domingo, 25 de febrero de 2024

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Puedo ir hacia delante y hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo: una tela de araña (una tela de araña bastante hedionda, la verdad, pues su materia química altera los sentidos) diseñada a conveniencia para excursiones, trapicheos mentales, licencias que den entrada a la perversidad.

¡Cómo odia Evchen a esta provecta llorona condenada a muerte, este ser perdido en el absurdo del vivir adulto que tanto la ha traicionado! ¡Que va a matarla!

“¿Qué eres, Hesse?”

“Una obra (no de arte) que retoco al levantarme (pero que tampoco me atrevo a reconstruirla de nuevo)”.

Jamás ha sido una niña inocente. En todo caso, indefensa, algo confusa, digamos. Pero ya las veía venir. Con la vista baja, se tomaba su tiempo con la daga escondida bajo la falda corta.

Salidos de una inmensa fábrica los muñecos humanos, alineados bajo sol, todavía inmóviles, intactos, puesto que aún no les han dado cuerda, y entonces el dedo atroz elige: blanco o negro o enfermo o poeta o:

“apto para los golpes.”

Hay hombres y mujeres tortuga: se mueren despacio, muy despacio, pero no hacen nada, viven doscientos años sin hacer nada, desaparecen sin dejar huella, silenciosos e inanes… Y otros, sabios y listos,  condenados a la nada prematuramente, sin ton ni son, por mero capricho de una naturaleza estúpida e inexplicable, por algún error predestinado hace cuatro mil millones de años, los corta de cuajo de la tierra, los…

El suicida, ese ser abyecto que se dedica días y días antes de la misa en seco a pensar qué medios utilizará para poner fin a su vida, disimulando frente los demás, mezclado entre los transeúntes y puede que hasta con una bolsa de Macy’s en la mano con alguna prenda de ropa recién comprada, andando, respirando, alimentándose, incluso durmiendo… Al final, se lanza al vacío, y nadie, nada, es culpable: es la muerte más libre de culpa hacia nadie, la más simple y rotunda, el cuerpo cae, cae por sí solo, no te defiende, y tampoco ningún obstáculo ni fuerza milagrosa se interponen en la caída brutal  y definitiva contra la acera.

Despierta: “Hola, Eva”, se dice. Sigue tumbada en la cama. Pero en seguida le sobreviene el desconsuelo: “Reflexionar cuando eres una moribunda es una pérdida de tiempo… Pero levantarte, moverte, vivir, beber un vaso de agua, abrir un libro… es una falsedad.” Se angustia más tarde, mirándose en el espejo, descifrando el espectro que adelanta el azogue indiferente al tiempo: “¿Qué vas a hacer, Eva, hasta… hasta…”

(Hiere más la palabra que el pensamiento que sigue y sigue…)

Y no hay culpables… ni siquiera tú lo eres.

Dijo: “Todo suicida se debate entre el deseo de muerte y el deseo de demasiadas cosas.”

Todos los suicidas mueren con sed, de una sed insaciable, que fatalmente los deja secos por dentro, como cañas huecas.

Mi vida por las de 10.000 suicidas:

¿Qué ocurre con aquellos que abren la puerta de casa un día, salen afuera y se encuentran de frente con una muerte a destiempo, con la que no desean trato alguno, se topan con su máscara de dolor y finitud, con el tajo directo al alma (¿y qué fluido se vierte al suelo del alma herida de muerte?), al núcleo de la estrella que ellos son?

¿Con qué se encuentran? ¿Con qué metal implacable? ¿Con qué despertar gélido y blanco?

No con el niño de oro.

Echa mano al Diario: el pago a Asclepio.

Que no sea tu Diario un rosario de lamentaciones, impotencias y quejumbres: mejor la página en blanco: dice más, mucho más que una lágrima, tan pueril y común a los mortales, tan al alcance de un niño.

Y no cuentes nunca tus sueños: invéntalos. No se lo creerán de todos modos.

Y esas frases que lees en los testamentarios de muertos y sentimentales… ¡Dios mío!: …me conformaba con tan poco que  padecí  todo el sufrimiento.

Gran combinatoria de las palabras, ese muestrario incesante e inagotable…:

“Esa frase (oh, gran dios de los adolescentes y mugrientos quioscos cuando el pulp y el tebeo de la Marvel) parece salida de lo más granado de las hard-boiled.”

¿Recuerdas algunos de los libros robados, pero robados de verdad, sin arrepentimiento, no devueltos?

Papa you’re crazy,

Lebensanschauungen der Grossen Denker,

Le rouge et le Noir:

Tu ambición es el fácil instrumento de que se valen los otros para dominarte.

Pero lo mío no es ambición, es indiferencia hacia el trabajo de los demás (aunque lo respete por el mero hecho del tiempo que emplean en ello).

En el mundo del arte existe un equívoco muy generalizado: es fácil confundir la ambición con la vanidad. Ambiciosos son los que se destruyen finalmente a sí mismos (¡después de todo!) o se han tornado invisibles, los anónimos; el exhibicionista sin embargo… siempre con la boca abierta, como el animal de presa.

Sontag: el arte es una forma de conciencia.

(De ahí que sea fácil constatar que el sesenta por cien del arte contemporáneo es una filfa o un malentendido: se halla asediado e invadido por narcisistas.)

Sé que sé.

“No me arrepiento de nada.” (¡Imbécil! ¿Cómo es posible eso?)

Sólo los genios se arrepienten de todo.

Hesse, ella:

Prefiere To The LightHouse a The Waves,

Munch a Kafka,

el opus 131 a la novena:

Una línea trazada en el lienzo te compromete, te sume en el riesgo…

Lo demás, una habitación colmada hasta el techo de libros que no han de ser leídos.

A rodar.

“Eva”, sigue diciéndose, “tienes miedo.”

Pero una vez en la acción, ¿quién sabe para lo que estaba destinado?

Llaman desde el hospital…

La pequeña Evchen, que se escondía debajo de la cama…

¿Dónde puedes esconderte tú ahora? Más que la gran desmesura (inacabable) de su hoja curvilínea teme de la guadaña su filo criminal y silencioso (infalible). ¿Dónde esconderte?

El arte es una forma de vivir, y los que mueren a través de él… ¡todos esos mastuerzos…! Alejados de la isla, abandonada ya la Hispaniola, al otro lado del mar, malgastaron el tesoro.

Ella, yo, sin embargo, tuvo placeres que no podía compartir, goces que en el fondo no eran sino la ausencia absoluta del mundo de los otros, el misterioso refugio de ella y el arte, distante de un ajetreo turbio y ajeno, a salvo de eso… del mundo, tan hacia dentro de la cosa misteriosa que es Hesse, aún en el mundo.

¿Cuándo dejas la adolescencia atrás? Cuando cesas de sufrir por sentirte incomprendido (¡qué sarcasmo en un artista esa incomprensión!), tengas dieciséis o treinta y cuatro años.

Es difícil reconciliarse con un llorón incluso aunque esconda un cáncer dentro de sí.

No te lamentes, moribunda, sólo el dolor físico es indigno de vivir, nada hay en el mundo tan valioso que exija el sufrimiento en balde a causa de la enferma y miserable corteza que nos cubre, si acaso el esfuerzo, el coraje, hasta la rabia y el fracaso (que tú siempre debes creer que es el éxito definitivo).

Una ella dijo que había soñado que lloraba.

Otra ella se despertó llorando, sin recordar por qué.

Ella, en la mitad del día, bajo la acogedora luz del sol o guarecida del frío, aún viva, se compadecía de las dos.

¿Qué es un mago en lo más negro de la noche, lejos de las luces?

El verdadero artista encandila de noche (al costado de una vela, como Klee) y de día (bajo el inmenso sol, como Van Gogh).

Y al cabo, pegado a la piel el temor no a fracasar, sino al hecho, no tan insólito por otra parte, de no ser lo que uno sabe que es.

Mírate mejor: cuando enciendes la luz y todo a tu alrededor se tiñe de amarillo, esa odiosa claridad eléctrica, es cuando más desnuda te sientes, sin atuendo ni máscara: cuentas los días que quedan (aunque nunca supiste la suma auténtica de ellos por venir, pues ya pensaste desde antes de la enfermedad que esa ignorancia es la eternidad) y te asombra los muchos que pasaron.

Estaba pegadita al cáncer (que no la atenazaba, después de todo, la dejaba ir, moverse de acá para allá sin desplomarse) como la puerta a los goznes que la aprisionan.

¿Dónde te encontraré?, preguntó antes de colgar el teléfono, cuando ella ya estaba a punto de cerrar el libro y acostarse, y aún no era la noche.

En el Cuaderno Verde.

Tal vez fuera el Cuaderno Amarillo.

Right After.

(Construye esa araña un laberinto de tela pegajosa sin entrada ni salida, sin los cuatro puntos cardinales, sin a lo alto o a lo bajo, sin lados, sin adentro, sin afuera.)

A nadie le conmueve la muerte de un desconocido, la muerte mía, y, sin embargo, esas muertes son la muerte injusta de un niño, la misma muerte de tu madre, de la tuya propia. La muerte siempre es igual a sí misma, en todos, en cualquier instante, en cualquier época, jamás se ha disfrazado a la moda (pues eso lo deja a la formas de morir).

Y, el tiempo…

Pero no, no es el tiempo la herida (y el poeta infame añadiría “allá por donde desangra la vida”), es el puñal que ni siquiera elige el lugar ni el instante donde asestar el golpe definitivo: no anega la boca el sabor de la sangre, sólo el metal y en seguida su óxido, la ruina que se cierne sobre todo lo vivo.

Cuanto mejor el ensueño que el sueño. Mas si a la medianoche aún no te has dormido, todo en el cuerpo empieza a doler, aunque te hayan cercenado la cabeza del tronco, todo empieza a doler, y tienes miedo a levantarte de la cama, pues las piernas son como cuchillas que se hendirían en los costados, y renuncias al vaso de agua a pesar de que te arde la garganta, y dejas la mano quieta pues allá donde se posa agranda el tamaño de las cosas y un hormigueo insufrible parece horadar su palma, atravesar el envés, y cierras los ojos como buscando un refugio  tras los minúsculos pero poderosos párpados que te libere de la espera, del cálculo terrible hacia atrás mientras te aplicas en el yacer.

Todo en una mujer es selva, ¿de qué se quejan, entonces, esos hombres excursionistas? ¡Cobardes con trajecitos y pantalones recién estrenaditos! ¡Se descubre hasta la raya planchadita!

El amarillo tiene su hora, su tiempo: un momento de extraña densidad en el aire, como si empezara a solidificarse, a hacerse materia, o hacerse piedra, y venirse al suelo (pero sin estruendo, como deslizándose hacia él, descendiendo suave).

Era la hora amarilla, y no era precisamente la tarde.

¡Qué lejos la hora azul!, que es líquida, como la mañana aún transparente del verano.

Sé que antes de morir, pero con el yo muerto, estaré colgada de la vida, en el borde del vacío, pero ahí, todavía unos pocos días, como la prueba viviente de que sí fui.

En todas las épocas, el arte se vale de algunos artistas, de muy pocos artistas, para resucitarse a sí mismo:

con los ojos cerrados, desde mi coma de quietud mineral, desde mi inconsciencia fatal, aguardo la resurrección (al menos, esa), aun cuando mi obra con el tiempo se desmorone como algo podrido e irrecuperable: fue, entonces, sagrada.

Pues, ¿sobre qué se erguía tanto orgullo y coraje? Sobre la absoluta certeza de que al morir lo perdía todo, y eso la obligaba en el alquímico ejercicio del arte a arriesgarlo todo. (Y aún tuvo tiempo de ver que moría demasiado temprano, y eso hizo que las obras finales…)

Nunca hay misterio. Quizás algún secreto, un malentendido, pero…

Y, sí, en efecto, quien alardea de que en la obra de arte existe algo más que no se ve, ha trabajado la nada. Significativa o no, la obra que se ofrece a tus ojos es todo lo que hay: lo que no ves, no existe.

¿Misterio? Muchos de los artistas modernos hacen del suicidio una amenaza constante en su obra: no por ello son mejores o peores creadores, pero ese afán destructivo sí es capaz de modificar el sentido de una poética, aunque no de sacralizarla definitivamente o abolir por completo su intención original, bastante menos pretenciosa de lo que pudiera parecer inserta en ese contexto artificiosamente dramático.

Hay un arte interno: apenas sale al exterior: asustaría (que se queden con lo residual).

Si está, es.

¿Qué figura geométrica te atrae…?

Las huecas.

No se corrige una obra, corriges un pensamiento, si acaso una idea que ha sido susceptible de materializarse en alguna de su millón de formas posible.

¿Por qué a ti?

Ciego (pues tú lo ignoras todo) es el hérem que recae sobre tu cabeza descubierta por culpas desconocidas. O quizás has sido una mala judía que renunció al lenguaje del dios. O quizás reconoces tus culpas y tu carne mortal se resigna al castigo.

Viéndoles (a ellos, algunos afortunados):

“Hay gente que no sabe que va a morir... Comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles, se casan con el primero que encuentran a mano, les importa un bledo la geografía, no saben qué es el sol, lloran al oír el himno nacional, creen en los dioses justicieros escondidos tras las galaxias, a cada momento les engaña el espejo y su sonriente y pagada faz reflejada, tienen un hijo como el que tiene un buen día, duermen como benditos, amanecen cantarinos como pájaros, se lanzan a la calle, comen un sándwich sin dejar de andar, compran cosas inútiles (etcétera)…”

Déjalo ya…

Aquel francés que revelaba la geometría en la naturaleza…, ¡y yo que descubro los paisajes en la geometría urbana!

No llegar a vieja, no alcanzar esa mañana crucial en que empiezas a mirarte desde adentro, a contradecir la imagen en el azogue, a comprender que ya nunca habrá acuerdo ni siquiera pacto decoroso entre dos imágenes tan adversarias: la que tú tienes de ti misma y sientes sobre la piel sin mirarte y la otra del espejo que se empeña en desangrarte la carne y poco a poco la vida.

Ella, la artista que piensa,

no se morirá de golpe… se desvanecerá, se irá muriendo mientras su corazón late y la sangre transita por las venas ignorantes de la inminente parálisis.

La agenda de mujercita previsora,

antes de morir, “pasar a limpio” las obras (à la machine): una atadura aquí, un pliegue allá, la colgadura exacta del hilo...

Un último intento (a ver, a ver…):

-Suicidas del mundo, cambio cáncer terminal (y así salváis el alma) por hastío, apatía, impotencia, miseria, desaliento, asco… (¡ya sabré yo qué hacer con todo eso!).

Octubre 69: ¿qué iba a pedir, a suplicar en el nuevo alborozo del año?

El cuerno del carnero sólo grita a tu oído obscenidades, te insta a arrepentirte… ¿de qué? Ya ha caído sobre ti la maldición. Y yo sólo cumplía mi deber viviendo, ¿quién lo hizo mal?

30-31 de enero (1970). Qué horrible lo de anoche. Me dormí, y tuve miedo… ¡de despertar! ¿Es que has perdido el juicio?

“No te abandones, no te abandones”, me decía a mí misma (como si yo fuera la culpable): “no te dejes vencer”, sería el arma en la mano: “¡no abandones!”, el grito de guerra adecuado. Ganas todas las batallas, absolutamente todas (no me dejé abatir jamás, lamía mis heridas, liberaba prisioneros, de nuevo acrecentaba el vigor, armaba mi brazo, volvía a la lucha), y pierdes la guerra. Así es.

El 7 de marzo una luz especial acaece… siempre: 1966, 1967, 1968, 1969… (del sol benéfico, o sólo la luz del cielo gris, pero es una luz especial, a media mañana, a media tarde).

Sueño de cuchillos. Y, a la noche siguiente: el mar, un mar de color ceniciento entreverado de grises plateados como la hoja del cuchillo (uno de ellos) por el que podría andarse, al modo de aquél que andaba sobre las aguas y dejaba maravillados a quienes lo contemplaban (con lo fácil que era hace dos mil años andar sobre las aguas…).

Qué raro los árboles con las hojas amarillas (y era su último otoño):  cuesta imaginarlo si no lo ves: como una niña, creí que siempre eran verdes.

Un árbol con hojas azules. Con hojas blancas. Con hojas negras.

Martes, 17 de febrero, 1970.

No es el día que se apaga de pronto, eres tú quien se da cuenta de pronto que el día se ha apagado, afuera todo ya languidece entre las luces eléctricas del frío invierno (y qué extraña imagen, pues siento que ya no me pertenece, que es un invierno “en el que yo ya no existo”, y sé en este instante con absoluta certeza que así serán los inviernos después de mi muerte, y esas luces eléctricas, y el rumor de fondo de la ciudad, y este extraño olor que emanan las paredes, una mezcla heterogénea a yeso mohoso, humedad y resina química, los objetos de mi estudio, todo lo que me rodea salvo yo, no son de este tiempo ni del de atrás, y que se me hace la gracia de anticiparme la visión de uno de los escenarios del futuro de dentro de un año o dos, una suerte de ventana de ultratumba por la que atisbar la vida después de mí).

No sé decir nada en secreto. Tampoco hace falta. Soy artista: puedo esconderme perfectamente detrás de la obra, rumiar las más sorprendentes perversidades, imaginar cualquier atentado, complacerme en las antiguas (grandes o pequeñas) infamias.

En cuanto a…

Piensas en el destino (que es exactamente lo que está por venir): ha traído el infortunio a tu vida antes que la muerte.

Recorres hacia atrás los días en busca de alguna causa que explique la fatalidad: ninguna cadena de sucesos te ha conducido hasta aquí, ningún cúmulo de errores, equivocaciones propias o venganza de alguno de tus semejantes: el suelo, de pronto, se ha abierto a tu paso, y caes al vacío (y aun si hubieras elegido otro camino, u otro distinto a este y al otro, y otro más, el círculo del abismo también estaría allí bien trazado, agujereado y presto bajo tus pies  para recibirte y te hubieras precipitado lo mismo: no hay salida, el destino te persigue hasta que acaba contigo). Mala suerte, no existe un cálculo maligno detrás de todo esto. Ni siquiera eso. No hay nada personal entre la Naturaleza y tú: sólo una indiferencia recíproca (si le pagas con la misma moneda). Pero siempre gana, y el alivio que en excepcionales ocasiones de ella resulta siempre es provisorio, inesperado, de una volubilidad incomprensible, pues ella sigue su curso implacable abatiendo culpables, inocentes, a todos en injusta o a su debida hora.

Nada duele a estas alturas, todo es lenitivo para el alma: no desperdicies las horas. Lo material, el cuerpo, desintegra la apariencia. ¿Terminaré no reconociéndome? No ha de suceder tal cosa salvo que te atrape la locura, puesto que el yo, si ya sólo miras hacia adentro, aun en sus mudanzas, siempre es el mismo.

En cuanto a la compasión…

G. hablaba de lo metonímico en la obra: falso, elijo esos materiales precisamente para que nada pueda ser dicho de otra manera.

(En tal caso, G., que dibuja lo urbano: ¿qué ciudad puede ser la de este personaje? No ha dado un verdadero paso por ella. Viaja por el interior de su cabeza.)

Leer S., ver…

Déjalo ya…

Aún…

¿Así que pretendías alborotar?

No, en cierto modo. Yo les llevaba de la mano a quienes se detenían a mirar mi obra, y de ello salían indemnes, sin un solo rasguño. Yo prefería causar desconcierto. Nunca hubo provocación. Era, digamos, una sugerencia a adentrarse en lo desconocido, aunque esto fuera… chocante.

¿Provocación? Por supuesto que no. La exhibición en un artista se halla más cerca de lo racional que de la locura, todo en él es premeditación, detrás de sí sólo deja escenarios:

el día de la inauguración de una muestra de sus pinceles un tipo completamente desnudo persigue a los espectadores blandiendo un hacha hasta que la sala se queda vacía (fin del espectáculo):

otro tipo, gran artista en ciernes (ahí se quedó), se suicida lanzándose al vacío tras haberse castrado (perfomance definitiva):

y otro tipo más, artista inédito hasta ese momento, destripa una vaca en medio de la galería ante el centenar de pares de ojos que asisten complacidos al suceso artístico:

y aun uno más se corta una oreja y se la cose a un brazo (el izquierdo):

pues a ver esto: un grupo de artistas machaca una rata viva, meten los restos sanguinolentos en el interior de una batidora y  baten la mezcla; luego, la abren, escancian en vasos de metal reluciente y se beben el zumo resultante aderezado con azúcar glasé.

Magnífico. ¿Alguien recuerda los nombres de esa alegre cofradía?

Todo queda atrás, donde sucedió.

Había que…

Al salir del hospital, ya en la calle con la bolsa en la mano, mira la ventana a través de la cual miraba desde hacía semanas la vida fuera del hospital… Tan distante está del pasado que del futuro, y el presente muere a cada instante, entre lo sabido y lo ignoto, siempre inasible.

A la semana siguiente volvió a entrar al hospital. La misma habitación, la misma ventana: ahora miraba a través del cristal la calle desde donde antes miraba la ventana…

Cae a los lados: como un astronauta en el vacío absoluto.

¿Cómo reconstruyes un pasado? Con materiales del pasado (fui feliz, no fui feliz), reales, pero la inventora es falsa: mejor inventa el futuro (sólo es una invención) con un material inexistente (inédito).

Cae (y en realidad asciende).

Pero… Molloy tiene un objetivo, incluso el Innombrable, sólo Hamm lo detiene todo, no espera nada, a diferencia de los de Godot, él es la basura

¿Qué sentido tiene lo que hago?

(Me alejaba de las fáciles tentaciones. Algo es algo.)

En cuanto a…

Se destruye a sí misma lentamente la obra, pero muy lentamente, dejándose ver: son materiales sabios.

¿A quién puede atemorizar un castigo fuera del mundo?

Tu obra fuera de…:

Como una música, sin composición.

Fundamentalmente, silencio: “Es que estoy sola, no en la soledad. Sola entre las cosas, los recuerdos, la extrañeza por todo (¿esto era?)… Sí, sobre todo con una inmensa extrañeza: enferma, limpia, purificada, y morir.

Déjalo ya…

La vida ya no es un rumbo a ninguna parte: ahora tiene un término, y es eso precisamente, ese orden, esa finitud que parece esclarecerlo todo, lo más enemigo de la vida, lo más enemigo de tu obra: sin rumbo, eres en el viaje, y ni siquiera te preguntas adónde vas, y esa inconsciencia fértil sostiene los días y las horas, ese desorden.

¿Dónde está lo moral en tu arte? No es una esteta, propiamente dicha, pero su respuesta es invariable: ¿Por qué había de estar lo moral en mi arte? Alejada de toda presunción, no hay conejo bajo la chistera, se dice absolutamente convencida. Su truco es no esconder nada, dejarlo todo a la vista: es una magia sin engaño.

Una plegaria, en mis circunstancias, ahora, sería un error de carácter. Una invoca el logro de una realidad, incluso vende su alma al diablo al precio que sea (lo fija el mismo diablo): nadie en su sano juicio compra la muerte (¿para qué?), nadie reza a la nada.

Había que...

“Lo abstracto tiene que ver mucho con la ciencia ficción, con lo futurible”, dijo sin inmutarse, convencido de la conveniencia y acertado de la frase. Y todo el mundo parecía estar de acuerdo: sólo horas después, en la reflexión solitaria descubría una lo vacuo del aserto, su gratuidad evidente. También lo abstracto podría guardar una presunta relación con el pasado de hacía treinta mil años, cuando en nuestros días la imaginación suple muchas veces los supuestos que la paleoantropología no alcanza a convertir en materia verificable. 

No es un objeto plástico, es… una propuesta filosófica: ¡tampoco tú tienes las respuestas adecuadas!

Lo conmovedor, lo genial, tal vez no sea sino creación de una determinada circunstancia (luego ya es muy tarde para rectificar).

Una mentalidad, sino enferma sí atormentada, logra allegar a lo genial por la mera improvisación. Su opuesto, es el cálculo, el genio alemán (Goethe).

Ya no lee nada.

Déjalo ya…

Improvisa en la absoluta oscuridad y quietud que destino será del pensamiento… Pero, ¿no era tan sólo una herramienta?

(La idea, el pensar, proceden del mismo pozo indefinible que la emoción y el sentimiento, y si estos últimos se disuelven como el cuerpo en lo putrefacto, ¿por qué no aquéllos? ¿Es que tienen alas para escapar a diferencia de las potencias del ánimo?

D.: No le pone nombre a las cosas, se expresa a través de ellas.

D.: Señora, ¿qué más le falta para comprender el arte moderno?

-¿Dónde está el pedestal?

-En el interior.

Gombrich: “No existe el arte, no existe la historia del arte, no existe ningún tipo de evolución artística: hay artistas que se expresan de diferentes maneras en diferentes épocas. Eso es lo que hay.”

El estilo es el recurso para no quedarte mudo.

Sontag: la conexión Thek.

Una vez muerta: serás un malentendido siempre.

Evchen, me digo, creía en el mundo (“es demasiado grande para no creer en él”, solía decirse de pequeña, aunque no fuese ése su pensamiento literal: de niño uno tiende a creer admirado lo que no comprende o le es imposible abarcar: el  mundo más allá de la esquina de tu calle es perderse en lo desconocido, en el no saber).

La experiencia (respecto a mi trabajo) no te ayuda en las relaciones con lo nuevo; más bien te defiende de lo viejo. Y eso es todo. (Y entonces me asemejo a ese pobre diablo del pintor de caballete que parece buscar en la blancura del lienzo el estímulo para ponerse a trabajar en lugar de mirar y hallar, en torno a sí.)

Déjalo ya…

Desprendida de todo lo humano, como la carne hecha ya un desperdicio pegada al hueso que ningún perro osaría rosegar, con la esperanza de que la nada a la que volvía era eterna, ni siquiera descanso u olvido, sólo la nada.

Es imposible imaginar la nada, aunque puedas creer que imaginas la nada.

Muerta, serás para ellos una respuesta; viva, eres una suposición, un misterio a fin de cuentas: nadie llega nunca a completarte, pero estás ahí, atraes la atención, eres imprevisible: ¿qué hay detrás de ella?, ¿qué diablos…?

Muerta, ya lo saben:

muerta, eres un trasto en la memoria de muchos que no saben muy bien qué hacer con tu recuerdo: desdeñarte, pervertirte, falsearte, desmentirte con toda la autoridad chismosa, ruin e imbatible que inviste a los vivos frente a los muertos.

Evocar: traes a la memoria un recuerdo, o un muerto. ¿Y como lo traes? A trompicones. Fragmentariamente. Nebulosamente. A tenazón, si lo prefieres, o con fastidio, una mera alusión.

Y otras veces, te asalta él, inesperadamente: recuerdo o muerto.

El recuerdo de alguien no es sino algo con lo que se puede jugar impunemente, a salvo de correcciones, y en el momento que se desee: ahora entras por la puerta, ahora te tiro por la ventana… Hijos hay que ansían clavar un cuchillo en el corazón de su padre (pues odian la tiranía y el despotismo), amantes que desprecian sus amados (pues temen el amor), amigos que se ignoran en los sueños (pues recelan del compromiso).

El recuerdo del padre recolector, catalogador, escribano: ¿cómo lo deshace el recuerdo, cómo lo trae de vuelta? Pues, a pesar de un dinamismo demasiado evidente que emanaba de él (vendía pólizas de seguros), podía reconocerlo mejor y con más facilidad en el retrato que Woolf hacía de un viejo poeta, distraído y somnoliento: “Había en él un aire distante. Necesitaba muy poco de los demás.”

¿Y qué recuerda ella de él sino un montón de anécdotas, imágenes estáticas de colores ocres o blancos, posiblemente todo falseado por la desmemoria?

Ningún retrato lo dice todo, y las palabras, a veces, sí pueden.

Ahora serás tú pasto del recuerdo de otros. Que el dios y el diablo te amparen de la mordacidad de los que te sobreviven.

Esta es la hora de la supremacía de la zozobra: no sabes nada, o mejor sí: te arrancan del mundo, truncan las que tú creíste más fuertes raíces asidas a la tierra.

En cuanto a…

Como todos:

en ocasiones no cree lo que dice, pero se dejaría matar porque fuese así en el momento que las palabras salen de su boca: exige respeto cueste lo que cueste. Aunque, lo mejor, siempre, es que no te crean: que no encajes en lo ya reconocible.

¿Y qué dice que espera que no crean?: su obra (eso la magnifica, la dota de la aureola de cierto mérito incomprensible estético). Su obra… incorregible, imperfecta.

Cómo decirlo…

(El otro: “No he hecho una obra: me hecho a mí mismo penando, corrigiéndome, y me paseo por el aire como un cronopio. Lo he conseguido. Yo soy mi obra, y ahora me la llevo al cielo o al infierno con el cáncer o las venas rotas–qué más da-, y os quedáis con un palmo de narices. Adiós, adiós.”):

“Tenemos un montón de notas manuscritas suyas garabateadas en las servilletas del bar del hotel Chelsea.”

“Revuélvanlas un poco: algo saldrá de ahí. ¡Ja!”

“Nos atenemos a su condición de reliquia, no de testimonio, digamos, postrero.”

-Pero ese arte ya ha dejado de ser rastro, una huella memorable  del pasado: su fácil metamorfosis (de la naturaleza que fuere) lo ha convertido en una simple sugestión: sacralizado por el interés o una intención torticera su cometido ha dejado de ser eminentemente plástico y adquiere así una dimensión grotesca, puesto que materialmente su valor es despreciable y su contemplación tampoco te adentra en el jardín del edén.

-Como los textos literarios, muchas obras de arte son realmente traducidas a otros idiomas. El arte no es un lenguaje universal: no habla siete mil lenguas a la vez: tú eres el discurso que se agrega a su imagen (, de cualquier parte del mundo, y tu jerga particular).

“¿Crees que podrás sacar algo en claro?”

Déjalo ya…

¿Wittgenstein…? Me atraía mucho más en aquello que no entendía de sus páginas (lejos de los pesares y lo biográfico) que sus rarezas inteligibles y chocantes, precisamente porque no se me ocultaba que en esas razones oscuras anidaba lo genial de un pensamiento esclarecedor, diáfano (por más que yo no pudiera entrar en él)…

(En cierto modo, acabo de darle las claves de mi obra.)

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

Tal vez esté equivocada en lo que hago, pero eso, una vez la decisión fue tomada, carece de la mínima importancia: lo catastrófico sería no perseverar, ahora, en la manera de ser artista elegida (vivir es defender una forma, Hölderlin).

Despierta en plena noche. Tiene hambre. Pero también tiene miedo. Al cabo de un rato se ríe con ganas (“Tengo miedo, y me queda un mes de vida…”).  Abandona la cama. Se viste. Afuera, que es el silencio de adentro, no hace frío. No se ve un alma por las calles. Una mujer en la noche, una mujer sentenciada empieza a caminar más libre y segura que nunca. Alrededor es un desierto de piedras. No deja de andar Bowery arriba, entre sombras furtivas, ruidos indefinibles pero quedos, quejidos (o suspiros) apagados. No se cansa. Siente el leve aire nocturno en la cara como una caricia refrescante y benéfica. Aspira un olor a piedra y metal sosegados, el magnífico y condensado aire de la noche. Dobla esquinas sin esperar fantasmas ni la hoja del cuchillo. Acaba en Rattner’s, ya en el East Village: “Buenas noches nos dé Dios.” Regresa a casa comiendo un pedazo de queso suizo de mediano sabor. Mastica despacio y alza la vista de cuando en cuando al cielo negro: no tardará en amanecer. Qué miedo la grisura agrietando ya la negritud de la noche, resquebrajando la hora del sueño.

Duchamp: la indiferencia.

La indiferencia también puede ser asco.

-Su obra, ¿cómo está… escrita?

-Con técnica mixta.

-Yo leo para entretenerme.

-Magnífico. Nos podemos entender. También yo escribo para entretenerme.

En cuanto a…

En vela, una yacente en la oscuridad: la conciencia es la carne.

Hace mil años:

había que…

cine francés (Godard, por ejemplo)

Burroghs (por ejemplo)

teatro (de Grotowski, y Artaud y Beckett, Weiss, Arrabal y…) de todos ellos que hacen del decorado una provocación, un acto de desorden, de violencia, de crueldad, de absurdo, de repulsión, un escenario donde la palabra sea el sobresalto y lo inesperado, un circo, un happening

lo más parecido a un actor es un artista

y el arte será espectáculo.

Seamos artistas.

“¿Somos hermosos, luna?”, citó mal.

Que sea.

“He nacido para que me hagan añicos”, volvió a recordar (esta vez con acierto).

¿Qué suerte depara el destino a un artista que siendo honesto (y sabiendo que lo es) perpetra un arte que es un fraude (y no lo sabe) y mucho antes del final queda al descubierto ante sus ojos?

En el arte (pero ya no tenía ni fuerzas para hacérselo entender) todo lo que es normal es innecesario: ya ha sido. Aunque, naturalmente, uno puede entretenerse cuantas veces quiera repitiéndolo. (En efecto, hay ideas que se fabrican en serie, y a pesar de que a la larga resulten inútiles, son realmente baratas.)

No arrastro ninguna imago hasta aquí (que es el final): mis imágenes son las del futuro.

Además, en arte, siempre es el pasado. Es la conciencia de tu presente como ser vivo lo que hace que reintegres lo que haces (la forma de tu tiempo) a aquél sin perpetuarlo con la repetición evidente o solapada pero siempre indeseable.

¿Se adelantó a su época? No, siempre son los de después los que te comprenden mejor: los tuyos sólo te ignoran o te desprecian.

El retrato de la Stein (en Montmartre posó ante Picasso a lo largo de noventa sesiones, a la vez que escuchaba de labios de Fernande las fábulas de La Fontaine para que no se aburriera demasiado mientras permanecía inmóvil durante horas):

-No se parece…

-No se preocupe, ya se parecerá.

(-En el Met no hay nadie que no la reconozca, Miss Stein.

-Te diré yo…)

Al tiempo.

(Nos obra el tiempo.)

En arte, no manda tradición. A fin de cuentas, ¿qué son las tradiciones? Son como los inocentes juegos de los niños, aunque perpetrados por los adultos.

Hablas demasiado.

Hasta ahora, mudo permanecía.

(Estaba en un rincón, agazapado y palpitante, invisible y con la boca cerrada, hasta que la mirada de uno de ellos lo cubrió de luz, lo reveló, lo materializó.)

Había que…

Ah, noviembre, de nuevo. Con temor. Con el cosquilleo de la expectativa, pues todo comienza ahora que todo parece dormir.

En la ciudad o en el campo, en el bosque o en las calles, algo semejante a la angustia (y secreto anhelo) penetra en tu corazón cuando noviembre aparece en el calendario y al sol se estremecen levemente las hojas de los árboles en estas primeras mañanas frescas y claras del otoño.

Luego, pronto, la grisura y la noche veloz.

Empiezo a…

(Teme que en su mente marmórea no haya lugar para las modificaciones que son necesarias.)

Y, sin embargo, rumia con obstinación, día tras día en esta antesala del invierno atroz que ha de irrumpir rugiente y helado, los cambios que han de florecer en primavera:

si haces siempre lo mismo, te equivocarás siempre igual; entonces, ¿qué enseñanza podrás sacar de ello?

Indaga en lo desconocido, que es las chocantes disposiciones y el desorden de lo ya conocido.

“Pero ¿cuál es la verdadera historia?”, se pregunta alarmado aunque inmutable Bernard en The Waves. “No lo sé. Por ello guardo mis frases colgadas como ropas en el armario, en espera de que alguien se las ponga.”

En cuanto a…

¿La historia que se cuenta…?

Una mariposa teje con su revuelo en el aire la imprevisible y fortuita nomenclatura del cuento, un cuento cualquiera. Esa historia incluso es invisible: se ha desvanecido en el aire en el mismo momento de su creación.

Habitas en el interior de una encarnadura viviente que no es precisamente tú, son demasiadas cosas tu yo para que esa pobre imagen que no ha de resistir el paso del tiempo succione desde afuera lo más recóndito de la cueva, lo mastique (lo hable), termine representando ante los demás hasta el último de tus pensamientos allí cobijados y, al fin, lo regurgite hacia adentro de nuevo …

Déjalo ya…

El fin… es el proceso.

No prorrogues lo inacabable. No persigas su fin. Trabajamos entelequias que pueden revestirse de una forma u otra. La pretensión aristotélica era un engaño. Algo es así porque yo quiero que sea así. Ni siquiera la suma de dos números es perfecta, es una aproximación. No existe una lógica interna que avale un proceso formal (intuitivo o de oficio). Y si lo hubiere, es una gratuidad, puesto que podría sustituirse por cualquier otra. Es el exterior lo que lo testifica del todo, lo sentencia definitivamente, y ello debería bastar para expulsar de los ojos del espectador toda retórica interior (supuesta o pretendida). Revela la intención original, y la voluntad de llevarlo a cabo. Incluso su acabamiento, fracaso o éxito:                                                                                                             

En arte acabar algo es, simplemente, dejar de retocarlo (dejar de estar modificándolo…)

(Zenón: hasta la eternidad ese recorrido: no llegarás jamás a tu destino… ¡antes morirás! Y el objetivo final… Puedes estar mirando un objeto y sacar un millón de conclusiones, millones de pensamientos, un millón de secretos.)

Contradicción:

Toda forma artística es contradictoria, incluso consigo misma más que con ninguna otra.

(Perfección.

Absoluto.                                          

Totalidad:

De repente permaneces inmóvil, un alzar las manos del teclado arbitrario aunque ininteligible por sí mismo (pero ahí están todas las letras), una deserción por cansancio, por saturación visual e intelectual… una plástica de ángulos no demasiado disonantes, un dejar de respirar el aire irrespirable.)

De repente.

De repente piensas que toda tu vida ha sido un story-board, y no el original bien planchado que aquél programa con anterioridad un poco como chapuceramente, así, como al desgaire mientras languidece una tarde aburrida o amanece una mañana de dolor. “Magnífico”, te dices abstrayéndote de la realidad acuciante. “¡Cuánto más interés suscitan los borradores y croquis previos que luego inspiran las supuestas obras maestras de los grandes artistas del pasado!”

Todo pensamiento u ocurrencia es un repente.

De repente sólo sucede una cosa, y no todo. Sólo una.

De repente alguien te agarra del brazo y tú tienes los ojos cerrados.

De repente, ya nada es posible:

“Ahora, sí”, te dices sin lamentarte, rendida, pero creyéndote sin culpa.

Déjalo ya…

(Naciste creador como nace un árbol espontáneo y no como la encina sagrada que regala oráculos y se rinde sumisa ante Júpiter...

Naciste como el álamo a la orilla del río, como el sauce verde y gris y como el mimbre flexible que también coge altura al cobijo del agua. Tú creciste solo, sin mucho cuidado ni vigilancia de otros. No has nacido de siembra, que demora en décadas la sombra de su fronda, ni te han plantado como el fresno o el avellano. De la tierra que pisas te has alimentado, y eso fue todo: has sido tu madre y tu padre: tú y la tierra. Te hiciste tú, virgiliano... ¡desde ti!)

Si no arriesgas la vida no vales nada, aunque tengas éxito y no dejes de llevarte un pedazo de pan a la boca hasta el día de tu muerte.

Si arriesgas, ves lo invisible. (Y olvida a los demás arrellanados en sus sillones y narcotizados o medio adormilados ante la telly.)

En cuanto a…

Sé que he sido una gran artista, y lo seré aún más a los ojos de ellos, lo sé porque finalmente yo obraba con objetos y no con ideas: el objeto era mi palabra, y múltiple es ese abecedario, naciente de mil apariencias... ¡buscando su contenido!

Superviviente sin manual. A secas. (7-3-1970).

Oh, Albers… que enseñaba pintura con una tiza en la mano y anotando extrañas  e incomprensibles fórmulas sobre la pizarra. Quizá todo empezara así…

Si había un objetivo definido, final, yo no lo sé…

De acuerdo, la vida como una película en blanco y negro. Pero en scope.

Right After es en blanco y negro (pero en scope).

Es la clave.

Había que…

Habla con los signos, el símbolo, ella que no cree…

Ф: ¿Eres necesario, simbolito?

Rastreamos una lógica, pero…

Pero…

¿Qué propones…?

Cómo decirlo…

1,6180339887… es su número (e infinito decimal)

o (ahorrando papel)

1+Ö5

   2   

¿Qué se esconde tras ello realmente?

¿Casualidades?

¿Qué secreta proporción anima tus toscas composiciones?, ¿qué clase de relaciones establecen entre sí tamaños conjuntos de objetos dispares y de tan desagradable aspecto?

El todo es a la parte como la parte al resto.

He ahí el tema (libro VI de Euclides).

La guarida del áureo.

¿Aun partiendo de lo irracional de su número se allega a lo divino?

¿Una armonía oculta? ¿La resolución del Enigma?

Pero ¿qué enigma? No existe una respuesta que lo explique todo. Nada explica el mejor arte moderno que, en el fondo, se hizo para no complacer, o sólo para complacer al mismo artista. En este sentido, es perfectamente equiparable a la mejor literatura moderna.

No vayas a desenredar Right After, es justo el embrollo magnífico, intercambiable una y otra vez en el tiempo: es el tiempo donde las cosas suceden.

A Right After lo organiza el miedo. Peor: la angustia.

Empiezo a…

Si vosotros no creéis en mí, creed al menos en los milagros (J., X, 38).

Así que la belleza es una fórmula, la componenda exacta de unos seres que la fabrican con fecha (preferente) de caducidad… Venga, venga, seamos artistas serios (o seamos matemáticos,  o… ¡químicos!).

Quedan las obras después de los hombres muertos.

(Con fecha de caducidad total.)

¿Hasta cuándo? ¿Qué son cinco mil millones de años?

En la mente cósmica, ahí queda todo lo terrenal por toda la eternidad… Ni un segundo más, ni un espacio más.

La mente… ¿qué?

Creed en las obras, y menos en sus creadores.

Sé del dulce poeta que aterrorizaba a las almas a su alcance; sé de criminales que combinaban con gracia extrema los colores; sé de perversos que leían a Platón y se deleitaban carnalmente violando a púberes paralizados por el terror, y de otros aún peores sé que las suits de Bach o una aria alemana sublime les hacía verter lágrimas sin descanso mientras afilaban el cuchillo posando la turbia mirada en el cuello de sus víctimas.

Pero, ¡qué magnífica jugarreta la de aquel arte que se disuelve con rencor y venganza y desaparece con su creador! Las telas quemadas de Frenhofer, los manuscritos quemados de Kafka, los poemas masticados y tragados por Celan antes de lanzarse al Sena, los otros miles de poemitas que Dickinson rompía a trocitos al anochecer…

Cómo decirlo…

Los pensamientos hesse que nunca serán concretados, nunca alumbrados…

Divina proportione

Right After: ahí tienes el principio sabido y el final sabido, y entrambos, qué…: idas, venidas, vueltas, revueltas, nudos, la lógica y el desorden, el amor, el no-amor, sucesión, rompimiento, vuelta a empezar, término, mudanzas, engaños y certezas, distracción, arrepentimiento, gallardía, ilusión, burla, convencimiento, resignación… ¿Es algo? Dos extremos sí lo son, y lo son cierto, y entrambos…

Cómo decirlo…

Divina proportione.

Te hallas en trabajos de primavera (pero lee también las advertencias para su navegación: has de partir), y mueres… en día veintinueve (pocos le dan su nombre correcto), tres veces nueve, cuando la luna se oculta y el fogoso se calma.

proportione… No existe la perfección ni la belleza absolutas en la vida de un ser humano, no existe lo excelso en lo corruptible, en el caos que los tiempos y las calamidades le infligen.

Aléjate de la perfección, demasiado flirtea la búsqueda de ella con lo canónico (que representa aquello que más aborreces).

En cuanto a…

No me inspira la regla, sino el misterio, lo incomprensible, lo desatado… Propendo a todo aquello que altera la conciencia, que no la anestesia ni la disuelve en el ensueño infértil, arte dionisíaco al fin…

Déjalo ya…

¿No es tanto más desalmado Rothko con su misticismo dionisíaco por irrepresentable y hasta impenetrable que las copias de todos esos realistas y conformistas del arte representacional tan brutalmente discernible, codificable y archivable? La mesura abstracta, la placiente conformación plástica, incluso su ordenada geometría y sutil colorido llevan en su germen lo iconoclasta, hasta lo violento. Hay por debajo de su atmósfera plana una turbulencia de ángel caído, de rebeldía total que descarta toda reconciliación con lo áulico y frívolo de un dios palaciego y falsamente omnipotente entronizado en su mundo de juguete… En definitiva, sangran la superficie envenenada del cuadro inocente (rectangular y colgadito en la pared para su deglutorio, rothkiano y tímido) y sus inofensivos colores una hemorragia tóxica, de tan rabiosa autodestrucción a pesar de su quieto conformismo, de abjuración y asco hacia el mundo decible y los oropeles de lo mensurable, que resulta en extremo difícil en una primera instancia (tan fácil de colegir en el fondo) anudar a la inmensa y profunda enajenación nietzschiana, cuando es esa realmente la solución única que proponía el artista sacrificado sobre el frío suelo de su estudio en Manhattan.

La vida no es una justa medida, el “contenido” exacto de días, el número de latidos convenido, la suma correspondiente de las veces del amor o de las súplicas del rezo o de una semana con sus siete noches de dolor o sus siete mañanas de alegría. Siempre, la realidad, la desborda. No existe el número correcto salvo para las menudencias cotidianas y las tragantonas rituales, los plazos no se saben y ningún día es igual a otro día (ni tampoco tú mismo), y nada aunque lo parezca se repite.

El éxito es aleatorio, previsible el fracaso, y no es proporcional el castigo, no lo es la suerte o la felicidad…, y mucho menos hay proporcionalidad y reglado en el arte, que es sólo ocurrencia o canje, una aseada e inteligente engañifa.

Empiezo a …

Últimas conversaciones que para nada sirven, palabras sueltas, la malicia hasta el final, esperar, no creer. O sí.

El pasado (que sí existe… has llorado, y las heridas todas…). El absurdo.

(Doctor Muerte:

“No ha huido. A los ocho años se alistó a las Hitlerjugend. Les ha engañado a todos con su carita inocente y sus ojazos negros de pequeña judía nazi, y ahora anda con un fusil en las manos, un casco de acero en la cabeza y una estrella de dos triángulos invertidos amarillos cosida en la guerrera luchando contra el invasor entre las llamas y las ruinas de un  Hamburgo dantesco.)

Había que…

Primavera, abril…

Ahora, al cabo, tu ascetismo de enferma se sobresalta ante lo desmesurado y barroco de la obra: ¡Por todos los diablos! ¿Qué es esto?

¿Bastaba una línea?

He ahí la mujer de mármol, la escultura griega, ese pedazo de piedra clásica medida ideal de lo humano:

No te llames a engaño, la piel del noble y pulido mármol oculta en sus entrañas la tosquedad de la tierra, una costra disimulada robada a la montaña.

No hace demasiado calor, las mañanas son radiantes y las tardes se tiñen de una luz dorada y apacible en este barrio de la ciudad. Los cielos blancos del verano de sucia y angustiosa claridad aún quedan lejos (jamás los ha de ver de nuevo), y el aire caliente y sofocante todavía aguarda al otro lado del río.

“Pues”, se dice, “ sólo las rarezas o las convenciones del clima, sus tenues o abruptas variaciones, parecen testificar el paso del tiempo, la vida que se agosta apenas perceptible o vuela de uno con prisas.”

Cómo decirlo…

En la pausa, en el no saber…

El día… cuando para uno cesa, cesa del todo (el girar de la vida, su círculo mordiéndose la cola, que es la figura que mejor retrata su inconstancia, su albur a despecho de su incansable y pródiga actividad en pos de renacimientos, no la realidad, con sus mil figuraciones y ninguna de ellas concluyente, que te envuelve y te sustenta de fenómenos, de pensamientos y sensaciones como la tierra alimenta de forma invisible una planta…)

El día… ¿cuenta?

En cierto sentido…

¿El último de tu vida?, ¿el primero?, ¿el 628?, ¿el 1.049?, ¿tal vez el 12.500… que, por cierto, debe andar cerca de tu tope, moribunda? ¿Venía la brisa que soplaba al atardecer del día 743 del Hudson, o soplaba del norte bajando desde Riverside Park? ¿Llovió el 521? ¿Nevó el 1.713? ¿Hubo viento furioso bajo un cielo azul-piedra el 6.765?

¿Qué ocurrió durante el otoño de 1.969? ¡Tantas cosas…! Y sin embargo puedes anotar sencillamente, ahora, en la primavera de 1.970, que durante semanas y semanas arduo le estaba resultando al “clima correspondiente y autorizado” deshacer los cielos brumosos y de azul desmayado del verano muerto.

Y, sí, hasta el final: ese extraño color en el ángulo de un cuadro de Giotto, esa nueva palabra oída al sesgo, el acorde del chelo que se rinde al violín en un cuarteto de Beethoven, el rostro de bronce romano del niño serio y callado que mira la calle vacía y gris… O parar la atención por un segundo en algo tan baladí como la publicidad colgada en los laterales de los autobuses, en la mano astillosa del anciano que sostiene el auricular en la cabina del teléfono público y parece musitar un rezo mientras mueve los labios (¿a quién llamará?), o fijarse en la sombra corta y negra que como una ráfaga ha cruzado el cielo azul de repente y dibuja una mancha fulgurante de nítidos perfiles sobre la acera, vista y no vista.

Y las listas: chocolate negro, chocolate blanco… Pimienta rosa, pimienta blanca.

Algún boceto (que ya sólo es una reminiscencia el pasado que baste asimismo para avalar aquel pasado de artista ocurrente y meticulosa que fue).

Déjalo ya…

Aún se niega a aceptar que el acto de vivir es un hecho superfluo (bastante más que una obra de arte, o una página escrita…) por más que nos parezca extraordinario (lo sería si fuera eterno), aunque lo que le oprime de veras es “saberlo”: cien mil millones de seres muertos antes que tú no han bastado para modificar el asunto, recomponer, digamos, la situación, clarificarla como podría hacerse presuntamente con lo abstracto en el arte (“pura forma, ¿entiende, señora?”, y luego no dejar de charlar en estudiada jerigonza): ¿qué sentido tiene nacer para morir? Pues parece que… ¡caramba, sólo el de vivir! Desaparecer, ya no forma entonces parte del juego, de aquél sentido.

Cómo decirlo…

La idea de la muerte, morir (se lo dice una y otra vez, y a veces incluso en voz alta, ¿para qué negarlo), no basta: es el miedo lo que te infunde lucidez, no la aceptación. El miedo te hace comprender cómo y cuánto cerrabas los ojos. Tiemblas, pero no te desplomas: estás en el lugar donde el autoengaño ha sido proscrito: la indiferencia que ha de sobrevenir a tu ausencia será universal. Detrás de ti sólo queda el nombre (y de eso ya habrán hecho una argucia que en nada cotiza ahora, todavía, para ti).

-¿La señora está rara?

-La señora está en su punto. Al rojo vivo.

Eres al final lo que has sido: de pronto un golpe de aire te trae a las narices un olor que preservaba la infancia en su centón de retales inefables, un efluvio que sorprendentemente has reconocido en seguida y que ha permanecido latente durante decenas de años y ahora vuelve a salir a flote, vuelve a embargar tus pulmones pero enriquecido por el recuerdo: tufo o vaho, hedor o fragancia a madera perfumada o a la tierra de primavera mojada por la lluvia o al rancio polvo de un viejo almacén abandonado, no importa (tan comunes después de todo), pero he ahí que vuelve esa magnífica ocasión de los sentidos… Los tiempos de antes y de ahora se mezclan, se entrelazan como si las sierpes de la prodigiosa cabellera de la Gorgona se abrazaran entre ellas y en ese tumulto de nudos, enredos y líos movedizos se cifrase el desorden inevitable de una existencia nunca previsible que al final se va a desmoronar como un montón de piedras.

Todas las imágenes del pasado se fusionaban con las del presente, las inventadas, las misteriosas del sueño o las todavía brumosas del futuro de ese sueño (el despertar). Ese revoltijo indescifrable es tu esencia: no lo poco, sino lo mucho de tu vida, corta o larga, pues es igual. La muerte no da para más: no desandarás tus pasos ni desharás la atadura que durante tanto tiempo ha conformado ese capricho tuyo de andar por el mundo creyendo que recorrías una línea recta (¿hacia dónde?) y no era sino un enredo mayúsculo (a ninguna parte).

Las palabras que te dices en el silencio son pensamiento.

Right After: artificio tal que de uno a otro cabo, aun existiendo un trazado inevitable entre ellos, no has de averiguar su único nombre.

En cuanto a…

Obrar es lo que cuenta. En silencio. “Pienso el arte”, y su fábrica es meramente testimonial. Pero no tienes teoría. “Tengo un hecho.” Las herramientas son sus manos, ¿para qué iba a servirle una teoría? No necesitaba asentarse sobre nada (palabras, palabras, palabras) para promover hipótesis nuevas que hiciesen avanzar el arte… , avanzar, ¿hacia qué? Ella vivía en su “hecho artístico”: esa era la meta. El resultado plausible o no debería ser sería una consecuencia de menor interés para el verdadero artista.

¿Una trabaja acaso con plomada?, ¿con la regla?, ¿con el metro?, ¿con la calculadora en la mano?, ¿olisqueando o escudriñando al trasluz un tubo de ensayo?

Déjalo ya…

Miraba con pena los estantes metálicos de su pequeña biblioteca, acariciaba con los dedos los lomos bastante gastados de los libros, casi estaba a punto del sollozo al rememorar la compra entusiasmada de alguno de ellos, su lectura constante:

Condenados por orden alfabético.”

Mira por enésima vez la ventana (cerrada)…

Todo está en silencio tras ella, y es el mundo.

El mundo es lo que veo (la abre al aire de primavera).

“Los árboles de abril…”, recuerda. Y abre también la puerta: la luz natural y “fresca” le da en plena cara haciéndola marear un poco; cierra los ojos mientras aspira el aire aún limpio y claro de la calle recién iniciada la mañana: todo es extraño y gigante afuera, todo lo desconocido y a la vez tan visto… y tan próximo, tan consuetudinario que enternece: el verde de abril en las hojas entre el ruido mañanero, las primeras actividades y el enérgico discurrir de los transeúntes bajo el sol pálido. Las ventanas todavía parecen inocentes, los sonidos apagados; las cosas, amables. Pero toda aquella amalgama de colores y formas que contempla desde el umbral, las gentes, los coches, los juegos de luz y de sombra parecen confabular contra la maravillosa quietud que imagina ella que debería presidir el escenario de esa pequeña porción del barrio de forma permanente, ese espacio y tiempo al que se siente tan adherida porque ya sabe que es el único refugio que le queda fuera de sí misma: algo parece apresurarse desde el fondo de todo ello para precipitarlo en el caos, y a ella con él. Da un paso atrás y cierra la puerta. Y otra vez el olor de adentro, la atmósfera densa de los materiales del arte que practica con suicida obstinación, una química palpable y obsesiva.

¿Qué queda por hacer?

Había que…

Pero deja la ventana abierta.

Ah, la primavera, ¿qué tal si aprovechando el spring break desaparecemos en las aguas del sur…? A ver si la parca se olvida de nosotros… ¿Bastarían la piel joven, la tibia carne, el alcohol y el rock and roll (incluso las malditas espinillas universitarias) para darle el esquinazo?

Nunca llueve al sur de California, dice la canción.

Pero yo necesito la lluvia de Nueva York.

Tras una noche de terror místico en el hotel, al despertar y abrir los ojos a la desangelada luz de cenizas que atravesaba la tenue cortina de la ventana, descubrió en el cajón de la mesilla una biblia y una novela de bolsillo de Chandler de páginas muy manoseadas, casi deshojada, con la portada chillona de colorines completamente ajada. Dispuso el escaso equipaje sobre la cama y acto seguido lo guardó en la pequeña maleta. Apagó las luces. Cerró la puerta y bajó a recepción. Pagó la cuenta, que le pareció onerosa por equivocada (en su contra a propósito, estaba seguro de ello), y se fue lo más rápidamente posible en busca de una cafetería solitaria y confortable y de luces cálidas en el East Village: el aroma del café le embargó de paz y secreta felicidad en ese silencio de la media mañana que tanto le encantaba. “Hay tiempo (aunque fuese el justo para tomar ese café, leer ese libro, olvidar lo inolvidable: el tiempo, la muerte)”, se dijo con gran calma. Sorbió con delectación el líquido caliente a rabiar (fue inevitable el recuerdo: como a ella le gustaba, nada de cosas tibias), extrajo el libro de la maleta, lo depositó sobre la oscura madera de la mesa, miró a través del ventanal la calle limpia y sosegada, abrió el libro, llevó la vista a las líneas de la página izquierda...

“El señor Phillip Marlowe, un alcohólico grosero y rudo que nunca se acuesta con sus clientes estando de servicio, está tratando de refinarse a mi costa (...) Al final, el tipo va a exigir que lo calce de polainas, le ponga un monóculo en un ojo (el izquierdo) y le convierta, como el que no quiere la cosa, en coleccionista de vajillas antiguas...”

Pues, está listo.

Déjalo ya…

Un lenguaje sin normas, dijo.

 Libre de unas Sprachregelungen mal avenidas con lo directo, lo eminentemente plástico…:

No es consciente el gran arte de proyecciones, usos, abusos y manipulaciones más allá de su escueta representación.

Había que…

Cómo decirlo…

“En la perífrasis a gusto me hallo”, se confesó ladino el artista mediocre “Y aún mejor en la alusión ininteligible (¡una carga antisubmarina!)”, añadió insuperable (¡sin un arma, sólo con el pincel en la mano!).

En cuanto a…

La vida como un happening

En los sesenta se celebra lo admirable (por ser visto por primera vez, algo sorprendente).

Cómo decirlo…

Yo te confesaré al oído (que nadie más nos oiga) el más magnífico happening de la biografía desalentadora de aquella década oscilante entre la desmesura de sus fines y lo ruin de sus escapismos, incluido el viaje a la luna:

El reverendo Quang Duc, monje budista, sentado en plena vía pública, sin perder un instante la dignidad, inmutable, se deja verter un cubo de petróleo encima, se prende fuego y envuelto en

una gran llamarada permanece impasible hasta morir. (Saigón, 1963).

Se despertó otra vez aterrada, pues había muerto en el sueño, sudorosa, hablando en voz alta para calmarse:

También pude irme directa al cielo a través de la chimenea de un horno Topf: sin escalas.

La cuestión es llegar al cielo.

“Mejor el día de la muerte que el del nacimiento” (Eclesiastés, 7,1).

Agradece en estos tus últimos días que tus cabellos no hayan acabado convertidos en un par de calcetines.

“Lo que hay detrás de su plástica…”

Lo que hay detrás de mi “plástica” es el convencimiento absoluto mío de preferir morir, artísticamente hablando, a causa de mis intuiciones, equivocadas o no e incluso por mis vicios, antes que por mis ideas tan confusas como las tuyas.

La realidad, como cualquier otro material tóxico de los que utilizaba en mi trabajo y de los que no era consciente de su peligrosidad hasta el final, la realidad, digo, como “material”, me hería más profundamente que la fibra de vidrio, el látex o los polímeros, me dejaba en carne viva… me mataba en el mismo instante de la creación, sin demora, como un cuchillo rápido y bien afilado que buscara bulto de inmediato.

En la ficción literaria puede despreciarse la verdad pero no la verosimilitud, que es ni más ni menos que una apariencia. En la plástica, donde todo es verdad, porque sucede, lo verosímil se halla a la vista también: la plausibilidad del arte es cuestión de estilo. Te lo crees… o no te lo crees.

 

Otra vez junto a la ventana cerrada (afuera, la lluvia de abril, los árboles de mayo, los colores que ya se posan sólidos sobre las cosas).

¿Qué leer? Y, sobre todo, ¿por qué leer a estas alturas? Por entretenimiento. El arte es entretenido también, para quien lo ejecuta y para quien lo observa (“Mire usted, aquí, leyendo mientras espero la muerte inminente.”). Entretenerse… En el fondo, todo consiste en eso. La genialidad en la creación no es sino llevar al extremo ese disfrute íntimo del pasatiempo, si bien ciertas personalidades excéntricas como Van Gogh, Rothko o Jackson Pollock liben en el sufrimiento, en la desgana o en la incertidumbre (la literatura, empero, miente más que el arte: el color no miente, cualquier forma es, el material es).

En cuanto a…

Leer… (palabras, palabras, palabras). Sin embargo, aún, sobre la mesa la última novela de Styron (y el punto de lectura marcando las páginas 164-165); y, aguardan turno (si el tiempo lo permite), Couples, de Updike, Death Kit, de Sontag, Giles Goat-boy, de Barth…:

Finales de los sesenta.

Releo los poemas de Dickinson en la edición de Harvard de 1955 en tres volúmenes a cargo de Johnson que me regaló A., en especial los dedicados a la muerte… ¡que son los más! Todos sus poemas son un intento de definir lo inexpresable, inclusive lo inimaginable.

Es una abstracta.

Lo siento por los Muertos (así, con mayúscula)… 

Pero bastaría con eso.

Las imaginaciones.

Cómo decirlo…

Leer… ¿para qué?

El tedio… hasta el final de la noche.

Frente al espejo: “Su rostro, señora, irradia un sosiego llamativo.”

(Lunes, 13-4-1970): “Espero una visita. Todo lo he dejado bien preparado. Todo en su sitio, a la vista. Presto al indiscriminado saqueo, a la almoneda, directo a la posteridad… vuestra.”

En cuanto a…

Ya no hay sinfonías… Pero debe ser la fiebre. Pero no estás enferma. Pero sólo eres una moribunda. Ni siquiera suscitas interés clínico. Te mueres, y eso es todo. “Está lista”, dice el doctor Muerte al cortejo de aprendices con bata blanca y ojos asustados que le rodean atentos a sus palabras, a sus explicaciones que no admiten réplica: “Respira todavía, pero está muerta.”

Ahora el  mundo es un útero salvaje y pordiosero que no duda en desalojarte de la vida: ¡Largo de aquí! ¡Sólo eres un maldito fardo capaz de hacernos tropezar y perder el tiempo!

Una primavera con Mozart: la ventana abierta a la fronda verde de los árboles, las manos laborando: las manos… nadie les había enseñado antes a hacer lo que están haciendo, pero lo saben, son expertas en tales novedades, y no replican a la naturaleza, no la imitan, crean por sí mismas, como dos animalitos con vida y pensamiento propio, dos amitas de casa diligentes y disciplinadas obrando en la cocina, adelantándose a la mismísima imaginación culinaria de su dueño.

¿Llueve? No es tan simple esa pregunta. Qué lujo la lluvia de primavera, y las hojas verdes relucientes y las aceras brillantes y el aire fresco de la tarde, los cielos grises y malvas y de plata aún entreverados por tenues franjas azules hacia la línea del horizonte por encima de los rascacielos grises y blancos y negros del norte, cuando ya ha dejado de llover y una sale a la calle, y es todo tan prometedor (aunque no sepas por qué), tan pujante de vida… Qué lujo la sencillez, y la sencilla cosa del día que discurre con calma hacia la noche, y eso es todo siendo tan poco y siendo tanto, y, sí, entonces te sobreviene la certeza de que eres artista, de que lo eres de verdad ante tus ojos, y que eso es realmente lo que importa de veras, y que de ti nace una creación única, orgullosa, tuya, y no es un súbito estado de exaltación, es una evidencia que te hace estremecer, que te impele a creer en los temas plurales de la vida, de la única vida que has conocido, y en la muerte próxima, que también será la única que conozcas verdaderamente, y en el hecho asombroso de que has sido y dejarás de serlo, o en el caso más sombroso todavía, que seas otra cosa después de lo humano, de su condición y sustancia, algo distinto a ti o a todo lo conocido, imaginado o soñado, pero diferente e inefable, inconcebible; tú, ya no, otra tú.

Vuelves sobre tus pasos, te precipitas en el estudio como una tromba de aire renovado, un aire puro y punzante que soplara desde las mismas regiones vírgenes por encima de la urbe y sus asuntos mezquinos y gratuitos y vivificara todos los objetos, cachivaches y materiales amontonados en ese escenario prodigioso “de las primeras veces”, ya que todo lo que haces necesitas verlo por vez primera, única, intransferible e impensable en otras manos, en otras imaginaciones, pues tus ocurrencias son de tu propiedad y también sus concreciones, sus formas tangibles y palpables, su realidad.

Seven Poles: ni canto ni cisne: la excrecencia monstruosa de una mente enferma… o genial. Es la desfachatez picassiana que ya se aposenta en la arrogancia, un dejarse llevar a cualquier sitio ignoto o estrafalario o chocante o bufonesco porque a una le da la real gana y al diablo con todo.

Y de ese modo, queridos amigos, es como se alcanza lo inaudito.

Un curioso trastorno.

O así.

Déjalo ya…

“El arte que yo haga será… ciencia-ficción”, se dijo a los 15 años. Adelante, pues.  A los 20 ya estaba convencida de ello. ¿Qué otra cosa podía hacer?

La ciencia-ficción (nada menos) del arte había descubierto ella, la “superviviente”…:

Señores

Campbell (ASF),

Boucher (F&SF),

Gold (Galaxy):

“Luego de largas reflexiones en torno a mi quehacer artístico, he llegado a la conclusión que después del arte abstracto de los dos primeros tercios del siglo XX por fin es la hora del arte de ciencia-ficción, del que creo ser la gran pionera. Déjenme que explique por qué creo que esto es así (…) Por tanto, les invito a que traduzcan debidamente mis obras a textos legibles o imágenes entendibles, y les autorizo a su publicación (en forma de ilustración o prosa, es lo mismo) en las páginas de su revista. Atentamente, etcétera, etcétera…

¿Y cómo le hincamos el diente a esta heterogénea y heteróclita componenda? ¿Cómo la definimos y catalogamos?

Es fácil, guíense por la clasificación decimal de Dewey.

Cómo decirlo…

Ciencia-ficción… Porque a partir de ahora aquel arte que no lo sea no tardará en convertirse en un inútil encaje de bolillos, o en una provocación retrógrada, o en imitación, o en mero ejercicio de retórica.

(Tenía una auténtica vocación de outsider… ¡Lástima que la muerte tan temprana y la pequeña épica de su biografía arruinaran la hermosa y loable decisión!)

“Creía haber sido como Dios”: hiciste el mundo con el brazo extendido.

Hágase. Así, sin alharacas.

Tallo una estatua con… ¡las manos! Desgajo el mármol a trozos con los dedos, sangrando… Casi está terminada, casi: soy yo petrificada. Despierto, me muevo en las tinieblas, sobre la cama de piedra.

Envuelta en los óxidos del aire.

Pesadillas con los ojos abiertos al monótono vaivén del metrónomo (¿quién tuvo la desfachatez de regalarte semejante chisme, a ti, a ti que se te escapa la vida atrapada en el huidizo tiempo?): oyes deslizarse por las paredes los insectos, el derrotero misterioso de la araña sobre el suelo… Luego de la vigilia, ves con qué tortuosa calma se enciende lentamente la ventana de la blancura naciente del nuevo día.

Ya tienes el día delante de ti, gira sobre sí mismo, te engaña, te hace creer que eres la dueña del universo, y danzas de acá para allá sobre su piel invisible, como si lo tuvieses agarrado del pescuezo, pero enseguida te escamotea la luz, fugitivo inalcanzable se burla de tus actividades y trapicheos, te desangra (mucho o poco, a borbotones, o gota a gota, implacable) y, finalmente, ya cubierta de las cenizas de sus postrimerías, te gana la partida y tú pierdes.

Empiezo a…

Un hombre sostiene de espaldas un espejo cara hacia ti, y ese espejo refleja tu imagen cámara en mano haciéndole una foto por detrás: ese hombre no se enterará jamás del hurto, y jamás sabrá de tu existencia. Despiertas. Los sueños te han aniquilado un millón de veces.

Había que…

Sabrás cuando hayas solucionado todos los problemas que no importaba nada haberlos solucionado.

Sueños, uno mismo no es nada. Y que sea la vida como esos sueños tan frágiles que basta la menor incongruencia, tan característica presente ende ellos por otra parte, para disiparse como la niebla más tenue y te despiertes (te mueras) sin apenas recordarlos (recordarla).

“Es una artista judía”, oyó decir con la gran carpeta en la mano: la voz salía muy atenuada pero inteligible del pequeño despacho al fondo de la galería.

Judíos.

(También ellos tuvieron su momento y su esvástica):

Joel, 2, 30, 31

3, 10:

“Y haré prodigios en el cielo, y en la tierra sangre y fuego y columnas de humo, y el sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre (…) Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces…”

“Dios (Yahvé) quiera que esta obra tenga una vida más larga que la mía, pues en aquella puse ésta”, se sorprendió pensando como esos artistas del montón… Enseguida se retractó: “Que muera conmigo…”: ése era el propósito, el más oculto y verdadero, puesto que en el fondo sólo quería ser artista ante ella misma… Lo demás no importaba nada frente a ese anhelo acuciante y excluyente.

Una artista. Una quimera. Nunca acabarás nada.

¿No…? Del archivo secreto de las cosas, extrae las figuraciones.

La forma humana no ha evolucionado desde hace 500.000 años.

Ahora lo sabe: el arte es el castillo de arena del niño inspirado por las olas que alcanzan la playa, la brisa del mar, el horizonte lejano, el cielo azul y benéfico:

todo lo que la noche apaga.

(Durante el verano de 1967 yo cogía el último tren nocturno que dejaba atrás la ciudad maloliente y asfixiada por el calor negro e implacable y enseguida se adentraba como una nave sideral en la noche mágica y refrescante de una tierra de pinos y vegetación oscura con olores de jazmín.)

Había que…

“Lo he soñado”, dijo a sus discípulos. “El espacio es la forma medible, concretable, del tiempo.”

Empiezo a…

¿Qué puede ocurrir después?

¿Importa eso?

Tal vez…

Tal vez un Volterra cualquiera armado con una máquina de escribir de segunda mano enmascare su verdadera realidad: “Lo que la artista quiso decir…” Etcétera.

Verano del  70: “… Y entonces se escapó de un Manhattan al rojo vivo y arribó con su ligera y veloz canoa a los Hamptons, donde alquiló una vieja casa de madera pintada de blanco (para qué más) frente a las suaves olas del Atlántico, lejos del (como suele decirse) mundanal ruido…”

Maldito verano.

(¡Quién te padeciera de nuevo!)

H. cuenta que el lugar donde más gente se suicida por el calor en Manhattan es en el Lower East Side. C. urgía mayor precisión, y H. respondía: “Al este de Bowery, donde se huele el río…” “Sí, pero…” Contarían hasta las pastillas que procuraban el suicidio en sosegado silencio, su clase y hasta su nombre (somníferos, analgésicos, antidepresivos…)

¿Habría un número preciso de pastillas? ¿Cuál ése número?

O señale

la estación del metro donde se arrojaban a las vías al paso del tren

la altura del piso desde el que se lanzaban al vacío

qué venas se abrían

qué gas respiraban

qué clase de nudo 3 cerraban en torno al cuello antes de pegarle la patada a la silla

qué lugar del cuerpo elegían para colocar el cañón de la escopeta y apretar el gatillo

qué brebaje preparaban que abrasaba sus entrañas hasta la muerte

cuantas noches de alcohol sumaban antes de hacerse papilla el hígado…

Cuánto el calor y cuántos los días de tedio y cotidiano sacrificio, uno tras otro, uno tras otro igual, uno tras otro amanecer, uno tras otro crepúsculo, uno tras otro a la medianoche, y el alba, uno tras otro con el sabor diabólico en la boca, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro…

Déjalo ya…

Pero no, no me suicidaré. Que sea la propia muerte (adivina quién viene a cenar esta noche: banquete donde no se come sino donde se es comido) la que acabe el trabajo.

¡Qué diálogos hamletianos! (Y todavía esas cosas pequeñas, hablar, perder el tiempo…)

8-3-1970, domingo: sal a la calle, no pares de correr.

8-6-1970, lunes: se ha muerto (no pares de correr).

Empiezo a…

No puedes imaginar mundos inexistentes, sólo poblarlos con tus rutinas o admiraciones o temores o…

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

Había que…

¿Su obra puede traducirse?

Puede replicarse. Nada hay en el arte que no pueda serlo.

¿Cómo identificarse?

Imposible.

Sontag: “No me gusta ducharme y no me gusta la comida alemana.” (Y tampoco le gustaban los gatos ni los libros de bolsillo. Pero le gustaba orinar y tomar taxis.)

No es la diferencia lo que te distingue, es lo que eres: A no es igual que B.: a simple vista A no es como B (¿cómo podría ser de otra manera?), pero eso es la apariencia, viste de modo distinto: no es igual por lo que es no por lo que parece, y lo que es (algo invisible a los ojos de los demás, por cierto), nada tiene que ver con su forma disímil y contradictoria.

¿Quién no soy?

No soy tú.

Que sea…

-Todo esto, hurgando en su anonimato (y Hesse se halla lejos de lo anónimo), ¿qué tiene de quest?

-Nada. Lo que pueda participar del ejercicio de una quest llena de incertidumbres y frustraciones es su obra: ella es tan entendible o tan impermeable como pueda serlo cualquier ser humano. 

Tal vez la demasiada inteligencia menoscabe el mejor arte. De los mejores artistas del siglo XX que reconozco como genios (bastan los dedos de una mano, la gran mayoría sólo son buenos artistas y algunos incluso muy buenos artistas) no creo contar entre ellos ni uno solo de una inteligencia superior. Tampoco la necesitaban: eran genios y lo “inteligente” sólo es una herramienta más, y no siempre repartida con justicia.

Lo peor de un “arte de posibilidades” es que una se pone a pensar de modo exhaustivo en las “posibilidades” en detrimento de lo verdaderamente “artístico”.

Pero no es momento ahora de reflexionar sobre…

Pero ¿el fin…?

Pero…

Bonita conclusión, Yhavé. Antes o después, y demasiado temprano ese después, Endlösung der Judenfrage. Para el caso, es lo mismo.

Cómo decirlo…

Te he regalado el tiempo.

He sido en el tiempo.

Podrá decir: “No he venido de la nada: soy producto de la vida, el resultado de la cópula de dos vivientes.”

De la nada, nada. Ni siquiera el Big Bang surge de la nada.

“Lo que pasa es que no lo sé”, solía decir cuando a los ocho o nueve años le preguntaban algo de misteriosa e imposible respuesta que confirmara su aserto o un audaz comentario por su parte. “Pero tengo razón”, concluía muy serio el hispano.

“Mueres”, y piensas en la cólera omnipotente de algún dios (que puede ser hasta desconocido); o peor aún, exhalas tu último suspiro ante la total indiferencia de ese diosecillo que se complace en maldades. “A la nada”, sentencia reprimiendo un bostezo celestial.

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

Déjalo ya…

A fin de cuentas… como estaba enferma, el mundo le parecía enfermo, así que no sentía la menor gana de seguir en él. “¡Qué lugar tan horrible!”, se mentía a sí misma, “Sólo te infunde desconsuelo y dolor.“ Las calles gimen, llora el cielo y el viento delira”, se decía con la cabeza debajo de la almohada, y afuera el ruido de la vida y el sol en lo alto, y las ramas ya verdeadas cimbreándose a la brisa colgadas de los árboles de mayo.

Tu vida ha sido, sin tú saberlo, un evangelio. Tu testimonio no ha sido en vano: y habrán exégetas, y hermeneutas, y cabalistas, y reveladores, y glosadores, y místicos, y adoradores, y fieles, y creyentes devotos (tu religión incluso ateos ha de provocar…)

Fue una chica solitaria, una artista de Nueva York: trabajaba a solas, al igual que todos los artistas, y como podría haber dicho Allan Ginsberg, hablaba consigo misma muchas horas, demasiadas horas, todas las horas.

Mayo… No verás otra vez el dorado resplandor de Ceres sobre las piedras grises y negras de esta urbe monstruosa (“Yo veía esas espigas de oro, como tantas otras cosas que he visto sobre su suelo invisibles para vosotros…”).

Sin cortapisas:

leyó: Cuando no hay censura el escritor [artista] carece de importancia.

¿No es la mayor censura la muerte?, ¿su terrible proximidad?

Esconde tus manos:

“Ha llegado el momento de dar carpetazo. Aunque… ¿es eso posible?”

¿Qué clase de obra voy a producir yo sintiendo su hedor en el cogote? Tal presencia poderosa y hasta paralizante no ha de dar a luz sino a un feto mediatizado por el pavor o la rendición, algo distorsionado o, peor, influenciado por una estética forzada, impuesta por la naturaleza excepcional de los últimos instantes de una vida.

Así que contradijo de inmediato lo escrito, pues ella trabaja a la luz desnuda, sin artificios, sin juegos de ganchillo ni ingenio de crucigrama, sin mediaciones ni dobles sentidos:

Precisamente es todo lo contrario: Cuando no hay censura el escritor [artista] adquiere toda su importancia. La censura ampara paradójicamente a todos los charlatanes y los oportunistas, un arte o una escritura sobrevalorados por creer en la existencia de misteriosos aditamentos ocultos bajo la superficie de su entramado… ¿Una mina?

mina.(Del lat. mina, y este del gr. μνă).

(…)

9. f. Mil. Artificio explosivo provisto de espoleta, que, enterrado o camuflado, produce su explosión al ser rozado por una persona, vehículo, etc.

Ahora ya no me arrepiento de estar horas y horas sin hacer nada, incluso estando en el mismo taller, entre maquetas y objetos medio manipulados, atontada por este aire de venenos. No experimento el menor remordimiento de sentirme sólo abrazada por el tiempo, todavía enraizada en él, sintiéndome del mundo, aún de su misma sustancia. ¿Qué es lo espiritual entonces, cuando una percibe que es solamente en lo físico donde se nota viva, diferente, tal vez necesaria?

Eva, ahora, es un espíritu sobre las tierras y las aguas. (Por mucho que pienses en ellos, los muertos no te agradecen nada.)

¿Has pagado tus 18 dólares?

(Una manera de decir: “No te olvides de darle un gallo a Asclepio.”)

Pero, aún…

(Boquea, se agarra a las sábanas, silbidos, irregulares exhalaciones que parecen emanar de la espesa atmósfera, un aire a lo Cheyne-Stokes, podría decirse, a la moda de… [desfile de mortajas].)

En cuanto a…

El Universo Mayúsculo: si finalmente se estableciera su edad exacta, ni un segundo más pronto o ni un segundo más tarde, eso sería la prueba de que existe una pauta cósmica, un patrón de inimaginables propósitos, una especie de programa o un  prediseño de actuación inconcebible de comprender por la mente humana por su absoluta desmesura, puesto que sólo son verificables, si lo son, las teorías físicas.

(“Universo”, dijo, “allá voy.”

A rodar.)

¿Ahora te das cuenta que no necesitabas mirar al exterior, más allá de la ventana? Si habías de morir joven, y lo eres, te era suficiente tu interior, todo estaba allí, mirar hacia adentro para verlo todo. Bastaba la ventana para descansar la vista, para reposar las ideas y apartar las manos de cuando en cuando del trabajo y sus pestilencias.

Venganza contra la muerte a deshoras: “Cuando comprendió que era de verdad una artista, dejó de hacer obras: ahora ya lo sabía. Y mano sobre mano, se puso a esperar.”

Merde pour la poésie.

Cómo decirlo…

Son las cosas increíbles las que merecen ser visualizadas:

Right After.

Que sea.

Si no existe lo que haces visible, ¿cómo es entonces que existe al hacerlo visible?

Con el tiempo, una fabrica su propia leyenda, se hace poquito a poquito en la memoria siempre inquietante de los otros, pero… no has tenido tiempo suficiente para tal maquillaje, tu misma existencia, corta y de un final tan bruto como inesperado, ha bastado para erigir un mito apropiado para las épocas.

2014, 11 de enero, sábado, en un lugar de Nueva York.  Eva Hesse: 78 años (Saturno se olvidó de ti).

-Buenos días, Mrs. Hesse. Felicidades.

-Buenos días, Mr. Grau. Gracias.

En el Village: maravillosas y pequeñas calles arboladas llenas del color del invierno –soleado-.

-Hace una excelente mañana a pesar del frío y la nieve que cubre las aceras.

Luminosa y limpia, transparente mañana cuando los rayos del sol bañan de luz clamorosa hasta los rincones más sórdidos del barrio, y el aire helado que parece descender de las ramas acristaladas de los grandes árboles se antoja perfumadamente marino.

(1970, 11 de enero, domingo, en un lugar de Nueva York. Eva Hesse: 34 años.

En el Bowery: la calle que parece huir como alma que lleva el diablo hacia el norte del SoHo, que querría desgajarse de lo tenebroso y el crimen que deja atrás.

Las aceras y la calzada están sucias bajo la fría lluvia y la neblina gris, el tráfico humeante y ruidoso taladra el cerebro, la mirada de la gente es torva y atemorizante bajo el chirrido rojo de los neones, y en cualquier gélida esquina se agazapa el cuchillo que ha puesto precio a tu cabeza: un par de dólares.)

-¿Qué vamos a hacer entonces?

-Pasear, por ejemplo. ¿Recuerda cuando los árboles caminaban junto a usted?

-Déjese de tonterías. Pasear ¿adónde?

-Hacia atrás. Volver atrás. Pero sólo será posible hasta 1970.

-Será suficiente. No comprendo demasiado bien lo que ha ocurrido después de esa fecha. Así que, refrésqueme la memoria en este día deslumbrante en el que hasta la verdad resplandece. ¡Ja!

-Desde luego. Empezaré por el principio. Quiero decir por el final… ¿o prefiere que empiece a relatar desde el medio?

-Desde el medio… ¿desde el medio de qué?

Déjalo ya…

[En efecto:

RIGHT AFTER:

¿Dónde se halla el medio?

Pero sé de los extremos.

Y entrambos…]

Como una falla: no se ve la carpintería que sostiene todo el tinglado (material y… ¡conceptual!).

¡Qué se va a ver!

(La misteriosa unidad de la que hablaba Borges.)

(Por otra parte, ¿adónde conduce una genealogía, hacia adelante o hacia atrás?

¡Quién sabe!

Cómo decirlo…

(Es el tiempo lo que termina pudriéndose, en cualquiera de las formas con que disfrace los acontecimientos, los pasares, los seres y los objetos.)

Digamos que sólo entiendo el tiempo de una manera, entendámonos, sólida, como un proyectil pesado y lento, pero inmutable e indetenible, y siempre hacia delante, buscando una diana invisible en algún punto del cosmos que es difícilmente imaginable, una diana que le da en el culo.

…………………………………………………………………………………………….

Es un pensamiento un tanto extravagante.

Es de lo extravagante de donde extraigo lo mejor de mí misma.

extravagante.(Del b. lat. extravăgans, -antis, part. act. de extravagāri).

1. adj. Que se hace o dice fuera del orden o común modo de obrar.

2. adj. Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente peculiar u original.

3. adj. Que habla, viste o procede así. U. t. c. s.

4. adj. Se dice de la correspondencia que recibe de tránsito una administración de correos, con destino a otras poblaciones.

5. m. ant. Escribano que no era de número ni tenía asiento fijo en ningún pueblo, juzgado o tribunal.

6. (Por estar fuera del cuerpo canónico). f. Cada una de las constituciones pontificias que se hallan recogidas y puestas al fin del cuerpo del derecho canónico, después de los cinco libros de las Decretales y Clementinas.

Que sea.

(De ella ya emanaba ese aire helado, la mirada de cristal…)

Cualquiera sabe los designios de…

Nadie mueve los “hilos” de ti, salvo que aceptes de buen grado ser una marioneta. (En el arte o en la vida.)

-¿No será usted una de esas abuelitas neoyorquinas no poco maliciosas que se van pudriendo sin darse cuenta y disfrutan parte del día degustando licores dulces y chismorreando sin cesar en un apartamento del Upper West Side, sentadas con la bombonera sobre el regazo junto a las grandes cristaleras que reciben la luz del sol crepuscular abatiéndose mansamente sobre las aguas doradas del Hudson?

[Abdicar: sólo los que mueren demasiado temprano se hallan libres de ello.

“A cada cual su merecido”, rezaba el letrero sobre la puerta de entrada del siniestro Buchenwald.

Si hubieras perdido el tiempo…

¿No te hubiera gustado ser la Lorelei Lee del arte?

Digamos, por último, que este pastel no tiene guinda.

Dio un bocado a… (Le recordó el sabor del matzo de Pascua.)

Yarmulke de papel de color negro: frente al muro del odio orar por la destrucción total del mundo.]

-De la que me he librado, pues. Quita, quita, ¿para qué alargar el “hoy”? ¡Menuda bicoca! Llegar a octogenaria con los dientes  picados y negros y los demás postizos y el corazón envenenado y seco como un bacalao. Ay, señor, que me muero de risa.

(En una novela alemana posterior a la Gran Guerra la heroína de ese modo termina sus días: “¿Pero tenía la vida humana algún sentido? ¡No, no y mil veces no! Todo esto no es más que un absurdo montón de trastos viejos… Y también es ridículo de qué forma tan estúpida se ha complicado el Cosmos creando seres tan vanos como estos bípedos. Si es para morirse de risa.” Y nuestra heroína se puso a reír. Y no cesaba de reír, de manera estridente, continua, y cada vez más alto, y más alto, y murió asfixiada por la risa.” (Hedwig Dohm, Auf dem Sterbebett, 1919.)

“Hoy” puede ser el 12 de septiembre de 1942, el 22 de febrero de 1954, el 5 de enero de 1967, el 18 de agosto de 1968 ó… el 29 de mayo de 1970 (viernes maldito).

(Si no has perdido la cabeza durante la Gran Marcha, siempre, siempre, es “hoy” el día de tu muerte.)

Como un material cualquiera, como un “hecho”, la carne deviene en entropía (aunque la endulces con bombones rellenos de licor o la escondas bajo la cobertura inocente de una abuelita), comienza a descuajaringarse, se amojama, se desprende, desviste al hueso, se evapora, adiós.

Empiezo a…

El artista serio siempre fue carne de matadero, carne de cañón del bowery, cuando menos de aluvión de estrecheces, de hambre mal satisfecha acallada con las viandas venenosas y grasas del puesto callejero de los hot-dogs y de las burgers de los locales asépticos de moda alimentaria (qué lejos queda esto de las viejecitas golosas y adineradas del Uptown):

1967,1968…:

bonita época los sesenta, abrumada y confundida por los efluvios de la lavanda y el sándalo, pero…:

las ratas acampan por el SoHo a partir de las cinco de la tarde, cuando empieza a apagarse el sol desmayado y frío y todo el mundo (todo “ese mundo” de artistas desarrapados) llega a sus agujeros en el sucio y apestoso vagón de metro cubierto de chafarrinadas y grafitis y ocupa ilegalmente lofts y edificios vacíos en ruinas con el temor de que en pleno invierno, a mitad de la noche, irrumpa la policía o los tipos del Departamento de Bomberos y te saquen a la calle con los cuatro trastos que apilas en los rincones:

todo el mundo hace silencio porque la oscuridad anestesia todas las ilusiones.

¿No les basta con que una tenga que ducharse con agua fría?

¿No les basta con que tapes los cristales rotos de las ventanas con cartones?

¿No les basta el sucio jergón sobre el suelo de baldosas agritadas?

¿No les basta con que comas la carne y la fruta con aprensión por su olor descompuesto?

¿No les basta el agua de la fuente pública embotellada mil veces en la misma botella que bebes?

¿No les basta con mirarte?

¿No les basta con tu desnudez?

¿No les basta tu inocencia?

¿No les basta tu miseria?

¿No les basta tu esperanza?

¿No les basta tu grandeza?

¡Presuntuosa del diablo! ¿Y en qué te diferencias tú de un pordiosero o un drogadicto de Tompkins Square? ¡Eres tan inservible como ellos! ¡A la jodida calle con la artista!

(El peor golpe en las costillas siempre es el tercero.)

“Y dio con sus huesos en el suelo…”, o

“Cayó de bruces en la acera mientras arrojaban desde el agujero de la ventana Las Futuras Obras Maestras (los dibujos, los cuadros, las esculturas) junto con la ropa sucia [y la máquina de escribir] …”

“¿Sabes lo que significa Häagen Dazs?”

¿En 1966 qué saben ellos, esta pandilla de esbirros y polizontes asilvestrados, lo que significa “lógica simbolista”, “álgebra combinatoria”, “análisis de sistemas” o de la existencia de las leyes de la termodinámica?

Nada.

Hesse:

“Tampoco yo comprendo ese galimatías de la estructura primaria. Yo soy una poeta. De esas cosas no entiendo. Lo mío [propiamente] es magia, pues sin yo proponérmelo todo lo que hago adquiere un sentido insospechado… ¡y muy divertido!”

¿Qué prueba todo esto? ¿Qué nos hace creer que es usted una excelsa artista y no una…?

Husmee en el Grove, amigo.

(Pero a estas alturas, tú ya viajabas en una silla de ruedas: directa a la gloria.)

Había que…

¿Cuántos sinónimos hemos coleccionado hoy?

27.

¿Cuántos…?

Ese libro parece inagotable.

Me encantan los diccionarios.

(Plan: proyecto, aspiración, maquinación, objetivo, propósito, programa, intento, bosquejo, borrador, intención, esquema, diseño, apunte, fin, previsión, idea…)

Interesante esa maniobra plástica.

Scheme: 144 pelotas de goma Spalding.

Le gustaban las repeticiones, sobre todo las visuales (dos patos, un par de ventanas, dos nubes iguales (?), dos líneas más o menos paralelas…) pero también las otras, las susurradas como un mantra salvador, una especie de conjura contra el pánico (que ya nunca le abandonaría).

Todas las noches de su infancia en la América Feliz, antes de dormir, la salmodia impenitente, el acuerdo inviolable y lenitivo:

Dad, asegúrame

que nadie me hará daño

que nadie nos robará

que nunca seremos pobres

que nadie nos echará de casa

que a la mañana siguiente abriré los ojos.

Y así todas las noches de la semana, del mes, del año:

Dad, asegúrame que…

Una niñita a solas en la casa oscura y con las puertas y ventanas abiertas a los peligros de afuera, replegada sobre sí misma, hecha un ovillo sobre su piel perfumada y limpia, buscando con la imaginación los rincones más invisibles, puesto que ella se halla inmóvil, sin hacer el menor movimiento, y casi no se atreve a respirar, aterrorizada por el latido de su corazón delator, quieta en una noche perpetua, sin amanecer, sin el trasiego de lo vivo y las voces mañaneras.

Y, años más tarde, la más valiente entre mil: “Sólo trabajando en lo desconocido, arriesgándolo todo, con la máxima libertad, acaece lo posible, porque todo es posible, incluso lo más inesperado… y entonces, aparece algo nuevo…” (Pero sólo lo nuevo, lo verdaderamente nuevo.)

Sí, eso es. Algo que ha transubstanciado es lo que parece y, sin embargo, ahora puede ser cualquier cosa que imagine cualquiera de nosotros.

Y, todavía años más tarde, un mal corrosivo urge a las obras de la artista a esconderse, a abrigarse en la noche artificial: envueltas en su manto protector se escudan contra los rayos del sol, como esas bestias agazapadas siempre en la oscuridad por temor a ser destruidas por la cuchilla de la hiriente luz:

No pueden ya salir a la luz”, sentenció contrito el Curator.

¿Habrá sido su vida documental?

Ya no es. (Un artista oculto, un untergetaucht.)

Déjalo ya…

Escondida en el sótano: bonita solución final.

-¿Cómo acaba uno?

-Muerto.

(O si antes de muerto, loco.)

Ya la primavera en el aire; pronto, los frutos del verano.

(Algo de más allá me toca, arde sobre la piel, siento el abismo al otro lado de la ventana de este hotel de la muerte, la nada blanca y vacía.)

¿Dónde estás?

En pleno viaje. En la luna. Piso su suelo gris y desolado con olor a ceniza, y contemplo,  muy cerca, una gran esfera azul y blanca suspendida en el espacio negro.

Si muere demasiado temprano (¡hay que evitarlo como sea!) será como una muñeca pegada en dos mitades (¿no lo ha sido siempre?). La sensación de que todo en este mundo es dual intensifica el temor hacia una desgana suicida (que además es inoportuna cuando la enfermedad del cuerpo se basta a sí misma para hacerte desaparecer), puesto que esa dualidad no hace sino ratificar lo grotesco e innecesario de las verdades absolutas. Nada absolutamente es excluyente. Gracias a esa revelación la aceptación de la diferencia, de la disparidad de tu obra respecto a la ajena, hace que la credulidad se imponga y aceptes de buen grado el arte de los demás como apruebas el tuyo propio tan disímil respecto al de ellos.

Déjalo ya…

Ya no le gusta dibujar.

En cuanto a los colores…

(Tendrás que ponerle un fin, si no, no sabrán cuando acaba la farsa o comedia de los errores.)

(¿Fin?)

Déjalo ya…

(Ella es  en el espacio y el tiempo: en lo intangible: punto y final.)

Nunca le había gustado la obra gráfica de los artistas. De cualquiera de ellos. Ni la de Picasso o Duchamps o algún otro gigante. Ni siquiera los dibujos, las litografías, los grabados en plancha de cinc, de acero, en madera de boj: sucedáneos enmarcados en media caña y bajo cristal protector (¡incluso en cristal mate!) para acabar colgados encima de un bonito aparador o en un estante entre una docenita de libros de bolsillo (a cada lado).

Tiende a lo sacramental (si bien, con humor) a la editio princeps. Las obras, las obras (aun sin enmarcar), decía dibujando en el aire un ademán desdeñoso.

Lo suyo, sus obras, se autodestruye, señores:

el arte es un cataclismo, lo demás, la ampolla vacía, la papelina, la jeringuilla, la raya… los restos, las huellas de un alma solitaria…

Nunca se sabe cómo acaba el conejo de la chistera. Será incomestible, seguramente.

Una siente más la vecindad de los muertos, de la nada (¿qué sería la nada sin los muertos?), que el bullicio de los vivos con sus maniobras y actividades realmente indescifrables y absurdas más allá de la ventana. Querer algo, y demorar o malbaratar o enmascarar esa querencia en el trajín diario e insulso (y los años pasan). Dijo: “He tenido una buena vida. He cumplido con mi deber.” Y no se detuvo a pensar las otras mil que nunca viviría, el millón de lugares que no conocería. Lo que pudo haber sido y no será.

Yo lo fui (yo, fui yo). ¿Qué importa lo demás? Lo demás son miles de millones de otros yo.

Ahora ya no hacen falta ambulancias.

¿Sabe usted el camino?

“No tiene pérdida”, dijo dulcemente: y se volvió cara a la pared silenciosa y paciente y entró en un sueño de seis días y al cabo de ese tiempo dejó de respirar. Y murió.

Hay que ver lo que avanza una en su viaje al más allá estando quieta.

Y, fijaos, a su debido tiempo, como mandan los cánones de la desgracia.

¿Hiciste algún pacto con el diablo?

Más me hubiera valido… si terminar así.

Cómo decirlo…

Quien busca lo difícil encontrará dificultades.

La naturaleza es ciega, y los dioses no existen por voluntad propia.

¿Quién o quiénes han inoculado, pues, este veneno en la sangre, la manía de las preguntas?

Sobre mí recae este castigo, y no obtuve recompensa alguna en el pasado.

Salvaste la vida en la infancia: “Pero eso fue porque me llevaban de la mano de un lado a otro.”

Esa salvación no vino ni del cielo ni del infierno, lugares que en nada cotizo.

Esa mirada suya de condenada: durante mucho tiempo le dejaría un sabor de polvo y ceniza en la garganta.

Cómo decirlo…

“No me molesta confesar mi ignorancia de lo que no sé; lo que me turbaría en gran manera es parecer una ignorante en lo que sí sé.”

¿Tu arte? Dales en la cabeza con algo más sólido que una barra de hierro.

Había que…

Los dos agarrábamos esa declaración al mismo tiempo, cada uno por un extremo, como se agarra una cuerda.

(He aquí un hombre que no quiso ser feliz. En él reinaba la tristeza como una piel pegada a la otra piel de la carne: “Si soy feliz, todo lo que me rodea bajo la luz del sol será verdad y yo sólo sé vivir con los ojos hacia adentro.”

He aquí un hombre que no quiso ser feliz, y eso es fácil conseguirlo, basta con hacer lo contrario para serlo, pero le acongojaba allá donde fuese en Nueva York la tremenda visión de los Bowery Bums. Le perseguía como una sombra viscosa, como una sombra del maloliente futuro tras él que no daba tregua.)

Vives y andas sobre una esfera: el centro, pues, eres tú: todo gira a tu alrededor, caminante afortunado o no.

Aunque:

palidecía el escenario de los otros, pero nada lograba sustituir aquella disipación que gradualmente los iba tornando invisibles: todas las imágenes que generaba su pensamiento se amontonaban en un interior de oscuridad, anidaban sólo en la negritud.

Boqueadas como las que acelera desesperado el pez que se retuerce y salta sobre la cubierta de la barca, con las branquias palpitantes y pavorosamente abiertas, desnudas lejos del manto de las aguas secándose al sol, ineficaces… Tal como su impetuosidad plástica de última hora, ese arrebato creativo que no eludía muy deliberadamente, con coherente determinación, el feísmo de su apariencia y la asquerosidad de sus materiales.

Pero también parecía existir un elemento apocalíptico en toda aquella fealdad, un contenido, al menos en parte, visionario y escatológico del derrumbe final del ser humano. ¿No serían esas reflexiones previas el resultado de la lógica aprensión hacia su enfermedad real, física e irremediable? Una perturbación sí lo sería. ¿Y no podría todo esto incluso ser inconsciente en ella como artista, como si una fuerza que no podía intuir la arrastrase en sus obras finales a una desmesura matérica verdaderamente repugnante, a materializar con esos repulsivos componentes una viscosa representación del mal que la destruía?

En cuanto a él: pone fin a muchas cosas:

FIN (la mejor manera de…).

Seamos serios:

y así da por concluida la labor de la jornada de las mil páginas, como en una película, para que se entienda perfectamente que la cosa ha acabado, que puede uno levantarse de la butaca aún en la penumbra o cerrar el libro sin estrépito y abandonar la biblioteca pública, que puede uno volver a su casa o entretenerse andando por las calles, o si lo prefiere tomar una copa en alguno de los bares pequeños y oscuros del Village o acogido por el  anochecer sentarse en el banco de un parque del centro no demasiado lejos de casa, no demasiado lejos de nada, cerquita de sí mismo, dejando que sobrevenga la noche.

Site/Non site.

En cuanto a él, decíamos (todavía más), no era en extremo difícil comprender la existencia de un cierto platonismo en su vida (al contrario de lo que pudiera pensarse, eso era un mecanismo de defensa, un escudo ante las asechanzas seguras del día siguiente): le bastaba con posponer la cristalización, por saberlo a su alcance, de aquello que más ansiaba reprimiéndose a veces (o casi todas las veces, o todas las veces) en una especie de juego masoquista, de una virtualidad rara, puesto que le alentaba interiormente la absoluta seguridad de obtener y disfrutar una satisfacción más tarde o más temprano en lo que ya sabía suyo (incluso cuando era consciente de su propio final un día u otro, quizás en el minuto de después:  dilataba ejecuciones, demoraba complacencias, y al hacerlo sentía que contrataba un seguro de vida, un alargar los plazos del tiempo caprichoso o fatal hasta que colmara aquel deseo).

Déjalo ya…

Maneras de una quête.

Lo siento, confesó alguno de los dioses, no hay una regla para acabar bien.

En cuanto a…

Hay cosas que nunca, nadie, alcanzará a saber. Esperar:

(morir vieja, con todas las articulaciones fuera de sus goznes).

Cómo decirlo…

(Mira el montón de trastos (todavía) sobre el suelo: está indagadora la chica: sólo le falta una pipa meerschaum en la boca.)

Déjalo ya…

No hace falta que sea la Nave de Delos (que asoma la orgullosa madera de su proa por el horizonte azul marino).

Todo más doméstico, como sin importancia en la ciudad de los diez millones de habitantes.

Ella, que espera.

Como el romano ilustre que veía llegar su fin al costado del mármol y el agua límpida y tersa de la gran bañera envuelto por los vapores fragantes (la túnica blanca e impoluta y la mano sobre el seno desnudo de la doncella reclinada a su lado, la copa rebosante del vino del color del oro y las uvas brillantes y violetas del racimo, la desafiante sonrisa a la tierra y sus asesinos, el desprecio al más allá...)

Era inútil esconderse:

disfruta de la muerte.

Es raro, sí, este cese de la agitación.

Queda el pasado: fogonazos de él, destellos súbitos, sobresaltos como relámpagos y, a veces, placientes imágenes, y con suerte, un bello recuerdo como un claro de luz en el bosque cubierto por el denso tapiz de las hojas caídas.

Y lo demás… inventarios, listas a las que tan aficionada has sido.

¿Recuerdas, sí, un día cualquiera de antaño? un viernes de junio del 69, el 20 por ejemplo:

a las 7,11 te despiertas con angustia y miedo, indefensa e irreconocible

¿quién soy?

¿quién era?

te has levantado a las 7,32

bebes despacio un vaso de agua

a las 7,38 sigues mirando un cuadro azul colgado en la pared

a las 7,46, ya bajo la ducha, los sueños de anoche se han desvanecido por completo

te has aseado

has ordenado la cama y los trastos en la cocina de la cena de anoche con J., D., L. y M.

a las 8,34 horas te has plantado en la calle –¿llueve?, ¿hace fresco?, ¿hace viento?, ¿hace calor?-

compras el Times

desayunas en Virginia’s Room mientras hojeas el diario

te acercas a la oficina bancaria y cobras un cheque (47,50 dólares)

llegas a casa (9,17) y te encierras en el taller hasta las 12,48

(alguien llama al timbre a las 11,13: no abres la puerta -informe del hospital o una carta o la visita de un amigo o la irrupción de un entrometido o la llamada de la vecina de al lado que pide ayuda o el timbrazo de un desconocido que se ha equivocado de edificio o…-)

a las 13,07 almuerzas algo con G. en la terraza de Spin (Houston con la Segunda Avenida), pues hace un mediodía cálido y apacible

acudes a la librería The Green Train, breve charla con Yeats y: Seymour: a Introduction y un tomo (II) de los diarios de V.W. (4,75 dólares en total)

a las 14,21 te reúnes con J. y S. en el bar del 93 de Bowery, donde tenéis una conversación intrascendente (alguna que otra maldad acerca de…) y bebes una copa de un vino blanco de un sabor muy afrutado (excesivamente afrutado)

vuelves al taller (15,09) y trabajas (Tori) hasta las 16,12 de la tarde

(sobre las 16,13 te asalta el recuerdo de unas líneas leídas en un libro de… -no puedes atinar con el nombre del autor, por un instante te quedas con la mente en blanco, con la mirada fija en un punto invisible del espacio, que es lo que media entre tus ojos y las cosas, el objeto, quedas inmóvil, casi sin respirar, y todo alrededor, difuminadas las cosas, el objeto ha muerto, aunque es visible, y está ahí-)

a las 16,27 entras en una peluquería de Kenmare Street, donde tenías cita para esa tarde: por la noche toca teatro

compras un mazo de hojas amarillas y media docena de minas para el portalápiz

compras dos bolsas de fruta en el puesto de la esquina

charlas con …

vuelves a casa a las 18,05

hojeas un libro (pasas las páginas buscando algo)

vuelves a ducharte cuidando que no se te moje el cabello

hablas por teléfono veinte minutos con S. sobre la exposición en Castelli para el próximo diciembre, aún abrigada con el mullido y suave albornoz azul que te cubre hasta medio muslo

a las 19,06 recobras una línea de un libro (otro) que apuntas en el cuaderno secreto

a las 19,09 tienes otra vez miedo

a las 19,11 maldices a dios (a todos ellos)

a las 19,24 sales de casa

a las 19,39 te reúnes con B. en Fischbach

cenas a las 20,03 en Sub con B., L., G. y A.

a las 21,45 función de teatro off-Broadway: Satan in the kitchen

a las 23,58 en casa con H.

H., sin desayunarse siquiera, pero sí duchado, se marcha a su casa a las 11,19 horas del día siguiente.

Déjalo ya…

Cómo decirlo…Hay cosas que nadie, nunca, alcanzará a saber.

Como no saber, vivo, lo que serás después de muerto.

Como pensar en un dios (alguno de ellos) omnipotente y creador y no descubrirlo jamás ni a él ni a su morada en el universo. No sabrás ni su Forma Perfecta. Ni su Color. No verlo jamás.

Ha llegado el día grande de su ira: el aceite y el vino, ni tocarlos.

Eras un sueño.

De repente

el árbol comenzó a caminar junto a ella

y eso le hizo sentirse muy bien

verdaderamente protegida

bajo su fronda primaveral.

Tal vez sus poemas…

En cuanto a…

Pero la poetisa confesó en voz alta y grave y enferma por el humo de un millón de cigarrillos poco tiempo antes de acabar sus días voluntariamente (algo que ella, ella, Eva Hesse, ¡nunca haría, nunca!): “Es difícil, es difícil morir bien.”

En Eva Hesse la muerte fue fácil, porque ella no quería morir, no quería morir jamás. Le vino así, como a traición, como algo absurdo por inesperado, fíjate tú…

-Hola, muerta.

-¿He estado alguna vez viva?

-Sin duda, si ahora estás muerta.

-¿Y cómo es que no recuerdo nada?

-Esa es la gracia que te concedemos nosotros, los dioses.

A rodar.

El mundo de afuera…, esa transparencia en manos de un dios realizador cruel, borracho y lamentable.

¿Tras de ti? Relics. Chorradas en el fondo.

¿Ves a William Shakespeare por algún sitio?

¿Que no habrá trazado Right After a base de pentámetros yámbicos?

Deja al espectador de la comedia de la vida y sus pompas frente a una de tus obras durante un buen rato, delante de alguna de ellas, cualquiera de los inquietantes engendros: ¿se sentirá subyugado por ese carácter durático del que hablaba tu compatriota por partida doble Benjamin?

Como artista que es, será generosa en la hora de su muerte (desnuda te vas de la orilla, atrás dejas lo del mundo, pues lo que tuviste por muy alto, largo y ancho o sus contrarios que fuera de él… a él le pertenecía, el mundo era dueño de lo inmaterial, hasta de tu pensamiento y hasta de todo lo invisible e inimaginable, hasta de ti era dueño).

No, hoy no era mala…: nada entendía de ese dios que, desdeñoso de la palabra, empuñaba la espada.

Eres artista la más pródiga sin duda (por ello mueres amada por nosotros), más generosa de ti que de todo lo material que legas (sólo trastos), se diría que, humildemente, hasta te has troceado meticulosamente, trocito a trocito de carne, de músculos y huesos…: donas hasta tu alma, que es aquello que se concreta más allá de las industrias y afanes del cuerpo.

“Yo fui artista porque quería soñar… No soñé nunca ser artista.”

Al igual que un Caballero Andante:

“… dio su espíritu (podéis despedazarlo cuanto gustéis), quiero decir que se murió.”

Déjalo ya…

El tiempo, esa malla invisible donde se hilan el pasado y el presente, se anudan al futuro también invisible, se aferran…

Ese viejo cordel, ese grumo de pestilente polímero, ese polvo de óxido, esa… eso, ¿es un signo o es una idea, un objeto?

Eva Hesse

Catalogue Raisonné

1938: Raya azul.

1939: Goterones ocres, media raya negra; líneas azules cruzando un círculo (digamos, ovoide); línea quebrada; manchas de tinta china; goterón negro (digamos, casual); rayas verticales sobre cuadrado irregular.

1940: yo; yohelen; yocolegio; yocalle; yoarbol; yojuntocasa; papaymamacogidosdelamano; perrosolo; helenlatonta; yoazul; yoymama; yoypapa; papá; mamá; helen; yosola.

1941: Tren rojo con cielo azul y nube blanca; Paisaje con oveja; Árbol azul; Mi amiga Rebeca; Helen vestida de rosa; Perro; Hierba verde y sol amarillo; Hombre; Hombre y mujer; Gato y piedra; Papá y cigarro.

1942: Barco en el río; Mi habitación; Mi calle; Autorretrato; Mujer con vestido verde; Eva y muñeca vestida de azul.

1943:  Eva mirándose en el espejo a los 7 años

¡Eva mirándose!

¡Mirándose!

1944: Nace para el arte EvaPicassoHesse.

Condenada o salvada in absentia.

Todo se torna sombrío en esta hora de luz…

Evchen, cariño, di adiós a mamá.”

¡Let the show begin!

Gradualmente la luz iba apagándose hasta convertir en grises las manchas doradas y decadentes de la tarde que desfallecía. Y de repente todo se agrisó, la luz se hizo gris, y se aposentó donde quiera que mirara, y los olores también grises se intensificaron hasta causarle vértigo, como si de un momento a otro fuera a nublársele la vista, y el olor de la hierba cenicienta que le rodeaba, el empalagoso aroma tan dulzón de caramelo que emanaba del niño rubio y serio que a unos pocos metros de él le miraba sin pestañear, el extraño y arcádico olor a humo de leña cuya imperceptible huella elevándose a un cielo gris pero más claro que los otros grises, se diría que un resplandor platino, no pudo descubrir por más que escudriñara en lo alto, le hizo cerrar los párpados definitivamente, creerse muy lejos del mismo corazón de aquella ciudad donde todo parecía cruel y destilar hostilidad, lejos de Central Park que nunca pudo enmascararse a sus ojos debilitados en un refugio y convertirse en una arboleda fantástica de cascadas de aguas limpias y bosques sagrados, de ninfas y faunos salvajes, libre de la vigilancia y el cerramiento atosigante de las moles erectas que cercaban el paisaje verde y azul o dorado o gris con sus temibles y frías murallas de piedra, monstruosas láminas de cristal como fría agua gris congelada y frío acero gris.

Era noviembre. Era noviembre y él era un solitario en la ciudad inabarcable de todos los tiempos. Era noviembre y era después de la muerte. Era como si le penetrara la carne un frío gris e inclemente, un aire en forma de suave cuchilla de desasosiego que preludiara la soledad y la noche en El Gran Parque de El Hombre del Pelo Blanco.

Era noviembre gris.

Y entonces, el niño de oro (tan patente era en lo gris) se dio la vuelta, y empezó a alejarse de él con suma lentitud pero como si huyera de él y su perplejidad, y de cuando en cuando volvía la cabeza con parsimonia como si él, extranjero, solitario y fugitivo sentado en la hierba gris le diese lástima, y cada vez se acercaba más y más el niño hacia el lago gris y entonces ya no volvió la cabeza y continuó andando hasta que pareció que se disolvía en el aire gris por encima de las aguas de frío y gris metal. (“No has crecido.” “Tú, tampoco.”)

¿Existe yo?

Sobre el océano.

En el avión. (En la nave.) 

Regreso a Ítaca.

Al cabo, la cabeza humillada, rendida sobre el regazo de Jennie, la de los ojos verdes.

Mujer de nieblas, de tierra y agua, barro al fin.

Oigo una dulce voz.

Despierta.

Sería yo Butes El Ahogado, vencedor en Troya, guerrero tras el canto.

   Que sea, sirena.

 

 

 

 

Hesse, Eva.

(Hamburgo, 1936 – Nueva York, 1970).

Escultora estadounidense

de origen alemán.