El día amance para todos: ratas, hombres, víctimas y verdugos.
El
camarada Daniel, no sabe muy bien por
qué, cuando observa a la escasa luz de esa noche de julio el bulto al que le ha
metido cinco balas caído en el suelo, se ve a sí mismo dos meses después
reventado sobre la tierra por los disparos del pelotón de fusilamiento: se ve
como un bulto, otro bulto, de modo que nunca sabrá que algunos proyectiles le
han sido estampados intencionada y directamente en la cara desdeñando
agujerearle el corazón inocente (puesto
que no se ve).
Va
por ti, se dice sin perder la sangre fría, recordando al compañero muerto en el
atentado, el fusilero con los dientes apretados mientras apunta a la cabeza de
la víctima desde los quince metros reglamentados.
El
camarada Hidalgo duda entre
descerrajarle un tiro de posta a un guardia civil o llenar las calles de Madrid
con octavillas en contra de la subida de los billetes del Metro. Al final no
hace ni una cosa ni otra y deja la misión de ejecución política y propaganda en
las manos de otros camaradas a los que induce a su pronta comisión.
El
camarada Pito llegó a ser el que ya
era desde el mismo día que nació intoxicado concienzudamente por los guisapos
de El Mundo, las reiterativas homilías políticas del camarada Hidalgo y la rabiosa soledad que
agrisaba sus días de huérfano obrero, sin nadie con quien hablar durante días y
días.
El
camarada Ramiro guarda en una cajón
de la cómoda, oculta entre la ropa interior y un par de pijamas, la Laurona que va a ser la perdición de los
camaradas Hidalgo, Pito y Ramiro.
Un
mediodía del agosto madrileño, tórrido, de luminosa crueldad, el camarada Pito apoya los dos cañones sobre la parte izquierda de un bulto,
una figura algo material, oscura, pero a la vez profundamente irreal, leve como
una transparencia, como velada por el aire caliente, y dispara sin la menor
vacilación a bocajarro sin sentir para nada el retroceso del arma, ni siquiera
es conciente que porta un arma en las manos.
Lo
otro, el bulto, se contrae y se derrumba al suelo: parece una sombra, un charco
de algo extraño, una cosa fea de recordar.
Una
semana más tarde, el bulto encongido y roto en el suelo de la Dirección General
de Seguridad es Pito, y le llueven
golpes desde todos los lados. Las patadas le revientan los pómulos, le hacen
saltar las muelas, le rompen la mandíbula, le desgracian para siempre los
riñones, lesionan el hígado y el bazo (¡y qué más da!). No tarda en delatarse a
sí mismo: En este año de 1975 la guerra civil del 36 todavía no ha finalizado;
mi único objetivo era la de perpetuar la lucha armada hasta la victoria final
del pueblo español sometido por la dictadura fascista… ¡Disparé con toda mi
alma!
Un
golpe duro e inesperado con la porra de hierro envuelta en cuero contra la sien
derecha interrumpe en seco la soflama del torturado y le deja sin sentido.
Ese
negror silencioso tan absoluto en el que se ha sumido sin dolor,
blandamente, por compasión tenía que
haber sido el de la muerte, el de la nada, pero no lo era, y al cabo de unas
horas despierta tirado en el suelo como un animal entre su propia mierda
sabiendo a lo que va a enfrentarse antes del fatídico alba con aliento de
guadaña: la espera entre las parede desnudas y sucias, el padre herido de
muerte por la pena vestido con la dignidad posible que le confiere la corbata y
un traje baratos, la madre enlutada sin saber nada de nada con el bolso de
plástico en las manos y la mirada de piedra, los ojos secos e incrédulos, el
hermano loco de dolor que se inflige a sí mismo heridas lacerantes con las
brasas de los cigarrillos para mitigar la desolación, el capellán cobarde o
estúpido que anda con sus trucos con la muerte, los guardianes que disimulan su
odio pero también el remordimiento de lo que son en este momento crucial, las
docenas de cigarrillos que son como las cuentas de un rosario en la letanía de
la última noche...
En
el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, la guerra ha terminado…
El
camarada Pito, a pocos días de ser
fusilado, aún suplicaba un arma, un lápiz afilado con el que poder sacarle un
ojo a uno de los esbirros que le custodiaban:
¿No
podéis facilitarme un lápiz? Con eso soy capaz de llevarme a uno por delante…
En
las españas de norte a sur, de este a oeste, siempre hubo uno que, acabadas las
guerras o no, entre la rabia y la nada, se echaba al monte a hacerlas por su
cuenta con una escopeta de cazar conejos sobre los hombros y la mirada frita
por el sol del mediodía.
(Nunca
las ganó.)
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
1978, año III d. F.:
Muy bien, camarada Brell (¿cuál de ellos?).
¿Tú sabes lo que es
una urna?
¿Tú sabes lo que es
una tarjeta de crédito?
¿Tú sabes…?
¿Tú sabes lo que es un
concejalito, un escañito…
Cómo no.
Un salvoconducto para
los números rojos y el desahucio.
Un visado vitalicio
para el hemiciclo de El Gran After Save.
Una pensión vitalicia
hasta que el cuerpo de los pecados podrido ya de exquisiteces gastronómicas y
regalías licoreras reviente por sus costuras grasientas… como las del cerdo.
Una existencia para la
nada (pero antes navecita sideral bien cebadita).
Todos somos
existencias para la nada: era verdad, una
pasión inútil.
Amén.
Pero, vamos a ver, no
salpicar impunemente la ruina de vuestras abanderadas identidades al prójimo,
no esparzáis ese charco de excrementos como gusta de hacer el hipopótamo con su
rabito: no salpiquéis, por lo menos eso
en el momento estelar y único de reventar y entregar vuestro espíritu
(hediondo) al Señor.
El señor Gramsci
sonríe y celebra con la mirada la portada del que en estos momentos es el libro
de cabecera del señor Brell, Fiodorov,
pero a él le está costando horrores desentrañar alguna de las numerosas
incursiones filosóficas del señor Musil, así que a duras penas le hacen gracia
muchos párrafos verdaderamente epifánicos:
Es muy posible que en estas intuiciones, pensaba Ulrich, se
expresara una cierta inseguridad de vida;
inseguridad, a veces, es sólo insuficiencia de aisladores (?); por lo demás estará bien no olvidar que
incluso una persona (?) tan
experimentada como la humanidad al parecer obra según principios muy semejantes…
Padre, ayúdame.
¿Con la policía o con
Musil?
Su padre mira desde la
alturas, dulcemente asediado por los vatios justos del Bang&Olufsen:
el adagio del segundo
movimiento de la 99.
El patriarca se
desliza sobre el parqué noblemente envejecido del suelo perfecto del
laberíntico piso de Jesús esquina a Fernando el Católico, ese parqué reluciente
que invita a su paseo sosegado, esa la tierra madre que este Anteo en
zapatillas de orillo tanto necesita día a día para sobrevivir y hallar su inspiración
vital.
Tú te lo has buscado,
hijo.
¿Las porras de la
policía sobre las espaldas o las hipnóticas digresiones del señor Musil?
Mejor haber acabado
recluido en el anodino, y hasta falso si lo prefieres de ese modo calificar,
acomodo de la costumbre cotidiana y los ritos amortiguadores que atenúan el
clamor inextricable de más allá de las ventanas, las sucias bocazas de los
otros que no cesan de proferir impropiedades.
Vuestro padre,
mierdecillas, ni siquiera puede contaros
un par exiguo de miserables anécdotas de aquellos tiempos del Felipe
donde anidaban como avecillas con plumones muchos de los diputados de hoy en
día, sólo en el 63 hubo coraje para, seguido de una prudente mudez, firmar a
vuela pluma, desviando la vista a un lado, la rúbrica de su nombre escondido
entre varios centenares de nombres más, una confusa e ingenua petición
colectiva de indulto –sorpresivamente sin ninguna represalia posterior que
interrumpiera o penalizara su carrera docente- de la condena a muerte de Julián
Grimau.
A hurtadillas compraba
a finales de ese año Cuadernos para el
diálogo y también la renacida Revista
de Occidente de soslayo, sintiéndose culpable, mirando a ambos lados como
aquel que comprara bajo cuerda una revista pornográfica danesa.
Las manos limpias, el
corazón en paz… y aleja la zozobra del pensamiento de la muerte, que ha de
llegar: casi treinta años después, le sorprenderá, por esas cosas que pasan en
tan señalados momentos, calzado de zapatillas, hojeando antiguas revistas de
los años sesenta, libros al desgaire, derrumbado sobre sí mismo, caído en el
noble parqué… etcétera.
Los dos Brell
sobrevivientes, el joven Brell y Brell el Viejo –allá los otros dos, allende…
¡quién sabe!, rusticano, uno; suicida, otro-
musitan despreocupados la canción del pirata: en el interior del húmedo
y tibio cagadero, envueltos en el vaho de su propia mierda y el hedor
subsiguiente, ubi tiene ibi patria,
se hallan a gustísimo Brell el chico y Brell el grande: ahí mi paz, ahí mi
patria.
Su padre, el padre, miraba como un árbol de fronda
majestuosa desciende la vista vegetal a los excursionistas sentados a sus pies
llenándose la boca de alimentos insanos: helos ahí, senderistas sin norte,
zampando basurillas de vistosos envoltorios y otras componendas saborizantes.
¡Carnaza de investigación médica en el XXI!
De estos no anduvieron
mis vástagos muy diferentes… Estómago de buitre puede más que toda corrompida
podredumbre. Gustosos de carroña todos estos. ¡Qué de ácidos corrosivos
albergan en las tripas desde bebés que disuelven hasta el acero! Cuanta
comprensión hallas en mí, buen Herodes.
Padre desde las
alturas, de esa raza paulina, de ese
palo, de esa estirpe la joven y el catedrático, qué bien congeniaron ambos
desde allá, los lejanos años 80, y él, Boceto,
excusa a guillotinar, bonita coartada para el ingenio de ambos.
Te quiero, Nachito, declara la eximia guionista con
la entrepierna húmeda (yo diría que mojada, chorrosa), porque me traes dinero a
casa, me follas cuando yo quiero, es decir, cuando a mí me gusta que me follen,
y eres un tipo inofensivo, cargadito de la vitamina de los benditos 40°, llámese Bombay o Beefeter, y precisamente a la
hora que aconseja la absoluta dejadez femenina, … Tienes los tres ases
de la baraja.
Tu padre, don Tancredo
con chaleco, en mangas de camisa y el nudo de la corbata relajado, luce risueño
desdén en la mirada mientras contempla la escena en uno de los librescos
salones del hogar de los Brell con el dedo índice de la mano derecha entre los
dos mazos de páginas del libro abierto que le oculta (como siempre que le oculta) la expresión confiada,
los ojos curiosos.
¿Cuál es el cuarto…?
Falta uno, si las cuentas no me fallan…, farfulla el infeliz Brell el Joven.
El cuarto soy yo,
sentencia sin tapujos Paula Coloma Espina.
La carcajada de Brell
el Viejo se no se hace esperar.
Buena mano… ganadora.
Padre, yo me mantuve
alejado de politiquerías…
Hum…
Padre, yo rasqué en el
sistema, hurgué ahí adentro, he sabido meter la cabeza, me sumé a la casta como
aquel que no quiere la cosa (y sonríe para sí): heme aquí ganando una pasta
gansa:
Profesor, háblenos de
Goya.
Y Lucientes.
Vive, pues, pequeño
Brell, de la generosa faltriquera estatal:
Tengo toda una vida
por delante, Charlie, como para desperdiciarla en francachelas políticas de
nula efectividad y ningún rendimiento loable: 427.000 años concretamente,
Charlie, de modo que no tengo por qué apresurar las cosas pero tampoco hay
necesidad de perder el tiempo. Mil años, arriba o abajo, pasan en un suspiro.
Es un buen negocio,
jefe.
Ya lo creo que lo es…
A la edad de Jesús, uno de los niños cantores de Nazaret, el más desastrado,
les canté las cuarenta en el templo. Ahí dejé las cosas claras y maravilláronse cuantos doctos y
mujeres y hombres preclaros me escucharon.
¡Qué mozalbete!
Escancia, cobarde.
A ver si revientas de
una puta vez y me voy a la cama bendita, se dice un exhausto Charlie
sosteniendo la tensión del mundo y sus fracasos en los antebrazos, en las
cervicales castigadas, en la lengua de cartón, en los párpados de un peso
indescriptible, inconcebible (un kilogramo,
dos kilogramos…)
Glosara el amanuense
en una marginalia mil años después, un día de verano, a la sombra del
exuberante chopo, a la vera del rumoroso arroyo, en san Millán de la Cogolla,
cuna de todo principio del castellano, cimientos del venturoso roman paladino
de después.
Pues era niño
inteligente, muy vivo de entendederas, aunque de poca laboriosidad, lo que sin
duda le conduciría al triunfo, a meter mano vitalicia en el grano del Gran Silo
del Estado… (lejos del madero de la cruz donde clavan sin misericordia a los
visionarios y a los profetas desarrapados).
Se reconoce miserable…
¿Por qué no hacerlo? ¡Qué más da el disimulo frente a uno mismo! Los ojos de
adentro te dejan en pelota viva. ¿A quién quiere engañar a estas alturas? Todo
su público en esta hora es él mismo: hola, compañero, de nuevo a solas y con el
culo al aire.
He aquí, en el
castillo de Kromborg otra vez, en la noche fría y lunar, con el bramido del mar
que nace de las sombras, surgida de la oscuridad la figura terrible:
Padre… ¿eres tú?
¿Quién iba a ser si
no?
La voz grave y clara,
sepulcral, descuella sobre resonar de las olas:
A diferencia de tus
hermanos, mierdecilla, tú sólo has tenido cojones para follar. Para nada más.
Como diría el pobre tipo aquel de La
Codorniz, ¡que Dios te ampare, imbécil!
Niño era… camino de niño pera. Mira el lustre de los Sebago,
tan distante del boto campero que calza JD., el agrietado de las botas
militares compradas de baratillo por Fiodorov.
Miraba a lo Steve
Mcqueen, aún no tenía quince años, ni soñaba con el culo de una servidora.
Pero ya escudriñaba el
mundo (inmundo) a través de los cristales de unas Persol modelo 649.
Y ya se atrevía a
hacer posturas frente el espejo con una guitarra en las manos, una de tres
cuerdas…
¿Tres cuerdas? Bah,
una de juguete (casi).
Hermano Mayor…
Dime Hermano Pequeño.
El Hermano Mayor
aparta a un lado Cambio16, que recrea
en las páginas de su número extraordinario, inmisericorde pero con gran
disimulo, la agonía y la muerte de El Caudillo de España devorado en vida por
los gusanos bíblicos y mira al Hermano Pequeño con ojos cansados, sin
felicidad. La luz de media tarde, amarilla, crepuscular, cálida, se aposenta
oblicua en la pared sur del salón forrada de libros.
¿Qué va a pasar ahora?
Noviembre suele ser un
mes lento, es un mes de forma trapezoidal (?).
Mes deprimente, de
mala bruma, incita a escapar al mar, navegar con la mirada muerta.
El Hermano Mayor
sonríe sin despegar los labios (o tardará una eternidad en responder al Hermano
Pequeño, creerá recordar éste treinta y tantos años más tarde, en el 2008,
cuando las malas compañías comprometieron definitivamente todos sus ocios:
Walker, Daniels, White, Esmirnoff y ese tipo estrafalario escondido tras las
siglas, seguro que un enano, VAT69).
Todos los años tienen
una forma, un color, un sabor y hasta un sonido diferentes a los de los años
pasados y a los de los que han de venir.
En el 68 la verdad se
proyecta desde Nanterre y la Sorbona (los años también tienen su verdad y sus
mentiras) y tiene forma de adoquín.
¿Qué forma tenía el
75?
Si quieres saber lo
que pasa en el 72 gástate 8 pesetas y compra Mundo Obrero.
El 72 tiene forma de
protesta… o marcha multitudinaria.
Mundo Obrero decreta
la huelga general: camaradas, paralizad el país:
Calladas las emisoras
de radio, en blanco nevoso TVE, detenidos los trenes, enmudecidos los tornos,
vacíos los talleres, silenciadas las sirenas de las fábricas, cerradas las
aulas, tapadas en sus fundas las máquinas de escribir, infranqueables las
puertas de los comercios, a oscuras los cines, atrancados los templos donde
orar, donde orar, donde orar….
(Hay un verso de
Cernuda en Las nubes que, cuando le
viene al pensamiento, le causa cierta hilaridad a JD. aunque no exenta de
respeto, si el oximoron es permisible: Por
las calles desiertas, nadie…
¡Joder, Cernuda!)
Los poetas suelen
equivocarse, cuando no en los adjetivos, en el ritmo o en el conteo métrico, en
los sentimientos, en la palabrería inconsciente pero efectiva, en la falaz
evocación, en alguna imagen visualizada con penosa distracción, así, como al
desgaire, sin parar en mientes…
Prohibida la calle.
El 72: tu respuesta
vale 25 pesetas.
¿Qué hay debajo de una
minifalda?
¡Bonito concurso!
El 72, tres años antes
de la pregunta al Hermano Mayor, cuando los libros de bolsillo costaban 60
pesetas (encuadernados a la americana, encolados… ¡y después de leídos a la
basura con las hojas como cartas de una baraja loca de acá para allá aunque de
imaginativa portada en la mano del estudiante menesteroso!).
Posiblemente (vaticina
el oráculo JD.. llevando de nuevo la vista a la crónica ilustrada del
espectáculo mortuorio), cuando las fallas próximas ya tengamos a Fiodorov sentado a la mesa devorando con
fruición sesos de cordero rebozados, canelones y empanadillas fritas. Habrá aministía
(olvido) para unos y otros.
Bendita domesticidad.
¿Y luego? El devenir en forma de 1976.
¿Qué me das por 25
pesetas en el 72?
¿Además de
desfachatez?
Unas Persol y un niqui
azul celeste Fred Perry (y los mocasines blancos). Si refresca, un jersey de
lana Shetland sobre los hombros. (Nunca se sabe en estas españas locas de los
setenta: puede que hasta un presidente del gobierno vuele por los aires con la
hostia consagrada en la boca.)
De música, ¿alguna de
Haydn?
Algo sinfónico (?), un
rock o así.
¿Pink Floyd?
Venga.
Yo en el 72 huía de
los bares con futbolín como de la lepra más sarnosa y despellejante.
Tampoco esperaba el obreramen una de Hyden en tales tugurios de luz blanca, esa
que invita al suicidio. Cerraba los ojos al llegar a casa, incendiada a su vez
de luz amarilla depresiva, con la barriga llena de cerveza y la cabeza pesada,
abatida bajo esa maldita tonelada de
piedras y de polvo de un domingo por
la tarde con la quiniela en la mano, la piel sucia y el aliento hediendo a los
abusos de la paella familiar de horas
antes y mi señora en el sofá frente el televisor entontecida por las
agrisadas imágenes de Siempre en domingo
hasta que el telediario de la 21
instaure la sórdida cena de los domingos por la noche:
un par de huevos
fritos (con puntillitas, nena) acompañados de pimientos verdes fritos y un
cuartillo de vino comprado a granel la tarde de los sábados de las grandes
compras (sardinas de bota, bacalao inglés, café de Colombia, la mojama de
sabroso olor, el jamón de Barrachina) que añadir a los litros de cerveza ya
fermentando en las tripas durante las horas de la tarde.
(A ver si revienta de
una vez, se dice esperanzada la señora…)
Domingo, maldito
domingo.
En el 72 Franco es un
pobre viejo encorvado con el sombrero de fieltro asido a la mano izquierda:
resucitó algo en el 75, firmó las sentencias de muerte correspondientes y se
murió ante el pasmo del público en general.
Tengo siete preguntas
que hacerte, Hermano Lobo.
Desembucha.
Antes (al mejor estilo
NODO): el doctor López Ibor ha bajado de los anaqueles, donde los
impracticables (se descabalan nada más abrirlos) libros RTV, donde No fue posible la paz, donde El crepúsculo de las ideologías, donde ¿Arde, París, donde Louis Pauwells,
donde Desmond Morris, donde Harold Robins… de modo que el eximio psiquiatra que
indaga con reiterado fervor semejante al de Kierkegaard el concepto de
angustia… fuerza una irónica sonrisa no exenta de suficiencia y se remanga el
brazo derecho de la blanquísima bata, con especial cuidado lubrica los bordes
de la entrada vaginal de mi señora espatarrada con el camisón echado para
arriba cubriéndolo la cara, abierta de piernas como una almeja lúbrica en el
lecho conyugal salpicado por el hisopo y bendecido por la santa iglesia
católica, usando glicerina estéril u otro producto químico similar (él sabrá),
a continuación el sin par doktor (sic)
guía la mano de mi señora, que tiene cogido como si fuera un nabo presto a
pelar con la puntilla mi pene erecto, bueno, medio erecto, y con hábiles
movimientos facilita una trabajosa penetración en la cálida y estrecha cloaca,
dando lugar a esa primera cópula entre unos recién casados que si bien en el
futuro bienhechor no debe ser recordable (¡tierra, trágame!) no dejará de ser
inolvidable (¡oh, cuánto amé esa carita de porcelana estremecida, cerrados los
ojos por el pudor, entreabiertos los labios trémulos…!).
No obstante, el
consejero sexual don José Luis López-Ibor abre su grueso manual de nuevo, busca
entre las páginas sin titubear y señala con el dedo profesoral un párrafo donde
se avisa de una verdad como un templo: mi señora no debe esperar alcanzar el
orgasmo en esta primera ocasión, pues como bien dice el buen doctor experto en
angustias, de gestos comedidos y palabras abaciales, exhibiendo el cabello
encanecido del sabio, no será sino en coitos posteriores, una docenita o así, y
con la debida manipulación y estimulación de los órganos sexuales femeninos por
parte del señor de la señora, cuando experimente su primer orgasmo pleno que la
suma en un desmayo de placer, ese que adorna de súbitos fuegos artificiales el
cabecero de la cama del amor: Aaaaaaaahhhhhhhh!
Primera pregunta,
Hermano Lobo:
¿Cuántas esclavas del hogar no desean la
libertad?
Ninguna de ellas, ¡qué
es eso de la libertad? ¿Comprar Semana o Telva?
¿Elegir entre naranjas o mandarinas, fideos gruesos o finos? Por entonces, te
recuerdo, uno ya podía elegir: o la primera cadena o UHF. ¿Para qué más? El 72,
andando Boceto por los fúlgidos
templos de Dios iluminando las mentes con sus esclarecimientos tempranos, abría
insospechados horizontes.
Claro, Hermano lobo,
¿qué joven esposa cambiaría el 600 por
un horizonte amenazador de las mayores asechanzas?
Por un 850 de cuatro
puertas… (tiempo al tiempo).
Hermano Mayor…
Dime Hermano Pequeño.
¿Seguro que el Hermano
Mediano arriesga su pellejo por todos los españoles, o es una decisión personal
que atenúe en algo algunas de sus incapacidades? Tantas hostias (en el mismo
lado de la cara), tantos sufrimientos, tanta mugre carcelaria, ¿para qué?
¡Viva la libertad!
De su mano ha de
llegar la democracia a España (más allá del UHF).
¿De qué color pinta
esta semana Hermano Lobo?
A dos tintas (como
siempre), negro y azul.
(OPS, Chumy, Perich…)
Una España negra
poblada de caníbales que se comen entre sí a dentelladas; una España azul donde
asienta sus reales un comensal que pide un cascanueces para partir un cráneo
humano y rebañar su interior como el que hurga con deleite las partes blandas
de un crustáceo; una España en blanco donde ningún hermano lobo ni ningún
hermano mayor o hermano mediano serían capaces de librarse de la condena de las
cuatro preguntas capitales (sin necesidad de apelar a las otras tres restantes
que sumaran siete):
Tal obra, mi querido
creador,
1.- ¿Ataca al dogma?
2.- ¿Ataca a la moral?
3.- ¿Ataca a la
Iglesia?
4.- ¿Ataca al Régimen?
5.- ¿Ataca a los
padres agustinos?
Más te valiera
dedicarte a la papiroflexia, botarate unamuno, o a montar carabelas en el hueco
vacío de una botella que a liarla parda con unos señores que, cuales otras
lucecitas de la noche semejantes a la del palacio de El Pardo, sus vidas pasan
en velo salvaguardando a los españoles de las tentaciones de El Maligno.
¿Ese libro lo has
escrito tú?
Todo indica que sí,
pero…
De manera que este
libro lo has escrito tú… ¿En qué estabas pensando, idiota? ¿Crees que puedes
insultar impunemente la conciencia de los buenos españoles? ¡Majadero!
Sí, señor. Pero no
volverá a pasar. Se lo juro. Además, yo soy un buen español respetuoso y
creyente, colaboro en la prensa del Movimiento. Mi último artículo versaba
sobre la permanencia espiritual de Isabel La Católica. Me llamo José Trulock…
Pregunte usted por ahí, razones que le den de mi persona y oficio no han de
faltar, pues soy harto conocido en los mentideros literarios madrileños y aun
los de allende los mares…
Te doy así… Anda,
largo de aquí, y tira la puta pluma y déjate de zarandajas que sólo han de
traerte desgracias y condenación.
¿Hará falta repetirlo,
Hermano Lobo?
Todas las semanas:
¿Quién manda realmente
en España (además de Franco, además de…):
el Index librorum prohibitorum et expurgatorum.
Sólo el nombre de tal
desmesurado prodigio de las tinieblas impone santo temor e irreprimible
veneración.
Hermano Mayor, ¿cuánto
vale un nihil obstat?
El Hermano Lobo se
limita a aullar a las altas nubes de un cielo nocturno azulado por la débil luz
lunar.
El Hermano Lobo,
reducido a perro callejero con el rabo entre las piernas, con las siete
preguntas sin responder, se limita a aullar a la luna incapaz definitivamente
de propinar dentellada alguna en el trasero de sus domadores inflexibles que,
en el fondo, no le han dejado pasar ni una.
Pater (Venancio
Marcos), ¿cuánto vale un nihil obstat?
Ahí va un cheque en blanco.
No hay nada que lo
remedie: lo que otros hagan en el campo de la creación puede importarte más o
menos, serte indiferente o digno de interés, pero lo que no se perdona en este
negocio es que otro haga algo que tú no sabes hacer. El rencor es perpetuo.
Entonces… ¡maldito
1972!
¿Dónde tenemos al gran
pensador?
De lleno en su
particular locus amoenus (y la
botella de vodka vacía colgando de la mano dormida, soñándose a los doce años
invencibles a lomos de su cabalgadura de tres cambios y barra pintada de azul:
¡allá voy eterno verano de doradas vides y mañanas de cristal!).
Sube y te llevaré a la
Isla del tesoro, le invitaba a la pasajera de doce años.
Sube y te llevaré al
país de nunca jamás.
Sube y te columpiarás
en el arco iris.
Sin dejar de pedalear
le dio un beso en los labios cerrados, justo cuando una ráfaga de brisa
perfumada por el jazmín del verano empujó cabellos sueltos de su limpia y
fragante melena al rostro de ambos. Mantuvo la boca pegada a la de ella sin
perder ojo del camino, ella, esa clase de niña de doce años que apunta debajo
de la blusa el relieve de los pequeños senos pero que aún se sube de cuando en
cuando los calcetines más allá de los tobillos y besa con los ojos cerrados,
con los labios pegados como por una capa del cemento más resistente. Intentó el
caballero seductor lanza en ristre entreabrir los labios con sabor a chicle de
fresa de la dama con la punta de la lengua afilada y retadora: imposible, peor
que forzar la cerradura de una mazmorra con la sola ayuda de un dedo. Toda una
ordalía.
Doce años, Belcebú, y
una caterva de malas ideas rebotando en el interior de la cabeza de nuestro
pequeño miserable:
2:42 Y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme
a la costumbre de la fiesta.
2:43 Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño
Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre.
2:44 Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le
buscaban entre los parientes y los conocidos.
2:45 Pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole.
2:46 Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en
medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles.
2:47 Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia.
(…)
2:52 Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los
hombres.
Niño crápula… ¡a saber
a que juegos indecentes te entregaste durante esos tres días perdido en la gran
ciudad!
Bien silencia las
correrías y devaneos (los niños sabios son algo lúbricos, de secretos
itinerarios no exentos a veces de excitantes peligros) el hermano Lucas… Aunque
los otros, el hermano Mateo, el hermano Marcos y el hermano Juan se pasan por
el forro los doce años de nuestro héroe y lo hacen crecer en dos versículos de
bebé emigrante hasta mozo pasado de los treinta, sentencioso y algo colérico,
eso sí: esos azotes a los honrados mercaderes, esa maldición a la higuera
inocente, esas imprecaciones a los hombres ricos, ese brioso borrado de las
palabras en el polvo, esa exclamación de la hostia, imperativa del todo:
¡Lázaro, sal fuera!
¡Te conozco, perillán!
A ti y a tu siglo… Y a todas tus malas artes de encantamiento.
Mas Jesús, el buen
nazareno, a todos nos ha de perdonar.
Sube a la barra, anda,
alma gemela, espíritu mío hecho mujer de bellas formas. Te voy a llevar al
cielo… de 1972, piensa el hombre inacabado, imperfecto, incorregible de treinta
años más tarde, abortado de una vez (no por todas, calma) el niño de doce:
¿Qué es el porvenir?,
se pregunta Ulrich a bordo del tranvía, pocos meses ante de que diese inicio la
monstruosa carnicería de la Gran Guerra: diez millones de muertos, toneladas de
carne podrida bajo el sol inmutable al término de la juerga militarota. Y se
contesta: Unos cuantos centenares de kilos de hombres, los mismos que en el
pasado se sentaban en diligencias y en el futuro se desplazarán de un sitio a
otro con máquinas distintas a estas y a las de antes…, así discurría el pobre
ante el abismo.
El silencio omite,
claudica, renuncia a proclamar legítimos derechos, es una censura transitiva o
no, una autocastración.
¿De censuras hablamos?
Hablamos de
correcciones, de guía y consejos para el hombre sabio y prudente, y alejaré la
mano con la que te persignas del pecado, voy a aferrarme a tu muñeca como la
hiena se agarra con sus incisivos al cuello de su presa, y te libraré de las
tentaciones con que El Maligno burla tus sentidos hasta el día del Juicio
Final, donde habrás de dar cuenta de tus caídas y flaquezas a Quien te proveyó
del alma inmortal. Voy a ser tu sombra, el hálito benéfico que entibia tu nuca,
voy a ser tus ojos y tus oídos, voy a ser tu alma que doblegue tu cuerpo
vulnerable y pecador: voy a ser tu verdadero ángel de la guarda.
¿Cuál es tu nombre y
condición?
¿Este libro lo has
escrito tú?
¿A qué escenas abres
los ojos, libertino?
¿A qué teatro del
mundo (inmundo) asistes desde la inocente butaca?
¿En qué óleos de
obscenidades te deleitas?
¿Qué música aberrante
embriaga tu espíritu hasta sumirte en la abyección más salvaje?
¿Qué esculturas
mórbidas y pecaminosas debilitan tu voluntad y te impelen a puerquear con
mujeres fáciles?
Nuestro Generalísimo
en este año de gracia de 1972 ya nos los advirtió con su proverbial
clarividencia:
Hay algo peor que un
comunista: ser un mal español.
Tú, miserable humano,
eres un mal español, un espécimen rojo y antipatriota.
Y tú, ¿quién eres?
El lector 44:
La novela es pésima,
de nulo interés argumental, farragosa, sin consistencia literaria ninguna.
Además, ataca al Régimen y a la Iglesia Católica sin disimulos, se mofa de lo
moral y se regodea en lo malsano y pernicioso que pueda hallarse en todas las
sociedades de nuestro tiempo, aunque este escritor se empeña novela tras novela
en hacer de España la destinataria de sus invectivas ponzoñosas. Se diría que
el autor se complace en lo más asqueroso de las torpezas humanas. Llamamos la
atención especialmente, y aconsejamos la supresión
total, de las páginas 12, 34, 36, 44, 47, 51, 57, 66, 71, 72, 73, 86, 88,
94, 96, 97, 101, 104, 105, 108, 110, 111, 112, 113, 122, 125, 131, 133, 135,
145, 149, 152, 167, 169. Y respecto al capítulo XXVI, debería ser eliminado por
entero, sin contemplación alguna. En todo caso, la opinión de este lector (sic) es la de prohibir totalmente la
publicación de este libraco, pues es un producto vil, corruptor e indigno. Si
el señor Goytisolo persiste en ganarse la vida dentro del noble sector del
libro que se dedique a la venta de enciclopedias, manuales y recetarios de
cocina. Nunca llegará a nada mediante su venenosa pluma de aprendiz poco o nada
aprovechable que destila odio a la Patria, a la fe católica y sus dogmas y
entregada al constante descrédito de sus compatriotas.
Lector 44.
¿Y qué decir de un tal
Jaime Gil de Biedma? Un poeta de la alta burguesía catalana, cursi y snob y
sobre todo vulgar hasta decir basta, que nos arrea (sic) doscientas páginas describiendo una tuberculosis que le duró
tres meses de reposo en una finca campestre de su propiedad de señorito; o sea,
un tostón de páginas anodino, vacío y sin interés literario ninguno, salpicado
de reflexiones vacuas sobre el arte literario (el del propio autor) e incluso abiertamente
sexuales… Por fortuna para este poetastro (en medios de reconocida solvencia
informativa se cuenta que el tal individuo es un invertido al que pronto
arruinarán su lascivia y disipación continuadas), se gana la vida, y muy bien,
por cierto, como directivo en una gran empresa de coloniales en la que
participa su padre como uno de los accionistas mayoritarios.
Prohibimos de forma
tajante ese centón de porquerías seudoliterarias.
Lector 44.
Mucha benevolencia
tendríamos que tener para autorizar los penosos textos de este escritor
exilado, de prosa triste y gris, Francisco Ayala. Respecto al libro de relatos
que se nos ha pasado para su análisis, sólo decir que es obsceno en grado sumo
y, como remate de mayúsculo cinismo, ampara el adulterio en alguno de sus
cuentos. Es individuo poco recomendable culturalmente. En la actualidad, al
igual que todos los escritores mediocres y enemigos del Régimen, este hombre
antiespañol y masónico, se gana la vida como docente, y cualquiera sabe de qué
manera y a través de qué añagazas, en una universidad americana de medio pelo.
Se desautoriza la publicación del manuscrito sin paliativos.
Lector 44.
Este pobre
escritorzuelo ha resultado ser un rojo pernicioso, el tal Marsé denigra todos
los valores más sacrosantos del Régimen nacido del 18 de julio. Zafio, de
escritura de corto vuelo, de prosa canalla y tosca, no desaprovecha la ocasión
en cada página de su novelucha llena de deslices gramaticales para deshonrar la
clase a la que pertenece. Tal actitud le desacredita como escritor, como hombre
y como español. En realidad, el tipo en cuestión es un autodidacta de vulgar
redacción que ha fabricado este panfleto sin orden ni concierto, diríase que
pensado con los pies y escrito a martillazos. El tipo, de profesión desconocida,
ignoramos de qué medios dispone para comer de caliente todos los días.
Rechazamos de plano su
publicación.
Lector 44.
¿Me estás contando la
verdad?
Enchúfame a la Keeler
y lo sabrás.
¡Qué tiempos!
No eran peccata minuta… No eran simple ficción
de narradorzuelo del 2000…
¿Qué es eso de
Celtiberia Show?
Paridas de la Madre
Patria, pues allende los mares
alcanzan sus tentáculos.
(Muchos eran los
varones españoles que andaban tras el visionado de la copia original de Gilda, fuere en París, Amsterdam o Hamburgo,
pues era de universal aceptación en Celtiberia que miss Hayworth, en la escena
cumbre del film, no sólo se despojaba del guante de raso largo sino que, tras
arrojarlo al suelo, empezaba a desvestirse por completo en un strip-tease glorioso: pieza a pieza
hasta mostrar el coño de raíces hispanas en todo su esplendor, te lo digo yo,
que yo lo sé, yo.)
Yo hace tiempo que
dejé de creer en los domingos…
Te daré las pantuflas
de mi suegra…
Etcétera.
En el 72, y no te digo
en el 73, ya hacía tiempo que ponían alguna obrita de Beckett, y hasta de
Adamov. Brecht no estaba mal mirado. Ni Genet. Qué cosas.
Este sagrado país era
puro surrealismo: Franco se tragaba el cuerpo de Cristo de desayuno, en el
almuerzo roía los huesos sobrantes, de merienda se bebía el zumo de sangre de
un fusilado al amanecer y de cena masticaba incienso y rezaba el rosario.
Amén (¡País!)
(Exclamación al uso de
quien ya carece de calificativos para dar con una interpretación plausible
acerca de lo que significa España y su tropa de dirigentes: Michelena, Blas de
Otero, Forges…)
Te diré…
Ojo (avizor), que el
lector 44, o el lector 12, o el lector 20, no andan demasiado lejos con sus
lapiceros rojos (y fusiles al hombro).
Esos lápices rojos
flamean como hogueras de la Santa Inquisición.
Ser español es una de
las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo, aseguraba El Ausente en
los años prebélicos, cuando sus huestes uniformadas de azul y bordadas en rojo
y de pelo engominado tiroteaban al buen tuntún las terrazas nocturnas en el crispado
y sofocante verano republicano del Madrid del 36.
En el 73 Fiodorov, como estaba mandado, andaba
enfrascado en El mito de la Cruzada de
Franco, lectura que compartía con el Hermano Mayor, JD., quien, como era
previsible, anotaba con fruición el nombre de aquellos escritores e
intelectuales prorrepublicanos y (también él disponía de su propio Index librorum prohibitorum et expurgatorum)
se juraba a sí mismo relegar al absoluto olvido a los esbirros y pusilánimes
plumíferos de aquellos otros pro Franco (se podían contar con los dedos de una
mano, pero los había, y alguno hasta sin engaños).
¿Qué forma tenía el
año 73?
(Pues habrá que
imaginarlo.)
Romboide. Pero de esos
que con sus puntas te agujereaban los ojos.
Boceto ya se había instituido como un perfecto
explorador, exhaustivo y riguroso, andando y desandando entre los vericuetos
más jugosos de la biblioteca familiar. Como prescribía el amigo algo
evanescente y a deshoras de Brell el Viejo el doctor en esas lides García
Berlanga, valenciano de pro de semblante flácido de perpetuo durmiente con los
ojos abiertos, erotómano recalcitrante y sofisticado onanista había que leer
solamente aquellos libros que exigían para su sostén una sola mano. Y la otra a
su aire, trajinando de lo lindo, servidora desagradecida que ni se dignaba
mirarle (¡te voy a reventar de placer, hija de perra!, rugía el manipulador
solitario sentado en la taza del váter con los calzoncillos enrollados sobre
los tobillos leyendo enardecido lúbricos párrafos).
El 73 también olía
raro: ahora ya no pensaba el mundo:
ahora lo veía.
A los doce años, y a
los trece también, y hasta a los catorce y quien sabe si hasta los quince, el
mundo es gracioso, tiene un montón de posibilidades, sólo el propio cuerpo es
capaz de entretenerte toda una tarde, qué cosa el mundo, tan lleno de gente...
Tú, ¿qué quieres ser?, le invitaba a elegir el guionista. Porque podía serlo
todo: Si es tu deseo, te envío al Polo Norte a cazar osos blancos. (Con sus
propias manos).
Helo ahí, pues,
cazador de pulgas traviesas, mirón de señoras mal vestidas y frenético
masajeador del órgano de pedales bajos con una sola mano… en una España que ha
olvidado la guerra pero que no olvida la
victoria.
Qué gracioso, el
mundo. Puedes encerrarte en el desván de la memoria donde anidan el polvo, los
bichos y la crónica familiar, o esconderte en alguno de los ficus misteriosos o
encerrarte en la habitación de los papelotes reunidos a través de generaciones:
restos de los naufragios de tus abuelos, de tus padres, de tus hermanos, de los
inesperados, por tempranos, tuyos. Toneladas de papel donde escudriñar la
impotencia de los tiempos, la vida finita de todas las cosas y todos los seres.
El tiempo amarillo, intituló el viejo
actor sus años y sus comedias en el camino de la comedia de la vida: ¿Por qué
cuando yo envejecí no envejecieron todos, no envejeció todo?
Cada
uno, su tiempo: sólo muertos nos unimos.
Somos
una interinidad (tratando de arrancarnos de la muerte a dentelladas).
La España del 73 no
olvida, efectivamente, la victoria:
no fue en vano la sangre derramada de nuestros
mártires en los campos de batalla, de nuestros
héroes muriendo por la patria nacida el 18 de julio de 1036, la gesta de nuestro sacrificio inmortal, el coraje
de todos nosostros.
Garrote vil:
Coge 6 pesetas del monedero
de tu madre o de tu cerdito de barro y cómprate El Caso: en primera plana, a dos tintas, rojo y negro sobre blanco
sucio y astrosa impresión, de esas que te dejan los dedos mugrientos de la
porquería del plomo venenoso, cuatro ojos muy abiertos te contemplan a ti, lecteur, desde la muerte que les ensarta
por detrás el pobre hombre del verdugo estrujándoles el pescuezo mediante el
garrote instaurado por el vil Fernando VII, rey felón, cobarde, traidor,
vicioso y borbón de añadidura.
Qué excitante. Qué completo el número del 9 de marzo de 1974 (año que
también tiene forma romboide o…, en fin, en esto de los polígonos y
paralelogramos todo es confusión para mí, pacífico hombre de letras, incapaz de
villanías y acertijos, de enredos sediciosos):
Todos los
detalles de las últimas horas de los agarrotados, los antecedentes y los
delitos que les llevaron al patíbulo, pueden leerlos ustedes en un amplio
reportaje que insertamos en las páginas interiores de este número.
Pues, señor, el
garrote vil consiste en estrangular al reo mediante un collar de hierro que
atenaza la garganta del condenado apretando un tornillo por medio de una
manivela: te matan por la espalda, sin traición ni alevosía pues estás avisado
desde semanas atrás; la agonía del ajusticiado tarda sus buenos veinte minutos
(se trata de romper un hombre, cosa no tan fácil como pueda parecer si desechas
la horca, la guillotina, el fusil, la silla eléctrica, la cámara de gas, el
aguijonazo letal o el hacha) hasta que con la lengua fuera cuelga la maldita
cabeza sobre el pecho.
No dudo yo que algún
español propenso (como buen español de pura cepa –escritor, pintor, poeta,
periodista, profesor… todo en uno-) al diletantismo quisiera experimentar, así,
como por novedad, las labores del verdugo: el crujido del hueso astillándose te
da un subidón de sangre en el cerebro que no veas, sumo grado de excitación,
inenarrable experiencia.
Mientras tanto, tu
mamá, simplemente María (la tuya, no la mía), deleitábase durante las primeras
horas de la tarde, después de la pitanza familiar, pegada a la radio (¿adónde
fue el televisor con su tapete de ganchillo y su toro de felpa? Vaya usted a
saber, ahora ya hemos crecido y empezamos a librarnos de su única potestad, ya
veremos más adelante con la telenovela de las 15,40).
Mientras tanto, gran
parte de la ciudadanía enferma (de cáncer… o de lubricidad), de una u otra
dolencia, a saber, trueca la milagrosa Lourdes por la blasfema Perpignan;
cuestión de vírgenes (todas necias).
Mientras tanto, todos
éramos maoístas: eso lo clausuraba todo.
El verdadero
terrorista es el patrono (mientras tanto).
Te cambio La Causa du Peuple por un L’Humanité y dos L’Idiot international.
La verdadera
revolucionaria había sido Jean Seberg voceando tranquilamente por los Campos
Elíseos The New York Herald Tribune y
enamoramdo a un Jean Paul Belmondo algo pazguato y criminal.
¿Qué me dices?
Años después la mató
la CIA atiborrándola de ansiolíticos, opiáceos sofisticados producto de
laboratorios policiales y luego, ya para
el arrastre, vieja e hinchada, balbuciente, la enterró en el interior de un
coche envuelta en una manta como sudario. Pero, claro, ¿a quién no mató la CIA
en 1973? ¿Qué cadáver no disfrazó como fantoche presidencial o militar
entorchado capaz de volar por los aires el mundo occidental, cuna de los siglos
venideros? ¿A qué africano hambriento no puso un Kalasnikov en las manos? ¿A
qué isla perdida del Pacífico o el Atlántico o las Antillas no envió la tropa
de sus heroicos marines cebados de anfetaminas, chicle y latas de carne envasada
con el adobe de inextricables salsas? ¿Qué político de buena fe y traje de
confección no acabó bajo las balas de sus intrigas y calculadas maquinaciones,
invasiones y mandatos al orden?
Pregúntaselo a un
chileno:
Canto, que mal me sales
Cuando tengo que cantar espanto
Espanto como el que vivo
Como el que muero, espanto.
¿Cómo están
ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?
¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!
Toda la vida en blanco
y negro, encerrada en un televisor que es la ventana del mundo, de todos los
mundos imaginables.
Y, por esas cosas que
pasan todavía en plena era de pantanos regaderos de las españas resecas, alguna
carta de ajuste algo desencuadernada: ya están ahí otra vez, en la pantalla,
las mismas cadenas.
Un minuto de color:
100.000 pesetas (de 1973).
Qué caro sale el
crimen: dejaremos que sigan soñando en gris. Exacto, ese es el punto justo.
Envueltos en la pestilencia embriagadora del sándalo.
La española tiende al
engorde.
Y ese cutis todavía
tan oliváceo delata la raíz morisca, a la mora de la morería…
Séales permitido la
compra indiscriminada de Bustaid y Minilip. Y en lugar de Corte y Confección, Taquigrafía
y Mecanografía que aprendan a tocar el Sitar.
1973:
De espíritu todos
estamos bien.
Pero, la carne tan
débil…
Tres años más tarde:
jugamos a las adivinanzas:
Teresa. Apenas duerme… No come, no habla…, La
luz la molesta… A veces nos mira. Pero parece no reconocer a nadie. Es como si
no existiéramos…
(…)
Médico. Poco a poco irá olvidando… Lo
importante es que tu hija vive. Que vive…
Soy Ana… soy Ana…
(Le asegura a la
noche: fundido en negro.)
Que levante la mano
quien no haya querido alguna vez encontrarse con el monstruo de Frankenstein,
inocente, atónito ante el mundo y sus sevicias, un niño grandote y lelo al que
darle una buena lección.
Que levante la mano
quien no haya creído alguna vez que su padre era el doctor Frankenstein.
Que levante la mano
quien no haya temido ser Frankenstein o el doctor de su fabricación insensata…
Padre…
Dime, mierdecilla.
Que levante la mano
ese que no odiaba al tipo que se folló a su madre.
(Dime, m…)
No he entendido nada
de nada. ¿A qué es debido?
Uno tiene un sentido
poético de la realidad, esa cegadora amalgama de yuxtaposiciones y
reciprocidades de las cosas que son porque son en tanto que son, o simplemente
eres esa víctima inapreciable que el crepúsculo disolvente, antes de que llegue
la noche, termina por devorarte sin haber transitado por el camino a ninguna
parte, que es el que verdaderamente interesa: el viaje maravillosamente
inconcebible e inútil por su vestidura genial de un arte para la nada.
Mucho andas… por
ningún camino. ¡Si al menos fueses a ninguna parte, prodigiosa meta, creencia
del espíritu aún insuperable en estos tiempos calamitosos de vanidosas
creencias y falsas seguridades!
Pero… ni por esas:
quieres el caminito de rosas.
De modo que vete al
tiovivo y muérdete el culo si te alcanzas, escrutador a media jornada. Lo
ininteligible eres tú… (Y puede que seas sólo un culo sin mordisquear: culo sin
cabeza, girando por la corteza del mundo, culón.)
1973… ¿de qué forma
hablamos?
Picasso murió entre
anémonas y pensamientos.
La última noche de su
vida, aun inconsciente (y hasta muerto), no dejaba de hablar. (Y yo juro por
todos los dioses que no deliraba.)
Hablaba. No dejaba de
hacerlo. Con los ojos cerrados, de la mano de todos los muertos, aún hablaba a
los vivos, pobres diablos envanecidos sólo porque respiraban ante su egregio
cadáver.
El hombre con espada (de madera) perdía la
batalla y la guerra.
Una vez muerto y
enterrado, ahora yacía sobre un arca repleta de billetes de banco a los pies de
La dama oferente. ¿A quién esa
ofrenda póstuma? A la muerte, a la nada mayúscula rebosante de sirenas
corporeizadas (esta vez, sí, además de los cantos) donde se pudren los hombres
geniales; no la otra, ese abismo vacío donde se precipitan los hombres menores
que se pudren igual pero sin orgullo y sin genio, sin el canto, ¡sin sirenas!
No dejó de trabajar
hasta el último instante de esa noche fatal que soñaba con anémonas y se
resignaba a no volver a contemplar el amanecer de un nuevo día. Durante meses
había pintado con un frenesí suicida. Con la furia del genio despechado. Ya ni
firmaba ni databa los cuadros. Sólo los pintaba. ¿Para qué más? ¡Qué estupidez
la mano de Dios, la firma!, ¡la hostia consagrada! Bastaban los grandes trazos,
la embriaguez del color, la forma naciente de la nada, la pasión de certificar
toda la vida de atrás en esas postreras rarezas de creador impenitente hasta el
último aliento, que era como un desafío a la eternidad de todos los falsos
dioses creados por los hombres mediocres: rayajos desde el talento invisible
que no se pudre, ni se disipa, ni se olvida puesto que ciega tus ojos.
Usted, señor Picasso,
gran artista universal y feliz español, ¿qué piensa de todo esto?
¿Qué es todo esto?
Usted, el arte, el
mundo, la niñez, la juventud, la vejez, la nada de antes de la vida, la nada de
después de la muerte, la máscara, la luna, el arlequín…?
Empezó a lloviznar,
diría el cronista.
Un domingo triste, un
domingo cualquiera.
No es la lluvia
triste… lo es la llovizna.
Tampoco es que el
mundo, o ese domingo, maldito domingo, hubiera surgido de las asquerosidades
fascinantes de las viñetas morcilleras de Robert Crumb al alcance de la mano
pecadora de Nacho Brell al haber descubierto el cofre de los secretos de mamá:
toda una fastuosa colección de tebeos underground
que iniciaba su abultada suma con impresiones infames en papel basura de la
editorial Fundamentos, abortos de la Cascorro
Factory e indecencias varias de El
Rrollo Enmascarado y alguna que otra antología torpe y descojonante de las
precarias publicaciones Star para
acabar en ediciones más decorosas y legibles.
No era el mundo de
Robert Crumb.
Era un mundo
cualquiera, como en cualquier parte. Una grisura habitual, puesto que
lloviznaba el domingo que murió Picasso, El Gran Español Feliz, pero era una
lluvia fina y primaveral, del aroma del árbol y el cielo limpio, de un aire
floreal, telúrico, como verdaderamente
adánico, de una luz como de terciopelo y de feble transparencia.
Érase una vez… En
Suiza.
(Laura vendrá a cenar
esta noche…)
Hans…
¿No empieza la muerte
de Dios matando a la propia familia, Boceto
Cooper?
Matar parece ser el
inicio de toda resurrección, material o no.
Mata a tu padre,
arráncate los ojos, siempre pecadores, desafiantes del futuro y sus dioses, de
sus maquinaciones, ellos han de poder contigo, te llevarán al infortunio pues
son los males dioses creados por los hombres: al lecho de tu madre te llevan.
Sólo el hombre puede
crear un dios torpe e indiferente a la desdicha y la crueldad a su imagen y semejanza, habitante de su
misma miseria terrenal, inventar sus leyendas y prodigios, (vamos a contar
mentiras) y así entretiene las noches, las largas esperas en la cueva con el
corazón encogido por el rayo y el trueno y el rugido de las fieras: afuera el
cielo negro herido de mil estrellas con todos los nombres aún recientes,
oliendo la bestia tu sangre y acechando desde la oscuridad tu carne inocente.
El último sueño de
Picasso.
Hubo una suit erótica y secreta, destruida más
tarde por la esposa suicida. Ríete tú de la serie El artista y su modelo o la Erótica
del 68.
Hubo un diálogo real, entre don Camilo José Cela
Trulock y don Pablo Ruiz Picasso:
testigo de ello don Luis Miguel Dominguín y, asimismo, como testigo silente, un
estupefacto y medroso don Joan Miró empequeñecido bajo el dintel, sin atreverse
a traspasar el umbral de la puerta un poco más allá de donde se encontraban los
tres hombres terribles, un mudo y angelical oyente, quieto como un trazo negro
en el espacio azul celeste.
Su coño sabía a
medicina. Mixtura farmacológica no exenta de interés… Morbo, sería la palabra
más adecuada… quizás, había dicho don Camilo segundos antes.
¡Hostia! ¡Qué cosa más
rara!
Lo que oyes, don
Pablo…
Pero…
Era heroinómana. Se
pinchaba en los muslos. Ese sabor se te quedaba en la lengua durante días.
¡Qué épocas! ¡Tales
antiguas calendas!
¿Acaso no era la
muerte para los antiguos griegos como una mujer, profunda y oscura?
La mejor Erotica universalis siempre fue
engendrada por manos anónimas…
Sin embargo, el estilo
y la poética de todos ellos, los anónimos, pronto delataban sus nombres,
desnudaban sin esfuerzo su identidad de diablillos traviesos a través de una
resolución formal inequívoca.
¿Quién se esconde
detrás de The Academy of Ladies?
Gran siglo el mentado.
Tal vez el mejor de la historia del hombre.
Abonaba con la llave
maestra de la cortesía y la exquisitez del protocolo las desmesuras del
dieciocho magnífico, desmochador de pelucas empolvadas, cortador de cabezas.
¿De qué coño estamos
hablando?
De ninfas y de
sátiros.
¿Qué tal por las
españas?
Pues de lo de siempre
que es lo mismo (sic)… Del filtro
coloreado no pasamos: el mundo a través del verde, del rosa y el azul.
Prohibido hablar de
Manolo Hugué: se folló mil putas y no pagó a ninguna. Gran Español: hacen
estirpe, leyenda hispana.
Novela picaresca
española…
La mejor novela del
mundo.
¿Y a ti no te daba
vergüenza que tus perros se comieran tus dibujos?
Los tenía muy
consentidos. ¡Animalitos!
¿Más que a la cabra?
Así que a los
televisores en la España de nuestros pecados le ponen un filtro a la pantalla
simulando colorines.
El mundo en color.
Joder, ¡qué de
ilusiones!
Le llama Esmeralda.
¿A quién?
A la cabra.
¿Por Notre-dame de Paris, de Víctor Hugo?
No, por cojones.
¿Tú ves la televisión?
Poco, lucha libre,
cosas del circo y así…, las películas de romanos.
¿Te gustan las de
romanos?
Tú has visto El coloso de Rodas (1)? ¡Espectacular!
¡Magnífico tebeo! ¡Grandiosa!
Te gustan las
películas históricas, entonces…
¡Qué coño, me gustan
las de romanos…! ¡Y los tebeos
también!
Después de dos o tres
vasos de rosé y un par de langostas
veo lo que me pongan por delante.
Se hace tarde. Anda,
todavía tenemos tiempo. Cogemos la autopista y nos vamos a Fréjus, a los toros.
Ya en el coso. Poco
juego ha de dar ese novillo. A la vista está. Tiene las patas flojas, más
tiempo va a estar caído en la arena que trotando por el albero.
¡Qué torería
desastrada en tierra de gabachos!
A la mañana siguiente:
… Y en la losa fría
había un letrero:
Cúchares ha sido
El mejor torero…
He dejado de fumar.
¿Tienes miedo a
morirte?
¡Anda, pues claro!
Y quién no… Con lo
bien que se vive en un castillo.
De lo contrario no
sería buen español… Sería como uno de esos extranjeros que se mueren sin darse
cuenta, como si la muerte fuera ir a comprar el pan, escribir una carta,
encender el motor del coche o darse una vuelta por el parque bajo el sol de
media mañana. Otro muerte es la del español…No eres bienvenida, parca, pero
heme aquí, alzada la barbilla, altiva la mirada, no retrocederé ni un paso.
¡Puerca!
Por muchos disfraces
que me ponga, me cogerá la bicha.
Que te coja con la
corbata planchada. Hay que saber cuando la tienes delante: hola, Hija de la
Gran Puta: un hombre puede ser destrozado pero no derrotado.
-Que dijo el Gran
Hem-.
Suelo disfrazarme de
Charlot.
Sé sincero.
Bueno, hay más
disfraces: el de la péndola en la mano es el más eficaz: suele encandilar a
lectores de todo el mundo debido a mi fama de el mejor pintor del mundo. Esa etiqueta vende hasta la mierda. (Un
día lo hará un tipo italiano: envasada, a 2.5oo pavos la lata).
Qué cosas… si el
pincel es bueno, ¿por qué no la pluma? ¡Oh, Grandísimo Escritor! ¡Oh, Pintor
Excelso!
Estos se lo creen
todo.
¿Y eso?
Cinco millones de
dólares la servilletita pintarrajeada (en colores vivos) de la taberna. Dibujó
el papelucho al buen tuntún, que es como mejor salen las cosas en esto del
crear.
¿Cinco millones?
Hecho.
A ver esa prosa…
Aquí no hay más que aceite y ropa vieja.
Hijo de puta, puta, cuco y recuco tajo reuma de lobo y búho
cojo.
Y, ¿cómo termina el
asunto?
En sus camas Las Meninas juegan a enterrar al conde de
Orgaz…
Y, ahora, portaos bien
y el tío Pablo os llevará de paseo con su Lincoln blanco por las verdes
praderas del Edén y mientras la brisa marina acaricia con su suave aleteo de
mariposa rojinegra la piel del rostro recorreremos la ondulante costa que
bordea el mar azul del verano más inolvidable, pues del verde, del rosa, del
azul habéis brotado, queridos niños españoles, mis muy queridas coles.
El tío Pablo siempre
olía bien: a colonia, a tabaco recio, a tierra y aire soleados, a ropa
limpia... y era muy guapo, de grandes ojos, y una mirada al rojo vivo.
Y siempre teníamos el
mundo agarrado por la cola: de su mano éramos pequeños y grandes dioses.
Hay trueques que…
¿Tú sabías que el
cabrón de Cela le sacó por un encendedor de laca y oro al cabrón de Picasso un
excelente grabado, cincelado con punzón en un vulgar mechero, que el gallego
sabio no dudó, por medio de manos ajenas y a base de martillo y cincel, en
trasplantar por puntos en forma de gran mural de veinte metros cuadrados a su
chaletito mallorquín?
¿Qué me dices?
Centauro persigue a
una ninfa.
Así se las gastaban
los carpetovetónicos de ese tiempo.
¡Qué épocas!
¡Trileros que se
ponían el mundo por montera!
¡Toros de nuevo!
¿Qué no será eso el
español, un toro?
¿No es la vida un
juego?
Lo es. Y el mundo
(inmundo) su exacto lugar.
Háblame del pedómano
Le Pétomane: de él debió nacer la réplica: ese confundía el culo con las cuatro
témporas.
¿Y eso?
¿Pues no eres tú capaz
de absorber por el culo tres litros de agua de una palangana?
Ojo con las leyendas:
escribir a mano doce horas diarias durante semanas forzoso es que te vuelva
humilde aun de manera inconsciente… pero también un gran soberbio.
Tenlo presente:
algunos inflan su ego a través del agujero del culo, por ahí les entra el aire
que los hincha como pavos reales, y cuando lo expulsan por la boca en forma de
palabras nos llega a los oídos, vamos a decirlo de ese modo, malsano y
repugnante.
(El Artista): No me preocupa lo más mínimo lo que soy, pero me apena
pensar lo que dejé de ser cuando cumplí doce años.
Miles y miles de
cuadros, y sé que el mejor de todos todavía se esconde después de la noche que
no amaneceré. ¡Qué putada!
Este tipo, Cela, y yo,
nos hicimos amigos comiendo pommes de
terre.
(Cela): Me las ponía en la boca cortadas a trocitos en un tenedor
ante el estupor de Jacqueline.
Increíble.
Pues se daba buena
maña. Se diría que el genio tiene apaño para todo.
Háblame de tus poemas.
Háblame tú de los
tuyos…
Gavillas de fábulas…
… sin amor.
Buen título, muy
triste… en aquella España muy triste donde sólo la copla alegraba las
pajarillas.
Háblame de…
Te invito a un
silencio; anda, mantén la boca cerrada durante unos minutos.
¿Unos minutos? ¡Eso
puedo hacerlo perfectamente!
¡Hablar en silencio! Tacite.
Una hora más tarde:
¿Cómo lo has
conseguido?
Llenándome la boca de
fármacos: qué apacible es todo, no dejaba de pensar todo el tiempo… También el
mundo carecía de sonidos: sólo era una visión…todo. Un gran silencio de colores
puros, cierto brillo iridiscente…
En ese mundo callado,
¿existía el absoluto?
El absoluto eres tú…
incluso cuando ya no existas. Cada cinco años renuevas los miles y miles de
trillones de átomos que eres… Y, dime, ¿notas alguna diferencia entre una y
otra renovación?
El yo de afuera parece algo más viejo,
ahora que lo pienso. Y el yo de
adentro sigue… ¡sin aparecer!
Como pintor siempre lo
he tenido claro: si huyo de lo complejo, todo resulta más fácil.
Estamos de acuerdo. El
arte alcanza entonces, como por un milagro, su verdadera grandeza.
Debería bastar el
trazo grueso rojo sobre el papel blanquísimo de exquisita fábrica: maravillosa
pintura que aupara lo gran esencial de Oriente con la desfachatez simplista y
funcional de Occidente.
¿Te ha llevado alguna
vez al cuarto secreto? En esa gruta de oros y diamantes ha reunido Pablito sus
más preciadas posesiones, custodiadas por la oscuridad… y el silencio.
Allí, la cueva del
tesoro: sólo él, El Gran Español Feliz, guarda la única llave en el bolsillo,
sólo él, cancerbero temible, franquea la entrada a la gruta de las maravillas.
Abracadabra.
Contra la pared, como
ante un pelotón de fusilamiento, vueltos de espaldas (y las manos libres de
pinceles):
Cézanne, Renoir,
Dégas, Derain, Corot, Modigliani, Braque, Matisse.. y el trío de ases: Juan
Gris, Miró… ÉL.
Una penumbra de templo
que, poco a poco, va aclarándose comienza a perfilar los cuadros, a desvelar
los colores dormidos de los genios, a revelar los prodigios.
Este hombre,
coleccionista de almas, que no gasta un solo céntimo en comprarlas: cambiaba la
suya, cuidadosamente repartida en miles de fragmentos, por las almas enteras de
los otros. Hasta en alguna ocasión, miente, gastó algo de dinero en comprar
aquellas de las más ausentes de los tratos terrenales, las menos avisadas para
las corrupciones del mundo:
Ese Rousseau, ese par
de Douanier, le salieron a cinco
pesetas… a un dólar la pieza. A un duro, como quien dice.
¿Cómo andan las cosas
por las españas?
Cómo han de marchar? A
ritmo de pasadoble, Al cura de Navas de Malvivir le robaron la Macarena.
Grandísima putada.
Y Velázquez sigue en
su pedestal, frente a la entrada principal de El Prado, oteando el horizonte
tan extraño a sus ojos maestros.
Yo, la verdad, es que
no sé lo que le ven a Velázquez por más alto pedestal que lo acreciente… Mucho
más pintor es El Greco, mucho más estilo, un pintor de veras. En fin, puede que
no me guste Velázquez, pero, ¡que le vamos a hacer!, me gusta pensarlo a él y a su obra.
Pues, de esa terrible
tesitura, de esas interrogaciones de pintor de caballete, nace la serie de Las meninas… Si no, ¿a santo de qué
tanta elucubración?
Vaya uno a saber…
… A Salamanca.
Jaque a la dama:
Para mí sólo hay dos
clases de mujeres de verdad; las diosas y las felpudo.
¿Eso lo afirmaste tú o
lo dice la Gilot?
¿Qué importancia tiene
eso ahora?
Conviene aclarar las
cosas para la posteridad.
¿La posteridad? ¡Merde para la posteridad!
Por cierto, ¿qué
diablos significaba la boutade sobre
Braque?
(Braque es mi mujer.)
Una salida de pata de
banco.
Le mejor pintura, la
que descuartiza los miramientos del espectador envenenado de museos
dieciochescos, es toda ella una salida
de pata de banco.
Y siempre la mujer…
los coños de por medio. No hay más que contemplar esas manos sarmentosas que
abren los pliegues de un coño en primer plano. ¡Qué obsesión el coño en tus
pinturas!
Y tú, ¡qué obsesión el
coño en tus letras!
Jaque a la dama.
La España toda es un
inmenso coño del que los españoles somos paridos como a traición, algunos con
desgana… y otros con el trabuco en la mano embistiendo como los toros.
Una mitad de España,
la quevediana, que entreabre sotanas y refajos en versos jocosos y retruécanos;
la otra, la cervantina disimula (o sonríe) los cuescos, siembra de cebollas y
hogazas, ajos y apios, ironías y crueles burlas sus páginas.
Góngora los oculta y
Lope los disfraza de malentendidos.
Luego, la solemnidad,
el incienso, la amputación: las negras españas que todo lo tapan con sus
cortinas negras, su temible olor a incienso.
Antes, la galantería,
el cortesano deleitoso, idealizada la lírica:
Virtud pudiera valerme;
Valerme, mas no valió.
Ya han cerrado las
plazas de toros hasta la primavera. Vámonos al cine.
¿El cine? Hay que
tener cuidado con el cine… salvo con las películas de romanos, claro. ¿Tú has
visto El rapto de las sabinas, La batalla de Salamina? ¡Qué coño vas a
ver tú, españolito de andar por casa! Un jolgorio, verdaderas obras maestras
esos peplum en grandioso technicolor,
Peplum: obra maestra. ¡Descubre un cielo azul
prusia como el de ellos, una piel de tales bronceados, esas cabelleras de
aceite, esos cabellos tan negros!
(Abril de 77, el poeta
español más exiguo en cantidad de poemas, nos dispara cerca con el gin-tonic en la mano derecha y el
cigarrillo americano en la otra, la sonrisa del sida, sin él aún no saberlo: el
cine es un arte de negritos hecho para esquimales.)
Pablo, eres
supersticioso… y no eres creyente. Pero ya lo dijo aquél inglés catolicón y
gordote: se deja de creer en Dios y se termina creyendo cualquier estupidez.
Soy español y algo
gitano: ni abras paraguas en casa ni derrames la sal ni pongas el sombrero
sobre la cama ni encares las lunas del armario ropero y cierra los ojos ante el
gato negro. ¿Qué es eso de la fe? La fe es el truco perfecto de la magia, es lo
que saca a la luz el conejo de la chistera.
La fe es algo
surrealista.
Prefiero lo
inconsciente al automatismo que preconiza el surrealismo. ¿Tú has visto los
manuscritos de algún surrealista? Están llenos de tachaduras y correcciones.
Todo muy calculado en el fondo. Nada de improvisación, entonces. Don Camilo, yo
prefiero lo intuitivo, hasta el inconsciente poético que nada tiene que ver con
la improvisación del diletante.
Resultará que eres
poeta, don Pablo.
Casi tanto como pintor;
he escrito centenares y centenares de poemas que nunca he publicado…
Llenos de faltas de
ortografía, sin acentos y sin puntuación. Y así te los publico yo, don Camilo,
en Papeles, don Pablo. ¿cómo diablos
puede corregirse el trazo o la pincelada de un pintor? Sería una profanación.
A ver ese poema…
Luego vino el cartero y el recaudador
de palabras y oles y
el ciego de
la parroquia y el
mirlo las
niñas de Ramon y las de Doña
Paquita la hija mayor solterona
y el clérigo estrañados frios
¡Qué no serás tú…!
(Pintor, escultor,
dibujante, grabador, ceramista… ¡poeta!, ¡español!, ¡toro!)
(¡Eterno!)
Eso que todo creador
aspira a ser esencialmente… y no sólo en su obra.
Así que la posteridad,
eh…
Uno despierta, abre
los ojos, se levanta de la cama como de un ataúd, mira a su alrededor la
naciente luz del día, la maravillosa certidumbre de la vida. ¿Quién soy?
Uno o dos cuadros
pinto por día a plena luz del sol y los lentos vaivenes de su luz. Esa es la
única manera que tengo de saberlo; mira lo que has hecho, mira lo que eres…
A media tarde,
envuelto en el terciopelo de su claridad, ya me tengo un poco más conocido.
Hola, Pablo Picasso: el Rey de la Creación:
Hágase…
Etcétera.
Después, el día se
apaga como la lumbre de una fiesta agotada, se desvanecen los colores, se
amalgaman las formas hasta crear el monstruo indefinible y viscoso abultado de
sombras.
Y luego, ante de
meterme de nuevo en la cama, le meo encima al homme au mouton desde la terraza del primer piso: meada tras meada
esa escultura va adquiriendo una textura natural que me fascina. Trabajosa
pátina… la del tiempo… ¡y es una meada!
(Una larga, infinita
meada.)
Hasta estas creadoras
micciones te han de copiar los tipos como Warhol: ¡pero si éste copia hasta las
mismas etiquetas de los botes y los paquetes de cereales!: en sus grandes
lienzos meaban los visitantes de la factory.
Y así van pasando los
días:
Picasso se divierte.
Buen título.
El que no se divierta, que se muera, que dice
Max Aub.
Tú eres feliz: El Gran
Español Feliz rodeado de obras maestras y
mujeres, de cachivaches de gran subasta.
Los ojos negros de
gato grande (no se ve a sí mismo, y eso le salva del azar malo de la
superstición canónica) miran al Gran Escritor Cara de Caballo que se lía a
hostias por un quítame allá esas pajas.
No siempre guardamos
para sí los pensamientos más inconfesables, sino aquellos menos felices,
incluso dolorosos. Los demás nunca dejan de vernos como son ellos, imperfectos
y hasta algo ruines, pero siempre desconfían de nuestro dolor, se muestran
incrédulos ante la angustia ajena, indiferentes a la punzante ansiedad de
saberse efímeros, pero también ellos mismos deben experimentar la zozobra
aunque sea durante un solo segundo al día, condenados sin remedio. Los ojos de
los otros son muy perspicaces para envidiar la dicha y no compartir la
desgracia.
La muerte es una
estafa.
Pero… la barbilla
alzada, la mirada altiva.
Universo, allá voy.
Y escribir… o pintar
(aun a oscuras).
Y no dejes que nadie
mire por encima de tu hombro:
Me divierte pintar de
viejo como me divertía de joven pero, en cuanto a la exhibición pública de lo
que pinto, siento la misma indiferencia, ¿o es una sensación irreprimible de
desprecio?, que me embargaba cuando mi primera exposición en lo del pícaro
Vollard. ¿Qué necesidad hay de que alguien vea mis cuadros? ¿Qué necesidad hay
de que alguien lea lo que escribes? Es pura diversión, la creatividad debería
ser un desafío solitario, una afrenta a ese dios oscuro, mudo y ciego y hasta
inexistente, he ahí lo más gracioso, pero sólo entre tú y él en el campo de
batalla, dioses a hostia limpia, sin espectadores ociosos que hayan pagado una
entrada para asistir a una función absolutamente inútil, puesto que lo único
interesante de todo este tinglado, pintura o escritura, es el proceso mismo de
creación; lo demás, ausente el campo de batalla, el cadáver del perdedor, que
suele ser la obra, y el vencedor de la contienda, el creador, no tiene ningún
sentido: despojos tan solo, pecios insignificantes de la verdadera ceremonia de
la que nadie ha podido ser ni feligrés ni testigo: una comunión sagrada con lo
desconocido, puesto que nunca antes había sido revelado. Todo el misterio del
arte o la literatura modernas consiste en eso: misterio, y no busques otra
palabra porque no la hay, es… inefable: creador y creación a solas.
¿Eso se lo has dicho
al ABC que tanto lees todos los días
para saber las cosas y entender los casos de la patria?
Deberían saberlo, de
todas formas. Miro los huecograbados y me leo los anuncios.
¿Andas entre esquelas?
¡Lagarto, lagarto!
Esas páginas terribles son arrancadas antes de que el periódico llegue a mis
manos. ¡Orden sumarísima!
Entre toreros y
poetas, con las españas siempre merodeando entre las patas de la silla, la
españa madre puta y araña, facilona a veces, impenetrable otras. Se van unos
visitantes, y llegan otros al castillo. ¿Alguien ha visto a Joan Miró?
Se lo tragó la tierra
tan silenciosamente como lo engendró un aro del cielo, lo ocultó una estrellita
azul entre nubecitas amarillas.
Al revés sería: es
tipo angelical, musitador y discretísimo, ha escalado hasta el cielo para no
bajar: como un niño jugando con un arito.
El poeta pregunta (el
Poeta no busca respuestas por encima de todo, se limita a aletear sobre ellas,
le basta con eso).
¿Qué miras, Pablo?
Siempre hay un sitio,
incluso dentro de sí, al que mirar. Miro todo lo de después, que ya me lo sé.
Ellos, los de después, ya se enterarán entonces, en su tiempo, como
protagonistas de él que son. Yo soy el tío del pasado que los pintó antes de
que nacieran: incluso (dice Alberti que dice Picasso) he visto a un tío con un
ojo en el codo y la boca en el pecho. La época actual ya remeda mis retratos de
hace mil años, cuando en lo de Montmartre,
cuando ellos andaban entre pañales.
No se preocupe, que ya se parecerá.
A esa edad, de joven,
la presunción es la mejor arma para el convencimiento de los otros.
A esta edad, de
octogenario, me siento como un niño en manos de un aya vieja, cegata y
descuidada, en un parque lleno de peligros. Temo cerrar los ojos: la muerte
aprovecha esos instantes de baja guardia: te roba del mundo de los vivos.
Ha cambiado el pernod
y el tintorro por el té, un té de marca extravagante, pero que le hace sonreír
cuando lo sorbe despacio mirando de soslayo un cuadro, una escultura, una
cerámica o un dibujo… ¡suyos!
¿A qué teme Picasso
con Jacqueline a su lado? Venga, hombre, a los ochenta y siete años andaba
grabando en cobre las andanzas fornicias de un mosquetero mostachudo con la
verga enhiesta, empalando damas por delante y por detrás y aun por la boca mirando
a los ojos de la poseída como si fuese el mismo diablo.
¿A qué teme… con la
sumisa odalisca y sierva a su lado?
Ese hombre ve el
futuro: la ve muerta a ella, Jacqueline, la mujer humilde y de pocas luces, de
un disparo en la sien trece (¡13! ¡Lagarto, lagarto!) años después de su propia
muerte.
A solas, una se
revienta la cabeza, así, entre picassos
y la leyenda, pues los días geniales han transmutado en una soledad oscura,
rocosa, triste, malsana, de pestífera carnosidad, de inacabable nocturnidad…
Ah, ça alors… Ça c’est la vie de château!
No tan envidiable,
amigo siervo.
La dama se agujerea al
modo de los modernos tiempos.
Después del disparo,
aún cayendo ella con la cabeza tronchada por el golpe terrible, trozos de hueso
y sesos y goterones de sangre mancillan
las nobles losas del recinto sagrado de El Gran Señor.
¡Pobre dama, sólo
quería jugar a la sillita de la reina…!
Diálogo de sordos. ¿A
qué esa manía contra el audífono, genio?
El diálogo como… un
cuadro de Picasso, el tío aquel, un ojo en el codo, la boca en el pecho…
Palabras enrevesadas, he ahí la gracia que el dios del habla nos otorga…
Palabras como dibujos en el aire…, invisibles, inexistente después de su
sonido, volanderas como el esbozo genial de la mirada antes de desvanecerse en
la blancura de la hoja, palabras. No entiendo nada, o entiendo a medias, ¿qué
has dicho?, no entiendo nada (la página en blanco total), o entiendo a medias
(la página apenas inteligible), bueno, tengo que reconocerlo, a veces me pongo
el audífono… ¡pero todo me sigue pareciendo incomprensible! ¿Será la sordera la
que me dicta realmente los cuadros? ¿Desde cuándo entiendo mal o regular o
demasiado bien la pintura? Qué conversación incoherente… pero esa es en
realidad mi obra, y así se plasma pieza a pieza entre colores y formas
arbitrarias… aunque reconocibles… La pintura es un rompecabezas, siempre te
sobra una pieza… que acaba constituyendo parte de otro cuadro al que también
siempre le sobra una pieza, que…
El cuento de la buena pipa.
Qué decadencia, de
joven pintaba tres cuadros por día…, sólo dos ahora, y hubiera tenido que ser
al revés… ¡Cuatro ahora! El tiempo me va despojando de todo, me desnuda con una
contumacia desesperante, vengativa, desarma mi entereza… Pintar como un niño
que no compra los colores: mejor robarlos además.
¿Has de robarme el
nombre?
¿Me lo vas a robar tú
el mío? Largo te lo fías…
Y, tú, si se diera el
caso, que bien te conozco, ¿te darías cuenta? Lo sé, lo sé, demasiada ristra:
Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios
Crispín Cipriano de la Santísima Trinidad Ruíz Picasso.
Ahí queda eso.
Tiempo… El hacer y
poseer cosas como armas con las que combatirlo… Pero hay que estar solo para
trabajar… De joven tenía un revólver y disparaba unos cuantos tiros a las
paredes y al techo para que los tipos que venían a estorbar a mi taller huyeran
despavoridos: pobreza y pinturas... ¡A la mierda todo lo demás!
El tiempo es el
enemigo invisible. A otros enemigos, por más que se disfracen, los ves
venir, puedes precaverte de sus
añagazas, pero a éste, los hilos invisibles de la araña invencible, sólo lo ves
pasar porque despiertas en un nuevo día, y cuando te endilga la lanzada en el
costado, cuando les ves finalmente cara a cara, ya es demasiado tarde, te lleva
con él y sanseacabó.
La verdad, podría
haber ordenado que para su muestra colgaran todos mis cuadros del revés…
En el fondo, hubiera
dado lo mismo.
¿Qué me dices?
¿Cómo se escribe del
revés?
Escribiendo cosas con
vestidura verosímil y haciéndolas parecer, por deliberación, inverosímiles.
¿No vale lo contrario?
De ninguna manera.
Pintar es diferente:
es sólo una ilusión. Yo he llegado a creer pintando una y otra vez retratos,
desde luego imaginarios (o no), que al final los retratados terminarían
hablando, contándome sin escrúpulos tontos sus secretos puesto que nadie más
que yo con el pincel en la mano podría oírlos. Una dialéctica interesante, sin
duda.
Siendo tan real, tan material, la pintura es una
engañifa. Es curioso su poder, entonces, la verdad material de su mentira figurada.
¿Pintor, yo? ¡Quia! Yo
sólo soy un poeta menor. Podéis jurarlo.
Como también podéis
jurar sobre la tumba de vuestros antepasados (dejad en paz a los míos) que tan
sólo he visitado tres museos, y una sola vez cada uno de ellos, en mi vida.
¿No has estado en El
Prado?
Sí, una vez. ¡Para qué
más!
El arte es una cosa mentale!
Entonces a éste le han
instruido las reproducciones de los catálogos y los libros, las ilustraciones
de revistas para gente de medio pelo, era de culo cómodo, de pereza mañanera:
¡nada de ascender por esos empinados escalones hasta alcanzar los túmulos de
los muertos, el cementerio del Prado!
Esto también puedes
jurarlo: un único día asistí a la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
¡Qué profesores, qué escayolas, que academias, qué claroscuro, qué difuminos,
qué…! Pero no se trataba del culo y sus
confortables asientos: no podía perder el tiempo en esos cursos absurdos: a la
mierda las clases cuando tanto había que hacer y descubrir revolcándote en la
carne podrida o no, desnuda o vestida,
de grises y negros y blancos o de color, del mundo sin pañales teóricos.
Mister Faulkner,
¿podría extenderse algo sobre su técnica narrativa?
Es poco lo que tengo
que decir sobre ello: papel, lápiz y una goma de borrar. Si escribo a máquina,
que es mi forma habitual de hacerlo, pongo un papel, y no me importa del tamaño
que sea, en el rodillo y golpeo las teclas. Escribo con dos dedos, no soy un
buen mecanógrafo.
Pues he aquí que el
señor Picasso murió y España seguía muy viva: había varias versiones de España:
dobles y triples y hasta cuádruples.
Ha muerto Picasso,
leyeron incrédulas las españas.
Faulkner: también
ayuda mucho en esto de la técnica un buen vaso de bourbon al alcance de la
mano.
Yo sé leer entre
líneas: bonita manera de ver el cine español, sin dejar de darle vueltas a la
imaginación.
E incluso sé cuándo
las películas nacionales, como esos tipos de torvo semblante que pululan por las covachuelas de la poderosa
administración, tiene una doble versión: ese fundido en negro, más allá de
nuestros lares, no finiquita cuatro minutos antes la excitante escena del joven
semental penetrando salvajemente a la lúbrica protagonista.
¿Tú has visto Gritos y susurros (5)?
Naturalmente que sí.
¿Dónde?
En el Artis, en
Valencia.
Ja. Aparte la grosera
manipulación censora, ni siquiera la has visto en sus fotogramas originales:
has visto el cuadro del revés.
Éramos un país
extraño, especialmente imprevisible. ¿Qué somos ahora? El resultado de todo
aquello. La herida sigue sangrando.
A un limpio y hermoso
desnudo femenino lo ensuciaban con el infame añadido de unas bragas, y, además,
color carne.
Yo he escrito dos
libros. En realidad, es el mismo libro, para qué nos vamos a engañar. Sólo que
uno de ellos tiene unos cuantos adjetivos menos que el otro. Cuestión de
técnica,
Siempre hay un tipo
que el día de tu boda te regala las obras completas de JuanValera en una
edición de Aguilar de los 50.
(En piel teñida de
rojo, tejuelo en relieve y cortes entintados.)
En las bodas,
especialmente ya comenzado el banquete, nunca dejas de descubrir a un tipo o a
una tipa hápax, de la tribu del novio
o de la novia, indistintamente, y al que jamás viste ni volverás a ver otra vez
en toda tu vida.
Yo he oído cosas
terribles en esos estomagantes casorios, ya dispensadas una buena parte de las
botellas de vino, pero todavía antes de los espumosos y los licores.
Mi marido no es un
alcohólico propiamente dicho. De hecho se debate en su devastado tedio vital
entre lo eminentemente psicoterapéutico, que sería la lectura indiscriminada de
libros, y la farmacología directa y fulminante de una cotidiana ingesta
indiscriminada de alcoholes.
¿Acabarán estos dos,
como buenos cínicos en que les va a convertir la vida y sus avatares,
prefiriendo el adulterio al divorcio? ¡Por supuesto! ¡Para qué enredar las
cosas! Que todo siga igual aunque todo sea un poco distinto.
¿Mi político favorito?
Ya metidos en harina,
Rufus T. Firefly.
Excelente nombre para
un cartel ideológico en colorines.
¡Qué no sabré yo!
Un buen político es difícil
de encontrar.
Como una aguja en un
pajar.
A estas alturas de la
pitanza, no nos engañemos, lo que puede salir de nuestro abotargado cerebro es
pura chatarra intelectual.
Cerró los dedos,
mostró el puño: este, mi corazón.
Querido, ya lo dice el
Anti-Dühring, el matrimonio…
Todo lo dice el Anti-Dühring.
…En efecto, te decía
(aunque no había llegado a decirlo a causa de la pretenciosa interrupción del
otro) que el matrimonio…
Parece ser que existe
una doble versión en todo. También el mundo en el que vives sea sólo una
versión censurada de un primer mundo (o un quinto, o un noveno…)
Ejemplos: haberlos
hay, aunque imperceptibles.
Hay tres clases de
gente de la que no debes fiarte: los curas (Dios no existe); las meretrices (su
amor por ti durará el tiempo que queden billetes en tu cartera) y los
nacionalistas (el trapo pintarrajeado de unos u otros siempre será más bonito
que el tuyo). ¿Lo has entendido, Charlie? Sin ninguna duda, jefe. Pues
entonces, amigo, ve (y muere) en paz, al contrario que ellos con sus narices de
Pinocho.
Me he salvado de Dios,
del sacrificio, del cine, de la literatura, de las banderas, de plantar coles…
Es claro que soy un superviviente con los pies bien plantados en el suelo del
siglo XXI, ajeno a los cantos de sirena y engañifas del siglo XX.
A salvo no le pone su
inteligencia, sino su medrosidad o su pequeño cinismo de barra de bar con el
bourbon en la mano. Podríamos decir que nada le contaminan las corrupciones del
mundo ni le influyen sus injusticias en ningún sentido. Quien se prestó a la
lucha, era un majadero (Fiodorov);
quien se negaba a comprender la verdadera ralea de su siglo, un fracasado
(JD.)…
Escancia, cobarde.
Es evidente, puesto
que es bien visible, que un sable ceñido a la cintura proporciona mucho más
empaque que un libro en la mano: la espada te hace avanzar hacia el horizonte a
través de la maleza de los días; un libro siempre te retiene… en el pasado.
Escancia, cobarde.
Tengo bien presente
que soy un tipo algo ruin que no pierde el tiempo preguntándose por qué lo es.
Todo lo que me es inútil, o yo creo que lo es, me sobra. ¿Ha quedado claro,
Charlie?
Como el agua misma,
jefe.
Pues escancia,
cobarde.
He aquí 1977: tiene
forma de yoyó.
(Por entonces ya se
había leído (¿JD.? ¿Fiodorov? ¿Boceto?…) el Anti-Dühring y a trancas y barrancas El hombre sin atributos. De este último, subrayada las líneas,
destacada la cita (pues en ese caso, sería nuestro lector JD.): Tratándose de
un escritor solitario en su habitación, por mucho que se esfuerce, a su
alrededor giran, a lo más, las moscas.
Querido amigo, ¿no
cree usted en su trabajo?
Este ha seguido a
rajatabla el ciclo completo: ha estudiado Historia del Arte en la Universidad;
se ha manchado de óleo hasta la coronilla en una academia de pintura y casi
simultáneamente ha trabajado en un atelier.
Un aprendizaje
completo.
Que ha alumbrado (mal
aborto)… un artista mediocre; es decir, correcto, convencional y de nula
inspiración creadora.
Perfectamente
ejecutada esa obra…
Y perfectamente
inútil.
¿Le ha servido de
mucho andar enfrascado en el Anti-Dühring?
Me ha permitido tener
una perspectiva científica de los acontecimientos.
¿Qué clase de
acontecimientos?
De cualquier clase.
Todo, absolutamente todo, más allá de
su etiqueta, tiene una explicación.
¿Y qué puede decirnos
de lo que todavía no sabemos, de todo
aquello que aún ni sospechamos de su existencia?
Fabriquemos (?)
primero la explicación y en un santiamén se visualizará lo que no sabemos.
Charlie, bendito
chamán, esto es una locura. ¿Qué puto brebaje has vertido ladinamente en mi
copa inocente? Echa el cierre cuanto antes.
Hoy no cerramos, jefe.
¿Y eso?
¡Quelle torture!
¿Estaban locos sus
hermanos?
No cabe duda de que esa explicación es admisible para
ciertas crisis en algunos casos particulares, por ejemplo en el abarrotamiento
del mercado de libros cuyas ediciones ya pueden ser de dominio público y
capaces de venderse en masa… El
señor Dühring puede dormir tranquilo en la confianza de que sus obras
inmortales nunca tendrán ese destino…
A todo esto, queridos
mentores, ¿qué tiene que ver el mercado de libros de Leipzig en toda esta,
llamémosla así, iniciación y educación políticas mías…?
Detrás de toda
explicación, se halla el hecho oculto.
Tirando de ese hilo (?), mira, hasta es posible que lleguemos al mismísimo
lugar donde los dioses entretienen su holganza. ¡Con qué cara de asombro iban a
mirarnos a estos terrícolas de excursión
galáctica! ¡Os hemos descubierto en vuestra holganza, granujas!
¡Mon dieu! ¡Explica la nada y extrae un algo! (un pedazo de pan, un
pedazo de pez, y el agua que mude en vino.)
Su hermano Fiodorov le ató a la silla (no apretó
demasiado fuerte la soga, eso es cierto, y tampoco le metió en la boca un trapo
para ahogar sus gemidos, lo que le procuraba una respiración regular y alguna
que otra contestación sumisa a su raptor):
Te vas a tragar en
silencio y con aplicación el curso de economía política correspondiente, que va
a ser el de Napoleoni…
Pero, yo…
Y chitón. Además, a
diferencia de otros manuales apologéticos, el Napoleoni es crítico y mosca cojonera,
distintivos que siempre facilitan algo la lectura de sus páginas… las condimentan, por así decirlo, de
entretenimientos varios.
Pues, señor, había una
vez un malvado empresario…
Y ahora tratemos de
explicar el episodio aristotélico de las sandalias que se recoge de forma tan
peregrina en las páginas del Anti-Dühring
.
¿Tú has leído la Política del celebrado griego de
Estagira?
¿Quién? ¿Yo?
… Todo objeto puede servir para dos usos; uno es el propio
uso directo, y el otro, no. De este modo, una sandalia puede servir para
calzarse [Fiodorov añadió de su cosecha: como es obvio] o para ser cambiada; en
uno u otro caso estamos haciendo uso de la sandalia, porque quien trueca la
sandalia por algo que necesita, dinero o alimentos, utiliza la sandalia como sandalia,
pero el uso que hace de la misma no es natural porque la sandalia no es para
ser cambiada…
Boceto trata desesperadamente con todas las
fuerzas de sus diez años de librarse de las cuerdas que lo mantienen preso y
estrellarle la silla en la cabeza a su hermano. No recobrará la libertad hasta
pasada más de una hora mientras el verdugo, inhumano y cruel, leía en voz alta
párrafos y párrafos del señor Engels salpicados de cuando en cuando con la
pimienta esclarecedora y definitoria del libraco del vicario conceptuoso
Napoleoni.
El captor elevaba en
ocasiones la mirada del libro abierto e interrogaba con pretendido tono
catedrático al raptado que forcejeaba inútilmente, congestionado por la ira:
¿Lo tienes claro o no,
enano ignorante?
¡Oh, mundo, mundo, que
gran y pestilente peso para las espaldas de este pobre Atlante!
¿Qué forma tenía el
año 1970, año decididamente cruel para el aún no bachiller Ignacio Brell Gay?
Helicoidal, acaso. O
de bomba nuclear. O de centauro. O de flautín. O de…
Un año armado: un
domingo por la mañana, de regreso del paseo familiar cargado de tebeos y los
pasteles de la sobremesa, abierto el sobre de Montaplex, montabas el submarino
y le estampabas al inflexible camarada Fiodorov,
una vez se volvía de espaldas, un par de torpedos en su cogote de comisario
político en ciernes.
Por entonces, como
ahora, los dioses aprendían caligrafía en sus maltrechos cuadernos Rubio
(renglones torcidos, líneas rectas… o al revés): poco prosperaban por más que
apretaran los labios y se afanasen con sus lapiceros: siempre eran los últimos
de la clase en esa despreciable asignatura propia de chupatintas.
JD., sálvame de las
hordas rojas.
Y JD., rojo él mismo
pero compasivo, carcelero un tanto despreocupado, le llevaba de la mano al
Paraíso desde donde pudiera contemplarse un cine todo él para el cadalso, azul
lejos aún del verde… pero cine al fin.
Desde estas alturas
mefistofélicas todo lo abarcamos, todo podemos poseerlo, hermano pequeño: lo
bueno y lo malo, lo heroico y lo deleznable, la aventura y la conquista, la
riqueza y el desahucio, la dicha y la desesperación, el amor y la pasión
oscura, que diría el vate, la infancia, la juventud, la muerte. Coge la mano de
este Virgilio sin miedo y adentrémonos en aquellas ultratumbas por las que ha
de guiarnos el prodigioso haz de luz contador de mil y una historias.
Paraíso:
Yo al cielo fui que más su luz reviste
y vi lo que, al bajar de aquella cima,
a poder ser contado se resiste.
Sólo en tal lugar a
solas nos refocilamos, hermano mayor, y somos invisibles, y para nadie
contamos, a nadie esperamos, nadie nos espera, en la mano escondemos la mágica
heliotropia que nos hace dueños del mundo sin despertar alarmas ni crear el
desconcierto universal, pues nadie alcanza a ver el grave peligro que encerramos
bajo tan indefensa apariencia de Brell,
invisibles humanos: testigos de sus corrientes vidas, vulgares, trabajadas,
arrastradas y, sobre todo, anodinas, previsibles… ¡Qué lejos del gran lienzo de
la pantalla donde discurren las artes y las verdades de las entretenidas
mentiras!
Henos aquí en el paraíso, de estreno o de telón raído.
Muy atentos a la comedia o al drama (depende) del relato que nos va a ser
contado, pues no somos sino, en efecto, personajes en busca de un autor.
¿Tablas?
Mírame a los ojos: jaque
mate.
Hans Schmidt:
La ahorcadura no te
habría fallado (no le falló a Fiodorov,
hombre de nobleza, al contrario que tú, bicho reptante, ¡vil humano!): suizo
indigno, bastaba con la presión del lazo, aun con los pies sobre el suelo, para
cascarla de una vez por todas, pero, cobardón y culpable, tenías que meterte un
balazo en la cabeza que no acabara contigo, y ahora, postrado en la aséptica y
automatizada cama en la aséptica habitación de un aséptico hospital en la
aséptica Ginebra, agonizas, vas desviviéndote, muriéndote, diluyéndote en la
nada.
Centauro persigue a
una ninfa.
Son los planos
desiguales de un picasso que revelara
en su arbitraria disposición la comedia (¿o es drama o es tragedia?).
No te escaparás. Ya
daremos contigo a tu debida hora, despreciable moribundo.
Entretanto, a los diez
años, u once, qué más da, el mundo puedes figurártelo como a ti se te antoje,
incluso distinto a cada segundo que avanza en el tiempo: balón de reglamento o
bicicleta azul; trompa de carrasca o de la forma de la chapa con la que jugáis
pegados al muro del frontón en el patio de recreo del colegio.
A los once años uno
sopla una Höhner de madera porque va a ser el mejor flautista del mundo y las
flautas de plástico son un trasto sólo útiles en manos de los desheredados de
la tierra. A los doce años la flauta de los cojones se va a tomar viento porque
uno, que tampoco quiere ser ya astronauta (no le dejan subir al Rover), ni
mucho menos bombero (el verdadero peligro es el humo no el fuego), ya no quiere
ser músico y empieza fijarse en cosas inauditas hasta entonces; verbigracia, la
biblioteca prohibida, los perfumes de mamá, la ropa interior de mamá, la
cuchilla de afeitar de papá, la loción de afeitar de papá, los condones de
papá, los condones del hermano mayor y los condones del hermano mediano, el
culo de servidora… Un sinfín de
excitantes novedades sensoriales de clara naturaleza voluptuosa comienzan a
apoderarse del niño todavía desprevenido que no dejaba de masticar snipes ni un solo momento, pero muy
consciente de ese mundo eminentemente físico, palpable y atrayente, que le
rodea por doquier.
Adiós, pues,
chiripitifláuticos.
Ya no vale preguntarse
¿tú sabes esa del elefante colgando del hilo de una araña?
Tú que prefieres ¿una
taza de Cola-Cao o una de Nesquik?
Pues eso depende.
¿Depende de qué?
Del momento, del
estado de ánimo, de la clase de aburrimiento que tenga uno... De la lectura del
día.
¿Del Tiovivo? ¿De Mafalda?
Varias bofetadas te ha
propinado tu madre a lo largo de una infancia que nada desdeñó de la humana
debilidad de la edad y sus engaños: la primera que recuerdas, violenta de
verdad, fue la tarde que llegaste del colegio a casa con un tigretón en la mano (y en la otra la
cartera de feliz personajillo estudiante): a punto de darle el tercer bocado al
comistrajo te descubrió aún en el pasillo, y de un revés te arrancó el bollo de
la boca. Entre la sorpresa y las lágrimas que brotaban de los ojos, viste esa
mixtura inextricable sobre el
entarimado. La verdad es que el grumo antes apetecible ahora en el suelo
parecía algo bastante asqueroso, como un montecito de mierda, hasta de su mismo
color y textura. Luego, en la cocina, tu madre te limpió los mocos, te miró
medio sonriéndose y te preparó un bocadillo de atún desmigado con aceite de
oliva, tiras de pimiento del piquillo y pequeñas y sabrosas aceitunas
deshuesadas.
Anda, dame un beso.
¿Acaso la mamá te da
el dinero de la merienda para que compres porquerías como esas, niño tonto?
¿Crees acaso que la
mamá quiere que te intoxiques la sangre llenándote la barriga con adherencias y
extractos de esos indecentes bollos de temible color rosa, de esos yogures
coloreados repletos de aromatizantes y sabores artificiales?
Por entonces, en
aquellos tiempos del Tercer o Cuarto (¿sería el Quinto?) Plan de Desarrollo,
¿quién iba a saber de las futuras comidas basuras? Ahora, en el 71, tocaba
llenar la panza, hacer de los niños españoles niños gordos, infantes bien
cebados por los extensos y dorados campos
de cereales de Castilla, por las mil partes comestibles de los puercos ibéricos sacrificados en todas
los rincones de las españas y aderezada la gran comilona por la inmensa
variedad de los productos hortofructícolas de la feraz huerta valenciana.
Pero, ¿quién diablos iba a anticipar en la era de los planes de desarrollo la
malsana y grasienta cebadura de los
niños españoles del año 2000?
¿Quién iba a saber…?
¡Ella, tu madre! ¿Quién si no? La Artista Siempre Adelantada a Su Tiempo.
En verdad, en verdad
os digo, declaró el cronista Mateo, que al profeta jamás viéronle comer nada
impuro: sólo pan, peces, alguna higa, y de beber, agua, a veces convertida,
así, como por encantamiento, en el buen vino que tantas lenguas desatara y
tantas conciencias ganara a lo largo de sus prédicas por tierras de Galilea y
Jerusalén.
¿Y eso quién lo dice?
Mateo, el evangelista.
¿Sólo él de los
cuatro?
Soñó esa noche, u
otra, qué más da, que el tal Mateo cubierto de indumentaria talar, arrastraba
pendiente arriba un pesado y gigantesco librote (sería el Petete, así, como quien dice la
británica o el espasa) donde se
narraban los hechos y viajes de Nacho Brell, nuestro impagable Boceto andando los tiempos.
Pues verá… Fue un niño
anarquista, a pesar de todo cuanto tenía en su contra.
¡Qué me dice…!
Lo que oye.
Empecemos por el
principio:
Comenzó viviendo en
Armonía y terminó alzando sobre su cabeza un palo con una arpillera pintada de
negro atada en lo alto y catorce bombas de mano sujetas a la cintura, hay
destinos, yo no sé…
Pero no le gustó
Armonía, arcadia feliz y sosegada no exenta sin embargo de algunas costumbres
bárbaras: los niños de su edad se encargaban de las basuras puesto que a los niños les encanta
ensuciarse: en Armonia a los tres años ya te ponen a pelar patatas y peras
y a los ocho te envían a la mierda. Menos mal que en contrapartida, durante la
merienda, consistente en nata dulce, frutas diversas, mermeladas varias y vino
a discreción, te permiten emborracharte.
La propiedad es un
robo. Y le robó un libro al patético
Garrigues y más de una docena a los padres de Javier Cuenca, el camarada más
bondadoso, noble y desinteresado que conocería jamás en toda su vida.
El verdadero
anarquista es un destructor de viejos mundos: le birló a su madre la Montblanc
y se la regaló a Feliu, un tipo de Segundo-B que escribía poemas de escaso
mérito con un lápiz de carpintero: Ahora, Feliu, ahora te saldrán realmente
excelsos, muy propios.
Tiempos calamitosos.
¿Tú sabías que
Bakunin, a poco de morir, se disfrazaba de cura para que le dejaran en paz?
Anarquistas hubo que
cerraban burdeles, y no por medidas profilácticas, sino, así, por imbecilidad
mayúscula:
Quien compra un beso
se pone en el mismo nivel de la mujer que lo vende. Compañeros, el beso hay que
merecerlo sin que haya monedas por medio.
Cuentan testigos de
aquella dolosa prohibición que las putas, indignadas, se echaban las manos a la
cabeza desesperadas.
No hagas de tu cuerpo
una propiedad, mujer: la propiedad es un robo.
¡Será hijoputa el
santón éste! ¡Vete a follar el coño de tu madre y déjanos en paz a las putas
honradas!
Escucha, Fiodorov, miserable comunista robador de
tanques, en lo sucesivo te dirigirás a mí por mi nuevo nombre, Kropotkin, el camarada más arrojado y
noble… con una pluma en la mano.
Encaraba las dos lunas
del armario ropero matrimonial, en el dormitorio de sus padres: un ejército
verde le secundaba solícito, tan marcial que hasta repetía miméticamente sus
ademanes: Adelante, Columna de Hierro, aniquilemos a esos fascistas, vosotros
sois la hez de la tierra, la costra de los pecados del mundo, pero salidos de las
celdas, libres de los cerrojos, ahora demostraréis sin tardanza y con un par de
cojones el valor de vuestros corazones solidarios y vuestra causa será la
libertad y el apoyo mutuo con los desheredados de la tierra…
Tomad nota,
escribanos:
Conforme se lee en las
Profanas Escrituras de Mijail Bakunin, sólo los pobres necesitan a Dios; a los
ricos les basta con su dinero.
Curiosamente, el rico
se deja ver en los templos, cuando son los burdeles al parecer el único refugio
espiritual de los desposeídos. ¡Qué contrasentido!
Libertinaje del alma;
libertinaje del cuerpo. A cada uno según su trabajo; a cada uno según sus
necesidades. Vida y defecación todo es uno: nadie se libra de su condición
humana.
Todos aparentan creer,
en un dios o en una bandera. Todos necesitan creer… aunque sea en ellos mismos,
que ya es el colmo:
No me asusta que la
vida sea breve, lo que me angustia es que sea en vano, se había dicho muchas
veces en su juventud el viejo Brell.
En El Año Que Murió
Franco, pero todavía vivo, aunque muy cerquita ya de la guadaña su cabecita
senil con los inexpugnables aditamentos del sombrero y las gafas oscuras,
consciente de que con un hijo en la cárcel, el otro pluma en ristre a bandazos
y con el destino de desahuciado marcado en la frente, el mierdecilla de la
tropa sin criar (sin ponerle en su sitio) del todo y el matrimonio que se iba a
pique, el patriarca de los Brell, hastiado (cansado) ya no se hacía ilusiones:
todo es para nada. Muerto definitivamente, disuelta tu inapreciable identidad
en la inmemorial evolución de la especie de los dos millones de años, a la nada
vuelves (y queda en paz).
Pues, entonces, al
diablo o al dios todo. Sólo me queda el Klee
y su intrigante aventura plástica, se dijo mortalmente resignado el catedrático
de Historia del Arte.
También él tenía una
parte de ácrata (mucho más que de artista y mucho más que de idealista) en su
corazón cada día más de piedra, cada día más de aire una vez muerto:
Que un día uno de
enero una bomba de su mismo tamaño reviente el planeta (Tierra), se recompongan
de nuevo los trozos y... vuelta a empezar el día dos sin su habitante más
ponzoñoso: el humano, qué bicho horrendo y exterminador.
Veía banderas,
multitud de trapos rectangulares pintarrajeados caprichosamente, y veía colores
intercambiables: el amarillo (del oro) y el rojo (de la sangre) abundaban por doquier. Qué cosas.
¿Te enrollamos con la
banderita…?) No sabe, no contesta.
Bonito sudario para la
lenta, aplicada y contumaz perforación de su tela para los gusanos insaciables.
¿Y qué nos cuenta el
bueno de Kropotkin a los doce años?
Aún sigue investido de
Bakunin: lealtades de un par de días.
Si el mundo no acaba
con las religiones y los estados, con la idea de un dios y la obediencia a una
autoridad cuyo rigor moral sólo se basa en la fuerza y la violencia de las
armas, el futuro no será un lugar razonable para vivir: religión y banderas:
sangre.
Cada cierto tiempo la
Tierra necesita nutrirse de esa sangre. La Tierra es un animal vivo, rugiente,
ávido, es el más temible depredador animal que puedas imaginar oculto tras su
corteza. Se alimenta de los seres vivos: se matan, mueren… ¡A la barriga (de tierra), pues! Animal tan vivo como tú,
se dijo paladeando tras el lento mordisco un corte de mantecoso helado de dos
pisos con tres sabores, lejos de las bofetadas nutricionistas de mi mamá me mima. Para rematar se tragó a
continuación una bolsa entera de conguitos y un tóxico y pringoso y venenoso
phoskito (incluido su correspondiente cromo: me mimo yo.)
Uno, especialmente a
los once años, o doce, qué más da, sigue fielmente sus inclinaciones más
naturales, que es como decir que se rige por las leyes naturales, que es lo que
te permite dejar de ser esclavo y alcanzar la libertad absoluta y ser el propio
dueño de tu existencia sin que mandatos perversos la malogren.
Te cambio Dios y el Estado por El Estado y la Revolución.
Y un cuerno. Soy
anarquista hasta las heces… quiero decir hasta el tuétano.
Todo poder, y el
Estado es poder, busca la dominación… Si no, no puede explicarse. Y a la
fuerza, además, sin escatimar cañonazos…
¿A la fuerza?
Pregúntaselo a las
bofetadas de mi madre (reveses de la mano suelta que te dejaban la huella de su
sortija engastada de esplendente esmeralda en la piel inocente de la cara).
El Estado es el orden,
la convivencia…
No hay tal convivencia
consensuada: todo Estado propicia finalmente la idiotez y esclavitud más
completas a los sometidos a su autoridad. Todo Estado no es sino una
organización de poder del que se invisten unas clases para sojuzgar a otras.
¿Cuándo le has pegado tú de niño una bofetada a tu madre…?
Ninguna. Yo soy el
payaso que recibe las hostias a mano abierta. En sueños, quizás…
Más te valen las
lágrimas y el bocadillo de atún con aceitunas sin hueso que andar en guerras
perdidas. Ahora bien, fuera de la cabaña, en la libertad de la jungla o el
valle inexplorado, vengan a ti los
conguitos, los phoskitos y los cortes de mantecado de dos e incluso de tres
pisos y hasta de cuatro sabores. ¡Y váyanse al infierno las madres con sus
anillos de piedras preciosas!
Y, ahora,
recapitulemos.
Manada de lobos somos,
aun con el apoyo mutuo con que nos socorramos
más tarde o más temprano ante la (futura) invasión marciana: fieras que
se matan entre ellas.
Te cambio un hobbes por un kropotkin.
No hay tal.
Por dos hobbes y un bakunin.
Sigue sin tal.
Hobbes: cuídate del
hombre: muchas son las fieras con la dentellada a punto, pero la de éste la más
letal.
Kropotkin: el apoyo
mutuo es tan ley de la vida animal como la lucha recíproca.
(¿Entre humanos?)
Bakunin: el mundo no
es eterno… El hombre tampoco lo será. Y jamás olvidéis que Dios no existe y el
Estado es una mentira de la que sólo unos pocos se aprovechan y tienen bula
santa para hincarle el diente a todo, ellos y sus sucesores multuplicados.
Pieter Kropotkin:
Estas poblaciones,
ejemplo ilustrativo de apoyo mutuo, son caníbales, pero raras veces se comen a
los miembros de su propia tribu, y únicamente se comen a los extranjeros. Los
padres aman a sus hijos, juegan con ellos y les acarician… Pero de cuando en
cuando matan a uno de ellos y se lo comen…
Padre, eres un gigante
para mí. Te admiro profundamente. Eres el Ser Supremo.
Lo sé, mierdecilla.
Tenlo bien presente en todo momento y las cosas irán siempre a las mil
maravillas entre nosotros dos.
Tú no me comerás nunca,
¿verdad, padre?
Pero no es el hombre,
aunque eterno, inmortal… Tú tampoco lo serás, padre, y serás antes viejo, y
quizás un viejo inútil, renqueante, un lastre para tus descendientes, una
rémora: Tchujoi vek zaiedàiu, porá na
pokoi… Esta ya no es mi vida, es la
vida de otros… Y el viejo queda rezagado, se prepara para morir y cava con sus
propias manos su tumba: deja que la vida siga, no te entrometas más. Tu tiempo
ha terminado… Al hoyo.
Anda, cómete el
bollycao antes de que venga tu madre, pequeño infeliz.
¿Puedo ver El quinto jinete?
El niño ya tiene un
rombo por la gracia de TVE.: dos años más, y sumará dos rombos.
¿Y tú que vas a hacer
con tantos vídeos?
Acaparó cerca de dos
mil (y pico), y en el 2005 se deshizo de todos ellos (menos el pico: cosas de
la nostalgia). Luego reunió alrededor de mil quinientos deuvedés, y a partir de
enero de este mismo año de gracia de 2008 ha empezado a tirar a la basura gran
parte de ellos: en un pequeño chisme oblongo de un centímetro de grosor y diez
de largo pueden almacenarse un millar de películas: más espacio en las baldas
para los libros que, siempre, absolutamente siempre, serán de papel y con olor
a materia viva.
Dime, pequeño Bakunin…
Kropotkin…
¿Cómo?
Kropotkin… Pequeño
Kropotkin.
Vale. Da lo mismo.
Pero dime, ¿no era la propiedad un robo?
Al final todo resulta
ser muy relativo. Aunque, en cualquier caso, todos somos dueños de una cosa: de
sí mismos.
Ajá.
Bueno, a ver, uno hace
y deshace, escribe en un escritorio con múltiples compartimentos secretos. Esa
es la cosa. Y cuando seas padre, comerás huevos.
Nosotros los Brell
nunca fuimos una familia normal. Lo cierto es que no existen las familias
normales. Cada una es anormal a su manera.
Nosotros los Brell
nunca consentimos que una señora de Avon o un señor del Círculo de Lectores
pusiese el pie ni en el felpudo de la puerta. ¡Largo de aquí, pajarraco!
¿Quién diablos ha
metido libros reno en esta casa?
Su padre le ha
sorprendido tras servidora con el reno de marras en las manos.
¿Tú eres el de los
renos, mierdecilla?
Así es, padre mío.
Como vuelva a ver un
reno en esta casa te decapito con la plegadera de exponer a la luz al señor
Huarte de san Juan.
Y al cabo descubrió el
verdadero nombre de Servidora:
Plácida. El nombre no es que entusiasmara demasiado a Boceto, nombre de criada sin duda; nombre de criada sin duda que
apareciera en un cuento sin duda de Azorín, pero, ya sabemos, buen sosiego le
daba al cabrito galopante de él trotando hasta el desfallecimiento sobre el
cuerpo de la complaciente.
Kropotkin ha mudado en
un centauro de dieciséis años cuya lujuria desciende por las peludas patas,
alcanza las corvas, gotea por las pezuñas e inunda el entarimado del suelo.
Reno al canto:
¿Tú sabes lo que es
sufrir…? ¡Tú qué vas a saber, Servidora!
Y le pone en la mano La madre, de la señora Pearl S. Buck,
preclara novelista del mundo oriental.
Servidora, que está ovulando, se halla muy
receptiva y muy gustosa de tener a su capricho ese potrillo sin domar, de modo
que el otrora Kropotkin y hogaño camaleón cabalga sin descanso encima de las
ancas de la apasionada lectora.
Larga noche de amor…
como la picha de John Holmes.
La apoteosis:
Hotel Shangai, Una mujer llamada
fantasía, Náufragos… Y, para que el desfallecimiento fuese definitivo, Que
el cielo la juzgue.
Aquello era el éxtasis.
Perviértela, muchacho,
a base de mala literatura… Son libros, ¿no? Y, además, hasta bien enciadernados
en símil piel.
Ven aquí, mi zorra tan
querida, ¿quieres leer la famosa novela de misterio y terror de la autora de Bedelia? Al igual que tú, tía cachonda,
Laura Hunt ejercía una fascinación fatal
sobre los hombres, era demasiado guapa para vivir…
Eres un gilipollas,
Hermano Mayor (el consejero): la
Caspary era una escritora de relatos policiacos pero también era comunista y a
poco, si no pone los pies en polvorosa, cae en las garras de los cazadores de
brujas comandados por Joseph McCarthy que
infestaban por los cuatro lados de los inicuos años cincuenta la banderola de
USA.
Padre, voy a escribir
el mejor cuento que se ha publicado jamás en Jóvenes…
¿Jóvenes?
La revista mensual de
los Agustinos.
Tu Colegio: donde
quiera que estés compórtate como alumno digno de él.
Ah, entiendo. Eso está
bien, mierdecilla. Pero que sea veraz en los detalles, y especialmente en el
principio… Y, sobre todo, por bien de tu cabeza, que ando con la plegadora en
la mano, no me lo des a leer. Por tu
bien te lo digo.
Tendría un principio
Ussher, según intenciones del novel, que bien sabe lo que se lleva entre manos…
En el año 4005 a. de
J.C., cuando todo era silencio y oscuridad y aún nada había sido creado…
Bíblicamente perfecto,
amiguito.
(JD.
1969.
Diario del Año Infame
Antes que Dios está mi conciencia: yo no dejaría asesinar a
un niño, cualquiera de los millones de ellos que mueren cada año anónimos, como
bichitos invisibles, que es lo que hace él, El Omnipotente, al permitir que se
derrame la sangre inocente en hambrunas, en guerras salvajes y en el premio
gordo de la lotería genética más cruel (toma este vasito de leucemia, toma tu
vasito de leche negra), o que, por andar en ocurrencias más próximas, a los universitarios españoles
les nazcan alas y emprendan el vuelo desde las ventanas de las comisarías hasta
estrellarse en el suelo…
¡Ah, el bueno de José
David! ¿Qué no tendrá este santo varón en su retiro agrícola 7.000 ovejas,
3.000 camellos, 500 asnos… o mucho más que todo eso?
Paciencia, fluye
despacio la sangre que te vacía… Tiene paciencia. Etcétera.)
(Nota de JD. en un
minúsculo bloc de frases olvidado en uno de los compartimentos secretos del
escritorio: Leído hace un instante en un
libro inclasificable: tenía voz de huérfano…)
Se hacía el mandón.
Este Boceto recién inaugurado.
¡A leer!, exigía a Servidora.
Otro reno trotando por
el pasillo circular:
Me vas a leer Peyton Place, le ordenó a Servidora, y luego, pensó para sus adentros, te voy a joder hasta la consunción, hasta
el epílogo.
Habían emitido el film
el jueves anterior en Sesión de noche:
a Boceto le fascinaba el tecnicolor
de los cincuenta, el color maravilloso de los cines de doble sesión.
¿Y eso de qué va?,
preguntó la desgranadora de vainas (guisantes, habas, penes).
Se lo dijo el
introductor cargando las tintas en la supuesta depravación de los adolescentes
americanos de la época, infausta donde las hubiere: lujuria, hipocresía y Dios nos libre de las buenas personas: una pequeña ciudad
estremecida por las propias pesadillas de sus vicios ocultos.
¡Qué mierda!, exclamó
desdeñosa la Plácida.
¿Cómo que no quieres
leerla? ¡Desagradecida, morirás gorda y borracha antes de los 40, como la
Metalious!
Soñó: renos altivos,
majestuosos, incansables y de trote elegante sobre la nieve, alzadas las testas
poderosas oteando el horizonte oliendo a la hembra en celo. Despertó. Hasta se
palpaba la cabeza…
¿Qué ha escrito usted,
buen hombre?
Un palíndromo.
La madre huyó. (Con el
Ulysses a cuestas… y muchos cuadros
que pintar.)
Servidora huyó. (Con lo puesto, la paga de medio
mes y el magníficamente encuadernado volumen de Mientras la ciudad duerme del bienhechor Frank Yerby: recordemos:
previamente robado por Boceto con
todas las de la ley durante una merendola de contenidos ademanes, elegante y melindrosa, auspiciada por
condiscípulo agustino de cuna de lujoso brocado, que te jodan a ti y a tu madre
mala lectora: y acto seguido se lo escondió entre los huevos.)
Él, nuestro acongojado
Boceto, se deshizo de todos los renos
(103) con lágrimas en los ojos de adolescente herido de muerte arrojándolos en
el gran contenedor al paso del camión de la basura, aquellos cadáveres
macilentos (de macilentas páginas)
para siempre enmudecidos. ¡Bendita colección por los siglos de los siglos!
Amén.
Ya nunca todo fue
igual.
(¡Qué frase!)
(¡Joder, Vivales!)
Sólo escondió uno, que
no había leído todavía de la astrosa colección: Kapput (por entonces andaba con las narices metidas en la saciante
y vertiginosa saga zoliana de los Rougon-Macquart,
a la que no tardaría en suceder La
comedia humana al alimón con los profusos e interminables Episodios Nacionales… todo un montón de
lupas taxonómicas sobre hechos humanos, sociales e históricos) Le pareció como
una secreta venganza contra su padre El Inquisidor. Y respecto a Emile Zola,
otra frase para la colección subrayada por JD.: … la idea le masturbaba el
cerebro Y en la misma obra –El
vientre de París-: Los carpinteros
son muy dichosos).
Kaputt: ¡Mi gran victoria! ¡Una novela de
guerra! ¡Al mejor estilo de Sven Hassel: la
Wehrmacht jodiéndose en el frente oriental! ¡No ensuciarán sus páginas tus
manos censoras, padre! Tardó unos cuantos meses en abrir ese volumen de
infame papelería, ese reno: no era
una novela de guerra… Era un libro mucho más excitante, mucho mejor. Lo releyó
varias veces en el transcurso de los años: había algo en ese libro que le
atraía enormemente, y nunca supo con exactitud qué era; intuía el origen de su
interés renovado, pero no lograba definirlo. ¿Tal vez su sabio cinismo? ¿Su
estructura textual abierta? ¿El desparpajo deliberado de su construcción? ¿La
inteligencia sin artificio de sus diálogos? ¿La crueldad de la atmósfera que se
respira en cada una de sus páginas?
JD. no ayudaría mucho
en la resolución de estas disquisiciones:
Es un libro morboso.
Su atractivo reside en la absoluta falta de humanidad que impregna el discurso
literario sin ser culpable de nada.
Es como mirar con una copa en la mano y al calor de los leños ardiendo en la
chimenea por el ojo de una cerradura, o mejor aún, sentado en una butaca de
terciopelo en platea, contemplar la bestialidad de tu siglo, cómo violan a una
desdichada, como torturan a un niño, como ahorcan a un hombre, como queman a un
judío o revientan a un palestino.
En 1977, Boceto se había quedado compuesto y sin servidora.
Qué épocas. Que ya
eran otras.
Tropa de majaderos,
¿qué pensaría el Caudillo viéndoles con esas banderas rojas, con esas barbas
ácratas, la pana de las vestimentas, con esas revistas pornográficas y esos
periódicos masónicos?
El Caudillo vigila
enhiesto, ojo avizor y con la mano firme sobre su blanca montura.
Como platos (¡Joder, Vivales!) abre los ojos.
¡Alzará bandera,
blanderá sable, segará cabezas!
Usted no sabe con
quien está hablando, amigo. Que yo me he leído enterita La decadencia de Occidente.
Encomiable asunto.
Veamos:
¿Pour le sport?
Por cojones. Me como
crudos a los niños pequeños y hasta a algún adulto con los pañales cagados si
viene al caso. ¡Aparta ese panfleto de mi vista, rojo del demonio!
(Los políticos
opositan en las elecciones: empleo, sinecura, momio y dinero al canto… y
vitalicio, si cabe,)
Septiembre, 1977. Qué…
Septiembre 2007. Que
cuarenta años no es nada…
He ahí el otoño de
vuelta, coronaciones…
Oh, Paula, ¿cómo
retomar la rutina, las tensiones del trabajo encanallado, la cita ineludible,
la pasión que muerde…?
Qué asco el final del
verano, qué indefensión el comienzo del otoño… Habrá que moldearse de nuevo
(hasta el dulce verano).
Ah, pero…
Diez (10) esforzados
expertos te guían por la senda óctuple:
1. Coach wellness:
Abre los ojos, sonríe,
empieza tu día, libera tu mente.
2. Nutricionista holística y Health coach:
Vamos a aliviar esa
maldita tripa hinchada, vamos a combatir el estreñimiento, te voy a dejar por
dentro más lisa que un guante.
3. Experto en liderazgo:
Lo más importante eres
tú, que el mundo y todos los otros giren en torno tu eje. Si tú hablas, los
demás callan.
4. Personal coach wellness:
¿Tú sabes lo que son
los abdominales hipopresivos?
5. Personal coach fitness:
¿Tú sabes cómo
fortalecer la zona lumbopélvica?
6. Personal Yogi:
Cultiva el perro boca abajo, el niño sentado (anda, sé buena, hazme
caso, cariñito).
7. Experta en Fitness y Nutrición:
Practica diariamente
el detox tecnológico: olvida (por
unos minutos, eh, unos minutitos) el ordenador, la tableta, el móvil, la
televisión…
8. Psicóloga especialista en estrés y sueño:
¿Sufres niña mía social lang? ¿Fatiga? ¿Insomnio? Vamos a
solucionar esos síntomas gestionando
de modo responsable nuestros hábitos…
9. Personal coach gymness:
Me vas a empezar ahora
mismito las clases de circuit-jumping…
10. Psicóloga clínica:
Vamos a enseñarte a gestionar los conflictos, a manejarte en
los procesos de ira, agresividad e histeria. Respira hondo… ¡Eh, tú, respira
hondo!
Respira hondo, Paula,
cierra los ojos: ya ruedas en la bola del mundo.
Entre tú y yo,
Charlie, primus inter pares… Tengo
que encontrar algún tipo de ocupación alquímica que me distraiga de la angest, de todo la espera inútil, de la
conciencia de la nada eterna de después.
Le será fácil, jefe.
¿Mañana lo haremos
bien?
Sin duda, jefe.
Qué no haremos
insuperable merced a la ciencia infusa…
¿Qué va a pensar de
ti, Charlie? ¿Qué eres la madre soltera?
Pero él nunca había leído a Heinlen… ni a nadie de su calaña, aborrecía los
relatos y las novelas de ciencia-ficción.
Por el amor de Dios…
¿a qué este desorden, esta ansiedad lacerante?
¿Ser bueno? Entre el
Diablo y el Dios está el hombre, el eslabón inesperado.
Diotima-Paula te
refutan: en tal lugar se halla el demonio, entre los dioses y los hombres.
Que cada uno ocupe un
espacio: son intercambiables.
El tipo olvida pronto
los agravios sufridos durante el día: lo que el manto, el dormir y el silencio
de la noche sepulte, muerto amanezca. No se duerme, se desmaya con el sabor de
la última copa dorada en la lengua. A la mañana siguiente no recuerda
absolutamente nada .
48 años: ya no tienes
a nadie a quien odiar. Has descubierto que los demás son tan infelices y vulnerables
como tú, de una fragilidad que los convertiría en seres sin nada a lo que
asirse cuando el cuerpo los traicionase definitivamente. Pobres. Al hoyo.
Pero antes… ¡ay,
antes!: trece años, o catorce, qué más da.
Era el odiador, El
Gran Odiador:
Odiaba a su madre,
odiaba a su padre que, al igual que se le hace a un gato o a un perrillo
idiota, le sonreía y le guiñaba un ojo cuando se cruzaban por el pasillo,
odiaba a sus hermanos lejos de la complicidad fraterna, odiaba al mundo, hasta
a él se odiaba, odiaba a los agustinos encapuchados que dejaban un rastro de
olor a ceniza y ranciedad al pasar junto a él, odiaba a Dios sobre todo las
cosas sentado en las nubes, ahí, a salvo de la mierda del mundo, inmaculado en
lo alto del cielo azul y silencioso… ¿Quién o qué tenía la culpa de ese odio
tremendo? ¡Ese plato a rebosar de col frita, calabacín y berenjenas rebozadas
debajo de sus narices!: Limpito me vas a dejar el plato, advertía su madre en
un tono amenazador, erguida poderosa Medea frente a él. Y él, pobre
mierdecilla, engullía esos odiosos engrudos como si fueran los hierros oxidados
del garrote vil.
En fin, siete años.
Y sin la espada
Excalibur en la mano.
Mundo inmundo.
¿Acaso Fiodorov no se entrenaba con él cuando
contaba la tierna edad de seis años como si fuese un punching-ball, pobre criaturilla, metiéndole el dedo meñique en el
rodillo escurridor de la lavadora antediluviana de su madre?:
¡Confiesa de una vez,
contrarrevolucionario del demonio!, le gritaba al oído El Comisario Político
Incorruptible con los ojos enrojecidos por la furia, escupiendo su saliva
justiciera al rostro del pasmado prisionero, un blanco contrarrevolucionario
con los mocos colgando de las naricitas.
¿Y si se dejara bigote? Mostacho a lo gabacho
(rima al canto)…
Sería más falso que el
betún de Groucho Marx.
Cuidado con esos niños
que no quieren crecer, que odian convertirse en sumisos adultos: te cortarán la
mano de un solo tajo.
Ah, Boceto.
Ah, Paula…
(Ella, a lo suyo.)
Tanta comprecita de
moda en las tiendas de Colón, don Juan de Austria y adyacentes… para acabar
ahogada recién comprada y sin estrenar en la bañera, como hacía la histérica
Ariane en momentos de gran confusión con sus telas.
No se lo cuentes a
nadie, ni siquiera a Charlie:
Descubrió que lo suyo
no era una crisis provisional, un estado transitorio de precariedad e
indefensión física o material, todo eso aún no lo preveía en el horizonte… Era
la crisis definitiva, la antesala a la resignación, la memez y la disolución
irreversible: era esa bicha reptante que tenía dentro y ya le salía por el
rabillo de los ojos y las fosas nasales, dispuesta a amargarle la vida y a
hacer todo el mal que pudiera en el exterior.
Esto se lo puedes
largar sin el menor remordimiento (va en el precio de la copa, al igual que su
capacidad de oyente):
Un ser humano es mucho
más difícil de entender que los fenómenos cósmicos, Charlie… si exceptuamos el
origen de su creación, el enigmático big
bang, y desde luego de un interior mucho más intrincado que una estrella.
Sabemos todo acerca del sol, hasta la catástrofe de su misma desaparición
dentro de unos miles de millones de años, lo que ya es decir y saber, conocemos
lo simple de la combustión que le da vida: cuando agote todo su hidrógeno, ya
convertido en helio, se acabó. Qué explicación tan sencilla. Resulta que el sol
sólo es una inconmensurable bola de fuego que terminará apagándose como una
cerilla, dejará de alumbrar y morirá… matando con él a todo cuanto se halle
alrededor de su luz, a toda la vida que esté a su alcance, una vida, la del
hombre, que, salvo su nacimiento y su muerte, también simples, es de un
misterio y complejidad muy superiores a aquellas reacciones termonucleares de
ese sol con los añitos contados.
Lo peor de todo, y
déjese de poéticas bienintencionadas, mister Donne, es que sí somos una isla,
una isla a la deriva, península de nadie… Una isla volcánica estéril de vida y
fertilidad, una isla en medio del océano del universo.
Ah, Boceto, qué difícil es todo, che.
Además, su padre ya lo había calado desde que cumplió los siete años, lo que
iba a traer cola en lo sucesivo:
Éste, en tres años
más, intentando dármela con queso, me esconderá las Confesiones de una doncella inglesa entre las páginas de las Memorias de un hombre de acción.
Papi, que entretenido
es este Baroja.
No lo sabes tú bien,
hijo de mis entrañas. (¡Capullo!)
¿A los diez años ya se
la menea?
Cualquiera sabe: los
tiempos adelantan que es una barbaridad, que diría mi abuelo (el erotómano).
Vuestros abuelos
maternos estaban los dos locos, sentenciaba el padre Brell a los tres hermanos
Brell. Y pensaba, casi con la injuria ya en la punta de la lengua: Más o menos
como vuestra propia madre y santa esposa y puta recalcitrante mía que fue.
Padres de padres,
¿quiénes diablos son los abuelos?, sobre todo aquellos que mueren antes de que
tú nazcas.
Pues, mire usted, es
mentira esto de mis abuelos, no existieron jamás. El mundo no existía antes que
yo.
Tu padre y tu madre
estaban antes que tú nacieras en él, existían, eran… como fueron aquellos.
Pero a estas dos buenas
piezas sí que los conocí, y hasta los toqué y ellos me tocaron.. ¿Qué me dice
de los muertos? Ninguno de ellos pudo tocarme ni yo a ellos. No les he visto
jamás. A mí, buen hombre, no me basta una fotografía ni tres papeles dando fe
de ello.
La realidad no existe:
principio de todo arte y toda literatura.
Pues vaya al
cementerio y escarbe, encuentre su origen y convénzase de que el mundo ha
estado muy pateado antes de que usted, mi incrédulo amigo, pusiera los pies en
él.
Antonio Miguel Gay
Bernat, joyero y coleccionista de libros eróticos que fue, nacido el 1 del 1
del 1, (uno de enero de mil novecientos uno) murió en el año de gracia de 1957,
memorable año de la riada que anegaría de lodo pestilente las calles de tu
ciudad natal, tres años antes de que su hija Carmen Gay Giner alumbrase sin
apenas esfuerzo, como al tuntún, al tercero de los hijos del doctor en Historia
del Arte Bernardo Brell Ferrer, nuestro inapreciable y único personaje entre
todos Nacho Brell Gay (a) Boceto.
Otrosí, desgraciado
escéptico: esos libracos ilustrados y ornados de bellas damiselas en cueros
donde hundes las narices y alegras la pilila desde los nueve años eran de su
propiedad, esas doscientas revistillas sicalípticas de antigua periocidad
semanal las coleccionaba El Pescador Pecador... ¡Y tantas otras cosas!
Joven murió el abuelo
materno.
Lo era, aunque no
tanto como la abuela materna, que siete años le precedió en su final.
Moriría entristecido
el abuelo materno.
En brazos de puta
joven y bien refocilado: un infarto brutal lo dejaría para el arrastre con la
cabeza colgando en la entrepierna jugosa y perfumada de la ninfa putísima.
Hombre depravado:
noches y noches de la mano de Barbadillo.
Viudo inconsolable,
putero sabatino de toda la vida, esclavo
de ciertas necesidades fisiológicas para las que hubo de ingeniárselas mediante
servicio pagado que favoreciera el obligado equilibrio del cuerpo y el alma que
no para vicios inconfesables: tu abuela materna, la inolvidable locuela Carmen
Giner Bernat, nacida el 6 del 6 del 6 (seis de junio de mil novecientos seis)
se arrojó a las vías del tren al paso del Pájaro
Azul, expreso lento y hasta cansino, un día de primavera de 1950. Y un
hombre es un hombre pese a las melancolías y pesadumbres. Justo un año después
de la muerte de la madre y esposa del fornicador (a la fuerza ahorcan), libres
del duelo y el luto, casáronse tus
progenitores: hicieron prole hasta culminarla en ti, donde se ha de agostar
linaje de tan ilustres apellidos.
¿Quién lo dice? Tal
vez JD. haya prolongado la estirpe.
De éste, con la vista
puesta en el cielo seco o con los pies metidos en el barro, sólo han de nacer
nabos y coles (a fe mía).
(No fue así, dos hijos
tuvo el fugitivo rusticano, hembra y varón. Sé, pues, feliz en tu reposo
eterno, Bernardo Brell Ferrer: la historia continúa.)
Me asombra lo
poquísimo que uno vive para el tiempo infinito donde esperaba antes de ser vivo
y el tiempo infinito que le aguarda una vez muerto.
Padre…
Dime, mierdecilla.
Yo quiero ser un
hombre sabio…
Ojo y buen tino… Ya lo
advirtió Calderón: Cuentan de un sabio,
que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que
comía. (¡Y detrás venía otro más pobre aún! ¡Siempre se alarga la desgracia!)
Aprende, pues,
desgraciado, aprende lo justo y sé feliz.
Nos basta el sol.
(Camus). Pero el sol es una exageración.
Anda, JD., ve y
escribe tu historia sentado en un bancal, rodeado de árboles, bajo el cielo
poderoso del sol del mediodía, entre los susurros apaciguadores del agua, el
crujido de la tierra, el silbido del aire, la hoja mecida de la rama, la
estridencia de la cigarra.
JD. se habrá casado
con una buena moza de carnes prietas, de las que además de empujar adelante la
labor de todos los días tendría mano diestra para salar puercos, refrescar el
vino.
Los cielos eran igual
de horribles en todos los sitios; hoy, por ejemplo, JD. (que seguramente te
hallas bajo un cielo similar, antipático): un cielo tibio y hostil, horrible
gris empalideciendo por momentos: pronto se convertirá en blanco candente.
JD. estaba en el sitio
donde debía estar un tipo como él: allá donde es posible desordenar el mundo,
no ordenarlo, hacer del mundo un rompecabezas, allí donde es posible darle una
patada al tablero y mezclar todas las piezas y que sean ellas mismas las que
dibujen la realidad… o lo que quedara de ésta. Estar allá donde las cosas van
perdiendo su nombre y comienzan a ser sólo cosas.
El sol, simple y
gigante, invencible, tenía una función asimismo simple y gigante: ardía y
proyectaba luz y calor, hacía germinar la vida allá donde alcanzaba su lumbre.
Así de sencillo. Era en la tierra donde anidaba la complicación, la vida era el
misterio, el desorden. Al final comprendes la terrible verdad: estás vivo pero
estás hecho de muerte, la de antes de tu nacimiento y la de después de tu vida
finita. ¡Bonita materia la del ser humano! ¡Hasta dioses y paraísos, material
de más humo, tuvo que inventar para aceptar su breve paréntesis entre las
nadas! Qué fuerza oscura aquella la del presente que engendraba el impulso para
seguir adelante… a otro presente, a desear quedarse anclado en él, pero
presente viajero al fin donde has de desaparecer.
¿Cómo quedan, Señor,
durmiendo los suicidas?, preguntaba la poetisa chilena al Silencio.
No hubo respuesta.
¿Cómo iba a haberla?
¿Cómo era el sol de
1950? Era gris. Muy poco amarillo, y a veces blanco. Un blanco neblinoso de
ciego borgiano.
Tu abuelo Antonio
Miguel era un sacador de fuego. Un bonito oficio con un bonito nombre, casi de
resonancias demiurgas. Vestía habitualmente prendas de vestir azules. Le
gustaba montar en bicicleta, ir a pescar al rompeolas del faro, y, más tarde,
cuando hizo más dinero aún del que tenía, empezó a coleccionar libros
ilustrados eróticos (e incluso pornográficos) que se hacía traer de más allá de
las fronteras, de la Francia; también se aprovisionaba en alguna librería de viejo escondida en el
casco antiguo de la ciudad, por las inmediaciones de Lope de Vega y la Plaza
Redonda. Otras compras, sin embargo, eran lícitas y respetables, de su tiempo
sicalíptico: hasta el año 30 no dejó de comprar ni una semana La novela pasional. Esa peseta cundía lo
suyo: pero a los textos de Luis León, Fernando de la Milla, Gómez Carrillo,
Carreras, o Jardiel Poncela y Gómez de la Serna, prefería sin duda los dibujos
de un erotismo subyugante: las mujeres dibujadas por Penagos, Durán, Varela de
Seijas y Reyes i Loygorri que se intercalaban entre las páginas, incitantes,
apetecibles hasta el hartazgo, quién jodiera esas carnes. Era hombre jovial,
pescador y pecador. Solía reír conejilmente, comprensible y desinteresado ante
las flaquezas ajenas. Se las daban al fresco. El las tenía, incluso muchas de
ellas cercanas a lo realmente perverso.
Tres días después de
haberse casado con tu abuela materna, prima suya en tercer grado, supo que había
caído en manos de una demente:
Esto va a ser el
infierno… Y para toda la vida, se dijo.
Despreciaba los sueños
de esa mujer fantasiosa, y su tosquedad sexual llegaba a repelerle: un cuerpo
desmadejado y sudoroso, de una exigencia pueril y decepcionante. Ahora, tan
pronto, aún con el empalagoso sabor de la tarta nupcial y el traicionero
chispear de la champaña en la boca, descubría que lo que deseaba esa mujer era
todo lo contrario de lo que él podía ofrecerle y nada de lo que él podía
esperar.
El infierno se
alargaría desde 1926 hasta la exacta mitad del siglo.
Hazle en seguida un
hijo y la apaciguas, se dijo el joyero en el mismo año de 1926. Se lo hizo: y
nueve meses después, ya en el 27, fueron
dos el producto de su estratagema: mellizos, pero el varón murió en el parto.
La niña, madre que fue del futuro Boceto,
se convirtió en la muñeca de la mujer: la despertaba a deshoras y la vestía y
acicalaba como si fuese de cera. Hoy era así; mañana, asá. Hizo de la cría el
acerico de sus imaginaciones. La acribillaba con sus delirios.
Mi muñequita… Serás
artista como la mamá, le susurraba al oído a la melliza huérfana de su otra
mitad. Derretía a la pequeña con su aliento zalamero y sus carantoñas
infantiles y reiteradas, agobiantes.
Todos eran malos años
los que iban a correr entre ambas fechas, el del matrimonio y el de la muerte:
una república alborotadora, un golpe de estado militar promovido por una
derecha fascista, una guerra sin cuartel y los cuarenta sombríos, y los más
armoniosos pero igualmente oscuros e ignominiosos cincuenta.
Y, ahora, ¿qué?
A pescar.
Ecomiable tarea de
pensador: silencioso, cabizbajo.
El taller platero de
la calle Juristas proporciona los réditos suficientes para una existencia
muelle: que agachen el lomo sobre el
tablix los tres oficiales y el peón de brega, que mantengan limpia las pasteras
los aprendices y que arrinconen la escobilla hasta que haga buen montón debajo
del crisol, que este alquimista ya la convertirá en oro a su debido tiempo.
¡Qué placer secreto, y hasta vengativo de la enojosa vida doméstica y laboral!:
coger la bicicleta un martes laborable, el día más anodino de la semana, elegir
la caña, apañar los aparejos de la pesca en la escusabaraja, disponer el
bocadillo de sardina de bota aderezada de aceite de oliva, la botella de
clarete y dos naranjas, la petaca a rebosar de tabaco picado y enfilar por el
Paseo al Mar a las nueve de la mañana hasta alcanzar el mar (¡tan azul!).
Cuanto más lejos de la loca, mejor.
La mujer que tenga
preparada la comida a las tres en punto, hora perfectamente española y
respetable para el condumio. Y siempre arroz. Arroz de mil formas, pero arroz.
¿Qué tal arroz con
garbanzos y pasas?
Venga.
Y una ensalada
valenciana (crujientes aros de cebolla, hojas frescas de romana, rodajas de
pepino, sabrosos trozos de tomate, el rábano incitante).
Hecho.
¿Y no hacen al alimón
unas aceitunas negras y unas cuantas alcaparritas?
No se desprecien.
Vengan, pues.
Cuando llegaba a casa
y se sentaba a la mesa con la cabeza inclinada sobre el plato bien colmado de
arroz humeante, ya tenía incluso la radio parloteando sobre el aparador y el
porrón lleno de gaseosa y tinto bien frescos delante del vaso, junto al
platillo de la mojama en aceite y la hogaza de pan tierno.
Pues, ¿qué tiene de
loca esta mujer, si todo es a gusto del cabrón?
Ejemplo ilustrativo:
en el lado de su cama tiene colgado, bien visible a la vista, un punching-ball.
¡Rayos y centellas!,
exclamaría Pedrín el de las ostras.
Ha hecho de la hija a
las primeras de cambio una niña confusa, luego la convirtió en una adolescente
aturdida; ha hecho de ella la que no es ella pero la que quería ser ella, ha…
Al final, la hija, harta de uno y de otra, salió del huevo sin necesidad de
romper la cáscara, a la chita callando.
Los cincuenta… ¿en qué
territorio nos movemos?
Pongamos,
precisamente, 1950. Funesto año para la loca.
1950 tenía forma de
algo raro, pero el color era gris sin duda. Quizás tuviera forma de un poliedro
hueco, como esos que, en clase de manualidades, los escolares construían
valiéndose de un plano con las superficies ya delimitadas y le daban volumen a
base de un engrudo pestilente. Charlie, yo que era un majadero con las manos,
exactamente igual que ahora, me untaba de aquel asqueroso mejunje hasta la raíz
del cabello.
Repasas anuarios y
almanaques, las grandes revistas ilustradas de entonces, y sólo ves un mundo
gris, más gris y ceniciento en las españas,
y también todo parece silencioso, de una mudez que no te cuesta nada
imaginar. Además, Charlie, yo no había nacido, ¿cómo diablos era posible tal
cosa? ¿Qué era eso de Corea? ¿Qué era el Mig-15? ¿Quién era ese Zarra? ¿Quién
era la pérfida Albión? ¿Qué clase de bestia hacía rosarios con tus dientes de marfil? Toda una realidad
fotográfica y documental susceptible de venirse debajo de un soplido: durante
el atraco a una casa de citas, un prestigioso y elegante financiero es muerto
de un disparo a bocajarro cuando, por esas cosas que pasan, se hallaba
fornicando como una bestia en la cama con una sobrina suya treinta años más
joven. “Murió cristianamente y con el auxilio de los Santos Sacramentos”,
rezaba la esquela en Las Provincias.
La emocionante comitiva hasta el camposanto fue multitudinaria, se añadía en un
al pie de la foto.
Yo sé de uno cuyo
abuelo, a lomos de burro, era vendedor ambulante de estampas religiosas por las
aldeas más recónditas de las españas profundas: a veces por una arroba de
higos, un pollo o medio jamón entregaba una Dolorosa de tamaño grande y de
regalo un Corazón de Jesús, aunque de más pequeñas dimensiones.
Pero venían enmarcados
en dorados, lo cual era importante…
Yo sé de otro, de más
noble origen aunque en clara decadencia, que tenía una abuela que enjoyada y
bien vestida, maquillada y con el tocado a la perfección, oculta en casa, cosía
a destajo en una singer seis o siete
horas diarias por encargo de varias sastrerías selectas: 250 puntadas por
minuto.
En el año 1950 aún
vivía don Pío, así que nuestro prolífico escritor suelta la novela
correspondiente y con el debido título barojiano: El cantor vagabundo.
¿Y tu abuela que leía?
Probablemente
terminarían de volverla loca la señora bovary
y la señora karennina: esas mismas
muertes, de propia voluntad, remedó al arrojarse a las vías del tren.
Gran lectora, pues:
por puro entretenimiento, deleite y regocijo, sin adiciones espurias que
enturbien o entorpezcan una narración que nunca pretendiera en su gestación
dobles lecturas.
Pero antes, casi
destruye lo que más amaba: a la niña Carmen.
A su marido lo
despreciaba: comodón, autosuficiente, pornógrafo. En mil debilidades lo había
visto incurrir, y, sin embargo, el hombre, el home, se las tenía por artesano respetable, paciente pescador,
ciudadano honorable, padre cariñoso y… esposo indiferente hacia la esposa en
todos los aspectos. Sólo parecía interesarle en casa la radio conectada a su
emisora favorita y la mesa puesta cuando él llegara a la hora de las comidas.
Con los cuarenta duros que le ponía en la mano a su mujer el lunes de cada
semana se cerraba todo el capítulo de sus obligaciones.
Pues, ¿qué esperaba
ella?
Muy lejos estaba él de
las tentaciones de ella.
Arrós y tartana,
casaca a la moda,
¡y rode la bola
a la valensiana!
Antonio Miguel Gay
Bernart
Carmen Giner Bernart
Caballeros,
6 Entresuelo-
Tlfno.
15230
VALENCIA
La dejaba él con sus
novelas y libros de arte, el tedio de sus ocios domésticos, su muñeca viviente…
Gay
Bernart
Taller
de Platería y Joyería
Juristas,
4-Tlfno. 10675 VALENCIA
Lo dejaba ella
asqueada con su caña de pescar y sus librotes de contabilidad donde se admiraba
(y hasta no daba crédito, ¡pero qué mágico el oro!) el buen hombre de la
creciente prosperidad de su taller de joyería. Poseedor feliz de más de un
millar de diseños de dijes, pulseras, sellos, broches, sortijas de complejos
engastes, gargantillas y collares, tresillos, pendientes, colgantes y alfileres
primorosos, seleccionaba para sus clientes, mujeres en su mayor parte, el
dibujo más cabal de la joya solicitada, lo ponía en manos de sus oficiales,
entre los que se contaban plateros, pulidores y engastadores y un grabador a
tiempo parcial, indicaba alguna mínima instrucción y se apresuraba a coger una
de sus cuatro cañas de
pescar y salía zumbando hacia la playa.
El taller, como una
máquina bien engrasada y reluciente, funcionaba solo sin necesitarle a él para
nada salvo su dirección selectiva y estética iniciales y los asuntos estrictos de tesorería. Joyas
de creación exclusiva así como las decenas de composturas diarias hinchaban su
faltriquera como si nada.
¡Qué cosas! Y él cara
al mar, pescando… Sin preocuparse en absoluto de los asuntos mezquinos. El mar,
el inefable horizonte, la vida , la muerte, qué cosas… ¡Toda una filosofía!
Era lo que podría
conocerse hoy y por aquel entonces como un matrimonio bien avenido. Del bracete
paseaban los sábados por la tarde san Vicente arriba, san Vicente abajo, desde
Reina hasta san Agustín. Los domingos, antes de la guerra y después de la
guerra, que a ellos esos asuntos mundanos poco les importaban, tomaban
indistintamente un chocolate a la taza o una horchata en los alrededores de
santa Catalina.
Una vez al mes los
señores de Gay se desplazan a Madrid en tren (primera clase) para asistir a una
obra de teatro. No importaba cual ni de qué autor, siempre que no se tratase de
un musical, una comedia o una zarzuela: pues tales las consideraban como meros
espectáculos o pasatiempos. Pasaban dos días en la capital hospedados siempre
en el mismo hotel cercano a Opera; de igual modo, por costumbre arraigada,
frecuentaban un restaurante castizo de la cuesta de Cuchilleros (exotismo capitalino,
digamos). Durante el viaje de regreso a Valencia comentaban lacónicos, como
desganadamente, los insulsos incidentes de su estancia madrileña (hasta el mes
que viene, adiós), las comidas ingeridas, los paseos por la Gran Vía y el
Retiro y, acaso, recordaban en voz alta algunos aspectos meramente anecdóticos
de una obra que en tiempos de la república pudiera ser de Echegaray, Benavente
o Casona, y en la postguerra y en años de más adelante, de Pemán, Calvo Sotelo
o Buero Vallejo (del que nunca fueron conscientes de la carga política oculta
con astucia en sus textos dramáticos), quizás el Priestley de El tiempo y los Conway.
¿Eso era todo?
¿Qué es todo? ¿Qué más
se puede pedir? Ella tenía su muñeca a la que disfrazar y pervertir, en la que
recrearse, reinventarse e incluso nutrirse intelectualmente a medida que la
niña Carmen crecía, y él tenía su caña de pescar, sus platos de arroz, su
ensimismamiento, el mar y su horizonte filosófico. Un mundo perfecto para
ambos. Cada uno en el que tenían cabida sin mayores sobresaltos (y la nave
va). Cada uno a lo suyo. Flotaban
apaciblemente sobre el mar de la tranquilidad.
El otro noventa por
cien oculto debajo de las aguas mansas fue lo que hundió al Titanic.
El primer intento de
suicidio de Carmen Giner fue sólo un primer intento de recuperar el amor de su
marido que, sin que ella llegara a comprender la razón, había perdido a las
primeras de cambio, como si una fuera un caramelo sin el papel brillante ya
degustado, saciado y deglutido: se hizo sin demasiado convencimiento un ligero
corte con la navaja de afeitar de aquél. ¿Estás loca?, le reprendió el joyero
sin apenas alzar la voz cuando la descubrió sollozante, mirándose incrédula el
hilillo rojo que se deslizaba sobre la piel blanquísima, sentada en la taza del
váter. Le limpió con alcohol (pero antes
puso bajo el agua del grifo la aguda hoja de la navaja de bello mango nacarado,
su navaja) la sangre de la muñeca,
vendó la liviana herida y con absoluta frialdad, sin perder la calma ni un
instante, acto seguido le propinó una
bofetada a la mujer que la dejó tambaleante durante unos segundos hasta
que cayó al suelo. Tres días tardó en desaparecer de su mejilla derecha la
huella morada de los dedos del pescador de caña (bueno en la plaza; malo en la
casa). Tres días que transcurrieron con un absoluto silencio entre ellos y las
torvas miradas de soslayo.
El segundo intento fue
más serio. No sabía si quiso matarse, pero sí hacerse daño de veras. Y, por
encima de todo, hacerle daño a él, al home.
La niña Carmen contaba nueve años por entonces, y aquella tarde de lunes, se
hallaba en el colegio, en las Trinitarias de Navellos. El home, todavía amante de los paseos en bicicleta, había desechado la
idea de coger el Oldsmobile, y se dirigía dejando atrás los Viveros al malecón
a golpe de pedal con todos los aparejos de pesca y su botella de clarete. Un
asunto de cierta importancia lo había entretenido hasta el mediodía en la
Sociedad de Metales Preciosos y había desbaratado su jornada matinal de pesca.
Inmediatamente después de comer, incapaz de resistirse, decidió que no dejaría
pasar las horas vespertinas en balde: apagó la cháchara de la radio, desestimó
la siesta reparadora, dio por concluida la digestión y… a la playa, rediós, que
ahora ya alarga el día. La suicida (pues así podemos calificarla ya que acabó
matándose finalmente años más tarde) perpetró la penúltima tentativa ese día de
finales de primavera, dos meses antes de que estallase la guerra civil, en mayo
de 1936, a punto ella de cumplir treinta años de edad. Por la mañana había dado
un largo paseo: salió de Caballeros, cruzó la plaza de la Virgen y Reina y por
la calle del Mar alcanzó la Glorieta. Hacía una mañana espléndida, luminosa y
clara, con el aire henchido por el olor floral de las cien cruces de mayo. A
cada paso aspiraba profundamente una brisa marina que le refrescaba la piel del
rostro, la de los brazos desnudos, las piernas sin medias. Vestía un traje
ligero, con estampados muy vistosos y se había pintado los labios muy rojos,
como a ella le gustaba. Sostenía en el antebrazo izquierdo un bolso pequeño
acharolado. A la altura de los ficus que daban al Palacio de Justicia, se
detuvo a mirar por enésima vez las intrincadas y gigantescas raíces que
sobresalían de la tierra (Tu abuela Carmen también se quedaba encantada
contemplando los ficus del Parterre y la Glorieta, le confesaría mucho tiempo
después al Boceto de diez años su
madre, hija de la suicida.) y creaban un enredijo monumental que la fascinaba
por entero: el escondite ideal para una imaginación infantil. Luego, levantó la
vista a lo alto, al inmenso cielo verde y sombrío de las profusas ramas. De
repente, le asaltó la idea de comprar flores, un ramo de flores, un hermoso y
gran ramo de flores que estallaran de fragancia y color ese día fatídico. Se
iba a regalar flores, iba a comprarse tres docenas de flores, cuatro docenas de
flores… y después se mataría (se mataría
un poco).
¿Por qué no me mato?,
se preguntaba, como ya se ha citado hasta la extenuación, Albert Camus. Y no
puede uno hallar la respuesta acertada, cavilar un buen motivo que justifique
o, al menos, que preste algo de lógica al hecho
de no suicidarse sin que entre en juego un rapto de desesperación o de locura:
uno defiende su yo a dentelladas: la
vida es posible porque yo estoy en
ella. Ese yo la visualiza, le da
forma y materia, la hace creíble: toda la vida entera se cimienta sobre este yo
escrutador, único, insoslayable hasta
que pierdas el sentido de ti mismo y del mundo.
La pregunta se
simplifica mucho con un sencillo cambio de sentido: ¿por qué me mato?
Un tropel de razones
(desaires, flaquezas, ofensas, infamias, miedos, incertidumbre, enfermedad,
dolor, desamor, la soledad inevitable, tedio… y porque nadie te regala flores)
acuden a la mente, no tienes ni que buscarlas, te vienen solas: te matas porque
estás de mierda de razón teórica o de razón práctica hasta las cejas.
A la hora de comer,
las tres en punto de la tarde, el home,
silencioso y huraño a causa de la mañana perdida en trámites enojosos, se
dispone a tragar su arroz sentado a la mesa de gruesas patas de nogal. La radio
en este mayo de mil novecientos treinta y seis arde por todas sus válvulas
encima de la atalaya del aparador: aún duran los ecos de los alardes marxistas
del Primero de Mayo: Patrocinada por el poder público, ha sido una demostración
de fuerza sin precedentes, ha sido un día en España íntegramente rojo. Pero en
medio de esta apoteosis roja un
prohombre de las filas socialistas, clarividente y previsor, rechoncho y
listo, atiza un aldabonazo en la conciencia de una masa demasiado exaltada e
inocente que la misma radio (pero otra emisora) airea a los cuatro vientos: He
visto a Franco pelear en África –asegura el socialista- y sé lo que digo. Este
general por su juventud, por sus dotes y por el respeto que le profesa el
Ejército es muy capaz de acaudillar un golpe de Estado o una revuelta violenta
contra el Gobierno…
Entretanto, don José
Antonio Primo de Rivera repasa en la Cárcel Modelo de Madrid el bachillerato.
La magia radiofónica se presta a sus burlones comentarios: No me importan dos
años de cárcel. Repasaré el Bachillerato. Nuestro hombre, a pocos meses de su
muerte, viste un mono de dril azul, lee sus libros, se fortalece con sus
oraciones, se consuela vaticinando su propia leyenda, escribe panfletos
incendiarios denigrando una república aupada con los votos de un pueblo
soberano, conspira contra el Gobierno mediante correveidiles y come las viandas
que le sirven ex profeso de una taberna próxima a la Modelo, mucho más
apetitosas que el miserable rancho carcelario.
La radio no miente
nunca, se dice el joyero mirando la cuchara rebosante de arroz con trocitos de
pimiento y carne picada que va a echarse al buche.
Mayo del 36:
Militares de España,
ante la invasión de los bárbaros, ¿habrá todavía entre vosotros –soldados,
oficiales españoles de tierra, mar y aire- quien proclame la indiferencia de
los militares? Está en litigio la existencia misma de España como entidad y
como unidad…
Todo preparado, 11 de
mayo de 1936:
don Manuel Azaña es
elegido presidente de la República (y, ahora, ¿qué?)
cabalgan sobre las
ondas males invisibles
don Francisco Franco
urde las últimas costuras de la traición
don Emilio Mola afila
el sable sacado de la vaina
don José Sanjurjo, El
león del Rif, cargado de medallas y con las maletas abultadas con atuendos de
capitán general está a punto (a dos meses) de estrellarse y morir (y murió) a
bordo de una avioneta que a duras penas soporta durante un corto vuelo el peso
de la grandeza de su petulante pasajero y el peso inconmensurable de su vanidad
11 de Mayo de 1936:
damas catequistas y
monjas reparten caramelos envenenados a los niños pobres
¿eso es cierto? ¡qué
más da si lo es o no, estamos en guerra!
turbas comunistas
desnudan, golpean y arrastran por el suelo hasta casi despellejarlas a cuatro
monjas
¿eso es cierto? ¡qué
más da si lo es o no, estamos en guerra!
don Santiago Casares
Quiroga: He dicho y repito que no estoy dispuesto a tolerar una guerra civil en
España
don José María Gil
Robles: Nosotros no vamos por caminos de violencia
don José Calvo Sotelo:
Hoy el principio de autoridad está a los pies de los enemigos jurados del
Estado español
en Valencia, a cien
metros de tu casa, en la plaza de Castelar, centenares de huelguistas levantan
barricadas: tendrás que dar un rodeo, no vayas a recibir un ladrillazo
¿te vas a poner ahora
a leer La traca y Fray Lazo, cabronazo?
la Feria del Libro de
Madrid es este año una barraca rusa
dos semanas más tarde:
juicio ante el Tribunal de Urgencia, en la Sección primera de la Audiencia
Provincial, constituida en la Cárcel Modelo de Madrid:
don José Antonio Primo
de Rivera: ¡Qué vergüenza ser víctima de una chusma indecente!
don José Antonio Primo
de Rivera: ¡Arriba España!
don José Antonio Primo
de Rivera: ¡Váyanse a hacer puñetas!
Secretario del
Tribunal de Urgencia: ¡Tan chulo como su padre!
al escuchar esas
palabras, don José Antonio Primo de Rivera no puede contenerse, se vuelve
contra el secretario togado y de un puñetazo le hace tambalear durante unos
instantes
el secretario se repone,
agarra un tintero que encuentra a mano y lo arroja a la cabeza de su agresor,
hiriéndole
don José Antonio Primo
de Rivera: Ya no hay soluciones pacíficas, la guerra está declarada…
don Miguel de Unamuno
(artículo alimenticio):
hace unos días hubo aquí,
en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por
una turba de energúmenos dementes que quería linchar a los magistrados, jueces
y abogados. Un grupo de chiquillos desharrapados y tiorras desdentadas,
desaseadas, brujas jubiladas y una con un cartel que decía: Viva el amor libre!
Y un saco. Que no era, ¡claro!, del que se liberó el amor…
don José Calvo Sotelo,
quitándose el pijama ante sus raptores: no te asustes, querida, me llevan
detenido, pero volveré en seguida
don José María Gil
Robles: Cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción
don Francisco Franco:
¡Ha llegado la hora!
¡A las armas!
doña Dolores Ibarruri:
¡No pasarán!
apaga la radio
en fin, se dice
nuestro pescador, alejándose ya de la mesa y de la loca, con la barriga llena
de arroz y la caña de sedal en la mano, en busca de su bicicleta, no llegará la
sangre al río
qué día.
Hale, a pescar.
Y la loca, claro, se
quedó sola en la casa, a sus anchas, nada ni nadie le podría impedir, pues, su
resuelta decisión.
La niña Carmen aún
permanecería una hora larga en el colegio y el home, cebando traicioneramente de lombrices el anzuelo, cara al mar
y con el bello sol de una tarde de mayo caldeándole el cogote, de seguro que no
volvería hasta el anochecer.
Llamó a la
floristería. Con voz enérgica exigió que en menos de quince minutos llegaran a
casa las flores que había encargado esa misma mañana, antes de regresar al
hogar y disponer lo necesario para tener la comida del home a las tres en punto.
Doce minutos más tarde,
el recorrido de los puestos de flores en Castelar al domicilio de los
Gay-Bernart, en Caballeros, 6, no precisa probablemente un empleo mayor de
tiempo, sonó el timbre de la puerta: era un mozo acarreando las flores, un
jovenzuelo tocado con una gorra astrosa, vestido con un blusón azul marino y
unos anchos pantalones mal caídos sobre las alpargatas, con la cara casi oculta
al completo por la inmensa fronda floreal que formaban las cinco docenas de
azucenas, rosas, gardenias, lirios y nardos. Con la peseta de propina ese gañán
en ese tiempo tiene suficiente para alegrarse el cuerpo (al alma no suele
prestarle demasiada atención, ni falta que hace) durante toda la noche: vino
tinto con sifón y frutos secos con la deslenguada de su partenaire del barrio de Patraix. O quizás el tipo y la
indumentaria ordinaria llamaban a engaño, y acabara siendo un destacado
miliciano de un batallón anarquista durante la guerra civil que se avecinaba
indetenible, ya a las puertas de las torres de Serranos, o un inflexible dirigente
del POUM con pistola al cinto y autoridad incuestionable. ¡Quién sabe en estas
épocas de turbulencias y equívoco maremágnum! Todo puede suceder saliendo de
las alcantarillas, bajando del cielo blanco y candente, tan próximo todo del
verano terrible.
Carmen Giner,
sumiéndose ya en la somnolencia producida por las pastillas, bien calculado su
número, inocuo, que ha ingerido, se halla completamente desnuda frente al
espejo. Es alta, muy delgada, de cabello muy negro, que ahora le cae en cascada
por encima de la espalda; tiene los ojos negros y brillantes, muy hermosos, y
las cuencas muy oscuras acentúan el fulgor efímero y veloz como el destello de
una daga que proyectan las pupilas, una muy brevísima irradiación se diría que
maligna, inquietante al menos. La mujer se examina sin prisas, sin aprensión:
es huesuda, de piel cetrina; observa los senos pequeños pero bien enhiestos
todavía, el vientre terso, las rodillas de piedra, el pubis de araña con la
pelambrera negra y rizada que alcanza hasta las ingles. Durante unos minutos
escruta en el espejo algo que el espejo no puede delatar. Al cabo, acerca el
rostro al azogue mentiroso, susurra: ésta no soy yo… yo soy otra cosa, siempre
he sido otra cosa. Cierra los ojos. Ahora. Una mujer de treinta años, que diría
Balzac. Ahora. ¡Qué pronto!
La bañera está llena
hasta los bordes de agua cálida, de olorosos aceites de baño… y de flores: un
lecho de espléndida coloración, fragante, de una gran belleza: la mujer había
cortado antes los tallos, así que ahora sólo las perfumadas hojas de colores,
los cientos de pétalos de una policromía incendiada, lujuriosa, radiante,
rebosaban casi los curvos límites de la esplendente pila.
Ahora yacía sumergida
entre las flores con la cabeza apoyada en la repisa esmaltada de un blanco
cegador, sumiéndose más y más en un gran sueño, pero sólo sueño, y luego,
pensó, el despertar purificada y más bella que nunca por el baño floral.
Su marido, el pescador
de caña, la descubrió a la luz de un sol de cobre desplomándose muy cerca ya de
la tierra, denso, rojo y aún omnipotente.
El sol de todos los
días, el que irradiaba generoso la luz, pero que también procuraba la noche
reparadora, astro suicida que consumiéndose hacía prosperar la vida en la
tierra que giraba en torno suyo.
En los cuadros de
Rothko, debajo de los colores, siempre parece haber algo más, como un oráculo,
o una oración, o una sentencia, o un
mensaje ocultos tras las finas capas de óleo, tras la liviana textura
hipnótica… Por eso uno está mirándolos en silencio tanto rato.
No era el artista el
que rezaba: el pintor te convocaba frente a la obra para que fueses tú el
orante. De repente te habías convertido en un prosélito de su religión… que era
muda, toda contemplación. La catarsis te la endosaba a ti, él se limpiaba las manos
(volvía a leer a Esquilo y a canturrear a Puccini por lo bajo).
Todo pintor es un
charlatán.
No siempre. Joan Miró
no soltaba una. Aunque, ahora que lo pienso, a éste también le gustaba
canturrear. Pero si son como niños con el dichoso pincel en la mano…
Comprobarlo me hubiera
gustado a mí. Estos de parecido algo mustio, de boquita cerrada y sonrisita
curial, si les das ocasión, empiezan a largar de todo lo divino y de todo lo
humano y no hay noche ni alta madrugada que los detenga.
Como niños…
Como niños… que huelen
a carne añeja como de adultos.
¿Te he dicho ya que a
Picasso siempre le recordaba Miró un niño que juega con un arito?
pues sus cuadros no
dejan de recordárnoslo. Toda la sabiduría del adulto genial escondida (como el
juego del escondite inglés) tras esa atractiva pintura de maquiavélica
geometría coloreada. Este juega con enigmas como otros con sus piezas de Lego
construyen edificios imposibles y formas ininteligibles: es un artista nada
infantil que sueña como un niño.
Y al son de un violín.
Viernes, mayo de 1975:
Padre… Padre no
contesta, absorta su atención en el sombrío plató de La Clave, cuyos
tertulianos en coloquio educado se hallaban envolventes en un sabio claroscuro
sentados en cómodos sillones tubulares flanqueados por pequeñas mesas donde se
posan brillantes vasos diamantinos medio llenos de agua (¿o sería tales
líquidos los estimulantes ginebra, vodka, orujo…?)
Padre… ¿Qué era la
abuela Carmen? ¿De qué estaba hecha? ¿Por qué era tan distinta a la abuela
Amparo? ¿De qué materia y de qué espíritu eran esos seres invisibles? ¿Hablaban
y todo? ¿Qué clase de insectos son éstos? ¿Vinieron de la nada y allá
volvieron?
Su padre le miró por
un momento sin entender lo que el mierdecilla decía, y luego, de nuevo,
inexpresivo, fantasmal en las sombras, dirigió la vista a la pantalla. No
contestó absolutamente nada. En realidad, ni siquiera había entendido la
pregunta. En realidad, ni siquiera había visto a su hijo, ahí, a un metro
escaso de su asiento: el hombre con su pipa en la boca; el adolescente con algo
extraño en las manos (¿un libro en la cuasi oscuridad?), envueltos ambos en la
penumbra azulada, sombríamente láctea, acuchillada de cuando en cuando por un
súbito resplandor de la luz catódica. En realidad ¿qué importaba todo?
¿Tu abuela? ¿Tu
abuelo?
El oro es un buen
escudo en todas las guerras, las blancas, las rojas, las azules, las negras…
Con ese metal sales
bien librado de cualquier escaramuza: compras hasta las almas.
Tres años de guerra
bastaron para que a tu abuela Carmen se le recompusieran los huesos de la
cabeza. A decir verdad, fueron los años más felices de su vida. La niña Carmen
crecía, ella se desentendió del marido, que seguía aprovisionando de alimentos
la despensa como si tal cosa:
¿Y esas naranjas, y
ese quintal de arroz, y ese solomillo, y esos huevos, ese bacalao, esa…?
Extiende la mano,
amigo, que voy a dorar su palma con estos polvos mágicos amarillos y
vivificantes como el sol.)
Y… cualquier momento
del día, de la mañana o la tarde, lo vivía con tal intensidad, como si todo
fuese un acontecimiento, un espectáculo para sus ojos, que se preguntaba si ese
renacimiento sensorial que la llenaba de asombro y excitación no obedecería a
los efectos secundarios de la medicación con que habían estado atiborrándola
durante los meses siguientes a su baño floral. Pero, ahora, era todo distinto.
Los engañaba como a chinos, al médico, al marido, a los vecinos, a todo dios.
¿Te has tomado la pastilla, querida?, indagaba el ciclista pescador sin dejar
de mirarle a los ojos. Naturalmente que sí, querido. Es por tu bien, ya lo
sabes. Por supuesto que lo sé (amado esposo). Por supuesto que hacía tiempo que
las pastillas, una a una, terminaban en la taza del váter. Luego, orinaba
copiosamente riéndose por lo bajo, tiraba de la cadena y… a volar, que muchas
son las mieses.
La ciudad estaba en
guerra, pero eso no significaba gran cosa. Al menos para ella. Ni tampoco para
el joyero acaparador. Ella, a lo suyo, que era mirar a través de los visillos
la calle siempre animada, en ebullición constante por el paso de los
automóviles y las gentes que iban de aquí para allá entre ellos, viniendo de la
plaza de la Virgen o dirigiéndose a ella, o dibujando infatigable retratos de
seres y personas imaginarias, leyendo a los sicalípticos que el home, ¡pobre iluso!, escondía detrás de
los seis voluminosos tomos del Espasa. Y él, sin soltar la caña de pescar,
cebándola sin descanso, cada día más grueso, más bien cebado también él,
dedicado a sus trueques y cambalaches, a sobrevivir en tiempos de… la penuria de
los otros. Le habían confiscado al hombre su Oldsmobile, pero, bueno… Mientras
no pusieran la mano encima de su bicicleta… Y en cuanto al oro… ¡va listo el
que lo busque! ¡Alquimista ha de ser como yo, capaz de disfrazarlo de mil
maneras y de recuperar su brillante dorado, la magia de su apariencia en cuanto
me venga en gana!
Vas a ser una gran
artista, la mamá te lo dice, y no te engaña.
Dilo conmigo: voy a
ser una gran artista, voy a ser una gran artista…
Voy a ser una gran
artista, afirma la muñeca.
Repítelo.
Voy a ser una gran
artista.
Una vez más.
Voy a ser una gran
artista.
(Mantra bienhechor y
poderoso.)
Así está bien. Debes
de creerlo, hija mía. Debes creértelo por encima de todo. Y a ellos, al home, engáñalo todo lo que puedas,
desconfía siempre de él, de ellos, sé consciente de su perfidia, sé su enemiga
eterna y muda, insobornable y paciente, (paciencia
y mala intención) y si la desdicha inevitable y la afrenta se hacen ya
insoportables, si el asco o la abulia, que viene a ser lo mismo, es lo que
preside los días de tu vida, golpea donde más duele, sin un gesto, sin alzar la
voz, impasible y en calma, un golpe único y certero, basta una sola decisión,
pero una vez tomada no hay vuelta atrás: un tiro en toda la frente, abandónale…
con sigilo, sin ruidos, sin explicaciones, sin palabras… Adiós, adiós. De la
noche a la mañana: adiós. Deja al home…
y también a la parentela si la hay.
Adiós, adiós.
Mira, ¿sabes de quién
es este retrato? No, no lo sabes… porque no es de nadie, es inventado, irreal,
inexistente. Está en mi imaginación, habita en ella sin peligro, es mucho más
real que todos los hombres y mujeres que me rodean con sus carotas y sus risas,
con sus expresiones de susto o alegría. Al mundo real hay que despreciarlo,
desarmarlo con la propia invención, darle la vuelta como a un calcetín, sólo de
ese modo serás capaz de descubrir sus entretelas, ese forro como gastado que se
halla debajo de todos nosotros, de todas las cosas… Crea las imaginaciones del
mundo y sus hechuras de carne.
Mira, a ése lo viste
su forro, y huele a cerrado, a polilla, a desván y telarañas.
Mira a ése con el
cuello de la camisa vuelto del revés, esconde los deshilachados…
Qué años finalizando
los treinta: el cura gordo, asustado e inocente clavado en la pared por los disparos
del mauser del miliciano vengador de su estirpe, las alpargatas teñidas de rojo
por los charcos de sangre del menestral suicida, el obrero con los grandes ojos
abiertos reventado a bayonetazos por los valientes de rojo y negro con sus
bocazas de señoritos cantando cara al sol…
Mira a esa otra,
ataviada de pespuntes y costuras, se le descuelgan los hilos de la… ¡mortaja!
Sucias radiografías.
El forro es la última piel, después de eso, adiós.
Mira a ese campesino
recogiendo los pedazos de sus propios sesos sobre la tierra castellana
marchita, reventada la cabeza por los disparos del militar felón, esparcidos
por el yermo de su vida andaluza, mecidos por la mar de levante, sesos anónimos
que nunca serán nombrados…
Mira estos dibujos de
loca, de loca antes de la locura de los otros matándose tan cuerdos.
¿Sabes lo que es esto?
No, no lo sabes. Pero mamá te lo va a decir. Es un ser inexistente, mitad
humano, mitad animal, y hasta puede que, quitando un trocito a alguna de
aquellas dos mitades, un poco también de imposible, alguna parte extraña
adherida a él de otra forma que no le perteneciese, procedente de otra tierra
poblada con nuestras imaginaciones y figuraciones más secretas.
¿Sabes por qué la mamá
dibuja estos retratos, estas máscaras, esos pliegues y repliegues de unos
rostros sin identidad? Porque todo lo inventado es mejor que lo real, que sólo
es. Para crear hay que ser un dios, para copiar basta con unas manos y unos
ojos. El mundo al que pertenecen estas criaturas está por hacer, y eso es lo fascinante,
lo que los define y los sitúa por encima de los seres como nosotros, tan
iguales a pesar de los rasgos diferenciados, huéspedes de un universo que ya
estaba hecho de leyes y principios antes que nosotros y al que todo se lo
debemos. Pero éstos… Ellos son huérfanos de una tierra, flotan aún en la nada,
recién creados. Mira, ¿ves esta cara, esos trazos negros que configuran unas
facciones individualizándolas de las de los otros que los acompañan? No es de
nadie del mundo tuyo y mío, es una creación, ha surgido del vacío absoluto, de
esos trazos negros y no de ningún modelo conocido. Va a necesitar un mundo
donde existir, así que lo siguiente después de crearlos es imaginar, sin tener
que construirlo, sólo idearlo, un lugar donde aposentarlos… Y esa es la parte
más fascinante de mi trabajo, imaginar ese mundo sin tener la necesidad de
dibujarlo… Son seres creados antes que el mundo que ha de albergarlos,
navegantes siderales aún sin asideros terrenales, o marcianos, o jovianos, o
saturnales, o cósmicos, siempre volanderos en la negritud espacial… Si les
creas antes un mundo les condenas a él, los fabricas de su misma conciencia y
materia que los predetermina sin miramientos. Sí, antes que el planeta que los
cobije hay que imaginar un nuevo universo, sus leyes, la sustancia que engendra
la hilatura que lo enlaza de principio a fin,
hay que imaginar hasta su propia razón de ser, la aleación química tan
afortunada que posibilita estos seres y estos rostros, su misma tierra
prometida… Primero el universo, luego ellos,
y finalmente el mundo. Ahora, a tu edad, es probable que no entiendas a la
mamá, pero ya lo comprenderás todo dentro de unos años. Entonces, tú, que vas a
ser una gran artista… porque, tú, ¿vas a ser una gran artista, verdad?, claro
que sí, entonces, te digo, comprenderás muy bien lo que la mamá trata de
explicarte: son los símbolos que nazcan de tu interior, sin los trucos y
trampas del mundo exterior, los que aún borrosos, indescifrables, harán que
consigas lo que te propongas o enmienden las torpezas cometidas en momentos de
inconsciencia y desánimo. Créate los símbolos antes que los nombres, que la
cruz sea un símbolo antes de que en ella claven al hombre o al dios y ese
crucificado la convierta en cruz, crea la forma antes que el alcance de su
representación, crea lo que no sabes todavía, los seres de la nada, la misma
nada, y, luego, muy luego, créales los márgenes del mundo por donde han de
transitar. Una está, tiene que estar,
antes que el mundo, es la única manera, sabes, la única manera de que te libres
de todos los borrones con los que se empeñan en desfigurarte. Mira estos
dibujos de loca cuando caen las bombas y los hombres y mujeres cuerdos se matan
entre ellos, feroces suicidas todos ellos que necesitan una guerra para
destruirse, son dibujos de seres, no simples manchas de color, no son deudoras
de un formalismo nada atractivo, escueto por su pobreza inventiva: mis obras
son más que colores y trazos, son seres vivos sin mundo, he ahí el gran
secreto, son habitantes ni siquiera desgajados de un lugar, sino que, precisamente, están buscando ese lugar
para instalarse de una vez y dejar de ser errantes no en la oscuridad, puesto
que tan visibles son, tan materiales y contundentes, sino en la más brillante
luz, aquella que a veces incluso logra hacerlos desaparecer por el demasiado
fulgor que proyecta, y así de ese modo resulta que la propia claridad los
esconde a nuestros ojos, aunque no la huella indeleble que dejan tras de sí, su
incuestionable existencia...
¿Eso ha sido una
bomba? Tremendo ruido… ¡Qué ciudad de sobresaltos! Ha sido tu padre que ha
cerrado la puerta de golpe. ¡Qué hombre!, ¡l’
home! Dios nos libre de las buenas personas, porque ese no ha hecho mal a
nadie… y sin ser creyente, que cuesta pensarlo. El pescador ciclista se limita
a vivir su vida y que los otros, lejos o cerca, se vayan muriendo en paz,
aburridos o desesperados, que a él tanto le da mientras no salpiquen. Mira este
retrato… ¡Eres tú! Bueno, todavía no. Esa es la verdad, para qué mentir. Lo
serás cuando encuentres un lugar para serlo. Ahora que lo pienso, ¿está en su
punto el arroz de l’home? Son las dos
y veintitrés del mediodía, ah, bueno, tiempo de sobra hasta las tres, cuando
hay que ponerle debajo de los morros la pitanza. Y hoy, ¿qué tenemos? Arrós al forn. Pues habrá que ir a la
tahona a recoger la cazuela. Una minucia el trabajo de hoy que atender: ni mesa
hay que preparar, sólo mantel y vaso, el porrón y el platillo con el esgarraet: el tío llena la cuchara de
madera directamente de la cazuela y se llena el buche, y trago de porrón viene
y trago de porrón va… amenizados por los partes propagandísticos y exaltados
(todo es mentira: los facciosos avanzan en todos los frentes en este año de
gracia de 1937) de la radio: camaradas, sabed que la victoria está más cera….
Etcétera, etcétera…) Valencia también se ha llenado de facciosos, se esconden
por cualquier sitio… Ya se encargarán de hacerlos papilla los de la Columna de
Hierro, si antes no ha acabado esta legión depredadora en su orgía presidiaria
prendiendo fuego por sus cuatro costados a la ciudad. Mira, hija, estas son las
épocas, y qué épocas. Luego acabará la guerra, las guerras siempre acaban antes
de que todos se maten entre sí, no son tan tontos los que aún están vivos,
porque siempre hay sobrevivientes, y hay que enterrar a los muertos, y reponer fuerzas cargados de medallas
pinchadas en las guerreras, como aquel que viene de jugar un partido de fútbol
y se zampa un bocadillo de chorizo o de anchoas, no van a estar durante toda la
vida resolviendo las cosas a tiros, hay que vivir durante una temporada en paz,
realizar dividendos, y luego, otra guerra, más muertos. Al parecer, a la
tierra, para que no se marchite, se la riega con sangre de tanto en tanto, y
eso la mantiene lozana, bien nutridita, como tu padre con su arroz y sus
porrones de vino con sifón, que así está de lustroso. ¿Sabes, hija?, es un poco
indecente confesarlo pero, qué cosas, creo que estos están siendo los años más
felices de mi vida, por fin he comprendido que todos, absolutamente todos,
somos unos pobres diablos directos al cementerio, y que no importa que sea más
o menos temprano, que sea cuando toque, y el que quiera adelantarlo, pues, eso…
Somos como los gusanos con que tu padre ceba sus anzuelos, la carnaza de la que
se alimenta la tierra… la vida. Gusanos que se comerán otros gusanos a su
debido tiempo. Solo que tenemos que olvidarlo por bien de la etiqueta obligada,
por esos pruritos de urbanidad que nos permiten relacionarnos con los demás sin
chirridos inoportunos, vivir como si la muerte no existiera, guardar las buenas
formas, ¡qué mala educación recordarle a tus contertulios, ricos o pobres,
sanos o enfermos, jóvenes o viejos, que van a morir, que un día acabará todo de
golpe, y nosotras las artistas indomables, todavía tenemos que ser más ajenas a
ese destino final, desentendernos de él, puesto tenemos una misión que cumplir,
la de lanzar al mundo obras de arte, obras que remuevan más que las balas el
espíritu de las gentes, y hacerlo sin los aspavientos con que los otros lanzan
bombas. Mira, ¿ves esta cara? No existe en este mundo, ni en ninguno, porque en
eso ando yo, creando un mundo para ella…
Pero antes hay que
crear un universo, unas leyes, un…
La niña Carmen siempre
se pregunta por qué su madre sólo pinta cabezas sin cuerpo, sólo esboza rostros
de trazos negros, caras con los ojos a medio cerrar, unas miradas que hielan de
terror, una miradas que están mejor dibujadas que los propios ojos, porque,
precisamente, sí, parecen proceder de cualquier otro mundo menos de éste,
parecen venir de muy lejos, y a veces parecen venir de la misma nada, que es
eso que está antes de la vida y después de la muerte… (No, nacen de su locura.)
Así que iba a ser
artista.
¿Vas a ser artista?
Iba a serlo porque… al
contrario que los artesanos del arte, que pintan embelesados los ojos, ella
pintaría las miradas, como su pobre madre loca.
¿Por qué loca?
Porque lo dice tu
padre.
Entonces…
Pareces…, le decían
balbuceando muy a menudo a la niña Carmen.
Parezco lo que siempre
he sido: demasiado mayor para mi edad.
¿Preguntan o presumen
con el interrogante?
¿Artista? Hasta la
médula. Luego se casó, enterró los pinceles, los resucitó, huyó y volvió a
crearse a sí misma. (Fue artista hasta la médula, hasta en la tumba.)
¿Talento? El talento
sólo hay que fingirlo ante los demás para tenerlo, y eso es extremadamente
fácil de conseguir: ponte seria y mira más allá, mucho más allá, por encima de
la testa de quien interpela semejantes naderías, mira al horizonte que se
perfila detrás de sus cogotes: ¡qué mirada altiva!
Padre, preguntaba la
niña al joyero pescador, ¿por qué dices que la mamá anda sobre las buenas
intenciones?
El ciclista joyero le
miraba sonriendo pero no despegaba los labios. Él tampoco lo sabía…
¿De verdad dibujaba
miradas?
Si dicen que andas
sobre buenas intenciones, entonces es que estás en el infierno.
En efecto, el ojo sólo
era la excusa significante. Otros son los significados.
La loca nunca hubiera
entendido los galimatías enunciadores de la actual exégesis crítica acerca del
arte con sus inmersiones, implicaciones y derivaciones semánticas y
lingüísticas.
La guerra está
perdida. Más de la mitad de España se encuentra bajo las armas de los militares
rebeldes: tienen el dinero, las armas, la iglesia, la disciplina y una absoluta
indiferencia por la razón y un desprecio infinito por la vida de los otros,
antes hermanos, primos, sobrinos, cuñados decorosos y hogaño enemigos mortales
y malos bichos: en los ojos clavaban la punta de las bayonetas.
El joyero rentista,
ahora se sorprende a sí mismo pensando algo en lo que no había caído en la
cuenta hasta ese momento: ¿Por qué he perdido yo la guerra?, ¿por qué he de
perder yo la guerra? ¿qué o quién me obliga a estar entre los perdedores?,
¿acaso ésta es mi guerra…? Que a Valencia le haya tocado la lotería roja en
lugar de la azul, ¿a mí que me importa? Blanco, negro, rojo, azul… Yo estaba
tan tranquilo en mi paz y mis ganancias, con la loca y mi hija, con mis putitas
del sábado y mis domingos de cine y pasteles, igual podía haber estado en Granada,
en Oviedo o en Burgos, y un día de hace más de un año me salen éstos de sus
inmundos agujeros matándose a tiro limpio a base de unos supuestos principios
que, como siempre sucede, pronto terminarán disolviéndose en la rabia del
combate y sepultados bajo la sangre y la mierda de los cadáveres. Al final, ni
unos ni otros tratando de salvar el pellejo recuerdan por lo que empezaron a
luchar. Al final sólo les mueve el odio: al final, cuando ya es el fin de todo.
Ahora sólo quieren destruirse entre himnos envanecidos, tiros y ruinas. Y a mí…
es el oro el que me da de comer y no un fusil ni la paparrucha de los ideales
que les propician la patente de corso para matar. La guerra está perdida para
el Gobierno… pero no para mí. Y si estuviera perdida para los nacionales
tampoco estaría perdida para mí. Yo, en medio, a punto de resbalar de un lado o
a otro. Mañana mismo, en el taller, le digo a todo el mundo que empiecen a
quemar carnets… ¡Hasta el carnet de baile si es preciso! Aquí, señor, somos
todos neutrales, el trabajo es nuestra única bandera, y conseguir el pan de los
hijos el mayor de nuestros anhelos. Taller de joyería en guerra… donde no será
posible encontrar ni un gramo de oro (oro puesto a buen recaudo por su
propietario hasta que termine la contienda, caiga sobre la tierra el diluvio
universal o sobrevenga el apocalipsis de Juan el de Patmos), antaño espléndido,
hoy mísero taller en tiempos de austeridad donde los oficiales se dedican a las
composturas y a pergeñar baratijas y bisutería de latón cuando no están mano
sobre mano, sin hacer nada por falta de encargos. Malos tiempos para el oficio,
todo ha acabado en minucia: la pedrería toda culo de vaso; las alianzas, de
plata tan aleada de cobre que da en un rojizo crepuscular, de un brillo gastado,
como los postreros años del matrimonio de esa
pareja feliz; minúsculos los eslabones de la cadenita de la que cuelga la
medalla santa y protectora de todos los males imaginables; perlas en el lóbulo
de la oreja ni de majorica ni de forma regular, quia, ni de ésas siquiera: todo
pobre bisutería y pedruscos.
Ah, maldición, la
perla perdió su oriente, el oro su oportunidad, la plata su momento, el
diamante su labor innegociable. Otras épocas vendrán donde hemos de prosperar
los joyeros honestos sin apenas esfuerzo pero con sabiduría.
Vale, estamos en
guerra, pero la comida a su hora. Y a pescar.
El padre bautizador
arbitrario de locas gira el dial de la radio en plena digestión, disimula algún
eructo, combina los sorbitos de café y coñac mientras la luz densa y amarillota
de la tarde desciende oblicua a través del gran ventanal en el lado oeste de la
casona de Caballeros, 6, cabizbajo y
sombrío rastrea emisoras cuyas voces puedan informarle verazmente de lo que en
realidad está pasando en eso, en la guerra fraticida, de la que él se ha
librado porque él siempre se halla en el bando de los supervivientes. A la
mujer, a tu abuela suicida, todas las voces que emite la radio le parecen
antiguas, como de otro tiempo, como una parodia de los tiempos actuales.
¿Qué esta pasando,
hermanos?
Que en lugar de matar
al padre o a la madre nos matamos a nosotros mismos y adiós a la tragedia
griega y a la endiablada sutileza de sus enredos, qué cojones: somos españoles…
¡a garrotazo limpio!
Julio de 1937.
Brunete:
300 milicianos de la
columna de El Campesino, son apresados por las fuerzas nacionalistas.
Al día siguiente todos
aparecieron muertos con las piernas cortadas.
Un tabor de marroquíes
de las fuerzas nacionales es capturado por los milicianos de El Campesino. 400
de ellos son fusilados.
¿Qué está pasando que
nos matamos y derramamos la sangre de la madre o el padre tuyos que a la vez
son los míos, esa sangre que llevamos en las venas y que de los dos es la misma
a poco que hurguemos?
Está pasando la guerra
civil. Está pasando Goya. Pasa… ¡el toro!
(Y Lucientes.)
Septiembre de 1937.
Y, lejos del frente,
también se mata, piensa nuestro joyero con El
Mercantil Valenciano en la mano, mirando sobre sus hombros no sin cierto
temor ¿Y si te confunden, por esas cosas que pasan, con uno del POUM? ¡La
ciudad está llena de comunistas implacables que no dudarían ni un segundo en
dispararte un tiro en la cabeza!, dirigiéndose a buen paso al Ruzafa a
contemplar las piernas de seda de las chicas, de un encanto irresistible
envueltas por las luces de candilejas, sus pícaras sonrisas, el corsé tentador,
las pantorrillas y los sabrosos muslos al aire, generosamente exhibidos en el
vodevil o music-hall de turno, tan
dulcemente perverso todo animado por la música canaille. ¿Y la loca?… Por la noche le llevará a casa La Semana Gráfica, a ver si deja por un
momento de pintarrajear esas repulsivas carotas con las que anda tan
entretenida.
Y
este hombre, ¿por qué no me quiere a mí en la cama?
Andando
el tiempo, ya casi al final de su vida, unos meses antes de arrojarse al paso
del tren nocturno El Pájaro Azul
procedente de la augusta Aragón, la abuela
Carmen descubrió la causa:
Porque
ese hombre, jovial y hasta manso, sólo quería a las putas en su cama. Una de
estas santas maestras putas, probablemente ya en la gloria con el hígado hecho
papilla (estaría más borracha de licores adulterados ella que el nervioso
adolescente en pleno tembleque que era él), lo desvirgó a los dieciocho años.
Y
ese hombre que le sobrevivió y que no la quería a ella en la cama, moriría sin
haber cumplido todavía los sesenta en brazos de otra aprendiza de puta de
dieciocho años. Al joyero (ciclista, pescador, putero) lo que más le gustaba
del mundo era ir de putas, y cuanto más jóvenes, mejor: una de ellas le
desvirgó, y no hay olvido de tamaña ordalía. Y pagar como está mandado. Y como
esa jodienda, no hay ninguna otra… Si lo sabré yo, que he multiplicado los
dedos de las manos por cien y aún no suman tales coyundas placenteras.
Al
infierno esa ama de casa con bata de guata danzando por los pasillos con olor a
pescadilla frita y a la maldita coliflor hervida que todavía es peor olor: a la
mierda ella y sus rulos y sus babuchas y sus menstruos y sus migrañas… ¡A la
mierda todo!
Y que ese millón de españoles que están muriendo a garrotazos abone de una santa vez con sus piltrafas esta tierra maldita y renazca otro país, otro español, otra cosa bien distinta al eterno caín ibérico cristiano, moro, judío, toro y mala bestia.