Puedo ir hacia delante y hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo: una tela de araña (una tela de araña bastante hedionda, la verdad, pues su materia química altera los sentidos) diseñada a conveniencia para excursiones, trapicheos mentales, licencias que den entrada a la perversidad.
¡Cómo odia Evchen
a esta provecta llorona condenada a muerte, este ser perdido en el absurdo del
vivir adulto que tanto la ha traicionado! ¡Que va a matarla!
“¿Qué eres, Hesse?”
“Una obra (no de arte) que retoco al levantarme
(pero que tampoco me atrevo a reconstruirla de nuevo)”.
Jamás ha sido una niña inocente. En todo caso, indefensa, algo confusa, digamos. Pero ya
las veía venir. Con la vista baja, se tomaba su tiempo con la daga escondida
bajo la falda corta.
Salidos de una inmensa fábrica los muñecos
humanos, alineados bajo sol, todavía inmóviles, intactos, puesto que aún no les
han dado cuerda, y entonces el dedo atroz elige: blanco o negro o enfermo o
poeta o:
“apto para los golpes.”
Hay hombres y mujeres tortuga: se mueren
despacio, muy despacio, pero no hacen nada, viven doscientos años sin hacer
nada, desaparecen sin dejar huella, silenciosos e inanes… Y otros, sabios y
listos, condenados a la nada
prematuramente, sin ton ni son, por mero capricho de una naturaleza estúpida e
inexplicable, por algún error predestinado hace cuatro mil millones de años,
los corta de cuajo de la tierra, los…
El suicida, ese ser abyecto que se dedica días y
días antes de la misa en seco a pensar qué medios utilizará para poner fin a su
vida, disimulando frente los demás, mezclado entre los transeúntes y puede que
hasta con una bolsa de Macy’s en la mano con alguna prenda de ropa recién
comprada, andando, respirando, alimentándose, incluso durmiendo… Al final, se
lanza al vacío, y nadie, nada, es
culpable: es la muerte más libre de culpa hacia nadie, la más simple y rotunda,
el cuerpo cae, cae por sí solo, no te defiende, y tampoco ningún obstáculo ni
fuerza milagrosa se interponen en la caída brutal y definitiva contra la acera.
Despierta: “Hola, Eva”, se dice. Sigue tumbada
en la cama. Pero en seguida le sobreviene el desconsuelo: “Reflexionar cuando
eres una moribunda es una pérdida de tiempo… Pero levantarte, moverte, vivir,
beber un vaso de agua, abrir un libro… es una falsedad.” Se angustia más tarde,
mirándose en el espejo, descifrando el espectro que adelanta el azogue
indiferente al tiempo: “¿Qué vas a hacer, Eva, hasta… hasta…”
(Hiere más la palabra que el pensamiento que
sigue y sigue…)
Y no hay culpables… ni siquiera tú lo eres.
Dijo: “Todo suicida se debate entre el deseo de
muerte y el deseo de demasiadas cosas.”
Todos los suicidas mueren con sed, de una sed
insaciable, que fatalmente los deja secos por dentro, como cañas huecas.
Mi vida por las de 10.000 suicidas:
¿Qué ocurre con aquellos que abren la puerta de
casa un día, salen afuera y se encuentran de frente con una muerte a destiempo,
con la que no desean trato alguno, se topan con su máscara de dolor y finitud,
con el tajo directo al alma (¿y qué fluido se vierte al suelo del alma herida
de muerte?), al núcleo de la estrella que ellos son?
¿Con qué se encuentran? ¿Con qué metal
implacable? ¿Con qué despertar gélido y blanco?
No con el niño
de oro.
Echa mano al Diario: el pago a Asclepio.
Que no sea tu Diario un rosario de lamentaciones, impotencias y quejumbres: mejor
la página en blanco: dice más, mucho más que una lágrima, tan pueril y común a
los mortales, tan al alcance de un niño.
Y no cuentes nunca tus sueños: invéntalos. No se
lo creerán de todos modos.
Y esas frases que lees en los testamentarios de
muertos y sentimentales… ¡Dios mío!: …me
conformaba con tan poco que padecí todo el sufrimiento.
Gran combinatoria de las palabras, ese
muestrario incesante e inagotable…:
“Esa frase (oh, gran dios de los adolescentes y
mugrientos quioscos cuando el pulp y
el tebeo de la Marvel) parece salida de lo más granado de las hard-boiled.”
¿Recuerdas algunos de los libros robados, pero robados de verdad, sin arrepentimiento,
no devueltos?
Papa you’re crazy,
Lebensanschauungen der Grossen Denker,
Le
rouge et le Noir:
Tu ambición es el fácil instrumento de que se
valen los otros para dominarte.
Pero lo mío no es ambición, es indiferencia
hacia el trabajo de los demás (aunque lo respete por el mero hecho del tiempo
que emplean en ello).
En el mundo del arte existe un equívoco muy
generalizado: es fácil confundir la ambición con la vanidad. Ambiciosos son los
que se destruyen finalmente a sí mismos (¡después de todo!) o se han tornado
invisibles, los anónimos; el exhibicionista sin embargo… siempre con la boca
abierta, como el animal de presa.
Sontag: el arte es una forma de conciencia.
(De ahí que sea fácil constatar que el sesenta
por cien del arte contemporáneo es una filfa o un malentendido: se halla
asediado e invadido por narcisistas.)
Sé que sé.
“No me arrepiento de nada.” (¡Imbécil! ¿Cómo es
posible eso?)
Sólo
los genios se arrepienten de todo.
Hesse, ella:
Prefiere To The LightHouse a The Waves,
Munch
a Kafka,
el opus
131 a la novena:
Una línea trazada en el lienzo te compromete, te
sume en el riesgo…
Lo demás, una habitación colmada hasta el techo
de libros que no han de ser leídos.
A rodar.
“Eva”, sigue diciéndose, “tienes miedo.”
Pero una vez en la acción, ¿quién sabe para lo
que estaba destinado?
Llaman desde el hospital…
La pequeña Evchen,
que se escondía debajo de la cama…
¿Dónde puedes esconderte tú ahora? Más que la
gran desmesura (inacabable) de su hoja curvilínea teme de la guadaña su filo
criminal y silencioso (infalible). ¿Dónde esconderte?
El arte es una forma de vivir, y los que mueren
a través de él… ¡todos esos mastuerzos…! Alejados de la isla, abandonada ya la Hispaniola, al otro lado del mar,
malgastaron el tesoro.
Ella, yo,
sin embargo, tuvo placeres que no podía compartir, goces que en el fondo no
eran sino la ausencia absoluta del mundo de los otros, el misterioso refugio de ella y el arte, distante de
un ajetreo turbio y ajeno, a salvo de eso… del mundo, tan hacia dentro de la
cosa misteriosa que es Hesse, aún en
el mundo.
¿Cuándo dejas la adolescencia atrás? Cuando
cesas de sufrir por sentirte incomprendido (¡qué sarcasmo en
un artista esa incomprensión!),
tengas dieciséis o treinta y cuatro años.
Es difícil reconciliarse con un llorón incluso
aunque esconda un cáncer dentro de sí.
No te lamentes, moribunda, sólo el dolor físico
es indigno de vivir, nada hay en el mundo tan valioso que exija el sufrimiento
en balde a causa de la enferma y miserable corteza que nos cubre, si acaso el
esfuerzo, el coraje, hasta la rabia y el fracaso (que tú siempre debes creer que es el éxito definitivo).
Una ella dijo que había soñado que lloraba.
Otra ella se despertó llorando, sin recordar por
qué.
Ella, en la mitad del día, bajo la acogedora luz
del sol o guarecida del frío, aún viva,
se compadecía de las dos.
¿Qué es un mago en lo más negro de la noche,
lejos de las luces?
El verdadero artista encandila de noche (al
costado de una vela, como Klee) y de día (bajo el inmenso sol, como Van Gogh).
Y al cabo, pegado a la piel el temor no a
fracasar, sino al hecho, no tan insólito por otra parte, de no ser lo que uno
sabe que es.
Mírate mejor: cuando enciendes la luz y todo a
tu alrededor se tiñe de amarillo, esa odiosa claridad eléctrica, es cuando más
desnuda te sientes, sin atuendo ni máscara: cuentas los días que quedan (aunque
nunca supiste la suma auténtica de ellos por venir, pues ya pensaste desde
antes de la enfermedad que esa ignorancia es la eternidad) y te asombra los muchos que pasaron.
Estaba pegadita al cáncer (que no la atenazaba,
después de todo, la dejaba ir, moverse de acá para allá sin desplomarse) como
la puerta a los goznes que la aprisionan.
¿Dónde te encontraré?, preguntó antes de colgar
el teléfono, cuando ella ya estaba a punto de cerrar el libro y acostarse, y
aún no era la noche.
En el Cuaderno Verde.
Tal vez fuera el Cuaderno Amarillo.
Right
After.
(Construye esa araña un laberinto de tela
pegajosa sin entrada ni salida, sin los cuatro puntos cardinales, sin a lo alto
o a lo bajo, sin lados, sin adentro, sin afuera.)
A nadie le conmueve la muerte de un desconocido,
la muerte mía, y, sin embargo, esas muertes son la muerte injusta de un niño,
la misma muerte de tu madre, de la tuya propia. La muerte siempre es igual a sí
misma, en todos, en cualquier instante, en cualquier época, jamás se ha
disfrazado a la moda (pues eso lo deja a la formas de morir).
Y, el tiempo…
Pero no, no es el tiempo la herida (y el poeta
infame añadiría “allá por donde desangra la vida”), es el puñal que ni siquiera
elige el lugar ni el instante donde asestar el golpe definitivo: no anega la
boca el sabor de la sangre, sólo el metal y en seguida su óxido, la ruina que
se cierne sobre todo lo vivo.
Cuanto mejor el ensueño que el sueño. Mas si a
la medianoche aún no te has dormido, todo en el cuerpo empieza a doler, aunque
te hayan cercenado la cabeza del tronco, todo empieza a doler, y tienes miedo a
levantarte de la cama, pues las piernas son como cuchillas que se hendirían en
los costados, y renuncias al vaso de agua a pesar de que te arde la garganta, y
dejas la mano quieta pues allá donde se posa agranda el tamaño de las cosas y
un hormigueo insufrible parece horadar su palma, atravesar el envés, y cierras
los ojos como buscando un refugio tras
los minúsculos pero poderosos párpados que te libere de la espera, del cálculo
terrible hacia atrás mientras te aplicas en el yacer.
Todo en una mujer es selva, ¿de qué se quejan,
entonces, esos hombres excursionistas? ¡Cobardes con trajecitos y pantalones
recién estrenaditos! ¡Se descubre hasta la raya planchadita!
El amarillo tiene su hora, su tiempo: un momento
de extraña densidad en el aire, como si empezara a solidificarse, a hacerse
materia, o hacerse piedra, y venirse al suelo (pero sin estruendo, como
deslizándose hacia él, descendiendo suave).
Era la hora amarilla, y no era precisamente la tarde.
¡Qué lejos la hora azul!, que es líquida, como
la mañana aún transparente del verano.
Sé que antes de morir, pero con el yo muerto, estaré colgada de la vida, en
el borde del vacío, pero ahí, todavía unos pocos días, como la prueba viviente de que sí fui.
En todas las épocas, el arte se vale de algunos
artistas, de muy pocos artistas, para resucitarse a sí mismo:
con los ojos cerrados, desde mi coma de quietud
mineral, desde mi inconsciencia fatal, aguardo la resurrección (al menos, esa),
aun cuando mi obra con el tiempo se desmorone como algo podrido e
irrecuperable: fue, entonces, sagrada.
Pues, ¿sobre qué se erguía tanto orgullo y
coraje? Sobre la absoluta certeza de que al morir lo perdía todo, y eso la
obligaba en el alquímico ejercicio del arte a arriesgarlo todo. (Y aún tuvo
tiempo de ver que moría demasiado
temprano, y eso hizo que las obras finales…)
Nunca hay misterio. Quizás algún secreto, un
malentendido, pero…
Y, sí, en efecto, quien alardea de que en la
obra de arte existe algo más que no se ve,
ha trabajado la nada. Significativa o
no, la obra que se ofrece a tus ojos es todo lo que hay: lo que no ves, no
existe.
¿Misterio? Muchos de los artistas modernos hacen
del suicidio una amenaza constante en su obra: no por ello son mejores o peores
creadores, pero ese afán destructivo sí es capaz de modificar el sentido de una poética, aunque no de sacralizarla
definitivamente o abolir por completo su intención original, bastante menos
pretenciosa de lo que pudiera parecer inserta en ese contexto artificiosamente
dramático.
Hay un arte interno: apenas sale al exterior:
asustaría (que se queden con lo residual).
Si está, es.
¿Qué figura geométrica te atrae…?
Las huecas.
No se corrige una obra, corriges un pensamiento,
si acaso una idea que ha sido susceptible de materializarse en alguna de su
millón de formas posible.
¿Por qué a ti?
Ciego (pues tú lo ignoras todo) es el hérem que recae sobre tu cabeza
descubierta por culpas desconocidas. O quizás has sido una mala judía que
renunció al lenguaje del dios. O quizás sí reconoces tus culpas y tu carne mortal
se resigna al castigo.
Viéndoles (a ellos, algunos afortunados):
“Hay gente que no sabe que va a morir... Comen
un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles, se casan con el primero
que encuentran a mano, les importa un bledo la geografía, no saben qué es el
sol, lloran al oír el himno nacional, creen en los dioses justicieros
escondidos tras las galaxias, a cada momento les engaña el espejo y su
sonriente y pagada faz reflejada, tienen un hijo como el que tiene un buen día,
duermen como benditos, amanecen cantarinos como pájaros, se lanzan a la calle,
comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles (etcétera)…”
Déjalo ya…
Aquel francés que revelaba la geometría en la
naturaleza…, ¡y yo que descubro los paisajes en la geometría urbana!
No llegar a vieja, no alcanzar esa mañana
crucial en que empiezas a mirarte desde adentro, a contradecir la imagen en el
azogue, a comprender que ya nunca habrá acuerdo ni siquiera pacto decoroso entre
dos imágenes tan adversarias: la que tú tienes de ti misma y sientes sobre la
piel sin mirarte y la otra del espejo que se empeña en desangrarte la carne y
poco a poco la vida.
Ella, la artista que piensa,
no se morirá de golpe… se desvanecerá, se irá muriendo
mientras su corazón late y la sangre transita por las venas ignorantes de la
inminente parálisis.
La agenda de mujercita previsora,
antes de morir, “pasar a limpio” las obras (à la machine): una atadura aquí, un
pliegue allá, la colgadura exacta del hilo...
Un último intento (a ver, a ver…):
-Suicidas del mundo, cambio cáncer terminal (y
así salváis el alma) por hastío, apatía, impotencia, miseria, desaliento, asco…
(¡ya sabré yo qué hacer con todo eso!).
Octubre 69: ¿qué iba a pedir, a suplicar en el
nuevo alborozo del año?
El cuerno del carnero sólo grita a tu oído
obscenidades, te insta a arrepentirte… ¿de qué? Ya ha caído sobre ti la
maldición. Y yo sólo cumplía mi deber viviendo, ¿quién lo hizo mal?
30-31 de enero (1970).
Qué horrible lo de anoche. Me dormí, y tuve miedo… ¡de despertar! ¿Es que has
perdido el juicio?
“No te abandones, no te abandones”, me decía a
mí misma (como si yo fuera la culpable): “no te dejes vencer”, sería el arma en
la mano: “¡no abandones!”, el grito de guerra adecuado. Ganas todas las
batallas, absolutamente todas (no me dejé abatir jamás, lamía mis heridas,
liberaba prisioneros, de nuevo acrecentaba el vigor, armaba mi brazo, volvía a
la lucha), y pierdes la guerra. Así es.
El 7 de marzo una luz especial acaece… siempre:
1966, 1967, 1968, 1969… (del sol benéfico, o sólo la luz del cielo gris, pero
es una luz especial, a media mañana, a media tarde).
Sueño de cuchillos. Y, a la noche siguiente: el
mar, un mar de color ceniciento entreverado de grises plateados como la hoja
del cuchillo (uno de ellos) por el que podría
andarse, al modo de aquél que andaba sobre las aguas y dejaba maravillados a
quienes lo contemplaban (con lo fácil que era hace dos mil años andar sobre las
aguas…).
Qué raro los árboles con las hojas amarillas (y
era su último otoño): cuesta imaginarlo
si no lo ves: como una niña, creí que siempre eran verdes.
Un árbol con hojas azules. Con hojas blancas.
Con hojas negras.
Martes, 17 de febrero, 1970.
No es el día que se apaga de pronto, eres tú
quien se da cuenta de pronto que el día se ha apagado, afuera todo ya
languidece entre las luces eléctricas del frío invierno (y qué extraña imagen,
pues siento que ya no me pertenece, que es un invierno “en el que yo ya no
existo”, y sé en este instante con absoluta certeza que así serán los inviernos
después de mi muerte, y esas luces eléctricas, y el rumor de fondo de la
ciudad, y este extraño olor que emanan las paredes, una mezcla heterogénea a
yeso mohoso, humedad y resina química, los objetos de mi estudio, todo lo que
me rodea salvo yo, no son de este
tiempo ni del de atrás, y que se me hace la gracia de anticiparme la visión de
uno de los escenarios del futuro de dentro de un año o dos, una suerte de
ventana de ultratumba por la que atisbar la vida después de mí).
No sé decir nada en secreto. Tampoco hace falta. Soy artista: puedo esconderme
perfectamente detrás de la obra, rumiar las más sorprendentes perversidades,
imaginar cualquier atentado, complacerme en las antiguas (grandes o pequeñas)
infamias.
En cuanto a…
Piensas en el destino (que es exactamente lo que está por venir): ha
traído el infortunio a tu vida antes que la muerte.
Recorres hacia atrás los días en busca de alguna
causa que explique la fatalidad: ninguna cadena de sucesos te ha conducido hasta
aquí, ningún cúmulo de errores, equivocaciones propias o venganza de alguno de
tus semejantes: el suelo, de pronto, se ha abierto a tu paso, y caes al vacío
(y aun si hubieras elegido otro camino, u otro distinto a este y al otro, y
otro más, el círculo del abismo también estaría allí bien trazado, agujereado y
presto bajo tus pies para recibirte y te
hubieras precipitado lo mismo: no hay salida, el destino te persigue hasta que
acaba contigo). Mala suerte, no existe un cálculo maligno detrás de todo esto.
Ni siquiera eso. No hay nada personal entre la Naturaleza y tú: sólo una
indiferencia recíproca (si le pagas con la misma moneda). Pero siempre gana, y
el alivio que en excepcionales ocasiones de ella resulta siempre es provisorio,
inesperado, de una volubilidad incomprensible, pues ella sigue su curso
implacable abatiendo culpables, inocentes, a todos en injusta o a su debida
hora.
Nada duele a estas alturas, todo es lenitivo
para el alma: no desperdicies las horas. Lo material, el cuerpo, desintegra la
apariencia. ¿Terminaré no reconociéndome? No ha de suceder tal cosa salvo que
te atrape la locura, puesto que el yo,
si ya sólo miras hacia adentro, aun en sus mudanzas, siempre es el mismo.
En cuanto a la compasión…
G. hablaba de lo metonímico en la obra: falso,
elijo esos materiales precisamente para que nada
pueda ser dicho de otra manera.
(En tal caso, G., que dibuja lo urbano: ¿qué
ciudad puede ser la de este personaje? No ha dado un verdadero paso por ella.
Viaja por el interior de su cabeza.)
Leer S., ver…
Déjalo ya…
Aún…
¿Así que pretendías alborotar?
No, en cierto modo. Yo les llevaba de la mano a
quienes se detenían a mirar mi obra, y de ello salían indemnes, sin un solo
rasguño. Yo prefería causar desconcierto. Nunca hubo provocación. Era, digamos,
una sugerencia a adentrarse en lo desconocido, aunque esto fuera… chocante.
¿Provocación? Por supuesto que no. La exhibición
en un artista se halla más cerca de lo racional que de la locura, todo en él es
premeditación, detrás de sí sólo deja escenarios:
el día de la inauguración de una muestra de sus pinceles un tipo completamente desnudo persigue a los
espectadores blandiendo un hacha hasta que la sala se queda vacía (fin del
espectáculo):
otro tipo, gran artista en ciernes (ahí se
quedó), se suicida lanzándose al vacío tras haberse castrado (perfomance definitiva):
y otro tipo más, artista inédito hasta ese
momento, destripa una vaca en medio de la galería ante el centenar de pares de
ojos que asisten complacidos al suceso artístico:
y aun uno más se corta una oreja y se la cose a
un brazo (el izquierdo):
pues a ver esto: un grupo de artistas machaca
una rata viva, meten los restos sanguinolentos en el interior de una batidora
y baten la mezcla; luego, la abren,
escancian en vasos de metal reluciente y se beben el zumo resultante aderezado
con azúcar glasé.
Magnífico. ¿Alguien recuerda los nombres de esa
alegre cofradía?
Todo queda atrás, donde sucedió.
Había que…
Al salir del hospital, ya en la calle con la
bolsa en la mano, mira la ventana a través de la cual miraba desde hacía
semanas la vida fuera del hospital… Tan distante está del pasado que del
futuro, y el presente muere a cada instante, entre lo sabido y lo ignoto,
siempre inasible.
A la semana siguiente volvió a entrar al
hospital. La misma habitación, la misma ventana: ahora miraba a través del
cristal la calle desde donde antes miraba la ventana…
Cae a los lados: como un astronauta en el vacío
absoluto.
¿Cómo reconstruyes un pasado? Con materiales del
pasado (fui feliz, no fui feliz), reales, pero la
inventora es falsa: mejor inventa el futuro (sólo es una invención) con un material inexistente (inédito).
Cae (y en realidad asciende).
Pero… Molloy tiene un objetivo, incluso el
Innombrable, sólo Hamm lo detiene todo, no espera nada, a diferencia de los de
Godot, él es la basura…
¿Qué sentido tiene lo que hago?
(Me alejaba de las fáciles tentaciones. Algo es
algo.)
En cuanto a…
Se destruye a sí misma lentamente la obra, pero
muy lentamente, dejándose ver: son materiales sabios.
¿A quién puede atemorizar un castigo fuera del mundo?
Tu obra fuera de…:
Como una música, sin composición.
Fundamentalmente, silencio: “Es que estoy sola,
no en la soledad. Sola entre las cosas, los recuerdos, la extrañeza por todo
(¿esto era?)… Sí, sobre todo con una inmensa extrañeza: enferma, limpia,
purificada, y morir.
Déjalo ya…
La vida ya no es un rumbo a ninguna parte: ahora
tiene un término, y es eso precisamente, ese orden, esa finitud que parece esclarecerlo todo, lo más enemigo de
la vida, lo más enemigo de tu obra: sin rumbo, eres en el viaje, y ni siquiera te preguntas adónde vas, y esa
inconsciencia fértil sostiene los días y las horas, ese desorden.
¿Dónde está lo moral en tu arte? No es una
esteta, propiamente dicha, pero su respuesta es invariable: ¿Por qué había de
estar lo moral en mi arte? Alejada de toda presunción, no hay conejo bajo la
chistera, se dice absolutamente convencida. Su truco es no esconder nada,
dejarlo todo a la vista: es una magia sin engaño.
Una plegaria, en mis circunstancias, ahora, sería un error de carácter. Una
invoca el logro de una realidad, incluso vende su alma al diablo al precio que
sea (lo fija el mismo diablo): nadie en su sano juicio compra la muerte (¿para
qué?), nadie reza a la nada.
Había que...
“Lo abstracto tiene que ver mucho con la ciencia
ficción, con lo futurible”, dijo sin inmutarse, convencido de la conveniencia y
acertado de la frase. Y todo el mundo parecía estar de acuerdo: sólo horas
después, en la reflexión solitaria descubría una lo vacuo del aserto, su gratuidad
evidente. También lo abstracto podría guardar una presunta relación con el
pasado de hacía treinta mil años,
cuando en nuestros días la imaginación suple muchas veces los supuestos que la
paleoantropología no alcanza a convertir en materia verificable.
No es un objeto plástico, es… una propuesta
filosófica: ¡tampoco tú tienes las respuestas adecuadas!
Lo conmovedor, lo genial, tal vez no sea sino creación de una determinada
circunstancia (luego ya es muy tarde para rectificar).
Una mentalidad, sino enferma sí atormentada,
logra allegar a lo genial por la mera improvisación. Su opuesto, es el cálculo,
el genio alemán (Goethe).
Ya no lee nada.
Déjalo ya…
Improvisa en la absoluta oscuridad y quietud que
destino será del pensamiento… Pero, ¿no era tan sólo una herramienta?
(La idea, el pensar, proceden del mismo pozo
indefinible que la emoción y el sentimiento, y si estos últimos se disuelven
como el cuerpo en lo putrefacto, ¿por qué no aquéllos? ¿Es que tienen alas para
escapar a diferencia de las potencias del ánimo?
D.: No le pone nombre a las cosas, se expresa a
través de ellas.
D.: Señora, ¿qué más le falta para comprender el
arte moderno?
-¿Dónde está el pedestal?
-En el interior.
Gombrich: “No existe el arte, no existe la
historia del arte, no existe ningún tipo de evolución artística: hay artistas
que se expresan de diferentes maneras en diferentes épocas. Eso es lo que hay.”
El estilo es el recurso para no quedarte mudo.
Sontag: la conexión Thek.
Una vez muerta: serás un malentendido siempre.
Evchen,
me digo, creía en el mundo (“es demasiado grande para no creer en él”, solía
decirse de pequeña, aunque no fuese ése su pensamiento literal: de niño uno
tiende a creer admirado lo que no comprende o le es imposible abarcar: el mundo más allá de la esquina de tu calle es
perderse en lo desconocido, en el no
saber).
La experiencia (respecto a mi trabajo) no te
ayuda en las relaciones con lo nuevo; más bien te defiende de lo viejo. Y eso
es todo. (Y entonces me asemejo a ese pobre diablo del pintor de caballete que
parece buscar en la blancura del lienzo el estímulo para ponerse a trabajar en
lugar de mirar y hallar, en torno a
sí.)
Déjalo ya…
Desprendida de todo lo humano, como la carne
hecha ya un desperdicio pegada al hueso que ningún perro osaría rosegar, con la
esperanza de que la nada a la que volvía era eterna, ni siquiera descanso u
olvido, sólo la nada.
Es imposible imaginar la nada, aunque puedas
creer que imaginas la nada.
Muerta, serás para ellos una respuesta; viva,
eres una suposición, un misterio a fin de cuentas: nadie llega nunca a
completarte, pero estás ahí, atraes la atención, eres imprevisible: ¿qué hay
detrás de ella?, ¿qué diablos…?
Muerta, ya lo saben:
muerta, eres un trasto en la memoria de muchos
que no saben muy bien qué hacer con tu recuerdo: desdeñarte, pervertirte,
falsearte, desmentirte con toda la autoridad chismosa, ruin e imbatible que
inviste a los vivos frente a los muertos.
Evocar: traes a la memoria un recuerdo, o un
muerto. ¿Y como lo traes? A trompicones. Fragmentariamente. Nebulosamente. A
tenazón, si lo prefieres, o con fastidio, una mera alusión.
Y otras veces, te asalta él, inesperadamente:
recuerdo o muerto.
El recuerdo de alguien no es sino algo con lo
que se puede jugar impunemente, a salvo de correcciones, y en el momento que se
desee: ahora entras por la puerta, ahora te tiro por la ventana… Hijos hay que
ansían clavar un cuchillo en el corazón de su padre (pues odian la tiranía y el
despotismo), amantes que desprecian sus amados (pues temen el amor), amigos que
se ignoran en los sueños (pues recelan del compromiso).
El recuerdo del padre recolector, catalogador,
escribano: ¿cómo lo deshace el recuerdo, cómo lo trae de vuelta? Pues, a pesar
de un dinamismo demasiado evidente que emanaba de él (vendía pólizas de seguros),
podía reconocerlo mejor y con más facilidad en el retrato que Woolf hacía de un
viejo poeta, distraído y somnoliento: “Había en él un aire distante. Necesitaba
muy poco de los demás.”
¿Y qué recuerda ella de él sino un montón de
anécdotas, imágenes estáticas de colores ocres o blancos, posiblemente todo
falseado por la desmemoria?
Ningún retrato lo dice todo, y las palabras, a veces, sí pueden.
Ahora serás tú pasto del recuerdo de otros. Que
el dios y el diablo te amparen de la mordacidad de los que te sobreviven.
Esta es la hora de la supremacía de la zozobra:
no sabes nada, o mejor sí: te arrancan del mundo, truncan las que tú creíste
más fuertes raíces asidas a la tierra.
En cuanto a…
Como todos:
en ocasiones no cree lo que dice, pero se
dejaría matar porque fuese así en el momento que las palabras salen de su boca:
exige respeto cueste lo que cueste. Aunque, lo mejor, siempre, es que no te crean: que no encajes en lo ya
reconocible.
¿Y qué dice que espera que no crean?: su obra
(eso la magnifica, la dota de la aureola de cierto mérito incomprensible estético). Su obra… incorregible,
imperfecta.
Cómo decirlo…
(El otro: “No he hecho una obra: me hecho a mí
mismo penando, corrigiéndome, y me paseo por el aire como un cronopio. Lo he
conseguido. Yo soy mi obra, y ahora me la llevo al cielo o al infierno con el
cáncer o las venas rotas–qué más da-, y os quedáis con un palmo de narices.
Adiós, adiós.”):
“Tenemos un montón de notas manuscritas suyas
garabateadas en las servilletas del bar del hotel Chelsea.”
“Revuélvanlas un poco: algo saldrá de ahí. ¡Ja!”
“Nos atenemos a su condición de reliquia, no de
testimonio, digamos, postrero.”
-Pero ese arte ya ha dejado de ser rastro, una
huella memorable del pasado: su fácil
metamorfosis (de la naturaleza que fuere) lo ha convertido en una simple
sugestión: sacralizado por el interés o una intención torticera su cometido ha
dejado de ser eminentemente plástico
y adquiere así una dimensión grotesca, puesto que materialmente su valor es despreciable y su contemplación tampoco
te adentra en el jardín del edén.
-Como los textos literarios, muchas obras de
arte son realmente traducidas a otros
idiomas. El arte no es un lenguaje universal: no habla siete mil lenguas a la
vez: tú eres el discurso que se agrega a su imagen (tú, de cualquier parte del mundo, y tu jerga particular).
“¿Crees que podrás sacar algo en claro?”
Déjalo ya…
¿Wittgenstein…? Me atraía mucho más en aquello
que no entendía de sus páginas (lejos de los pesares y lo biográfico) que sus
rarezas inteligibles y chocantes, precisamente porque no se me ocultaba que en
esas razones oscuras anidaba lo genial de un pensamiento esclarecedor, diáfano
(por más que yo no pudiera entrar en él)…
(En cierto modo, acabo de darle las claves de mi
obra.)
“¿Sabes lo que significa
Häagen-Dazs?”
Tal vez esté equivocada en lo que hago, pero
eso, una vez la decisión fue tomada, carece de la mínima importancia: lo
catastrófico sería no perseverar, ahora,
en la manera de ser artista elegida (vivir
es defender una forma, Hölderlin).
Despierta en plena noche. Tiene hambre. Pero
también tiene miedo. Al cabo de un rato se ríe con ganas (“Tengo miedo, y me
queda un mes de vida…”). Abandona la
cama. Se viste. Afuera, que es el silencio de adentro, no hace frío. No se ve
un alma por las calles. Una mujer en la noche, una mujer sentenciada empieza a
caminar más libre y segura que nunca. Alrededor es un desierto de piedras. No
deja de andar Bowery arriba, entre sombras furtivas, ruidos indefinibles pero
quedos, quejidos (o suspiros) apagados. No se cansa. Siente el leve aire
nocturno en la cara como una caricia refrescante y benéfica. Aspira un olor a
piedra y metal sosegados, el magnífico y condensado aire de la noche. Dobla
esquinas sin esperar fantasmas ni la hoja del cuchillo. Acaba en Rattner’s, ya
en el East Village: “Buenas noches nos dé Dios.” Regresa a casa comiendo un
pedazo de queso suizo de mediano sabor. Mastica despacio y alza la vista de
cuando en cuando al cielo negro: no tardará en amanecer. Qué miedo la grisura
agrietando ya la negritud de la noche, resquebrajando la hora del sueño.
Duchamp: la indiferencia.
La indiferencia también puede ser asco.
-Su obra, ¿cómo está… escrita?
-Con técnica mixta.
-Yo leo para entretenerme.
-Magnífico. Nos podemos entender. También yo
escribo para entretenerme.
En cuanto a…
En vela, una yacente en la oscuridad: la
conciencia es la carne.
Hace mil años:
había que…
cine francés (Godard, por ejemplo)
Burroghs (por ejemplo)
teatro (de Grotowski, y Artaud y Beckett, Weiss,
Arrabal y…) de todos ellos que hacen del decorado una provocación, un acto de
desorden, de violencia, de crueldad, de absurdo, de repulsión, un escenario
donde la palabra sea el sobresalto y lo inesperado, un circo, un happening
lo más parecido a un actor es un artista
y el arte será espectáculo.
Seamos artistas.
“¿Somos hermosos, luna?”, citó mal.
Que sea.
“He nacido para que me hagan añicos”, volvió a
recordar (esta vez con acierto).
¿Qué suerte depara el destino a un artista que
siendo honesto (y sabiendo que lo es) perpetra un arte que es un fraude (y no
lo sabe) y mucho antes del final queda al descubierto ante sus ojos?
En el arte (pero ya no tenía ni fuerzas para
hacérselo entender) todo lo que es normal es innecesario: ya ha sido. Aunque, naturalmente, uno puede entretenerse cuantas
veces quiera repitiéndolo. (En efecto, hay ideas
que se fabrican en serie, y a pesar de que a la larga resulten inútiles, son
realmente baratas.)
No arrastro ninguna imago hasta aquí (que es el final): mis imágenes son las del
futuro.
Además, en arte, siempre es el pasado. Es la
conciencia de tu presente como ser vivo lo que hace que reintegres lo que haces
(la forma de tu tiempo) a aquél sin perpetuarlo con la repetición evidente o
solapada pero siempre indeseable.
¿Se adelantó a su época? No, siempre son los de
después los que te comprenden mejor: los tuyos sólo te ignoran o te desprecian.
El retrato de la Stein (en Montmartre posó ante
Picasso a lo largo de noventa sesiones, a la vez que escuchaba de labios de
Fernande las fábulas de La Fontaine para que no se aburriera demasiado mientras
permanecía inmóvil durante horas):
-No se parece…
-No se preocupe, ya se parecerá.
(-En el Met no hay nadie que no la reconozca,
Miss Stein.
-Te diré yo…)
Al tiempo.
(Nos obra el tiempo.)
En arte, no manda tradición. A fin de cuentas,
¿qué son las tradiciones? Son como los inocentes juegos de los niños, aunque
perpetrados por los adultos.
Hablas demasiado.
Hasta ahora, mudo permanecía.
(Estaba en un rincón, agazapado y palpitante,
invisible y con la boca cerrada, hasta que la mirada de uno de ellos lo cubrió
de luz, lo reveló, lo materializó.)
Había que…
Ah, noviembre, de nuevo. Con temor. Con el
cosquilleo de la expectativa, pues todo comienza ahora que todo parece dormir.
En la ciudad o en el campo, en el bosque o en
las calles, algo semejante a la angustia (y secreto anhelo) penetra en tu
corazón cuando noviembre aparece en el calendario y al sol se estremecen
levemente las hojas de los árboles en estas primeras mañanas frescas y claras
del otoño.
Luego, pronto, la grisura y la noche veloz.
Empiezo a…
(Teme que en su mente marmórea no haya lugar
para las modificaciones que son necesarias.)
Y, sin embargo, rumia con obstinación, día tras
día en esta antesala del invierno atroz que ha de irrumpir rugiente y helado,
los cambios que han de florecer en primavera:
si haces siempre lo mismo, te equivocarás
siempre igual; entonces, ¿qué enseñanza podrás sacar de ello?
Indaga en lo desconocido, que es las chocantes
disposiciones y el desorden de lo ya conocido.
“Pero ¿cuál es la verdadera historia?”, se
pregunta alarmado aunque inmutable Bernard en The Waves. “No lo sé. Por ello guardo mis frases colgadas como
ropas en el armario, en espera de que alguien se las ponga.”
En cuanto a…
¿La historia que se cuenta…?
Una mariposa teje con su revuelo en el aire la
imprevisible y fortuita nomenclatura del cuento, un cuento cualquiera. Esa
historia incluso es invisible: se ha desvanecido en el aire en el mismo momento
de su creación.
Habitas en el interior de una encarnadura
viviente que no es precisamente tú,
son demasiadas cosas tu yo para que
esa pobre imagen que no ha de resistir el paso del tiempo succione desde afuera
lo más recóndito de la cueva, lo mastique (lo hable), termine representando ante los demás hasta el último de tus
pensamientos allí cobijados y, al fin, lo regurgite hacia adentro de nuevo …
Déjalo ya…
El fin… es el proceso.
No prorrogues lo inacabable. No persigas su fin.
Trabajamos entelequias que pueden revestirse de una forma u otra. La pretensión
aristotélica era un engaño. Algo es así porque
yo quiero que sea así. Ni
siquiera la suma de dos números es perfecta, es una aproximación. No existe una
lógica interna que avale un proceso formal (intuitivo o de oficio). Y si lo
hubiere, es una gratuidad, puesto que podría sustituirse por cualquier otra. Es
el exterior lo que lo testifica del todo, lo sentencia definitivamente, y ello
debería bastar para expulsar de los ojos del espectador toda retórica interior (supuesta o pretendida). Revela
la intención original, y la voluntad de llevarlo a cabo. Incluso su
acabamiento, fracaso o éxito:
En arte acabar algo es, simplemente, dejar de
retocarlo (dejar de estar modificándolo…)
(Zenón: hasta la eternidad ese recorrido: no
llegarás jamás a tu destino… ¡antes morirás! Y el objetivo final… Puedes estar
mirando un objeto y sacar un millón de conclusiones, millones de pensamientos,
un millón de secretos.)
Contradicción:
Toda forma artística es contradictoria, incluso
consigo misma más que con ninguna otra.
(Perfección.
Absoluto.
Totalidad:
De repente permaneces inmóvil, un alzar las
manos del teclado arbitrario aunque ininteligible por sí mismo (pero ahí están
todas las letras), una deserción por cansancio, por saturación visual e
intelectual… una plástica de ángulos no demasiado disonantes, un dejar de
respirar el aire irrespirable.)
De repente.
De repente piensas que toda tu vida ha sido un story-board, y no el original bien
planchado que aquél programa con anterioridad un poco como chapuceramente, así,
como al desgaire mientras languidece una tarde aburrida o amanece una mañana de
dolor. “Magnífico”, te dices abstrayéndote de la realidad acuciante. “¡Cuánto
más interés suscitan los borradores y croquis previos que luego inspiran las
supuestas obras maestras de los grandes artistas del pasado!”
Todo pensamiento u ocurrencia es un repente.
De repente sólo
sucede una cosa, y no todo. Sólo
una.
De repente alguien te agarra del brazo y tú
tienes los ojos cerrados.
De repente, ya nada es posible:
“Ahora, sí”, te dices sin lamentarte, rendida,
pero creyéndote sin culpa.
Déjalo ya…
(Naciste
creador como nace un árbol espontáneo y no como la encina sagrada que regala
oráculos y se rinde sumisa ante Júpiter...
Naciste
como el álamo a la orilla del río, como el sauce verde y gris y como el mimbre
flexible que también coge altura al cobijo del agua. Tú creciste solo, sin
mucho cuidado ni vigilancia de otros. No has nacido de siembra, que demora en
décadas la sombra de su fronda, ni te han plantado como el fresno o el
avellano. De la tierra que pisas te has alimentado, y eso fue todo: has sido tu
madre y tu padre: tú y la tierra. Te hiciste tú, virgiliano... ¡desde ti!)
Si no arriesgas la vida no vales nada, aunque
tengas éxito y no dejes de llevarte un pedazo de pan a la boca hasta el día de
tu muerte.
Si arriesgas, ves lo invisible. (Y olvida a los
demás arrellanados en sus sillones y narcotizados o medio adormilados ante la telly.)
En cuanto a…
Sé que he sido una gran artista, y lo seré aún
más a los ojos de ellos, lo sé porque finalmente
yo obraba con objetos y no con ideas: el objeto era mi palabra, y múltiple es
ese abecedario, naciente de mil apariencias... ¡buscando su contenido!
Superviviente sin manual. A secas. (7-3-1970).
Oh, Albers… que enseñaba pintura con una tiza en
la mano y anotando extrañas e
incomprensibles fórmulas sobre la pizarra. Quizá todo empezara así…
Si había un objetivo definido, final, yo no lo
sé…
De acuerdo, la vida como una película en blanco
y negro. Pero en scope.
Right
After es en blanco y negro (pero en scope).
Es la clave.
Había que…
Habla con los signos, el símbolo, ella que no
cree…
Ф: ¿Eres necesario, simbolito?
Rastreamos una lógica,
pero…
Pero…
¿Qué propones…?
Cómo decirlo…
1,6180339887… es su número
(e infinito decimal)
o (ahorrando papel)
1+Ö5
2
¿Qué se esconde tras ello
realmente?
¿Casualidades?
¿Qué secreta proporción
anima tus toscas composiciones?, ¿qué clase de relaciones establecen entre sí
tamaños conjuntos de objetos dispares y de tan desagradable aspecto?
El todo es a la parte como la parte al resto.
He ahí el tema (libro VI
de Euclides).
La guarida del áureo.
¿Aun partiendo de lo irracional
de su número se allega a lo divino?
¿Una armonía oculta? ¿La
resolución del Enigma?
Pero ¿qué enigma? No
existe una respuesta que lo explique todo. Nada explica el mejor arte moderno
que, en el fondo, se hizo para no complacer, o sólo para
complacer al mismo artista. En este sentido, es perfectamente equiparable a la
mejor literatura moderna.
No vayas a desenredar Right After, es justo el embrollo
magnífico, intercambiable una y otra vez en el tiempo: es el tiempo donde las cosas suceden.
A Right After lo organiza el miedo. Peor: la angustia.
Empiezo a…
Si vosotros no creéis en mí, creed al menos en los
milagros (J., X, 38).
Así que la belleza es una
fórmula, la componenda exacta de unos seres que la fabrican con fecha
(preferente) de caducidad… Venga, venga, seamos artistas serios (o seamos
matemáticos, o… ¡químicos!).
Quedan las obras después
de los hombres muertos.
(Con fecha de caducidad total.)
¿Hasta cuándo? ¿Qué son
cinco mil millones de años?
En la mente cósmica, ahí
queda todo lo terrenal por toda la eternidad… Ni un segundo más, ni un espacio
más.
La mente… ¿qué?
Creed en las obras, y
menos en sus creadores.
Sé del dulce poeta que
aterrorizaba a las almas a su alcance; sé de criminales que combinaban con
gracia extrema los colores; sé de perversos que leían a Platón y se deleitaban
carnalmente violando a púberes paralizados por el terror, y de otros aún peores
sé que las suits de Bach o una aria alemana sublime les hacía verter lágrimas
sin descanso mientras afilaban el cuchillo posando la turbia mirada en el
cuello de sus víctimas.
Pero, ¡qué magnífica
jugarreta la de aquel arte que se disuelve con rencor y venganza y desaparece
con su creador! Las telas quemadas de Frenhofer, los manuscritos quemados de
Kafka, los poemas masticados y tragados por Celan antes de lanzarse al Sena,
los otros miles de poemitas que Dickinson rompía a trocitos al anochecer…
Cómo decirlo…
Los pensamientos hesse que nunca serán concretados, nunca
alumbrados…
Divina proportione…
Right After: ahí tienes el principio sabido y el final sabido, y
entrambos, qué…: idas, venidas, vueltas, revueltas, nudos, la lógica y el
desorden, el amor, el no-amor, sucesión, rompimiento, vuelta a empezar,
término, mudanzas, engaños y certezas, distracción, arrepentimiento, gallardía,
ilusión, burla, convencimiento, resignación… ¿Es algo? Dos extremos sí lo son,
y lo son cierto, y entrambos…
Cómo decirlo…
Divina proportione.
Te hallas en trabajos de
primavera (pero lee también las advertencias para su navegación: has de
partir), y mueres… en día veintinueve (pocos le dan su nombre correcto), tres
veces nueve, cuando la luna se oculta y el fogoso se calma.
… proportione… No existe la perfección ni la belleza absolutas en la
vida de un ser humano, no existe lo excelso en lo corruptible, en el caos que
los tiempos y las calamidades le infligen.
Aléjate de la perfección,
demasiado flirtea la búsqueda de ella con lo canónico (que representa aquello
que más aborreces).
En cuanto a…
No me inspira la regla,
sino el misterio, lo incomprensible, lo desatado… Propendo a todo aquello que
altera la conciencia, que no la anestesia ni la disuelve en el ensueño
infértil, arte dionisíaco al fin…
Déjalo ya…
¿No es tanto más desalmado
Rothko con su misticismo dionisíaco por irrepresentable y hasta impenetrable que
las copias de todos esos realistas y conformistas del arte representacional tan
brutalmente discernible, codificable y archivable? La mesura abstracta, la
placiente conformación plástica, incluso su ordenada geometría y sutil colorido
llevan en su germen lo iconoclasta, hasta lo violento. Hay por debajo de su
atmósfera plana una turbulencia de ángel caído, de rebeldía total que descarta
toda reconciliación con lo áulico y frívolo de un dios palaciego y falsamente
omnipotente entronizado en su mundo de juguete… En definitiva, sangran la
superficie envenenada del cuadro inocente (rectangular y colgadito en la pared
para su deglutorio, rothkiano y tímido) y sus inofensivos colores una
hemorragia tóxica, de tan rabiosa autodestrucción a pesar de su quieto conformismo,
de abjuración y asco hacia el mundo decible y los oropeles de lo mensurable,
que resulta en extremo difícil en una primera instancia (tan fácil de colegir
en el fondo) anudar a la inmensa y profunda enajenación nietzschiana, cuando es
esa realmente la solución única que proponía el artista sacrificado sobre el
frío suelo de su estudio en Manhattan.
La vida no es una justa
medida, el “contenido” exacto de días, el número de latidos convenido, la suma
correspondiente de las veces del amor o de las súplicas del rezo o de una
semana con sus siete noches de dolor o sus siete mañanas de alegría. Siempre,
la realidad, la desborda. No existe el número correcto salvo para las
menudencias cotidianas y las tragantonas rituales, los plazos no se saben y ningún
día es igual a otro día (ni tampoco tú mismo), y nada aunque lo parezca se
repite.
El éxito es aleatorio,
previsible el fracaso, y no es proporcional el castigo, no lo es la suerte o la
felicidad…, y mucho menos hay proporcionalidad y reglado en el arte, que es
sólo ocurrencia o canje, una aseada e inteligente engañifa.
Empiezo a …
Últimas conversaciones que para nada sirven,
palabras sueltas, la malicia hasta el final, esperar, no creer. O sí.
El pasado (que sí existe… has llorado, y las
heridas todas…). El absurdo.
(Doctor Muerte:
“No ha huido. A los ocho años se alistó a las Hitlerjugend. Les ha engañado a todos
con su carita inocente y sus ojazos negros de pequeña judía nazi, y ahora anda
con un fusil en las manos, un casco de acero en la cabeza y una estrella de dos
triángulos invertidos amarillos cosida en la guerrera luchando contra el
invasor entre las llamas y las ruinas de un
Hamburgo dantesco.)
Había que…
Primavera, abril…
Ahora, al cabo, tu ascetismo de enferma se
sobresalta ante lo desmesurado y barroco de la obra: ¡Por todos los diablos!
¿Qué es esto?
¿Bastaba una línea?
He ahí la mujer de mármol, la escultura griega,
ese pedazo de piedra clásica medida ideal de lo humano:
No te llames a engaño, la piel del noble y
pulido mármol oculta en sus entrañas la tosquedad de la tierra, una costra
disimulada robada a la montaña.
No hace demasiado calor, las mañanas son
radiantes y las tardes se tiñen de una luz dorada y apacible en este barrio de
la ciudad. Los cielos blancos del verano de sucia y angustiosa claridad aún
quedan lejos (jamás los ha de ver de nuevo), y el aire caliente y sofocante
todavía aguarda al otro lado del río.
“Pues”, se dice, “ sólo las rarezas o las
convenciones del clima, sus tenues o abruptas variaciones, parecen testificar
el paso del tiempo, la vida que se agosta apenas perceptible o vuela de uno con
prisas.”
Cómo decirlo…
En la pausa, en el no saber…
El día… cuando para uno cesa, cesa del todo (el
girar de la vida, su círculo mordiéndose la cola, que es la figura que mejor retrata
su inconstancia, su albur a despecho de su incansable y pródiga actividad en
pos de renacimientos, no la realidad, con sus mil figuraciones y ninguna de
ellas concluyente, que te envuelve y te sustenta de fenómenos, de pensamientos
y sensaciones como la tierra alimenta de forma invisible una planta…)
El día… ¿cuenta?
En cierto sentido…
¿El último de tu vida?, ¿el primero?, ¿el 628?,
¿el 1.049?, ¿tal vez el 12.500… que, por cierto, debe andar cerca de tu tope,
moribunda? ¿Venía la brisa que soplaba al atardecer del día 743 del Hudson, o
soplaba del norte bajando desde Riverside Park? ¿Llovió el 521? ¿Nevó el 1.713?
¿Hubo viento furioso bajo un cielo azul-piedra el 6.765?
¿Qué ocurrió durante el otoño de 1.969? ¡Tantas
cosas…! Y sin embargo puedes anotar sencillamente, ahora, en la primavera de
1.970, que durante semanas y semanas arduo le estaba resultando al “clima
correspondiente y autorizado” deshacer los cielos brumosos y de azul desmayado
del verano muerto.
Y, sí, hasta el final:
ese extraño color en el ángulo de un cuadro de Giotto, esa nueva palabra oída
al sesgo, el acorde del chelo que se rinde al violín en un cuarteto de
Beethoven, el rostro de bronce romano del niño serio y callado que mira la
calle vacía y gris… O parar la atención por un segundo en algo tan baladí como
la publicidad colgada en los laterales de los autobuses, en la mano astillosa
del anciano que sostiene el auricular en la cabina del teléfono público y
parece musitar un rezo mientras mueve los labios (¿a quién llamará?), o fijarse
en la sombra corta y negra que como una ráfaga ha cruzado el cielo azul de
repente y dibuja una mancha fulgurante de nítidos perfiles sobre la acera,
vista y no vista.
Y las listas:
chocolate negro, chocolate blanco… Pimienta rosa, pimienta blanca.
Algún boceto (que ya
sólo es una reminiscencia el pasado que baste
asimismo para avalar aquel pasado de artista ocurrente y meticulosa que fue).
Déjalo ya…
Aún se niega a aceptar
que el acto de vivir es un hecho superfluo (bastante más que una obra de arte,
o una página escrita…) por más que nos parezca extraordinario (lo sería si
fuera eterno), aunque lo que le oprime de veras es “saberlo”: cien mil millones
de seres muertos antes que tú no han bastado para modificar el asunto,
recomponer, digamos, la situación, clarificarla como podría hacerse
presuntamente con lo abstracto en el arte (“pura forma, ¿entiende, señora?”, y
luego no dejar de charlar en estudiada jerigonza): ¿qué sentido tiene nacer
para morir? Pues parece que… ¡caramba, sólo
el de vivir! Desaparecer, ya no forma entonces parte del juego, de aquél sentido.
Cómo decirlo…
La idea de la muerte, morir (se lo dice una y
otra vez, y a veces incluso en voz alta, ¿para qué negarlo), no basta: es el
miedo lo que te infunde lucidez, no la aceptación. El miedo te hace comprender
cómo y cuánto cerrabas los ojos. Tiemblas, pero no te desplomas: estás en el
lugar donde el autoengaño ha sido proscrito: la indiferencia que ha de
sobrevenir a tu ausencia será universal. Detrás de ti sólo queda el nombre (y
de eso ya habrán hecho una argucia que en nada cotiza ahora, todavía, para ti).
-¿La señora está rara?
-La señora está en su punto. Al rojo vivo.
Eres al final lo que has sido: de pronto un
golpe de aire te trae a las narices un olor que preservaba la infancia en su
centón de retales inefables, un efluvio que sorprendentemente has reconocido en
seguida y que ha permanecido latente durante decenas de años y ahora vuelve a
salir a flote, vuelve a embargar tus pulmones pero enriquecido por el recuerdo:
tufo o vaho, hedor o fragancia a madera perfumada o a la tierra de primavera
mojada por la lluvia o al rancio polvo de un viejo almacén abandonado, no
importa (tan comunes después de todo), pero he ahí que vuelve esa magnífica
ocasión de los sentidos… Los tiempos de antes y de ahora se mezclan, se
entrelazan como si las sierpes de la prodigiosa cabellera de la Gorgona se
abrazaran entre ellas y en ese tumulto de nudos, enredos y líos movedizos se
cifrase el desorden inevitable de una existencia nunca previsible que al final
se va a desmoronar como un montón de
piedras.
Todas las imágenes del pasado se fusionaban con
las del presente, las inventadas, las misteriosas del sueño o las todavía
brumosas del futuro de ese sueño (el despertar). Ese revoltijo indescifrable es
tu esencia: no lo poco, sino lo mucho de tu vida, corta o larga, pues es igual.
La muerte no da para más: no desandarás tus pasos ni desharás la atadura que
durante tanto tiempo ha conformado ese capricho tuyo de andar por el mundo
creyendo que recorrías una línea recta (¿hacia dónde?) y no era sino un enredo
mayúsculo (a ninguna parte).
Las palabras que te dices en el silencio son
pensamiento.
Right
After: artificio tal que de uno a otro cabo, aun
existiendo un trazado inevitable entre ellos, no has de averiguar su único
nombre.
En cuanto a…
Obrar es lo que cuenta. En silencio. “Pienso el
arte”, y su fábrica es meramente testimonial. Pero no tienes teoría. “Tengo un hecho.” Las herramientas son sus manos,
¿para qué iba a servirle una teoría? No necesitaba asentarse sobre nada
(palabras, palabras, palabras) para promover hipótesis nuevas que hiciesen
avanzar el arte… , avanzar, ¿hacia qué? Ella vivía en su “hecho artístico”: esa
era la meta. El resultado plausible o no debería ser sería una consecuencia de
menor interés para el verdadero artista.
¿Una trabaja acaso con plomada?, ¿con la regla?,
¿con el metro?, ¿con la calculadora en la mano?, ¿olisqueando o escudriñando al
trasluz un tubo de ensayo?
Déjalo ya…
Miraba con pena los estantes metálicos de su
pequeña biblioteca, acariciaba con los dedos los lomos bastante gastados de los
libros, casi estaba a punto del sollozo al rememorar la compra entusiasmada de
alguno de ellos, su lectura constante:
”Condenados
por orden alfabético.”
Mira por enésima vez la ventana (cerrada)…
Todo está en silencio tras ella, y es el mundo.
El mundo es lo que veo (la abre al aire de
primavera).
“Los árboles de abril…”, recuerda. Y abre
también la puerta: la luz natural y “fresca” le da en plena cara haciéndola
marear un poco; cierra los ojos mientras aspira el aire aún limpio y claro de
la calle recién iniciada la mañana: todo es extraño y gigante afuera, todo lo
desconocido y a la vez tan visto… y tan próximo, tan consuetudinario que
enternece: el verde de abril en las hojas entre el ruido mañanero, las primeras
actividades y el enérgico discurrir de los transeúntes bajo el sol pálido. Las
ventanas todavía parecen inocentes, los sonidos apagados; las cosas, amables.
Pero toda aquella amalgama de colores y formas que contempla desde el umbral,
las gentes, los coches, los juegos de luz y de sombra parecen confabular contra
la maravillosa quietud que imagina ella que debería presidir el escenario de
esa pequeña porción del barrio de forma permanente, ese espacio y tiempo al que se siente tan adherida porque ya sabe que
es el único refugio que le queda fuera de sí misma: algo parece apresurarse
desde el fondo de todo ello para precipitarlo en el caos, y a ella con él. Da
un paso atrás y cierra la puerta. Y otra vez el olor de adentro, la atmósfera
densa de los materiales del arte que practica con suicida obstinación, una
química palpable y obsesiva.
¿Qué queda por hacer?
Había que…
Pero deja la ventana abierta.
Ah, la primavera, ¿qué tal si aprovechando el spring break desaparecemos en las aguas
del sur…? A ver si la parca se olvida de nosotros… ¿Bastarían la piel joven, la
tibia carne, el alcohol y el rock and
roll (incluso las malditas espinillas universitarias) para darle el
esquinazo?
Nunca llueve al sur de California, dice la
canción.
Pero yo necesito la lluvia de Nueva York.
Tras
una noche de terror místico en el hotel, al despertar y abrir los ojos a la
desangelada luz de cenizas que atravesaba la tenue cortina de la ventana,
descubrió en el cajón de la mesilla una biblia y una novela de bolsillo de
Chandler de páginas muy manoseadas, casi deshojada, con la portada chillona de
colorines completamente ajada. Dispuso el escaso equipaje sobre la cama y acto
seguido lo guardó en la pequeña maleta. Apagó las luces. Cerró la puerta y bajó
a recepción. Pagó la cuenta, que le pareció onerosa por equivocada (en su
contra a propósito, estaba seguro de ello), y se fue lo más rápidamente posible
en busca de una cafetería solitaria y confortable y de luces cálidas en el East
Village: el aroma del café le embargó de paz y secreta felicidad en ese
silencio de la media mañana que tanto le encantaba. “Hay tiempo (aunque fuese
el justo para tomar ese café, leer ese libro, olvidar lo inolvidable: el
tiempo, la muerte)”, se dijo con gran calma. Sorbió con delectación el líquido
caliente a rabiar (fue inevitable el recuerdo: como a ella le gustaba, nada de
cosas tibias), extrajo el libro de la maleta, lo depositó sobre la oscura
madera de la mesa, miró a través del ventanal la calle limpia y sosegada, abrió
el libro, llevó la vista a las líneas de la página izquierda...
“El
señor Phillip Marlowe, un alcohólico grosero y rudo que nunca se acuesta con
sus clientes estando de servicio, está tratando de refinarse a mi costa (...)
Al final, el tipo va a exigir que lo calce de polainas, le ponga un monóculo en
un ojo (el izquierdo) y le convierta, como el que no quiere la cosa, en
coleccionista de vajillas antiguas...”
Pues, está listo.
Déjalo ya…
Un lenguaje sin normas, dijo.
Libre de
unas Sprachregelungen mal avenidas
con lo directo, lo eminentemente plástico…:
No es consciente el gran arte de proyecciones,
usos, abusos y manipulaciones más allá de su escueta representación.
Había que…
Cómo decirlo…
“En la perífrasis a gusto me hallo”, se confesó
ladino el artista mediocre “Y aún mejor en la alusión ininteligible (¡una carga
antisubmarina!)”, añadió insuperable (¡sin un arma, sólo con el pincel en la
mano!).
En cuanto a…
La vida como un happening…
En los sesenta se celebra lo admirable (por ser
visto por primera vez, algo sorprendente).
Cómo decirlo…
Yo te confesaré al oído (que nadie más nos oiga)
el más magnífico happening de la
biografía desalentadora de aquella década oscilante entre la desmesura de sus
fines y lo ruin de sus escapismos, incluido el viaje a la luna:
El reverendo Quang Duc, monje budista, sentado
en plena vía pública, sin perder un instante la dignidad, inmutable, se deja
verter un cubo de petróleo encima, se prende fuego y envuelto en
una gran llamarada permanece impasible hasta
morir. (Saigón, 1963).
Se despertó otra vez aterrada, pues había muerto en el sueño, sudorosa,
hablando en voz alta para calmarse:
También pude irme directa al cielo a través de
la chimenea de un horno Topf: sin escalas.
La cuestión es llegar al cielo.
“Mejor el día de la muerte que el del
nacimiento” (Eclesiastés, 7,1).
Agradece en estos tus últimos días que tus
cabellos no hayan acabado convertidos en un par de calcetines.
“Lo que hay detrás de su plástica…”
Lo que hay detrás de mi “plástica” es el
convencimiento absoluto mío de preferir morir, artísticamente hablando, a causa
de mis intuiciones, equivocadas o no e incluso por mis vicios, antes que por
mis ideas tan confusas como las tuyas.
La realidad, como cualquier otro material tóxico
de los que utilizaba en mi trabajo y de los que no era consciente de su
peligrosidad hasta el final, la realidad, digo, como “material”, me hería más
profundamente que la fibra de vidrio, el látex o los polímeros, me dejaba en
carne viva… me mataba en el mismo instante de la creación, sin demora, como un
cuchillo rápido y bien afilado que buscara bulto de inmediato.
En la ficción literaria puede despreciarse la
verdad pero no la verosimilitud, que es ni más ni menos que una apariencia. En
la plástica, donde todo es verdad, porque sucede,
lo verosímil se halla a la vista también: la plausibilidad del arte es cuestión
de estilo. Te lo crees… o no te lo crees.
Otra vez junto a la ventana cerrada (afuera, la
lluvia de abril, los árboles de mayo, los colores que ya se posan sólidos sobre
las cosas).
¿Qué leer? Y, sobre todo, ¿por qué leer a estas
alturas? Por entretenimiento. El arte es entretenido también, para quien lo
ejecuta y para quien lo observa (“Mire usted, aquí, leyendo mientras espero la
muerte inminente.”). Entretenerse… En el fondo, todo consiste en eso. La
genialidad en la creación no es sino llevar al extremo ese disfrute íntimo del pasatiempo, si bien ciertas
personalidades excéntricas como Van Gogh, Rothko o Jackson Pollock liben en el
sufrimiento, en la desgana o en la incertidumbre (la literatura, empero, miente más que el arte: el color no
miente, cualquier forma es, el
material es).
En cuanto a…
Leer… (palabras, palabras, palabras). Sin
embargo, aún, sobre la mesa la última
novela de Styron (y el punto de lectura marcando las páginas 164-165); y,
aguardan turno (si el tiempo lo permite), Couples,
de Updike, Death Kit, de Sontag, Giles Goat-boy, de Barth…:
Finales de los sesenta.
Releo los poemas de Dickinson en la edición de
Harvard de 1955 en tres volúmenes a cargo de Johnson que me regaló A., en
especial los dedicados a la muerte… ¡que son los más! Todos sus poemas son un
intento de definir lo inexpresable, inclusive lo inimaginable.
Es una abstracta.
Lo
siento por los Muertos (así, con mayúscula)…
Pero bastaría con eso.
Las imaginaciones.
Cómo decirlo…
Leer… ¿para qué?
El tedio… hasta el final de la noche.
Frente al espejo: “Su rostro, señora, irradia un
sosiego llamativo.”
(Lunes, 13-4-1970): “Espero una visita. Todo lo
he dejado bien preparado. Todo en su sitio, a la vista. Presto al
indiscriminado saqueo, a la almoneda, directo a la posteridad… vuestra.”
En cuanto a…
Ya no hay sinfonías… Pero debe ser la fiebre.
Pero no estás enferma. Pero sólo eres una moribunda. Ni siquiera suscitas
interés clínico. Te mueres, y eso es todo. “Está lista”, dice el doctor Muerte
al cortejo de aprendices con bata blanca y ojos asustados que le rodean atentos
a sus palabras, a sus explicaciones que no admiten réplica: “Respira todavía,
pero está muerta.”
Ahora el
mundo es un útero salvaje y pordiosero que no duda en desalojarte de la
vida: ¡Largo de aquí! ¡Sólo eres un maldito fardo capaz de hacernos tropezar y
perder el tiempo!
Una primavera con Mozart: la ventana abierta a
la fronda verde de los árboles, las manos laborando: las manos… nadie les había
enseñado antes a hacer lo que están haciendo, pero lo saben, son expertas en
tales novedades, y no replican a la naturaleza, no la imitan, crean por sí
mismas, como dos animalitos con vida y pensamiento propio, dos amitas de casa
diligentes y disciplinadas obrando en la cocina, adelantándose a la mismísima
imaginación culinaria de su dueño.
¿Llueve? No es tan simple esa pregunta. Qué lujo
la lluvia de primavera, y las hojas verdes relucientes y las aceras brillantes
y el aire fresco de la tarde, los cielos grises y malvas y de plata aún
entreverados por tenues franjas azules hacia la línea del horizonte por encima
de los rascacielos grises y blancos y negros del norte, cuando ya ha dejado de
llover y una sale a la calle, y es todo tan prometedor (aunque no sepas por
qué), tan pujante de vida… Qué lujo la sencillez, y la sencilla cosa del día
que discurre con calma hacia la noche, y eso es todo siendo tan poco y siendo
tanto, y, sí, entonces te sobreviene la certeza de que eres artista, de que lo
eres de verdad ante tus ojos, y que eso es realmente lo que importa de veras, y
que de ti nace una creación única, orgullosa, tuya, y no es un súbito estado de
exaltación, es una evidencia que te hace estremecer, que te impele a creer en
los temas plurales de la vida, de la única vida que has conocido, y en la
muerte próxima, que también será la única que conozcas verdaderamente, y en el
hecho asombroso de que has sido y dejarás de serlo, o en el caso más sombroso
todavía, que seas otra cosa después de lo humano, de su condición y sustancia,
algo distinto a ti o a todo lo conocido, imaginado o soñado, pero diferente e
inefable, inconcebible; tú, ya no, otra tú.
Vuelves sobre tus pasos, te precipitas en el
estudio como una tromba de aire renovado, un aire puro y punzante que soplara
desde las mismas regiones vírgenes por encima de la urbe y sus asuntos
mezquinos y gratuitos y vivificara todos los objetos, cachivaches y materiales
amontonados en ese escenario prodigioso “de las primeras veces”, ya que todo lo
que haces necesitas verlo por vez
primera, única, intransferible e impensable en otras manos, en otras
imaginaciones, pues tus ocurrencias son de tu propiedad y también sus
concreciones, sus formas tangibles y palpables, su realidad.
Seven
Poles: ni canto ni cisne: la excrecencia monstruosa
de una mente enferma… o genial. Es la desfachatez picassiana que ya se aposenta
en la arrogancia, un dejarse llevar a cualquier sitio ignoto o estrafalario o
chocante o bufonesco porque a una le da la real gana y al diablo con todo.
Y de ese modo, queridos amigos, es como se
alcanza lo inaudito.
Un curioso trastorno.
O así.
Déjalo ya…
“El arte que yo haga será… ciencia-ficción”, se
dijo a los 15 años. Adelante, pues. A
los 20 ya estaba convencida de ello. ¿Qué otra cosa podía hacer?
La ciencia-ficción
(nada menos) del arte había
descubierto ella, la “superviviente”…:
Señores
Campbell (ASF),
Boucher
(F&SF),
Gold (Galaxy):
“Luego de largas reflexiones en torno a mi
quehacer artístico, he llegado a la conclusión que después del arte abstracto
de los dos primeros tercios del siglo XX por fin es la hora del arte de ciencia-ficción, del que creo ser la
gran pionera. Déjenme que explique por qué creo que esto es así (…) Por tanto,
les invito a que traduzcan debidamente mis obras a textos legibles o imágenes
entendibles, y les autorizo a su publicación (en forma de ilustración o prosa,
es lo mismo) en las páginas de su revista. Atentamente, etcétera, etcétera…
¿Y cómo le hincamos el diente a esta heterogénea
y heteróclita componenda? ¿Cómo la definimos y catalogamos?
Es fácil, guíense por la clasificación decimal
de Dewey.
Cómo decirlo…
Ciencia-ficción…
Porque a partir de ahora aquel arte que no lo sea no tardará en convertirse en
un inútil encaje de bolillos, o en una provocación retrógrada, o en imitación,
o en mero ejercicio de retórica.
(Tenía una auténtica vocación de outsider… ¡Lástima que la muerte tan
temprana y la pequeña épica de su biografía arruinaran la hermosa y loable
decisión!)
“Creía haber sido como Dios”: hiciste el mundo con el brazo extendido.
Hágase. Así, sin alharacas.
Tallo una estatua con… ¡las manos! Desgajo el
mármol a trozos con los dedos, sangrando… Casi está terminada, casi: soy yo
petrificada. Despierto, me muevo en las tinieblas, sobre la cama de piedra.
Envuelta en los óxidos del aire.
Pesadillas con los ojos abiertos al monótono
vaivén del metrónomo (¿quién tuvo la desfachatez de regalarte semejante chisme,
a ti, a ti que se te escapa la vida atrapada en el huidizo tiempo?): oyes
deslizarse por las paredes los insectos, el derrotero misterioso de la araña
sobre el suelo… Luego de la vigilia, ves con qué tortuosa calma se enciende
lentamente la ventana de la blancura naciente del nuevo día.
Ya tienes el día delante de ti, gira sobre sí
mismo, te engaña, te hace creer que eres la dueña del universo, y danzas de acá
para allá sobre su piel invisible, como si lo tuvieses agarrado del pescuezo,
pero enseguida te escamotea la luz, fugitivo inalcanzable se burla de tus
actividades y trapicheos, te desangra (mucho o poco, a borbotones, o gota a
gota, implacable) y, finalmente, ya cubierta de las cenizas de sus
postrimerías, te gana la partida y tú pierdes.
Empiezo a…
Un hombre sostiene de espaldas un espejo cara
hacia ti, y ese espejo refleja tu imagen cámara en mano haciéndole una foto por
detrás: ese hombre no se enterará jamás del hurto, y jamás sabrá de tu
existencia. Despiertas. Los sueños te han aniquilado un millón de veces.
Había que…
Sabrás cuando hayas solucionado todos los
problemas que no importaba nada haberlos solucionado.
Sueños, uno
mismo no es nada. Y que sea la vida como esos sueños tan frágiles que basta
la menor incongruencia, tan característica presente ende ellos por otra parte,
para disiparse como la niebla más tenue y te despiertes (te mueras) sin apenas
recordarlos (recordarla).
“Es una artista judía”, oyó decir con la gran
carpeta en la mano: la voz salía muy atenuada pero inteligible del pequeño
despacho al fondo de la galería.
Judíos.
(También ellos tuvieron su momento y su esvástica):
Joel,
2, 30, 31
3, 10:
“Y haré prodigios en el cielo, y en la tierra
sangre y fuego y columnas de humo, y el sol se convertirá en tinieblas y la
luna en sangre (…) Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras
hoces…”
“Dios (Yahvé) quiera que esta obra tenga una
vida más larga que la mía, pues en aquella puse ésta”, se sorprendió pensando
como esos artistas del montón… Enseguida se retractó: “Que muera conmigo…”: ése
era el propósito, el más oculto y verdadero, puesto que en el fondo sólo quería
ser artista ante ella misma… Lo demás no importaba nada frente a ese anhelo
acuciante y excluyente.
Una artista. Una quimera. Nunca acabarás nada.
¿No…? Del archivo secreto de las cosas, extrae
las figuraciones.
La forma humana no ha evolucionado desde hace
500.000 años.
Ahora lo sabe: el arte es el castillo de arena
del niño inspirado por las olas que alcanzan la playa, la brisa del mar, el
horizonte lejano, el cielo azul y benéfico:
todo lo que la noche apaga.
(Durante el verano de 1967 yo cogía el último
tren nocturno que dejaba atrás la ciudad maloliente y asfixiada por el calor
negro e implacable y enseguida se adentraba como una nave sideral en la noche
mágica y refrescante de una tierra de pinos y vegetación oscura con olores de
jazmín.)
Había que…
“Lo he soñado”, dijo a sus discípulos. “El
espacio es la forma medible, concretable, del tiempo.”
Empiezo a…
¿Qué puede ocurrir después?
¿Importa eso?
Tal vez…
Tal vez un Volterra
cualquiera armado con una máquina de escribir de segunda mano enmascare su
verdadera realidad: “Lo que la artista quiso decir…” Etcétera.
Verano del
70: “… Y entonces se escapó de un Manhattan al rojo vivo y arribó con su
ligera y veloz canoa a los Hamptons, donde alquiló una vieja casa de madera
pintada de blanco (para qué más) frente a las suaves olas del Atlántico, lejos
del (como suele decirse) mundanal ruido…”
Maldito verano.
(¡Quién te padeciera de nuevo!)
H. cuenta que el lugar donde más gente se
suicida por el calor en Manhattan es en el Lower East Side. C. urgía mayor precisión, y H. respondía: “Al este de
Bowery, donde se huele el río…” “Sí, pero…” Contarían hasta las pastillas que
procuraban el suicidio en sosegado silencio, su clase y hasta su nombre
(somníferos, analgésicos, antidepresivos…)
¿Habría un número preciso de pastillas? ¿Cuál
ése número?
O señale
la estación del metro donde se arrojaban a las
vías al paso del tren
la altura del piso desde el que se lanzaban al
vacío
qué venas se abrían
qué gas respiraban
qué clase de nudo 3 cerraban en torno al cuello
antes de pegarle la patada a la silla
qué lugar del cuerpo elegían para colocar el
cañón de la escopeta y apretar el gatillo
qué brebaje preparaban que abrasaba sus entrañas
hasta la muerte
cuantas noches de alcohol sumaban antes de
hacerse papilla el hígado…
Cuánto el calor y cuántos los días de tedio y
cotidiano sacrificio, uno tras otro, uno tras otro igual, uno tras otro
amanecer, uno tras otro crepúsculo, uno tras otro a la medianoche, y el alba,
uno tras otro con el sabor diabólico en la boca, uno tras otro, uno tras otro,
uno tras otro…
Déjalo ya…
Pero no, no me suicidaré. Que sea la propia
muerte (adivina quién viene a cenar esta noche: banquete donde no se come sino
donde se es comido) la que acabe el trabajo.
¡Qué diálogos hamletianos! (Y todavía esas cosas pequeñas, hablar, perder el
tiempo…)
8-3-1970, domingo: sal a la calle, no pares de
correr.
8-6-1970, lunes: se ha muerto (no pares de
correr).
Empiezo a…
No puedes imaginar mundos inexistentes, sólo
poblarlos con tus rutinas o admiraciones o temores o…
“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”
Había que…
¿Su obra puede traducirse?
Puede replicarse. Nada hay en el arte que no
pueda serlo.
¿Cómo identificarse?
Imposible.
Sontag: “No me gusta ducharme y no me gusta la
comida alemana.” (Y tampoco le gustaban los gatos ni los libros de bolsillo.
Pero le gustaba orinar y tomar taxis.)
No es la diferencia lo que te distingue, es lo
que eres: A no es igual que B.: a
simple vista A no es como B (¿cómo podría ser de otra manera?), pero eso es la
apariencia, viste de modo distinto:
no es igual por lo que es no por lo
que parece, y lo que es (algo
invisible a los ojos de los demás, por cierto), nada tiene que ver con su forma
disímil y contradictoria.
¿Quién no soy?
No soy tú.
Que sea…
-Todo esto, hurgando en su anonimato (y Hesse se
halla lejos de lo anónimo), ¿qué tiene de quest?
-Nada. Lo que pueda participar del ejercicio de
una quest llena de incertidumbres y
frustraciones es su obra: ella es tan entendible o tan impermeable como pueda
serlo cualquier ser humano.
Tal vez la demasiada inteligencia menoscabe el
mejor arte. De los mejores artistas del siglo XX que reconozco como genios
(bastan los dedos de una mano, la gran mayoría sólo son buenos artistas y
algunos incluso muy buenos artistas) no creo contar entre ellos ni uno solo de
una inteligencia superior. Tampoco la necesitaban: eran genios y lo
“inteligente” sólo es una herramienta más, y no siempre repartida con justicia.
Lo peor de un “arte de posibilidades” es que una
se pone a pensar de modo exhaustivo en las “posibilidades” en detrimento de lo
verdaderamente “artístico”.
Pero no es momento ahora de reflexionar sobre…
Pero ¿el fin…?
Pero…
Bonita conclusión, Yhavé. Antes o después, y
demasiado temprano ese después, Endlösung
der Judenfrage. Para el caso, es lo mismo.
Cómo decirlo…
Te he regalado el tiempo.
He
sido en el tiempo.
Podrá decir: “No he venido de la nada: soy
producto de la vida, el resultado de la cópula de dos vivientes.”
De la nada, nada. Ni siquiera el Big Bang surge de la nada.
“Lo que pasa es que no lo sé”, solía decir
cuando a los ocho o nueve años le preguntaban algo de misteriosa e imposible
respuesta que confirmara su aserto o un audaz comentario por su parte. “Pero
tengo razón”, concluía muy serio el hispano.
“Mueres”, y piensas en la cólera omnipotente de
algún dios (que puede ser hasta desconocido); o peor aún, exhalas tu último
suspiro ante la total indiferencia de ese diosecillo que se complace en
maldades. “A la nada”, sentencia reprimiendo un bostezo celestial.
“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”
Déjalo ya…
A fin de cuentas… como estaba enferma, el mundo
le parecía enfermo, así que no sentía la menor gana de seguir en él. “¡Qué
lugar tan horrible!”, se mentía a sí misma, “Sólo te infunde desconsuelo y
dolor.“ Las calles gimen, llora el cielo y el viento delira”, se decía con la
cabeza debajo de la almohada, y afuera el ruido de la vida y el sol en lo alto,
y las ramas ya verdeadas cimbreándose a la brisa colgadas de los árboles de
mayo.
Tu vida ha sido, sin tú saberlo, un evangelio.
Tu testimonio no ha sido en vano: y habrán exégetas, y hermeneutas, y
cabalistas, y reveladores, y glosadores, y místicos, y adoradores, y fieles, y
creyentes devotos (tu religión incluso ateos ha de provocar…)
Fue una chica solitaria, una artista de Nueva
York: trabajaba a solas, al igual que todos los artistas, y como podría haber
dicho Allan Ginsberg, hablaba consigo misma muchas horas, demasiadas horas,
todas las horas.
Mayo… No verás otra vez el dorado resplandor de
Ceres sobre las piedras grises y negras de esta urbe monstruosa (“Yo veía esas
espigas de oro, como tantas otras cosas que he visto sobre su suelo invisibles
para vosotros…”).
Sin cortapisas:
leyó: Cuando no hay censura el escritor
[artista] carece de importancia.
¿No es la mayor censura la muerte?, ¿su terrible
proximidad?
Esconde tus manos:
“Ha llegado el momento de dar carpetazo. Aunque…
¿es eso posible?”
¿Qué clase de obra voy a producir yo sintiendo
su hedor en el cogote? Tal presencia poderosa y hasta paralizante no ha de dar
a luz sino a un feto mediatizado por el pavor o la rendición, algo
distorsionado o, peor, influenciado por una estética forzada, impuesta por la
naturaleza excepcional de los últimos instantes de una vida.
Así que contradijo de inmediato lo escrito, pues
ella trabaja a la luz desnuda, sin artificios, sin juegos de ganchillo ni
ingenio de crucigrama, sin mediaciones ni dobles sentidos:
Precisamente es todo lo contrario: Cuando no hay
censura el escritor [artista] adquiere toda su importancia. La censura ampara
paradójicamente a todos los charlatanes y los oportunistas, un arte o una
escritura sobrevalorados por creer en la existencia de misteriosos aditamentos
ocultos bajo la superficie de su entramado… ¿Una mina?
mina.(Del
lat. mina, y este del gr. μνă).
(…)
9.
f. Mil. Artificio explosivo provisto de espoleta, que, enterrado o camuflado,
produce su explosión al ser rozado por una persona, vehículo, etc.
Ahora ya no me arrepiento de estar horas y horas
sin hacer nada, incluso estando en el mismo taller, entre maquetas y objetos
medio manipulados, atontada por este aire de venenos. No experimento el menor
remordimiento de sentirme sólo abrazada
por el tiempo, todavía enraizada en él, sintiéndome del mundo, aún de su
misma sustancia. ¿Qué es lo espiritual entonces, cuando una percibe que es
solamente en lo físico donde se nota viva, diferente, tal vez necesaria?
Eva, ahora, es un espíritu sobre las tierras y
las aguas. (Por mucho que pienses en ellos, los muertos no te agradecen nada.)
¿Has pagado tus 18 dólares?
(Una manera de decir: “No te olvides de darle un
gallo a Asclepio.”)
Pero, aún…
(Boquea, se agarra a las sábanas, silbidos,
irregulares exhalaciones que parecen emanar de la espesa atmósfera, un aire a
lo Cheyne-Stokes, podría decirse, a la moda de… [desfile de mortajas].)
En cuanto a…
El Universo Mayúsculo: si finalmente se
estableciera su edad exacta, ni un segundo más pronto o ni un segundo más
tarde, eso sería la prueba de que existe una pauta cósmica, un patrón de
inimaginables propósitos, una especie de programa o un prediseño de actuación inconcebible de
comprender por la mente humana por su absoluta desmesura, puesto que sólo son
verificables, si lo son, las teorías físicas.
(“Universo”, dijo, “allá voy.”
A rodar.)
¿Ahora te das cuenta que no necesitabas mirar al
exterior, más allá de la ventana? Si habías de morir joven, y lo eres, te era
suficiente tu interior, todo estaba allí, mirar hacia adentro para verlo todo.
Bastaba la ventana para descansar la vista, para reposar las ideas y apartar
las manos de cuando en cuando del trabajo y sus pestilencias.
Venganza contra la muerte a deshoras: “Cuando
comprendió que era de verdad una
artista, dejó de hacer obras: ahora ya
lo sabía. Y mano sobre mano, se puso a esperar.”
Merde
pour la poésie.
Cómo decirlo…
Son las cosas increíbles las que merecen ser
visualizadas:
Right After.
Que sea.
Si no existe lo que
haces visible, ¿cómo es entonces que
existe al hacerlo visible?
Con el tiempo, una
fabrica su propia leyenda, se hace poquito a poquito en la memoria siempre
inquietante de los otros, pero… no has tenido tiempo suficiente para tal
maquillaje, tu misma existencia, corta y de un final tan bruto como inesperado,
ha bastado para erigir un mito apropiado para las épocas.
2014, 11 de enero,
sábado, en un lugar de Nueva York. Eva
Hesse: 78 años (Saturno se olvidó de ti).
-Buenos días, Mrs.
Hesse. Felicidades.
-Buenos días, Mr.
Grau. Gracias.
En el Village:
maravillosas y pequeñas calles arboladas llenas del color del invierno
–soleado-.
-Hace una excelente
mañana a pesar del frío y la nieve que cubre las aceras.
Luminosa y limpia,
transparente mañana cuando los rayos del sol bañan de luz clamorosa hasta los
rincones más sórdidos del barrio, y el aire helado que parece descender de las
ramas acristaladas de los grandes árboles se antoja perfumadamente marino.
(1970, 11 de enero,
domingo, en un lugar de Nueva York. Eva Hesse: 34 años.
En el Bowery: la calle
que parece huir como alma que lleva el diablo hacia el norte del SoHo, que
querría desgajarse de lo tenebroso y el crimen que deja atrás.
Las aceras y la
calzada están sucias bajo la fría lluvia y la neblina gris, el tráfico humeante
y ruidoso taladra el cerebro, la mirada de la gente es torva y atemorizante
bajo el chirrido rojo de los neones, y en cualquier gélida esquina se agazapa
el cuchillo que ha puesto precio a tu cabeza: un par de dólares.)
-¿Qué vamos a hacer
entonces?
-Pasear, por ejemplo.
¿Recuerda cuando los árboles caminaban junto a usted?
-Déjese de tonterías.
Pasear ¿adónde?
-Hacia atrás. Volver
atrás. Pero sólo será posible hasta 1970.
-Será suficiente. No
comprendo demasiado bien lo que ha ocurrido después de esa fecha. Así que,
refrésqueme la memoria en este día deslumbrante en el que hasta la verdad
resplandece. ¡Ja!
-Desde luego. Empezaré
por el principio. Quiero decir por el final… ¿o prefiere que empiece a relatar
desde el medio?
-Desde el medio…
¿desde el medio de qué?
Déjalo ya…
[En efecto:
RIGHT AFTER:
¿Dónde se halla el medio?
Pero sé de los
extremos.
Y entrambos…]
Como una falla: no se ve la carpintería que
sostiene todo el tinglado (material y… ¡conceptual!).
¡Qué se va a ver!
(La misteriosa unidad de la que hablaba
Borges.)
(Por otra parte,
¿adónde conduce una genealogía, hacia adelante o hacia atrás?
¡Quién sabe!
Cómo decirlo…
(Es el tiempo lo que
termina pudriéndose, en cualquiera de las formas con que disfrace los
acontecimientos, los pasares, los seres y los objetos.)
Digamos que sólo
entiendo el tiempo de una manera, entendámonos, sólida, como un proyectil
pesado y lento, pero inmutable e indetenible, y siempre hacia delante, buscando
una diana invisible en algún punto del cosmos que es difícilmente imaginable,
una diana que le da en el culo.
…………………………………………………………………………………………….
Es un pensamiento un
tanto extravagante.
Es de lo extravagante
de donde extraigo lo mejor de mí misma.
extravagante.(Del b. lat. extravăgans, -antis, part. act. de extravagāri).
1. adj. Que se hace o dice fuera del orden o
común modo de obrar.
2. adj. Raro, extraño, desacostumbrado,
excesivamente peculiar u original.
3. adj. Que habla, viste o procede así. U. t. c.
s.
4. adj. Se dice de la correspondencia que recibe
de tránsito una administración de correos, con destino a otras poblaciones.
5. m. ant. Escribano que no era de número ni
tenía asiento fijo en ningún pueblo, juzgado o tribunal.
6. (Por estar fuera del cuerpo canónico). f.
Cada una de las constituciones pontificias que se hallan recogidas y puestas al
fin del cuerpo del derecho canónico, después de los cinco libros de las
Decretales y Clementinas.
Que sea.
(De ella ya emanaba
ese aire helado, la mirada de cristal…)
Cualquiera sabe los designios de…
Nadie mueve los “hilos” de ti, salvo que aceptes
de buen grado ser una marioneta. (En el arte o en la vida.)
-¿No será usted una de esas abuelitas
neoyorquinas no poco maliciosas que se van pudriendo sin darse cuenta y disfrutan
parte del día degustando licores dulces y chismorreando sin cesar en un
apartamento del Upper West Side, sentadas con la bombonera sobre el regazo
junto a las grandes cristaleras que reciben la luz del sol crepuscular
abatiéndose mansamente sobre las aguas doradas del Hudson?
[Abdicar: sólo los que mueren demasiado temprano
se hallan libres de ello.
“A cada cual su merecido”, rezaba el letrero
sobre la puerta de entrada del siniestro Buchenwald.
Si hubieras perdido el tiempo…
¿No te hubiera gustado ser la Lorelei Lee del
arte?
Digamos, por último, que este pastel no tiene
guinda.
Dio un bocado a… (Le recordó el sabor del matzo de Pascua.)
Yarmulke
de papel de color negro: frente al muro del odio orar por la destrucción total
del mundo.]
-De la que me he
librado, pues. Quita, quita, ¿para qué alargar el “hoy”? ¡Menuda bicoca! Llegar
a octogenaria con los dientes picados y
negros y los demás postizos y el corazón envenenado y seco como un bacalao. Ay,
señor, que me muero de risa.
(En una novela alemana
posterior a la Gran Guerra la heroína de ese modo termina sus días: “¿Pero
tenía la vida humana algún sentido? ¡No, no y mil veces no! Todo esto no es más
que un absurdo montón de trastos viejos…
Y también es ridículo de qué forma tan estúpida se ha complicado el Cosmos
creando seres tan vanos como estos bípedos. Si es para morirse de risa.” Y
nuestra heroína se puso a reír. Y no cesaba de reír, de manera estridente,
continua, y cada vez más alto, y más alto, y murió asfixiada por la risa.” (Hedwig Dohm, Auf
dem Sterbebett, 1919.)
“Hoy” puede ser el 12
de septiembre de 1942, el 22 de febrero de 1954, el 5 de enero de 1967, el 18
de agosto de 1968 ó… el 29 de mayo de 1970 (viernes maldito).
(Si no has perdido la
cabeza durante la Gran Marcha, siempre, siempre, es “hoy” el día de tu muerte.)
Como un material
cualquiera, como un “hecho”, la carne deviene en entropía (aunque la endulces
con bombones rellenos de licor o la escondas bajo la cobertura inocente de una
abuelita), comienza a descuajaringarse, se amojama, se desprende, desviste al
hueso, se evapora, adiós.
Empiezo a…
El artista serio
siempre fue carne de matadero, carne de cañón del bowery, cuando menos de aluvión de estrecheces, de hambre mal
satisfecha acallada con las viandas
venenosas y grasas del puesto callejero de los hot-dogs y de las burgers
de los locales asépticos de moda alimentaria
(qué lejos queda esto de las viejecitas golosas y adineradas del Uptown):
1967,1968…:
bonita época los
sesenta, abrumada y confundida por los efluvios de la lavanda y el sándalo,
pero…:
las ratas acampan por
el SoHo a partir de las cinco de la tarde, cuando empieza a apagarse el sol
desmayado y frío y todo el mundo (todo “ese mundo” de artistas desarrapados)
llega a sus agujeros en el sucio y apestoso vagón de metro cubierto de
chafarrinadas y grafitis y ocupa ilegalmente lofts y edificios vacíos en ruinas con el temor de que en pleno
invierno, a mitad de la noche, irrumpa la policía o los tipos del Departamento
de Bomberos y te saquen a la calle con los cuatro trastos que apilas en los
rincones:
todo el mundo hace
silencio porque la oscuridad anestesia todas las ilusiones.
¿No les basta con que
una tenga que ducharse con agua fría?
¿No les basta con que
tapes los cristales rotos de las ventanas con cartones?
¿No les basta el sucio
jergón sobre el suelo de baldosas agritadas?
¿No les basta con que
comas la carne y la fruta con aprensión por su olor descompuesto?
¿No les basta el agua
de la fuente pública embotellada mil veces en la misma botella que bebes?
¿No les basta con
mirarte?
¿No les basta con tu
desnudez?
¿No les basta tu
inocencia?
¿No les basta tu
miseria?
¿No les basta tu
esperanza?
¿No les basta tu
grandeza?
¡Presuntuosa del
diablo! ¿Y en qué te diferencias tú de un pordiosero o un drogadicto de
Tompkins Square? ¡Eres tan inservible como ellos! ¡A la jodida calle con la
artista!
(El peor golpe en las
costillas siempre es el tercero.)
“Y dio con sus huesos
en el suelo…”, o
“Cayó de bruces en la
acera mientras arrojaban desde el agujero de la ventana Las Futuras Obras
Maestras (los dibujos, los cuadros, las esculturas) junto con la ropa sucia [y
la máquina de escribir] …”
“¿Sabes lo que
significa Häagen Dazs?”
¿En 1966 qué saben
ellos, esta pandilla de esbirros y polizontes asilvestrados, lo que significa
“lógica simbolista”, “álgebra combinatoria”, “análisis de sistemas” o de la
existencia de las leyes de la termodinámica?
Nada.
Hesse:
“Tampoco yo comprendo
ese galimatías de la estructura primaria. Yo soy una poeta. De esas cosas no
entiendo. Lo mío [propiamente] es magia, pues sin yo proponérmelo todo lo que
hago adquiere un sentido insospechado… ¡y muy divertido!”
¿Qué prueba todo esto? ¿Qué nos hace creer que
es usted una excelsa artista y no una…?
Husmee en el Grove, amigo.
(Pero a estas alturas,
tú ya viajabas en una silla de ruedas: directa a la gloria.)
Había que…
¿Cuántos sinónimos
hemos coleccionado hoy?
27.
¿Cuántos…?
Ese libro parece
inagotable.
Me encantan los diccionarios.
(Plan: proyecto, aspiración, maquinación, objetivo,
propósito, programa, intento, bosquejo, borrador, intención, esquema, diseño,
apunte, fin, previsión, idea…)
Interesante esa
maniobra plástica.
Scheme: 144 pelotas de goma Spalding.
Le gustaban las
repeticiones, sobre todo las visuales (dos patos, un par de ventanas, dos nubes
iguales (?), dos líneas más o menos paralelas…) pero también las otras, las
susurradas como un mantra salvador, una especie de conjura contra el pánico
(que ya nunca le abandonaría).
Todas las noches de su
infancia en la América Feliz, antes de dormir, la salmodia impenitente, el
acuerdo inviolable y lenitivo:
Dad, asegúrame
que nadie me hará daño
que nadie nos robará
que nunca seremos
pobres
que nadie nos echará
de casa
que a la mañana
siguiente abriré los ojos.
Y así todas las noches
de la semana, del mes, del año:
Dad, asegúrame que…
Una niñita a solas en
la casa oscura y con las puertas y ventanas abiertas a los peligros de afuera,
replegada sobre sí misma, hecha un ovillo sobre su piel perfumada y limpia,
buscando con la imaginación los rincones más invisibles, puesto que ella se
halla inmóvil, sin hacer el menor movimiento, y casi no se atreve a respirar,
aterrorizada por el latido de su corazón delator, quieta en una noche perpetua,
sin amanecer, sin el trasiego de lo vivo y las voces mañaneras.
Y, años más tarde, la
más valiente entre mil: “Sólo trabajando en lo desconocido, arriesgándolo todo,
con la máxima libertad, acaece lo posible, porque todo es posible, incluso lo más inesperado… y entonces, aparece
algo nuevo…” (Pero sólo lo nuevo, lo verdaderamente nuevo.)
Sí, eso es. Algo que
ha transubstanciado es lo que parece y, sin embargo, ahora puede ser cualquier
cosa que imagine cualquiera de nosotros.
Y, todavía años más tarde, un mal corrosivo urge
a las obras de la artista a esconderse, a abrigarse en la noche artificial:
envueltas en su manto protector se escudan contra los rayos del sol, como esas
bestias agazapadas siempre en la oscuridad por temor a ser destruidas por la
cuchilla de la hiriente luz:
“No pueden ya salir a la luz”, sentenció contrito el Curator.
¿Habrá sido su vida documental?
Ya no es. (Un artista oculto, un untergetaucht.)
Déjalo ya…
Escondida en el
sótano: bonita solución final.
-¿Cómo acaba uno?
-Muerto.
(O si antes de muerto,
loco.)
Ya la primavera en el
aire; pronto, los frutos del verano.
(Algo de más allá me
toca, arde sobre la piel, siento el abismo al otro lado de la ventana de este
hotel de la muerte, la nada blanca y vacía.)
¿Dónde estás?
En pleno viaje. En la
luna. Piso su suelo gris y desolado con olor a ceniza, y contemplo, muy cerca, una gran esfera azul y blanca
suspendida en el espacio negro.
Si muere demasiado
temprano (¡hay que evitarlo como sea!) será como una muñeca pegada en dos
mitades (¿no lo ha sido siempre?). La sensación de que todo en este mundo es
dual intensifica el temor hacia una desgana suicida (que además es inoportuna
cuando la enfermedad del cuerpo se basta a sí misma para hacerte desaparecer),
puesto que esa dualidad no hace sino ratificar lo grotesco e innecesario de las
verdades absolutas. Nada absolutamente
es excluyente. Gracias a esa revelación la aceptación de la diferencia, de la disparidad de tu obra
respecto a la ajena, hace que la credulidad se imponga y aceptes de buen grado
el arte de los demás como apruebas el tuyo propio tan disímil respecto al de
ellos.
Déjalo ya…
Ya no le gusta
dibujar.
En cuanto a los
colores…
(Tendrás que ponerle un fin, si no, no sabrán cuando acaba la farsa… o comedia de los errores.)
(¿Fin?)
Déjalo ya…
(Ella es…
en el espacio y el tiempo: en lo intangible: punto y final.)
Nunca le había gustado
la obra gráfica de los artistas. De cualquiera de ellos. Ni la de Picasso o
Duchamps o algún otro gigante. Ni siquiera los dibujos, las litografías, los
grabados en plancha de cinc, de acero, en madera de boj: sucedáneos enmarcados
en media caña y bajo cristal protector (¡incluso en cristal mate!) para acabar
colgados encima de un bonito aparador o en un estante entre una docenita de
libros de bolsillo (a cada lado).
Tiende a lo
sacramental (si bien, con humor) a la editio
princeps. Las obras, las obras (aun sin enmarcar), decía dibujando en el
aire un ademán desdeñoso.
Lo suyo, sus obras, se
autodestruye, señores:
el arte es un
cataclismo, lo demás, la ampolla vacía, la papelina, la jeringuilla, la raya… los restos, las huellas de un alma
solitaria…
Nunca se sabe cómo
acaba el conejo de la chistera. Será incomestible, seguramente.
Una siente más la
vecindad de los muertos, de la nada
(¿qué sería la nada sin los
muertos?), que el bullicio de los vivos con sus maniobras y actividades
realmente indescifrables y absurdas más
allá de la ventana. Querer algo, y demorar o malbaratar o enmascarar esa
querencia en el trajín diario e insulso (y los años pasan). Dijo: “He tenido
una buena vida. He cumplido con mi deber.” Y no se detuvo a pensar las otras
mil que nunca viviría, el millón de lugares que no conocería. Lo que pudo haber
sido y no será.
Yo lo fui (yo, fui yo). ¿Qué importa lo demás?
Lo demás son miles de millones de otros yo.
Ahora ya no hacen
falta ambulancias.
¿Sabe usted el camino?
“No tiene pérdida”,
dijo dulcemente: y se volvió cara a la pared silenciosa y paciente y entró en
un sueño de seis días y al cabo de ese tiempo dejó de respirar. Y murió.
Hay que ver lo que
avanza una en su viaje al más allá estando quieta.
Y, fijaos, a su debido
tiempo, como mandan los cánones de la desgracia.
¿Hiciste algún pacto
con el diablo?
Más me hubiera valido…
si terminar así.
Cómo decirlo…
Quien busca lo difícil encontrará dificultades.
La naturaleza es
ciega, y los dioses no existen por
voluntad propia.
¿Quién o quiénes han
inoculado, pues, este veneno en la sangre, la manía de las preguntas?
Sobre mí recae este
castigo, y no obtuve recompensa alguna en el pasado.
Salvaste la vida en la
infancia: “Pero eso fue porque me llevaban de la mano de un lado a otro.”
Esa salvación no vino
ni del cielo ni del infierno, lugares que en nada cotizo.
Esa mirada suya de
condenada: durante mucho tiempo le dejaría un sabor de polvo y ceniza en la
garganta.
Cómo decirlo…
“No me molesta
confesar mi ignorancia de lo que no sé; lo que me turbaría en gran manera es
parecer una ignorante en lo que sí sé.”
¿Tu arte? Dales en la
cabeza con algo más sólido que una barra de hierro.
Había que…
Los dos agarrábamos
esa declaración al mismo tiempo, cada uno por un extremo, como se agarra una
cuerda.
(He aquí un hombre que
no quiso ser feliz. En él reinaba la tristeza como una piel pegada a la otra
piel de la carne: “Si soy feliz, todo lo que me rodea bajo la luz del sol será
verdad y yo sólo sé vivir con los ojos hacia adentro.”
He aquí un hombre que
no quiso ser feliz, y eso es fácil conseguirlo, basta con hacer lo contrario
para serlo, pero le acongojaba allá donde fuese en Nueva York la tremenda
visión de los Bowery Bums. Le
perseguía como una sombra viscosa, como una sombra del maloliente futuro tras él que no daba tregua.)
Vives y andas sobre una esfera: el centro, pues,
eres tú: todo gira a tu alrededor, caminante afortunado o no.
Aunque:
palidecía el escenario
de los otros, pero nada lograba sustituir aquella disipación que gradualmente
los iba tornando invisibles: todas las imágenes que generaba su pensamiento se
amontonaban en un interior de oscuridad, anidaban sólo en la negritud.
Boqueadas como las que
acelera desesperado el pez que se retuerce y salta sobre la cubierta de la
barca, con las branquias palpitantes y pavorosamente abiertas, desnudas lejos
del manto de las aguas secándose al sol, ineficaces… Tal como su impetuosidad
plástica de última hora, ese arrebato creativo que no eludía muy deliberadamente,
con coherente determinación, el feísmo de su apariencia y la asquerosidad de
sus materiales.
Pero también parecía
existir un elemento apocalíptico en toda aquella fealdad, un contenido, al
menos en parte, visionario y escatológico del derrumbe final del ser humano.
¿No serían esas reflexiones previas el resultado de la lógica aprensión hacia
su enfermedad real, física e irremediable? Una perturbación sí lo sería. ¿Y no
podría todo esto incluso ser inconsciente en ella como artista, como si una
fuerza que no podía intuir la arrastrase en sus obras finales a una desmesura
matérica verdaderamente repugnante, a materializar con esos repulsivos
componentes una viscosa representación del mal que la destruía?
En cuanto a él: pone
fin a muchas cosas:
FIN (la mejor manera de…).
Seamos serios:
y así da por concluida
la labor de la jornada de las mil páginas, como en una película, para que se
entienda perfectamente que la cosa ha acabado, que puede uno levantarse de la
butaca aún en la penumbra o cerrar el libro sin estrépito y abandonar la
biblioteca pública, que puede uno volver a su casa o entretenerse andando por
las calles, o si lo prefiere tomar una copa en alguno de los bares pequeños y
oscuros del Village o acogido por el
anochecer sentarse en el banco de un parque del centro no demasiado
lejos de casa, no demasiado lejos de nada, cerquita de sí mismo, dejando que
sobrevenga la noche.
Site/Non site.
En cuanto a él,
decíamos (todavía más), no era en extremo difícil comprender la existencia de
un cierto platonismo en su vida (al contrario de lo que pudiera pensarse, eso
era un mecanismo de defensa, un escudo ante las asechanzas seguras del día
siguiente): le bastaba con posponer la cristalización, por saberlo a su
alcance, de aquello que más ansiaba reprimiéndose a veces (o casi todas las
veces, o todas las veces) en una especie de juego masoquista, de una
virtualidad rara, puesto que le alentaba interiormente la absoluta seguridad de
obtener y disfrutar una satisfacción más tarde o más temprano en lo que ya sabía suyo (incluso cuando era consciente de su propio final un día
u otro, quizás en el minuto de después:
dilataba ejecuciones, demoraba complacencias, y al hacerlo sentía que
contrataba un seguro de vida, un alargar los plazos del tiempo caprichoso o fatal
hasta que colmara aquel deseo).
Déjalo ya…
Maneras de una quête.
Lo siento, confesó
alguno de los dioses, no hay una regla para acabar bien.
En cuanto a…
Hay cosas que nunca,
nadie, alcanzará a saber. Esperar:
(morir vieja, con
todas las articulaciones fuera de sus goznes).
Cómo decirlo…
(Mira el montón de
trastos (todavía) sobre el suelo: está indagadora la chica: sólo le falta una
pipa meerschaum en la boca.)
Déjalo ya…
No hace falta que sea
la Nave de Delos (que asoma la orgullosa madera de su proa por el horizonte
azul marino).
Todo más doméstico,
como sin importancia en la ciudad de los diez millones de habitantes.
Ella, que espera.
Como el romano ilustre
que veía llegar su fin al costado del mármol y el agua límpida y tersa de la
gran bañera envuelto por los vapores fragantes (la túnica blanca e impoluta y
la mano sobre el seno desnudo de la doncella reclinada a su lado, la copa
rebosante del vino del color del oro y las uvas brillantes y violetas del
racimo, la desafiante sonrisa a la tierra y sus asesinos, el desprecio al más
allá...)
Era inútil esconderse:
disfruta de la muerte.
Es raro, sí, este cese
de la agitación.
Queda el pasado:
fogonazos de él, destellos súbitos, sobresaltos como relámpagos y, a veces,
placientes imágenes, y con suerte, un bello recuerdo como un claro de luz en el
bosque cubierto por el denso tapiz de las hojas caídas.
Y lo demás…
inventarios, listas a las que tan aficionada has sido.
¿Recuerdas, sí, un día
cualquiera de antaño? un viernes de junio del 69, el 20 por ejemplo:
a las 7,11 te
despiertas con angustia y miedo, indefensa e irreconocible
¿quién soy?
¿quién era?
te has levantado a las
7,32
bebes despacio un vaso
de agua
a las 7,38 sigues
mirando un cuadro azul colgado en la pared
a las 7,46, ya bajo la
ducha, los sueños de anoche se han
desvanecido por completo
te has aseado
has ordenado la cama y
los trastos en la cocina de la cena de anoche con J., D., L. y M.
a las 8,34 horas te
has plantado en la calle –¿llueve?, ¿hace fresco?, ¿hace viento?, ¿hace calor?-
compras el Times
desayunas en Virginia’s Room mientras hojeas el
diario
te acercas a la
oficina bancaria y cobras un cheque (47,50 dólares)
llegas a casa (9,17) y
te encierras en el taller hasta las 12,48
(alguien llama al
timbre a las 11,13: no abres la puerta -informe del hospital o una carta o la
visita de un amigo o la irrupción de un entrometido o la llamada de la vecina
de al lado que pide ayuda o el timbrazo de un desconocido que se ha equivocado
de edificio o…-)
a las 13,07 almuerzas
algo con G. en la terraza de Spin
(Houston con la Segunda Avenida), pues hace un mediodía cálido y apacible
acudes a la librería The Green Train, breve charla con Yeats
y: Seymour: a Introduction y un tomo
(II) de los diarios de V.W. (4,75 dólares en total)
a las 14,21 te reúnes
con J. y S. en el bar del 93 de Bowery, donde tenéis una conversación
intrascendente (alguna que otra maldad acerca de…) y bebes una copa de un vino
blanco de un sabor muy afrutado (excesivamente
afrutado)
vuelves al taller
(15,09) y trabajas (Tori) hasta las
16,12 de la tarde
(sobre las 16,13 te
asalta el recuerdo de unas líneas leídas en un libro de… -no puedes atinar con
el nombre del autor, por un instante te quedas con la mente en blanco, con la
mirada fija en un punto invisible del espacio, que es lo que media entre tus
ojos y las cosas, el objeto, quedas inmóvil, casi sin respirar, y todo
alrededor, difuminadas las cosas, el objeto ha muerto, aunque es visible, y
está ahí-)
a las 16,27 entras en
una peluquería de Kenmare Street, donde tenías cita para esa tarde: por la
noche toca teatro
compras un mazo de
hojas amarillas y media docena de minas para el portalápiz
compras dos bolsas de
fruta en el puesto de la esquina
charlas con …
vuelves a casa a las
18,05
hojeas un libro (pasas
las páginas buscando algo)
vuelves a ducharte
cuidando que no se te moje el cabello
hablas por teléfono veinte minutos con S. sobre
la exposición en Castelli para el próximo diciembre, aún abrigada con el
mullido y suave albornoz azul que te cubre hasta medio muslo
a las 19,06 recobras una línea de un libro
(otro) que apuntas en el cuaderno secreto
a las 19,09 tienes otra vez miedo
a las 19,11 maldices a dios (a todos ellos)
a las 19,24 sales de casa
a las 19,39 te reúnes
con B. en Fischbach
cenas a las 20,03 en Sub con B., L., G. y A.
a las 21,45 función de
teatro off-Broadway: Satan in the kitchen
a las 23,58 en casa con H.
H., sin desayunarse
siquiera, pero sí duchado, se marcha a su casa a las 11,19 horas del día siguiente.
Déjalo ya…
Cómo decirlo…Hay cosas
que nadie, nunca, alcanzará a saber.
Como no saber, vivo,
lo que serás después de muerto.
Como pensar en un dios
(alguno de ellos) omnipotente y creador y no descubrirlo jamás ni a él ni a su
morada en el universo. No sabrás ni su Forma Perfecta. Ni su Color. No verlo jamás.
Ha llegado el día
grande de su ira: el aceite y el vino, ni tocarlos.
Eras un sueño.
De repente
el árbol comenzó a
caminar junto a ella
y eso le hizo sentirse
muy bien
verdaderamente
protegida
bajo su fronda
primaveral.
Tal vez sus poemas…
En cuanto a…
Pero la poetisa
confesó en voz alta y grave y enferma por el humo de un millón de cigarrillos
poco tiempo antes de acabar sus días voluntariamente (algo que ella, ella, Eva
Hesse, ¡nunca haría, nunca!): “Es difícil, es difícil morir bien.”
En Eva Hesse la muerte
fue fácil, porque ella no quería morir, no quería morir jamás. Le vino así,
como a traición, como algo absurdo por inesperado, fíjate tú…
-Hola, muerta.
-¿He estado alguna vez
viva?
-Sin duda, si ahora estás muerta.
-¿Y cómo es que no recuerdo nada?
-Esa es la gracia que
te concedemos nosotros, los dioses.
A rodar.
El mundo de afuera…,
esa transparencia en manos de un dios realizador cruel, borracho y lamentable.
¿Tras de ti? Relics. Chorradas en el fondo.
¿Ves a William Shakespeare por algún sitio?
¿Que no habrá trazado Right After a base de pentámetros
yámbicos?
Deja al espectador de
la comedia de la vida y sus pompas frente a una de tus obras durante un buen
rato, delante de alguna de ellas, cualquiera de los inquietantes engendros: ¿se
sentirá subyugado por ese carácter durático del que hablaba tu compatriota por
partida doble Benjamin?
Como artista que es,
será generosa en la hora de su muerte (desnuda te vas de la orilla, atrás dejas
lo del mundo, pues lo que tuviste por muy alto, largo y ancho o sus contrarios
que fuera de él… a él le pertenecía, el mundo era dueño de lo inmaterial, hasta
de tu pensamiento y hasta de todo lo invisible e inimaginable, hasta de ti era dueño).
No, hoy no era mala…:
nada entendía de ese dios que, desdeñoso de la palabra, empuñaba la espada.
Eres artista la más
pródiga sin duda (por ello mueres amada por nosotros), más generosa de ti que
de todo lo material que legas (sólo trastos), se diría que, humildemente, hasta
te has troceado meticulosamente, trocito a trocito de carne, de músculos y
huesos…: donas hasta tu alma, que es aquello que se concreta más allá de las
industrias y afanes del cuerpo.
“Yo fui artista porque
quería soñar… No soñé nunca ser artista.”
Al igual que un
Caballero Andante:
“… dio su espíritu (podéis despedazarlo cuanto
gustéis), quiero decir que se murió.”
Déjalo ya…
El tiempo, esa malla invisible donde se hilan el
pasado y el presente, se anudan al futuro también invisible, se aferran…
Ese viejo cordel, ese grumo de pestilente
polímero, ese polvo de óxido, esa… eso, ¿es un signo o es una idea, un objeto?
Eva Hesse
Catalogue
Raisonné
1938: Raya azul.
1939: Goterones ocres, media raya negra;
líneas azules cruzando un círculo (digamos, ovoide); línea quebrada; manchas de
tinta china; goterón negro (digamos, casual); rayas verticales sobre cuadrado
irregular.
1940: yo;
yohelen; yocolegio; yocalle; yoarbol; yojuntocasa; papaymamacogidosdelamano;
perrosolo; helenlatonta; yoazul; yoymama; yoypapa; papá; mamá; helen; yosola.
1941: Tren
rojo con cielo azul y nube blanca;
Paisaje con oveja; Árbol azul; Mi amiga Rebeca; Helen vestida de rosa; Perro;
Hierba verde y sol amarillo; Hombre;
Hombre y mujer; Gato y piedra; Papá y cigarro.
1942: Barco
en el río; Mi habitación; Mi calle; Autorretrato; Mujer con
vestido verde; Eva y muñeca vestida
de azul.
1943: Eva mirándose en el espejo a los 7 años…
¡Eva mirándose!
¡Mirándose!
1944: Nace para el arte EvaPicassoHesse.
Condenada o salvada in absentia.
Todo se torna sombrío en esta hora de luz…
“Evchen, cariño, di adiós a mamá.”
¡Let the show begin!
Gradualmente la luz iba apagándose hasta convertir en grises
las manchas doradas y decadentes de la tarde que desfallecía. Y de repente todo
se agrisó, la luz se hizo gris, y se aposentó donde quiera que mirara, y los
olores también grises se intensificaron hasta causarle vértigo, como si de un
momento a otro fuera a nublársele la vista, y el olor de la hierba cenicienta
que le rodeaba, el empalagoso aroma tan dulzón de caramelo que emanaba del niño
rubio y serio que a unos pocos metros de él le miraba sin pestañear, el extraño y arcádico olor a humo de leña
cuya imperceptible huella elevándose a un cielo gris pero más claro que los
otros grises, se diría que un resplandor platino, no pudo descubrir por más que
escudriñara en lo alto, le hizo cerrar los párpados definitivamente, creerse
muy lejos del mismo corazón de aquella ciudad donde todo parecía cruel y
destilar hostilidad, lejos de Central Park que nunca pudo enmascararse a sus
ojos debilitados en un refugio y convertirse en una arboleda fantástica de
cascadas de aguas limpias y bosques sagrados, de ninfas y faunos salvajes,
libre de la vigilancia y el cerramiento atosigante de las moles erectas que
cercaban el paisaje verde y azul o dorado o gris con sus temibles y frías
murallas de piedra, monstruosas láminas de cristal como fría agua gris
congelada y frío acero gris.
Era noviembre. Era noviembre y él era un solitario en la
ciudad inabarcable de todos los tiempos. Era noviembre y era después de la
muerte. Era como si le penetrara la carne un frío gris e inclemente, un aire en
forma de suave cuchilla de desasosiego que preludiara la soledad y la noche en
El Gran Parque de El Hombre
del Pelo Blanco.
Era noviembre gris.
Y
entonces, el niño de oro (tan patente era en lo gris) se dio la vuelta, y
empezó a alejarse de él con suma lentitud pero como si huyera de él y su
perplejidad, y de cuando en cuando volvía la cabeza con parsimonia como si él,
extranjero, solitario y fugitivo sentado en la hierba gris le diese lástima, y
cada vez se acercaba más y más el niño hacia el lago gris y entonces ya no
volvió la cabeza y continuó andando hasta que pareció que se disolvía en el
aire gris por encima de las aguas de frío y gris metal. (“No
has crecido.” “Tú, tampoco.”)
¿Existe yo?
Sobre el océano.
En el avión. (En la nave.)
Regreso a Ítaca.
Al cabo, la cabeza humillada, rendida sobre el
regazo de Jennie, la de los ojos verdes.
Mujer de nieblas, de
tierra y agua, barro al fin.
Oigo una dulce voz.
Despierta.
Sería yo Butes El Ahogado, vencedor en Troya,
guerrero tras el canto.
Que sea, sirena.
Hesse, Eva.
(Hamburgo, 1936
– Nueva York, 1970).
Escultora
estadounidense
de origen
alemán.