una
grisura blanca, sin matices, ha sumido al mundo en el polvo, y ciego los ojos
con un velo de ardides y simulacros. Todo parece estar hecho con la niebla.
Puedes imaginar…:
Antílopes de seis
patas.
Ocho patas tenía el
caballo de Odin, Sleipnir.
En el interior de los
espejos navegan peces extraordinarios.
Roc, el Ave, alimenta
a sus crías con elefantes (palabra de Marco Polo).
Hay un burro que aleja
el demonio haciendo en el suelo con su pata derecha la señal de la cruz.
Existen bueyes que, al
ser robados, después de haber estado andando toda la noche, al amanecer
continúan en compañía de sus ladrones en el establo de su dueño.
La mandrágora grita como
un ser humano cuando la arrancan de la tierra.
Al señor Robert Louis
Stevenson le visitaban por la noche ciertos hombrecillos, los Brownies, e
inspiraban la mayor parte de sus relatos.
Es sabido que briosos
corceles galopan por las vastas praderas en el fondo de los océanos.
Perros hay con tres
cabezas y otros, los perros de Yama, con cuatro ojos, y aun los hay verdugos
sólo de las almas.
Unos ciervos saben
hablar, y un gato tiene alma de cordero y orgullo de hombre al igual que otro
tiene la facultad de hacerse invisible, como el gato de Cheshire, y no hay
dragón que no sea maestro en el arte del disfraz y no hay hada a la que no le
guste el color verde, que no sea maligna y que no busque (y logre) la perdición
de los hombres con espejismos y otros artificios extraordinarios.
Puedes imaginar tanto
de otros, de Borges, su imaginario…
Todo.
La artista ha conocido
al escritor. Un tipo joven recién llegado de Yaddo que escribe sinopsis de
guiones para una de las majors: tres
dólares cada una, y no más de siete entregas a la semana. El Gran Escritor De
Hollywood habla demasiado de su trabajo, tal vez porque los paseos de ella son
demasiado silenciosos.
“Me gustan los
árboles”, le dije.
Se quedó mirándome con
perplejidad. Luego continuó hablando de sus asuntos, al parecer muy complacido
de cómo lograba resolver cualquier situación a la que se enfrentaba. Y eso lo
dijo un tipo que gana tres dólares al día garabateando tonterías en un pedazo
de papel. Su cara de satisfacción era indecente.
Definitivo: no vuelven
a verse nunca.
Ella se esconde en el
estudio durante una semana y deja de contestar a sus llamadas telefónicas: en
ese lapso de tiempo concibe una de sus mejores obras. A solas.
Primavera, 1966.
Soy capaz de amar. Yo
amaba, pero con algo fuera de mí, como una extremidad más de mi cuerpo, un
órgano invisible soldado a la carne, a la coraza exterior, y, cuando todo
acabó, eso fue muy fácil de mutilar.
Esa capacidad ahora
gangrenada, esa infección que es el amor desaparecen cuando se cercena de un
tajo el adose espurio a la razón, y así se puede seguir adelante mutilado y a
salvo. Tal sentimiento descorazonador e invasivo es lo que hay que abortar
hacia fuera, una concreción en el costado, o en el mismo codo, en cualquier
sitio menos en el alma.
¿Quién es ese tipo
(otro más) que a la caída de la tarde, acariciado por el tibio sol, lee a
Esquilo en griego mientras bebe un par de whiskys?
Estamos en los años
cincuenta en USA: la mejor época en la historia, afirmarían con desfachatez
cronistas del futuro: felices años entre la delación inacabable, las condenas a
muerte, la invasión de Corea, el primer Elvis censurado, el informativo de
Cronkitte, el show de Johnny Carson y
las películas del oeste.
Esa tarde, el sol
declinante parece dorarlo todo en el paisaje apacible de laderas, campiñas y
jardines, de casas de dos plantas bien construidas y decentes. Sólo turba la
quietud del aire denso y fragante las risas lejanas de unos niños, alguien que
golpea un cubo metálico, el ladrido amistoso de un perro, y, después, el
silbido apagado del tren de las 18,47 que abandona el apeadero. El cielo se
tiñe de largas franjas amarillas, rosas y púrpuras sobre un azul pálido cada
vez más desvaído. Es un atardecer estimulante y benéfico que trae como
recompensa el descanso, la paz en el pensamiento.
Peleando con los
dioses.
El tipo lee en griego
una tragedia que se engendra de humanas brumas y la cólera de los héroes
mientras le asalta en la cabeza la idea de copular con su mujer. Cierra el
libro. Entra en la casa: el hogar de un hombre que dirige bien sus negocios y
paga sus impuestos debidamente, donde puede perpetrar con todas las luces
encendidas la danza más frenética y primitiva en honor de Dionisos.
Ya en la noche, sube a
la habitación de arriba donde espera su esposa. Mientras se besan con furia y
se susurran obscenidades, uno de sus hijos, el más pequeño, se despierta, baja
a la cocina, se sube a un taburete, alcanza el estante de arriba y engulle
parte del contenido de un envase criminal: arseniato sódico azucarado, un mejunje
para matar hormigas. Pronto, los gemidos del niño provocan la alarma. Sin
perder un segundo los padres con su hijo acuden al centro de la ciudad en busca
de un antídoto. Horas después, el niño se ha recuperado. Aún se siente mal
cuando lo devuelven a su cama, pero en seguida se duerme. El hombre y la mujer
cierran la puerta de su dormitorio. Se miran. Se desnudan. Se abrazan
apasionados. Más tarde, el hombre escribirá: “No hay una conexión entre el amor
y el veneno, pero semejan puntos en un mismo mapa.”
La veo salir de una
tienda de licores en Canal Street. Sin dejar de andar, miraba a los lados
nerviosamente, intentaba ocultar la bolsa de papel marrón debajo del abrigo.
Aminoro el paso y dejo que se aleje hasta que desaparece calle arriba. Luego,
al reanudar la marcha, no dejo de preguntarme cómo se llama aquella mujer. Por
más que lo intento no logro recordar su nombre, pero ahora ya sabía de quien se
trataba: era una vieja actriz de carácter que solía aparecer con frecuencia en
el programa Playhouse 90, siempre en
papeles mínimos, de cocinera, de ama de llaves, de vulgar vecina fisgona y, ya
al final, de mera figurante sin una palabra de diálogo.
Doblo la esquina hacia
Wooster Street y unos metros más allá descubro a la pobre mujer sentada en el
bordillo de la acera, llorando desconsolada ante la bolsa de papel caída y
rasgada en el suelo, oscurecida por la mancha líquida del licor. Los trozos de
vidrio de la botella rota, como una culpa a la vista del mundo, están
esparcidos a sus pies, sobresalen por encima del pequeño charco color miel. Un
par de curiosos contemplan la escena. “Sólo es una borracha.”
“Aún será capaz de
lamer el suelo con la lengua…”
Me alejo apresurada.
Sin volver la cabeza, imagino su boca estragada y con cortes sangrantes, mojada
por el alcohol sucio y caliente sobre el asfalto.
Por la noche: sueño
con mi madre… No, es la actriz vieja, alcohólica y echada a perder con el
rostro enmascarado de mi madre.
Mi madre, que era tan
bella como Ingrid Bergman.
Por entonces, Andre:
En 1959 C.A. creó Pyramid.
Luego, destruyó las 74
piezas de madera.
Más tarde, la
reconstruyó.
(Fue a parar a un
museo de Dallas, creo recordar.)
Ahora, en el futuro,
lo descubre un día viejo e hinchado en Gran Central, merodeando en torno el
quiosco central de información coronado por el Golden Clock cuadrangular,
brillante y dorado.
La primera vez fue en
O. Henry’s: lo vio reclinado en una de las sillas rojas con las piernas
extendidas y apoyadas en el asiento de otra, cubiertas a medias por las grandes
hojas del Times, dormitando al sol de
junio. El era El Hombre Influyente que le aguardaba en el futuro.
1967.
Una galería de
monstruos con bocas y cabellos, orejas y ojos, y manos y piel… Con nombres y
apellidos.
Huir como de la peste
(negra, bubónica, porcina…) del edificio
Fuller en la 57.
Y si, por una de
aquellas tienes que pasar frente a su fachada, cruza los dedos y cierra el ojo
derecho, no pises ninguna raya, cierra la boca.
Prefiero
creer (¡pero sólo ahora que me alimento de sándwiches mohosos y duermo en
compañía de cucarachas!) que el éxito es el premio que se otorga a los
mediocres. (El novel, como el adepto, debe callar.)
Y otra vez…
Picasso, acerca de Las señoritas de…: “Matemáticas,
trigonometría, química, el psicoanálisis, la música y no sé yo cuántas cosas
más se han relacionado con el cubismo para facilitar su interpretación… Todo
eso no ha sido más que literatura, por no decir que ha sido una estupidez. Sólo
un idiota podría creerlo de ese modo..” (The
Arts, 1923).
¡Para qué nos vamos a
engañar!
Era la niña que
dibujaba… ¡las almas! Éste la tiene cuadrada y amarilla, aquél azul como una
lámina de cristal, ésa esconde una esfera de color verde, y la otra una
pirámide negra… Luego, dejó de dibujarlas, las creaba con diversos materiales,
tan lejos de la fuga de la carne y la divagación evanescente del pensamiento…
¡pero tan cerca de su temprana destrucción también como materia temporal!
(K. aparece en el
estudio acompañado de L. y T. K. es un analista en busca constante de
referencias inútiles. Luego de un examen prolongado de mis últimos ensayos y
trabajos de mesa, menciona a Husserl acaso sin venir a cuento, pero lo dice en
realidad como pertrechando de un adorno más el desatino de un argumento lleno
de meandros que nunca se sabe adónde van a llegar, sin que le preocupe lo más
mínimo la conveniencia o no de la inesperada intrusión filosófica en la
conversación general. Una especie de cuña que pretende que le infle intelectualmente
ante los demás. Callo y me guardo la réplica. ¿No es el absurdo la fuerza
motriz de mi obra? Yo he de alejarme de toda la lógica y el flujo inconstante
de su palabrería... Aunque, en efecto, todo lo que pretendo no parte de ningún
presupuesto previo y de nada me sirve lo aprendido: he ahí lo misterioso, un
método cavernícola. Si quiere usted
colgar de una cuerda en mi obra a Husserl, Heidegger o a quien le venga en
gana, adelante. Puede ahorcarse hasta usted mismo.)
Hablas demasiado: aun
con los labios sellados.
La voz interior:
desconfía de los sentimientos, lo visible.
El objeto nunca se
explica a sí mismo: su función invisible, latente, lo revelará del todo al ser
activada. Es entonces cuando adquiere sentido aquello que permanecía oculto
bajo la forma simple o compleja.
Montones de chatarra. Lo lateral, en realidad.
Su formulación plástica es un añadido en mi súplica, en mi interrogante, en mi
miedo, en mi resignación.
Lo fungible siempre presente. No una caducidad,
sino la misma esencia de lo etéreo, lo evanescente. Así, por las buenas, adiós,
adiós, adiós…
El pensamiento no se
parece a nada que nos pueda representar la percepción sensorial: si se
materializara tal vez sería algo monstruoso, repelente, un animal viscoso y
terrorífico. Está hecho de fluidos, humores, sustancias malolientes… Un pus que
fluye incesante, incansable, infeccioso.
El artista muere; su
época, en menos de mil años, ha de terminar en lo más oscuro de la historia, y
su obra desaparecerá (¿pues no ha de desaparecer la misma Tierra?), pero su
intención, su idea libre de
servidumbres es imperecedera, ninguna catástrofe física podrá fulminarla jamás.
Yo me limito, adicionalmente, a acelerar su destrucción material. ¿Fuera de la
Tierra, donde la Idea?
(Me “apropio” del
tiempo.)
Una hace arte porque
se aburre. El talento o no-talento sólo es el instrumento para aliviar el
tedio, eso que hemos dado en llamar la
vida inútil, pero tan preciosa cuando sabemos de nuestro final inminente.
Tiempo y Cronología.
Antes de los veinte
años se escribe un diario porque se desea ser mejor, o simplemente perfeccionar
el ser que ya eres; a partir de esa edad si persistes en ello es porque no
entiendes un mundo sin ti, aireas tu insolencia o tu diferencia (en el fondo,
tu poquedad). Pasados los treinta cualquier diario es una presunción, una
bofetada a los otros... ¡que no se merecen!
El tiempo se halla en
lo que haces y deshaces: sólo se deja ver en aquello que se disuelve en la
nada... antes de disiparse de nuevo.
Escribía, pues, un
dietario, un almacén donde nada hubiera aún fabricado, sólo los materiales.
Tiene que haber un
dios, tiene que haber un culpable.
Dispongo mi ropa
interior inmaculada pero pobre y gastada sobre la cama, el sostén, las bragas…
Los calcetines largos agujereados por la parte del talón que ocultarán las
botas. Estás viva: he ahí la cámara
secreta.
Entonces empecé a
viajar en el Automóvil Verde. Sin compromisos. Sin ataduras. Devorábamos
autopistas como otros engullen palomitas de maíz. El olor a gasolina y a aceite
quemado perfumaban mis cabellos. El Automóvil Verde nos conduciría a las
montañas más altas. La noche del sábado sería eterna y el más fantástico jazz
nos acompañaría durante todo el trayecto en busca de nuestra madre.
Sólo existe un
mandamiento. Y eso lo sabe todo el mundo, pero se prefiere enredar las cosas: No hagas daño a nadie y no permitas que
nadie te haga daño a ti.
Temía más las ideas
que los golpes. Aquéllas perduran.
De nuevo me alimento
mal: el sándwich, las prisas.
Por la noche, ya en la
cama, la ansiedad temiendo las torpezas del día siguiente disipa del todo los
errores cometidos de hoy. Luego hay que seguir adelante, me digo cerrando los
ojos, hay que seguir adelante.
Lejos de la
domesticidad se hallan los monstruos. Sin pensarlo dos veces me arrojé por la
ventana abierta huyendo del olor de la manteca friéndose en la sartén, de las
flores mustias en los falsos jarrones chinos en el salón.
Me obligan a leer en
hebreo: pero yo ni siquiera pienso en inglés, hablo con imágenes, me expreso
con colores, hoy azul, mañana amarillo, todos los sábados son blancos.
Su padre,
invariablemente, dedicaba las tardes enteras del domingo a leer las novelas por
entregas en yiddish de Singer en Der Forverts y Jewis Daily Forward. Guardaba todas sus colecciones en un altillo
envueltas en bolsas de papel: no volverían jamás a ver la luz (al menos en esa
casa) y cuando murió las bolsas sin abrir acabaron en manos de un chamarilero
por unos pocos centavos.
Pasó el día entero
leyendo, anegada de pies a cabeza de simulacros mientras en el exterior se
movía la brisa olorosa entre los árboles de junio y piaban los pájaros
acariciados por el tibio sol. Cuando se acostó empezó a soñar en seguida
historias maravillosas que nada tenían que ver con lo que había leído. Al
despertar, sintió alborozada su cuerpo joven y dichoso. Sin embargo, ya nunca
dejó de leer.
Tomar una taza de té
en una cafetería lejos de aquí, en otro barrio lejano de la ciudad, donde nada
resulta familiar: desde la calle se vio
detrás de los ventanales, misteriosa y extraña, con la taza en la mano, la falda corta enseñando las bonitas piernas, en
compañía de un desconocido. “Vaya, qué revoltosa.”
El arte no tiene por
qué ser inteligente, bastaría con que se mantuviera lejos del ingenio… ¡y
disfrazando sin cesar un yo en exceso
ensimismado!
¿Por qué se cree
artista, escritor, músico…? Porque se siente siempre al borde del abismo,
atisbando en el fondo oscuro del precipicio.
Era desdeñosa, no
escéptica.
Mi madre me inspiraba
siempre miedo, y era cariñosa, débil, inofensiva. Ahora, pues, lo sé todo: temía por ella.
Es la fragilidad lo
que de verdad me aterroriza, el orden
rodeado de ruidos.
Lecturas: B., S. …
Sólo consignar iniciales.
La ambigüedad como
estructura, ni siquiera la alusión.
Creer firmemente que
la experiencia es una gramática:
corrige y ordena las emociones plásticas.
Goethe no debería ser
una palabra prohibida.
De niña, en los
campamentos de verano: los olores y el sol, la tierra, eran toda la religión
necesaria para no alzar la vista a lo alto buscando el cielo gris o blanco y
caliente lleno de dioses falsos.
¿Qué ocurre con el
amarillo?
Me es imposible leer
poesía en voz alta. Y eso confirma mis sospechas… ¡acerca de toda la literatura
y arte tradicionales!
La disciplina es una
estupidez en el fondo… Sin el misterio y la duda no somos nada, y yo sé cuando y por qué debo hacer las cosas, sea
de día o de noche. (A. acostumbra a reírse de los horarios impuestos por
una supuesta “cultura judaica”: la muerte
no te avisará).
Bach (dijo, más bien
tronó). Y, sin embargo, deleitarse a través de ese músico inmenso debería
transportarnos a la mesura absoluta, al susurro.
De estudiantes: buscan
los tugurios chinos para atiborrarse de comida barata por menos de un dólar.
Desde la acera, con mi hot-dog en la
mano, manchándome la blusa recién planchada con la mostaza que se escurre por
unos de los extremos, los observo asqueada.
“Eres demasiado…
(simulaba buscar la palabra, que ya sabía de antemano, sólo perseguía causar un
efecto intrigante) sobria.”
Afortunadamente, ser
artista no consiste en acumular datos, atarte a la espalda un saco de
conocimientos del que ir extrayéndolos poco a poco como si fuera una bolsa
cacahuetes. A una, le basta con mirar en torno a sí y traducirlo luego con el
lenguaje de las entrañas.
1966. “No Alemania”,
me dije. “No es el camino.” Regresé a América. ¿Era el camino?
1957. Dra. P.:
“Todavía un poco más, un poco más de amor.” Le aseguré (y era perfectamente
sincera en ese momento) que no temía amar a alguien. ¿Entonces? Es la
responsabilidad de echarte a las espaldas alguien que te quiere, que –según
afirma- no puede vivir sin ti. ¡Qué terrible cárcel la del otro!
1943. ¿Por qué los
niños siempre sonríen a la cámara fotográfica? Porque creen que es su deber. El
alma de un niño, a pesar de todo, es
feliz: el futuro ha de venir lleno de regalos, de bonitas sorpresas… Alrededor:
el infierno de los adultos, sus vidas incomprensibles, sus sucesos fatales, la
ausencia definitiva.
Cine negro (Andrews,
el policía enajenado): la fatalidad todo lo preside, nada es perfecto, y el
amor mata, la amistad es una farsa, el dinero es la única ley: cuenta los
billetes, las amantes, las mentiras, los crímenes...
Una conversación
con H.: languidecía la tarde a medida
que ocultábamos la tristeza (10-12-66).
En New Jersey (vuelve
a enseñarme sus “poemas”).
Teatro: V.
Me tiende el libro. Lo
interesante es la sonrisa con que lo hace: ilumina su rostro de tal forma que
la sensación de amistad que te invade produce hasta vértigo. Si pudiera me
inocularía mediante una simple inyección –“cosa de segundos, sabes”- todo el
conocimiento y la experiencia que ha acaudalado hasta ahora, y eso debe ser
la auténtica
generosidad.
Los italianos: de las
satinadas reproducciones parece brotar el olor de la tierra y el aire soleado
que penetraba por las ventanas, la cal, la tela, el polvo, el aceite, el
estuco, la piedra, el agua sucia, los trapos, las brochas, el sudor, la mugre
de la carne: Masaccio, Giotto, Fray Angelico, Miguel Angel…
30-10-1966. Sola.
“No naciste aquí.
Tendrás que esperar a tener hijos.” (USA).
Astucia (mejor siempre
de noche).
1/1970. Mercado del
Arte. Mantente callada (me decía hace años a mí misma). Descubrí entonces: a)
idiota: quien ignora las cualidades y virtudes de los otros; b) insignificante:
quien se niega a valorarlas por carecer él de ellas; c) mediocre: quien las
minimiza con el ánimo de recalcar las propias.
Escribía un diario
para saber quien era. “Sin embargo”,
le dije, “yo lo haría para ocultarlo.
(Pero ella no es artista… ¡yo lo soy!).
En la librería de R.
Luego de un par de minutos de conversación descubro que le irrito considerablemente. “No”, repuso cuando se lo hice notar, “es
que me impacienta tu indecisión juvenil.” Y al final compro el libro
equivocado. Y él sonríe (se burla).
En Washington. ¿Seré
la nota de color? Entre los machos, la hembra no del todo estúpida. (Colectiva
prevista para marzo).
Viendo cuadros
realistas en el Met (pero como si paseara por Central Park un domingo de sol
por la mañana) recuerdo la máxima de La Rochefoucauld que R. tiene clavada en
uno de los estantes privados de su librería (en la del baño): “La verdad no
hace tanto bien en el mundo como el mal que hacen sus apariencias.”
“El deseo agarrado por
la cola”. (?)
La tierra rosa, la
piedra negra. Paisajes apenas entrevistos por la ventanilla del tren. Desdeñan
cualquier tipo de arte.
“S. es bisexual”,
cuchicheó acercándose a mí. Su aliento cálido, pero de un calor espeso, sobre
el lóbulo de mi oreja me resultó de una repugnancia casi intolerable. Desde
entonces ya nunca me fue atractiva la
chica más guapa del colegio como había pensado hasta ese día. A partir de
ese momento incluso se me antojaba, sin ninguna razón explicable, que despedía
mal olor.
Hoy he soñado con mi
padre: nos entregaba los programas de las obras de teatro a las dos hermanas
como parte de una herencia “aún por recibir”: Muerte de un viajante, La
loca de Chaillot, Un tranvía llamado deseo…
Van Gogh: todo (menos
su pintura).
En él encuentra el amarillo su razón.
“Veo” más arquitectura en la música que geometría.
Todas las artes se erigen desde el vacío.
Mitologías (pero sólo
las mediterráneas, tan llenas de sol, tan
naturales después todo).
¿Todo arte es
alegórico? Hasta aquél que se declara no-alegórico.
1954. Deberías ir a Chicago.
Read: La niña verde. ¿Por qué habría de
leerlo? No supo darme una respuesta.
Libro: arte apócrifo (pero existen multitud de
restos arqueológicos y una gran cantidad de obra plástica) de los antiguos mexicas. Devolvían a través de él todo
el magnífico esplendor del aire transparente de Tenochtitlan, su lago y cielo
azules, el verde de sus bosques, el amarillo de sus oros y el sol omnipotente,
la sangre tan roja y brillante del sacrificio.
Es un arte muerto.
Inerte. Objetual. Y, no obstante, se modifica aunque lentamente, envejece, y puede hasta desaparecer en
forma de polvillo sagrado.
Tal vez la soledad
haga hermosas a muchas personas. Al menos les imprime una atractiva expresión
de serenidad… Pero, ¿no había tensión en D., una crispación latente que hacía
de su mirada una herida?
De él utilizaría su
rostro. Sus manos no me sirven.
Vueltas, revueltas,
idas y venidas… ¿No podrías someterte a un continuum
lógico, certero como el trazo de la flecha hasta la diana?
(Podría.)
(Pero…)
La supuesta
efectividad de toda escrupulosa cronología se apoya en una objetividad incierta
en el fondo, aunque busque su legitimidad en la (imposible) exactitud de los
detalles. Uno de los comienzos capitulares de una magnífica novela nos viene ni
que pintado: “Aquella misma mañana, o un par de días más tarde…”
En la Biblioteca
Pública, hace mil años.
Me acerco algo tímida al mostrador donde una de las auxiliares enfundada en un traje sastre de color oscuro, en un extremo del tablero, lee con la cabeza ligeramente inclinada los lomos de una pila de libros a un lado.
Informo de mi petición.
Entendámonos, se trata
de Miss
Lonelyhearts.
La mujer, alta,
enteca, de labios finos, peinada la
cabellera gris y lacia con raya al lado, me mira desde unos lentes redondos con
fina montura de pasta negra. Durante unos segundos permanece en silencio con
aire adusto, taladrándome a través de unos ojos pequeños, azules y duros.
Tamborilea un lápiz sobre la cubierta de un libro de hermosa tela verde sin
dejar de examinarme.
-Eres demasiado pequeña para leer eso –sentencia finalmente en un tono que no admite réplica, lanzando como un proyectil azul directo a mis ojos la explosión final: -Lo siento, pero no vamos a facilitártelo. Quizá si vinieras con tu madre…
-Eso es imposible,
mamá se tiró por la ventana.