1968: JD. se pela las clases de la
mañana del día 9 de enero, y se cuela, a las once, en el Suizo: Mamma Roma (su regalo de Reyes). Esa
misma tarde, después de comer (Agustinos, ya en Preu, a cinco meses de librarse
para siempre de las arañas): durante la clase estudio: 30 minutos de absoluta
libertad para repaso de materias, escribe un copioso comentario acerca de la
película que les envía a los de la Turia:
ni siquiera informarán de acuse de recibo en los días siguientes: una pena:
había allí un par de conclusiones brillantes: (…) La visión que nos propone del
mundo en sus filmes Pier Paolo Pasolini es siempre, en el fondo,
épica-religiosa, que también juega un papel importante en aquellos personajes
situados fuera de una conciencia histórica…
Esa noche del martes, en UHF, se
encandila con Silencio, por favor: homenaje a Mae Marsh, la actriz de las
películas de Griffith: Ana, la huerfanita.
Después, El alma se serena y Cierre.
El cine es una gran fábrica de sueños…
No, no lo es. Uno siempre sabe que es un
entretenimiento, y las más de las veces inocuo. Ningún sueño sale de verdad de
ahí.
Realmente, ¿ves lo que ves?
En el parque.
La luz del día es bella y limpia, un
gris dorado y apaciguador sin estridencias, suave, libre de la severa
dialéctica del cegador contraste del sol y la sombra. Todo es verdor en torno a
él, que se ha introducido entre la vegetación casi sin saber por qué a través
de un paseo que eludía tanto la costumbre como la aventura: acabó ahí por puro
azar, aborrecido de las calles y el asfalto.
Es un gran parque, de suelo irregular,
con ligeras cuestas y montecillos entre los grandes espacios como pequeños
prados.
Las enrevesadas frondas de los grandes
árboles se ven movidas por el viento.
El piar de los pájaros, el rumor del
aire continuo pero sin agresividad, acentúan la sensación de sosiego y profundo
bienestar que produce el paisaje cerrado a la urbe.
El parque está desierto en su totalidad,
al menos en todo lo que su vista puede abarcar, un remanso de paz sin las
agresiones de lo ciudadano y sus afanes.
Pasea con las manos a la espalda, con la
mirada del fotógrafo, selectiva, sin prisas.
Entonces, a lo lejos, entre los árboles,
descubre a una pareja, una mujer joven y un hombre de edad indefinible en estos
primeros planos. Desde el lugar donde está apenas puede descubrir los rasgos de
ambos: son dos pequeñas figuras en la distancia que se cogen de las manos,
corretean, van y vienen sobre el césped, se empujan cariñosamente, se abrazan.
Dos enamorados que juguetean y se
divierten entre ellos en esta mañana temprana, vulgar y laborable, piensa él,
que poco tiene que hacer salvo pasar el rato hasta la hora de volver a casa,
reanudar el trabajo y leer los periódicos del día antes del almuerzo y
entregarse a la pequeña siesta posterior frente al televisor.
El observador cambia de sitio y camina
despreocupado unos pasos hacia la pareja, que ahora se están besando junto a un
seto de arbustos de considerable altura aún muchos metros más allá de cualquier
significado.
La pareja vuelve a caminar y en un
momento dado, de forma inesperada, los dos vuelven la cabeza hacia él que, en
un gesto de todo punto absurdo, pues nada había en su figura y en su actitud de
amenazador o solapado, trata inocentemente de esconderse tras el grueso tronco
de un castaño, pero le han descubierto y su presencia parece contrariarles en
grado sumo. En seguida el hombre y la mujer apresuran el paso hacia un grupo de
árboles y desaparecen de su campo visual.
Qué discretos…y temerosos, se dice él
con asombro.
Instantes después, cuando ya está a
punto de alejarse de allí, la joven vuelve a hacerse visible de entre la
arboleda: agita un brazo en su dirección, pero no a modo de saludo, sino como
si estuviese recriminándole algo. Luego, la mujer gira sobre sus pies y vuelve
a desaparecer. Él se encoge de hombros y comienza a andar hacia un extremo del
parque, donde supone que hallará una salida.
Algo tan normal como una pareja de
enamorados… ¿Qué puede importarles que les miren?, se pregunta sin dejar de
avanzar a lo que semeja el límite del parque con las edificaciones urbanas.
La mujer aparece de improviso junto a
él, como si hubiera brotado de la misma tierra:
’¡Nos estaba espiando! ¿Por qué lo
hacía? ¡Quiero una explicación!, le exige con un ligero temblor en la voz.
Él detiene el paso algo alarmado y mira
a la joven. Tarda unos instantes en decidirse a contestarla. La chica viste una
blusa blanca y una falda negra de tubo. Es delgada, guapa. Luce una larga
melena lisa y tiene los ojos tristes.
No les espiaba, simplemente miraba hacia
donde estaban ustedes. No me importa lo que hicieran.
Debe usted decirme por qué lo hacía. No
se puede acechar así como así a las personas. Usted trató de ocultarse.
La joven se le ha puesto en frente de
él, desafiante.
Le repito que me traía sin cuidado lo
que hicieran. Sólo me parecieron una pareja de enamorados. Les miré con
simpatía. Hasta con envidia, si me es permitido decirlo. Eso es todo. ¿Qué mal
puede haber en ello?
Aparta la vista de la mujer y,
desviándose a un lado, reanuda el paso conteniendo a duras penas su irritación.
¡Mierda de enamorados!
La joven, inmóvil a sus espaldas, se le
queda mirando.
Honrado profesor, vuelve a tu gabinete y
prosigue tu trabajo, avanza en la traducción al francés del tratado de
recusaciones y recursos del eximio José Norberto Allende, profesor que lo es de
la Universidad de Santiago de Chile. No caviles sobre esa pareja de amantes que
ya se ha quedado atrás de tu vida para siempre, a los que nunca más volverás a
ver, que no te confunda el hecho de la cólera incomprensible de la mujer ante
tu calidad de testigo casual, ella sabrá o no sabrá lo motivos de su temor,
allá ella, a ti qué más te da, torna a tus preocupaciones y tus trabajos,
olvida el incidente y procura ser en otra ocasión más precavido, las reacciones
de los humanos son impredecibles, al igual que sus antojos y angustias, aligera
el paso, vuelve a tu libro y ándate con tiento la próxima vez que se te ocurra
pasear por los parques desiertos a las diez de una mañana laborable, el lugar y
la hora más indicados para que suceda lo trivial y no lo extraordinario: la
mujer airada, el hombre invisible… o que aparezca un tipo, de seguro con malas
intenciones, con sombrero de fieltro gris, zapatos de charol y muecas de payaso
con un periódico en la mano…
Huye de las imaginaciones.
Bien sabe Boceto lo que ve
(el infame pero exhaustivo y necesario
recuento de filmes que exige una monumental
investigación sociológica sobre el cine de barrio en salas de doble y triple
sesión):
Karate en
Ceylan
(0)
El espanto
surge de la tumba (0)
Maciste
contra El Zorro
(0)
El
invencible dragón chino (0)
Ana, ese
particular placer (0)
Sartana en
el valle del oro (0)
Los 4
pistoleros de Santa Trinidad (0)
(Semana del 8 al 14 de diciembre de
1975: el investigador y sociólogo en ciernes Ignacio Brell Gay no dejó de
asistir ni un solo día a su trabajo de campo.)
JD., en su crítica rechazada, recogía
una declaración de gran trascendencia respecto al cine de Pasolini y que
convendría recordar en este punto: Me parece que la diferencia fundamental
entre cine y literatura como medios de expresión se halla en la metáfora.
Mientras la literatura está compuesta casi exclusivamente por metáforas, en el
cine la metáfora está ausente casi por completo.
Boceto, niño radiante de Haring, no se anda
por las ramas de la improvisación. Capaz de trasegar bodrio tras bodrio merced
a su investigación, no por ello se abandona: El sol apesta en verano.
RIBALTA.- Gaspar Aguilar, 17 (3773617). L.: 30.
V.: 35. Fest.: 40 ptas.
TOLERADO MENORES
(1) Los diablos rojos atacan la tierra-USA. 1.
1967. Fantasía. Color.
(0) El
gladiador más fuerte del mundo-I. 1. 1963. Rom. Color. Scope.
Nadie halló jamás en estas vetustas
producciones de los sesenta una sola metáfora que enriqueciera el efectivo
primitivismo de sus contundentes planos, sus trepidantes escenas, sus
hipnóticas secuencias y diálogos solemnes.
Subrayamos la importancia de estos dos
filmes por ser los últimos exponentes de cine de barrio que consideraría Boceto en su laborioso ensayo nunca
concluso, un centenar de páginas mecanoescritas a doble espacio y encuadernadas
con gusanillo arrojadas al desván para siempre jamás. Una lástima: escogidos
programas dobles de los domingos que hacían felices a adolescentes nerviosos
con ganas de identificarse con capitanes y reyes, macistes y luchadores de
karate y entretenían con holgura a algunos adultos de sesera vacía y mal
rasurados con ballenas en los picos de las camisas, y sobre todo a aquellos
tipos que rellenaban quinielas los sábados y apestaban las calles de Varón Dandy los festivos dándoselas de
hombres de buen gusto.
Vete al desván y recupera tu infancia..
o los andrajos pestilentes de ella…
Allí sólo hay telarañas.
(¿Pues no son esas el suelo y el techo
de los recuerdos?)
La infancia, feliz y lejana, no la
encuentro por ninguna parte.
Años 70: en el Xerea, durante los
entreactos (sin excelente servicio de
bar: en el minúsculo vestíbulo donde se encontraba el cubículo de la única
taquilla cabían a lo más cinco barbudos en invierno; tal vez, desprovistos de
abrigos, siete u ocho en los meses de primavera y verano… ¡sin aire ac0ndicionado!),
siempre ponían por los altavoces el mismo movimiento de la 5ª de Beethoven.
Alrededor de JD., Fiodorov y Boceto olía a macho cabrío: mucha trenca
resudada, mucha bota militar, una ducha semanal… Algunos de los espectadores
más conversos incluso movían la cabeza de un lado a otro siguiendo los compases
hasta que se apagaban las luces y en la pantalla aparecían los títulos de
crédito de los filmes de Godard, de Buñuel, de Fassbinder, de Wajda, de Saura,
de Antonioni... ¡de Buster Keaton y Harold Lloyd!
Marzo de 2008: Paula impertérrita con el
tocho de 1200 páginas entre las manos:
(574)
…De
repente hubo una cierta melancolía en la luz…
Ahora los proletarios y los tipos de
clase media baja ya no huelen a Varón
Dandy, tampoco los docentes escaqueadores y los vagos funcionarios de medio
pelo calculando moscosos, y tampoco tienen la sesera vacía después de un millón
de horas frente el televisor (la tienen llena de basura): cuando disponen de
cuatro días por delante de holganza (mucho más a menudo de lo que uno puede
imaginar), se desparraman en el sofá con estampados botánicos delante de la
pantalla HD, engullen grasientos pedazos de pizza, vacían latas de cerveza o un
vinito blanco de cuatro euros la botella y van incubando, así, como sin darse
cuenta, un traidor (por lento e inodoro) cáncer colo-rectal.
En el desván… ¿y qué encuentra en el
desván?
Sociología
contra psicoanálisis (TOLERADO
MENORES)
Superman
contra el Hombre Enmascarado (AUTORIZADO MAYORES)
Joder, joder, joder…. ¿qué ha pasado?
¡Está al revés!
Ahora estás en el desván… ¡menudo truco
de tahúr literario!
Pero ahí lo tienes.
Te cambio un Rey Furia por un… Capitán
Trueno.
¿Qué tal un Jabato por un Teniente negro?
Montones de tebeos polvorientos que no
le pertenecieron a él, que antaño fueran preciados tesorillos de JD. y Fiodorov, que Boceto apenas les lanzaba una ojeada distraída allá, en aquel otro tiempo, cuando el hogar
paterno de Jesús esquina Ramón y Cajal.
¿Qué hacer?
Dejar que el polvo siga cubriendo con
sus babas del diablo las trepidantes portadas de colores chillones de los mil y
uno tebeos. Capa tras capa de polvo, pues eso es el tiempo, hasta que los hagan
desaparecer bajo ellas, los amazacote en tal engrudo que fuera imposible
separar un ejemplar de otro: una masa compacta, mucho más impenetrable que el
hormigón de los años, pues a fin de cuentas estos te permiten abrir brecha con
la memoria y colarte por uno u otro cuando así te viene en gana.
¿No te gustaban los tebeos a los nueve
años, a los diez, a los once?
¿En 1970 (y ss.)? ¿Cómo iba a gustarme una cosa así de anacrónica si la
televisión te proporcionaba siete u ocho a la semana sin necesidad de saber
leer? Sólo tenías que sentarte en el sofá y dejar que los tipos duros hablasen
y se moviesen a lo largo y ancho de la pantalla: el guantazo no iba a tardar en
llegar, al igual que la consabida persecución automovilística, la huida por las
calles atestadas y los disparos de las pistolas automáticas.
¿A los quince años, en El Año Que Murió
Franco, aún vivo o ya muerto, seguías viendo películas de buenos y malos?
Peor: yo era, con la pistola en la mano,
el chico bueno… o malo, depende de cómo levantaba por la mañana el hocico
(torcido o no).
¿Y de qué forma se purgaban esas
ligerezas intelectuales?
En el pecado va la penitencia.
(A este, sus flaquezas le han puesto en
berlina, lo dejan con el culo al aire):
Póstrate de rodillas, pequeño agustino.
A la mañana siguiente uno leía una
selección de escritos de Gramsci, un tipo sumamente comprensivo y conciliador
con los llamados pecadillos culturales,
por mi culpa, por mi gran culpa:
El
problema de por qué tiene tanto éxito la novela popular y especialmente la
policíaca es un aspecto particular del problema más general: ¿por qué tiene
tanto éxito la literatura no-artística? Indudablemente, por razones prácticas y
culturales (políticas y morales): esta respuesta general es la más precisa en
sus límites aproximativos. Pero ¿no es cierto que también la literatura
artística se difunde por razones prácticas y políticas y morales y sólo
mediatamente por razones de gusto artístico?
¿Estaban locos sus hermanos?
Hacían cosas muy raras, inexplivcables.
Leyeron tebeos… y luego dejaron de
hacerlo e hincaron el diente en productos culturales tales como (ya se vio) Sociología contra Psicología (autorizado
para todos los públicos).
Dijo a su confesor: Yo de pequeño fui un
niño astronauta, y también fui un niño bombero, y un niño policía, y un niño
explorador… Luego, de pronto, un día, el día menos pensado, que es lo que
siempre suele suceder, parece mentira, pero así es, dejé de ser todo eso y ya
de mayor nunca acabé de reconocerme a mí mismo. Nunca he sabido lo que era
realmente.
¿Qué quieres ser de mayor?, le
preguntaba el guionista cuando él era pequeño.
Yo. Y después de yo, eterno.
(Pero ahora ya era tarde: nacemos
múltiples y...)
El tebeo más descojonante para Fiodorov, el hombre de las mil caras, el
huido, el enmascarado, el furtivo, el clandestino, el comunista, el
revolucionario…, cuando todavía no era nada de eso pero ya apuntaba maneras de
conspirador, era El Teniente Negro:
entre muchas otras peripecias acaecidas durante la guerra civil estadounidense
entre federales y confederados, la cosa iba de un individuo que en la vida real simulaba ser un
petimetre medroso y afectado que, sin embargo, tras esa fachada de gomoso y
pusilánime, escondía un tipo arrojado y valiente que la emprendía sin
contemplaciones contra los malvados esclavistas y malhechores del sur… y para
rizar el rizo se disfrazaba a su vez de teniente negro del ejército yanqui
tiznándose el rostro y las manos: un hombre que se escondía en otro hombre
oculto a su vez en otro hombre que era un disfraz... racial.
Actualmente los tebeos dejan mucho que
desear, aunque tal vez sean las épocas: los dibujantes ocultan su dejadez y
precariedad técnicas en una creatividad plástica infantiloide y en un uso
bastante demencial de lo expresivo-subjetivo. Lo que han ganado mucho son los
guiones: una sordidez y visión apocalíptica del ser humano realmente
estimables, muy ocurrentes:
DFW:
Lenz el
Oscuro:
Un tipo exdrogadicto que entretiene sus
desoladas noches merodeando por sucias callejas repletas de contenedores de
basura, desperdicios y orines. Lenz es un tipo taciturno y solitario que rumia
denodadamente cómo encontrar un remedio lo más eficaz posible que libre de la
angustia y la Rabia Impotente que le produce la ausencia de un estupefaciente
navegando por su sangre. Un día, lunes para ser exactos, el aire nocturno, como
venido de muy lejos, de otras regiones desconocidas en esa parte del mundo llena
de calles secundarias y pestilentes callejones, le estampa en la cara la
solución: y así Lenz el Oscuro se transforma en Lenz el Aniquilador: la rabia
puede controlarse y proyectarse hacia fuera… sólo es preciso un poquito de
violencia, cierta imaginación: de manera que, a partir de ese instante, en sus
correrías nocturnas empieza a aplastar con un trozo de cemento la cabeza de las
ratas grandes y confiadas que le salen al paso: todo un espectáculo observar
que por el ano de la rata con la cabeza aplastada aparece un grumo
sanguinolento y hediondo. La cosa fue divertida hasta que pensó que sería
todavía más divertido atrapar los gatos callejeros (¿cuándo se ha visto un
sucio callejón sin la presencia recelosa de un sucio gato callejero en torno a
un sucio contenedor de basura?), encerrarlos en bolsas herméticas y dejar que
se asfixiaran hasta la muerte. No tardó en perfeccionar el medio de exterminio
felino: semanas más tarde halló que prender fuego a los gatos y verlos huir de
sí mismos sólo para morir carbonizados pocos metros más adelante aumentaba su
sosiego. Fue un entretenimiento que le tranquilizaría durante meses, cuando se
le ocurrió comprarse una navaja Browning X444 de filo en sierra de un largo de
veinticinco centímetros. Nuestro paciente lector se habrá percatado de la
evolución criminal de los instrumentos que manejaba Lenz el Oscuro para alejar
de sí la Rabia Impotente, de modo que le será fácil imaginar las próximas
víctimas que El Aniquilador puso en su punto de mira: los perros. En efecto, pedazos
de carne putrefacta y la Browning constituyeron en los meses siguientes (sin
olvidar la visión sosegadora del perro degollado muriendo palpitante mientras
se desangraba sin remisión) los ingredientes básicos del alimento espiritual de
Lenz contra la Rabia Impotente… Y una fría noche, oscura como la boca de un lobo, en un callejón detrás de la calle
de las licorerías, Lenz encuentra un viejo borracho echando una meada al lado
de un contenedor de basura. En la mente de Lenz se abre una idea superior… mientras
acaricia la empuñadura de nogal de la Browning en el interior del bolsillo del
abrigo.
¿Quieres que haga de ti un perverso
científico que pone su inteligencia y sabiduría al servicio del mal para
destruir con una sustancia letal e imposible de detectar en el aire, que es por
donde se propaga, la tierra y todos los seres vivos incluido el género humano?,
preguntó el perverso guionista.
¿Y no podría ser el heroico agente del
FBI (?) que captura al malvado científico y logra salvar la tierra?, sugirió sin
timidez el audaz Boceto de diez años.
El guionista dio un respingo encarado a su máquina de escribir Consul (potente,
nada de plásticos, de fabricación checa):
¡Qué poca imaginación! ¡Qué sabrás tú
del poder y los supremos placeres del mal!
¿Y qué pasó?
Le di de lleno a la piñata y me
resucité: salieron todos los tebeos, incluido el número 16 de Rey Furia y la colección completa de Juan León, que era donde más a gusto me
hallaba.
¿El mal también se escapó?
Hasta la esperanza se escabulló.
(¿Y dónde demonios encuentras tu
redención moral?
En el televisor, y además es mi castigo,
la puta bola encadenada al tobillo.)
Me gustaría que a la salida de Valencia
por la pista de Ademuz, poco antes de la salida 6, en dirección al hogar, dulce
hogar, hubiese un bar, un bar Charlie de iluminación tenue, de bien pulida
barra de madera, donde apurar la última copa y vomitar el último pensamiento
filosófico del día:
¿Qué tal, Charlie?
Bien, míster Brell. ¿Lo de siempre?
(¡Ajá, aquí si te conocen!)
Lo de siempre, Charlie.
Ahora mismo, míster Brell.
¿Sabes, Charlie? Todo en este puto mundo
social, económico, político, religioso…, en esta puta pirámide que se erige
desde tiempos inmemorables hacia un cielo indiferente a todo lo humano, todo
absolutamente, está construido para que los de abajo de siempre, los que
trajinan en torno a la puta base, año tras año, siglo tras siglo, sigan
arrastrando los pedruscos para construirla cada vez más alta, más lejos de
todos ellos, que ya les duele el cuello de tanto alzar la vista a lo inalcanzable
y a lo que nunca han tenido realmente la oportunidad de encaramarse: el cochino
dinero, las formalidades financieras, los debes y los haberes son sólo un
simulacro, una engañifa de papel sin valor que sirve nada más que para tenerlos
entretenidos y temerosos de un desahucio en toda regla que es el que, sin darse
cuenta, ya sobrellevan. Y nadie sabe a ciencia cierta cómo es posible que se
sostenga un tinglado cuando todos esos miles de millones de pobres tipos y
pobres tipas se levantan cada día sólo para cargar y arrastrar unos pedruscos
con los que construir una escalera interminable que lleva… a la nada. Es el
castigo sutil de allegar a lo inalcanzable. ¿Estás de acuerdo, Charlie?
Ya lo creo, míster Brell.
Otra de lo mismo, Charlie.
En seguida, míster Brell.
(Ajá, aquí me conocen bien, aquí soy
alguien, sí, señor.)
El coche a la puerta, no muy lejos el
hogar, dulce hogar. La noche eterna, pero sobre todo, sin prisas.
¿Sabes qué, Charlie? Esto es una mierda,
un jodido desastre disparado directamente al lóbulo frontal. A nosotros no nos
engañan con sus odiosas campañas dirigidas de lleno al corazón, como si
fuéramos todavía unos niños de pecho a los que hay que alimentar con el vasito
de leche de sus componendas discursivas. ¿A que sí, Charlie?
Seguramente tiene usted razón, míster
Brell.
Claro que la tengo, y si tú estás de
acuerdo conmigo también tú tienes razón, Charlie.
Me alegra oír eso, míster Brell.
Todos sus parlamentos bienintencionados
se los podían meter con extremada facilidad en sus lustrosos y grandes culos de
embusteros profesionales. Y, al final, para criar malvas como cualquier don
nadie, que es lo que son en el fondo aún antes de morirse de una vez por todas
y dejen de graznar desde cualquier canal de televisión.
(Para todo hay una primera vez: alguien
tuvo que ser el primer bastardo que relacionó las malvas, inocentes plantas
malváceas, con los muertos: los despojos de la muerte sólo nutren a los
herederos, verdaderos parásitos de todo lo funerario.)
El peor tramposo es el político: es
inútil que les descubras los trucos, no les importa en absoluto, te van a dejar
limpio y con una cara de primo de las que sonrojan sólo con recordar las
triquiñuelas de las que se valían ante
tus propias narices como si nada, como si tú fueses un perfecto idiota. Te van
a esquilmar hasta la sangre, siempre juegan con el as escondido del Boletín
Oficial del Estado. Contra eso no hay nada que pueda hacerse: eso es el poder.
Y los perros aún te sonríen desde las pantallas de los televisores, como si tuvieran
bula para ejercer por derecho el engaño. Se han transformado en actores. Hacen
su papel, se rodean de los figurantes apropiados y al día siguiente se cambian
de calcetines. ¿Crees que sé de lo que hablo, Charlie?
Desde luego que sí, míster Brell.
Espero que sepas de qué lado hay que
ponerse, Charlie.
¿Otra más, míster Brell?
Míster Brell echa un vistazo a su reloj
(de pulsera, precisa el eximio
escritor Vivales).
¡Qué caramba, a por ella! Escancia,
cobarde.
(1987: Paula Coloma Espina, alumna de
Primer Curso de Bellas Artes, Universidad Politécnica de Valencia:
clase de Historia del Arte, impartida
por el joven y algo desdeñoso profesor don Ignacio Brell Gay, su futuro esposo,
pero ella no lo sabía aún:
¡Qué actitud más desagradable la suya
esta mañana, profesor Brell! No había necesidad de ponerse tan borde, le
recriminó la alumna con los ojos brillantes de indignación, sujetando con la
mano temblorosa los dos folios mecanografiados a doble espacio de su laborioso
ensayo sobre la alusión y alegorías polítics en los artistas abstractos
españoles de los años sesenta, cuando el Generalísimo aún andaba con la
escopeta al hombro.
Al parecer, el rojo y el negro, el
número 7, la madera quemada y acuchillada, la tierra adherida con recio
pegamento al lienzo, el trapo enmarranado, el hiperrealismo exacerbado y de
veladas insinuaciones a pesar de su figurativismo y el brochazo amarillo sobre
el negro conformaban toda una caligrafía del espanto, la tortura y la
degradación moral de un país sometido, lo que no dejaba de ser cierto al
parecer unánime por cuanto la inicial intencionalidad del artista, a juzgar por
entrevistas posteriores a la misma
ejecución del cuadro, convocaba todo ello en la realización y organización
semántica y plástica de la obra.
¿Desagradable? ¿Actitud? ¿Qué actitud?
Yo siempre tengo la misma actitud. Me la compro igual todas las Navidades.)
1989 (buen vino de crianza para los
riojas aquel año): finalmente se casó con ella, pero sólo un poquito… Y así van
las cosas de bien.)
Paula, 02.3.2008 (domingo, maldito
domingo):
Páginas
688/700:
DFW.:
leyendo estás páginas llega una a la conclusión de que el tipo escribe, a
veces, como en el tenis se devuelve la pelota con el revés a dos manos.
Brell el Joven, el Cínico, el Oscuro…:
¿Trafica con sentimientos?: Han subido los precios, señora. Pero si compra tres
la unidad le sale un diez por ciento más barata de lo que marca la etiqueta… Y
sí, en efecto, ha oído usted bien. Estamos en tiempos de rebajas: El Año Que
Murió Franco.
Dejó los tebeos… y se puso a leer a
Stendhal:
¿Qué influencias son esas?:
Lo que le ocurre a Julian Sorel…, empezó
a perorar una tarde de octubre de regreso del colegio Boceto (quince años) ante la impávida mirada de su padre (por
entonces mamá ya estaba mucho tiempo fuera de casa: un día ya no volvió) que no
dejaba de reírse por dentro…
Afortunadamente el pequeño exégeta se
quedó sin palabras, una nebulosa blanquecina, móvil y pertinaz emborronaba su
pensamiento allá dentro, entre las paredes craneales, le impedía emitir alguna
frase con coherencia, él lo sabía antes de abrir la boca y soltar unas palabras tan alejadas de
la lucidez, así que mejor mantener los labios cerrados, y entonces su padre,
cansado ya del titubeo (mudez insólita, más bien) del otro y de la propia
diversión silenciosa se dio la vuelta y encaminó sus pasos de burlón a sus
ocupaciones kleenianas (suponemos), y él se quedo tan aturdido que hasta olvidó
no ya lo que iba a aclarar acerca del joven seminarista que se sabía de memoria
la Biblia en pasta, las Confesiones y
el Memorial de santa Elena, sino
quien era Julian Sorel y a santo de qué le vino a la cabeza ese nombre. Se
recuperaría enseguida, pero ya era tarde: … Lo que le ocurre es que… Se había
quedado sin público el pequeño pedante envanecido, y ahora nada valía la pena,
se hallaba frente a una audiencia invisible, sólo de polvo. ¿A quién o a qué le
iba a importar su capital esclarecimiento de muchas de las actitudes
contradictorias de Sorel? ¿A una silla vacía? ¿A una pared desnuda? (Licencia
retórica que el lector sabrá perdonarnos:
en aquella casa no había un solo espacio de pared del que no se irguiera una
estantería repleta de libros, colgara un cuadro, un dibujo, un grabado, una
litografía. Allí uno se sentía muy bien abrigado, sin necesidad de desear nada del otro mundo, como ese pobre
rastacueros manipulador –e indefenso en realidad- del hijo del aserrador de
Verrières.)
En El Año Que Murió Franco, todavía vivo
pero ya entubado, inmóvil como el bronce de la historia pasada, apenas sin
conciencia, Boceto descubrió que las
palabras y el lenguaje encierran un misterio más allá de su dibujo en el papel:
significan a las cosas –las apuntan con el dedo-, les otorgan una identidad,
pero lo realmente sorprendente es que visten
tu pensamiento, ora con galas ora
con harapos, pero les dan forma, puedes atraparlo, hasta palparlo, como un
cuarteto de Beethoven es capaz de dar forma a tu emoción y dejarte llevar por
ella a través de las lágrimas o la pesadumbre, el estremecimiento o la dicha.
Ahora, además de leer sabía porque estaba escrito de una
manera o de otra: aprendió a reconocer estilos de lenguaje como estilos de
pensamiento: supo distinguir que escritor creaba con las palabras y quien
solamente se servía de ellas sin mayores miramientos..
Lo que le ocurre a Julian Sorel…
Su padre huía pasillo curvo arriba hasta
encontrar alivio en su gabinete cerrado bajo siete llaves.
Torres más altas han caído: ya se sabrá
algún día que esconden esas piedras.
A Paul Klee.
En efecto:
En El Año Que Murió Franco:
Brell el Viejo, catedrático que lo es de
Historia del Arte en la Universidad de Valencia, de 55 años de edad, dedica la
mayor parte de su tiempo académico de investigador y escritor, al margen de la
docencia efectiva, a la vida y la obra de Paul Klee, músico, profesor y artista.
Esto ha quedado claro páginas arriba.
(Carmen Gay Giner –compañera te doy,
compañera me debes- decide finalmente reanudar su carrera de artista plástica,
lo que, nueve meses más tarde, su cuarto embarazo, esta vez siendo ella la
renacida, engendrada y parida de sí misma, nada por aquí, nada por allá, supone
librarse de toda suerte de escrúpulos y flaquezas y salir por la puerta falsa
del matrimonio y la prole sin mayores explicaciones.)
¿Eres artista?
Desde el día que nací.
¿Y qué pasó?
Que lo había olvidado.
Vivir es complicado.
Sólo si pierdes la memoria y acabas en
centros psiquiátricos empeñados en que no la recuperes jamás, como por ejemplo
los de la clase llamados Matrimonio.
También están otros mucho más sutiles y endemoniados en manos de celadores
inflexibles, de una mayor crueldad si cabe, los de esa especie llamada Hijos.
¿Qué hacer entonces?
Actuar, equivocarte o no, fracasar o no,
ser.
Como una buena Hansel, engaña a la bruja
con un hueso mondo y lirondo. Y si ello no es posible, adelgaza lo suficiente
como para pasar entre los barrotes de ese otro centro psiquiátrico llamado Familia (¿para qué quieres un hijo si ya
tienes un televisor?) y poner pies en polvorosa: eres mujer, eres artista, eres
diosa: grábatelo a fuego en la frente, para todo aquel que viere, leyere y
entendiere.
Como buen virgiliana, ésta igualmente
nació de ella misma:
Naciste
creador como nace un árbol espontáneo y no como la encina sagrada que regala
oráculos y se rinde sumisa ante Júpiter...
Naciste
como el álamo a la orilla del río, como el sauce verde y gris y como el mimbre
flexible que también coge altura al cobijo del agua. Tú creciste solo, sin
mucho cuidado ni vigilancia de otros. No has nacido de siembra, que demora en
décadas la sombra de su fronda, ni te han plantado como el fresno o el
avellano. De la tierra que pisas te has alimentado, y eso fue todo: has sido tu
madre y tu padre: tú y la tierra. Te hiciste tú, virgiliano, JD., ... ¡desde
ti!
Paula, la sin par guionista cuyo cerebro al
servicio del televidente no descansa
jamás:
Página
778.
Quizá
sería una buena idea trabajar en una serie de doce episodios con ese título
entrañable: HERMANA SANGRIENTA: UNA MONJA DURA DE PELAR.
Monja
motera y vengadora: una mezcla entre Shirley Maclaine y Marisa Paredes.
¿Y sería capaz de calzar sus delicados pies con
botas de motera y poner en sus blancas manos el tomahawk mientras abandona el
convento? Atrás, sobre el dintel, el lema irrefutable:
SOMOS
LO QUE VILIPENDIAMOS.
En el 75 del siglo XX, uno se halla tan lejos y
tan cerca de las corrupciones como en otro año cualquiera de cualquier otro
siglo.
Nadie asume el aserto: Recuerda que eres mortal.
¿Cómo concebir tamaña superchería? ¡Soy eterno
desde que nací!
El Año Que Murió Franco fue un buen año
editorial para las revistas: desde el mes de enero, aún vivo, hasta el mismo 31
de diciembre, cuando sus restos malolientes nutrían los roquedales y las
tierras areniscas del Guadarrama.
(Ese año Paula contaba siete añitos: papá
vestido de médico (¡pediatra!), examina con el dedo-estetoscopio alguna pupa
mala, un bichito traidor entre las piernecitas de la dócil paciente.)
(Ese año se lo pasó Fiodorov oliendo a mierda y comiendo mierda: Por fortuna, dijo
juntando las manos y elevando los ojos al Altísimo, tengo el otro alimento espiritual
de los libros.)
(JD. tenía la star del 9 debajo de la almohada, y sin el seguro puesto.)
(El xiprer
dona una nota d’elegància solitària suprema. Jo tinc un xiprer que m’estime
molt. Es troba en un barranc entre Benicolet i Llutxent… Cada volta que hi
passe, el salude.)
Pater, eres un panteísta.
¡Atrás, Maligno!
En el cielo, y también en el infierno, no te las
prometas tan felices, todos tenemos una silla de tijera con nuestro nombre
inscrito en el respaldo, y allí nos espera vacía, campante: tú sabrás donde has
de sentar las posaderas.
Una silla de director del drama o la comedia:
así que todos dirigimos nuestro propia vida en el cotarro universal. Pero que
sea un film a lo Incandenza.
Después de mí, el diluvio.
Y el día 21 de noviembre amaneció tristón y
sosegado, sin palabras en voz alta, como en un tebeo.
En el 75 Brell el Viejo encabezó el primer folio
del primer capítulo de la obra de su vida, Paul
Klee y el encantamiento, con una cita del cura Roig que le vino al pelo: Tot art és religiós.
En el 75 las cartas (marcadas) están echadas,
los ases ocultos tras la manga, los tahúres dispuestos para la engañifa, los
primos resignados a que les limpiaran los bolsillos. También están los que,
atrás, fuera del foco de la luz, observan en silencio y con las manos cogidas a
la espalda los lances de la partida.
¿Quién puede creer (en verdad, en verdad os
digo) que en toda obra de creación es cierta la intentio auctoris?
¿Qué ha hecho usted condenada maldita, ignorante
del demonio, con mi obra de arte?
¿Se refiere al mocho? Tenía que limpiar el
suelo…. Lo descubrí apoyado contra la pared, ¡yo que sé…! Dentro de unos
minutos abrirán las puertas del museo, y no quiera usted saber que clase de
gente más puerca y despreocupada patea por las salas con sus mochilas,
teléfonos móviles, tabletas y bolsones a cuestas. Ayer noche dejaron esto como
cochinera de cerdos a punto de matadero.
Y ahora observa, intrigada, sin falsas
timideces, sin pestañear siquiera, hasta divertida, la cara del tramposo: tiene
su propio código de significaciones esa máscara. Aprende, pues, a leerlas, el
pobre cabrón es incapaz por más que lo intente de disfrazarlas mediante muecas
raras e indignadas ante lo obvio de su
farsa:
Anda, pues, este chiflado está que arde. El Gran
Capullo del Arte Contemporáneo va en serio:
Mire, señor, yo le compro a usted otro mocho y
dejamos que corra el agua.
CONTRARIA
SUNT COMPLEMENTA.
Itinerario filmográfico de los hermanos Brell en
marzo de 1975, todavía alentando La Llama de Occidente en El Pardo:
JD.: El joven
Törless (4) (en Groucho).
Fiodorov:
Judas (0) (en Carabanchel,
anticipando la Semana Santa del año en curso).
Boceto:
La rebelión de las muertas (0) (en
Ribalta).
Itinerario filmográfico de los hermanos Brell en
diciembre de 1975, apagada la luz en El Pardo:
JD.: Gritos
y susurros (4) (en Rosaleda).
Fiodorov:
Mi canción es para ti (0) (en
Carabanchel, domingo por la tarde).
Boceto:
La venganza esperó 10 años (0) (en
Oloriz).
Jean Renoir:
El cine se vuelve un arte de masas sencillamente
por el sistema de distribución que lo caracteriza: hay un negativo, o tal vez
varios, y se saca el número de copias que se quieran, y eso es todo. No
podríamos hablar de arte de masas si no hubiera más que una copia de cada
película… De todos modos, si quieres practicar algo que no sea un arte de masas… pues no insistas en ello. ¡La cantidad de
medios diversos que tienes a tu alcance para expresarte!
Fellini: Yo no sé qué es ni que será realmente
un film mío hasta que no lo acabo.
Yo ahora sí lo sé: es la prótesis que me anima a
moverme en dirección al entretenimiento que constituye el librarme de mi yo, me
desaloja sin remilgos de mi enclaustramiento, de esa afasia conventual que
logra deprimirme días y días, semana tras semana, a falta de un verdadero estímulo. (1975, año
del señor, vivo o muerto.)
2008: 150 canales en un simple botón de su mando
a distancia, ¿y sólo elige los que pasan filmes o series de televisión?
Y algún documental de la 2 (¿y quién no?).
¿Cómo se las apaña en su elección?
Fácil, procedo como en el transcurso de un pitch meeting: las imágenes y el tema
(?) del canal seleccionado que aparecen en la pantalla tienen treinta segundos
para convencerme de que detenga mi búsqueda tras otros paraísos insospechados
(149 para ser exactos).
¿Treinta segundos ha dicho usted?
Son más que suficientes para tener bien
determinadas las bases de enjuiciamiento (criminal) de lo que uno desea ver de
cerca o tener lo más lejos posible.
Ese espacio de tiempo sólo ocuparía la mitad de
los títulos de crédito de una película. ¿Qué diablos les está pasando a los
espectadores?
El mando a distancia da mucho de sí: puedo
visionar seis o siete canales en esa cantidad de segundos, 6-7, y detener la
selección en el momento que se me antoje… ¿Qué está pasando? El tempus, señor, eso es lo que está
pasando. Un plano de 5 segundos basta para describir la fachada de una casa;
sobra tiempo en uno de 10 para saber quienes viven en esa casa, qué aspecto
ofrecen y qué rasgos los diferencian, a qué se dedican y si van a tener
importancia o no para nosotros sentados en las butacas engullendo palomitas o
tirados en el sofá casero rascándonos el culo cuando así nos place o visitando
las veces que haga falta el frigorífico para aprovisionarnos de más latas de
cerveza fresca. En cuanto a los diálogos, ¡que evolución meritoria! Se acabaron
los inquirió, repuso, replicó, sugirió, exclamó, le miró fijamente a
los ojos… Se fueron a tomar viento los frunció
el entrecejo, enarcó una ceja, rió por lo bajo, murmuró, le dirigió una
sonrisa, hizo una mueca, le dijo, le dije, musitó… Balzac,
Tolstoi, Thackeray, incluso Steinbeck o Blasco Ibáñez, ya son literatura
rancia, fantasmas encerrados en las tapas polvorientas de un libro al que le
sobran cien mil palabras, y si inspiran alguna curiosidad es sencillo satisfacerla
a través de la tableta o el e-book
espigando alguna de sus decenas de miles de páginas en la pantalla. Sólo eso,
me temo: han pasado a ser curiosidades dinosaurias para estudio y solaz
académicos.
Ahora vemos
lo que hace la gente: no nos importa nada que nos cuenten lo que hacen, y hasta empieza a molestarnos, pues desde
mucho tiempo atrás ha dejado de ser efectivo tal cúmulo de bordones y lugares
comunes textuales: fantástica goma de borrar añadidos superfluos nos ha
resultado el mando de la televisión, y antes que ella el mismísimo lenguaje
cinematográfico.
(No sé dónde vamos a parar, se preguntó
sacudiendo de un lado a otro la cabeza el octogenario.)
(Le miré inquisitivo.
un
comentario jocoso, ofensivo.)
(Pero él nada repuso.)
En cuanto a los documentales…
(Inquirió.)
Algún documental de la 2…
(Frunció
el entrecejo…)
Alguno veo, bien es cierto, (dijo enarcando las cejas), y siempre
termino compadeciéndome de los ñus atrapados en las fauces de un cocodrilo
traidor escondido bajo las aguas o asqueándome contemplando como los
hipopótamos se beben su propia mierda que esparcen con sus ridículos rabitos en
una espesa laguna.
Sólo por el patetismo llegamos a experimentar
una emoción suprema, sentenció Eisenstein (enarcando
una ceja hasta el límite de la reflexión). Les hablaré del Potemkin, había empezado a decir con
timidez; luego, disertaría largo tiempo sobre el montaje –montaje dialéctico-,
y luego, tras haber demostrado que el film Potemkin
está construido según la regla del canon áureo, el mismo en realidad que
organiza muchas obras del arte plástico, se preguntó en voz alta: ¿Por qué
medios prácticos puede llegar el artista a esa fórmula de composición? Esta
fórmula ha de encontrarse por fuerza en toda obra patética, pero no puede
alcanzarse mediante una disposición a
priori. El conocimiento y la destreza no bastan. Para su consecución, para
que realmente podamos entenderla patética,
su tema, su género y su idea han de estar unidos orgánica e indisolublemente a
la vida, a los pensamientos y al ser del autor.
Charles Chaplin también enarcó una ceja, y preguntó: ¿Alguno de los aquí presentes conoce
el chiste de las pulgas?
La platea permaneció enmudecida. Ninguna voz se
alzó del gran silencio.
Parecen ustedes mudos, dijo Chaplin.
Y entonces se puso a contar el chiste valiéndose
de lo más nutrido de su repertorio mímico. Trataba de un tipo que tiene un
circo de pulgas y una noche, en un albergue para desahuciados, se le escapan
saltando de pordiosero en pordiosero, y el domador de pulgas se esfuerza por encontrarlas,
las llama una a una por su nombre… ¿Qué le parece? El tipo las conocía a cada
una por su nombre. Al final las consigue reunir de nuevo, menos una, que huye
de él a lomos de un perro flaco y viejo que corre calle abajo.
¿Qué hay de malo en ser un escritor metafísico?,
murmuró uno para sí. Un novelista como les gusta a los lectores de hace cien
años: ese magullado por el mundo y sus desmanes escritor que se ocupa en sus
tramas de la suerte y el destino del hombre, de su naturaleza como individuo, de
la raza humana en general, del significado de la vida, de la muerte, de la
posible existencia de los dioses más allá del universo visible, de la
providencia…
Un escritor pulga, en definitiva.
Me parece no comprender esa relación. ¿Podría
ser usted más explícito?
A míster Chaplin le encantaba contar chistes;
más que hacer películas: En realidad una película, al menos una de las mías, es
como un chiste, y la gracia o el arte de ellas reside en saber contarlo de la
mejor manera.
¿Ha visto usted L’année dernière a Marienbad?
Naturalmente, pero sólo diez años más tarde de
su realización, en un angosto e incómodo cineclub de la calle Conde Montornés
que olía horriblemente a zotal y al humo de los fumadores clandestinos, esos
que ocultan con la palma de una mano la brasita encendida del cigarrillo.
¿Qué le pareció?
Que Alain Robbe-Grillet, su guionista, llevaba
toda la razón: Es esa clase de filmes que una vez rodados, ya en la sala de
montaje, comprendes que tiene veinticuatro formas de armarlo… ¡Fascinante!
Sabe, Alain Resnais, su director, descubrió
mientras filmaba una escena de paisaje, intrascendente, que lo que parecía un
jardín era de hecho un cementerio…: Entonces supimos, y no nos habíamos dado
cuenta de ello hasta ese momento, que la película que rodábamos era sobre la
muerte y sobre aquellos a los que, luego del plazo acordado tiempo atrás, venía
a llevarse.
He visto la película con suma atención y ninguna
de sus imágenes me hace sospechar tal cosa en ninguna de sus costuras y
cosetones.
Pero la relación existe. (Es como filmar una
estatua durante horas.)
Todo lo que sucede en el film es real: al
finalizar, al cabo de hora y media, todo deja de serlo. No hay antes ni
después.
Y, en definitiva, como dijo su guionista: larvatus prodeo: me presento enmascarado
ante los espectadores, pero muestro la
máscara.
6.marzo.2008,
jueves, 23,57 horas.
876:
Que
me cuelguen cabeza abajo y me follen las dos orejas…
Carl Theodor Dreyer:
Si tuviera que rehacer hoy Juana de Arco, lo haría todo de una forma diferente (?): Pero no
fue sincero al declarar tal cosa: Aunque, tal vez… ¡Quién sabe!
¿Un acto de contrición?
Respecto a cualquier cineasta, cualquier
artista, cualquier escritor:
Se diría que uno trabaja con barro, modela con
algo tan fácil de tambalearse, de desmoronarse sobre sí mismo, tan susceptible
de modificarse una y mil veces mientras lo lleva a cabo…
Uno nunca está seguro de nada, de ninguna de las
obras que acomete… hasta que, una vez acabadas, el tiempo las petrifica
decidida e inexorablemente: entonces tendrías que derruirlas a martillazos,
pero ya no sería tan fácil acabar con ellas como cuando las construías, ahora
se sostienen en pie por sí mismas.
Al final, lo que inspira de veras es lo que
conmueve a la muchedumbre: Eso es el cine, recalcó el director danés.
Boceto,
que había descubierto en un cajón lleno a rebosar de revistas de cine y
suplementos culturales (mayo de 1975, es decir, con más de veinte años de
retraso) el Cahiers du Cinéma con la
entrevista a Dreyer, le puso a JD., dueño del tesoro escondido, las páginas
abiertas a un centímetro de sus narices: entérate, las masas siempre tienen la
razón de su parte.
¿Y eso te faculta para pasar el rato repantigado
en una de las mohosas butacas del Imperial viendo Besos para ella, puñetazos para todos (0)?, preguntó irritado el
primogénito.
¿Algo más que decir acerca del señor Dreyer al
margen de estos dos?
Le hubiera gustado llevar al cine Luz de agosto, de Faulkner… aunque
resulta un poco difícil de creer: Lena, tan inconsciente, de acá para allá,
caramba, caramba, lo que rueda una (y con la tripa hinchada).
Odio el montaje, confesó sin pelos en la lengua
míster Hawks. Es en las salas de montaje donde los productores terminan
revelándose como lo que son en realidad: unos rufianes… Las películas se hacen
en el plató, y quien no entienda eso… Y algo más: yo pago a mis escritores por
días. Créame, resulta un método infalible para que las cosas vayan avanzando
sin tropiezos.
Tampoco te fíes demasiado de un tipo como Howard
Hawks: no había leído Don Quijote: Un
día le pedí a un español que me contara la historia de Don Quijote… (Idiota iletrado.)
Bien diferente a Orson Welles tan barroco y
shakesperiano… como un buen español (y, además, había leído el libro no una,
sino varias veces).
¿Respecto a la técnica de sus guiones, míster
John Huston?
Fácil: escribo a mano. La acción a la izquierda;
los diálogos a la derecha.
(Míster Faulkner, ¿podría decirnos que clase de
técnica utiliza en sus novelas?
Lápiz y papel…
¿Es suficiente con eso?
Y, sí, también una goma de borrar: aunque el
mejor olvido, lo que mejor borra lo escrito, es el alcohol.)
¿Jerry Lewis?, se sorprendió preguntando a su
vez Buster Keaton. No sé por qué dura tanto. ¿Le dan cuerda todos los días?
Entonces a ti no te dejará jugar con el llavero:
un crochet directo al hígado y
aléjate de la rubia, lo tuyo es una barra solitaria en un bar Charlie, a salvo
no obstante de la chorreante brillantina de Buddy Love y los chillones colores
de sus ternos.
Tú te lo buscaste (le dijo el crítico).
Fue por casualidad (le dijo el espectador).
Kanal:
andas entre la mierda durante horas, días y noches, y cuando asomas la cabeza
al exterior pringado de arriba abajo te la revientan a tiros de metralleta.
Tengo un remedio para esa terrible realidad de
la locura humana, la leyenda:
Une
Histoire immortelle.
(Todas las leyendas terminan mal cuando se
reescriben con la realidad: su materia es como el humo, como el feble velo del
sueño: el primer aire de la mañana impregnado de rocío basta para disiparla.)
Welles: salía y entraba de la luz y la
oscuridad, un blanco, gris y negro rotundos, tajantes como el filo de la espada
castellana: Falstaff, un quijote lleno de brumas y miserias cortesanas aún no
ahíto de la sandez humana: ingenioso hasta el retruécano y parlanchín
desmesurado parecía ligero, como danzando en el aire, con toda esa gordura que
presagia tropezones por doquier.
El mejor guión es la improvisación.
(?)
Cuide la lengua delante del genio, al menos en
uno de sus días oscuros y acosado por las deudas, enrabiado con la copa en una
mano y el puro en la otra, sin pensar ni siquiera en la posibilidad de
conseguir una financiación mínima que le permita rodar tres planos seguidos.
¿Improvisación?
El guión original de Citizen Kane constaba de 156 páginas y revelaba numerosas anotaciones,
lleno de apuntes, añadidos, revisiones, supresiones, tachaduras, de Welles y de
Herman Mankiewick… Concienzudo, no dejaba al azar ni una sola pulgada de plano.
La batalla en Chimes at Midnight, 16 minutos de una potencia expresiva
inigualable, se construye con 392 planos distintos: cada corte un folio.
(¿Qué queda del sabio?: No te conozco, viejo. Arrodíllate y reza. Qué
mal sientan los cabellos blancos a un viejo bufón de vida disoluta.)
Soy muy confiado: sólo estoy seguro de mí mismo…
y de nadie más. (Orson Welles.)
¿Qué queda de su Quijote?
Él.
(Gracias a los dioses no pudo llevarlo a cabo:
puedes recitar el pensamiento de Shakespeare en cualquier lengua; al escritor
Cervantes… sólo es posible contarlo.)
Cría
cuervos…
¿Esa no es una película de Carlos Saura…?
Es una venganza en toda regla, una escabechina
en lo tocante a sentimientos, querencias, cariños, afectos, apegos, estimas,
devociones, amores, benevolencias:
¿En 392 planos distintos?
Los hechos se pueden interpretar e incluso
confundir , pero no negar: ni aun si pudieses ver a un tipo a través de las mil
y una facetas de su biografía podrías conocerlo en profundidad: cada uno se
lleva a la tumba el secreto de si mismo: en efecto, todo no se puede contar.
Los 200 kilos de humanidad de Orson Welles
acabaron encerrados en una caja de madera de pino, de las más baratas al
parecer. Total, para la cremación que iba a suceder a partir de ese momento...
La que le dejó reducido a cenizas no sería tan cruenta sin embargo como las
inquisitivas que le siguieron. Más que soltar la pluma soltaron la mano de la
somanta: el tipo no era un padre bodas, un padre cumpleaños, un padre
aniversarios, un padre vacaciones, un padre esposo, un cineasta acomodaticio…
Bien es cierto que la muralla no resultaba tan inexpugnable: parapetado detrás
de la máquina de escribir y de centenares de libros, guiones, revistas, folios
mecanografiados, blocs de notas, cualquier meapilas o vulgar comediante con un
simple encendedor podía haber hecho fuego a toda esa parafernalia de creador
inaccesible con él dentro. Tenía debilidades y flaquezas, sublimes derrotas: 30
denarios eran más que suficientes para que grabase anuncios en televisión de
vinos de precio medio, comida para perros y de laxantes para humanos (lo que no
deja de revelar un curioso desdoblamiento). Más contundente sería en Japón: a
través de la pequeña pantalla anunció
las excelencias del whisky G&G.
Como toda caza de brujas, al final los que arremetieron contra él sólo querían
salvar sus piscinas con la pasta gansa.
¿Por qué rodó
El Proceso?
Porque, aún sin saber de qué, me siento culpable
por estar vivo… Como usted probablemente.
(Es mucho más razonable de lo que se cree pensar
que todos somos culpables de algo, aunque lo hayamos olvidado o lo tengamos
bien en secreto. Es así de sencillo.)
(Silba y mira a otro lado.)
¿La culpa adánica?:
¡Qué tontería! ¡Religiones y pecados…! Ya cansa
la cantinela del origen.
Hablamos de ofensas innecesarias, de villanías,
de traiciones e infamias, de delaciones miserables, de derrumbes abyectos.
Rebusquemos en nuestra memoria, ese pozo siniestro en donde terminan apagándose
el oro y la mierda, y de seguro que encontraremos muchas cosas de las que nos
avergonzamos sin tener que retroceder demasiados años atrás: somos un saco de
culpas deambulando con la vista baja o ausente, disimulando por ahí con una
impostada sonrisa. De culpas hablamos y no de pecados, que no existen.
Una biografía, una vida entera, debería ser
susceptible de ordenarse en la sala de montaje.
Este trocito de celuloide a la basura, éste
también…
(Hawks detestaba hasta la agonía el
montaje… Incluso le parecía un fraude.
Al final se trata de lo de siempre: lápiz y
papel, y una buena goma de borrar: Haws que elija el lápiz que le venga en gana, del 1, del 2 o del
triste y desvaído 4.)
Montaje que permite a la historia alterarse,
desordenarse, dar prioridades a lo largo de su curso a los acontecimientos más
sobresalientes y sentimientos más intensos, aunque por ello hubiese que
trastocar cronologías, confundir los tiempos, trastornarlo todo, maldecir a los
dioses como Medea…
La moviola (vertical en los primeros tiempos de
Welles) es tan importante como la cámara; la acetona de los empalmes tan
necesaria como la pluma: el orden lo demanda la imagen… no la realidad.
Usted, me dijo alguien, no sé si con buena
intención, trabaja con cortes de continuidad.
Yo trabajo a… saltos: tiempo y espacio son la
comba. Soy un firme partidario de los códigos semióticos que establece el señor
Metz: cine y literatura son estructuras narrativas similares.
Trabaja en una sola secuencia y en multitud de
escenas, millares de planos: y adiós al fundido en negro: bienvenido
encadenado, saltos, cortes.
¿Cuál es su teoría?
Muy distinta a la de Welles: embestir hacia
delante, siempre hacia delante pase lo que pase y pese a quien pese, como la
vida avanza a trompicones hasta la muerte sin detener ni un solo instante su
movimiento.
Eso es el tiempo.
El tiempo dramático: por utilizar la jerigonza
específica, le confieso que donde más a gusto me siento es en medio de un flasback y un flash-forward.
¿Hablamos de niveles temporales?
En efecto, hablamos de niveles temporales, el
llamado cóctel Charlie, tan explícito: (Otra de lo mismo, Charlie. Al momento,
míster Brell.):
Entre párrafos también podemos meter como
morcillas inevitables la carrera hasta el FIN del arbitrario derrotero de una
evolución temporal psicológica, física, sentimental, histórica, política,
cultural… sus sucesivos estadios de conformación. Luego, dejas de leer y ese
tiempo encerrado entre las páginas retorna al big bang, se queda en nada comparado con el tiempo de la realidad
que ahora te acompasa en tu vida física e intelectual, y miras en torno, y
nombras los objetos, a ti mismo, a la vida que fluye y se gasta hasta su total
desaparición, un tiempo tan diferente pero a la vez tan equiparable al del film
encerrado en la bobina o al del libro detenido en las páginas cerradas.
¿Y eso tiene mucha profundidad de campo?
Eso tiene mucho de ilusión de profundidad: el
plano de la página llega a impregnar de irrealidad todo lo que escribas en
ella, sin embargo, el fotograma, esa palabra de la imagen...
12
de marzo, 2008.
Página
1009:
El
corte de pelo al estilo Príncipe Valiente disimula las cicatrices.
¿Cómo conseguir esa profundidad?
En el cine la profundidad espacial puede
incrementarse de varias maneras, bastantes de ellas ni siquiera técnicas:
aumentando la profundidad real y destacando las diferencias de tamaño entre los
objetos; modificando la iluminación para crear distintos planos espaciales; variando
los ángulos y las distancias de un plano a otro; situando la cámara para
desplazar la atención del espectador de un lado a otro de la escena; moviendo a
los actores de acá para allá. Técnicamente el artificio requiere aplicaciones
más cualificadas: objetivos de gran angular, cuyas distancias son más cortas;
números f más
elevados, que propician una menor abertura de diafragma; iluminación de mayor
profundidad; mayor distancia entre el plano principal de enfoque y la cámara.
(¡Me convertí en manual… y sin proponérmelo!
Joder, joder, así se acaba.)
Dicen que en todo hombre gordo se esconde un
hombre delgado. Díganos, míster Wells, ¿qué tapan sus capas de grasa?
Un enfant
terrible.
Acabáramos.
Hasta el mismo día de mi muerte no fui sino eso:
les engañé a todos. Sólo quería entretener mi inteligencia con juguetes caros,
por eso se rompían con tanta facilidad, aunque al principio también me tomaba
muy en serio las cosas, justo hasta Chimes
at Midnight… Después de Shakespeare, el diluvio. Ya no salía nada a
derechas. En cuanto al otro genio de su misma talla, don Miguel de Cervantes,
poco se podía hacer más allá de dejar que sus personajes hablaran por sí
mismos: los fragmentos que rodé de su libro no requerían nada del otro mundo,
éramos un equipo de seis personas a lo sumo, mi mujer, que hacía de script, mi chófer se encargaba de la
iluminación, yo era ayudante de cámara, el propio cámara… Uno no tiene por qué
complicar las cosas. Y cuando se tiene poco dinero, o ninguno, hay que valerse
del ingenio. Cervantes sólo necesitó una resma de papel y una docena de
péndolas para sorprender al mundo de todas las épocas posteriores a él
valiéndose del suyo, se inventó a don Quijote, el personaje más grandioso de la
literatura mundial, y también a Sancho Panza, tan necesario para que el otro
realmente existiera…
(¿Ha visto usted la cabra de Picasso?)
… De modo que ese es el mejor productor, y
además lo tienes a tu servicio siempre que te venga en gana, sin que tengas que
mendigarle unas monedas. El ingenio es tu Aladino: genio, aparece. El cabrón se
ríe, y cierra bien las faltriqueras, pero te señala el camino del ingenio. Te
abre nuevas perspectivas. ¿Sabe? Casi todas las genialidades son obra de la
precariedad: Necesito esto, dices suplicante. Y no te lo dan, porque nunca dan
nada. Necesito interiores para un castillo. No hay dineros para decorados.
Entonces inventas. Necesito tres caballos. ¿De veras los crees imprescindible?
Pues, invéntatelos. Así que nada de castillo y no filmas caballos, trabajas a
la luz de una vela a base de primeros planos contra el muro de sillería de
cualquier templo medio derruido, filmas sombras de caballos sobre un paisaje
lunar. Te las apañas. Y a ellos los envías a tomar por culo. Al final
comprendes que es así como funcionan las cosas. Tengo hambre. Come codo. Y en
este sentido he de decirle que mi actitud es absolutamente solidaria respecto a
otros directores que me contratan como actor (una de tantas maneras que me saco
del sombrero para financiar mis propios filmes): procuro en todo instante
facilitarles las cosas y que mantengan a cubierto las pocas monedas que han
logrado guardar en la bolsa a salvo de las garras de los productores de sus
películas. Cuando rodé con Huston no le hice gastar a ese condenado cabrón ni
un dólar de más: llegué puntual, vestido y maquillado, al decorado, elegí un
ángulo para la toma, que no varió ni un solo milímetro durante toda la escena,
y rodaron mi parlamento, que dura todo un rollo, sin un corte, no hubo que
repetirlo.
(¿Conoce usted la cabra de Picasso?)
Es usted un hereje: casi toda su obra se basa en
la palabra, algo que debería ser secundario en el cine…
Ese es mi secreto, todo lo visual de mis
películas nace de la palabra, es ella la que construye la imagen. Parece
absurdo pero así es. Por supuesto, esta teoría parece corromper toda la idea
que uno pueda tener del cine en contraposición al teatro, pero… ¿no cabría
hablar de corrupción en un mundo seudointelectual por encima de todo? L’année dernière a Marienbad: aguanté
hasta el cuarto rollo, y luego me largué: me recordaba a las revistas de moda y
esa clase de cosas con olor a papel cuché. En realidad no voy casi nunca al
cine. Es muy raro que lo haga. Prefiero acudir al museo, sobre todo contemplar
los cuadros de Velázquez, el Shakespeare de los pintores.
¿Su rosebund…?:
Que, por cierto, no era en absoluto una idea
mía, pertenecía por entero al otro guionista que colaboraba conmigo, Herman J.
Mankiewick y, siendo sincero, le diré
que es algo que sigue sin gustarme, no lo veo esencial para nada en un tipo de
la psicología de Kane… Rosebund… Tal
vez lo fueran España y mis diecisiete años de edad. Vivía en el sur del país de
antes de la guerra civil. Escribía novelas de detectives, trabajaba dos días a
la semana y ganaba trescientos dólares. Una fortuna entonces. Nunca me he
sentido más dueño y señor de mi vida. Luego, quise ser torero. Naturalmente,
después de mi debut y varios porrazos, volví a la máquina de escribir: era lo
mío entonces… hasta que descubrí la cámara: nada se puede comparar con el cine,
el verdadero arte de nuestra época. Lástima que haya que gastarse dinero para
hacerlo, eso limita a todos los creadores y, a mí, especialmente. Dependes de
otros… o, peor aún, de su dinero y de su codicia. Ni siquiera puedo ya rodar en
16 milímetros.
¿Cómo acaba uno?
Admirando la cabra de Picasso.
Un hombre inacabado. Como todos. Ese Huston…
Concibe y llega a rodar su última película
quince años antes de su muerte: no la finalizará, y ahora ya es interminable,
invisible, inexistente. Parte del
material fragmentario lo terminaría filmando
en 16 e incluso en 8 milímetros, en blanco y negro y en color, como si
se tratara del revoltijo léxico y gráfico de un aficionado, un centón de
secuencias del que poco se sabe. Al parecer existe una versión de dos horas y
cuarenta y cinco minutos que, años más tarde de la muerte del cineasta, su
última amante custodiaba como una loba. (Esta posibilidad es bastante
improbable: fuentes mejor informadas revelan que tan sólo quedan del rodaje
ininterrumpido poco menos de media hora de filmación en un copión de muy baja
calidad.) El film, cómo no, incentiva el arte cinematográfico partiendo de una
temática que alcanza de un extremo a otro el oficio de hacer películas y
también de sus propias miserias y grandezas:
¿Quién eres?
Cine dentro del cine.
¿Dónde te hallas?
Al otro lado del viento.
Jack Hannaford: la historia de un tipo que, este
sí, ha concluido una película lejos de cualquier convención y se dirige una
fiesta en la que se le va a homenajear por su cumpleaños, una ceremonia de
celebración que de hecho preludia su muerte próxima y, tal vez, la del mismo
cine que él preconizaba a lo largo de su precaria trayectoria de outsider, un maverick, por decirlo en un término estrictamente americano.
Lejos de Hollywood todos nos extraviamos un
poco, lo cual es muy satisfactorio…
Hannaford, le dijo Huston al viejo director,
eres una especie en vías de extinción.
En cualquier caso, le replicó Welles a Huston,
uno nunca es libre del todo.
Viejo celuloide… ¡y encima inflamable!
25
de marzo, 2008
Fin
de La Broma…
DFW
elude cerrar cualquier trama (apenas esbozada a lo largo de 1200 páginas) al
final de su libro.
Lleva
razón: todas las novelas mienten: el verdadero desenlace es la muerte.
(Nota
bene): filmografía completa de James O. Incandenza en las páginas de notas
(1096-1106), establecida por los autores del estudio, Comstock, Posner y
Duquette, en ONANite Film and Cartridges Studies Annual, vol. 8, números 1-3,
pg. 44-117.
¿Qué se ve desde la cima del éxito?:
la silla volcada, tu sombra balanceándose sobre
el suelo (en especial si te ahorcas bajo la intensa luz de un mediodía del
verano tardío).
(Tíos… Qué peste, siempre consiguen de una lo
que quieren, te pongas como te pongas: si no te la meten a la entrada, te la
meten a la salida.)
(Paula dixit,)
Aquí estamos, a los ojos de Dios (debajo del
cielo).
¿Estamos a salvo de ellos?
El peor temor que anidaba en el alma primitiva
era que los muertos hiciesen el amor con los vivos, de modo que cortaban los
genitales, sajaban clítoris…
En El Año Que Murió Franco, aún vivo y con buen
apetito, Boceto les regaló a sus dos
hermanos en el día de su cumpleaños –nacieron exactamente el mismo día 30 de
marzo, sólo que con un año de diferencia, como
creo que ya se ha dejado constancia líneas más arriba-, un libro
(recomendados con estudiada naturalidad por el señor Dávila) a cada uno, el Diccionario político, de Haro Tecglen, a
JD., y Yo maté a Kennedy, de Vázquez
Montalbán a Fiodorov, pero este
último no llegaría a ver el libro en sus manos a causa de la censura carcelaria
madrileña (les equivocaría el título, sin duda).
Español
apagado,
ceniza
de un fuego,
¿dónde
estás que te busco
me
busco y nos pierdo?
¿Cómo podía informarse uno de lo que acontecía
en la rúa (pasaba en la calle)?
Entre líneas: publicaciones cerradas,
suspendidas, treinta y tres secuestradas, periodistas multados, procesados,
encarcelados, expedientados…: pregunte en las oficinas centrales del TOP para
cualquier consulta de interés local, regional, nacional e internacional. Allí
le informarán debidamente.
España, entonces, era un país de excepción.
Divertidísimas comedias en cines Rex, Lys,
Suizo, Olympia, Avenida:
Cuando
el cuerno suena (0)
Mi
mujer es muy decente dentro de lo que cabe (0)
Perversión
(0)
Cuando
los niños vienen de Marsella (0)
Consolar
a la viuda italiana (0)
Todo debe servir a la idea. Lo repetiré una y
mil veces. Los medios que se usan para expresar la idea deben ser los más
sencillos, directos y claros. No creo en la exageración en nada. Ni palabras de
más, ni imágenes de más, ni música de más. Este es el principio universal del
arte… creo.
(John Huston).
El cine nos miente.
¿Y qué otra cosa podía hacer? Claro que nos
miente, pero quienes no lo hacen de esa clase son los buenos directores, los
buenos guionistas, los buenos músicos, los buenos actores…
En El Año Que Murió Franco, todavía con los ojos
abiertos, Su Excelencia asistió a una proyección cinematográfica en la propia
sala privada de El Pardo: Pánico en las
calles: este hombre ya sólo abandonaba las siniestras estancias llena de
paperoles por todas partes de El Pardo, su televisión y su sala de proyecciones
para ir a jugar al golf en un campo cercano, le daba palos a una bola blanca
intentando meterla en unos agujeros rodeados de césped. Viejo y carcomido por
el Parkinson, habría visto alrededor de 2.000 películas desde el palco real de
un teatro de corte construido por Sabatini y ahora reciclado en sala de cine.
Sólo que al final ya únicamente veía la televisión. Todo el día delante de la
pantalla: fútbol, películas, series americanas. Agarró una flebitis de cuidado
por tanto tiempo que permanecía inmóvil, como una estatua sedente. Impasible.
Las manos como muertas sobre el regazo. Sin apenas parpadear. Un viejo alelado
por las imágenes cutres de entonces, los anuncios en blanco y negro, los
musicales espantosos, los noticiarios tendenciosos. Ese viscoso resplandor
grisazulado (sic) lo tenía
hipnotizado. ¿Qué iba a hacer el pobre hombre? No era más que un militarote,
más grotesco si cabe por su escasa estatura y su voz aflautada, que nunca se
supo que leyera un libro: muerto y sepultado, durante algún tiempo pudieron
contemplarse sus estancias privadas en El Pardo, como si de un museo histórico
se tratase: a uno de los visitantes, luego del minucioso recorrido doméstico
por salones, cocinas, dormitorios y despachos, se le ocurrió preguntar por la
biblioteca personal del Generalísimo ante el silencio incómodo del grupo: los
guías, fieles custodios del legado humano de Su Excelencia, ataviados a la
usanza de la vieja Guardia, se le quedaron mirando como si el interesado fuese
un marciano, pero un marciano de otra galaxia. ¿Biblioteca? Al Generalísimo no
le hacían falta bibliotecas de ninguna clase. Le bastaba con su pensamiento, su
intuición y la Gracia de Dios. Además, sus distracciones iban por un lado
distinto y poco tiempo le dejaban para otros entretenimientos: ¿cómo le iban a
hacer falta libros a un tipo que pescaba atunes de trescientos kilos de peso y
que al margen de otras desmesuras cinegéticas, como ya hemos señalado páginas más arriba, era capaz de disparar
seis mil cartuchos en un día? Quince horas apretando gatillo. A su edad, decía
uno de sus médicos, eso es terrible, cuando menos se lo espere le revienta la
aorta (y eso lo dijo en 1954). Más de veinte años más tarde, en El Año Que
Murió Franco, El Fantástico Tirador seguía dándole al gatillo, sólo que,
recluido en El Pardo a causa de los numerosos achaques y debilidades seniles,
ahora ordenaba que lo hiciesen en su nombre pelotones de guardias civiles y de
la policía armada.
Excelencia vivía en la excelencia del
sinsentido: todo un palacio y una muchedumbre de secuaces domésticos al
servicio de un tipo que lo único que precisaba era un televisor para ver
partidos de fútbol y un bolígrafo para rellenar quinielas: incluso acertó
catorce resultados en una de ellas y fue debidamente premiado.
Y era un tipo cínico este Franco de aspecto
pusilánime: jamás seducido por el palio de la iglesia, nunca comprado por la
billetera del financiero ni humillado por el honor del cañonazo, militar y
estadista sin par, que no dudó en
ponerse en almoneda cuantas veces fuesen falta:
Yo no podría seguir en el poder sabiendo que
existe una opinión en mayoría que desea mi marcha… (29-VI-1965) Y lo decía sin
reírse por dentro.
La paz absoluta. La conciencia en paz. Un país
en paz. Veinticinco años de paz (1964). La paz del sepulcro. La paz perpetua:
De seguro que nadie ha pensado en mí para el
premio Nobel de la paz… (17-XI-1966).
Franco existió, te lo digo yo (2008).
Además, película hay que lo atestigua:
Franco,
ese hombre (0).
Así que la televisión… La paz: un teleclub
unánime y patriótico que congregaba sin mando (a callar, sin voz y sin voto) a
distancia en torno a su única programación a toda la nación: un único canal, un
único jefe, un único destino en lo universal, lo quieras o no. Sábado noche,
1965: Los intocables de Eliot Ness.
Por entonces, 1964 y ss., créame que sólo eso
bastó para que no hubiera otra (cruenta) guerra civil y la revuelta consistiera
en la circulación clandestina de una docena de libros prohibidos, en el vuelco
de tranvías, con universitarios huyendo de los policías montados a caballo que
galopan vigilantes por los campus y media docena de huelgas mineras en el
norte, demasiado en el norte para los del sur y aun para los de la meseta. La
gente se encerraba en su casa y en orden creciente de edad se embobaba con Los Chiripitifláuticos, el padre
Venancio Marcos, Reina por un día, Bonanza y Perry Mason.
Todo lo gobernaba un gigantesco mando a
distancia invisible, inalcanzable, inexorable, indiscutible: horario, imágenes,
programa, blanco y negro… desde el Pardo. Meditación y cierre.
Bocetito:
cuatro años:
Y tú, pequeñín, ¿cómo prefieres colorear el
mundo?, ¿con lapiceros Alpino o con los Faber Castell?
Con el Bic cuatrocolores.
Ya prometía el niño.
¿Acaso no veía en su casa la televisión en
color?
¿En 1964? ¿Y eso?
En un modelo Trilux de Inter: tres ópticas
intercambiables, a elegir. Gracias a los laboratorios de la Pittsburg Plate
Glass Company, USA.
Casi empezó a hablar con una Canadá Dry en la
mano y aprendiendo holgado vocabulario mediante las series de dibujos animados
(¿Cómo va eso, viejo?) dobladas misteriosamente en Miami para un feliz y ecuménico
entendimiento de todos los niños de Latinoamérica y también para los de la
Madre Patria.
La gracia de las generaciones intermedias, los boomers, nacidos entre 1952 y 1967, es
que suelen salvarse del naufragio que engulle de lleno la frivolidad cancionil
entre esos dos años: ni un solo disco de Hispavox o de Belter (Los TNT, Lorella
y Los Shakers, Cecilia y Los Sonor, Shelly y La Nueva Generación, Los Cinco
Latinos, Gelu y Los Mustang… ¿y cómo olvidar la inolvidable Pelucón, de Soledad Miranda) hubierais
encontrado aquellos años en el hogar, dulce por entonces y sin felpudo en el
umbral de la puerta (la matriarca era una encarnizada enemiga de semejantes
esterillas), de la tribu de los Brell: la música clásica, romántica y alguna
veleidad americana (J. Kern, Porter, Copland); y en cuanto a mamá, la música,
sólo la visual, una caligrafía plástica: Cualquier otro ruido me distrae. La
música… ¿un ruido? ¿La pintura…? Una música.
Al día siguiente, muy temprano, viernes, 21 de
noviembre de 1975, de morir Francisco Franco Bahamonde en El Año Que Murió
Franco, Brell el Viejo, por entonces incipiente husmeador de los papeles y
cuadros de Paul Klee y padre angustiado por la suerte de unos de sus hijos
encarcelado, no tuvo nada que celebrar e incluso nada que decir. Eludió sus
clases en la Universidad y se encerró en su despacho: suavemente, como por
debajo de la puerta, se deslizaban los acordes de la 21 (y no hay otra) y no a
través de los dedos algo truhanescos de Glen Gould, sino la sonata sin cortes trasmitida con fervor, con sabia
cadencia lineal, por Brendell.
Todo esto nos queda muy lejos.
¿Por dónde andará ahora la Voyager?
2008: treinta años alejándose de la Tierra (aquí
la Tierra, ¿nos escuchan…?).
¿Cómo se escribe hoy? Mejor todavía, ¿cómo
debería escribirse hoy? A lo provocador y siempre detrás de una puerta: nadie
te ve.
¿Cómo? Como se hace cine… o música: a lo Gould:
escribe hoy la página 45 y mañana la 189, pues anteayer ya escribiste la 201 y
día más atrás, bastantes días más atrás, la 105: mañana ya lidiarás con la 72 y
pasado mañana quizás inicies y ultimes la 23.
Todo un montaje… una armadura que
desgraciadamente no sirve para efectuar variaciones sobre ti mismo,
despedazarte e irte armando a conveniencia de las épocas, eres una unicidad
indivisible, un todo físico que envejece sin poder volverse hacia atrás,
siempre hacia delante: ninguna consola de montaje podría absolverte de esa
linealidad fatal e irreversible.
El viernes 21 de noviembre de El Año Que Murió
Franco, ya fue el día de después de la muerte de Franco (¿Y después de Franco,
qué?) y don Camilio José Cela entre sus sueños vanos y los ángeles curiosos nos
pedía a sus lectores, unos cientos de miles (el escribía, siempre exagerado, a los españoles, treinta millones por
entonces de los que, salvo un uno por cien, sólo sabían de su voz altiva y su
rostro caballuno y su profesión de hombre de letras por la televisión), mesura
y buenas y deportivas maneras mientras en el recinto de la vieja plaza del
Palacio Real se levantaba el catafalco: su tétrica visión al alba helaba el
alma, escribió a su vez turbado por la emoción y la retórica castellana un
cacofónico lacayo de las letras al servicio de los denarios franquistas. Don
Camilio estaba optimista: como Heine, prefería digerir un corazón, el de la paz
y la concordia con el prójimo, a devorar centenares de corazones enemigos que
no respetaran ni el sosiego ni la hermandad limpia de intereses. Y advertía a
su sucesor: te ciñes hoy una corona, pero no heredas una espada.
Cambiemos
las cosas para que todo siga igual.
21 de noviembre de 1975:
A las cuatro y treinta de la madrugada de hoy
falleció en la clínica de la Concepción, de Madrid, el poeta Luis Felipe
Vivanco (San Lorenzo de El Escorial, 1907), a consecuencia de un infarto de
miocardio. El poeta había sido internado un día antes. Luis Felipe Vivanco, que
había obtenido el Premio de la Crítica de este año por su libro Los caminos, es uno de los maestros de
la llamada generación del 36, en la que se integran, asimismo, Miguel
Hernández, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, José Luis Cano, Gabriel Celaya, Leopoldo
Panero, Juan Gil-Albert y Germán Bleberg entre otros. Luis Felipe Vivanco había
sido traductor de Virgilio, Claudel y Rilke, y era, asimismo, el autor de una
imprescindible Introducción a la poesía
española contemporánea (1957) y
del magistral estudio Moratín y la Ilustración mágica (1973).
Contigo,
tierra de España.
Primero
contigo, niño,
Pero
hoy ya contigo hombre.
Contigo
y con tu castigo.
Cárcel de Carabanchel, octubre de 1975:
Me llamo Carlos Brell.
Y yo Juan Vivanco.
¿Eres el hijo del poeta Luis Felipe Vivanco?
Pues, señor, eran dos hijos descarriados…
Es difícil que transformen los paisajes, aunque
a lo largo del tiempo se modifican a sí mismos: las montañas se hunden de
viejas en la tierra y los ríos se secan o se desbordan al paso de los milenios,
las ciudades (tu ciudad levítica) desaparecen o se desmesuran en una imponente
mezcla de cemento, acero y cristal de tal forma que aquello que te rodeaba de
niño y de adolescente deja de ser reconocible y hasta se transforma en un
territorio hostil lleno de asechanzas adultas, sé de selvas que han
desaparecido, de bosques que ahora son invisibles después de la furiosa tala…,
de mares que ahogan la tierra, y eso, francamente, resulta raro.
Una vez muerto Franco, así, a secas, sin
ascensión, pudriéndose hacia abajo, las cosas ya no fueron en mayúsculas.
Recobraron un tamaño normal, tipo folio en blanco. Desaparecieron muchos
mandamientos ridículos y luego… nada.
Silencio: unos al confesonario; otros, a las
banderas.
¿Dónde estabas en el 77?
Aún no tenía edad para engañaros con una
papeleta. Pero ya me las bastaba solo para engatusar con la piel aún de seda y
las manos vehementes a las indias cachondas a través de las rayban, los vaqueros blancos, los
mocasines azules, mediante la caricia de la sonrisa y el pelo rebelde al viento
marino de la playa.
What’s your name?
Kate… and you?
Ignatius Loyola.
My God!
You are very pretty…
What?
¿Y ese rebaño de las nuevas adolescentes de
reciente nomenclátor hispano (Vanessa, Samantha, Jennifer, Soraya, Desirée…),
oliváceas, de abultados senos, muslosas de miradas húmedas, insinuantes,
estremecidas por un ramalazo hormonal que las tiene rendidas y exhaustas de
malos sueños, pulsaciones, del latido veloz y de todas las sensaciones del
mundo?
El que las sabe, las tañe.
En el año 76 (I después de Franco), España se
había levantado las faldas hasta la cintura, se exhibía sin bragas coriáceas: mi querida España, esta España nuestra ahora huérfana.
Es todo tan misterioso ahí adentro…
¿Dónde?
Bocetus
Loyola (sic)
ya coleccionaba tres adentros a los dieciséis años:
1) Pitusa,
vecinita del quinto, enfermera muy aplicada de 11 años en aprendizaje
anatómico:
Boceto,
doctor en Medicina, especialidad de Obstetricia, de 12 años, metió el dedo
corazón (¿cuál si no? allí adentro: Qué raro, dijo en voz alta, está seco.
2) Una
servidora: ¡Empuja, niño, empuja… ¡Hijo de puta… sigue, sigue!
3) Kate:
¡Oooooh, my God!
Bozzetto,
seductor latino nada hirsuto, de largas pestañas y labios fragantes, potro
incansable, galopador…:
Los niños
de oro de la época…
Vanitas.
Cierra los ojos.
Ve, garañón:
la galopada infinita… el viento, la prole…
Etcétera.
España enseña sus
piernas: en las copas de whisky se deshacen lentamente los cubitos de hielo en
forma de venus: vieja la aspiración del malvado, del mascle impenitente ensorbecido por sus genitales: por mí se
derrite, la niña se derrite…
Bebe los vientos.
Soy rebelde
Porque el mundo me ha hecho así
Porque nadie me ha tratado con amor
(sigue… y
quisiera ser como el niño aquel…)
Etcétera.
Y entonces empezamos a
beber champán en una de esas copas aflautadas y mágicas DFW cuya vírgula
líquida nunca bajaba de nivel por más que uno bebiera.
El sexo olía a cuché: Boceto escondía Lui, Penthouse y Interviú en el interior de un gran atlas
(único escondite móvil adecuado para el transporte de la mercancía que
traficaba del quiosco a casa) de tapas tan sobadas y maltrechas que pronto
acabarían agujereándose.
¡Brell, el Maligno se ha apoderado de ti!
Ya era hora, padre
Basilio que en el infierno te abrasas, cabrón.
¿Qué estás leyendo,
mierdecilla?-, interpelaba Brell el Viejo.
La Estafeta Literaria.
Jean Sorel también
escondía a los ojos de su padre los libros que leía entre el ruido ensordecedor
de la serrería.
Cosas sobre Napoleón.
Entre satinadas
vaginas y la merienda de media tarde, un bocadillo de atún con tiras de
pimiento del piquillo o dos tostadas bien untadas con mallorquina, Boceto vaciaba la cabeza de latinajos y
el griego clásico, del olor prohibido a jabón Heno de Pravia de las manos del
cura ataviado ahora de clergyman y nueva sonrisa, miradas sesgadas nada
determinantes, pero solapadas, huidizas, ojo, y la lengua rosada y salivosa
oculta.
¿Qué estás leyendo,
preuniversitario?
Algo perfectamente
comestible y perfectamente digerible.
Entonces, descansa en
paz.
Gracias, padre.
¿Algún epitafio para
la posteridad? ¿Unas palabritas póstumas?
Boceto murió con la polla en la mano, 1960-1976.
Ya no fuma a
escondidas: el tipo que anda follando a la luz del sol en Malvarrosa o con una servidora en el cuarto ropero de la
casa no puede tolerar que las prevenciones y timideces inhibitorias de
cualquier bachiller pajillero le influyan a él: la precocidad tiene la ventaja
de afirmar un carácter, templarlo y endurecerlo al rojo vivo, como el acero;
anda uno sobre seguro, pisa fuerte esas primeras luces del futuro sobre la
acera que asoman aún etéreas, como meros destellos, relampagueantes, que le
preceden promisorias sin desvelarlo nunca jamás, ah, mañana, mañana, con la
esperanza puesta en el sol naciente, como el joven Fu.
A qué el disimulo…
Hoy tenemos una
especial sesión cinematográfica de las llamadas por Boceto, el insigne sociólogo, películas artísticas:
Yo soy fulana de tal (0)
Virilidad a la española (0)
Aquí, padre,
degustando el portulano.
Sirenas de cuché,
pelambrera magnética y muslos de seda: Ignatius
navegante, allende los mares y ojo avizor: a todo trapo levita sobra la
blanca espuma enmarañada de las olas.
Aquí, padre, dialogando con cuadernos: la
hendidura perfumada entre los senos, la patente hendidura de los glúteos al
aire.
Cuando arribe a lo
pornográfico, que siempre termina despuntando en el horizonte, alcanzará lo
fisiológico, la frialdad y latente lubricidad orgánica.
Brell el Viejo: Pobres
diablos, ¿y qué vais a hacer con el señor de Sade, mucho más transgresor que
esas vaginas carnosas entreabiertas, que esos penes enhiestos de pulido glande
que nada dejan trabajar a la imaginación, a la fantasía adolescente?
¿Y qué va a ser de
las… alegres chicas de Coslada?
La frígida y la viciosa (0) han ganado
la partida.
Un joven serio, y no
ese pobre inocente del joven Fu, se
dedica a leer Bocaccio 70, donde
ilustres escritores y columnistas mojan su pluma en los traseros y pubis
desnudos de las modelos danzando en las páginas pares. El artículo sesudo o
ingenioso en la página izquierda; la publicidad también, siempre, a la derecha.
Qué de perspectivas
amplían las nobles péndolas, qué humedales
¿Última obra objeto de
análisis, profesor Bocetus?
El fascista, la beata y su hija desvirgada
(0)
Memorable trabajo de
campo: ¿sabía usted que…?
¿Y qué me dice de El fontanero, su mujer y otras cosas de
meter? (0)
Padre, el filósofo
Platón afirmó que todos los hombres no son iguales.
Padre Brell se encoge
de hombros. Alguien superó la filosofía: el filósofo Chumy Chúmez: No solamente
todos los hombres son iguales, sino que algunos, incluso, se parecen a sus
padres.
¿Qué lees con esa
fruición que el rostro te arrebata, joven
Fu?
Aquí, padre,
desentrañando a Pozuelo, aprendiendo
del maestro Haro.
Mientes bellaco miserable
y embustero mierdecilla: secuestrado, expedientado y sancionado al silencio
cuatro meses Triunfo, han enmudecido
aquellos dos.
Cumplió, y no en la
cárcel de papel codornicesca, su condena, padre.
A los cuatro meses, el
pie cambiado; la caña, lanza (10-1-1976):
…Se nos hace vivir como en una película doblada al español, con la que
querríamos identificarnos, pero que tiene la dictadura de un director, de un
guionista. No nos salimos de la pantalla en que estamos proyectados…
Aquella editorial
tenía un nombre verdaderamente sugestivo, y era inextricable: ZYX/s.a. ¿Qué no
estaría al servicio del contraespionaje? En realidad era de inspiración
católica (?):
Los soviets en Rusia (325 pesetas)
Escritos sobre consejos obreros (50
pesetas)
Fetichismo y Religión (250 pesetas)
Por entonces todo
parecía una fiesta, un carrusel de sexo, libertad y justicia.
Y eso, ¿quién lo dice?
Cambio 16.
Alumbra 1976: se le ve
el plumero.
Dicen los viejos que este país necesita palo largo y mano
dura.
Pero yo sólo he visto gente que sufre y que calla, dolor y
miedo, gente que sólo desea su pan, su hembra (?)
y la fiesta en paz.
La revolución, en
marcha:
Sólo el vodka ruso es verdad.
(Moskovskaya y Stolichnaya).
Pero nosotros no somos
una cultura que se sustente sólo en la poesía: aunque no lo sepamos, nosotros
hablamos en prosa.
Dijo el Hermano Lobo
(1976): Sois libres… ¡Ar!
¿Se lo creería el joven Fu?
¿En qué épocas has
crecido?
De sobra sabes la
verdad, pequeña sabandija convenenciera: tus hermanos han sido tu abono, la
mierda que te ha nutrido y te ha hecho crecer…
Qué época: XXXVI Año
Triunfal; I d. de F.:
¡Mira, papá, sin
manos!
JD.: se lo tragó la tierra, la tierra se lo
tragó…
Fiodorov: convicto, confeso y ahorcado y
sangriento años más tarde.
¡Mira, papá, sin
manos!
Boceto: Mis queridos discípulos, fui un
perdedor, pero nunca como Taimánov… Fui un ganador, pero nunca como Bobby
Fischer…
Esa es la gracia.
Dejó de leer a
Rousseau y (demasiado tempranamente) comenzó a leer con absoluto desparpajo a
Darwin, Huxley (Julian), Lorenz, Ardrey, Dawkins y contrastaba aplicado los
errores de apreciación que cada uno de ellos se reprochaban mutuamente, al
menos como se da el caso entre los tres últimos.
¿Y qué me dices de
Aristóteles: Los hombres no son naturalmente iguales; unos nacen para ser
esclavos, y otros para la dominación… (Y ni siquiera previó a los negros.)
A los primeros les
perpetúa su vileza, a los segundos su fe en sí mismos y en su condición,
insistía el estagirita.
Se lo tragó la tierra, la tierra se lo tragó…
¿Qué corre por tus
venas? Egoísmo y alcohol a partes iguales, nada del otro mundo en consecuencia:
mortal y común, eso es lo que soy. (Boceto
dixit).
Así que Dawkins… (Y
esconde el Penthouse y su colorida
colección de vaginas entreabiertas y bien visibles brillando con luz propia
entre la maraña púbica en un cartapacio de dudosa procedencia: ¿el contenedor
de portulanos?)
2008:
¿Qué has hecho de ti,
mierdecilla?
Mira, padre, sin
manos: ah, los griegos, ¿qué no habrán pensado, nominado y esclarecido? (Lo
dice metiendo la mano en la ponchera de fondo interminable: ya le traba la
lengua lo espirituoso, pero aún deja a salvo el pensamiento) En todo tuvieron
que meter baza. ¿Qué hice de mí, señor Brell? El verdugo de mí mismo, el heautontimoroumenos de la comedia
griega. Cuarenta años después del epitafio del 76, otro no menos contundente le
sucede: Todo comedia hice de mí.
Y ella, con sus tres
actos, lo dejó solo.
NORA/PAULA: Entonces
comprendí que no eras el hombre que había concebido.
Tú te lo buscaste: la
humillante y traidora o-soto-gari: al
suelo, mastuerzo.
¿Y qué hiciste tú con
tus tres hijos, Heracles Brell? ¿Acaso no los entorpeció tu solipsismo, tu
solapado vaivén?
Bah, en el 76, todos a
casa, a cada uno según sus merecimientos. Tu hermano Carlos comenzó a recorrer
pasillos y habitaciones en plena noche. Tu hermano JD. aparecía y desaparecía
como un ectoplasma nada divertido debajo de la mesa camilla. A veces recordaba
un jorobado; otras, una coliflor. Tú bastante ocupado andabas con la sempiterna
polla adolescente tiesa en la mano. Tu madre, Hera malditaque era, enloquecía a
los hombres y trastornaba el mundo, a manos llenas regalaba intemperies,
establecía orfandades, creaba peñascos, orillas de tormentas…
Qué tiempos… Lo que
han visto estos ojos…
Lo que han de ver
todavía.
Los jóvenes esbeltos
de entonces, inmortales y genios, amos de las españas, espejo de sus grandezas,
son hoy viejos grasientos con la cara llena de manchas y los ojos velados por
el miedo, la tristeza o la desilusión, muchos de ellos atesorando en las manos
astilladas el puñado de monedas con el pretenden engañar a la muerte.
En los cementerios están los muertos, pero son paisajes de
un espectáculo para los vivos: su escenografía regala de colorido y bienestar a
los que aún andan sobre sus pies bajo la luz del sol cegados por el brillo de
los metales y los mármoles. El susurro del viento entre las copas de los
árboles no lo pueden escuchar los muertos o los despojos que aún queden de
ellos, y tampoco pueden ver el cielo azul o gris en lo alto, adonde todas las
miradas de los vivos tienden a elevarse cuando invocan a los difuntos.
¿Dónde estabas tú en
el 76? En el armario ropero, jadeante, inagotable. (Pero de ninguna manera
escondido debajo de la cama o temeroso de los portazos.)
¿Qué estás leyendo,
mierdecilla?
¿Y vos?
El taurus, de esta semana: Iniciaciones místicas, de Eliade.
¿Y a qué esa
penitencia, padre?
Tolle, lege, las vergüenzas del
7º arte: Un cine para el cadalso.
JD.: El espíritu de la colmena (5), cuarta
visión.
Fiodorov, marzo de 1976: Cárcel de Carabanchel,
reposición del importante film bélico español, El Alcázar no se rinde (0).
Boceto:
Polvo eres (0).
A ver, Harvey Keitel, El Limpiador, líbranos de la mierda.
Soy Ana…!
Si la noche se hace oscura y tan corto es el camino, ¿cómo
no venís, amigo?
Lento fundido en
negro.
Al 76 lo matamos
pronto. (Fue una de nuestras habilidades.) Supimos de él porque al igual que
todos los años pasados, y por tanto recuperables en la memoria, estuvo ahí, en
los cementerios de los elefantes del tiempo, y esa pisada, marcada a fuego (o
no) sobre la tierra, ya es indeleble, y rastrearla, y remontarnos al principio
o al final del su sendero trazado no es imposible, al contrario, es sumamente
fácil seguir sobre sus pasos, saber adonde nos lleva, escudriñar su farsa y su
tragedia, los hechos y sucesos de sus pobladores ya desaparecidos o todavía en
zarabanda.
Del 27 de diciembre de
1976
al 2 de enero de 1977
Nº. 264
40 ptas. ¿Hablamos de
un semanario? ¿Qué semanario?
En esa noche de Venus,
sólo el progenitor y el benjamín atentos a la pantalla: entre La Clave y Un, dos, tres… responda otra vez. En su habitación: he ahí el
expresidiario silencioso, sin nada qué decir; en la suya el negro, que sigue
tecleando todas las teclas que se le pongan por delante. Los otros dos, frente
al televisor, procurando no mirarse a los ojos.
Fiodorov se lame las heridas y hace recuento
(amores, penas, cárcel, trabajos) de cuanto le ha sucedido hasta acabar de
nuevo ahí, entre las cuatro paredes de su dormitorio: dejémosle ahora, lector, preso de su reflexión, aunque como le
calificaría el bueno de Papini, es hombre acabado, finito. ¡Pobre animal
sentimental!
(Interludio. Giovanni
Papini: Yo no escribo para… ¡los hombres obesos! ¿No serás de esos tipos que no
son nada porque quisieron serlo todo? Si el hombre no crea a la mujer, será
muerto por ella.)
JD. repasa folios, 500
pesetas por página, Bookman
Old Style 10; interlineado normal… (etcétera)
El espacio, en sus múltiples formas de
apreciación, contribuye a través de plurales significaciones a que muchos
artistas elaboren sus poéticas a partir de unas premisas que sólo alcanzan
sentido precisamente desde aquellas modernas prerrogativas iniciales; a saber:
que el espacio puede ser intervenido por la obra artística, o que ésta puede
ser modificada por aquél conforme determinados apriorismos de integración o
penetración… (?)
Y a la medianoche del
día 31 bailaremos un vals vienés hasta el amanecer dorado de champaña: mamá ya
era una sombra entre las sombras de la noche.
¡Medea…!: Incierta,
arrebatada, loca, me revuelvo a todas partes, a ver por donde me pueda
vengar...
Mujer desatada, tiembla mundo
(inmundo), a la que el planeta se le escurrede entre los dedos, pero no como el
agua.
Brindaremos por el
nuevo año.
¿Con el mismo Dios en
las alturas?
1977 afila las garras,
ya asoma el rojo colmillo goteante, ávido de muertos, de culpables por nacer.
100.000 millones de
soles en la galaxia, luego 100.000 millones de dioses danzando sobre sus
planetas rocosos, solitarios o vivientes y, qué cosas, nos toca ese dios
pelanas de tres al cuarto incapaz de proteger a los débiles e indefensos de la
chulería y maldad de los más fuertes y mejor armados que, naturalmente, por derecho, no dudan en diezmar a todos
aquellos que se oponen a sus apetencias, poltronas e intereses.
Una de las bombas
lleva tu nombre inscrito en la espoleta: te ha de dar de lleno en el cogote, y
cuando menos te lo esperes: en la cola del pan, enterrando a los muertos,
recogiendo a tu hijo del colegio…
Tus posibilidades, pobre Fiodorov, eran sombrías: el abismo
que te tragaba nacía de tus pies.
No, no es cierto que
seamos hombres con el deseo de acabar siendo dioses a través de la perfección
en el mal o en el bien, pero siempre con el poder sobre los otros: somos dioses empobreciéndonos como hombres día a día,
perseveradamente, hasta la pudrición total, y sin nada en las manos, desnudos y
finitos, como los otros. Acabamos
como dioses en pañales.
Una breve reseña, a la
manera de las que se utilizaban en la última página de los periódicos, sección
espectáculos:
La película que pasan
en La clave es de William Wyler. En
realidad, se trata de una obra de teatro de Lillian Hellman escrita en 1933, y
el film que proyectan ahora es la primera versión cinematográfica de La calumnia (The Children’ Hour): Esos
tres (These Three), censurada y
con guión de misma Hellman. Rodada en 1936 queda muy por debajo de La calumnia realizada veinticinco años
más tarde por los mismos director y guionista, y que JD. tendría ocasión de
visionar subtitulada en una sesión del Xerea, ya a principios de los setenta.
¡Qué lío!
Pon atención:
La clave es un programa un tanto enmarañado:
presentación de los invitados, proyección de la película, debate con sesgados y
crípticos comentarios acerca de la actualidad política… Y encima siempre eligen
antiguallas de un cine prehistórico pasado de rosca, aventuró Boceto con la vista fija en el cristal
reluciente de los vasos posados en las mesitas auxiliares que separan a los
contertulios. ¿Ginebra, vodka… tal vez anís? El padre vuelve la cabeza hacia el
hijo y por unos instantes detiene la mirada sobre el perfil del benjamín: su
expresión es exactamente la que uno suele utilizar cuando descubre a un
mierdecilla incordiando con alguna muestra de ingenio, esa facultad que chocantemente,
a despecho de su agudeza manifiesta, distingue con claridad a todos los
mediocres: sólo es agua lo del vaso televisivo.
Anda, ponme un whisky,
y tú tómate una zarzaparrilla, dijo el Santo Padre llevando la atención otra
vez a la narcótica pantalla.
Johnnie Walker,
etiqueta roja: pero su padre jamás había aprendido a escribir una novela
policíaca decente: Todo me empujaba cruelmente a Paul Klee, solía decir con
absoluta naturalidad.
Ingenio y fatalismo,
pues.
En el 77 a casi todo
le queda, a casi todo lo que puede leerse en forma de revista, poco más de un
año de vida.
¿Qué va a pasar ahora?
Lee EL País
o Diario 16, y, sobre todo, mira
la televisión: una delicia intelectual poder oír y ver a la vez. Y las manos
libres.
Y eso lo dice un tipo,
Brell el Viejo, que desde 1969 no dejaría de comprar Triunfo, Posible, Cuadernos para el diálogo y Cambio 16 todas las semanas del año
hasta ese fatídico 1977.
¿Y luego?
Resurrecionaremos: el
cuerpo nos será devuelto con sus placeres y sin pecados y todo comenzará de
nuevo: ¡Feliz Año Nuevo!
Luego Paul Klee: el
legado imperecedero, la generosa ofrenda que ha de llegar a las manos de los
vástagos desinteresadamente por parte de este servidor que lo es: toda una vida
de trabajo.
¿Y todo eso?
Llega un momento en
que todas las armas se te encasquillan. A hostia limpia, ni con las pulgas:
todos a casa. La guerre est fini.
¿Qué hacer?, se
preguntaba…
Uno enterró la
metralleta y terminó de concejal de fiestas de su pueblo… (de sudario empleó la
bandera algo chamuscada y repleta de goterones resecos, un denso y siniestro
carmesí, un cuajarón bajo la potente luz del sol con todas las culpas del mundo
que se apresuró a poner bajo tierra).
Pero el viejo Brell…
Sí, terminó leyendo a Karl Popper, aunque se paseaba por Colón y Paz con El País doblado en la mano y dos sábados
de cada mes se follaba como un bestial centauro a la ninfa teñida de rosa desde
los pies hasta el pelo (hasta mastica chicles con sabor a fresa la pequeña
cortesana):
Los hombres no son
iguales, pero a nosotros nos concierne la decisión de luchar por derechos
iguales. ¡Qué semejante has sido a tu suegro! Todos somos el mismo cabrón.
Al menos, eso, viejo
Brell: demos significado a aquello que no lo tiene.
Ir envejeciendo sin
sobresaltos le hizo liberal, le conciliaba con los asuntos mundanos más
repugnantes pero inevitables: Aparta tus manazas y narices de mis asuntos,
policía predicador… Y como esa vida imaginaria de Schwob, ordenaba barrer la
plata con la demás basura que descubría en el suelo. Le bastaba el sol, la casa
llena de libros, la sosegada tristeza que solapaba en sus clases al ver a sus
alumnos más desprotegidos si cabe que la mayoría de la humanidad a la que la
historia del arte se la traía al fresco, la penumbra apaciguadora del Ateneo,
alguna fantasía que recuperaba de algo leído el día anterior o sólo hacía unas
pocas horas: Un beso en la boca bien merece un ardiente soneto.
Sonreía para sí…
No era un poeta.
La gracia que no
quiso… Etcétera.
Al diablo con todo.
Y eso de la realidad,
¿cómo se construye?
Existen los hechos,
esa es la única realidad… que luego puede encuadernarse y hasta pintarse,
filmarla en imágenes o ponerle música: encierras a la realidad en una especie
de caja, creas un artefacto y la llevas de acá para allá, la paseas en el interior
de tu cerebro, de ese modo todo es más llevadero, concibes mejor disminuyéndola
esa inasible tela de araña que une todos y cada uno de los puntos por mínimos
que fuesen que constituyen el todo aire y la toda tierra del planeta. Ahora ya
me sé la realidad, te dices, y te quedas con la conciencia en paz, muy
satisfecho con la joroba deforme que te has echado a las espaldas.
Engullido por el
torbellino pubescente, ¿qué clase de realidad puede visualizar Boceto? Muy poco más allá de su onanista
mano izquierda: seducir a las indias cachondas, prestarse a los tejemanejes de una servidora, librarse él mismo en el
cuerpo de ella de todas sus pudibundeces…
La realidad de las
cosas es su contacto, y entonces te apercibes, y ya era hora, que todo lo
demás, fuera de ello, es como si no existiera aunque lo veas, aunque sepas de
sobra que las imágenes que captan tus ojos y se imprimen en tu cerebro también son en tanto que están, incluso llegas a dudar de que sean algo tangible y no un
mero espejismo más allá de esa apariencia palpada, olida y hasta comida y
metida en la caja de realidades dispuestas para ser numeradas, clasificadas,
diferenciadas y registradas.
¿Qué es el 77?
¿Qué son todos los 77?
A rastras, al filo de
la medianoche, tienes que arrancar de sus habitaciones a JD. y Fiodorov. Padre, he aquí tus tres
cerditos en este año que empieza. Bebamos champán en sana compaña (etcétera).
Tú limítate a la sidra
y aparta de mi vista esos racimos de la mala suerte: cada uva tragada, un año
de perros... y si trasegada sin hollejo, doble la maldición. No seáis locos y
mantened la boca cerrada mientras suenan las 12 campanadas, los doce puñales
que han de atravesar tus carnes y dejarte el alma hecha trizas (¿Ha dicho el
alma? ¿Aún en esas? ¡Qué diablos de personal tan mal aconsejado!). Y esquiva si
puedes la última puñalada, porque esa mata, penetra hasta que la empuñadura
detiene la hoja bien afilada y crea tal agujero que el mondongo sangrante y
nauseabundo se escurre por los bordes en un santiamén, te vacía por dentro (y
por fuera) tan de pronto que ni apenas tienes tiempo para morirte consciente.
Spiritus Sancti, Amen.
Para expresar contento
y alborozo, la cámara del hoy olvidado Lazarov (a) Zoom no cesaba electrizante ella de moverse, era un tembleque de
cojones de mucho cuidado, los patos amarillos de la caseta de tiro: no
acertabas nunca de qué lado de la pantalla iba a aparecer el pubis excitante y
arrobador de las bailarinas desmeneladas con las piernas al aire. Tan
enrevesadas como incoherentes imágenes cuyo único objeto parece ser el de
confundir el año viejo, ya muerto (al calendario perpetuo, cagón), con los
mínimos pañales que apenas cubren los muslos de las atractivas danzarinas
entregadas a unos aspavientos que remedan una orgía nocturna africana: la piel
brillante por el sudor al resplandor de las altas llamas de la hoguera, las
cabelleras sueltas al aire negro, las bocas abiertas, audaces las lúbricas
caderas y las miradas de fuego, la noche envolvente llena de la pasión larvada
de la oscuridad primitiva y la selva próxima:
Padre, en este año que
principia te deseo que a su final acabes en bulto de estatua, recordatorio de
tus glorias y aún de las que han de ser venideras, que tus méritos te sean
reconocidos, comprendidas tus lecciones, publicados todos tus trabajos, tus
páginas leídas…
Calla, hideputa y deja
en paz las uvas de la mala suerte y los buenos deseos que para nada sirven. Y
ve creciendo, a ver si me haces nietos que protejan mis años de vejez, pues
esos dos extraños y mudos de tus hermanos no están por esa labor engendradora…
ni por ninguna otra, me temo.
(De la guerra han
vuelto con las heridas abiertas: ¿quién será el que le quite del corazón los
siete demonios a este claudicante
Maria Magdalena?)
Brell, el Viejo: tended vuestras manos y metedlas en mi
costado, por vosotros lo hice todo.
¿Hay que matar al
padre?
Con la madre huida, no
sirve de nada. Ya basta.
¿Un poquito de turrón,
un bocadito de mazapán, un sorbito de champán?
Hemos hecho de la
Nochevieja una pistola de repetición con la que matarnos unos a otros con las
miradas, con los gestos, con las palabras, pero sobre todo con el pensamiento.
Cuánta noche, y qué larga y qué pesada, nochebuena, nochevieja y otras noches
tan festivas de guardar: qué literatura de ropavejería. El año, a las trece
campanadas de la mala suerte, ya parece usado, gastado, maloliente y en
especial, en el amanecer sucio de comilona y ebriedad, viejo, ya de tirar, toda
la cronología que nos viene por delante son como las cuentas del rosario de los
hechos pasados, ayer que fue, mañana que… (etcétera).
La indecencia de la
plegaria, del cobarde rezo, lejos de purificarte y despejar de asechanzas y
castigos tu camino te envilece y debería condenarte doblemente. Si los dioses a
los que rezas nada pueden hacer por librar a los inocentes del mal que brota en
cada esquina del mundo sólo para afligirles, ¿qué te hace pensar que iban a
hacer el bien exclusivamente para ti? ¿Eres acaso El Elegido?
Lo que más angustia
debe causar en un moribundo agnóstico desde que tuvo uso de razón es que
finalmente, mira tú por donde, exista ese dios de los católicos: colérico,
vengativo, cruel y sanguinario, indiferente a las miserias de los desheredados
del mundo a los que los mares ahogan, los volcanes abrasan y la tierra se los
traga cuando le da por agrietarse con sus cuatro trastos y los trapos
sintéticos con que cubren sus cuerpos.
(Aquel diarista y
cronista, en el primer día del año nuevo/viejo, se desayunó con un huevo pasado
por agua, un vaso de leche, un vaso de agua y, casi en seguida, una cocacola
con ginebra –una gota, señala él-. Aquel diarista, un día más tarde, cambió su
desayuno por sacarina, ron, cocacola y un optalidón: somos en lo intemporal,
termina escribiendo… Y así van las cosas de bien. Al menos él tenía una tribuna
diaria desde la que manifestar su compasión por los demás, todos esos inmersos
en la fiesta invisible de sentirse vivos y prolongar la otra, la vida, a base
de matasuegras y copas de champaña, ahí estaban en las celebraciones, en la
expectación, llenos de grandes esperanzas, ansiosos de logros y conquistas.
Aferradito a su vieja máquina de escribir, se sentía triste o jovial,
desengañado o burlón, dependía del cuerpo o de un dolor de muelas, cuerpo
recién despertado, barómetro de toda la fábrica de sus simpatías o antipatías.
El mundo: que mareo, que tenaz migraña, que fastidio sentir la losa de sus
herrumbres y ruinas sobre la carne: hoy, en consecuencia, iba a ser malo con
él, con todo, con su humana zarabanda interminable.)
Hay cosas que sólo te
sirven de vivo…, había escrito sin reparar que todas las cosas, absolutamente todas, sólo te sirven
mientras vives: muerto, o ya con la plena conciencia de que lo vas a ser y que
por tanto ya nada importa, ninguna cosa te
sirve. Esa secreta pulsión hacia la nada que ninguna posesión, emoción o
sentimiento alcanza a mitigar, ese sobrecogimiento que produce la certeza de
algo tan rotundo y definitivo, basta para que cierres la puerta a cal y canto,
te sientes sobre el suelo contra la pared y mires por la rendija de la puerta cómo
se cuela ella, La Inapelable; observas cómo se desliza su viscoso río negro
hasta tus piernas encogidas, cómo empieza a reptar directa al interior de tu
cabeza donde uno a uno empiezan a desvanecerse todos los sueños. Ya no importa
nada. En el día del Juicio Final qué mas da Quevedo, Proust, Unamuno o las
novelas de FBI y Servicio Secreto de a
duro que una vez leídas, en oscuros quioscos de compra-venta-cambio, pagas un
real y las cambias por otras del mismo género y vuelta a empezar, la misma
tunda, la misma rubia, el mismo disparo entre ceja y ceja. Qué más da. O sea,
que empieza uno leyendo a Stendhal y Baroja, a Borges, Carpentier y Lezama
Lima, traduciendo a Wallace Stevens, a Eliot y Beckett, y acaba entreteniéndose
con las andanzas de ese tipo, ese Bud Louse, asesino a puñetazos de mujeres
después de haberlas violado.
Boceto 77
ha empezado a crecer: mira como crece, no deja de hacerlo año tras año, como
los cocodrilos: he de crecer hasta el mismo día de mi muerte, qué metástasis de
conocimiento, qué de inteligencia.
Brindemos, padre, por
la concordia universal.
Su padre, bañado de la
lluvia festiva del confeti y con el matasuegras entre los dientes, tenía las
narices metidas en una de Simenon. No tardaría con el libro bajo el brazo, ya
libre de la adición festejante, sin despedirse de nadie, en dirigir su pasos al
dormitorio: buenas noches nos dé el diablo y maldición para todos en el mismo
año que el anterior que empieza ahora.
La pantalla del
televisor proclamaba la buena nueva y sus apóstoles encorbatados la recitaban
con fruición: todas sus sonrisas promisorias se proyectan a nuestro héroe, que
parece encantado del momento crucial. La media docena de sorbos de champán le
ha envanecido.
Boceto 77:
¿Quién eres?
El que ha de saberlo
todo.
Puede serlo todo.
El adolescente que no
es idealista a esas tempranas edades es básicamente un imbécil aunque no pierda
el tiempo en cosas inútiles y la incipiente seriedad ya ensombrezca su
semblante de hombrecillo.
Boceto 77: alarga esa noche, ese día de crecimiento,
de festival euforizante continuo, deténlo, hazlo eterno, no dejes añadir un año
más a mi cuenta.
(Aún no es tiempo de Mafalda: a punto está de abrir las tapas
de Rayuela.)
2008: Mafalda de lleno:
¿Saben ustedes qué es la vida?,
preguntó con irritante suficiencia el tipo vestido a la moda.
…?
Yo os lo diré, amigos míos.
…
La vida es como un río…
La niña gorda y
melenuda con toda la bocaza abierta que deja ver el glotis, enojada y harta,
crispada y gritona, hasta el moño de sabihondos:
¡Aquí todo el mundo se cree que sabe de Hidráulica!
Y en cuanto a los
otros dos, de momento los dejaremos,
lector, entregados a sus oscuras y clandestinas actividades criminales:
escribir para otros, incendiar la vida, iniciar la revolución.
Ah, el 77. He tropezado con un tipo que olía a
loción de afeitado English Lavender
Atkinsons.
He visto a un tipo que
encendía el Benson and Hedges con un Dupont de oro.
Le pregunté la hora al
tipo del Longines, pero pasó de largo
sin despegar los labios, allá se iba con la americana entallada.
He visto a un tipo en
el banco firmando un cheque con un rotulador de punta fina John Sterling (y pelo cortado a navaja).
Curioso país las
Españas del 77, logra pensar Boceto
hecho una pena a esa hora de la noche, obnubilado por el champán y las piernas
de las bailarinas que no cesan de marear y alumbrar concupiscencias.
Usted sabe (debería
saber): me metí en una cabina telefónica entre Alcalá y Goya (concretamente la
448: lo sé porque iba a realizar una llamada a cobro revertido a mi anciana
madre, allá en el Levante feliz para
desearle un dichoso y próspero año nuevo y la operadora al otro lado del hilo
solicitó el número de identificación del teléfono)… y, ¿sabe?, me encontré en
las manos con un mensaje del GRAPO... que de improviso me arrebató por detrás
un tipo surgido como por en salmo identificándose como periodista pero sin
mostrar carnet alguno. En un instante el
tipo emprendió una veloz carrera con el pedazo de papel en la mano y
desapareció Alcalá abajo. ¡Qué cosas!
Prefiero el fanatismo
de un heterodoxo que el (voltario) de un militante: éstos acaban fumando cohibas y aquellos no se doblegan ni
churruscándose sobre las llamas de leña verde.
1977: un comunista
sentado en su escaño es como la picadura de una avispa muerta, dijo sin causar
la mínima reacción ante el auditorio que degustaba beatíficamente el café
colombiano y la copa de Terry… porque antes que él Hemingway ya sabía de
avispas muertas.
Yo he visto a un
comunista leer un libro de Morris West.
Yo le he visto sentado
en su poltrona del parlamento con algo mucho peor entre sus manos de converso
vergonzante: escudriñaba muy curioso el Boletín Oficial del Estado: oteaba
entre los anuncios oficiales destinos, ponderaba prebendas, asesorías,
puestecitos pagados.
Queden ustedes con
Dios, se despide el día 29 de diciembre de 1976, festividad de san Juan
Evangelista, desde El ruedo ibérico
don Camilo José Cela-Trulock, aquel escritor que con tan excelentes resultados
profesó la teoría del intelectual volatinero. Lo bonito del oficio de escribir
es que, aun a riesgo de quedar con el culo al descubierto, tienes que dar un
doble salto mortal sin red y a la vista del respetable, que puede muy bien
apedrearte sólo por malvada ocurrencia y solaz cuando todavía vuelas por el
aire.
En este año de 1976,
tres días después de Navidad, Brell el Viejo le encomendó al futuro Brell el
Joven la compra de su regalo, para que no hayan equívocos, señaló:
Anda, mierdecilla, ve
a la trastienda de Dávila y recoge El
pequeño libro pardo del general.
Padre, Dávila no tiene
trastienda, se apaña con el mostrador…
Pues que hurgue debajo
de él, pero hazte con el libro que ando ganoso de pícara distracción…
28 de diciembre, día
de los Santos Inocentes: aprovecha la regocijante festividad y jode al viejo:
cómprale de suntuoso regalo la Enciclopedia
Mundial del Sello: Hubo confusión padre, ya lo dijo san Agustín, humano es
errar…
¿Y qué tal una
biografía de Tito, mariscal de una Yugoslavia atada y bien atada (como las Españas… ¡ja!)?
Este ex guerrillero bon vivant en el 77 ha de continuar con
sus buenas costumbres: fumar tres buenos puros cubanos al día y trasegarse en
la comida una botella de tinto nacional entera.
¿Tito? ¿Y eso?
El peso y el poso de
la Historia (así, con mayúsculas, y no como tildaría el agrio rasero barojiano
los hechos y sucesos de la biografía del hombre a lo largo del curso del
tiempo: una colección inagotable de chismes para personas serias).
Como paradigma de las
humanas torpezas, como ejemplo shakesperiano del flujo trágico del tiempo y sus
añagazas sangrientas que ningún cronista
coetáneo empeñado en homologar desde
el pasado el futuro alcanza a prever:
Es ridículo considerar
que los nacionalismos representen un peligro especial para Yugoslavia, porque
la sociedad yugoslava dispone de una serie de mecanismos y de un orden con
raíces muy profundas que nos convierten en un país muy unido y estable. Pensar
en la desmembración de este gran país después de la muerte del mariscal es de
locos (dixit un cronista serbio).
Yo he visto a un tipo
que fumaba un extra largo 555
International mientras acariciaba con desgana la mejilla encendida de una
mujer.
Eran otros tiempos de
mayor lujo y despreocupación: uno podía tranquilamente entrar sin mayores
problemas en la sala de aduanas de un aeropuerto internacional con una maleta
cargada de ocho kilos de trotyl y hacerla explosionar en el momento que le
viniera en gana.
Año nuevo: es siniestro percibir ese olor prematuro de
mi cadáver.
Y usted, señor
Kissinger, ¿cuándo va a retirarse de la diplomacia torticera aunque de excelentes
modales?
Tonterías… antes
morirá mi perro Tyler. (El can,
comprometido con su amo hasta la muerte, así lo hizo.) Y lo que siempre suelo
advertir como colofón a mis discursos: ojo con los soviéticos, siguen sin saber
lo que se llevan entre manos.
Estas son las mañanitas
que cantaba el rey David,
y por ser tu cumpleaños
te las cantamos a ti…
En cuanto a México,
dijo el sagaz diplomático, ahora que estamos de celebraciones…
… Pobre México, tan
lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.
Los políticos mienten
más que el indígena mexica Juan Diego: éste confundió a una chamaca en busca de
novio con la virgensita (o no se engañó y le dio por ahí, ya puestos).
¡Que viva México!
¡Que viva México!
(1977: JD. se vio en
una sentada los 35.000 metros de película en uno de los maratones cinéfilos con
los que se premiaba cada 25 folios de trabajo. Desgraciadamente vio la versión dispuesta por Upton
Sinclair, uno de los dos montajes realizados en Estados Unidos del material
filmado por Eisenstein, ante los cuales, una vez visionados años más tarde, a
poco de su muerte, el cineasta letón sólo pudo resumirlos en una palabra:
aflicción.)
El librero, de rasgos
algo empañados por la sempiterna nube de humo del cigarrillo sujeto en una de
las comisuras, era uno de esos tipos que siempre están sonriendo. Una
afabilidad constante, inalterable. Lo cierto es que no era así todas las veces,
naturalmente, pero la forma de la boca, los labios finos y largos y la mirada
pícara (o divertida) que atravesaba los cristales de las gafas, los silencios
calculados y cómplices, producían en uno la sensación si no de la burla o la
mueca ofensiva del payaso sí de ser objeto de irónica observación: Así que El pequeño libro pardo del general…
Vengo del hogar de los
Brell.
¿Y quién va a ser
destinatario del clandestino y malicioso volumen?
El patriarca.
¿Tú no serás un
esbirro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado disfrazado de
adolescente, verdad?
No, señor. Yo soy el
benjamín, Ignacio Brell, hijo de don Bernardo Brell, hermano de José David
Brell y de Carlos Brell…
¿Carlos Brell? ¿Este
no andaba de excursión montaraz por Carabanchel?
Yo he visto a un tipo
que se regaló por Navidades una piscina, se la echó al hombro y se la llevó a
su arbolada residencia de 2.500 metros cuadrados, entre La Cañada y El Pla.
En los umbrales del 77
las galerías de arte exhortan al personal pudiente que sea egoísta sobre todas
las cosas:
El mejor regalo, ¿por qué no a usted mismo?
Desde su casa usted puede elegir cuadros actuales de calidad
pictórica garantizada… y decorativos.
Sea egoísta: ¡obséquiese con arte!
Un bonito cuadro puede darle a su despacho o a su salón ese
toque personal de distinción que usted se merece.
A su alrededor todo se
alza desde su mente como una flor japonesa en el agua, erige un decorado afín a
su estado anímico.
Yo he visto a un tipo
que escuchaba la Júpiter de Mozart
medio atontado por la potencia de un Marantz
Alta Fidelidad de 500 vatios.
¿Y tú cómo te las
apañas?
Al igual que toda
persona activa y organizada, con una Luxindex
de tapas de piel de cabra. Contiene lo indispensable para ello: calendario,
planning, índice de direcciones y números de teléfonos y hojas sueltas para
anotaciones.
Ignacio Brell Gay…
¿aún vamos de sociólogo?
Los hijos de… (0): film apoteósico
donde aparecen, además de los dos protagonistas, cada uno hijo e hija de unas
putas aún en ejercicio (las putas carecen de la virtud del ahorro), un negro
cliente de las dos prostitutas, unos nazis residentes en Andorra, un bebé
mulato y un capador de cerdos.
¿Qué tenemos hoy para
comer, una servidora?
Fideos a la cazuela Xavier Domingo (se prepara un refrito
con aceite de oliva virgen extra, un diente de ajo picado y peregil; se añaden
pollo cortado en trocitos y los fideos; cuando todo está bien rehogado se echa
agua caliente y sal y se deja cocer hasta que la pasta esté en su punto).
Qué simple yantar
(pero nutritivo… y sin otras adiciones insanas que menoscaben su genial
sencillez).
En 1977 son muchos los
estigmatizados con el ultimátum médico más definitivo: Le queda a usted un año
de vida, quizás año y medio. De modo que se retiran del mundanal ruido y cerca
del mar evocador, al amparo del rumoroso río o resguardados entre montañas, se
dedican a escribir una novela: su vida… En fin, una novela dentro de una
novela.
Yo he visto a un tipo
que se echaba sobre sí chorretones de Brando,
la colonia, como es sabido, de el nuevo hombre. Cuando salió del portal a
la calle, y durante cerca de cien metros de andadura suya elegante y
desenvuelta hasta que el aire decembrino mitigó la pestilencia, intoxicó a todo
aquel infeliz que se cruzara en su camino.
El señor don Juan
Goytisolo, escritor apátrida y ahora invisible por esas cosas que pasan en una
dictadura que se ajuste a lo protocolario de su condición, aunque ya muerto el
dictador, fue requerido para una entrevista en televisión: durante cerca de
cinco minutos al entrevistado ni se le vio la cara ni se le pudo escuchar
palabra alguna, lo cual, te lo aseguro yo, no lo hubiera superado ni el más
ingenioso surrealista en su época de mayor esplendor. Item más: al cabo de ese tiempo de absoluto silencio, el
entrevistador agradecía al escritor su brillante intervención.
Nuestro pequeño
sociólogo se ha quedado solo en el salón: Taciturna familia, piensa.
La botella de champán
a medio vaciar.
Menuda mierda de fin
de año.
Echa un trago largo
directamente del gollete.
De la pantalla ha
desaparecido el magnético ballet de piernas y muslos desnudos, propensos a la
lamida: cinco muchachos negros cantan y bailan con encomiable ritmo: Jackson Five.
Se levanta el
espectador solitario y aprieta el botón de UHF: Jazz: Lionel Hampton. Vuelve a
la primera cadena: danza, loco.
Sábado, 1 de enero de
1977, 22,10 de la noche. Frente el televisor.
Boceto, con el estómago aún
revuelto, adormilado, bosteza, bosteza interminablemente. Fiodorov continúa en su habitación: silencio absoluto, ni siquiera
una música… JD. con los ojos abiertos, abiertos como platos: en UHF, Dos en la carretera, de Stanley Donen.
Brell, el Viejo, invisible, se ha encerrado con Haydn: un invierno con Haydn.
Esa es la familia de
la soledad: soledad ¿y tu familia?
Tal vez estén solos,
pero no lo saben o no se lo creen: mete la cabeza entre los hombros y embiste,
sé tú más fuerte que el día y la noche (aunque, naturalmente, no lo seas).
Se agrietan las
españas por todas sus heridas: ya restañarán: ¿hay historia que no sea un
anecdotario sangriento?
La Santa España licúa
sangre: de hinojos ante ella.
Pero no es un milagro…
es una constante: media España contra la otra media a garrotazos como en la
pintura goyesca. ¿Cómo separarlas? Mal asunto, son hermanas siamesas que han de
morir si la una está desunida a la otra.
Sal de la cárcel,
termina tu carrera de abogado, sé un buen laboralista, mantén la boca y la
puerta cerradas y quizás no te pongan una Super Star larga de 9 milímetros en
tu frente de alucinado, aprieten el gatillo y una bala atraviese tu cabeza
hasta incrustarse en la pared contra la que te han arrinconado.
Haydn es una buena
idea. Y el cine de los sábados o el de todos los días de la semana, y la novela
de sobremesa que por capítulos (20) emite la televisión (estos meses La gaviota, de Fernán Caballero, suiza
que escribía en francés acerca de la realidad y costumbres españolas del
momento, qué lío tan divertido) o las acrisoladas series estadounidenses de la
noche como Hombre rico, hombre pobre.
Incluso es una buena idea el teatro de Arrabal o Los gigantes de la montaña de Pirandello.
Valencia, 2 de enero
de 1977, domingo ventoso, 11,25 de la mañana: Boceto alivia el priapismo y pasea por Viveros con un libro – Paroles- en la mano (arma poderosa de
seducción en esos tiempos) de un tal Jacques Prévert (ignoto para el tal Boceto, quien desconocía su existencia
hasta ese momento en que toma el volumen de la biblioteca paterna y se acerca a
los Jardines del Real en busca de la adolescente soñadora y solitaria, un alma
gemela… ¡de busto generoso y pantalones vaqueros ceñidos que marquen bien el
pubis!). Prévert, sana mezcolanza entre un exquisito Pascal encerrado en su
cámara en la que sí que sabe estar y
un goliardo Rabelais capaces de inspirar mágicamente al unísono al autor de Les enfants du Paradis.
Valencia, 2 de enero
de 1977: un día de viento, gris, hostil, Fiodorov
arrastra sus pesares pequeñoburgueses por las inmediaciones de la Basílica: un
hombrecillo que fuma en boquilla, vestido con una gabardina que le viene
grande, le mira fijamente al cruzarse con él: en una décima de segundo ambos
desvían la vista con premura y siguen su camino.
Ese tipo maldito… cerdo asesino, se dice Fiodorov, es él, sin la menor duda.
Ese rojo aún lleva el
olor a mierda revolucionaria encima…, se dice el señor comisario apresurando el
paso, y no puede reprimir una sonrisa de malvado sarcasmo.
Esos dos, aún no
rancios, contemporáneos en el 77…
Pórtate bien o Conesa, el hombre del saco, te encerrará en su
cabaña y acabarás siendo carnaza para la piara de sus cerdos hambrientos de las
vísceras y entrañas de los jóvenes revoltosos que a veces terminan tirándose
por la ventana.
Este mismo año Lenin
es pasto de olvido. El Palacio era de cristal (o de hielo) y se ha hecho añicos
él solo.
¿Adónde hozar?
Sábado Santo con
grafiti en el paredón:
Hay que matar al cerdo
de Carrillo.
Cuidado, Carrillo, te
van a matar el cerdo.
Muerto el cerdo comieron
sus carrillos bien remojados en salsa de San Bernardo.
Aquella mujer había
criado cerdos hasta los veinticinco años: no hay futuro, se dijo. Cogió
bártulos y se despidió a la francesa del poblachón. Llegada a la ciudad, se
hizo puta de perfume barato en un santiamén. Ese arte le iba de perillas:
gozaba y hacía gozar. ¡El paraíso! Alcanzó cierta fama en los lugares
adecuados. A partir de entonces comía a dos carrillos, se hartó de comer
carrillos… y no en salsa de San Bernardo.
En aquel tiempo, todas
las putas no demasiado caras olían a Maderas
de Oriente, y aunque solían comer mucho cerdo, ya no daban la talla de una
Elena Fourment (cuidado, la cintura es una cosa seria), de modo que el señor
Rubens las habría desdeñado como carnes de modelo por su poca gordura.
No es la grasa del
cerdo tan dañina como la de ciertas carnes rojas.
(Los rojos al
paredón.)
Una semana después de
que El hombre del saco no se lo
volviera a llevar (Hueles como un cerdo, le espetó el señor comisario Roberto
Conesa en su primer encuentro a la vista del despojo de hombre que habían
puesto ante él, un pobre tipo de rasgos irreconocibles, manchado de sangre,
mierda y sudor) Fiodorov acudió a la
sala de arte y ensayo de Moratín… y casi se da de bruces con un par de senos
del tamaño de una ventana estampados en un cartelón: bonito sitio que
entreabrir: ahora el antiguo altar del cinéfilo se había convertido en una sala
S donde poder admirar en la pantalla
sin temor a la porra del gris en la
nuca traseros al descubierto, vaginas a la vista y penetraciones algo
espasmódicas.
¿Qué clase de pocilga
es ésta?
Ésa donde los
reprimidos y voyeurs se regocijan
envueltos en la espesa y oliente oscuridad, se refocilan contemplando la
desnuda ganadería de hembras sometidas a los caprichos y embestidas de los
hombres-cerdo.
Entre trencas, abrigos
Loden y ponchos andinos de lana estas españas de 1978 fueron un poco cerdas,
como diría nuestra antigua conocida doña Eugenia Espina: ese año maldito intuyó
las cochinadas de gran cerdo que el marido y padre practicaba sobre la
indefensa (taimada, rectificaría después) púber hija de ambos. Estas españas se
abrían de piernas a la primera ocasión: coños de toda clase y condición se
aireaban con tal desparpajo que causaban la admiración de los otros mundos hasta
ese momento mucho más avezados en esos menesteres que los hijos de la
Celtiberia: por entonces los españoles calzaban las botas de siete leguas, pues
mucho era lo que había que recorrer allende las sacristías y las capitanías
generales, y a fe de sus clásicos putañeros vaya si lo hicieron sus
descendientes.
¿Y usted por qué se
metió a puta?
Estaba harta de los
cerdos, de los de verdad, los de los jamones.
La feminista de pelo
muy corto y cara sin maquillar, ataviada, por así decirlo, con un abrigo afgano
de piel de oveja curada en orina no dio crédito a lo que oía: no sabía si
echarse a reír o a llorar. Sus ojillos indignados echaban chispas.
¿Y qué harás cuando
tengas la vulva y la vagina fláccidas y el culo en el suelo, pobre estúpida?
Dentro de treinta años,
mujer imbécil, tú estarás seca como una
caña y con la nariz en las tetas, con el aliento hediendo peor que el apestoso
abrigo que llevas encima, y yo gorda como un tonel pero fragante, oliendo a Maderas de Oriente y el coño guiñando un
ojo (el izquierdo). ¡Y que me quiten lo bailao!
(Ella, en tales artes
coitales, gozaba como una cerda:
¡Qué puta me haces, cabrón!,
gritaba sin poder contenerse.)
Lo que distingue a la
puta (el tiempo es oro) de la no-puta es el preámbulo, si prolongado y
placentero muy de agradecer por la hembra aficionada cuando no anda de por
medio el estipendio ni la urgencia económica.
Las españas de los
años I, II y III d.F, entre la ilusión y la ira, la libertad y el disparo en la
nuca, aborrecían de prólogos y liminares retóricos: al grano: lejos de la
frustración durante tantos años del coitus
ante portam y entregadas de pleno al
recién llegado coitus ab ore.
¿Y cómo habéis llegado
hasta aquí… los Sánchez del mundo?
…sucia la ropa y escaldado el ojete…
Pero aquí estamos las
españas con las piernas separadas y el coño al aire, como aquella heroína loada
por Blasco Ibáñez, que desde las almenas del castillo sitiado y ante las
amenazas de sus enemigos de matar a sus hijos presos, alzándose las faldas
hasta la cintura exclamó sin recato:
¡Matadlos, pues, que
aquí está el molde para replicarlos cuantas veces me plazca!
Tiempos revueltos: de
su boca algunos hombres hacen coño y de su culo hortensia. ¿Qué pasó para tanta
procesión de coños?
Tanto coño sin vestir
requiere explicación.
Represión es la
palabra, Iglesia católica la maldición: antes en las Españas Oficiales
preferían las buenas y patriotas gentes desalojar ojos de las cuencas con
agujas de media y padecer los agujeros sangrantes de por vida que asistir
pecadores a visiones tan asombrosas de elementos genitales: vulva, vagina,
clítoris y monte de venus. La palabra coño no aparece en el Diccionario de la
Real Academia Española hasta 1976, I d.F., aunque las reales españas, nada
mojigatas en cuestiones de coyunda, ya sobaban el vocablo desde los tiempos del
moro y el Cancionero de Baena, y aún antes de esto se lee en unos archivos del
norte que …dicho judio auia muerto a su
muger por ocasión de un rauano (rábano)
que le auian puesto por el coynno…
Y en La lozana andaluza: …estaba allí una beata de Lara, el coño puto y el ojo ladrón… Y, ya
Espronceda, en el XIX: … Que el coño de
las putas nos regale/purgaciones e incordios a destajo, y en pleno siglo XX
cantaba nuestro Max Aub: Cada hombre un
voto/ cada mujer un coño/ si esto no es democracia/que venga Dios y lo diga.
Colofón (Juan Goytisolo): …del Coño
emblema nacional del país de la coña.
Merced a la Real
Academia Española y al señor Cela, quien propuso la inclusión de la voz en el
diccionario, en 1978 el coño ha cumplido
dos años de autoridades y entre sus venerables páginas luce sus cuatro letras y
fuera de ellas se nos muestra bullanguero y de muy buena salud, muy plural de
apariencias y siempre de forma sobresaliente entrevisto en el cuché de los
pubis afeitados o en rizosas pelambreras.
¿Y qué tal el coño?
Bien, bien, gracias a
Dios.
¿Y sois muchas la
tropa de putas en las españas?
50.000 las censadas,
10.000 de allende los mares y las fronteras y otras 500.000 tapadas que son
desleales sin miramientos con nosotras, con sus maridos y con la Hacienda
Pública.
Más allá de su honrado
uso doméstico el coño es que da mucho juego, tanto en el arte plástico y en la
literatura realista como en el golferío más libertino y procaz. En una primera
acepción, es exclamación de asombro, sorpresa, disgusto o enfado. Sólo en
segundas adquiere su verdadera e incomparable significación. Y florecieron por
doquier los coños en ricitos, en oscuras espesuras o apenas encubiertos por los
lacios flecos del vello de color castaño claro o pelirrojo. Bien se diría que
semejaba la consigna maoísta: Dejad que florezcan cien flores… ¿o eran mil?
De quantas coymas tuue Toledanas, de Valencia, Seuilla y
otras tierras, Yças Rabiças y Colipoterras, Hurgamanderas y Putaraçanas…
A estas alturas ¿aún
estamos en el permanganato y el aceite inglés?
El joderío evoluciona
no acorde a los tiempos ni de modo sincrónico, y mucho menos en los albores de
los ochenta, va a su aire y en cada sitio tiene sus formas: la putanga gorda de
cintura de bidón y sus artes de puterío de 100 duros poca semejanza guarda con
la universitaria que hace a un lado los libros, arroja el poncho al suelo, se quita los vaqueros, la blusa, el
sujetador y las bragas y antes que el otro trajine con la goma le agarra de un
brazo, lo tiende en el catre de estudiante debajo de los consabidos pósters del
Guernica y del Che tocado con la boina estrellada y le succiona la verga tal como
hacía con un polo de agua (limón, nata o fresa, a elegir) de aquellos de su
infancia no demasiado lejana. Aquella, la gorda indocta, ramera; ésta, culta
latiniparla, lectora de Marcuse y enamorada de la Maga de Cortázar, puta por
afición y de gran dependencia del orgasmo múltiple. Puteadoras las dos, pero
nada de hacer migas en el mismo saco, cada una hija definida por los atributos
de su clase, obligaciones inherentes y entretenimientos varios (con o sin
dineros). En la una salta la copla como se levanta de pronto el airecillo
vespertino o nocturno (ay salero, salero,
salero, con el coño se gana el dinero…); en la otra, la ganancia es un
correrse juvenil, matinal, limpio como el sol reciente del día, es la ganancia
de la piel hirviendo y la carne estremecida: y si anda embarazo por el medio,
una aterriza en Londres, se libra del bichito y aún se da un garbeo por la Tate
Gallery y por Carnaby Street; la otra, si no hay suerte con el perejil o con la
aguja de hacer punto, acaba en el hospital con las piernas morcilleras moteadas
de sangre y cantando la traviata ante
el juez de turno, eso si por entonces las carnes aún no se han venido abajo y
la pobre gorda, abandonada por el rufián, ya sólo sirve para cambiar las
sábanas sucias de las habitaciones por horas y vendiendo tabaco mientras pasea
la acera en los entreactos.
En las españas muchas
ganas había en esa época por saber y leer de putas y puteríos, escrutar en
soledad o en compañía los flamantes coños inmovilizados en las revistas para
adultos: la lujosa papelería del cuché y el olor a recién impreso, su elegancia
editorial, bastaban para no abochornar los ojos de sus compradores y, además,
sin que tuvieren necesidad de subirse el cuello del loden o de la trenca por si
algún conocido andaba por las inmediaciones.
La moda del coño pasó
de largo a su debida hora, y la llegada alborozada del vídeo, prodigio
tecnológico donde los hubiere, permitió que cada hijo de vecino programara sus
gustos y sus distracciones pornográficas a solas, en su propio dormitorio
convertido en burdel onanista y virtual, autárquicos, sin necesidad de añadir a
la imagen su imaginación: ahora bastaría con fijar los ojos en la pantalla
donde los acontecimientos tan palmarios y las coyundas tan explícitas
desdeñaban cualquier tipo de fantasía imaginaria. Ahora los coños se movían, se
abrían y se cerraban, se ponían de pie o se tumbaban de espaldas. Y algunos hasta
hablaban.
En cualquier caso las
españas d.F, a golpe de BOE, decretos leyes y una juventud desatada ya de los
barrotes de la cuna franquista, pronto dejarían de ser el coño de la Bernarda,
pero pagarían el precio del tránsito. El desorden propende a la extravagancia y
hasta lo pintoresco: la España entera rompe costurones, hace aguas por todos
sus lados... aunque se mantiene a flote. Empieza a hacerse irreconocible el
viejo solar patrio de gran lanzada a moro muerto a costa de sufrir la fiesta
nacional, que mucho da de sí con su montón de personas y personajes,
personajillos y el resto de los españoles todos.
Se nos casó el cura
Aguirre, se nos casó la duquesota de los 52 títulos.
Tu padre no derramaba
ni una lágrima, pero se le ponía una cara de piedra por la que no circulaba ni
una gota de sangre cuando hundido en el sillón, rodeado de los bafles a medio
volumen, escuchaba Canciones para después
de una guerra, película por fin libre de las garras censoras de algún
funcionario vil, corrupto, cabrón y onanista impenitente.
Todavía en esta España
Nuestra hay putas como las de antes, aunque bien es cierto que se pueden contar
con los dedos de una mano, celianas y desesperadas, de carnes y pensamientos
para el arrastre, que se beben una botella entera de lejía y sin exhalar una
sola queja, y hasta felices, se van al otro barrio no demasiado distinto ni
lejano pero sí tan siniestro como el barrio chino donde esquinaban tarde y
noche con las tripas revueltas de tanta porquería tragada, la ropa ceñida a las
mollas que la faja no disimulaba y el bolso de plástico asido a la mano.
En el 78 fueron
enviadas a diversas editoriales en pulcro original Las memorias del General Franco; las había escrito un tipo listo
inventándoselas de la primera a la última página. Pronto se revelaron falsas.
¿Qué quieren que les diga?, preguntaba el amanuense que las había apañado no
sin cierta imaginación y librado de viles reflexiones laudatorias (andaban las
españas bregando con desmitificaciones contumaces e irrefutables y no era cuestión
de ensalzamientos a deshora del dictador y sus secuaces), a falta de pan,
buenas son tortas.
Sea usted listo,
retóquelas lo necesario, ajústese lo inventado a la estricta realidad de los
hechos históricos, cambie su título y véndalas al mejor postor:
Memorias
imaginadas del General Franco.
Lo que pudo haber sido… y fue.
Por
Alfonso Vivales
Fueron publicadas… y no fue escaso el
número de ejemplares vendidos.
(¿Sabe usted cuantos cartuchos disparó Su
Excelencia en un solo día de cacería? ¿Sabe usted cuántas perdices se cobró La
Primera Escopeta de España el día 18 de octubre de 1959 desde el amanecer a la
atardecida? ¿Sabe usted cuántas
sentencias de muerte firmó…? ¿Sabe usted…)
A partir de entonces
el eximio escritor Alfonso Vivales publicaría a lo largo de una década diez
voluminosos libros de los de faja en tapa que escudriñaban con ojos de ratón
hasta en los más oscuros recovecos de la Gran Historia de España… mágica,
imperial, conquistadora, civilizadora…
La realidad si no
superaba lo ficticio y lo normativo de un lenguaje adyacente a éste, ya
cansinamente codificado por sus leyes y obligaciones textuales de frases
gastadas por el uso y lugares comunes consabidos hasta el hartazgo, al menos se
emparejaba con aquel sin la adición indeseable del utillaje de sus ordenanzas
gramaticales en lo que por deliberada intención allegaba la ficción de manera
instintiva: a lo estrafalario. La realidad, en efecto, igualmente podía ser
disparatada, díficil de creer para aquellas gentes respetables que constituyen lo
que ha venido a llamarse público en general.
Eso lo escribe usted
en una novela y no se lo cree nadie, dicen con un tono de suficiencia y desdén
que no admite réplica todos aquellos que nunca han escrito nada valioso
literariamente y han medio leído no sin esfuerzo una docena de bestsellers y seis o siete novelas de
acción con prosa de prospecto farmaceútico premiadas, por esas cosas que pasan
en una cultura teledirigida interesada en perpetuar la medianía intelectual de
sus consumidores, en algún concurso nacional.
¿Cuál es el lenguaje
de la realidad?
Lo visible: lo
discernible: lo intuido de aquello que se agazapa tras las imágenes.
Lo real no es cosa de
andarse por las ramas ni de cambiar el nombre de las cosas por mero capricho.
Lo real es aquello contra
lo que tu imaginación se da de bruces: abre sin misericordia las puertas de tu
interior y no veas cómo se cuela la ventolera alborotándolo todo.
Se estrelló contra la
realidad, relató el buen hombre, y la cosa no quedó ahí, sólo con chapa y
pintura, hubo avería casi fatal de motor, rotura de cristales y el volante a lo
loco: ¿podría volver a rodar? ¡Quién sabe!
Yo supe de un tipo que
en el 78 se metía en el Puerta del Sol
o en el Lusitania para ver filmes que
consideraba intocables, como El último
tango en París y El acorozado
Potemkin (bonita combinación), que ya se proyectaban con entera normalidad
en las pantallas de cualquier cine español: Sois unos incautos… ¡Esas copias
seguirán censuradas hasta el día del Juicio Final!
Tal vez no le faltara
razón: se ha calculado en más de 60.000 metros de celuloide lo censurado y
cortado en 40 años por la tijeraza franquista que en lo más álgido de su celo
no dudaba en proclamar que el cine era peor que el diluvio universal, peor que
el cólera, peor que la bomba atómica, peor que la guerra civil...
El tipo receloso era
un progre recalcitrante que no dejaría de serlo a lo largo de su nada memorable
existencia: no sólo quedaría relegado de la prebenda y la canonjía, es que ni
siquiera alcanzó a recoger dividendos investido, eso sí, como funcionario
agradecido en cualquier covachuela ministerial: aún le visto yo en las calles
del 2008 vistiendo la misma trenca pringosa y deshilachada de los años setenta,
leyendo los mismo libros, creyéndose el mismo cine, fumando el mismo hachís y
la misma maría de cuando entonces..
malviviendo del estado manirroto.
Así que la realidad…
en este años 1978 (en El Año Internacional del Criminal).
Pues, sí.
El curilla bastardo
casóse con la duquesa: he ahí la felicidad intercambiable: el mundo al revés: y el porquerizo enamoró a la princesa,
matrimoniaron, tomó posesión del Reino y comieron perdices hasta que les
salieron por las orejas (fueron felices, en suma, y tuvieron un hijo, o dos, o
tres,,,).
El 78… qué de
resonancias. Uno iba a una farmacia (y no de guardia nocturna, pues delataría
de inmediato sus bajos instintos) a comprar un condón y salía con una caja de
caramelos mentolados de precio abusivo, y si no te llegaba el peculio te
librabas de la bronca del Velador de Conciencias de Blanco Uniforme pidiendo un
rollo de algodón hidrófilo y un sobre de esparadrapos, pero el condón se
quedaba en el cajón de la trastienda.
Dijérase lo que se
dijera, las españas todavía velaban por tu conciencia, te libraban del mal y,
sobre todo, de la tentación:
Si vas a ver El último tango en París o Emmanuelle y no tienes pareja, cuando
acabe la sesión corre hasta tu casa y te la cascas, y aquí paz y allá gloria, y
a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga, que de viejo no te libras si no
te mueres de joven (como quien dice).
1978: Boceto: 18 años, mayor de edad: tiembla
mundo (inmundo).
Las 3-R y las 4 ya
estaban pasada de moda desde hace años merced a la notoria y nada común
estatura adolescente de Boceto:
ahora, a votar.
Realidad… de
otrora, qué cosas: Fraga acribilló el
culo de la hija de Franco. Titular,
¿ficticio… o no?
Hubo tal perdigonada y
hubo tal culo como diana majestuosa de aquel intrépido ministro de discurso
ininteligible y enérgico ademán: ¡La calle, los mares, el puto campo… la España
toda es mía!, exclamaba alzando la escopeta por encima de su cabeza en señal de
autoridad irrebatible: hasta el culo de la primogénita de su Excelencia no
escapaba a su ojo avizor: le arreó de lleno.
¿Pero existe alguien
en este mundo que pueda creerse algo tan aberrante? ¡Un tiro en el culo de la
hijísima!
63 perdigones se
extrajeron de trasero tan privilegiado por la historia. Lo creas o no.
La Codorniz voló, y
con ella la mala uva en blanco y negro.
Cuarenta años más
tarde de su primer noticiario proyectado en las pantallas uno puede almacenar
en la bodega de casa, junto los caldos más valiosos, las 7oo horas de metraje
que ha sumado el NODO a lo largo de las décadas como preámbulo a Plácido, Río Bravo, Un gánster para un
milagro o El sirviente.
Algo de orden se
impondría entre las viejas murallas de la patria.
Truco o trato: las
cosas como son:
Si quieres en casa un
Telefunken en color habrá que tirar la Atari al cubo de la basura. Y Boceto eligió el televisor en color.
Pero sería un Saba: color alemán en
todo caso.
No es el cine, padre,
ni sus embelecos prodigiosos. En televisión coloreada todas las bocas parecen
obscenas, crudas. Producen asco: semejan en especial el agujero parlante de
todos los políticos de puntillas sobre las urnas, la apestosa abertura de una
alcantarilla que despidiera la peste de todos los desperdicios animales y
vegetales y hasta químicos que se han deslizado por ahí adentro, pequeñas
grutas manchadas por toda clase de cochinadas culinarias de perversos sabores y
efímero placer para comensales encorbatados, diputados sin hambre y paladar
pantagruélico estragado por extravagancias gastronómicas, esa clase de
alimentación pornográfica pasto de boca perfumada de puta licenciada con gran y
depurada técnica oral, orgásmica experimentada: comensal merecedor de mil
latigazos en el claro de la aldea africana, al mediodía y rodeado de niños de
ayunos diarios, presa comestible aunque algo hedionda con las pelotas y el culo
fondón al aire abrasador, presto animal proteínico a punto de ser arrojado a la
cacerola gigante con el agua del río de los cocodrilos hirviendo a la vez que los yerbajos que aderezarán sus
carnes suculentas de bestia bien cebada a punto de ser zampado, Este Grande
Hijo de Las Grandes Grasas (pero antes, perro hinchado de gases, flatulento
animal, te quitaremos la corbata y las ropillas de moda, ese reloj de marca
cara que tan sólo sirve, como todos, baratos o no, para señalar el tiempo de tu
condena).
Sus ojos inyectados en
nitrógeno líquido…, comenzaba la flamante novela, finalista del Planeta, de A.
(lfonso) V. (ivales). Un arranque cocinero (a lo que parece).
18 años… ¿Qué viático
tenemos para el viaje?
La mente bien
despierta, y el cuerpo a punto para cualquier ultraje y violencia: también yo
sé dónde hay que dar para que duela. Ahora vengan los vendavales que aún no
estamos en el tiempo de la tienta, que ansiamos ese vivir a lo loco, con
arrestos para apurar hasta el mal.
Entre Príapo y Rimbaud
se te van las horas. Esa calentura entre las ingles te va a reblandecer los
sesos, había escrito Alfonso Vivales en su novela más generacional, aquella
donde acaecían sus percances niños y sus maldades adolescentes, sus jóvenes
picardías y sus primeros duelos adultos. El mentado fabulador de espurias
biografías utilizó el género memorialístico para dar forma a sus andanzas
lazarillas:
¿Quién de joven audaz
no se atreve a beber el agua de la fuente de hierro antiguo del cementerio?
¿Quién de niño no se
cree inmortal y ángel?
Muere el día de los
quince años, de la primera caricia, del primer temblor en los ojos… Nace el
joven Baudelaire, el maldito Lautréamont, el desventurado Chatterton…
(¡Joder, con el tal
Vivales!)
¿Quién a los quince
años no dejó su cuerpo abrazar?
(¡Ojo, Vivales, caes
de lleno en el plagio cancionero!)
Amante de los
crepúsculos y las rarezas detesta el día, la claridad y el orden. Es amante de
la noche, de las calles sin árboles largas y estrechas y grises de la ciudad
bajo la lluvia fría, del suburbio envuelto en tinieblas, de los descampados
donde arde la humilde fogata y corretean perros de ojos tristes y cualquier
bulto a la redonda es un vagabundo o un criminal:
Nuestro joven
protagonista se adentraba en el mundo oscuro del arrabal del alma a pecho
descubierto, con el solo equipaje de la melancolía en los ojos, en sus manos…
(¡Joder, Vivales!)
Huérfano ya del mundo
y de sus riquezas, pero también del fardo de sus traiciones, pestilencias y
quimeras…
Ciento sesenta y dos
páginas más adelante, el protagonista ya no era joven ni maldito, había sentado
la cabeza (donde fuere que la sentase), se había recibido de abogado a los
treinta, casado a los treinta y tres, tenido un hijo a los treinta y cuatro y
una hija a los treinta y seis, a los cuarenta se compró un perro de raza y
cambió de coche y a los cuarenta y siete puso la primera piedra de su segunda
residencia en La Cañada… murió a los cincuenta y dos años de una bronconeumonía
que complicó de forma inesperada sus funciones cardíacas. ¡Mala suerte! ¡Y eso
después de tantos años de penitencia penando por su juventud alocada y sin
bridas, deslomándose sobre su escritorio, agrietados los ojos de tanto examinar
sumarios hasta la medianoche, sosteniéndose hasta la cena a base de cincuenta
cigarrillos, un pastel de carne rancia y tres cañas de cerveza tibia frente a
la barra de un bar. Regresaba al hogar, del que había salido a las siete de la
mañana, con la barriga encogida por la náusea y los ojos a punto de reventar.
Vivales relata de este
modo sus instantes finales antes de morir:
En un postrer esfuerzo
se incorporó sobre el lecho junto al que permanecían pálidos como la cera su
fiel esposa y sus dos hijos, abrió los labios exangües, tomó las manos de los
tres que sostuvo entre las suyas y llevó la velada mirada de la agonía a los
ojos de aquellos sus descendientes que preservarían su memoria en la tierra:
Sed malos, sed todo lo
malos que podáis, hijos de perra, musitó, y un segundo después expiró con los
ojos abiertos pero ya ajenos totalmente a las cosas, afanes y corrupciones de
este mundo.
Sed malos, había exhortado
el moribundo… Sed malos, había dicho con voz de ultratumba…
Sea lo que fuere lo
que significara eso…
Vivales también sería
autor de una serie de diálogos literarios muy celebrados entre los compradores
de libros de El Corte Inglés o de aquellos a la busca de la firma del autor
consagrado o televisivo que hacían cola en las casetas de la Feria del Libro
del Año Correspondiente.
Escribía muy bien el
tipo…
Sería judío.
Creo que sí… Pero ahí
tienes a Joyce, a Gómez de la Serna, a Beckett, a Proust… que no lo eran.
Ese Proust era medio
judío…
… Juan Goytisolo…
Y éste es casi árabe
desde calendas atrás, nada futuras, pues así se invistió…
Cela…
Este representaba así,
como sin querer, a vuela pluma, a lo coño de hispánica pelambrera, el mestizaje
de lo que pudiérase llamarse no sin alguna propiedad anglogalaicomatritense…
Qué cosa extraña de
híbrido…
1981. 23-F.
Escena única. JD. y Boceto.
La oscuridad del
anochecer empieza a azular gradualmente una ventana al fondo de la estancia con
una estantería poblada de libros a la derecha (del espectador), un tresillo de
piel negra a la izquierda y una mesilla sobre la que descansa una lámpara
encendida de pie metálico oscuro (tal vez marrón) con una ancha pantalla de
color hueso.
Boceto. Hermano mayor…
JD. Dime Hermano pequeño…
Boceto. ¿Y ahora qué va a pasar?
JD. Nada. Sólo es el silbato del sargento
chusquero llamando al orden.
¡Firmes…. Ar!
Atención: una raya
roja... la que siempre vas a encontrar en las españas, en Alaska, Viena o en
Tombuktu, gilipollas.
Un ¡hasta aquí hemos llegado o te meto un
balazo en el cerebro, coño!
(A lo mejor llamaba al
rancho… el silbato de marras… Ve tú a saber.
¡Engulle el chusco,
muerto de hambre de los cojones!, ladra el militarote de baja graduación al
recluta. ¡Te voy a enseñar yo a ti a comer y hasta a mamar!)
Y eso es todo. Los
Palacios de Invierno ni eran de cristal que se resquebrajaban al primer disparo
del mosquetón o del máuser de repetición (hasta ahí podíamos llegar,
peludomierda) ni se derretían como el hielo al calor del sol del Nuevo Amanecer
a la vista del público en general. Al final, fatalmente, se descubrió que las
sagradas mansiones eran duras como el acero, sólidas como la piedra, eternas
como el mármol, infranqueables:
¡Cómo pises la raya
roja te meto un paquete que te pongo los huevos en la garganta, peludomierda!
¡Viva España…! ¡Arriba
Franco…! (Bueno, al revés quiere decirse.)
1981. Diciembre.
Después de la
tempestad, la calma.
Mi poeta preferido es
una mujer, y se llama Gloria Fuertes, y el libro que prefiero de ella es El libro loco, de todo un poco. Aún
huele a imprenta, te dejo leer unas páginas, toma (y lege).
¿Tú has leído el
interesante ensayo sobre el capitán Furillo de Canción triste de Hill Street intercalado en LBI de DFW? El tipo establecía un estudio comparativo entre Jack
Lord, de Hawai 5.0 y Frank Furillo,
pero una década más tarde de la emisión televisiva de las dos series, lo que ya
tiene mérito.
¿Qué motivos tuvo para
hacerlo?
¿Motivos? No se
necesitan motivos para ensayar…
(Montaigne: Si yo
estuviera seguro no ensayaría.)
Boceto: políticamente neutro, decolorado,
inmensamente humano, imperfecto, incorregible (diría de sí mismo): En la
actualidad me hallo en una de las 43 billones de combinaciones del cubo de
Rubik… y créame, no es la correcta.
Dale vueltas al cubo.
Inténtalo de nuevo. Fracasa. Inténtalo otra vez. Fracasa. Así hasta el 2008,
cuando fracasarás del todo. (Pero tú no sueltes el cubo hasta que destroces el
mecanismo interno que hace que las endiabladas piezas se muevan y giren como bestias
en el laberinto sin desbaratar el tinglado, condenado artilugio capaz de
ocultar el orden secreto de todas las cosas.)
43 billones de
combinaciones para marear al personal… eso es todavía más difícil que derribar
el pato amarillo con la escopeta de feria (Si eres tuerto, de seguro que aciertas más veces.)
Lo importante es que
en cualquiera de ellas, todas alternativas, uno se encuentre a gusto, el número
carece del menor interés: qué más da uno que cuarenta y tres: la realidad es
que estás en la barraca de feria… y suena el vals de las olas por los
altavoces, y los gritos de la noria, y las albricias de la tómbola y el tobogán y la melodía del carrusel y la
loca alegría del látigo.
Los amarillos ofrecen
muchas posibilidades, no así los verdes. Blancos y azules son mareantes.
23-F: los límites han
quedado establecidos, trazada la raya roja: han bastado cuatro tiros del
Cetme-C y el subfusil Z-70 dirigidos al techo para que los padres de la patria
besaran alfombra y aplastaran los huevos encogidos sobre ella con sus trajes a
medida de 50.000 pelas y sus abetunados zapatos de cordones.
El tricornio empuñando
la Star y la bronca admonición a gritos cuarteleros les metió el pánico en el
cuerpo aún haciendo la digestión de las viandas del mediodía, casi les hace
regurgitar los buenos caldos elegidos en la carta de vinos. ¡Qué desperdicio,
qué gran putada, ahora que ya tenemos en el bolsillo las pródigas dietas, el
suculento sueldo, los misteriosos emolumentos, la pensión vitalicia, los
privilegios de la carterilla, las tarjetas de autoridad… Este delirio
maravilloso, esta tregua perfecta con la orfandad, lejos de todo desahucio…
¡Qué se vaya todo a la mierda por culpa de estos jodidos picoletos !
¿Y tú cómo sabes todo
eso?
Me lo ha dicho la
Inter a través de las ondas.
Excelente transistor.
Y ahora sigue dándole vueltas al cubo.
Sigo fracasando.
Estupendo… ¡pues vete
al ficus!
Vueltas y vueltas, y
más vueltas, y como si nada, ya me es imposible encontrar la entrada o la
salida.
Tras el infausto
23-F…, de tal manera iniciaba Vivales su segunda novela protagonizada por una
camarera del Palace, a dos pasos del Congreso. Sería una novela testimonial,
reconocibles la época y los hechos, sólo ellos a salvo del deterioro y la
muerte súbita o de despreciable agonía de los estilos de la moda.
¿Usted recuerda un BMW
de la serie 5 del año 1981?
Las chicas bien se
drogaban suavemente con Bénédictine con hielo y…
Lo que nunca pasa de
moda, diría el viejo Brell, es un buen puro Montecruz…
Y deja a los políticos
de nuevo cuño con sus ostentosos Cohiba y Davidoff.
Diciembre de 1981:
¿Una copita de Prince Hubert de Polignac para celebrar el aniversario?
Yo insulto con una
Montblanc (y sin una falta de ortografía): papel escrito no tiene empacho.
Aléjate del estruendo
de las impresoras de matriz: por el ruido los conoceréis.
Sólo con tocar el
violín no basta, dice el señor Yehudi Menuhin: tienes que llevar en la muñeca
un cronómetro Rolex Day-Date en oro de 18 quilates con brazalete President, de
lo contrario el Stradivarius o el Guarnerius o el Capicchioni no sirven de nada, suenan mal, así, como a cascajos
rodando cuesta abajo, algo desagradable realmente.
¿Y qué? ¿Cómo andamos?
Aquí, dándole vueltas
al cubo.
Algo saldrá de ahí.
El tiempo perdido.
Mejor que le regales a
tu padre una llave inglesa (salvo algún grifo, no es posible que destruya nada
más a no ser que se ponga a golpear lo que encuentre por delante) que una
taladradora: podría hacerse daño: los hombres de letras no tienen manos, y a
veces ni cabeza.
Y mejor fuera así: si
manos tuvieren, y en ellas agarrada la taladradora, aquello fuese… La matanza de Texas.
Unos leen La guerra del fin del mundo en dos
semanas (Boceto: una apuesta con su hermano Carlos) y otra niña demasiado
avispada para sus trece años (Paula Coloma (a) Abeja Maya) Los biorritmos y
su comportamiento.
Padre, cómprate un
vídeo con programador y todos seremos felices.
Mierdecilla,
reflexiona lo que ha sido tu vida, lo que va a ser a partir del Año de Nuestro
Señor de mil novecientos ochenta y dos:
Siéntese en el suelo
con las piernas juntas y estiradas. Flexione la pierna izquierda y coloque el
pie izquierdo sobre el muslo derecho tan próximo como pueda al abdomen.
Seguidamente doble la pierna derecha y coloque el pie derecho sobre el muslo
izquierdo, superponiendo, pues, la pierna derecha sobre la izquierda. Los
talones quedan próximos, y las plantas de los pies hacia arriba. La columna
vertebral y la cabeza deben mantenerse erguidas. Las manos, en las rodillas.
Respire lentamente y mantenga el cuerpo relajado, concentrada la mente donde
los ojos se unen: Padmasana completo, la mirada maliciosa y búdica te delata:
Eres dueño de tu destino… si un millón de azares y sus casualidades te dejan en
paz y no mueres de un cáncer silencioso y fatal o de resultas de un accidente
de coche.
Mientras tanto,
continúa volteando el cubo de marras.
¿Cómo averiguar el
destino hasta descubrir la verdad de su cara y retorcerlo si no te gusta, y
darle la vuelta, ponerlo del revés, calcular nuevas combinaciones que deshagan
lo indeseado, que cree nuevos lances de mayor fortuna… y nuevos los colores del
mundo?
Lejos de la fanfarria
y el triunfalismo de salón en el 82 Boceto
se escabulle de su padre (a sus ojos él sería siempre el idiota sartriano de la familia, luego las conversaciones entre
padre y benjamín estaban teñidas de franca ironía cuando no de auténtico
sarcasmo por parte del progenitor que imposibilitaba cualquier seriedad en el
diálogo), sostiene charlas marcianas con sus hermanos (pues muchas han de ser
las cosas silenciadas), imparte sus primeras clases (de una pedantería
impenetrable para sus alumnos sumisos), no añora a su madre a la que ahora sólo
ve como una mujer (aquella mujer)…
¿Lo sabes todo en el
82?
Al menos todo aquello
capaz de contenerse en uno de los volúmenes de la Enciclopedia Pulga.
Y dígame, joven, ¿sus
universidades?
Las colecciones
variopintas de la Enciclopedia Pulga.
Qué te parece.
Y de ahí directo a
Baroja, Blasco, Cervantes, Tolstoi y Stendhal.
(No tiene pérdida.)
Bonito derrotero: lo
sabía todo en el 82, y al acabar el año todavía lo sabía todo mucho mejor. Gran
diputado…
Te conozco, perillán
de traje nuevo y zapatitos lucientes por el betún de la lata recién comprada,
casi intacta: tus primeras comuniones con los otros compinches de escaño: te
crees un elegido bendecido y perfumado por los dioses y ahora ni se te pasa por
la cabeza repartir la pasta con ecuanimidad, ni las migajas que te sacudes de
la pechera, no compartirás nada, ni una pizca, ni un ardite de aquello que a ti
te permite sin remordimientos saciar la gula por completo hasta el vómito
romano y las ganas repuestas, hasta defecar la inmunda cagalera en tu chalet de
las afueras, ni desalojarás el culo de la poltrona, ni llorarás por mí, quia,
ni por otros cientos de millones de desgraciados y, desde luego, te dices
encogiéndote de hombros (algo caídos, propios del hijoputa celiano), la vida es
injusta, injusta, qué le vamos a hacer... a los de abajo (que se jodan), pobres
diablos.
¿Qué puedo hacer yo?
Esperar tu turno para
morirte (estás en la cola correcta, amigo, todo el mundo está en la cola
correcta, ninguno se equivoca por voluntad o descuido, todos acaban en esta
cola -del pan, de la farmacia de guardia, del cine, del dentista, de la ópera,
del peaje de la autopista-, primero o penúltimo, desnudo, disfrazado o
vestidito de domingo, ataviado –ja- de boda o funeral, la muerte, circunspecta
y altiva, inescrutable y soberbia, te invita a franquear la entrada con un
gesto solemne de la mano, ceremoniosa ella: adelante, amigo, adelante, no hay
vuelta atrás, estás en la cola, avanzas un pie, el otro, te cogí… ¡al
infierno!).
El cáncer es ecuánime:
mata, te mata a ti y a mí, a aquél y al otro que por allí pasaba con el
periódico en la mano o a este de al lado acompañado de su hijo o de su padre, dijo
el proletario con la vista sin horizonte detenida por el muro, así que límpiate
el culo con tus mejores galas cuando llegue la hora de la bola negra y no
lloriques oprimido por esa alma a jirones, deshilachada como una bandera
muerta, que te ha quedado después de tantas idas y venidas para nada en plan de
diputado agradecido, obrero desclasado o vago por afición al sol de la
pasividad.
En el 82 yo no voy a
esperar nada de esa señora: que espere ella sentada, dices con el billete de
avión en la mano: a vivir que son dos días y yo no pienso quedarme quieto ni un
segundo.
Lo hará, ella espera
sin impaciencia: y tú serás el primero en levantar las posaderas de arrogante
deudor (aunque tú no lo sepas): te echará las manos al pescuezo antes de que…
pidas perdón por todo. Por mucho que corra ese avión, te coge.
Y todo fue oscuridad y
silencio una vez llegó la muerte…, que escribiría nuestro amigo Vivales.
¿Tú qué quieres ser de
mayor?, le preguntaba el guionista y, en verdad, podía haber sido cualquier
cosa que hubiese deseado, pues era plural y era único, dueño de su destino… al
menos en el papel, y el guionista escribía historias maravillosas en las que
él, protagonista absoluto, era príncipe y soldado, pirata de los mares y
caballero galáctico.
Sé valiente, le
susurraba el guionista al oído.
(Carmen Gay Giner,
octubre de 1976: ¡Embestiré al mundo! ¡Apartaos del camino de la mujer-toro!)
Tengo un amigo
dibujante que plasmará estas historias en viñetas… Hazme caso, serás lo que tú
quieras ser, porque los sueños terminan haciéndose realidad. Olvida lo que
dicen los demás, son unos aguafiestas, unos rencorosos que nunca quisieron ser
nada de nada, cobardes ellos, y así les luce el pelo. Nunca digas que fue un
sueño, era… el mundo en tus manos, sé el hombre que quiere ser rey... Grau, el
dibujante mago, te lo hará realidad. En la selva de nuestros días o en el Marte
del futuro.
1967: ¡Termina tu
sopa, niño desnaturalizado! ¿O es que quieres acabar como los negritos de Biafra?
¿Cómo andamos de
guerras en el 67?
En el 67 tu padre
tenía su escritorio oculto por altos rimeros de libros, apenas era visible un
centímetro de tablero, y a él ni se le veía, sepultado entre los volúmenes…
Parecía la mesa atiborrada de sabiduría junto a la que Su Excelencia el
Generalísimo, de flamante uniforme, gallardo y altivo, frente a las cámaras de
la televisión, asistía a las audiencias civiles y militares.
El profesor Brell
andaba trajinando entre libros, olvidándose en ocasiones hasta de sentarse a la
mesa del comedor y reponer fuerzas con una colación.
Andaría enredado con
el pre-Klee.
Tenemos guerras de dos
y de cuatro años y también una… de seis días, ¿butaca o gallinero?
Fiodorov y JD. sellan su destino: boquiabiertos
contemplan el cadáver ensangrentado de El Che Guevara, acabado de fusilar
momentos antes, encogido y semidesnudo sobre el miserable pupìtre de una
escuela rural. Ambos, han aprendido la lección: Ese hombre ha sembrado la angustia y la miseria allá
donde ha puesto sus pies y ha merecido este final, señalaba en una nota la
diplomacia estadounidense, a la vez que llena la panza de sus bombarderos de
toneladas de napalm a punto de sembrar de destrucción, sangre y muerte los
arrozales y pueblos de Vietnam.
Nuestro gran Boceto no quería ser por nada del mundo
un negrito de Biafra: él lo que quería es ser un chiripitifláutico.
¿Y tú cómo lo sabes?
Me lo ha dicho Maxwell
Smart a través del zapatófono.
Para surrealismo (dijo
el inflexible documentalista) el que un tipo, dramaturgo de oficio, confunda a
Dios con el dios Pan y a su perra Petra con su patria (las españas). Y todo
para librarse del talego, con la experiencia que proporcionan tales hospedajes
patrios. Mánchate de la mierda y el ruido y no escribas de oído, tío
blandengue.
En realidad, la culpa
fue del tren… de la simpatina.
(En realidad la culpa
fue de cinco pastillas de simpatina y tres copas de licor ingerido todo en una
sola sesión.)
La realidad es la que
es.
En el 82 se quedó
esperando sentado…
¿Qué podría hacer?
Dale vueltas al cubo.
Se disfrazó de
rockero, el tipo (salió la cara roja del cubo), estilo heavy metal, pero era uno de esos que meriendan una sola cerveza
(un tercio), anda perdido en su habitación sin saber qué hacer o se cuela en
fiestas de pijos: un heavy metal que
se precie marca paquete al máximo volumen, merienda cerveza (nueve
tercios), nunca tendrá una reputación
que llevarse a la boca y como buen rockero se irá al infierno rojo: si le
sueltas el discurso-rollo de los buenos sentimientos te hace a menos de dos
centímetros de tus narices un head banger
o te señala el culo con la mano cornuda, y si aún así te obcecas en la
conversión del infiel te arrea en las costillas con la Gybson Flying de tal
modo que te deja para el arrastre definitivamente.
A tomar por culo,
predicador.
Dale otra vuelta a esa
cosa… al cubo.
Blanco. El color de la
pureza.
Ratitos de vida… hasta
la muerte. Una especie de muertes chiquitas. A los siete años se sabe tan
seguro como si estuviese construido de acero. A los siete años uno ya tiene uso
de razón, suele decirse en las españas, y cuando termina de mear un
estremecimiento le sacude la espina dorsal: la muerte chiquita, tan similar a
la convulsión del orgasmo, aunque sin el placer. En 1967 al chiripitifláutico una servidora que cambia de faz, de formas y
de nombre cada pocos años, pero que a sus ojos niños casi todas le parecen la
misma, lo mismo, le manosea a
escondidas y no sin sabiduría la pilila. En efecto: nuestro
héroe ha descubierto el pene, su pene:
eso que cuelga ahí abajo es su espada,
que ha de desenvainar a voluntad: sale de la vaina, vuelve a la vaina. Un día
llegará que ha de penetrar las carnes más remilgadas, las más recias, las más
bellas y también las más extrañas ha de hincar.
Y respecto a la
infancia, tendría que recurrir a la arqueología para recuperar unos recuerdos y
unas felicidades (Boceto fue feliz, y por tal razón su memoria no
albergaba, al menos de una manera eficaz y provechosa, secuencias memorables de
ella, se limitaba a vivirla no a
momificarla ni a preservar su pellejo vacío para un tiempo de después) tan
fragmentadas, tan reducidas a una pizca, que ni siquiera podría respirarse
sobre ella sin correr el riesgo de disiparlas en el aire como se desvanece el
polvo para terminar de nuevo convirtiéndose en un montón de motas invisibles.
La vida de cualquiera
es un collage, el pasado y el
presente conforman una mezcolanza de la que, si bien es fácil distinguir lo
contemporáneo de lo pretérito, al cabo, no importa nada que convivan sin orden
ni concierto escenas de una u otra época de tu biografía, y puedes
tranquilamente sujetarlas a la pared con chinchetas o decidir sin miramientos
ni culpas dejarlas metidas y revueltas en el interior de un saco lleno de
espesuras y con olor a rancio para, cuando así te plazca, revivirlas sacándolas
de una a una o a puñados.
Huele raro, te dices
de adolescente repasando incrédulo fotografías antiguas.
Huele a polvo, te
dices diez años más tarde con irreprimible aprensión.
Huele a muerto, te
dices… hoy con la copa (tercera) de
whisky en la mano.
Aquí papá con
gabardina paseando por Viveros con unos amigos, 1944.
Aquí mamá a los veinte
años: chica topolino, 1947.
Aquí ese blanco
revoltijo de telas y blondas que una letra azul de estilográfica establece que
es tu hermano JD a los seis meses.
Aquí el retrato de…
¿Vas a reseñar todas
esas imágenes del pasado, peor aún, unas
imágenes que huelen sólo a lo que no existe, a papel y ácido rancios?
(Pues también, lo que ya no es, huele, de alguna manera, de
súbito, te asalta su hedor o su fragancia de tan atrás, su perfume o el inefable
efluvio de su ausencia definitiva, un hueco fatal hilado de multitud de olores
sutiles, atravesando una calle, al pasar frente a un almacén o un portal
oscuro, al entrar en una casa muy lejos de la tuya y de tu barrio, al salir de
un cine y afuera, de noche, está lloviendo y te subes el cuello del abrigo y
entonces algo o alguien parece tocarte por detrás, hueles el pasado, hueles lo
que no ves y fue, hueles hasta a las personas que transitaron por aquel pasado
y ahora, más tarde o más temprano, yacen, totalmente
desaparecidas, en el olvido.)
¡Qué comparecientes
silenciosos e indefensos! Y algunos hasta de agallas fueron…
Retrato de una
familia: y colocó sobre el césped la barbacoa de los domingos.
Retrato de una
familia: y antes de ahogarlos el padre de familia les hizo a su mujer y a sus
dos hijos en bañador una fotografía con
la Nikon, regalo de las pasadas Navidades, al lado de la piscina azul,
sonrientes y rubios bajo el sol.
JD. en el Cuadro de
Honor del colegio: un retrato en blanco y negro de forma ovalada que igual
podía haberse atornillado en la lápida de un nicho.
Fiodorov en el Cuadro de Honor del colegio: un
retrato oval en blanco y negro que igual podía haberse… (etcétera).
Boceto en el Cuadro de Honor del colegio: un
retrato en color… (etcétera).
Tres Alumnos de Honor
del colegio (Tu
Colegio: donde quiera que estés compórtate como alumno digno de él), Los Brell: un
suicida, un desterrado y un dómine alcohólico: tales Cuadros de Honor, curas y
frailes del demonio, bien podíais haberlos colgado en la vitrina de Ciencias
Naturales: tres especímenes dignos de científica curiosidad, y más de una
sorpresa depararía su meticulosa disección añadida al discurso de aquel pobre
tipo profesor de química con la
habilidad enseñante de una rana.
El guionista: ¿A ti no
te gusta El Guerrero del Antifaz, El Jabato, Teniente negro o Comando
secreto?
¿A mí? No. A mí me
gusta El santo, aunque habla de una
forma muy rara.
Hace cien años, cuando
tu no existías, cuando el guionista venía a ver a tu padre a casa, llegaba
cargado de kilos de tebeos para tus dos hermanos, le faltaban brazos para
sostenerlos…
Qué tiempo feliz, dijo
uno, hijo de los cincuenta, con la boca cerrada.
¿De qué agua bebes?
De la divina, la del
pozo de Josafat.
El universo se aprende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario