viernes, 27 de junio de 2025

16

El día amance para todos: ratas, hombres, víctimas y verdugos.

El camarada Daniel, no sabe muy bien por qué, cuando observa a la escasa luz de esa noche de julio el bulto al que le ha metido cinco balas caído en el suelo, se ve a sí mismo dos meses después reventado sobre la tierra por los disparos del pelotón de fusilamiento: se ve como un bulto, otro bulto, de modo que nunca sabrá que algunos proyectiles le han sido estampados intencionada y directamente en la cara desdeñando agujerearle el  corazón inocente (puesto que no se ve).

Va por ti, se dice sin perder la sangre fría, recordando al compañero muerto en el atentado, el fusilero con los dientes apretados mientras apunta a la cabeza de la víctima desde los quince metros reglamentados.

El camarada Hidalgo duda entre descerrajarle un tiro de posta a un guardia civil o llenar las calles de Madrid con octavillas en contra de la subida de los billetes del Metro. Al final no hace ni una cosa ni otra y deja la misión de ejecución política y propaganda en las manos de otros camaradas a los que induce a su pronta comisión.

El camarada Pito llegó a ser el que ya era desde el mismo día que nació intoxicado concienzudamente por los guisapos de El Mundo, las reiterativas homilías políticas del camarada Hidalgo y la rabiosa soledad que agrisaba sus días de huérfano obrero, sin nadie con quien hablar durante días y días.

El camarada Ramiro guarda en una cajón de la cómoda, oculta entre la ropa interior y un par de pijamas, la Laurona que va a ser la perdición de los camaradas Hidalgo, Pito y Ramiro.

Un mediodía del agosto madrileño, tórrido, de luminosa crueldad,  el camarada Pito apoya los dos cañones sobre la parte izquierda de un bulto, una figura algo material, oscura, pero a la vez profundamente irreal, leve como una transparencia, como velada por el aire caliente, y dispara sin la menor vacilación a bocajarro sin sentir para nada el retroceso del arma, ni siquiera es conciente que porta un arma en las manos.

Lo otro, el bulto, se contrae y se derrumba al suelo: parece una sombra, un charco de algo extraño, una cosa fea de recordar.

Una semana más tarde, el bulto encongido y roto en el suelo de la Dirección General de Seguridad es Pito, y le llueven golpes desde todos los lados. Las patadas le revientan los pómulos, le hacen saltar las muelas, le rompen la mandíbula, le desgracian para siempre los riñones, lesionan el hígado y el bazo (¡y qué más da!). No tarda en delatarse a sí mismo: En este año de 1975 la guerra civil del 36 todavía no ha finalizado; mi único objetivo era la de perpetuar la lucha armada hasta la victoria final del pueblo español sometido por la dictadura fascista… ¡Disparé con toda mi alma!

Un golpe duro e inesperado con la porra de hierro envuelta en cuero contra la sien derecha interrumpe en seco la soflama del torturado y le deja sin sentido.

Ese negror silencioso tan absoluto en el que se ha sumido sin dolor, blandamente,  por compasión tenía que haber sido el de la muerte, el de la nada, pero no lo era, y al cabo de unas horas despierta tirado en el suelo como un animal entre su propia mierda sabiendo a lo que va a enfrentarse antes del fatídico alba con aliento de guadaña: la espera entre las parede desnudas y sucias, el padre herido de muerte por la pena vestido con la dignidad posible que le confiere la corbata y un traje baratos, la madre enlutada sin saber nada de nada con el bolso de plástico en las manos y la mirada de piedra, los ojos secos e incrédulos, el hermano loco de dolor que se inflige a sí mismo heridas lacerantes con las brasas de los cigarrillos para mitigar la desolación, el capellán cobarde o estúpido que anda con sus trucos con la muerte, los guardianes que disimulan su odio pero también el remordimiento de lo que son en este momento crucial, las docenas de cigarrillos que son como las cuentas de un rosario en la letanía de la última noche...

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, la guerra ha terminado…

El camarada Pito, a pocos días de ser fusilado, aún suplicaba un arma, un lápiz afilado con el que poder sacarle un ojo a uno de los esbirros que le custodiaban:

¿No podéis facilitarme un lápiz? Con eso soy capaz de llevarme a uno por delante…

En las españas de norte a sur, de este a oeste, siempre hubo uno que, acabadas las guerras o no, entre la rabia y la nada, se echaba al monte a hacerlas por su cuenta con una escopeta de cazar conejos sobre los hombros y la mirada frita por el sol del mediodía.

(Nunca las ganó.)

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

1978, año III d. F.: Muy bien, camarada Brell (¿cuál de ellos?).

¿Tú sabes lo que es una urna?

¿Tú sabes lo que es una tarjeta de crédito?

¿Tú sabes…?

¿Tú sabes lo que es un concejalito, un escañito…

Cómo no.

Un salvoconducto para los números rojos y el desahucio.

Un visado vitalicio para el hemiciclo de El Gran After Save.

Una pensión vitalicia hasta que el cuerpo de los pecados podrido ya de exquisiteces gastronómicas y regalías licoreras reviente por sus costuras grasientas… como las del cerdo.

Una existencia para la nada (pero antes navecita sideral bien cebadita).

Todos somos existencias para la nada: era verdad, una pasión inútil.

Amén.

Pero, vamos a ver, no salpicar impunemente la ruina de vuestras abanderadas identidades al prójimo, no esparzáis ese charco de excrementos como gusta de hacer el hipopótamo con su rabito:  no salpiquéis, por lo menos eso en el momento estelar y único de reventar y entregar vuestro espíritu (hediondo) al Señor.

El señor Gramsci sonríe y celebra con la mirada la portada del que en estos momentos es el libro de cabecera del señor Brell, Fiodorov, pero a él le está costando horrores desentrañar alguna de las numerosas incursiones filosóficas del señor Musil, así que a duras penas le hacen gracia muchos párrafos verdaderamente epifánicos:

Es muy posible que en estas intuiciones, pensaba Ulrich, se expresara una cierta inseguridad de vida; inseguridad, a veces, es sólo insuficiencia de aisladores (?); por lo demás estará bien no olvidar que incluso una persona (?) tan experimentada como la humanidad al parecer obra según principios muy semejantes

Padre, ayúdame.

¿Con la policía o con Musil?

Su padre mira desde la alturas, dulcemente asediado por los vatios justos del Bang&Olufsen:

el adagio del segundo movimiento de la 99.

El patriarca se desliza sobre el parqué noblemente envejecido del suelo perfecto del laberíntico piso de Jesús esquina a Fernando el Católico, ese parqué reluciente que invita a su paseo sosegado, esa la tierra madre que este Anteo en zapatillas de orillo tanto necesita día a día para sobrevivir y hallar su inspiración vital.

Tú te lo has buscado, hijo.

¿Las porras de la policía sobre las espaldas o las hipnóticas digresiones del señor Musil?

Mejor haber acabado recluido en el anodino, y hasta falso si lo prefieres de ese modo calificar, acomodo de la costumbre cotidiana y los ritos amortiguadores que atenúan el clamor inextricable de más allá de las ventanas, las sucias bocazas de los otros que no cesan de proferir impropiedades.

Vuestro padre, mierdecillas, ni siquiera puede contaros  un par exiguo de miserables anécdotas de aquellos tiempos del Felipe donde anidaban como avecillas con plumones muchos de los diputados de hoy en día, sólo en el 63 hubo coraje para, seguido de una prudente mudez, firmar a vuela pluma, desviando la vista a un lado, la rúbrica de su nombre escondido entre varios centenares de nombres más, una confusa e ingenua petición colectiva de indulto –sorpresivamente sin ninguna represalia posterior que interrumpiera o penalizara su carrera docente- de la condena a muerte de Julián Grimau.

A hurtadillas compraba a finales de ese año Cuadernos para el diálogo y también la renacida Revista de Occidente de soslayo, sintiéndose culpable, mirando a ambos lados como aquel que comprara bajo cuerda una revista pornográfica danesa.

Las manos limpias, el corazón en paz… y aleja la zozobra del pensamiento de la muerte, que ha de llegar: casi treinta años después, le sorprenderá, por esas cosas que pasan en tan señalados momentos, calzado de zapatillas, hojeando antiguas revistas de los años sesenta, libros al desgaire, derrumbado sobre sí mismo, caído en el noble parqué… etcétera.

Los dos Brell sobrevivientes, el joven Brell y Brell el Viejo –allá los otros dos, allende… ¡quién sabe!, rusticano, uno; suicida, otro-  musitan despreocupados la canción del pirata: en el interior del húmedo y tibio cagadero, envueltos en el vaho de su propia mierda y el hedor subsiguiente, ubi tiene ibi patria, se hallan a gustísimo Brell el chico y Brell el grande: ahí mi paz, ahí mi patria.

Su padre, el padre, miraba como un árbol de fronda majestuosa desciende la vista vegetal a los excursionistas sentados a sus pies llenándose la boca de alimentos insanos: helos ahí, senderistas sin norte, zampando basurillas de vistosos envoltorios y otras componendas saborizantes. ¡Carnaza de investigación médica en el XXI!

De estos no anduvieron mis vástagos muy diferentes… Estómago de buitre puede más que toda corrompida podredumbre. Gustosos de carroña todos estos. ¡Qué de ácidos corrosivos albergan en las tripas desde bebés que disuelven hasta el acero! Cuanta comprensión hallas en mí, buen Herodes.

Padre desde las alturas, de esa raza paulina, de ese palo, de esa estirpe la joven y el catedrático, qué bien congeniaron ambos desde allá, los lejanos años 80, y él, Boceto, excusa a guillotinar, bonita coartada para el ingenio de ambos.

Te quiero, Nachito, declara la eximia guionista con la entrepierna húmeda (yo diría que mojada, chorrosa), porque me traes dinero a casa, me follas cuando yo quiero, es decir, cuando a mí me gusta que me follen, y eres un tipo inofensivo, cargadito de la vitamina de los benditos 40°, llámese Bombay o Beefeter, y precisamente a la hora que aconseja la absoluta dejadez femenina, … Tienes los tres ases de la baraja.

Tu padre, don Tancredo con chaleco, en mangas de camisa y el nudo de la corbata relajado, luce risueño desdén en la mirada mientras contempla la escena en uno de los librescos salones del hogar de los Brell con el dedo índice de la mano derecha entre los dos mazos de páginas del libro abierto que le oculta (como siempre que le oculta) la expresión confiada, los ojos curiosos.

¿Cuál es el cuarto…? Falta uno, si las cuentas no me fallan…, farfulla el infeliz Brell el Joven.

El cuarto soy yo, sentencia sin tapujos Paula Coloma Espina.

La carcajada de Brell el Viejo se no se hace esperar.

Buena mano… ganadora.

Padre, yo me mantuve alejado de politiquerías…

Hum…

Padre, yo rasqué en el sistema, hurgué ahí adentro, he sabido meter la cabeza, me sumé a la casta como aquel que no quiere la cosa (y sonríe para sí): heme aquí ganando una pasta gansa:

Profesor, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

Vive, pues, pequeño Brell, de la generosa faltriquera estatal:

Tengo toda una vida por delante, Charlie, como para desperdiciarla en francachelas políticas de nula efectividad y ningún rendimiento loable: 427.000 años concretamente, Charlie, de modo que no tengo por qué apresurar las cosas pero tampoco hay necesidad de perder el tiempo. Mil años, arriba o abajo, pasan en un suspiro.

Es un buen negocio, jefe.

Ya lo creo que lo es… A la edad de Jesús, uno de los niños cantores de Nazaret, el más desastrado, les canté las cuarenta en el templo. Ahí dejé las cosas claras y maravilláronse cuantos doctos y mujeres y hombres preclaros me escucharon.

¡Qué mozalbete!

Escancia, cobarde.

A ver si revientas de una puta vez y me voy a la cama bendita, se dice un exhausto Charlie sosteniendo la tensión del mundo y sus fracasos en los antebrazos, en las cervicales castigadas, en la lengua de cartón, en los párpados de un peso indescriptible, inconcebible (un kilogramo, dos kilogramos…)

Glosara el amanuense en una marginalia mil años después, un día de verano, a la sombra del exuberante chopo, a la vera del rumoroso arroyo, en san Millán de la Cogolla, cuna de todo principio del castellano, cimientos del venturoso roman paladino de después.

Pues era niño inteligente, muy vivo de entendederas, aunque de poca laboriosidad, lo que sin duda le conduciría al triunfo, a meter mano vitalicia en el grano del Gran Silo del Estado… (lejos del madero de la cruz donde clavan sin misericordia a los visionarios y a los profetas desarrapados).

Se reconoce miserable… ¿Por qué no hacerlo? ¡Qué más da el disimulo frente a uno mismo! Los ojos de adentro te dejan en pelota viva. ¿A quién quiere engañar a estas alturas? Todo su público en esta hora es él mismo: hola, compañero, de nuevo a solas y con el culo al aire.

He aquí, en el castillo de Kromborg otra vez, en la noche fría y lunar, con el bramido del mar que nace de las sombras, surgida de la oscuridad la figura terrible:

Padre… ¿eres tú?

¿Quién iba a ser si no?

La voz grave y clara, sepulcral, descuella sobre resonar de las olas:

A diferencia de tus hermanos, mierdecilla, tú sólo has tenido cojones para follar. Para nada más. Como diría el pobre tipo aquel de La Codorniz, ¡que Dios te ampare, imbécil!

Niño era… camino de niño pera. Mira el lustre de los Sebago, tan distante del boto campero que calza JD., el agrietado de las botas militares compradas de baratillo por Fiodorov.

Miraba a lo Steve Mcqueen, aún no tenía quince años, ni soñaba con el culo de una servidora.

Pero ya escudriñaba el mundo (inmundo) a través de los cristales de unas Persol modelo 649.

Y ya se atrevía a hacer posturas frente el espejo con una guitarra en las manos, una de tres cuerdas…

¿Tres cuerdas? Bah, una de juguete (casi).

Hermano Mayor…

Dime Hermano Pequeño.

El Hermano Mayor aparta a un lado Cambio16, que recrea en las páginas de su número extraordinario, inmisericorde pero con gran disimulo, la agonía y la muerte de El Caudillo de España devorado en vida por los gusanos bíblicos y mira al Hermano Pequeño con ojos cansados, sin felicidad. La luz de media tarde, amarilla, crepuscular, cálida, se aposenta oblicua en la pared sur del salón forrada de libros.

¿Qué va a pasar ahora?

Noviembre suele ser un mes lento, es un mes de forma trapezoidal (?).

Mes deprimente, de mala bruma, incita a escapar al mar, navegar con la mirada muerta.

El Hermano Mayor sonríe sin despegar los labios (o tardará una eternidad en responder al Hermano Pequeño, creerá recordar éste treinta y tantos años más tarde, en el 2008, cuando las malas compañías comprometieron definitivamente todos sus ocios: Walker, Daniels, White, Esmirnoff y ese tipo estrafalario escondido tras las siglas, seguro que un enano, VAT69).

Todos los años tienen una forma, un color, un sabor y hasta un sonido diferentes a los de los años pasados y a los de los que han de venir.

En el 68 la verdad se proyecta desde Nanterre y la Sorbona (los años también tienen su verdad y sus mentiras) y tiene forma de adoquín.

¿Qué forma tenía el 75?

Si quieres saber lo que pasa en el 72 gástate 8 pesetas y compra Mundo Obrero.

El 72 tiene forma de protesta… o marcha multitudinaria.

Mundo Obrero decreta la huelga general: camaradas, paralizad el país:

Calladas las emisoras de radio, en blanco nevoso TVE, detenidos los trenes, enmudecidos los tornos, vacíos los talleres, silenciadas las sirenas de las fábricas, cerradas las aulas, tapadas en sus fundas las máquinas de escribir, infranqueables las puertas de los comercios, a oscuras los cines, atrancados los templos donde orar, donde orar, donde orar….

(Hay un verso de Cernuda en Las nubes que, cuando le viene al pensamiento, le causa cierta hilaridad a JD. aunque no exenta de respeto, si el oximoron es permisible: Por las calles desiertas, nadie… ¡Joder, Cernuda!)

Los poetas suelen equivocarse, cuando no en los adjetivos, en el ritmo o en el conteo métrico, en los sentimientos, en la palabrería inconsciente pero efectiva, en la falaz evocación, en alguna imagen visualizada con penosa distracción, así, como al desgaire, sin parar en mientes…

Prohibida la calle.

El 72: tu respuesta vale 25 pesetas.

¿Qué hay debajo de una minifalda?

¡Bonito concurso!

El 72, tres años antes de la pregunta al Hermano Mayor, cuando los libros de bolsillo costaban 60 pesetas (encuadernados a la americana, encolados… ¡y después de leídos a la basura con las hojas como cartas de una baraja loca de acá para allá aunque de imaginativa portada en la mano del estudiante menesteroso!).

Posiblemente (vaticina el oráculo JD.. llevando de nuevo la vista a la crónica ilustrada del espectáculo mortuorio), cuando las fallas próximas ya tengamos a Fiodorov sentado a la mesa devorando con fruición sesos de cordero rebozados, canelones y empanadillas fritas. Habrá aministía (olvido) para unos y otros.

Bendita domesticidad. ¿Y luego? El devenir en forma de 1976.

¿Qué me das por 25 pesetas en el 72?

¿Además de desfachatez?

Unas Persol y un niqui azul celeste Fred Perry (y los mocasines blancos). Si refresca, un jersey de lana Shetland sobre los hombros. (Nunca se sabe en estas españas locas de los setenta: puede que hasta un presidente del gobierno vuele por los aires con la hostia consagrada en la boca.)

De música, ¿alguna de Haydn?

Algo sinfónico (?), un rock o así.

¿Pink Floyd?

Venga.

Yo en el 72 huía de los bares con futbolín como de la lepra más sarnosa y despellejante.

Tampoco esperaba el obreramen una de Hyden en tales tugurios de luz blanca, esa que invita al suicidio. Cerraba los ojos al llegar a casa, incendiada a su vez de luz amarilla depresiva, con la barriga llena de cerveza y la cabeza pesada, abatida bajo esa maldita tonelada  de piedras y de polvo de un domingo por la tarde con la quiniela en la mano, la piel sucia y el aliento hediendo a los abusos de la paella familiar de horas antes y mi señora en el sofá frente el televisor entontecida por las agrisadas imágenes de Siempre en domingo hasta que el telediario de la 21  instaure la sórdida cena de los domingos por la noche:

un par de huevos fritos (con puntillitas, nena) acompañados de pimientos verdes fritos y un cuartillo de vino comprado a  granel la tarde de los sábados de las grandes compras (sardinas de bota, bacalao inglés, café de Colombia, la mojama de sabroso olor, el jamón de Barrachina) que añadir a los litros de cerveza ya fermentando en las tripas durante las horas de la tarde.

(A ver si revienta de una vez, se dice esperanzada la señora…)

Domingo, maldito domingo.

En el 72 Franco es un pobre viejo encorvado con el sombrero de fieltro asido a la mano izquierda: resucitó algo en el 75, firmó las sentencias de muerte correspondientes y se murió ante el pasmo del público en general.

Tengo siete preguntas que hacerte, Hermano Lobo.

Desembucha.

Antes (al mejor estilo NODO): el doctor López Ibor ha bajado de los anaqueles, donde los impracticables (se descabalan nada más abrirlos) libros RTV, donde No fue posible la paz, donde El crepúsculo de las ideologías, donde ¿Arde, París, donde Louis Pauwells, donde Desmond Morris, donde Harold Robins… de modo que el eximio psiquiatra que indaga con reiterado fervor semejante al de Kierkegaard el concepto de angustia… fuerza una irónica sonrisa no exenta de suficiencia y se remanga el brazo derecho de la blanquísima bata, con especial cuidado lubrica los bordes de la entrada vaginal de mi señora espatarrada con el camisón echado para arriba cubriéndolo la cara, abierta de piernas como una almeja lúbrica en el lecho conyugal salpicado por el hisopo y bendecido por la santa iglesia católica, usando glicerina estéril u otro producto químico similar (él sabrá), a continuación el sin par doktor (sic) guía la mano de mi señora, que tiene cogido como si fuera un nabo presto a pelar con la puntilla mi pene erecto, bueno, medio erecto, y con hábiles movimientos facilita una trabajosa penetración en la cálida y estrecha cloaca, dando lugar a esa primera cópula entre unos recién casados que si bien en el futuro bienhechor no debe ser recordable (¡tierra, trágame!) no dejará de ser inolvidable (¡oh, cuánto amé esa carita de porcelana estremecida, cerrados los ojos por el pudor, entreabiertos los labios trémulos…!).

No obstante, el consejero sexual don José Luis López-Ibor abre su grueso manual de nuevo, busca entre las páginas sin titubear y señala con el dedo profesoral un párrafo donde se avisa de una verdad como un templo: mi señora no debe esperar alcanzar el orgasmo en esta primera ocasión, pues como bien dice el buen doctor experto en angustias, de gestos comedidos y palabras abaciales, exhibiendo el cabello encanecido del sabio, no será sino en coitos posteriores, una docenita o así, y con la debida manipulación y estimulación de los órganos sexuales femeninos por parte del señor de la señora, cuando experimente su primer orgasmo pleno que la suma en un desmayo de placer, ese que adorna de súbitos fuegos artificiales el cabecero de la cama del amor: Aaaaaaaahhhhhhhh!

Primera pregunta, Hermano Lobo:

¿Cuántas esclavas del hogar no desean la libertad?

Ninguna de ellas, ¡qué es eso de la libertad? ¿Comprar Semana  o Telva? ¿Elegir entre naranjas o mandarinas, fideos gruesos o finos? Por entonces, te recuerdo, uno ya podía elegir: o la primera cadena o UHF. ¿Para qué más? El 72, andando Boceto por los fúlgidos templos de Dios iluminando las mentes con sus esclarecimientos tempranos, abría insospechados horizontes.

Claro, Hermano lobo, ¿qué joven esposa cambiaría el 600 por  un horizonte amenazador de las mayores asechanzas?

Por un 850 de cuatro puertas… (tiempo al tiempo).

Hermano Mayor…

Dime Hermano Pequeño.

¿Seguro que el Hermano Mediano arriesga su pellejo por todos los españoles, o es una decisión personal que atenúe en algo algunas de sus incapacidades? Tantas hostias (en el mismo lado de la cara), tantos sufrimientos, tanta mugre carcelaria, ¿para qué?

¡Viva la libertad!

De su mano ha de llegar la democracia a España (más allá del UHF).

¿De qué color pinta esta semana Hermano Lobo?

A dos tintas (como siempre), negro y azul.

(OPS, Chumy, Perich…)

Una España negra poblada de caníbales que se comen entre sí a dentelladas; una España azul donde asienta sus reales un comensal que pide un cascanueces para partir un cráneo humano y rebañar su interior como el que hurga con deleite las partes blandas de un crustáceo; una España en blanco donde ningún hermano lobo ni ningún hermano mayor o hermano mediano serían capaces de librarse de la condena de las cuatro preguntas capitales (sin necesidad de apelar a las otras tres restantes que sumaran siete):

Tal obra, mi querido creador,

1.- ¿Ataca al dogma?

2.- ¿Ataca a la moral?

3.- ¿Ataca a la Iglesia?

4.- ¿Ataca al Régimen?

5.- ¿Ataca a los padres agustinos?

Más te valiera dedicarte a la papiroflexia, botarate unamuno, o a montar carabelas en el hueco vacío de una botella que a liarla parda con unos señores que, cuales otras lucecitas de la noche semejantes a la del palacio de El Pardo, sus vidas pasan en velo salvaguardando a los españoles de las tentaciones de El Maligno.

¿Ese libro lo has escrito tú?

Todo indica que sí, pero…

De manera que este libro lo has escrito tú… ¿En qué estabas pensando, idiota? ¿Crees que puedes insultar impunemente la conciencia de los buenos españoles? ¡Majadero!

Sí, señor. Pero no volverá a pasar. Se lo juro. Además, yo soy un buen español respetuoso y creyente, colaboro en la prensa del Movimiento. Mi último artículo versaba sobre la permanencia espiritual de Isabel La Católica. Me llamo José Trulock… Pregunte usted por ahí, razones que le den de mi persona y oficio no han de faltar, pues soy harto conocido en los mentideros literarios madrileños y aun los de allende los mares…

Te doy así… Anda, largo de aquí, y tira la puta pluma y déjate de zarandajas que sólo han de traerte desgracias y condenación.

¿Hará falta repetirlo, Hermano Lobo?

Todas las semanas:

¿Quién manda realmente en España (además de Franco, además de…):

el Index librorum prohibitorum et expurgatorum.

Sólo el nombre de tal desmesurado prodigio de las tinieblas impone santo temor e irreprimible veneración.

Hermano Mayor, ¿cuánto vale un nihil obstat?

El Hermano Lobo se limita a aullar a las altas nubes de un cielo nocturno azulado por la débil luz lunar.

El Hermano Lobo, reducido a perro callejero con el rabo entre las piernas, con las siete preguntas sin responder, se limita a aullar a la luna incapaz definitivamente de propinar dentellada alguna en el trasero de sus domadores inflexibles que, en el fondo, no le han dejado pasar ni una.

Pater (Venancio Marcos), ¿cuánto vale un nihil obstat? Ahí va un cheque en blanco.

No hay nada que lo remedie: lo que otros hagan en el campo de la creación puede importarte más o menos, serte indiferente o digno de interés, pero lo que no se perdona en este negocio es que otro haga algo que tú no sabes hacer. El rencor es perpetuo.

Entonces… ¡maldito 1972!

¿Dónde tenemos al gran pensador?

De lleno en su particular locus amoenus (y la botella de vodka vacía colgando de la mano dormida, soñándose a los doce años invencibles a lomos de su cabalgadura de tres cambios y barra pintada de azul: ¡allá voy eterno verano de doradas vides y mañanas de cristal!).

Sube y te llevaré a la Isla del tesoro, le invitaba a la pasajera de doce años.

Sube y te llevaré al país de nunca jamás.

Sube y te columpiarás en el arco iris.

Sin dejar de pedalear le dio un beso en los labios cerrados, justo cuando una ráfaga de brisa perfumada por el jazmín del verano empujó cabellos sueltos de su limpia y fragante melena al rostro de ambos. Mantuvo la boca pegada a la de ella sin perder ojo del camino, ella, esa clase de niña de doce años que apunta debajo de la blusa el relieve de los pequeños senos pero que aún se sube de cuando en cuando los calcetines más allá de los tobillos y besa con los ojos cerrados, con los labios pegados como por una capa del cemento más resistente. Intentó el caballero seductor lanza en ristre entreabrir los labios con sabor a chicle de fresa de la dama con la punta de la lengua afilada y retadora: imposible, peor que forzar la cerradura de una mazmorra con la sola ayuda de un dedo. Toda una ordalía.

Doce años, Belcebú, y una caterva de malas ideas rebotando en el interior de la cabeza de nuestro pequeño miserable:

2:42 Y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta.

2:43 Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. 
2:44 Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos. 
2:45 Pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. 
2:46 Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. 
2:47 Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia. 
(…)
2:52 Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.

Niño crápula… ¡a saber a que juegos indecentes te entregaste durante esos tres días perdido en la gran ciudad!

Bien silencia las correrías y devaneos (los niños sabios son algo lúbricos, de secretos itinerarios no exentos a veces de excitantes peligros) el hermano Lucas… Aunque los otros, el hermano Mateo, el hermano Marcos y el hermano Juan se pasan por el forro los doce años de nuestro héroe y lo hacen crecer en dos versículos de bebé emigrante hasta mozo pasado de los treinta, sentencioso y algo colérico, eso sí: esos azotes a los honrados mercaderes, esa maldición a la higuera inocente, esas imprecaciones a los hombres ricos, ese brioso borrado de las palabras en el polvo, esa exclamación de la hostia, imperativa del todo: ¡Lázaro, sal fuera!

¡Te conozco, perillán! A ti y a tu siglo… Y a todas tus malas artes de encantamiento.

Mas Jesús, el buen nazareno, a todos nos ha de perdonar.

Sube a la barra, anda, alma gemela, espíritu mío hecho mujer de bellas formas. Te voy a llevar al cielo… de 1972, piensa el hombre inacabado, imperfecto, incorregible de treinta años más tarde, abortado de una vez (no por todas, calma) el niño de doce:

¿Qué es el porvenir?, se pregunta Ulrich a bordo del tranvía, pocos meses ante de que diese inicio la monstruosa carnicería de la Gran Guerra: diez millones de muertos, toneladas de carne podrida bajo el sol inmutable al término de la juerga militarota. Y se contesta: Unos cuantos centenares de kilos de hombres, los mismos que en el pasado se sentaban en diligencias y en el futuro se desplazarán de un sitio a otro con máquinas distintas a estas y a las de antes…, así discurría el pobre ante el abismo.

El silencio omite, claudica, renuncia a proclamar legítimos derechos, es una censura transitiva o no, una autocastración.

¿De censuras hablamos?

Hablamos de correcciones, de guía y consejos para el hombre sabio y prudente, y alejaré la mano con la que te persignas del pecado, voy a aferrarme a tu muñeca como la hiena se agarra con sus incisivos al cuello de su presa, y te libraré de las tentaciones con que El Maligno burla tus sentidos hasta el día del Juicio Final, donde habrás de dar cuenta de tus caídas y flaquezas a Quien te proveyó del alma inmortal. Voy a ser tu sombra, el hálito benéfico que entibia tu nuca, voy a ser tus ojos y tus oídos, voy a ser tu alma que doblegue tu cuerpo vulnerable y pecador: voy a ser tu verdadero ángel de la guarda.

¿Cuál es tu nombre y condición?

¿Este libro lo has escrito tú?

¿A qué escenas abres los ojos, libertino?

¿A qué teatro del mundo (inmundo) asistes desde la inocente butaca?

¿En qué óleos de obscenidades te deleitas?

¿Qué música aberrante embriaga tu espíritu hasta sumirte en la abyección más salvaje?

¿Qué esculturas mórbidas y pecaminosas debilitan tu voluntad y te impelen a puerquear con mujeres fáciles?

Nuestro Generalísimo en este año de gracia de 1972 ya nos los advirtió con su proverbial clarividencia:

Hay algo peor que un comunista: ser un mal español.

Tú, miserable humano, eres un mal español, un espécimen rojo y antipatriota.

Y tú, ¿quién eres?

El lector 44:

La novela es pésima, de nulo interés argumental, farragosa, sin consistencia literaria ninguna. Además, ataca al Régimen y a la Iglesia Católica sin disimulos, se mofa de lo moral y se regodea en lo malsano y pernicioso que pueda hallarse en todas las sociedades de nuestro tiempo, aunque este escritor se empeña novela tras novela en hacer de España la destinataria de sus invectivas ponzoñosas. Se diría que el autor se complace en lo más asqueroso de las torpezas humanas. Llamamos la atención especialmente, y aconsejamos la supresión total, de las páginas 12, 34, 36, 44, 47, 51, 57, 66, 71, 72, 73, 86, 88, 94, 96, 97, 101, 104, 105, 108, 110, 111, 112, 113, 122, 125, 131, 133, 135, 145, 149, 152, 167, 169. Y respecto al capítulo XXVI, debería ser eliminado por entero, sin contemplación alguna. En todo caso, la opinión de este lector (sic) es la de prohibir totalmente la publicación de este libraco, pues es un producto vil, corruptor e indigno. Si el señor Goytisolo persiste en ganarse la vida dentro del noble sector del libro que se dedique a la venta de enciclopedias, manuales y recetarios de cocina. Nunca llegará a nada mediante su venenosa pluma de aprendiz poco o nada aprovechable que destila odio a la Patria, a la fe católica y sus dogmas y entregada al constante descrédito de sus compatriotas.

Lector 44.

¿Y qué decir de un tal Jaime Gil de Biedma? Un poeta de la alta burguesía catalana, cursi y snob y sobre todo vulgar hasta decir basta, que nos arrea (sic) doscientas páginas describiendo una tuberculosis que le duró tres meses de reposo en una finca campestre de su propiedad de señorito; o sea, un tostón de páginas anodino, vacío y sin interés literario ninguno, salpicado de reflexiones vacuas sobre el arte literario (el del propio autor) e incluso abiertamente sexuales… Por fortuna para este poetastro (en medios de reconocida solvencia informativa se cuenta que el tal individuo es un invertido al que pronto arruinarán su lascivia y disipación continuadas), se gana la vida, y muy bien, por cierto, como directivo en una gran empresa de coloniales en la que participa su padre como uno de los accionistas mayoritarios.

Prohibimos de forma tajante ese centón de porquerías seudoliterarias.

Lector 44.

Mucha benevolencia tendríamos que tener para autorizar los penosos textos de este escritor exilado, de prosa triste y gris, Francisco Ayala. Respecto al libro de relatos que se nos ha pasado para su análisis, sólo decir que es obsceno en grado sumo y, como remate de mayúsculo cinismo, ampara el adulterio en alguno de sus cuentos. Es individuo poco recomendable culturalmente. En la actualidad, al igual que todos los escritores mediocres y enemigos del Régimen, este hombre antiespañol y masónico, se gana la vida como docente, y cualquiera sabe de qué manera y a través de qué añagazas, en una universidad americana de medio pelo. Se desautoriza la publicación del manuscrito sin paliativos.

Lector 44.

Este pobre escritorzuelo ha resultado ser un rojo pernicioso, el tal Marsé denigra todos los valores más sacrosantos del Régimen nacido del 18 de julio. Zafio, de escritura de corto vuelo, de prosa canalla y tosca, no desaprovecha la ocasión en cada página de su novelucha llena de deslices gramaticales para deshonrar la clase a la que pertenece. Tal actitud le desacredita como escritor, como hombre y como español. En realidad, el tipo en cuestión es un autodidacta de vulgar redacción que ha fabricado este panfleto sin orden ni concierto, diríase que pensado con los pies y escrito a martillazos. El tipo, de profesión desconocida, ignoramos de qué medios dispone para comer de caliente todos los días.

Rechazamos de plano su publicación.

Lector 44.

¿Me estás contando la verdad?

Enchúfame a la Keeler y lo sabrás.

¡Qué tiempos!

No eran peccata minuta… No eran simple ficción de narradorzuelo del 2000…

¿Qué es eso de Celtiberia Show?

Paridas de la Madre Patria, pues allende los mares alcanzan sus tentáculos.

(Muchos eran los varones españoles que andaban tras el visionado de la copia original de Gilda, fuere en París, Amsterdam o Hamburgo, pues era de universal aceptación en Celtiberia que miss Hayworth, en la escena cumbre del film, no sólo se despojaba del guante de raso largo sino que, tras arrojarlo al suelo, empezaba a desvestirse por completo en un strip-tease glorioso: pieza a pieza hasta mostrar el coño de raíces hispanas en todo su esplendor, te lo digo yo, que yo lo sé, yo.)

Yo hace tiempo que dejé de creer en los domingos…

Te daré las pantuflas de mi suegra…

Etcétera.

En el 72, y no te digo en el 73, ya hacía tiempo que ponían alguna obrita de Beckett, y hasta de Adamov. Brecht no estaba mal mirado. Ni Genet. Qué cosas.

Este sagrado país era puro surrealismo: Franco se tragaba el cuerpo de Cristo de desayuno, en el almuerzo roía los huesos sobrantes, de merienda se bebía el zumo de sangre de un fusilado al amanecer y de cena masticaba incienso y rezaba el rosario.

Amén (¡País!)

(Exclamación al uso de quien ya carece de calificativos para dar con una interpretación plausible acerca de lo que significa España y su tropa de dirigentes: Michelena, Blas de Otero, Forges…)

Te diré…

Ojo (avizor), que el lector 44, o el lector 12, o el lector 20, no andan demasiado lejos con sus lapiceros rojos (y fusiles al hombro).

Esos lápices rojos flamean como hogueras de la Santa Inquisición.

Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo, aseguraba El Ausente en los años prebélicos, cuando sus huestes uniformadas de azul y bordadas en rojo y de pelo engominado tiroteaban al buen tuntún las terrazas nocturnas en el crispado y sofocante verano republicano del Madrid del 36.

En el 73 Fiodorov, como estaba mandado, andaba enfrascado en El mito de la Cruzada de Franco, lectura que compartía con el Hermano Mayor, JD., quien, como era previsible, anotaba con fruición el nombre de aquellos escritores e intelectuales prorrepublicanos y (también él disponía de su propio Index librorum prohibitorum et expurgatorum) se juraba a sí mismo relegar al absoluto olvido a los esbirros y pusilánimes plumíferos de aquellos otros pro Franco (se podían contar con los dedos de una mano, pero los había, y alguno hasta sin engaños).

¿Qué forma tenía el año 73?

(Pues habrá que imaginarlo.)

Romboide. Pero de esos que con sus puntas te agujereaban los ojos.

Boceto ya se había instituido como un perfecto explorador, exhaustivo y riguroso, andando y desandando entre los vericuetos más jugosos de la biblioteca familiar. Como prescribía el amigo algo evanescente y a deshoras de Brell el Viejo el doctor en esas lides García Berlanga, valenciano de pro de semblante flácido de perpetuo durmiente con los ojos abiertos, erotómano recalcitrante y sofisticado onanista había que leer solamente aquellos libros que exigían para su sostén una sola mano. Y la otra a su aire, trajinando de lo lindo, servidora desagradecida que ni se dignaba mirarle (¡te voy a reventar de placer, hija de perra!, rugía el manipulador solitario sentado en la taza del váter con los calzoncillos enrollados sobre los tobillos leyendo enardecido lúbricos párrafos).

El 73 también olía raro: ahora ya no pensaba el mundo:  ahora lo veía.

A los doce años, y a los trece también, y hasta a los catorce y quien sabe si hasta los quince, el mundo es gracioso, tiene un montón de posibilidades, sólo el propio cuerpo es capaz de entretenerte toda una tarde, qué cosa el mundo, tan lleno de gente... Tú, ¿qué quieres ser?, le invitaba a elegir el guionista. Porque podía serlo todo: Si es tu deseo, te envío al Polo Norte a cazar osos blancos. (Con sus propias manos).

Helo ahí, pues, cazador de pulgas traviesas, mirón de señoras mal vestidas y frenético masajeador del órgano de pedales bajos con una sola mano… en una España que  ha olvidado la  guerra pero que no olvida la victoria.

Qué gracioso, el mundo. Puedes encerrarte en el desván de la memoria donde anidan el polvo, los bichos y la crónica familiar, o esconderte en alguno de los ficus misteriosos o encerrarte en la habitación de los papelotes reunidos a través de generaciones: restos de los naufragios de tus abuelos, de tus padres, de tus hermanos, de los inesperados, por tempranos, tuyos. Toneladas de papel donde escudriñar la impotencia de los tiempos, la vida finita de todas las cosas y todos los seres. El tiempo amarillo, intituló el viejo actor sus años y sus comedias en el camino de la comedia de la vida: ¿Por qué cuando yo envejecí no envejecieron todos, no envejeció todo?

Cada uno, su tiempo: sólo muertos nos unimos.

Somos una interinidad (tratando de arrancarnos de la muerte a dentelladas).

La España del 73 no olvida, efectivamente, la victoria: no fue en vano la sangre derramada de nuestros mártires en los campos de batalla, de nuestros héroes muriendo por la patria nacida el 18 de julio de 1036, la gesta de nuestro sacrificio inmortal, el coraje de todos nosostros.

Garrote vil:

Coge 6 pesetas del monedero de tu madre o de tu cerdito de barro y cómprate El Caso: en primera plana, a dos tintas, rojo y negro sobre blanco sucio y astrosa impresión, de esas que te dejan los dedos mugrientos de la porquería del plomo venenoso, cuatro ojos muy abiertos te contemplan a ti, lecteur, desde la muerte que les ensarta por detrás el pobre hombre del verdugo estrujándoles el pescuezo mediante el garrote instaurado por el vil Fernando VII, rey felón, cobarde, traidor, vicioso y borbón de añadidura.

Qué excitante. Qué completo  el número del 9 de marzo de 1974 (año que también tiene forma romboide o…, en fin, en esto de los polígonos y paralelogramos todo es confusión para mí, pacífico hombre de letras, incapaz de villanías y acertijos, de enredos sediciosos):

Todos los detalles de las últimas horas de los agarrotados, los antecedentes y los delitos que les llevaron al patíbulo, pueden leerlos ustedes en un amplio reportaje que insertamos en las páginas interiores de este número.

Pues, señor, el garrote vil consiste en estrangular al reo mediante un collar de hierro que atenaza la garganta del condenado apretando un tornillo por medio de una manivela: te matan por la espalda, sin traición ni alevosía pues estás avisado desde semanas atrás; la agonía del ajusticiado tarda sus buenos veinte minutos (se trata de romper un hombre, cosa no tan fácil como pueda parecer si desechas la horca, la guillotina, el fusil, la silla eléctrica, la cámara de gas, el aguijonazo letal o el hacha) hasta que con la lengua fuera cuelga la maldita cabeza sobre el pecho.

No dudo yo que algún español propenso (como buen español de pura cepa –escritor, pintor, poeta, periodista, profesor… todo en uno-) al diletantismo quisiera experimentar, así, como por novedad, las labores del verdugo: el crujido del hueso astillándose te da un subidón de sangre en el cerebro que no veas, sumo grado de excitación, inenarrable experiencia.

Mientras tanto, tu mamá, simplemente María (la tuya, no la mía), deleitábase durante las primeras horas de la tarde, después de la pitanza familiar, pegada a la radio (¿adónde fue el televisor con su tapete de ganchillo y su toro de felpa? Vaya usted a saber, ahora ya hemos crecido y empezamos a librarnos de su única potestad, ya veremos más adelante con la telenovela de las 15,40).

Mientras tanto, gran parte de la ciudadanía enferma (de cáncer… o de lubricidad), de una u otra dolencia, a saber, trueca la milagrosa Lourdes por la blasfema Perpignan; cuestión de vírgenes (todas necias).

Mientras tanto, todos éramos maoístas: eso lo clausuraba todo.

El verdadero terrorista es el patrono (mientras tanto).

Te cambio La Causa du Peuple por un L’Humanité y dos L’Idiot international.

La verdadera revolucionaria había sido Jean Seberg voceando tranquilamente por los Campos Elíseos The New York Herald Tribune y enamoramdo a un Jean Paul Belmondo algo pazguato y criminal.

¿Qué me dices?

Años después la mató la CIA atiborrándola de ansiolíticos, opiáceos sofisticados producto de laboratorios policiales  y luego, ya para el arrastre, vieja e hinchada, balbuciente, la enterró en el interior de un coche envuelta en una manta como sudario. Pero, claro, ¿a quién no mató la CIA en 1973? ¿Qué cadáver no disfrazó como fantoche presidencial o militar entorchado capaz de volar por los aires el mundo occidental, cuna de los siglos venideros? ¿A qué africano hambriento no puso un Kalasnikov en las manos? ¿A qué isla perdida del Pacífico o el Atlántico o las Antillas no envió la tropa de sus heroicos marines cebados de anfetaminas, chicle y latas de carne envasada con el adobe de inextricables salsas? ¿Qué político de buena fe y traje de confección no acabó bajo las balas de sus intrigas y calculadas maquinaciones, invasiones y mandatos al orden?

Pregúntaselo a un chileno:

Canto, que mal me sales

Cuando tengo que cantar espanto

Espanto como el que vivo

Como el que muero, espanto.

¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeeeeees?

¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!

Toda la vida en blanco y negro, encerrada en un televisor que es la ventana del mundo, de todos los mundos imaginables.

Y, por esas cosas que pasan todavía en plena era de pantanos regaderos de las españas resecas, alguna carta de ajuste algo desencuadernada: ya están ahí otra vez, en la pantalla, las mismas cadenas.

Un minuto de color: 100.000 pesetas (de 1973).

Qué caro sale el crimen: dejaremos que sigan soñando en gris. Exacto, ese es el punto justo. Envueltos en la pestilencia embriagadora del sándalo.

La española tiende al engorde.

Y ese cutis todavía tan oliváceo delata la raíz morisca, a la mora de la morería…

Séales permitido la compra indiscriminada de Bustaid y Minilip. Y en lugar de Corte y Confección, Taquigrafía y Mecanografía que aprendan a tocar el Sitar.

1973:

De espíritu todos estamos bien.

Pero, la carne tan débil…

Tres años más tarde: jugamos a las adivinanzas:

Teresa. Apenas duerme… No come, no habla…, La luz la molesta… A veces nos mira. Pero parece no reconocer a nadie. Es como si no existiéramos…

(…)

Médico. Poco a poco irá olvidando… Lo importante es que tu hija vive. Que vive…

Soy Ana… soy Ana…

(Le asegura a la noche: fundido en negro.)

Que levante la mano quien no haya querido alguna vez encontrarse con el monstruo de Frankenstein, inocente, atónito ante el mundo y sus sevicias, un niño grandote y lelo al que darle una buena lección.

Que levante la mano quien no haya creído alguna vez que su padre era el doctor Frankenstein.

Que levante la mano quien no haya temido ser Frankenstein o el doctor de su fabricación insensata…

Padre…

Dime, mierdecilla.

Que levante la mano ese que no odiaba al tipo que se folló a su madre.

(Dime, m…)

No he entendido nada de nada. ¿A qué es debido?

Uno tiene un sentido poético de la realidad, esa cegadora amalgama de yuxtaposiciones y reciprocidades de las cosas que son porque son en tanto que son, o simplemente eres esa víctima inapreciable que el crepúsculo disolvente, antes de que llegue la noche, termina por devorarte sin haber transitado por el camino a ninguna parte, que es el que verdaderamente interesa: el viaje maravillosamente inconcebible e inútil por su vestidura genial de un arte para la nada.

Mucho andas… por ningún camino. ¡Si al menos fueses a ninguna parte, prodigiosa meta, creencia del espíritu aún insuperable en estos tiempos calamitosos de vanidosas creencias y falsas seguridades!

Pero… ni por esas: quieres el caminito de rosas.

De modo que vete al tiovivo y muérdete el culo si te alcanzas, escrutador a media jornada. Lo ininteligible eres tú… (Y puede que seas sólo un culo sin mordisquear: culo sin cabeza, girando por la corteza del mundo, culón.)

1973… ¿de qué forma hablamos?

Picasso murió entre anémonas y pensamientos.

La última noche de su vida, aun inconsciente (y hasta muerto), no dejaba de hablar. (Y yo juro por todos los dioses que no deliraba.)

Hablaba. No dejaba de hacerlo. Con los ojos cerrados, de la mano de todos los muertos, aún hablaba a los vivos, pobres diablos envanecidos sólo porque respiraban ante su egregio cadáver.

El hombre con espada (de madera) perdía la batalla y la guerra.

Una vez muerto y enterrado, ahora yacía sobre un arca repleta de billetes de banco a los pies de La dama oferente. ¿A quién esa ofrenda póstuma? A la muerte, a la nada mayúscula rebosante de sirenas corporeizadas (esta vez, sí, además de los cantos) donde se pudren los hombres geniales; no la otra, ese abismo vacío donde se precipitan los hombres menores que se pudren igual pero sin orgullo y sin genio, sin el canto, ¡sin sirenas!

No dejó de trabajar hasta el último instante de esa noche fatal que soñaba con anémonas y se resignaba a no volver a contemplar el amanecer de un nuevo día. Durante meses había pintado con un frenesí suicida. Con la furia del genio despechado. Ya ni firmaba ni databa los cuadros. Sólo los pintaba. ¿Para qué más? ¡Qué estupidez la mano de Dios, la firma!, ¡la hostia consagrada! Bastaban los grandes trazos, la embriaguez del color, la forma naciente de la nada, la pasión de certificar toda la vida de atrás en esas postreras rarezas de creador impenitente hasta el último aliento, que era como un desafío a la eternidad de todos los falsos dioses creados por los hombres mediocres: rayajos desde el talento invisible que no se pudre, ni se disipa, ni se olvida puesto que ciega tus ojos.

Usted, señor Picasso, gran artista universal y feliz español, ¿qué piensa de todo esto?

¿Qué es todo esto?

Usted, el arte, el mundo, la niñez, la juventud, la vejez, la nada de antes de la vida, la nada de después de la muerte, la máscara, la luna, el arlequín…?

Empezó a lloviznar, diría el cronista.

Un domingo triste, un domingo cualquiera.

No es la lluvia triste… lo es la llovizna.

Tampoco es que el mundo, o ese domingo, maldito domingo, hubiera surgido de las asquerosidades fascinantes de las viñetas morcilleras de Robert Crumb al alcance de la mano pecadora de Nacho Brell al haber descubierto el cofre de los secretos de mamá: toda una fastuosa colección de tebeos underground que iniciaba su abultada suma con impresiones infames en papel basura de la editorial Fundamentos, abortos de la Cascorro Factory e indecencias varias de El Rrollo Enmascarado y alguna que otra antología torpe y descojonante de las precarias publicaciones Star para acabar en ediciones más decorosas y legibles.

No era el mundo de Robert Crumb.

Era un mundo cualquiera, como en cualquier parte. Una grisura habitual, puesto que lloviznaba el domingo que murió Picasso, El Gran Español Feliz, pero era una lluvia fina y primaveral, del aroma del árbol y el cielo limpio, de un aire floreal, telúrico, como verdaderamente adánico, de una luz como de terciopelo y de feble transparencia.

Érase una vez… En Suiza.

(Laura vendrá a cenar esta noche…)

Hans…

¿No empieza la muerte de Dios matando a la propia familia, Boceto Cooper?

Matar parece ser el inicio de toda resurrección, material o no.

Mata a tu padre, arráncate los ojos, siempre pecadores, desafiantes del futuro y sus dioses, de sus maquinaciones, ellos han de poder contigo, te llevarán al infortunio pues son los males dioses creados por los hombres: al lecho de tu madre te llevan.

Sólo el hombre puede crear un dios torpe e indiferente a la desdicha y la crueldad a su imagen y semejanza, habitante de su misma miseria terrenal, inventar sus leyendas y prodigios, (vamos a contar mentiras) y así entretiene las noches, las largas esperas en la cueva con el corazón encogido por el rayo y el trueno y el rugido de las fieras: afuera el cielo negro herido de mil estrellas con todos los nombres aún recientes, oliendo la bestia tu sangre y acechando desde la oscuridad tu carne inocente.

El último sueño de Picasso.

Hubo una suit erótica y secreta, destruida más tarde por la esposa suicida. Ríete tú de la serie El artista y su modelo o la Erótica del 68.

Hubo un diálogo real, entre don Camilo José Cela Trulock  y don Pablo Ruiz Picasso: testigo de ello don Luis Miguel Dominguín y, asimismo, como testigo silente, un estupefacto y medroso don Joan Miró empequeñecido bajo el dintel, sin atreverse a traspasar el umbral de la puerta un poco más allá de donde se encontraban los tres hombres terribles, un mudo y angelical oyente, quieto como un trazo negro en el espacio azul celeste.

Su coño sabía a medicina. Mixtura farmacológica no exenta de interés… Morbo, sería la palabra más adecuada… quizás, había dicho don Camilo segundos antes.

¡Hostia! ¡Qué cosa más rara!

Lo que oyes, don Pablo…

Pero…

Era heroinómana. Se pinchaba en los muslos. Ese sabor se te quedaba en la lengua durante días.

¡Qué épocas! ¡Tales antiguas calendas!

¿Acaso no era la muerte para los antiguos griegos como una mujer, profunda y oscura?

La mejor Erotica universalis siempre fue engendrada por manos anónimas…

Sin embargo, el estilo y la poética de todos ellos, los anónimos, pronto delataban sus nombres, desnudaban sin esfuerzo su identidad de diablillos traviesos a través de una resolución formal inequívoca.

¿Quién se esconde detrás de The Academy of Ladies?

Gran siglo el mentado. Tal vez el mejor de la historia del hombre.

Abonaba con la llave maestra de la cortesía y la exquisitez del protocolo las desmesuras del dieciocho magnífico, desmochador de pelucas empolvadas, cortador de cabezas.

¿De qué coño estamos hablando?

De ninfas y de sátiros.

¿Qué tal por las españas?

Pues de lo de siempre que es lo mismo (sic)… Del filtro coloreado no pasamos: el mundo a través del verde, del rosa y el azul.

Prohibido hablar de Manolo Hugué: se folló mil putas y no pagó a ninguna. Gran Español: hacen estirpe, leyenda hispana.

Novela picaresca española…

La mejor novela del mundo.

¿Y a ti no te daba vergüenza que tus perros se comieran tus dibujos?

Los tenía muy consentidos. ¡Animalitos!

¿Más que a la cabra?

Así que a los televisores en la España de nuestros pecados le ponen un filtro a la pantalla simulando colorines.

El mundo en color.

Joder, ¡qué de ilusiones!

Le llama Esmeralda.

¿A quién?

A la cabra.

¿Por Notre-dame de Paris, de Víctor Hugo?

No, por cojones.

¿Tú ves la televisión?

Poco, lucha libre, cosas del circo y así…, las películas de romanos.

¿Te gustan las de romanos?

Tú has visto El coloso de Rodas (1)? ¡Espectacular! ¡Magnífico tebeo! ¡Grandiosa!

Te gustan las películas históricas, entonces…

¡Qué coño, me gustan las de romanos…! ¡Y los tebeos también!

Después de dos o tres vasos de rosé y un par de langostas veo lo que me pongan por delante.

Se hace tarde. Anda, todavía tenemos tiempo. Cogemos la autopista y nos vamos a Fréjus, a los toros.

Ya en el coso. Poco juego ha de dar ese novillo. A la vista está. Tiene las patas flojas, más tiempo va a estar caído en la arena que trotando por el albero.

¡Qué torería desastrada en tierra de gabachos!

A la mañana siguiente:

… Y en la losa fría

había un letrero:

Cúchares ha sido

El mejor torero…

He dejado de fumar.

¿Tienes miedo a morirte?

¡Anda, pues claro!

Y quién no… Con lo bien que se vive en un castillo.

De lo contrario no sería buen español… Sería como uno de esos extranjeros que se mueren sin darse cuenta, como si la muerte fuera ir a comprar el pan, escribir una carta, encender el motor del coche o darse una vuelta por el parque bajo el sol de media mañana. Otro muerte es la del español…No eres bienvenida, parca, pero heme aquí, alzada la barbilla, altiva la mirada, no retrocederé ni un paso. ¡Puerca!

Por muchos disfraces que me ponga, me cogerá la bicha.

Que te coja con la corbata planchada. Hay que saber cuando la tienes delante: hola, Hija de la Gran Puta: un hombre puede ser destrozado pero no derrotado.

-Que dijo el Gran Hem-.

Suelo disfrazarme de Charlot.

Sé sincero.

Bueno, hay más disfraces: el de la péndola en la mano es el más eficaz: suele encandilar a lectores de todo el mundo debido a mi fama de el mejor pintor del mundo. Esa etiqueta vende hasta la mierda. (Un día lo hará un tipo italiano: envasada, a 2.5oo pavos la lata).

Qué cosas… si el pincel es bueno, ¿por qué no la pluma? ¡Oh, Grandísimo Escritor! ¡Oh, Pintor Excelso!

Estos se lo creen todo.

¿Y eso?

Cinco millones de dólares la servilletita pintarrajeada (en colores vivos) de la taberna. Dibujó el papelucho al buen tuntún, que es como mejor salen las cosas en esto del crear.

¿Cinco millones?

Hecho.

A ver esa prosa…

Aquí no hay más que aceite y ropa vieja.

Hijo de puta, puta, cuco y recuco tajo reuma de lobo y búho cojo.

Y, ¿cómo termina el asunto?

En sus camas Las Meninas juegan a enterrar al conde de Orgaz…

Y, ahora, portaos bien y el tío Pablo os llevará de paseo con su Lincoln blanco por las verdes praderas del Edén y mientras la brisa marina acaricia con su suave aleteo de mariposa rojinegra la piel del rostro recorreremos la ondulante costa que bordea el mar azul del verano más inolvidable, pues del verde, del rosa, del azul habéis brotado, queridos niños españoles, mis muy queridas coles.

El tío Pablo siempre olía bien: a colonia, a tabaco recio, a tierra y aire soleados, a ropa limpia... y era muy guapo, de grandes ojos, y una mirada al rojo vivo.

Y siempre teníamos el mundo agarrado por la cola: de su mano éramos pequeños y grandes dioses.

Hay trueques que…

¿Tú sabías que el cabrón de Cela le sacó por un encendedor de laca y oro al cabrón de Picasso un excelente grabado, cincelado con punzón en un vulgar mechero, que el gallego sabio no dudó, por medio de manos ajenas y a base de martillo y cincel, en trasplantar por puntos en forma de gran mural de veinte metros cuadrados a su chaletito mallorquín?

¿Qué me dices?

Centauro persigue a una ninfa.

Así se las gastaban los carpetovetónicos de ese tiempo.

¡Qué épocas!

¡Trileros que se ponían el mundo por montera!

¡Toros de nuevo!

¿Qué no será eso el español, un toro?

¿No es la vida un juego?

Lo es. Y el mundo (inmundo) su exacto lugar.

Háblame del pedómano Le Pétomane: de él debió nacer la réplica: ese confundía el culo con las cuatro témporas.

¿Y eso?

¿Pues no eres tú capaz de absorber por el culo tres litros de agua de una palangana?

Ojo con las leyendas: escribir a mano doce horas diarias durante semanas forzoso es que te vuelva humilde aun de manera inconsciente… pero también un gran soberbio.

Tenlo presente: algunos inflan su ego a través del agujero del culo, por ahí les entra el aire que los hincha como pavos reales, y cuando lo expulsan por la boca en forma de palabras nos llega a los oídos, vamos a decirlo de ese modo, malsano y repugnante.

(El Artista): No me preocupa lo más mínimo lo que soy, pero me apena pensar lo que dejé de ser cuando cumplí doce años.

Miles y miles de cuadros, y sé que el mejor de todos todavía se esconde después de la noche que no amaneceré. ¡Qué putada!

Este tipo, Cela, y yo, nos hicimos amigos comiendo pommes de terre.

(Cela): Me las ponía en la boca cortadas a trocitos en un tenedor ante el estupor de Jacqueline.

Increíble.

Pues se daba buena maña. Se diría que el genio tiene apaño para todo.

Háblame de tus poemas.

Háblame tú de los tuyos…

Gavillas de fábulas…

… sin amor.

Buen título, muy triste… en aquella España muy triste donde sólo la copla alegraba las pajarillas.

Háblame de…

Te invito a un silencio; anda, mantén la boca cerrada durante unos  minutos.

¿Unos minutos? ¡Eso puedo hacerlo perfectamente!

 ¡Hablar en silencio! Tacite.

Una hora más tarde:

¿Cómo lo has conseguido?

Llenándome la boca de fármacos: qué apacible es todo, no dejaba de pensar todo el tiempo… También el mundo carecía de sonidos: sólo era una visión…todo. Un gran silencio de colores puros, cierto brillo iridiscente…

En ese mundo callado, ¿existía el absoluto?

El absoluto eres tú… incluso cuando ya no existas. Cada cinco años renuevas los miles y miles de trillones de átomos que eres… Y, dime, ¿notas alguna diferencia entre una y otra renovación?

El yo de afuera parece algo más viejo, ahora que lo pienso. Y el yo de adentro sigue… ¡sin aparecer!

Como pintor siempre lo he tenido claro: si huyo de lo complejo, todo resulta más fácil.

Estamos de acuerdo. El arte alcanza entonces, como por un milagro, su verdadera grandeza.

Debería bastar el trazo grueso rojo sobre el papel blanquísimo de exquisita fábrica: maravillosa pintura que aupara lo gran esencial de Oriente con la desfachatez simplista y funcional de Occidente.

¿Te ha llevado alguna vez al cuarto secreto? En esa gruta de oros y diamantes ha reunido Pablito sus más preciadas posesiones, custodiadas por la oscuridad… y el silencio.

Allí, la cueva del tesoro: sólo él, El Gran Español Feliz, guarda la única llave en el bolsillo, sólo él, cancerbero temible, franquea la entrada a la gruta de las maravillas.

Abracadabra.

Contra la pared, como ante un pelotón de fusilamiento, vueltos de espaldas (y las manos libres de pinceles):

Cézanne, Renoir, Dégas, Derain, Corot, Modigliani, Braque, Matisse.. y el trío de ases: Juan Gris, Miró… ÉL.

Una penumbra de templo que, poco a poco, va aclarándose comienza a perfilar los cuadros, a desvelar los colores dormidos de los genios, a revelar los prodigios.

Este hombre, coleccionista de almas, que no gasta un solo céntimo en comprarlas: cambiaba la suya, cuidadosamente repartida en miles de fragmentos, por las almas enteras de los otros. Hasta en alguna ocasión, miente, gastó algo de dinero en comprar aquellas de las más ausentes de los tratos terrenales, las menos avisadas para las corrupciones del mundo:

Ese Rousseau, ese par de Douanier, le salieron a cinco pesetas… a un dólar la pieza. A un duro, como quien dice.

¿Cómo andan las cosas por las españas?

Cómo han de marchar? A ritmo de pasadoble, Al cura de Navas de Malvivir le robaron la Macarena.

Grandísima putada.

Y Velázquez sigue en su pedestal, frente a la entrada principal de El Prado, oteando el horizonte tan extraño a sus ojos maestros.

Yo, la verdad, es que no sé lo que le ven a Velázquez por más alto pedestal que lo acreciente… Mucho más pintor es El Greco, mucho más estilo, un pintor de veras. En fin, puede que no me guste Velázquez, pero, ¡que le vamos a hacer!, me gusta pensarlo a él y a su obra.

Pues, de esa terrible tesitura, de esas interrogaciones de pintor de caballete, nace la serie de Las meninas… Si no, ¿a santo de qué tanta elucubración?

Vaya uno a saber…

… A Salamanca.

Jaque a la dama:

Para mí sólo hay dos clases de mujeres de verdad; las diosas y las felpudo.

¿Eso lo afirmaste tú o lo dice la Gilot?

¿Qué importancia tiene eso ahora?

Conviene aclarar las cosas para la posteridad.

¿La posteridad? ¡Merde para la posteridad!

Por cierto, ¿qué diablos significaba la boutade sobre Braque?

(Braque es mi mujer.)

Una salida de pata de banco.

Le mejor pintura, la que descuartiza los miramientos del espectador envenenado de museos dieciochescos, es toda ella  una salida de pata de banco.

Y siempre la mujer… los coños de por medio. No hay más que contemplar esas manos sarmentosas que abren los pliegues de un coño en primer plano. ¡Qué obsesión el coño en tus pinturas!

Y tú, ¡qué obsesión el coño en tus letras!

Jaque a la dama.

La España toda es un inmenso coño del que los españoles somos paridos como a traición, algunos con desgana… y otros con el trabuco en la mano embistiendo como los toros.

Una mitad de España, la quevediana, que entreabre sotanas y refajos en versos jocosos y retruécanos; la otra, la cervantina disimula (o sonríe) los cuescos, siembra de cebollas y hogazas, ajos y apios, ironías y crueles burlas sus páginas.

Góngora los oculta y Lope los disfraza de malentendidos.

Luego, la solemnidad, el incienso, la amputación: las negras españas que todo lo tapan con sus cortinas negras, su temible olor a incienso.

Antes, la galantería, el cortesano deleitoso, idealizada la lírica:

Virtud pudiera valerme;

Valerme, mas no valió.

Ya han cerrado las plazas de toros hasta la primavera. Vámonos al cine.

¿El cine? Hay que tener cuidado con el cine… salvo con las películas de romanos, claro. ¿Tú has visto El rapto de las sabinas, La batalla de Salamina? ¡Qué coño vas a ver tú, españolito de andar por casa! Un jolgorio, verdaderas obras maestras esos peplum en grandioso technicolor,

Peplum: obra maestra. ¡Descubre un cielo azul prusia como el de ellos, una piel de tales bronceados, esas cabelleras de aceite, esos cabellos tan negros!

(Abril de 77, el poeta español más exiguo en cantidad de poemas, nos dispara cerca con el gin-tonic en la mano derecha y el cigarrillo americano en la otra, la sonrisa del sida, sin él aún no saberlo: el cine es un arte de negritos hecho para esquimales.)

Pablo, eres supersticioso… y no eres creyente. Pero ya lo dijo aquél inglés catolicón y gordote: se deja de creer en Dios y se termina creyendo cualquier estupidez.

Soy español y algo gitano: ni abras paraguas en casa ni derrames la sal ni pongas el sombrero sobre la cama ni encares las lunas del armario ropero y cierra los ojos ante el gato negro. ¿Qué es eso de la fe? La fe es el truco perfecto de la magia, es lo que saca a la luz el conejo de la chistera.

La fe es algo surrealista.

Prefiero lo inconsciente al automatismo que preconiza el surrealismo. ¿Tú has visto los manuscritos de algún surrealista? Están llenos de tachaduras y correcciones. Todo muy calculado en el fondo. Nada de improvisación, entonces. Don Camilo, yo prefiero lo intuitivo, hasta el inconsciente poético que nada tiene que ver con la improvisación del diletante.

Resultará que eres poeta, don Pablo.

Casi tanto como pintor; he escrito centenares y centenares de poemas que nunca he publicado…

Llenos de faltas de ortografía, sin acentos y sin puntuación. Y así te los publico yo, don Camilo, en Papeles, don Pablo. ¿cómo diablos puede corregirse el trazo o la pincelada de un pintor? Sería una profanación.

A ver ese poema…

Luego vino el cartero y el recaudador

de palabras y oles y el ciego de

la parroquia y el mirlo las

niñas de Ramon y las de Doña

Paquita la hija mayor solterona

y el clérigo estrañados frios

¡Qué no serás tú…!

(Pintor, escultor, dibujante, grabador, ceramista… ¡poeta!, ¡español!, ¡toro!)

(¡Eterno!)

Eso que todo creador aspira a ser esencialmente… y no sólo en su obra.

Así que la posteridad, eh…

Uno despierta, abre los ojos, se levanta de la cama como de un ataúd, mira a su alrededor la naciente luz del día, la maravillosa certidumbre de la vida. ¿Quién soy?

Uno o dos cuadros pinto por día a plena luz del sol y los lentos vaivenes de su luz. Esa es la única manera que tengo de saberlo; mira lo que has hecho, mira lo que eres…

A media tarde, envuelto en el terciopelo de su claridad, ya me tengo un poco más conocido. Hola, Pablo Picasso: el Rey de la Creación:

Hágase…

Etcétera.

Después, el día se apaga como la lumbre de una fiesta agotada, se desvanecen los colores, se amalgaman las formas hasta crear el monstruo indefinible y viscoso abultado de sombras.

Y luego, ante de meterme de nuevo en la cama, le meo encima al homme au mouton desde la terraza del primer piso: meada tras meada esa escultura va adquiriendo una textura natural que me fascina. Trabajosa pátina… la del tiempo… ¡y es una meada!

(Una larga, infinita meada.)

Hasta estas creadoras micciones te han de copiar los tipos como Warhol: ¡pero si éste copia hasta las mismas etiquetas de los botes y los paquetes de cereales!: en sus grandes lienzos meaban los visitantes de la factory.

Y así van pasando los días:

Picasso se divierte.

Buen título.

El que no se divierta, que se muera, que dice Max Aub.

Tú eres feliz: El Gran Español Feliz rodeado de obras maestras y  mujeres, de cachivaches de gran subasta.

Los ojos negros de gato grande (no se ve a sí mismo, y eso le salva del azar malo de la superstición canónica) miran al Gran Escritor Cara de Caballo que se lía a hostias por un quítame allá esas pajas.

No siempre guardamos para sí los pensamientos más inconfesables, sino aquellos menos felices, incluso dolorosos. Los demás nunca dejan de vernos como son ellos, imperfectos y hasta algo ruines, pero siempre desconfían de nuestro dolor, se muestran incrédulos ante la angustia ajena, indiferentes a la punzante ansiedad de saberse efímeros, pero también ellos mismos deben experimentar la zozobra aunque sea durante un solo segundo al día, condenados sin remedio. Los ojos de los otros son muy perspicaces para envidiar la dicha y no compartir la desgracia.

La muerte es una estafa.

Pero… la barbilla alzada, la mirada altiva.

Universo, allá voy.

Y escribir… o pintar (aun a oscuras).

Y no dejes que nadie mire por encima de tu hombro:

Me divierte pintar de viejo como me divertía de joven pero, en cuanto a la exhibición pública de lo que pinto, siento la misma indiferencia, ¿o es una sensación irreprimible de desprecio?, que me embargaba cuando mi primera exposición en lo del pícaro Vollard. ¿Qué necesidad hay de que alguien vea mis cuadros? ¿Qué necesidad hay de que alguien lea lo que escribes? Es pura diversión, la creatividad debería ser un desafío solitario, una afrenta a ese dios oscuro, mudo y ciego y hasta inexistente, he ahí lo más gracioso, pero sólo entre tú y él en el campo de batalla, dioses a hostia limpia, sin espectadores ociosos que hayan pagado una entrada para asistir a una función absolutamente inútil, puesto que lo único interesante de todo este tinglado, pintura o escritura, es el proceso mismo de creación; lo demás, ausente el campo de batalla, el cadáver del perdedor, que suele ser la obra, y el vencedor de la contienda, el creador, no tiene ningún sentido: despojos tan solo, pecios insignificantes de la verdadera ceremonia de la que nadie ha podido ser ni feligrés ni testigo: una comunión sagrada con lo desconocido, puesto que nunca antes había sido revelado. Todo el misterio del arte o la literatura modernas consiste en eso: misterio, y no busques otra palabra porque no la hay, es… inefable: creador y creación a solas.

¿Eso se lo has dicho al ABC que tanto lees todos los días para saber las cosas y entender los casos de la patria?

Deberían saberlo, de todas formas. Miro los huecograbados y me leo los anuncios.

¿Andas entre esquelas?

¡Lagarto, lagarto! Esas páginas terribles son arrancadas antes de que el periódico llegue a mis manos. ¡Orden sumarísima!

Entre toreros y poetas, con las españas siempre merodeando entre las patas de la silla, la españa madre puta y araña, facilona a veces, impenetrable otras. Se van unos visitantes, y llegan otros al castillo. ¿Alguien ha visto a Joan Miró?

Se lo tragó la tierra tan silenciosamente como lo engendró un aro del cielo, lo ocultó una estrellita azul entre nubecitas amarillas.

Al revés sería: es tipo angelical, musitador y discretísimo, ha escalado hasta el cielo para no bajar: como un niño jugando con un arito.

El poeta pregunta (el Poeta no busca respuestas por encima de todo, se limita a aletear sobre ellas, le basta con eso).

¿Qué miras, Pablo?

Siempre hay un sitio, incluso dentro de sí, al que mirar. Miro todo lo de después, que ya me lo sé. Ellos, los de después, ya se enterarán entonces, en su tiempo, como protagonistas de él que son. Yo soy el tío del pasado que los pintó antes de que nacieran: incluso (dice Alberti que dice Picasso) he visto a un tío con un ojo en el codo y la boca en el pecho. La época actual ya remeda mis retratos de hace mil años, cuando en lo de Montmartre, cuando ellos andaban entre pañales.

No se preocupe, que ya se parecerá.

A esa edad, de joven, la presunción es la mejor arma para el convencimiento de los otros.

A esta edad, de octogenario, me siento como un niño en manos de un aya vieja, cegata y descuidada, en un parque lleno de peligros. Temo cerrar los ojos: la muerte aprovecha esos instantes de baja guardia: te roba del mundo de los vivos.

Ha cambiado el pernod y el tintorro por el té, un té de marca extravagante, pero que le hace sonreír cuando lo sorbe despacio mirando de soslayo un cuadro, una escultura, una cerámica o un dibujo… ¡suyos!

¿A qué teme Picasso con Jacqueline a su lado? Venga, hombre, a los ochenta y siete años andaba grabando en cobre las andanzas fornicias de un mosquetero mostachudo con la verga enhiesta, empalando damas por delante y por detrás y aun por la boca mirando a los ojos de la poseída como si fuese el mismo diablo.

¿A qué teme… con la sumisa odalisca y sierva a su lado?

Ese hombre ve el futuro: la ve muerta a ella, Jacqueline, la mujer humilde y de pocas luces, de un disparo en la sien trece (¡13! ¡Lagarto, lagarto!) años después de su propia muerte.

A solas, una se revienta la cabeza, así, entre picassos y la leyenda, pues los días geniales han transmutado en una soledad oscura, rocosa, triste, malsana, de pestífera carnosidad, de inacabable nocturnidad…

Ah, ça alors… Ça c’est la vie de château!

No tan envidiable, amigo siervo.

La dama se agujerea al modo de los modernos tiempos.

Después del disparo, aún cayendo ella con la cabeza tronchada por el golpe terrible, trozos de hueso y sesos y goterones de sangre mancillan  las nobles losas del recinto sagrado de El Gran Señor.

¡Pobre dama, sólo quería jugar a la sillita de la reina…!

Diálogo de sordos. ¿A qué esa manía contra el audífono, genio?

El diálogo como… un cuadro de Picasso, el tío aquel, un ojo en el codo, la boca en el pecho… Palabras enrevesadas, he ahí la gracia que el dios del habla nos otorga… Palabras como dibujos en el aire…, invisibles, inexistente después de su sonido, volanderas como el esbozo genial de la mirada antes de desvanecerse en la blancura de la hoja, palabras. No entiendo nada, o entiendo a medias, ¿qué has dicho?, no entiendo nada (la página en blanco total), o entiendo a medias (la página apenas inteligible), bueno, tengo que reconocerlo, a veces me pongo el audífono… ¡pero todo me sigue pareciendo incomprensible! ¿Será la sordera la que me dicta realmente los cuadros? ¿Desde cuándo entiendo mal o regular o demasiado bien la pintura? Qué conversación incoherente… pero esa es en realidad mi obra, y así se plasma pieza a pieza entre colores y formas arbitrarias… aunque reconocibles… La pintura es un rompecabezas, siempre te sobra una pieza… que acaba constituyendo parte de otro cuadro al que también siempre le sobra una pieza, que…

El cuento de la buena pipa.

Qué decadencia, de joven pintaba tres cuadros por día…, sólo dos ahora, y hubiera tenido que ser al revés… ¡Cuatro ahora! El tiempo me va despojando de todo, me desnuda con una contumacia desesperante, vengativa, desarma mi entereza… Pintar como un niño que no compra los colores: mejor robarlos además.

¿Has de robarme el nombre?

¿Me lo vas a robar tú el mío? Largo te lo fías…

Y, tú, si se diera el caso, que bien te conozco, ¿te darías cuenta? Lo sé, lo sé, demasiada ristra: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispín Cipriano de la Santísima Trinidad Ruíz Picasso.

Ahí queda eso.

Tiempo… El hacer y poseer cosas como armas con las que combatirlo… Pero hay que estar solo para trabajar… De joven tenía un revólver y disparaba unos cuantos tiros a las paredes y al techo para que los tipos que venían a estorbar a mi taller huyeran despavoridos: pobreza y pinturas... ¡A la mierda todo lo demás!

El tiempo es el enemigo invisible. A otros enemigos, por más que se disfracen, los ves venir,  puedes precaverte de sus añagazas, pero a éste, los hilos invisibles de la araña invencible, sólo lo ves pasar porque despiertas en un nuevo día, y cuando te endilga la lanzada en el costado, cuando les ves finalmente cara a cara, ya es demasiado tarde, te lleva con él y sanseacabó.

La verdad, podría haber ordenado que para su muestra colgaran todos mis cuadros del revés…

En el fondo, hubiera dado lo mismo.

¿Qué me dices?

¿Cómo se escribe del revés?

Escribiendo cosas con vestidura verosímil y haciéndolas parecer, por deliberación,  inverosímiles.

¿No vale lo contrario?

De ninguna manera.

Pintar es diferente: es sólo una ilusión. Yo he llegado a creer pintando una y otra vez retratos, desde luego imaginarios (o no), que al final los retratados terminarían hablando, contándome sin escrúpulos tontos sus secretos puesto que nadie más que yo con el pincel en la mano podría oírlos. Una dialéctica interesante, sin duda.

Siendo tan real, tan material, la pintura es una engañifa. Es curioso su poder, entonces, la verdad material de su mentira figurada.

¿Pintor, yo? ¡Quia! Yo sólo soy un poeta menor. Podéis jurarlo.

Como también podéis jurar sobre la tumba de vuestros antepasados (dejad en paz a los míos) que tan sólo he visitado tres museos, y una sola vez cada uno de ellos, en mi vida.

¿No has estado en El Prado?

Sí, una vez. ¡Para qué más!

El arte es una cosa  mentale!

Entonces a éste le han instruido las reproducciones de los catálogos y los libros, las ilustraciones de revistas para gente de medio pelo, era de culo cómodo, de pereza mañanera: ¡nada de ascender por esos empinados escalones hasta alcanzar los túmulos de los muertos, el cementerio del Prado!

Esto también puedes jurarlo: un único día asistí a la Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¡Qué profesores, qué escayolas, que academias, qué claroscuro, qué difuminos, qué…!  Pero no se trataba del culo y sus confortables asientos: no podía perder el tiempo en esos cursos absurdos: a la mierda las clases cuando tanto había que hacer y descubrir revolcándote en la carne podrida o no,  desnuda o vestida, de grises y negros y blancos o de color, del mundo sin pañales teóricos.

Mister Faulkner, ¿podría extenderse algo sobre su técnica narrativa?

Es poco lo que tengo que decir sobre ello: papel, lápiz y una goma de borrar. Si escribo a máquina, que es mi forma habitual de hacerlo, pongo un papel, y no me importa del tamaño que sea, en el rodillo y golpeo las teclas. Escribo con dos dedos, no soy un buen mecanógrafo.

Pues he aquí que el señor Picasso murió y España seguía muy viva: había varias versiones de España: dobles y triples y hasta cuádruples.

Ha muerto Picasso, leyeron incrédulas las españas.

Faulkner: también ayuda mucho en esto de la técnica un buen vaso de bourbon al alcance de la mano.

Yo sé leer entre líneas: bonita manera de ver el cine español, sin dejar de darle vueltas a la imaginación.

E incluso sé cuándo las películas nacionales, como esos tipos de torvo semblante que pululan por las covachuelas de la poderosa administración, tiene una doble versión: ese fundido en negro, más allá de nuestros lares, no finiquita cuatro minutos antes la excitante escena del joven semental penetrando salvajemente a la lúbrica protagonista.

¿Tú has visto Gritos y susurros (5)?

Naturalmente que sí.

¿Dónde?

En el Artis, en Valencia.

Ja. Aparte la grosera manipulación censora, ni siquiera la has visto en sus fotogramas originales: has visto el cuadro del revés.

Éramos un país extraño, especialmente imprevisible. ¿Qué somos ahora? El resultado de todo aquello. La herida sigue sangrando.

A un limpio y hermoso desnudo femenino lo ensuciaban con el infame añadido de unas bragas, y, además, color carne.

Yo he escrito dos libros. En realidad, es el mismo libro, para qué nos vamos a engañar. Sólo que uno de ellos tiene unos cuantos adjetivos menos que el otro. Cuestión de técnica,

Siempre hay un tipo que el día de tu boda te regala las obras completas de JuanValera en una edición de Aguilar de los 50.

(En piel teñida de rojo, tejuelo en relieve y cortes entintados.)

En las bodas, especialmente ya comenzado el banquete, nunca dejas de descubrir a un tipo o a una tipa hápax, de la tribu del novio o de la novia, indistintamente, y al que jamás viste ni volverás a ver otra vez en toda tu vida.

Yo he oído cosas terribles en esos estomagantes casorios, ya dispensadas una buena parte de las botellas de vino, pero todavía antes de los espumosos y los licores.

Mi marido no es un alcohólico propiamente dicho. De hecho se debate en su devastado tedio vital entre lo eminentemente psicoterapéutico, que sería la lectura indiscriminada de libros, y la farmacología directa y fulminante de una cotidiana ingesta indiscriminada de alcoholes.

¿Acabarán estos dos, como buenos cínicos en que les va a convertir la vida y sus avatares, prefiriendo el adulterio al divorcio? ¡Por supuesto! ¡Para qué enredar las cosas! Que todo siga igual aunque todo sea un poco distinto.

¿Mi político favorito?

Ya metidos en harina, Rufus T. Firefly.

Excelente nombre para un cartel ideológico en colorines.

¡Qué no sabré yo!

Un buen político es difícil de encontrar.

Como una aguja en un pajar.

A estas alturas de la pitanza, no nos engañemos, lo que puede salir de nuestro abotargado cerebro es pura chatarra intelectual.

Cerró los dedos, mostró el puño: este, mi corazón.

Querido, ya lo dice el Anti-Dühring, el matrimonio…

Todo lo dice el Anti-Dühring.

…En efecto, te decía (aunque no había llegado a decirlo a causa de la pretenciosa interrupción del otro) que el matrimonio…

Parece ser que existe una doble versión en todo. También el mundo en el que vives sea sólo una versión censurada de un primer mundo (o un quinto, o un noveno…)

Ejemplos: haberlos hay, aunque imperceptibles.

Hay tres clases de gente de la que no debes fiarte: los curas (Dios no existe); las meretrices (su amor por ti durará el tiempo que queden billetes en tu cartera) y los nacionalistas (el trapo pintarrajeado de unos u otros siempre será más bonito que el tuyo). ¿Lo has entendido, Charlie? Sin ninguna duda, jefe. Pues entonces, amigo, ve (y muere) en paz, al contrario que ellos con sus narices de Pinocho.

Me he salvado de Dios, del sacrificio, del cine, de la literatura, de las banderas, de plantar coles… Es claro que soy un superviviente con los pies bien plantados en el suelo del siglo XXI, ajeno a los cantos de sirena y engañifas del siglo XX.

A salvo no le pone su inteligencia, sino su medrosidad o su pequeño cinismo de barra de bar con el bourbon en la mano. Podríamos decir que nada le contaminan las corrupciones del mundo ni le influyen sus injusticias en ningún sentido. Quien se prestó a la lucha, era un majadero (Fiodorov); quien se negaba a comprender la verdadera ralea de su siglo, un fracasado (JD.)…

Escancia, cobarde.

Es evidente, puesto que es bien visible, que un sable ceñido a la cintura proporciona mucho más empaque que un libro en la mano: la espada te hace avanzar hacia el horizonte a través de la maleza de los días; un libro siempre te retiene… en el pasado.

Escancia, cobarde.

Tengo bien presente que soy un tipo algo ruin que no pierde el tiempo preguntándose por qué lo es. Todo lo que me es inútil, o yo creo que lo es, me sobra. ¿Ha quedado claro, Charlie?

Como el agua misma, jefe.

Pues escancia, cobarde.

He aquí 1977: tiene forma de yoyó.

(Por entonces ya se había leído (¿JD.? ¿Fiodorov? ¿Boceto?…) el Anti-Dühring y a trancas y barrancas El hombre sin atributos. De este último, subrayada las líneas, destacada la cita (pues en ese caso, sería nuestro lector JD.): Tratándose de un escritor solitario en su habitación, por mucho que se esfuerce, a su alrededor giran, a lo más, las moscas.

Querido amigo, ¿no cree usted en su trabajo?

Este ha seguido a rajatabla el ciclo completo: ha estudiado Historia del Arte en la Universidad; se ha manchado de óleo hasta la coronilla en una academia de pintura y casi simultáneamente ha trabajado en un atelier.

Un aprendizaje completo.

Que ha alumbrado (mal aborto)… un artista mediocre; es decir, correcto, convencional y de nula inspiración creadora.

Perfectamente ejecutada esa obra…

Y perfectamente inútil.

¿Le ha servido de mucho andar enfrascado en el Anti-Dühring?

Me ha permitido tener una perspectiva científica de los acontecimientos.

¿Qué clase de acontecimientos?

De cualquier clase. Todo, absolutamente todo, más allá de su etiqueta, tiene una explicación.

¿Y qué puede decirnos de lo que todavía no sabemos, de todo aquello que aún ni sospechamos de su existencia?

Fabriquemos (?) primero la explicación y en un santiamén se visualizará lo que no sabemos.

Charlie, bendito chamán, esto es una locura. ¿Qué puto brebaje has vertido ladinamente en mi copa inocente? Echa el cierre cuanto antes.

Hoy no cerramos, jefe.

¿Y eso?

¡Quelle torture!

¿Estaban locos sus hermanos?

No cabe duda de que esa explicación es admisible para ciertas crisis en algunos casos particulares, por ejemplo en el abarrotamiento del mercado de libros cuyas ediciones ya pueden ser de dominio público y capaces de venderse en masa… El señor Dühring puede dormir tranquilo en la confianza de que sus obras inmortales nunca tendrán ese destino…

A todo esto, queridos mentores, ¿qué tiene que ver el mercado de libros de Leipzig en toda esta, llamémosla así, iniciación y educación políticas mías…?

Detrás de toda explicación, se halla el hecho oculto. Tirando de ese hilo (?), mira, hasta es posible que lleguemos al mismísimo lugar donde los dioses entretienen su holganza. ¡Con qué cara de asombro iban a mirarnos a estos terrícolas de excursión  galáctica! ¡Os hemos descubierto en vuestra holganza, granujas!

¡Mon dieu! ¡Explica la nada y extrae un algo! (un pedazo de pan, un pedazo de pez, y el agua que mude en vino.)

Su hermano Fiodorov le ató a la silla (no apretó demasiado fuerte la soga, eso es cierto, y tampoco le metió en la boca un trapo para ahogar sus gemidos, lo que le procuraba una respiración regular y alguna que otra contestación sumisa a su raptor):

Te vas a tragar en silencio y con aplicación el curso de economía política correspondiente, que va a ser el de Napoleoni…

Pero, yo…

Y chitón. Además, a diferencia de otros manuales apologéticos, el Napoleoni es crítico y mosca cojonera, distintivos que siempre facilitan algo la lectura de sus páginas…  las condimentan, por así decirlo, de entretenimientos varios.

Pues, señor, había una vez un malvado empresario…

Y ahora tratemos de explicar el episodio aristotélico de las sandalias que se recoge de forma tan peregrina en las páginas del Anti-Dühring .

¿Tú has leído la Política del celebrado griego de Estagira?

¿Quién? ¿Yo?

… Todo objeto puede servir para dos usos; uno es el propio uso directo, y el otro, no. De este modo, una sandalia puede servir para calzarse [Fiodorov añadió de su cosecha: como es obvio] o para ser cambiada; en uno u otro caso estamos haciendo uso de la sandalia, porque quien trueca la sandalia por algo que necesita, dinero o alimentos, utiliza la sandalia como sandalia, pero el uso que hace de la misma no es natural porque la sandalia no es para ser cambiada…

Boceto trata desesperadamente con todas las fuerzas de sus diez años de librarse de las cuerdas que lo mantienen preso y estrellarle la silla en la cabeza a su hermano. No recobrará la libertad hasta pasada más de una hora mientras el verdugo, inhumano y cruel, leía en voz alta párrafos y párrafos del señor Engels salpicados de cuando en cuando con la pimienta esclarecedora y definitoria del libraco del vicario conceptuoso Napoleoni.

El captor elevaba en ocasiones la mirada del libro abierto e interrogaba con pretendido tono catedrático al raptado que forcejeaba inútilmente, congestionado por la ira:

¿Lo tienes claro o no, enano ignorante?

¡Oh, mundo, mundo, que gran y pestilente peso para las espaldas de este pobre Atlante!

¿Qué forma tenía el año 1970, año decididamente cruel para el aún no bachiller Ignacio Brell Gay?

Helicoidal, acaso. O de bomba nuclear. O de centauro. O de flautín. O de…

Un año armado: un domingo por la mañana, de regreso del paseo familiar cargado de tebeos y los pasteles de la sobremesa, abierto el sobre de Montaplex, montabas el submarino y le estampabas al inflexible camarada Fiodorov, una vez se volvía de espaldas, un par de torpedos en su cogote de comisario político en ciernes.

Por entonces, como ahora, los dioses aprendían caligrafía en sus maltrechos cuadernos Rubio (renglones torcidos, líneas rectas… o al revés): poco prosperaban por más que apretaran los labios y se afanasen con sus lapiceros: siempre eran los últimos de la clase en esa despreciable asignatura propia de chupatintas.

JD., sálvame de las hordas rojas.

Y JD., rojo él mismo pero compasivo, carcelero un tanto despreocupado, le llevaba de la mano al Paraíso desde donde pudiera contemplarse un cine todo él para el cadalso, azul lejos aún del verde… pero cine al fin.

Desde estas alturas mefistofélicas todo lo abarcamos, todo podemos poseerlo, hermano pequeño: lo bueno y lo malo, lo heroico y lo deleznable, la aventura y la conquista, la riqueza y el desahucio, la dicha y la desesperación, el amor y la pasión oscura, que diría el vate, la infancia, la juventud, la muerte. Coge la mano de este Virgilio sin miedo y adentrémonos en aquellas ultratumbas por las que ha de guiarnos el prodigioso haz de luz contador de mil y una historias.

Paraíso:

Yo al cielo fui que más su luz reviste

y vi lo que, al bajar de aquella cima,

a poder ser contado se resiste.

Sólo en tal lugar a solas nos refocilamos, hermano mayor, y somos invisibles, y para nadie contamos, a nadie esperamos, nadie nos espera, en la mano escondemos la mágica heliotropia que nos hace dueños del mundo sin despertar alarmas ni crear el desconcierto universal, pues nadie alcanza a ver el grave peligro que encerramos bajo tan indefensa apariencia de Brell, invisibles humanos: testigos de sus corrientes vidas, vulgares, trabajadas, arrastradas y, sobre todo, anodinas, previsibles… ¡Qué lejos del gran lienzo de la pantalla donde discurren las artes y las verdades de las entretenidas mentiras!

Henos aquí en el paraíso, de estreno o de telón raído. Muy atentos a la comedia o al drama (depende) del relato que nos va a ser contado, pues no somos sino, en efecto, personajes en busca de un autor.

¿Tablas?

Mírame a los ojos: jaque mate.

Hans Schmidt:

La ahorcadura no te habría fallado (no le falló a Fiodorov, hombre de nobleza, al contrario que tú, bicho reptante, ¡vil humano!): suizo indigno, bastaba con la presión del lazo, aun con los pies sobre el suelo, para cascarla de una vez por todas, pero, cobardón y culpable, tenías que meterte un balazo en la cabeza que no acabara contigo, y ahora, postrado en la aséptica y automatizada cama en la aséptica habitación de un aséptico hospital en la aséptica Ginebra, agonizas, vas desviviéndote, muriéndote, diluyéndote en la nada.

Centauro persigue a una ninfa.

Son los planos desiguales de un picasso que revelara en su arbitraria disposición la comedia (¿o es drama o es tragedia?).

No te escaparás. Ya daremos contigo a tu debida hora, despreciable moribundo.

Entretanto, a los diez años, u once, qué más da, el mundo puedes figurártelo como a ti se te antoje, incluso distinto a cada segundo que avanza en el tiempo: balón de reglamento o bicicleta azul; trompa de carrasca o de la forma de la chapa con la que jugáis pegados al muro del frontón en el patio de recreo del colegio.

A los once años uno sopla una Höhner de madera porque va a ser el mejor flautista del mundo y las flautas de plástico son un trasto sólo útiles en manos de los desheredados de la tierra. A los doce años la flauta de los cojones se va a tomar viento porque uno, que tampoco quiere ser ya astronauta (no le dejan subir al Rover), ni mucho menos bombero (el verdadero peligro es el humo no el fuego), ya no quiere ser músico y empieza fijarse en cosas inauditas hasta entonces; verbigracia, la biblioteca prohibida, los perfumes de mamá, la ropa interior de mamá, la cuchilla de afeitar de papá, la loción de afeitar de papá, los condones de papá, los condones del hermano mayor y los condones del hermano mediano, el culo de servidora… Un sinfín de excitantes novedades sensoriales de clara naturaleza voluptuosa comienzan a apoderarse del niño todavía desprevenido que no dejaba de masticar snipes ni un solo momento, pero muy consciente de ese mundo eminentemente físico, palpable y atrayente, que le rodea por doquier.

Adiós, pues, chiripitifláuticos.

Ya no vale preguntarse ¿tú sabes esa del elefante colgando del hilo de una araña?

Tú que prefieres ¿una taza de Cola-Cao o una de Nesquik?

Pues eso depende.

¿Depende de qué?

Del momento, del estado de ánimo, de la clase de aburrimiento que tenga uno... De la lectura del día.

¿Del Tiovivo? ¿De Mafalda?

Varias bofetadas te ha propinado tu madre a lo largo de una infancia que nada desdeñó de la humana debilidad de la edad y sus engaños: la primera que recuerdas, violenta de verdad, fue la tarde que llegaste del colegio a casa con un tigretón en la mano (y en la otra la cartera de feliz personajillo estudiante): a punto de darle el tercer bocado al comistrajo te descubrió aún en el pasillo, y de un revés te arrancó el bollo de la boca. Entre la sorpresa y las lágrimas que brotaban de los ojos, viste esa mixtura inextricable sobre  el entarimado. La verdad es que el grumo antes apetecible ahora en el suelo parecía algo bastante asqueroso, como un montecito de mierda, hasta de su mismo color y textura. Luego, en la cocina, tu madre te limpió los mocos, te miró medio sonriéndose y te preparó un bocadillo de atún desmigado con aceite de oliva, tiras de pimiento del piquillo y pequeñas y sabrosas aceitunas deshuesadas.

Anda, dame un beso.

¿Acaso la mamá te da el dinero de la merienda para que compres porquerías como esas, niño tonto?

¿Crees acaso que la mamá quiere que te intoxiques la sangre llenándote la barriga con adherencias y extractos de esos indecentes bollos de temible color rosa, de esos yogures coloreados repletos de aromatizantes y sabores artificiales?

Por entonces, en aquellos tiempos del Tercer o Cuarto (¿sería el Quinto?) Plan de Desarrollo, ¿quién iba a saber de las futuras comidas basuras? Ahora, en el 71, tocaba llenar la panza, hacer de los niños españoles niños gordos, infantes bien cebados por los extensos y dorados campos de cereales de Castilla, por las mil partes comestibles de los puercos ibéricos sacrificados en todas los rincones de las españas y aderezada la gran comilona por la inmensa variedad de los productos hortofructícolas de la feraz huerta valenciana. Pero, ¿quién diablos iba a anticipar en la era de los planes de desarrollo la malsana  y grasienta cebadura de los niños españoles del  año 2000?  

¿Quién iba a saber…? ¡Ella, tu madre! ¿Quién si no? La Artista Siempre Adelantada a Su Tiempo.

En verdad, en verdad os digo, declaró el cronista Mateo, que al profeta jamás viéronle comer nada impuro: sólo pan, peces, alguna higa, y de beber, agua, a veces convertida, así, como por encantamiento, en el buen vino que tantas lenguas desatara y tantas conciencias ganara a lo largo de sus prédicas por tierras de Galilea y Jerusalén.

¿Y eso quién lo dice?

Mateo, el evangelista.

¿Sólo él de los cuatro?

Soñó esa noche, u otra, qué más da, que el tal Mateo cubierto de indumentaria talar, arrastraba pendiente arriba un pesado y gigantesco librote (sería el Petete, así, como quien dice la británica o el espasa) donde se narraban los hechos y viajes de Nacho Brell, nuestro impagable Boceto andando los tiempos.

Pues verá… Fue un niño anarquista, a pesar de todo cuanto tenía en su contra.

¡Qué me dice…!

Lo que oye.

Empecemos por el principio:

Comenzó viviendo en Armonía y terminó alzando sobre su cabeza un palo con una arpillera pintada de negro atada en lo alto y catorce bombas de mano sujetas a la cintura, hay destinos, yo no sé…

Pero no le gustó Armonía, arcadia feliz y sosegada no exenta sin embargo de algunas costumbres bárbaras: los niños de su edad se encargaban de las basuras puesto que a los niños les encanta ensuciarse: en Armonia a los tres años ya te ponen a pelar patatas y peras y a los ocho te envían a la mierda. Menos mal que en contrapartida, durante la merienda, consistente en nata dulce, frutas diversas, mermeladas varias y vino a discreción, te permiten emborracharte.

La propiedad es un robo.  Y le robó un libro al patético Garrigues y más de una docena a los padres de Javier Cuenca, el camarada más bondadoso, noble y desinteresado que conocería jamás en toda su vida.

El verdadero anarquista es un destructor de viejos mundos: le birló a su madre la Montblanc y se la regaló a Feliu, un tipo de Segundo-B que escribía poemas de escaso mérito con un lápiz de carpintero: Ahora, Feliu, ahora te saldrán realmente excelsos, muy propios.

Tiempos calamitosos.

¿Tú sabías que Bakunin, a poco de morir, se disfrazaba de cura para que le dejaran en paz?

Anarquistas hubo que cerraban burdeles, y no por medidas profilácticas, sino, así, por imbecilidad mayúscula:

Quien compra un beso se pone en el mismo nivel de la mujer que lo vende. Compañeros, el beso hay que merecerlo sin que haya monedas por medio.

Cuentan testigos de aquella dolosa prohibición que las putas, indignadas, se echaban las manos a la cabeza desesperadas.

No hagas de tu cuerpo una propiedad, mujer: la propiedad es un robo.

¡Será hijoputa el santón éste! ¡Vete a follar el coño de tu madre y déjanos en paz a las putas honradas!

Escucha, Fiodorov, miserable comunista robador de tanques, en lo sucesivo te dirigirás a mí por mi nuevo nombre, Kropotkin, el camarada más arrojado y noble… con una pluma en la mano.

Encaraba las dos lunas del armario ropero matrimonial, en el dormitorio de sus padres: un ejército verde le secundaba solícito, tan marcial que hasta repetía miméticamente sus ademanes: Adelante, Columna de Hierro, aniquilemos a esos fascistas, vosotros sois la hez de la tierra, la costra de los pecados del mundo, pero salidos de las celdas, libres de los cerrojos, ahora demostraréis sin tardanza y con un par de cojones el valor de vuestros corazones solidarios y vuestra causa será la libertad y el apoyo mutuo con los desheredados de la tierra…

Tomad nota, escribanos:

Conforme se lee en las Profanas Escrituras de Mijail Bakunin, sólo los pobres necesitan a Dios; a los ricos les basta con su dinero.

Curiosamente, el rico se deja ver en los templos, cuando son los burdeles al parecer el único refugio espiritual de los desposeídos. ¡Qué contrasentido!

Libertinaje del alma; libertinaje del cuerpo. A cada uno según su trabajo; a cada uno según sus necesidades. Vida y defecación todo es uno: nadie se libra de su condición humana.

Todos aparentan creer, en un dios o en una bandera. Todos necesitan creer… aunque sea en ellos mismos, que ya es el colmo:

No me asusta que la vida sea breve, lo que me angustia es que sea en vano, se había dicho muchas veces en su juventud el viejo Brell.

En El Año Que Murió Franco, pero todavía vivo, aunque muy cerquita ya de la guadaña su cabecita senil con los inexpugnables aditamentos del sombrero y las gafas oscuras, consciente de que con un hijo en la cárcel, el otro pluma en ristre a bandazos y con el destino de desahuciado marcado en la frente, el mierdecilla de la tropa sin criar (sin ponerle en su sitio) del todo y el matrimonio que se iba a pique, el patriarca de los Brell, hastiado (cansado) ya no se hacía ilusiones: todo es para nada. Muerto definitivamente, disuelta tu inapreciable identidad en la inmemorial evolución de la especie de los dos millones de años, a la nada vuelves (y queda en paz).

Pues, entonces, al diablo o al dios todo. Sólo me queda el Klee y su intrigante aventura plástica, se dijo mortalmente resignado el catedrático de Historia del Arte.

También él tenía una parte de ácrata (mucho más que de artista y mucho más que de idealista) en su corazón cada día más de piedra, cada día más de aire una vez muerto:

Que un día uno de enero una bomba de su mismo tamaño reviente el planeta (Tierra), se recompongan de nuevo los trozos y... vuelta a empezar el día dos sin su habitante más ponzoñoso: el humano, qué bicho horrendo y exterminador.

Veía banderas, multitud de trapos rectangulares pintarrajeados caprichosamente, y veía colores intercambiables: el amarillo (del oro) y el rojo (de la sangre) abundaban por doquier. Qué cosas.

¿Te enrollamos con la banderita…?) No sabe, no contesta.

Bonito sudario para la lenta, aplicada y contumaz perforación de su tela para los gusanos insaciables.

¿Y qué nos cuenta el bueno de Kropotkin a los doce años?

Aún sigue investido de Bakunin: lealtades de un par de días.

Si el mundo no acaba con las religiones y los estados, con la idea de un dios y la obediencia a una autoridad cuyo rigor moral sólo se basa en la fuerza y la violencia de las armas, el futuro no será un lugar razonable para vivir: religión y banderas: sangre.

Cada cierto tiempo la Tierra necesita nutrirse de esa sangre. La Tierra es un animal vivo, rugiente, ávido, es el más temible depredador animal que puedas imaginar oculto tras su corteza. Se alimenta de los seres vivos: se matan, mueren… ¡A la barriga (de tierra), pues! Animal tan vivo como tú, se dijo paladeando tras el lento mordisco un corte de mantecoso helado de dos pisos con tres sabores, lejos de las bofetadas nutricionistas de mi mamá me mima. Para rematar se tragó a continuación una bolsa entera de conguitos y un tóxico y pringoso y venenoso phoskito (incluido su correspondiente cromo: me mimo yo.)

Uno, especialmente a los once años, o doce, qué más da, sigue fielmente sus inclinaciones más naturales, que es como decir que se rige por las leyes naturales, que es lo que te permite dejar de ser esclavo y alcanzar la libertad absoluta y ser el propio dueño de tu existencia sin que mandatos perversos la malogren.

Te cambio Dios y el Estado por El Estado y la Revolución.

Y un cuerno. Soy anarquista hasta las heces… quiero decir hasta el tuétano.

Todo poder, y el Estado es poder, busca la dominación… Si no, no puede explicarse. Y a la fuerza, además, sin escatimar cañonazos…

¿A la fuerza?

Pregúntaselo a las bofetadas de mi madre (reveses de la mano suelta que te dejaban la huella de su sortija engastada de esplendente esmeralda en la piel inocente de la cara).

El Estado es el orden, la convivencia…

No hay tal convivencia consensuada: todo Estado propicia finalmente la idiotez y esclavitud más completas a los sometidos a su autoridad. Todo Estado no es sino una organización de poder del que se invisten unas clases para sojuzgar a otras. ¿Cuándo le has pegado tú de niño una bofetada a tu madre…?

Ninguna. Yo soy el payaso que recibe las hostias a mano abierta. En sueños, quizás…

Más te valen las lágrimas y el bocadillo de atún con aceitunas sin hueso que andar en guerras perdidas. Ahora bien, fuera de la cabaña, en la libertad de la jungla o el valle inexplorado, vengan  a ti los conguitos, los phoskitos y los cortes de mantecado de dos e incluso de tres pisos y hasta de cuatro sabores. ¡Y váyanse al infierno las madres con sus anillos de piedras preciosas!

Y, ahora, recapitulemos.

Manada de lobos somos, aun con el apoyo mutuo con que nos socorramos  más tarde o más temprano ante la (futura) invasión marciana: fieras que se matan entre ellas.

Te cambio un hobbes por un kropotkin.

No hay tal.

Por dos hobbes y un bakunin.

Sigue sin tal.

Hobbes: cuídate del hombre: muchas son las fieras con la dentellada a punto, pero la de éste la más letal.

Kropotkin: el apoyo mutuo es tan ley de la vida animal como la lucha recíproca.

(¿Entre humanos?)

Bakunin: el mundo no es eterno… El hombre tampoco lo será. Y jamás olvidéis que Dios no existe y el Estado es una mentira de la que sólo unos pocos se aprovechan y tienen bula santa para hincarle el diente a todo, ellos y sus sucesores multuplicados.

Pieter Kropotkin:

Estas poblaciones, ejemplo ilustrativo de apoyo mutuo, son caníbales, pero raras veces se comen a los miembros de su propia tribu, y únicamente se comen a los extranjeros. Los padres aman a sus hijos, juegan con ellos y les acarician… Pero de cuando en cuando matan a uno de ellos y se lo comen…

Padre, eres un gigante para mí. Te admiro profundamente. Eres el Ser Supremo.

Lo sé, mierdecilla. Tenlo bien presente en todo momento y las cosas irán siempre a las mil maravillas entre nosotros dos.

Tú no me comerás nunca, ¿verdad, padre?

Pero no es el hombre, aunque eterno, inmortal… Tú tampoco lo serás, padre, y serás antes viejo, y quizás un viejo inútil, renqueante, un lastre para tus descendientes, una rémora: Tchujoi vek zaiedàiu, porá na pokoi  Esta ya no es mi vida, es la vida de otros… Y el viejo queda rezagado, se prepara para morir y cava con sus propias manos su tumba: deja que la vida siga, no te entrometas más. Tu tiempo ha terminado… Al hoyo.

Anda, cómete el bollycao antes de que venga tu madre, pequeño infeliz.

¿Puedo ver El quinto jinete?

El niño ya tiene un rombo por la gracia de TVE.: dos años más, y sumará dos rombos.

¿Y tú que vas a hacer con tantos vídeos?

Acaparó cerca de dos mil (y pico), y en el 2005 se deshizo de todos ellos (menos el pico: cosas de la nostalgia). Luego reunió alrededor de mil quinientos deuvedés, y a partir de enero de este mismo año de gracia de 2008 ha empezado a tirar a la basura gran parte de ellos: en un pequeño chisme oblongo de un centímetro de grosor y diez de largo pueden almacenarse un millar de películas: más espacio en las baldas para los libros que, siempre, absolutamente siempre, serán de papel y con olor a materia viva.

Dime, pequeño Bakunin…

Kropotkin…

¿Cómo?

Kropotkin… Pequeño Kropotkin.

Vale. Da lo mismo. Pero dime, ¿no era la propiedad un robo?

Al final todo resulta ser muy relativo. Aunque, en cualquier caso, todos somos dueños de una cosa: de sí mismos.

Ajá.

Bueno, a ver, uno hace y deshace, escribe en un escritorio con múltiples compartimentos secretos. Esa es la cosa. Y cuando seas padre, comerás huevos.

Nosotros los Brell nunca fuimos una familia normal. Lo cierto es que no existen las familias normales. Cada una es anormal a su manera.

Nosotros los Brell nunca consentimos que una señora de Avon o un señor del Círculo de Lectores pusiese el pie ni en el felpudo de la puerta. ¡Largo de aquí, pajarraco!

¿Quién diablos ha metido libros reno en esta casa?

Su padre le ha sorprendido tras servidora con el reno de marras en las manos.

¿Tú eres el de los renos, mierdecilla?

Así es, padre mío.

Como vuelva a ver un reno en esta casa te decapito con la plegadera de exponer a la luz al señor Huarte de san Juan.

Y al cabo descubrió el verdadero nombre de Servidora: Plácida. El nombre no es que entusiasmara demasiado a Boceto, nombre de criada sin duda; nombre de criada sin duda que apareciera en un cuento sin duda de Azorín, pero, ya sabemos, buen sosiego le daba al cabrito galopante de él trotando hasta el desfallecimiento sobre el cuerpo de la complaciente.

Kropotkin ha mudado en un centauro de dieciséis años cuya lujuria desciende por las peludas patas, alcanza las corvas, gotea por las pezuñas e inunda el entarimado del suelo.

Reno al canto:

¿Tú sabes lo que es sufrir…? ¡Tú qué vas a saber, Servidora!

Y le pone en la mano La madre, de la señora Pearl S. Buck, preclara novelista del mundo oriental.

Servidora, que está ovulando, se halla muy receptiva y muy gustosa de tener a su capricho ese potrillo sin domar, de modo que el otrora Kropotkin y hogaño camaleón cabalga sin descanso encima de las ancas de la apasionada lectora.

Larga noche de amor… como la picha de John Holmes.

La apoteosis:

Hotel Shangai, Una mujer llamada fantasía, Náufragos… Y, para que el desfallecimiento fuese definitivo, Que el cielo la juzgue.

Aquello era el éxtasis.

Perviértela, muchacho, a base de mala literatura… Son libros, ¿no? Y, además, hasta bien enciadernados en símil piel.

Ven aquí, mi zorra tan querida, ¿quieres leer la famosa novela de misterio y terror de la autora de Bedelia? Al igual que tú, tía cachonda, Laura Hunt ejercía una fascinación fatal sobre los hombres, era demasiado guapa para vivir

Eres un gilipollas, Hermano Mayor (el consejero): la Caspary era una escritora de relatos policiacos pero también era comunista y a poco, si no pone los pies en polvorosa, cae en las garras de los cazadores de brujas comandados por Joseph McCarthy que infestaban por los cuatro lados de los inicuos años cincuenta la banderola de USA.

Padre, voy a escribir el mejor cuento que se ha publicado jamás en Jóvenes

¿Jóvenes?

La revista mensual de los Agustinos.

Tu Colegio: donde quiera que estés compórtate como alumno digno de él.

Ah, entiendo. Eso está bien, mierdecilla. Pero que sea veraz en los detalles, y especialmente en el principio… Y, sobre todo, por bien de tu cabeza, que ando con la plegadora en la mano, no me lo des a  leer. Por tu bien te lo digo.

Tendría un principio Ussher, según intenciones del novel, que bien sabe lo que se lleva entre manos…

En el año 4005 a. de J.C., cuando todo era silencio y oscuridad y aún nada había sido creado…

Bíblicamente perfecto, amiguito.

(JD.

1969.

Diario del Año Infame

Antes que Dios está mi conciencia: yo no dejaría asesinar a un niño, cualquiera de los millones de ellos que mueren cada año anónimos, como bichitos invisibles, que es lo que hace él, El Omnipotente, al permitir que se derrame la sangre inocente en hambrunas, en guerras salvajes y en el premio gordo de la lotería genética más cruel (toma este vasito de leucemia, toma tu vasito de leche negra), o que, por andar en ocurrencias  más próximas, a los universitarios españoles les nazcan alas y emprendan el vuelo desde las ventanas de las comisarías hasta estrellarse en el suelo…

¡Ah, el bueno de José David! ¿Qué no tendrá este santo varón en su retiro agrícola 7.000 ovejas, 3.000 camellos, 500 asnos… o mucho más que todo eso? 

Paciencia, fluye despacio la sangre que te vacía… Tiene paciencia. Etcétera.)

(Nota de JD. en un minúsculo bloc de frases olvidado en uno de los compartimentos secretos del escritorio: Leído hace un instante en un libro inclasificable: tenía voz de huérfano…)

Se hacía el mandón. Este Boceto recién inaugurado.

¡A leer!, exigía a Servidora.

Otro reno trotando por el pasillo circular:

Me vas a leer Peyton Place, le ordenó a Servidora, y luego, pensó para sus adentros, te voy a joder hasta la consunción, hasta el epílogo.

Habían emitido el film el jueves anterior en Sesión de noche: a Boceto le fascinaba el tecnicolor de los cincuenta, el color maravilloso de los cines de doble sesión.

¿Y eso de qué va?, preguntó la desgranadora de vainas (guisantes, habas, penes).

Se lo dijo el introductor cargando las tintas en la supuesta depravación de los adolescentes americanos de la época, infausta donde las hubiere: lujuria, hipocresía y Dios nos libre de las buenas personas: una pequeña ciudad estremecida por las propias pesadillas de sus vicios ocultos.

¡Qué mierda!, exclamó desdeñosa la Plácida.

¿Cómo que no quieres leerla? ¡Desagradecida, morirás gorda y borracha antes de los 40, como la Metalious!

Soñó: renos altivos, majestuosos, incansables y de trote elegante sobre la nieve, alzadas las testas poderosas oteando el horizonte oliendo a la hembra en celo. Despertó. Hasta se palpaba la cabeza…

¿Qué ha escrito usted, buen hombre?

Un palíndromo.

La madre huyó. (Con el Ulysses a cuestas… y muchos cuadros que pintar.)

Servidora huyó. (Con lo puesto, la paga de medio mes y el magníficamente encuadernado volumen de Mientras la ciudad duerme del bienhechor Frank Yerby: recordemos: previamente robado por Boceto con todas las de la ley durante una merendola de contenidos ademanes,  elegante y melindrosa, auspiciada por condiscípulo agustino de cuna de lujoso brocado, que te jodan a ti y a tu madre mala lectora: y acto seguido se lo escondió entre los huevos.)

Él, nuestro acongojado Boceto, se deshizo de todos los renos (103) con lágrimas en los ojos de adolescente herido de muerte arrojándolos en el gran contenedor al paso del camión de la basura, aquellos cadáveres macilentos (de macilentas páginas) para siempre enmudecidos. ¡Bendita colección por los siglos de los siglos!

Amén.

Ya nunca todo fue igual.

(¡Qué frase!)

(¡Joder, Vivales!)

Sólo escondió uno, que no había leído todavía de la astrosa colección: Kapput (por entonces andaba con las narices metidas en la saciante y vertiginosa saga zoliana de los Rougon-Macquart, a la que no tardaría en suceder La comedia humana al alimón con los profusos e interminables Episodios Nacionales… todo un montón de lupas taxonómicas sobre hechos humanos, sociales e históricos) Le pareció como una secreta venganza contra su padre El Inquisidor. Y respecto a Emile Zola, otra frase para la colección subrayada por JD.: … la idea le masturbaba el cerebro Y en la misma obra –El vientre de París-: Los carpinteros son muy dichosos).

Kaputt: ¡Mi gran victoria! ¡Una novela de guerra! ¡Al mejor estilo de Sven Hassel: la Wehrmacht jodiéndose en el frente oriental! ¡No ensuciarán sus páginas tus manos censoras, padre! Tardó unos cuantos meses en abrir ese volumen de infame papelería, ese reno: no era una novela de guerra… Era un libro mucho más excitante, mucho mejor. Lo releyó varias veces en el transcurso de los años: había algo en ese libro que le atraía enormemente, y nunca supo con exactitud qué era; intuía el origen de su interés renovado, pero no lograba definirlo. ¿Tal vez su sabio cinismo? ¿Su estructura textual abierta? ¿El desparpajo deliberado de su construcción? ¿La inteligencia sin artificio de sus diálogos? ¿La crueldad de la atmósfera que se respira en cada una de sus páginas?

JD. no ayudaría mucho en la resolución de estas disquisiciones:

Es un libro morboso. Su atractivo reside en la absoluta falta de humanidad que impregna el discurso literario sin ser culpable de nada. Es como mirar con una copa en la mano y al calor de los leños ardiendo en la chimenea por el ojo de una cerradura, o mejor aún, sentado en una butaca de terciopelo en platea, contemplar la bestialidad de tu siglo, cómo violan a una desdichada, como torturan a un niño, como ahorcan a un hombre, como queman a un judío o revientan a un palestino.

En 1977, Boceto se había quedado compuesto y sin servidora.

Qué épocas. Que ya eran otras.

Tropa de majaderos, ¿qué pensaría el Caudillo viéndoles con esas banderas rojas, con esas barbas ácratas, la pana de las vestimentas, con esas revistas pornográficas y esos periódicos masónicos?

El Caudillo vigila enhiesto, ojo avizor y con la mano firme sobre su blanca montura.

 Como platos (¡Joder, Vivales!) abre los ojos.

¡Alzará bandera, blanderá sable, segará cabezas!

Usted no sabe con quien está hablando, amigo. Que yo me he leído enterita La decadencia de Occidente.

Encomiable asunto.

Veamos:

¿Pour le sport?

Por cojones. Me como crudos a los niños pequeños y hasta a algún adulto con los pañales cagados si viene al caso. ¡Aparta ese panfleto de mi vista, rojo del demonio!

(Los políticos opositan en las elecciones: empleo, sinecura, momio y dinero al canto… y vitalicio, si cabe,)

Septiembre, 1977. Qué…

Septiembre 2007. Que cuarenta años no es nada…

He ahí el otoño de vuelta, coronaciones…

Oh, Paula, ¿cómo retomar la rutina, las tensiones del trabajo encanallado, la cita ineludible, la pasión que muerde…?

Qué asco el final del verano, qué indefensión el comienzo del otoño… Habrá que moldearse de nuevo (hasta el dulce verano).

Ah, pero…

Diez (10) esforzados expertos te guían por la senda óctuple:

1. Coach wellness:

Abre los ojos, sonríe, empieza tu día, libera tu mente.

2. Nutricionista holística y Health coach:

Vamos a aliviar esa maldita tripa hinchada, vamos a combatir el estreñimiento, te voy a dejar por dentro más lisa que un guante.

3. Experto en liderazgo:

Lo más importante eres tú, que el mundo y todos los otros giren en torno tu eje. Si tú hablas, los demás callan.

4. Personal coach wellness:

¿Tú sabes lo que son los abdominales hipopresivos?

5. Personal coach fitness:

¿Tú sabes cómo fortalecer la zona lumbopélvica?

6. Personal Yogi:

Cultiva el perro boca abajo, el niño sentado (anda, sé buena, hazme caso, cariñito).

7. Experta en Fitness y Nutrición:

Practica diariamente el detox tecnológico: olvida (por unos minutos, eh, unos minutitos) el ordenador, la tableta, el móvil, la televisión…

8. Psicóloga especialista en estrés y sueño:

¿Sufres niña mía social lang? ¿Fatiga? ¿Insomnio? Vamos a solucionar esos síntomas gestionando de modo responsable nuestros hábitos…

9. Personal coach gymness:

Me vas a empezar ahora mismito las clases de circuit-jumping

10. Psicóloga clínica:

Vamos a enseñarte a gestionar los conflictos, a manejarte en los procesos de ira, agresividad e histeria. Respira hondo… ¡Eh, tú, respira hondo!

Respira hondo, Paula, cierra los ojos: ya ruedas en la bola del mundo.

Entre tú y yo, Charlie, primus inter pares… Tengo que encontrar algún tipo de ocupación alquímica que me distraiga de la angest, de todo la espera inútil, de la conciencia de la nada eterna de después.

Le será fácil, jefe.

¿Mañana lo haremos bien?

Sin duda, jefe.

Qué no haremos insuperable merced a la ciencia infusa…

¿Qué va a pensar de ti, Charlie? ¿Qué eres la madre soltera? Pero él nunca había leído a Heinlen… ni a nadie de su calaña, aborrecía los relatos y las novelas de ciencia-ficción.

Por el amor de Dios… ¿a qué este desorden, esta ansiedad lacerante?

¿Ser bueno? Entre el Diablo y el Dios está el hombre, el eslabón inesperado.

Diotima-Paula te refutan: en tal lugar se halla el demonio, entre los dioses y los hombres.

Que cada uno ocupe un espacio: son intercambiables.

El tipo olvida pronto los agravios sufridos durante el día: lo que el manto, el dormir y el silencio de la noche sepulte, muerto amanezca. No se duerme, se desmaya con el sabor de la última copa dorada en la lengua. A la mañana siguiente no recuerda absolutamente nada .

48 años: ya no tienes a nadie a quien odiar. Has descubierto que los demás son tan infelices y vulnerables como tú, de una fragilidad que los convertiría en seres sin nada a lo que asirse cuando el cuerpo los traicionase definitivamente. Pobres. Al hoyo.

Pero antes… ¡ay, antes!: trece años, o catorce, qué más da.

Era el odiador, El Gran Odiador:

Odiaba a su madre, odiaba a su padre que, al igual que se le hace a un gato o a un perrillo idiota, le sonreía y le guiñaba un ojo cuando se cruzaban por el pasillo, odiaba a sus hermanos lejos de la complicidad fraterna, odiaba al mundo, hasta a él se odiaba, odiaba a los agustinos encapuchados que dejaban un rastro de olor a ceniza y ranciedad al pasar junto a él, odiaba a Dios sobre todo las cosas sentado en las nubes, ahí, a salvo de la mierda del mundo, inmaculado en lo alto del cielo azul y silencioso… ¿Quién o qué tenía la culpa de ese odio tremendo? ¡Ese plato a rebosar de col frita, calabacín y berenjenas rebozadas debajo de sus narices!: Limpito me vas a dejar el plato, advertía su madre en un tono amenazador, erguida poderosa Medea frente a él. Y él, pobre mierdecilla, engullía esos odiosos engrudos como si fueran los hierros oxidados del garrote vil.

En fin, siete años.

Y sin la espada Excalibur en la mano.

Mundo inmundo.

¿Acaso Fiodorov no se entrenaba con él cuando contaba la tierna edad de seis años como si fuese un punching-ball, pobre criaturilla, metiéndole el dedo meñique en el rodillo escurridor de la lavadora antediluviana de su madre?:

¡Confiesa de una vez, contrarrevolucionario del demonio!, le gritaba al oído El Comisario Político Incorruptible con los ojos enrojecidos por la furia, escupiendo su saliva justiciera al rostro del pasmado prisionero, un blanco contrarrevolucionario con los mocos colgando de las naricitas.

 ¿Y si se dejara bigote? Mostacho a lo gabacho (rima al canto)…

Sería más falso que el betún de Groucho Marx.

Cuidado con esos niños que no quieren crecer, que odian convertirse en sumisos adultos: te cortarán la mano de un solo tajo.

Ah, Boceto.

Ah, Paula…

(Ella, a lo suyo.)

Tanta comprecita de moda en las tiendas de Colón, don Juan de Austria y adyacentes… para acabar ahogada recién comprada y sin estrenar en la bañera, como hacía la histérica Ariane en momentos de gran confusión con sus telas.

No se lo cuentes a nadie, ni siquiera a Charlie:

Descubrió que lo suyo no era una crisis provisional, un estado transitorio de precariedad e indefensión física o material, todo eso aún no lo preveía en el horizonte… Era la crisis definitiva, la antesala a la resignación, la memez y la disolución irreversible: era esa bicha reptante que tenía dentro y ya le salía por el rabillo de los ojos y las fosas nasales, dispuesta a amargarle la vida y a hacer todo el mal que pudiera en el exterior.

Esto se lo puedes largar sin el menor remordimiento (va en el precio de la copa, al igual que su capacidad de oyente):

Un ser humano es mucho más difícil de entender que los fenómenos cósmicos, Charlie… si exceptuamos el origen de su creación, el enigmático big bang, y desde luego de un interior mucho más intrincado que una estrella. Sabemos todo acerca del sol, hasta la catástrofe de su misma desaparición dentro de unos miles de millones de años, lo que ya es decir y saber, conocemos lo simple de la combustión que le da vida: cuando agote todo su hidrógeno, ya convertido en helio, se acabó. Qué explicación tan sencilla. Resulta que el sol sólo es una inconmensurable bola de fuego que terminará apagándose como una cerilla, dejará de alumbrar y morirá… matando con él a todo cuanto se halle alrededor de su luz, a toda la vida que esté a su alcance, una vida, la del hombre, que, salvo su nacimiento y su muerte, también simples, es de un misterio y complejidad muy superiores a aquellas reacciones termonucleares de ese sol con los añitos contados.

Lo peor de todo, y déjese de poéticas bienintencionadas, mister Donne, es que sí somos una isla, una isla a la deriva, península de nadie… Una isla volcánica estéril de vida y fertilidad, una isla en medio del océano del universo.

Ah, Boceto, qué difícil es todo, che. Además, su padre ya lo había calado desde que cumplió los siete años, lo que iba a traer cola en lo sucesivo:

Éste, en tres años más, intentando dármela con queso, me esconderá las Confesiones de una doncella inglesa entre las páginas de las Memorias de un hombre de acción.

Papi, que entretenido es este Baroja.

No lo sabes tú bien, hijo de mis entrañas. (¡Capullo!)

¿A los diez años ya se la menea?

Cualquiera sabe: los tiempos adelantan que es una barbaridad, que diría mi abuelo (el erotómano).

Vuestros abuelos maternos estaban los dos locos, sentenciaba el padre Brell a los tres hermanos Brell. Y pensaba, casi con la injuria ya en la punta de la lengua: Más o menos como vuestra propia madre y santa esposa y puta recalcitrante mía que fue.

Padres de padres, ¿quiénes diablos son los abuelos?, sobre todo aquellos que mueren antes de que tú nazcas.

Pues, mire usted, es mentira esto de mis abuelos, no existieron jamás. El mundo no existía antes que yo.

Tu padre y tu madre estaban antes que tú nacieras en él, existían, eran… como fueron aquellos.

Pero a estas dos buenas piezas sí que los conocí, y hasta los toqué y ellos me tocaron.. ¿Qué me dice de los muertos? Ninguno de ellos pudo tocarme ni yo a ellos. No les he visto jamás. A mí, buen hombre, no me basta una fotografía ni tres papeles dando fe de ello.

La realidad no existe: principio de todo arte y toda literatura.

Pues vaya al cementerio y escarbe, encuentre su origen y convénzase de que el mundo ha estado muy pateado antes de que usted, mi incrédulo amigo, pusiera los pies en él.

Antonio Miguel Gay Bernat, joyero y coleccionista de libros eróticos que fue, nacido el 1 del 1 del 1, (uno de enero de mil novecientos uno) murió en el año de gracia de 1957, memorable año de la riada que anegaría de lodo pestilente las calles de tu ciudad natal, tres años antes de que su hija Carmen Gay Giner alumbrase sin apenas esfuerzo, como al tuntún, al tercero de los hijos del doctor en Historia del Arte Bernardo Brell Ferrer, nuestro inapreciable y único personaje entre todos Nacho Brell Gay (a) Boceto.

Otrosí, desgraciado escéptico: esos libracos ilustrados y ornados de bellas damiselas en cueros donde hundes las narices y alegras la pilila desde los nueve años eran de su propiedad, esas doscientas revistillas sicalípticas de antigua periocidad semanal las coleccionaba El Pescador Pecador... ¡Y tantas otras cosas!

Joven murió el abuelo materno.

Lo era, aunque no tanto como la abuela materna, que siete años le precedió en su final.

Moriría entristecido el abuelo materno.

En brazos de puta joven y bien refocilado: un infarto brutal lo dejaría para el arrastre con la cabeza colgando en la entrepierna jugosa y perfumada de la ninfa putísima.

Hombre depravado: noches y noches de la mano de Barbadillo.

Viudo inconsolable, putero sabatino de toda la vida,  esclavo de ciertas necesidades fisiológicas para las que hubo de ingeniárselas mediante servicio pagado que favoreciera el obligado equilibrio del cuerpo y el alma que no para vicios inconfesables: tu abuela materna, la inolvidable locuela Carmen Giner Bernat, nacida el 6 del 6 del 6 (seis de junio de mil novecientos seis) se arrojó a las vías del tren al paso del Pájaro Azul, expreso lento y hasta cansino, un día de primavera de 1950. Y un hombre es un hombre pese a las melancolías y pesadumbres. Justo un año después de la muerte de la madre y esposa del fornicador (a la fuerza ahorcan), libres del duelo y el luto, casáronse tus progenitores: hicieron prole hasta culminarla en ti, donde se ha de agostar linaje de tan ilustres apellidos.

¿Quién lo dice? Tal vez JD. haya prolongado la estirpe.

De éste, con la vista puesta en el cielo seco o con los pies metidos en el barro, sólo han de nacer nabos y coles (a fe mía).

(No fue así, dos hijos tuvo el fugitivo rusticano, hembra y varón. Sé, pues, feliz en tu reposo eterno, Bernardo Brell Ferrer: la historia continúa.)

Me asombra lo poquísimo que uno vive para el tiempo infinito donde esperaba antes de ser vivo y el tiempo infinito que le aguarda una vez muerto.

Padre…

Dime, mierdecilla.

Yo quiero ser un hombre sabio…

Ojo y buen tino… Ya lo advirtió Calderón: Cuentan de un sabio, que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que comía. (¡Y detrás venía otro más pobre aún! ¡Siempre se alarga la desgracia!)

Aprende, pues, desgraciado, aprende lo justo y sé feliz.

Nos basta el sol. (Camus). Pero el sol es una exageración.

Anda, JD., ve y escribe tu historia sentado en un bancal, rodeado de árboles, bajo el cielo poderoso del sol del mediodía, entre los susurros apaciguadores del agua, el crujido de la tierra, el silbido del aire, la hoja mecida de la rama, la estridencia de la cigarra.

JD. se habrá casado con una buena moza de carnes prietas, de las que además de empujar adelante la labor de todos los días tendría mano diestra para salar puercos, refrescar el vino.

Los cielos eran igual de horribles en todos los sitios; hoy, por ejemplo, JD. (que seguramente te hallas bajo un cielo similar, antipático): un cielo tibio y hostil, horrible gris empalideciendo por momentos: pronto se convertirá en blanco candente.

JD. estaba en el sitio donde debía estar un tipo como él: allá donde es posible desordenar el mundo, no ordenarlo, hacer del mundo un rompecabezas, allí donde es posible darle una patada al tablero y mezclar todas las piezas y que sean ellas mismas las que dibujen la realidad… o lo que quedara de ésta. Estar allá donde las cosas van perdiendo su nombre y comienzan a ser sólo cosas.

El sol, simple y gigante, invencible, tenía una función asimismo simple y gigante: ardía y proyectaba luz y calor, hacía germinar la vida allá donde alcanzaba su lumbre. Así de sencillo. Era en la tierra donde anidaba la complicación, la vida era el misterio, el desorden. Al final comprendes la terrible verdad: estás vivo pero estás hecho de muerte, la de antes de tu nacimiento y la de después de tu vida finita. ¡Bonita materia la del ser humano! ¡Hasta dioses y paraísos, material de más humo, tuvo que inventar para aceptar su breve paréntesis entre las nadas! Qué fuerza oscura aquella la del presente que engendraba el impulso para seguir adelante… a otro presente, a desear quedarse anclado en él, pero presente viajero al fin donde has de desaparecer.

¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?, preguntaba la poetisa chilena al Silencio.

No hubo respuesta. ¿Cómo iba a haberla?

¿Cómo era el sol de 1950? Era gris. Muy poco amarillo, y a veces blanco. Un blanco neblinoso de ciego borgiano.

Tu abuelo Antonio Miguel era un sacador de fuego. Un bonito oficio con un bonito nombre, casi de resonancias demiurgas. Vestía habitualmente prendas de vestir azules. Le gustaba montar en bicicleta, ir a pescar al rompeolas del faro, y, más tarde, cuando hizo más dinero aún del que tenía, empezó a coleccionar libros ilustrados eróticos (e incluso pornográficos) que se hacía traer de más allá de las fronteras, de la Francia; también se aprovisionaba  en alguna librería de viejo escondida en el casco antiguo de la ciudad, por las inmediaciones de Lope de Vega y la Plaza Redonda. Otras compras, sin embargo, eran lícitas y respetables, de su tiempo sicalíptico: hasta el año 30 no dejó de comprar ni una semana La novela pasional. Esa peseta cundía lo suyo: pero a los textos de Luis León, Fernando de la Milla, Gómez Carrillo, Carreras, o Jardiel Poncela y Gómez de la Serna, prefería sin duda los dibujos de un erotismo subyugante: las mujeres dibujadas por Penagos, Durán, Varela de Seijas y Reyes i Loygorri que se intercalaban entre las páginas, incitantes, apetecibles hasta el hartazgo, quién jodiera esas carnes. Era hombre jovial, pescador y pecador. Solía reír conejilmente, comprensible y desinteresado ante las flaquezas ajenas. Se las daban al fresco. El las tenía, incluso muchas de ellas cercanas a lo realmente perverso.

Tres días después de haberse casado con tu abuela materna, prima suya en tercer grado, supo que había caído en manos de una demente:

Esto va a ser el infierno… Y para toda la vida, se dijo.

Despreciaba los sueños de esa mujer fantasiosa, y su tosquedad sexual llegaba a repelerle: un cuerpo desmadejado y sudoroso, de una exigencia pueril y decepcionante. Ahora, tan pronto, aún con el empalagoso sabor de la tarta nupcial y el traicionero chispear de la champaña en la boca, descubría que lo que deseaba esa mujer era todo lo contrario de lo que él podía ofrecerle y nada de lo que él podía esperar.

El infierno se alargaría desde 1926 hasta la exacta mitad del siglo.

Hazle en seguida un hijo y la apaciguas, se dijo el joyero en el mismo año de 1926. Se lo hizo: y nueve meses después, ya en el 27,  fueron dos el producto de su estratagema: mellizos, pero el varón murió en el parto. La niña, madre que fue del futuro Boceto, se convirtió en la muñeca de la mujer: la despertaba a deshoras y la vestía y acicalaba como si fuese de cera. Hoy era así; mañana, asá. Hizo de la cría el acerico de sus imaginaciones. La acribillaba con sus delirios.

Mi muñequita… Serás artista como la mamá, le susurraba al oído a la melliza huérfana de su otra mitad. Derretía a la pequeña con su aliento zalamero y sus carantoñas infantiles y reiteradas, agobiantes.

Todos eran malos años los que iban a correr entre ambas fechas, el del matrimonio y el de la muerte: una república alborotadora, un golpe de estado militar promovido por una derecha fascista, una guerra sin cuartel y los cuarenta sombríos, y los más armoniosos pero igualmente oscuros e ignominiosos cincuenta.

Y, ahora, ¿qué?

A pescar.

Ecomiable tarea de pensador: silencioso, cabizbajo.

El taller platero de la calle Juristas proporciona los réditos suficientes para una existencia muelle:  que agachen el lomo sobre el tablix los tres oficiales y el peón de brega, que mantengan limpia las pasteras los aprendices y que arrinconen la escobilla hasta que haga buen montón debajo del crisol, que este alquimista ya la convertirá en oro a su debido tiempo. ¡Qué placer secreto, y hasta vengativo de la enojosa vida doméstica y laboral!: coger la bicicleta un martes laborable, el día más anodino de la semana, elegir la caña, apañar los aparejos de la pesca en la escusabaraja, disponer el bocadillo de sardina de bota aderezada de aceite de oliva, la botella de clarete y dos naranjas, la petaca a rebosar de tabaco picado y enfilar por el Paseo al Mar a las nueve de la mañana hasta alcanzar el mar (¡tan azul!). Cuanto más lejos de la loca, mejor.

La mujer que tenga preparada la comida a las tres en punto, hora perfectamente española y respetable para el condumio. Y siempre arroz. Arroz de mil formas, pero arroz.

¿Qué tal arroz con garbanzos y pasas?

Venga.

Y una ensalada valenciana (crujientes aros de cebolla, hojas frescas de romana, rodajas de pepino, sabrosos trozos de tomate, el rábano incitante).

Hecho.

¿Y no hacen al alimón unas aceitunas negras y unas cuantas alcaparritas?

No se desprecien. Vengan, pues.

Cuando llegaba a casa y se sentaba a la mesa con la cabeza inclinada sobre el plato bien colmado de arroz humeante, ya tenía incluso la radio parloteando sobre el aparador y el porrón lleno de gaseosa y tinto bien frescos delante del vaso, junto al platillo de la mojama en aceite y la hogaza de pan tierno.

Pues, ¿qué tiene de loca esta mujer, si todo es a gusto del cabrón?

Ejemplo ilustrativo: en el lado de su cama tiene colgado, bien visible a la vista, un punching-ball.

¡Rayos y centellas!, exclamaría Pedrín el de las ostras.

Ha hecho de la hija a las primeras de cambio una niña confusa, luego la convirtió en una adolescente aturdida; ha hecho de ella la que no es ella pero la que quería ser ella, ha… Al final, la hija, harta de uno y de otra, salió del huevo sin necesidad de romper la cáscara, a la chita callando.

Los cincuenta… ¿en qué territorio nos movemos?

Pongamos, precisamente, 1950. Funesto año para la loca.

1950 tenía forma de algo raro, pero el color era gris sin duda. Quizás tuviera forma de un poliedro hueco, como esos que, en clase de manualidades, los escolares construían valiéndose de un plano con las superficies ya delimitadas y le daban volumen a base de un engrudo pestilente. Charlie, yo que era un majadero con las manos, exactamente igual que ahora, me untaba de aquel asqueroso mejunje hasta la raíz del cabello.

Repasas anuarios y almanaques, las grandes revistas ilustradas de entonces, y sólo ves un mundo gris, más gris y ceniciento en las españas,  y también todo parece silencioso, de una mudez que no te cuesta nada imaginar. Además, Charlie, yo no había nacido, ¿cómo diablos era posible tal cosa? ¿Qué era eso de Corea? ¿Qué era el Mig-15? ¿Quién era ese Zarra? ¿Quién era la pérfida Albión? ¿Qué clase de bestia hacía rosarios con tus dientes de marfil? Toda una realidad fotográfica y documental susceptible de venirse debajo de un soplido: durante el atraco a una casa de citas, un prestigioso y elegante financiero es muerto de un disparo a bocajarro cuando, por esas cosas que pasan, se hallaba fornicando como una bestia en la cama con una sobrina suya treinta años más joven. “Murió cristianamente y con el auxilio de los Santos Sacramentos”, rezaba la esquela en Las Provincias. La emocionante comitiva hasta el camposanto fue multitudinaria, se añadía en un al pie de la foto.

Yo sé de uno cuyo abuelo, a lomos de burro, era vendedor ambulante de estampas religiosas por las aldeas más recónditas de las españas profundas: a veces por una arroba de higos, un pollo o medio jamón entregaba una Dolorosa de tamaño grande y de regalo un Corazón de Jesús, aunque de más pequeñas dimensiones.

Pero venían enmarcados en dorados, lo cual era importante…

Yo sé de otro, de más noble origen aunque en clara decadencia, que tenía una abuela que enjoyada y bien vestida, maquillada y con el tocado a la perfección, oculta en casa, cosía a destajo en una singer seis o siete horas diarias por encargo de varias sastrerías selectas: 250 puntadas por minuto.

En el año 1950 aún vivía don Pío, así que nuestro prolífico escritor suelta la novela correspondiente y con el debido título barojiano: El cantor vagabundo.

¿Y tu abuela que leía?

Probablemente terminarían de volverla loca la señora bovary y la señora karennina: esas mismas muertes, de propia voluntad, remedó al arrojarse a las vías del tren.

Gran lectora, pues: por puro entretenimiento, deleite y regocijo, sin adiciones espurias que enturbien o entorpezcan una narración que nunca pretendiera en su gestación dobles lecturas.

Pero antes, casi destruye lo que más amaba: a la niña Carmen.

A su marido lo despreciaba: comodón, autosuficiente, pornógrafo. En mil debilidades lo había visto incurrir, y, sin embargo, el hombre, el home, se las tenía por artesano respetable, paciente pescador, ciudadano honorable, padre cariñoso y… esposo indiferente hacia la esposa en todos los aspectos. Sólo parecía interesarle en casa la radio conectada a su emisora favorita y la mesa puesta cuando él llegara a la hora de las comidas. Con los cuarenta duros que le ponía en la mano a su mujer el lunes de cada semana se cerraba todo el capítulo de sus obligaciones.

Pues, ¿qué esperaba ella?

Muy lejos estaba él de las tentaciones de ella.

Arrós y tartana,

casaca a la moda,

¡y rode la bola

a la valensiana!

Antonio Miguel Gay Bernart

Carmen Giner Bernart

Caballeros, 6 Entresuelo-

Tlfno. 15230

VALENCIA

La dejaba él con sus novelas y libros de arte, el tedio de sus ocios domésticos, su muñeca viviente…

Gay Bernart

Taller de Platería y Joyería

Juristas, 4-Tlfno. 10675       VALENCIA

Lo dejaba ella asqueada con su caña de pescar y sus librotes de contabilidad donde se admiraba (y hasta no daba crédito, ¡pero qué mágico el oro!) el buen hombre de la creciente prosperidad de su taller de joyería. Poseedor feliz de más de un millar de diseños de dijes, pulseras, sellos, broches, sortijas de complejos engastes, gargantillas y collares, tresillos, pendientes, colgantes y alfileres primorosos, seleccionaba para sus clientes, mujeres en su mayor parte, el dibujo más cabal de la joya solicitada, lo ponía en manos de sus oficiales, entre los que se contaban plateros, pulidores y engastadores y un grabador a tiempo parcial, indicaba alguna mínima instrucción y se apresuraba a coger una

de sus cuatro cañas de pescar y salía zumbando hacia la playa.

El taller, como una máquina bien engrasada y reluciente, funcionaba solo sin necesitarle a él para nada salvo su dirección selectiva y estética iniciales  y los asuntos estrictos de tesorería. Joyas de creación exclusiva así como las decenas de composturas diarias hinchaban su faltriquera como si nada.

¡Qué cosas! Y él cara al mar, pescando… Sin preocuparse en absoluto de los asuntos mezquinos. El mar, el inefable horizonte, la vida , la muerte, qué cosas…  ¡Toda una filosofía!

Era lo que podría conocerse hoy y por aquel entonces como un matrimonio bien avenido. Del bracete paseaban los sábados por la tarde san Vicente arriba, san Vicente abajo, desde Reina hasta san Agustín. Los domingos, antes de la guerra y después de la guerra, que a ellos esos asuntos mundanos poco les importaban, tomaban indistintamente un chocolate a la taza o una horchata en los alrededores de santa Catalina.

Una vez al mes los señores de Gay se desplazan a Madrid en tren (primera clase) para asistir a una obra de teatro. No importaba cual ni de qué autor, siempre que no se tratase de un musical, una comedia o una zarzuela: pues tales las consideraban como meros espectáculos o pasatiempos. Pasaban dos días en la capital hospedados siempre en el mismo hotel cercano a Opera; de igual modo, por costumbre arraigada, frecuentaban un restaurante castizo de la cuesta de Cuchilleros (exotismo capitalino, digamos). Durante el viaje de regreso a Valencia comentaban lacónicos, como desganadamente, los insulsos incidentes de su estancia madrileña (hasta el mes que viene, adiós), las comidas ingeridas, los paseos por la Gran Vía y el Retiro y, acaso, recordaban en voz alta algunos aspectos meramente anecdóticos de una obra que en tiempos de la república pudiera ser de Echegaray, Benavente o Casona, y en la postguerra y en años de más adelante, de Pemán, Calvo Sotelo o Buero Vallejo (del que nunca fueron conscientes de la carga política oculta con astucia en sus textos dramáticos), quizás el Priestley de El tiempo y los Conway.

¿Eso era todo?

¿Qué es todo? ¿Qué más se puede pedir? Ella tenía su muñeca a la que disfrazar y pervertir, en la que recrearse, reinventarse e incluso nutrirse intelectualmente a medida que la niña Carmen crecía, y él tenía su caña de pescar, sus platos de arroz, su ensimismamiento, el mar y su horizonte filosófico. Un mundo perfecto para ambos. Cada uno en el que tenían cabida sin mayores sobresaltos (y la nave va).  Cada uno a lo suyo. Flotaban apaciblemente sobre el mar de la tranquilidad.

El otro noventa por cien oculto debajo de las aguas mansas fue lo que hundió al Titanic.

El primer intento de suicidio de Carmen Giner fue sólo un primer intento de recuperar el amor de su marido que, sin que ella llegara a comprender la razón, había perdido a las primeras de cambio, como si una fuera un caramelo sin el papel brillante ya degustado, saciado y deglutido: se hizo sin demasiado convencimiento un ligero corte con la navaja de afeitar de aquél. ¿Estás loca?, le reprendió el joyero sin apenas alzar la voz cuando la descubrió sollozante, mirándose incrédula el hilillo rojo que se deslizaba sobre la piel blanquísima, sentada en la taza del váter. Le limpió con alcohol (pero antes puso bajo el agua del grifo la aguda hoja de la navaja de bello mango nacarado, su navaja) la sangre de la muñeca, vendó la liviana herida y con absoluta frialdad, sin perder la calma ni un instante, acto seguido le propinó una  bofetada a la mujer que la dejó tambaleante durante unos segundos hasta que cayó al suelo. Tres días tardó en desaparecer de su mejilla derecha la huella morada de los dedos del pescador de caña (bueno en la plaza; malo en la casa). Tres días que transcurrieron con un absoluto silencio entre ellos y las torvas miradas de soslayo.

El segundo intento fue más serio. No sabía si quiso matarse, pero sí hacerse daño de veras. Y, por encima de todo, hacerle daño a él, al home. La niña Carmen contaba nueve años por entonces, y aquella tarde de lunes, se hallaba en el colegio, en las Trinitarias de Navellos. El home, todavía amante de los paseos en bicicleta, había desechado la idea de coger el Oldsmobile, y se dirigía dejando atrás los Viveros al malecón a golpe de pedal con todos los aparejos de pesca y su botella de clarete. Un asunto de cierta importancia lo había entretenido hasta el mediodía en la Sociedad de Metales Preciosos y había desbaratado su jornada matinal de pesca. Inmediatamente después de comer, incapaz de resistirse, decidió que no dejaría pasar las horas vespertinas en balde: apagó la cháchara de la radio, desestimó la siesta reparadora, dio por concluida la digestión y… a la playa, rediós, que ahora ya alarga el día. La suicida (pues así podemos calificarla ya que acabó matándose finalmente años más tarde) perpetró la penúltima tentativa ese día de finales de primavera, dos meses antes de que estallase la guerra civil, en mayo de 1936, a punto ella de cumplir treinta años de edad. Por la mañana había dado un largo paseo: salió de Caballeros, cruzó la plaza de la Virgen y Reina y por la calle del Mar alcanzó la Glorieta. Hacía una mañana espléndida, luminosa y clara, con el aire henchido por el olor floral de las cien cruces de mayo. A cada paso aspiraba profundamente una brisa marina que le refrescaba la piel del rostro, la de los brazos desnudos, las piernas sin medias. Vestía un traje ligero, con estampados muy vistosos y se había pintado los labios muy rojos, como a ella le gustaba. Sostenía en el antebrazo izquierdo un bolso pequeño acharolado. A la altura de los ficus que daban al Palacio de Justicia, se detuvo a mirar por enésima vez las intrincadas y gigantescas raíces que sobresalían de la tierra (Tu abuela Carmen también se quedaba encantada contemplando los ficus del Parterre y la Glorieta, le confesaría mucho tiempo después al Boceto de diez años su madre, hija de la suicida.) y creaban un enredijo monumental que la fascinaba por entero: el escondite ideal para una imaginación infantil. Luego, levantó la vista a lo alto, al inmenso cielo verde y sombrío de las profusas ramas. De repente, le asaltó la idea de comprar flores, un ramo de flores, un hermoso y gran ramo de flores que estallaran de fragancia y color ese día fatídico. Se iba a regalar flores, iba a comprarse tres docenas de flores, cuatro docenas de flores… y después se mataría (se mataría un poco).

¿Por qué no me mato?, se preguntaba, como ya se ha citado hasta la extenuación, Albert Camus. Y no puede uno hallar la respuesta acertada, cavilar un buen motivo que justifique o, al menos, que preste algo de lógica al hecho de no suicidarse sin que entre en juego un rapto de desesperación o de locura: uno defiende su yo a dentelladas: la vida es posible porque yo estoy en ella. Ese yo la visualiza, le da forma y materia, la hace creíble: toda la vida entera se cimienta sobre este yo escrutador,  único, insoslayable hasta que pierdas el sentido de ti mismo y del mundo.

La pregunta se simplifica mucho con un sencillo cambio de sentido: ¿por qué me mato?

Un tropel de razones (desaires, flaquezas, ofensas, infamias, miedos, incertidumbre, enfermedad, dolor, desamor, la soledad inevitable, tedio… y porque nadie te regala flores) acuden a la mente, no tienes ni que buscarlas, te vienen solas: te matas porque estás de mierda de razón teórica o de razón práctica hasta las cejas.

A la hora de comer, las tres en punto de la tarde, el home, silencioso y huraño a causa de la mañana perdida en trámites enojosos, se dispone a tragar su arroz sentado a la mesa de gruesas patas de nogal. La radio en este mayo de mil novecientos treinta y seis arde por todas sus válvulas encima de la atalaya del aparador: aún duran los ecos de los alardes marxistas del Primero de Mayo: Patrocinada por el poder público, ha sido una demostración de fuerza sin precedentes, ha sido un día en España íntegramente rojo. Pero en medio de esta apoteosis roja un  prohombre de las filas socialistas, clarividente y previsor, rechoncho y listo, atiza un aldabonazo en la conciencia de una masa demasiado exaltada e inocente que la misma radio (pero otra emisora) airea a los cuatro vientos: He visto a Franco pelear en África –asegura el socialista- y sé lo que digo. Este general por su juventud, por sus dotes y por el respeto que le profesa el Ejército es muy capaz de acaudillar un golpe de Estado o una revuelta violenta contra el Gobierno…

Entretanto, don José Antonio Primo de Rivera repasa en la Cárcel Modelo de Madrid el bachillerato. La magia radiofónica se presta a sus burlones comentarios: No me importan dos años de cárcel. Repasaré el Bachillerato. Nuestro hombre, a pocos meses de su muerte, viste un mono de dril azul, lee sus libros, se fortalece con sus oraciones, se consuela vaticinando su propia leyenda, escribe panfletos incendiarios denigrando una república aupada con los votos de un pueblo soberano, conspira contra el Gobierno mediante correveidiles y come las viandas que le sirven ex profeso de una taberna próxima a la Modelo, mucho más apetitosas que el miserable rancho carcelario.

La radio no miente nunca, se dice el joyero mirando la cuchara rebosante de arroz con trocitos de pimiento y carne picada que va a echarse al buche.

Mayo del 36:

Militares de España, ante la invasión de los bárbaros, ¿habrá todavía entre vosotros –soldados, oficiales españoles de tierra, mar y aire- quien proclame la indiferencia de los militares? Está en litigio la existencia misma de España como entidad y como unidad…

Todo preparado, 11 de mayo de 1936:

don Manuel Azaña es elegido presidente de la República (y, ahora, ¿qué?)

cabalgan sobre las ondas males invisibles

don Francisco Franco urde las últimas costuras de la traición

don Emilio Mola afila el sable sacado de la vaina

don José Sanjurjo, El león del Rif, cargado de medallas y con las maletas abultadas con atuendos de capitán general está a punto (a dos meses) de estrellarse y morir (y murió) a bordo de una avioneta que a duras penas soporta durante un corto vuelo el peso de la grandeza de su petulante pasajero y el peso inconmensurable de su vanidad

11 de Mayo de 1936:

damas catequistas y monjas reparten caramelos envenenados a los niños pobres

¿eso es cierto? ¡qué más da si lo es o no, estamos en guerra!

turbas comunistas desnudan, golpean y arrastran por el suelo hasta casi despellejarlas a cuatro monjas

¿eso es cierto? ¡qué más da si lo es o no, estamos en guerra!

don Santiago Casares Quiroga: He dicho y repito que no estoy dispuesto a tolerar una guerra civil en España

don José María Gil Robles: Nosotros no vamos por caminos de violencia

don José Calvo Sotelo: Hoy el principio de autoridad está a los pies de los enemigos jurados del Estado español

en Valencia, a cien metros de tu casa, en la plaza de Castelar, centenares de huelguistas levantan barricadas: tendrás que dar un rodeo, no vayas a recibir un ladrillazo

¿te vas a poner ahora a leer La traca y Fray Lazo, cabronazo?

la Feria del Libro de Madrid es este año una barraca rusa

dos semanas más tarde: juicio ante el Tribunal de Urgencia, en la Sección primera de la Audiencia Provincial, constituida en la Cárcel Modelo de Madrid:

don José Antonio Primo de Rivera: ¡Qué vergüenza ser víctima de una chusma indecente!

don José Antonio Primo de Rivera: ¡Arriba España!

don José Antonio Primo de Rivera: ¡Váyanse a hacer puñetas!

Secretario del Tribunal de Urgencia: ¡Tan chulo como su padre!

al escuchar esas palabras, don José Antonio Primo de Rivera no puede contenerse, se vuelve contra el secretario togado y de un puñetazo le hace tambalear durante unos instantes

el secretario se repone, agarra un tintero que encuentra a mano y lo arroja a la cabeza de su agresor, hiriéndole

don José Antonio Primo de Rivera: Ya no hay soluciones pacíficas, la guerra está declarada…

don Miguel de Unamuno (artículo alimenticio):

hace unos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que quería linchar a los magistrados, jueces y abogados. Un grupo de chiquillos desharrapados y tiorras desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas y una con un cartel que decía: Viva el amor libre! Y un saco. Que no era, ¡claro!, del que se liberó el amor…

don José Calvo Sotelo, quitándose el pijama ante sus raptores: no te asustes, querida, me llevan detenido, pero volveré en seguida

don José María Gil Robles: Cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción

don Francisco Franco: ¡Ha llegado la hora!

¡A las armas!

doña Dolores Ibarruri: ¡No pasarán!

apaga la radio

en fin, se dice nuestro pescador, alejándose ya de la mesa y de la loca, con la barriga llena de arroz y la caña de sedal en la mano, en busca de su bicicleta, no llegará la sangre al río

qué día.

Hale, a pescar.

Y la loca, claro, se quedó sola en la casa, a sus anchas, nada ni nadie le podría impedir, pues, su resuelta decisión.

La niña Carmen aún permanecería una hora larga en el colegio y el home, cebando traicioneramente de lombrices el anzuelo, cara al mar y con el bello sol de una tarde de mayo caldeándole el cogote, de seguro que no volvería hasta el anochecer.

Llamó a la floristería. Con voz enérgica exigió que en menos de quince minutos llegaran a casa las flores que había encargado esa misma mañana, antes de regresar al hogar y disponer lo necesario para tener la comida del home a las tres en punto.

Doce minutos más tarde, el recorrido de los puestos de flores en Castelar al domicilio de los Gay-Bernart, en Caballeros, 6, no precisa probablemente un empleo mayor de tiempo, sonó el timbre de la puerta: era un mozo acarreando las flores, un jovenzuelo tocado con una gorra astrosa, vestido con un blusón azul marino y unos anchos pantalones mal caídos sobre las alpargatas, con la cara casi oculta al completo por la inmensa fronda floreal que formaban las cinco docenas de azucenas, rosas, gardenias, lirios y nardos. Con la peseta de propina ese gañán en ese tiempo tiene suficiente para alegrarse el cuerpo (al alma no suele prestarle demasiada atención, ni falta que hace) durante toda la noche: vino tinto con sifón y frutos secos con la deslenguada de su partenaire del barrio de Patraix. O quizás el tipo y la indumentaria ordinaria llamaban a engaño, y acabara siendo un destacado miliciano de un batallón anarquista durante la guerra civil que se avecinaba indetenible, ya a las puertas de las torres de Serranos, o un inflexible dirigente del POUM con pistola al cinto y autoridad incuestionable. ¡Quién sabe en estas épocas de turbulencias y equívoco maremágnum! Todo puede suceder saliendo de las alcantarillas, bajando del cielo blanco y candente, tan próximo todo del verano terrible.

Carmen Giner, sumiéndose ya en la somnolencia producida por las pastillas, bien calculado su número, inocuo, que ha ingerido, se halla completamente desnuda frente al espejo. Es alta, muy delgada, de cabello muy negro, que ahora le cae en cascada por encima de la espalda; tiene los ojos negros y brillantes, muy hermosos, y las cuencas muy oscuras acentúan el fulgor efímero y veloz como el destello de una daga que proyectan las pupilas, una muy brevísima irradiación se diría que maligna, inquietante al menos. La mujer se examina sin prisas, sin aprensión: es huesuda, de piel cetrina; observa los senos pequeños pero bien enhiestos todavía, el vientre terso, las rodillas de piedra, el pubis de araña con la pelambrera negra y rizada que alcanza hasta las ingles. Durante unos minutos escruta en el espejo algo que el espejo no puede delatar. Al cabo, acerca el rostro al azogue mentiroso, susurra: ésta no soy yo… yo soy otra cosa, siempre he sido otra cosa. Cierra los ojos. Ahora. Una mujer de treinta años, que diría Balzac. Ahora. ¡Qué pronto!

La bañera está llena hasta los bordes de agua cálida, de olorosos aceites de baño… y de flores: un lecho de espléndida coloración, fragante, de una gran belleza: la mujer había cortado antes los tallos, así que ahora sólo las perfumadas hojas de colores, los cientos de pétalos de una policromía incendiada, lujuriosa, radiante, rebosaban casi los curvos límites de la esplendente pila.

Ahora yacía sumergida entre las flores con la cabeza apoyada en la repisa esmaltada de un blanco cegador, sumiéndose más y más en un gran sueño, pero sólo sueño, y luego, pensó, el despertar purificada y más bella que nunca por el baño floral.

Su marido, el pescador de caña, la descubrió a la luz de un sol de cobre desplomándose muy cerca ya de la tierra, denso, rojo y aún omnipotente.

El sol de todos los días, el que irradiaba generoso la luz, pero que también procuraba la noche reparadora, astro suicida que consumiéndose hacía prosperar la vida en la tierra que giraba en torno suyo.

En los cuadros de Rothko, debajo de los colores, siempre parece haber algo más, como un oráculo, o una oración, o una sentencia, o un  mensaje ocultos tras las finas capas de óleo, tras la liviana textura hipnótica… Por eso uno está mirándolos en silencio tanto rato.

No era el artista el que rezaba: el pintor te convocaba frente a la obra para que fueses tú el orante. De repente te habías convertido en un prosélito de su religión… que era muda, toda contemplación. La catarsis te la endosaba a ti, él se limpiaba las manos (volvía a leer a Esquilo y a canturrear a Puccini por lo bajo).

Todo pintor es un charlatán.

No siempre. Joan Miró no soltaba una. Aunque, ahora que lo pienso, a éste también le gustaba canturrear. Pero si son como niños con el dichoso pincel en la mano…

Comprobarlo me hubiera gustado a mí. Estos de parecido algo mustio, de boquita cerrada y sonrisita curial, si les das ocasión, empiezan a largar de todo lo divino y de todo lo humano y no hay noche ni alta madrugada que los detenga.

Como niños…

Como niños… que huelen a carne añeja como de adultos.

¿Te he dicho ya que a Picasso siempre le recordaba Miró un niño que juega con un arito?

pues sus cuadros no dejan de recordárnoslo. Toda la sabiduría del adulto genial escondida (como el juego del escondite inglés) tras esa atractiva pintura de maquiavélica geometría coloreada. Este juega con enigmas como otros con sus piezas de Lego construyen edificios imposibles y formas ininteligibles: es un artista nada infantil que sueña como un niño.

Y al son de un violín.

Viernes, mayo de 1975:

Padre… Padre no contesta, absorta su atención en el sombrío plató de La Clave, cuyos tertulianos en coloquio educado se hallaban envolventes en un sabio claroscuro sentados en cómodos sillones tubulares flanqueados por pequeñas mesas donde se posan brillantes vasos diamantinos medio llenos de agua (¿o sería tales líquidos los estimulantes ginebra, vodka, orujo…?)

Padre… ¿Qué era la abuela Carmen? ¿De qué estaba hecha? ¿Por qué era tan distinta a la abuela Amparo? ¿De qué materia y de qué espíritu eran esos seres invisibles? ¿Hablaban y todo? ¿Qué clase de insectos son éstos? ¿Vinieron de la nada y allá volvieron?

Su padre le miró por un momento sin entender lo que el mierdecilla decía, y luego, de nuevo, inexpresivo, fantasmal en las sombras, dirigió la vista a la pantalla. No contestó absolutamente nada. En realidad, ni siquiera había entendido la pregunta. En realidad, ni siquiera había visto a su hijo, ahí, a un metro escaso de su asiento: el hombre con su pipa en la boca; el adolescente con algo extraño en las manos (¿un libro en la cuasi oscuridad?), envueltos ambos en la penumbra azulada, sombríamente láctea, acuchillada de cuando en cuando por un súbito resplandor de la luz catódica. En realidad ¿qué importaba todo?

¿Tu abuela? ¿Tu abuelo?

El oro es un buen escudo en todas las guerras, las blancas, las rojas, las azules, las negras…

Con ese metal sales bien librado de cualquier escaramuza: compras hasta las almas.

Tres años de guerra bastaron para que a tu abuela Carmen se le recompusieran los huesos de la cabeza. A decir verdad, fueron los años más felices de su vida. La niña Carmen crecía, ella se desentendió del marido, que seguía aprovisionando de alimentos la despensa como si tal cosa:

¿Y esas naranjas, y ese quintal de arroz, y ese solomillo, y esos huevos, ese bacalao, esa…?

Extiende la mano, amigo, que voy a dorar su palma con estos polvos mágicos amarillos y vivificantes como el sol.)

Y… cualquier momento del día, de la mañana o la tarde, lo vivía con tal intensidad, como si todo fuese un acontecimiento, un espectáculo para sus ojos, que se preguntaba si ese renacimiento sensorial que la llenaba de asombro y excitación no obedecería a los efectos secundarios de la medicación con que habían estado atiborrándola durante los meses siguientes a su baño floral. Pero, ahora, era todo distinto. Los engañaba como a chinos, al médico, al marido, a los vecinos, a todo dios. ¿Te has tomado la pastilla, querida?, indagaba el ciclista pescador sin dejar de mirarle a los ojos. Naturalmente que sí, querido. Es por tu bien, ya lo sabes. Por supuesto que lo sé (amado esposo). Por supuesto que hacía tiempo que las pastillas, una a una, terminaban en la taza del váter. Luego, orinaba copiosamente riéndose por lo bajo, tiraba de la cadena y… a volar, que muchas son las mieses.

La ciudad estaba en guerra, pero eso no significaba gran cosa. Al menos para ella. Ni tampoco para el joyero acaparador. Ella, a lo suyo, que era mirar a través de los visillos la calle siempre animada, en ebullición constante por el paso de los automóviles y las gentes que iban de aquí para allá entre ellos, viniendo de la plaza de la Virgen o dirigiéndose a ella, o dibujando infatigable retratos de seres y personas imaginarias, leyendo a los sicalípticos que el home, ¡pobre iluso!, escondía detrás de los seis voluminosos tomos del Espasa. Y él, sin soltar la caña de pescar, cebándola sin descanso, cada día más grueso, más bien cebado también él, dedicado a sus trueques y cambalaches, a sobrevivir en tiempos de… la penuria de los otros. Le habían confiscado al hombre su Oldsmobile, pero, bueno… Mientras no pusieran la mano encima de su bicicleta… Y en cuanto al oro… ¡va listo el que lo busque! ¡Alquimista ha de ser como yo, capaz de disfrazarlo de mil maneras y de recuperar su brillante dorado, la magia de su apariencia en cuanto me venga en gana!

Vas a ser una gran artista, la mamá te lo dice, y no te engaña.

Dilo conmigo: voy a ser una gran artista, voy a ser una gran artista…

Voy a ser una gran artista, afirma la muñeca.

Repítelo.

Voy a ser una gran artista.

Una vez más.

Voy a ser una gran artista.

(Mantra bienhechor y poderoso.)

Así está bien. Debes de creerlo, hija mía. Debes creértelo por encima de todo. Y a ellos, al home, engáñalo todo lo que puedas, desconfía siempre de él, de ellos, sé consciente de su perfidia, sé su enemiga eterna y muda, insobornable y paciente, (paciencia y mala intención) y si la desdicha inevitable y la afrenta se hacen ya insoportables, si el asco o la abulia, que viene a ser lo mismo, es lo que preside los días de tu vida, golpea donde más duele, sin un gesto, sin alzar la voz, impasible y en calma, un golpe único y certero, basta una sola decisión, pero una vez tomada no hay vuelta atrás: un tiro en toda la frente, abandónale… con sigilo, sin ruidos, sin explicaciones, sin palabras… Adiós, adiós. De la noche a la mañana: adiós. Deja al home… y también a la parentela si la hay.

Adiós, adiós.

Mira, ¿sabes de quién es este retrato? No, no lo sabes… porque no es de nadie, es inventado, irreal, inexistente. Está en mi imaginación, habita en ella sin peligro, es mucho más real que todos los hombres y mujeres que me rodean con sus carotas y sus risas, con sus expresiones de susto o alegría. Al mundo real hay que despreciarlo, desarmarlo con la propia invención, darle la vuelta como a un calcetín, sólo de ese modo serás capaz de descubrir sus entretelas, ese forro como gastado que se halla debajo de todos nosotros, de todas las cosas… Crea las imaginaciones del mundo y sus hechuras de carne.

Mira, a ése lo viste su forro, y huele a cerrado, a polilla, a desván y telarañas.

Mira a ése con el cuello de la camisa vuelto del revés, esconde los deshilachados…

Qué años finalizando los treinta: el cura gordo, asustado e inocente clavado en la pared por los disparos del mauser del miliciano vengador de su estirpe, las alpargatas teñidas de rojo por los charcos de sangre del menestral suicida, el obrero con los grandes ojos abiertos reventado a bayonetazos por los valientes de rojo y negro con sus bocazas de señoritos cantando cara al sol…

Mira a esa otra, ataviada de pespuntes y costuras, se le descuelgan los hilos de la… ¡mortaja!

Sucias radiografías. El forro es la última piel, después de eso, adiós.

Mira a ese campesino recogiendo los pedazos de sus propios sesos sobre la tierra castellana marchita, reventada la cabeza por los disparos del militar felón, esparcidos por el yermo de su vida andaluza, mecidos por la mar de levante, sesos anónimos que nunca serán nombrados…

Mira estos dibujos de loca, de loca antes de la locura de los otros matándose tan cuerdos.

¿Sabes lo que es esto? No, no lo sabes. Pero mamá te lo va a decir. Es un ser inexistente, mitad humano, mitad animal, y hasta puede que, quitando un trocito a alguna de aquellas dos mitades, un poco también de imposible, alguna parte extraña adherida a él de otra forma que no le perteneciese, procedente de otra tierra poblada con nuestras imaginaciones y figuraciones más secretas.

¿Sabes por qué la mamá dibuja estos retratos, estas máscaras, esos pliegues y repliegues de unos rostros sin identidad? Porque todo lo inventado es mejor que lo real, que sólo es. Para crear hay que ser un dios, para copiar basta con unas manos y unos ojos. El mundo al que pertenecen estas criaturas está por hacer, y eso es lo fascinante, lo que los define y los sitúa por encima de los seres como nosotros, tan iguales a pesar de los rasgos diferenciados, huéspedes de un universo que ya estaba hecho de leyes y principios antes que nosotros y al que todo se lo debemos. Pero éstos… Ellos son huérfanos de una tierra, flotan aún en la nada, recién creados. Mira, ¿ves esta cara, esos trazos negros que configuran unas facciones individualizándolas de las de los otros que los acompañan? No es de nadie del mundo tuyo y mío, es una creación, ha surgido del vacío absoluto, de esos trazos negros y no de ningún modelo conocido. Va a necesitar un mundo donde existir, así que lo siguiente después de crearlos es imaginar, sin tener que construirlo, sólo idearlo, un lugar donde aposentarlos… Y esa es la parte más fascinante de mi trabajo, imaginar ese mundo sin tener la necesidad de dibujarlo… Son seres creados antes que el mundo que ha de albergarlos, navegantes siderales aún sin asideros terrenales, o marcianos, o jovianos, o saturnales, o cósmicos, siempre volanderos en la negritud espacial… Si les creas antes un mundo les condenas a él, los fabricas de su misma conciencia y materia que los predetermina sin miramientos. Sí, antes que el planeta que los cobije hay que imaginar un nuevo universo, sus leyes, la sustancia que engendra la hilatura que lo enlaza de principio a fin,  hay que imaginar hasta su propia razón de ser, la aleación química tan afortunada que posibilita estos seres y estos rostros, su misma tierra prometida… Primero el universo, luego ellos, y finalmente el mundo. Ahora, a tu edad, es probable que no entiendas a la mamá, pero ya lo comprenderás todo dentro de unos años. Entonces, tú, que vas a ser una gran artista… porque, tú, ¿vas a ser una gran artista, verdad?, claro que sí, entonces, te digo, comprenderás muy bien lo que la mamá trata de explicarte: son los símbolos que nazcan de tu interior, sin los trucos y trampas del mundo exterior, los que aún borrosos, indescifrables, harán que consigas lo que te propongas o enmienden las torpezas cometidas en momentos de inconsciencia y desánimo. Créate los símbolos antes que los nombres, que la cruz sea un símbolo antes de que en ella claven al hombre o al dios y ese crucificado la convierta en cruz, crea la forma antes que el alcance de su representación, crea lo que no sabes todavía, los seres de la nada, la misma nada, y, luego, muy luego, créales los márgenes del mundo por donde han de transitar. Una está, tiene que estar, antes que el mundo, es la única manera, sabes, la única manera de que te libres de todos los borrones con los que se empeñan en desfigurarte. Mira estos dibujos de loca cuando caen las bombas y los hombres y mujeres cuerdos se matan entre ellos, feroces suicidas todos ellos que necesitan una guerra para destruirse, son dibujos de seres, no simples manchas de color, no son deudoras de un formalismo nada atractivo, escueto por su pobreza inventiva: mis obras son más que colores y trazos, son seres vivos sin mundo, he ahí el gran secreto, son habitantes ni siquiera desgajados de un lugar, sino que, precisamente, están buscando ese lugar para instalarse de una vez y dejar de ser errantes no en la oscuridad, puesto que tan visibles son, tan materiales y contundentes, sino en la más brillante luz, aquella que a veces incluso logra hacerlos desaparecer por el demasiado fulgor que proyecta, y así de ese modo resulta que la propia claridad los esconde a nuestros ojos, aunque no la huella indeleble que dejan tras de sí, su incuestionable existencia...

¿Eso ha sido una bomba? Tremendo ruido… ¡Qué ciudad de sobresaltos! Ha sido tu padre que ha cerrado la puerta de golpe. ¡Qué hombre!, ¡l’ home! Dios nos libre de las buenas personas, porque ese no ha hecho mal a nadie… y sin ser creyente, que cuesta pensarlo. El pescador ciclista se limita a vivir su vida y que los otros, lejos o cerca, se vayan muriendo en paz, aburridos o desesperados, que a él tanto le da mientras no salpiquen. Mira este retrato… ¡Eres tú! Bueno, todavía no. Esa es la verdad, para qué mentir. Lo serás cuando encuentres un lugar para serlo. Ahora que lo pienso, ¿está en su punto el arroz de l’home? Son las dos y veintitrés del mediodía, ah, bueno, tiempo de sobra hasta las tres, cuando hay que ponerle debajo de los morros la pitanza. Y hoy, ¿qué tenemos? Arrós al forn. Pues habrá que ir a la tahona a recoger la cazuela. Una minucia el trabajo de hoy que atender: ni mesa hay que preparar, sólo mantel y vaso, el porrón y el platillo con el esgarraet: el tío llena la cuchara de madera directamente de la cazuela y se llena el buche, y trago de porrón viene y trago de porrón va… amenizados por los partes propagandísticos y exaltados (todo es mentira: los facciosos avanzan en todos los frentes en este año de gracia de 1937) de la radio: camaradas, sabed que la victoria está más cera…. Etcétera, etcétera…) Valencia también se ha llenado de facciosos, se esconden por cualquier sitio… Ya se encargarán de hacerlos papilla los de la Columna de Hierro, si antes no ha acabado esta legión depredadora en su orgía presidiaria prendiendo fuego por sus cuatro costados a la ciudad. Mira, hija, estas son las épocas, y qué épocas. Luego acabará la guerra, las guerras siempre acaban antes de que todos se maten entre sí, no son tan tontos los que aún están vivos, porque siempre hay sobrevivientes, y hay que enterrar a los muertos,  y reponer fuerzas cargados de medallas pinchadas en las guerreras, como aquel que viene de jugar un partido de fútbol y se zampa un bocadillo de chorizo o de anchoas, no van a estar durante toda la vida resolviendo las cosas a tiros, hay que vivir durante una temporada en paz, realizar dividendos, y luego, otra guerra, más muertos. Al parecer, a la tierra, para que no se marchite, se la riega con sangre de tanto en tanto, y eso la mantiene lozana, bien nutridita, como tu padre con su arroz y sus porrones de vino con sifón, que así está de lustroso. ¿Sabes, hija?, es un poco indecente confesarlo pero, qué cosas, creo que estos están siendo los años más felices de mi vida, por fin he comprendido que todos, absolutamente todos, somos unos pobres diablos directos al cementerio, y que no importa que sea más o menos temprano, que sea cuando toque, y el que quiera adelantarlo, pues, eso… Somos como los gusanos con que tu padre ceba sus anzuelos, la carnaza de la que se alimenta la tierra… la vida. Gusanos que se comerán otros gusanos a su debido tiempo. Solo que tenemos que olvidarlo por bien de la etiqueta obligada, por esos pruritos de urbanidad que nos permiten relacionarnos con los demás sin chirridos inoportunos, vivir como si la muerte no existiera, guardar las buenas formas, ¡qué mala educación recordarle a tus contertulios, ricos o pobres, sanos o enfermos, jóvenes o viejos, que van a morir, que un día acabará todo de golpe, y nosotras las artistas indomables, todavía tenemos que ser más ajenas a ese destino final, desentendernos de él, puesto tenemos una misión que cumplir, la de lanzar al mundo obras de arte, obras que remuevan más que las balas el espíritu de las gentes, y hacerlo sin los aspavientos con que los otros lanzan bombas. Mira, ¿ves esta cara? No existe en este mundo, ni en ninguno, porque en eso ando yo, creando un mundo para ella…

Pero antes hay que crear un universo, unas leyes, un…

La niña Carmen siempre se pregunta por qué su madre sólo pinta cabezas sin cuerpo, sólo esboza rostros de trazos negros, caras con los ojos a medio cerrar, unas miradas que hielan de terror, una miradas que están mejor dibujadas que los propios ojos, porque, precisamente, sí, parecen proceder de cualquier otro mundo menos de éste, parecen venir de muy lejos, y a veces parecen venir de la misma nada, que es eso que está antes de la vida y después de la muerte… (No, nacen de su locura.)

Así que iba a ser artista.

¿Vas a ser artista?

Iba a serlo porque… al contrario que los artesanos del arte, que pintan embelesados los ojos, ella pintaría las miradas, como su pobre madre loca.

¿Por qué loca?

Porque lo dice tu padre.

Entonces…

Pareces…, le decían balbuceando muy a menudo a la niña Carmen.

Parezco lo que siempre he sido: demasiado mayor para mi edad.

¿Preguntan o presumen con el interrogante?

¿Artista? Hasta la médula. Luego se casó, enterró los pinceles, los resucitó, huyó y volvió a crearse a sí misma. (Fue artista hasta la médula, hasta en la tumba.)

¿Talento? El talento sólo hay que fingirlo ante los demás para tenerlo, y eso es extremadamente fácil de conseguir: ponte seria y mira más allá, mucho más allá, por encima de la testa de quien interpela semejantes naderías, mira al horizonte que se perfila detrás de sus cogotes: ¡qué mirada altiva!

Padre, preguntaba la niña al joyero pescador, ¿por qué dices que la mamá anda sobre las buenas intenciones?

El ciclista joyero le miraba sonriendo pero no despegaba los labios. Él tampoco lo sabía…

¿De verdad dibujaba miradas?

Si dicen que andas sobre buenas intenciones, entonces es que estás en el infierno.

En efecto, el ojo sólo era la excusa significante. Otros son los significados.

La loca nunca hubiera entendido los galimatías enunciadores de la actual exégesis crítica acerca del arte con sus inmersiones, implicaciones y derivaciones semánticas y lingüísticas.

La guerra está perdida. Más de la mitad de España se encuentra bajo las armas de los militares rebeldes: tienen el dinero, las armas, la iglesia, la disciplina y una absoluta indiferencia por la razón y un desprecio infinito por la vida de los otros, antes hermanos, primos, sobrinos, cuñados decorosos y hogaño enemigos mortales y malos bichos: en los ojos clavaban la punta de las bayonetas.

El joyero rentista, ahora se sorprende a sí mismo pensando algo en lo que no había caído en la cuenta hasta ese momento: ¿Por qué he perdido yo la guerra?, ¿por qué he de perder yo la guerra? ¿qué o quién me obliga a estar entre los perdedores?, ¿acaso ésta es mi guerra…? Que a Valencia le haya tocado la lotería roja en lugar de la azul, ¿a mí que me importa? Blanco, negro, rojo, azul… Yo estaba tan tranquilo en mi paz y mis ganancias, con la loca y mi hija, con mis putitas del sábado y mis domingos de cine y pasteles, igual podía haber estado en Granada, en Oviedo o en Burgos, y un día de hace más de un año me salen éstos de sus inmundos agujeros matándose a tiro limpio a base de unos supuestos principios que, como siempre sucede, pronto terminarán disolviéndose en la rabia del combate y sepultados bajo la sangre y la mierda de los cadáveres. Al final, ni unos ni otros tratando de salvar el pellejo recuerdan por lo que empezaron a luchar. Al final sólo les mueve el odio: al final, cuando ya es el fin de todo. Ahora sólo quieren destruirse entre himnos envanecidos, tiros y ruinas. Y a mí… es el oro el que me da de comer y no un fusil ni la paparrucha de los ideales que les propician la patente de corso para matar. La guerra está perdida para el Gobierno… pero no para mí. Y si estuviera perdida para los nacionales tampoco estaría perdida para mí. Yo, en medio, a punto de resbalar de un lado o a otro. Mañana mismo, en el taller, le digo a todo el mundo que empiecen a quemar carnets… ¡Hasta el carnet de baile si es preciso! Aquí, señor, somos todos neutrales, el trabajo es nuestra única bandera, y conseguir el pan de los hijos el mayor de nuestros anhelos. Taller de joyería en guerra… donde no será posible encontrar ni un gramo de oro (oro puesto a buen recaudo por su propietario hasta que termine la contienda, caiga sobre la tierra el diluvio universal o sobrevenga el apocalipsis de Juan el de Patmos), antaño espléndido, hoy mísero taller en tiempos de austeridad donde los oficiales se dedican a las composturas y a pergeñar baratijas y bisutería de latón cuando no están mano sobre mano, sin hacer nada por falta de encargos. Malos tiempos para el oficio, todo ha acabado en minucia: la pedrería toda culo de vaso; las alianzas, de plata tan aleada de cobre que da en un rojizo crepuscular, de un brillo gastado, como los postreros años del matrimonio de esa pareja feliz; minúsculos los eslabones de la cadenita de la que cuelga la medalla santa y protectora de todos los males imaginables; perlas en el lóbulo de la oreja ni de majorica ni de forma regular, quia, ni de ésas siquiera: todo pobre bisutería y pedruscos.

Ah, maldición, la perla perdió su oriente, el oro su oportunidad, la plata su momento, el diamante su labor innegociable. Otras épocas vendrán donde hemos de prosperar los joyeros honestos sin apenas esfuerzo pero con sabiduría.

Vale, estamos en guerra, pero la comida a su hora. Y a pescar.

El padre bautizador arbitrario de locas gira el dial de la radio en plena digestión, disimula algún eructo, combina los sorbitos de café y coñac mientras la luz densa y amarillota de la tarde desciende oblicua a través del gran ventanal en el lado oeste de la casona de Caballeros, 6, cabizbajo  y sombrío rastrea emisoras cuyas voces puedan informarle verazmente de lo que en realidad está pasando en eso, en la guerra fraticida, de la que él se ha librado porque él siempre se halla en el bando de los supervivientes. A la mujer, a tu abuela suicida, todas las voces que emite la radio le parecen antiguas, como de otro tiempo, como una parodia de los tiempos actuales.

¿Qué esta pasando, hermanos?

Que en lugar de matar al padre o a la madre nos matamos a nosotros mismos y adiós a la tragedia griega y a la endiablada sutileza de sus enredos, qué cojones: somos españoles… ¡a garrotazo limpio!

Julio de 1937. Brunete:

300 milicianos de la columna de El Campesino, son apresados por las fuerzas nacionalistas.

Al día siguiente todos aparecieron muertos con las piernas cortadas.

Un tabor de marroquíes de las fuerzas nacionales es capturado por los milicianos de El Campesino. 400 de ellos son fusilados.

¿Qué está pasando que nos matamos y derramamos la sangre de la madre o el padre tuyos que a la vez son los míos, esa sangre que llevamos en las venas y que de los dos es la misma a poco que hurguemos?

Está pasando la guerra civil. Está pasando Goya. Pasa… ¡el toro!

(Y Lucientes.)

Septiembre de 1937.

Y, lejos del frente, también se mata, piensa nuestro joyero con El Mercantil Valenciano en la mano, mirando sobre sus hombros no sin cierto temor ¿Y si te confunden, por esas cosas que pasan, con uno del POUM? ¡La ciudad está llena de comunistas implacables que no dudarían ni un segundo en dispararte un tiro en la cabeza!, dirigiéndose a buen paso al Ruzafa a contemplar las piernas de seda de las chicas, de un encanto irresistible envueltas por las luces de candilejas, sus pícaras sonrisas, el corsé tentador, las pantorrillas y los sabrosos muslos al aire, generosamente exhibidos en el vodevil o music-hall de turno, tan dulcemente perverso todo animado por la música canaille. ¿Y la loca?… Por la noche le llevará a casa La Semana Gráfica, a ver si deja por un momento de pintarrajear esas repulsivas carotas con las que anda tan entretenida.

Y este hombre, ¿por qué no me quiere a mí en la cama?

Andando el tiempo, ya casi al final de su vida, unos meses antes de arrojarse al paso del tren nocturno El Pájaro Azul procedente de la augusta Aragón, la abuela Carmen descubrió la causa:

Porque ese hombre, jovial y hasta manso, sólo quería a las putas en su cama. Una de estas santas maestras putas, probablemente ya en la gloria con el hígado hecho papilla (estaría más borracha de licores adulterados ella que el nervioso adolescente en pleno tembleque que era él), lo desvirgó a los dieciocho años.

Y ese hombre que le sobrevivió y que no la quería a ella en la cama, moriría sin haber cumplido todavía los sesenta en brazos de otra aprendiza de puta de dieciocho años. Al joyero (ciclista, pescador, putero) lo que más le gustaba del mundo era ir de putas, y cuanto más jóvenes, mejor: una de ellas le desvirgó, y no hay olvido de tamaña ordalía. Y pagar como está mandado. Y como esa jodienda, no hay ninguna otra… Si lo sabré yo, que he multiplicado los dedos de las manos por cien y aún no suman tales coyundas placenteras.

Al infierno esa ama de casa con bata de guata danzando por los pasillos con olor a pescadilla frita y a la maldita coliflor hervida que todavía es peor olor: a la mierda ella y sus rulos y sus babuchas y sus menstruos y sus migrañas… ¡A la mierda todo!

Y que ese millón de españoles que están muriendo a garrotazos abone de una santa vez con sus piltrafas esta tierra maldita y renazca otro país, otro español, otra cosa bien distinta al eterno caín ibérico cristiano, moro, judío, toro y mala bestia.