En 1941 lejos estaba de creer que llegaría a ser una artista a martillazos (como había escrito 50 años antes herr Nietzsche aporreando las teclas circulares de su Malling Hansen), que todo sistema es falso o cuando menos mediocre, que la probidad en arte es la imaginación e incluso el ensueño pero nunca la copia de las apariencias del mundo, que la apariencia no es sino la realidad otra vez, que sólo los inmoralistas abren su corazón a todo tipo de comprensión y les cuesta el acto de la negación, que en lo dionisíaco se halla la embriaguez necesaria para el exceso y acaso lo genial, que es atributo del hombre porfiar por obtener la riqueza, el poder o simplemente satisfacer su vanidad pero no por aplacar el hambre o conquistar la paz, que liberado de sentido el arte alcanza su máxima expresión y hasta su misma y única justificación por ser tan sólo, que estuvieres donde estuvieres siempre hubieras sido en cualquier lugar y en cualquier época el mismo, que la igualdad en el arte no existe, que la desigualdad lo nutre, no hacer nunca igual lo que es desigual, que…
En 1941 el mundo es la
profundidad del océano, las nieblas de las cumbres, la temible penumbra más
allá de la confortable luz del salón y las calles desiertas de la noche llena
de peligros.
-Tienes cinco años,
mocosa. ¿Qué clase de artista serás tú?
-Inmoralista. Estoy
más allá del bien y del mal.
-Quieres mejorar el
mundo…
-Quiero suplantarlo.
-¿Para qué?
-Para confundirlo.
-Ahora, los alemanes se aburren con su espíritu…
-Puedo ser la mejor
artista, no soy cristiana…
-Eres judía. Tampoco
tú estás a salvo.
-Soy americana, soy
inmune a la fatalidad, a la locura, al fracaso.
-Haz, pues, tu proclama:
La apariencia de las cosas no es su realidad, es su forma.
La realidad del mundo es su materia.
(Toda teoría arrima el
ascua a su sardina.)
Así que cinco años...
En efecto, suficientes para engañar al mundo con una sonrisa.
Y, al contrario de lo
que se piensa, no hay nadie a esa edad que sea un genio o un idiota. Está uno
agarrado al fiel vertical de la balanza, en el término justo, sin saber nada de
nada… Precavido.
No deriva a uno u otro
lado. Se mantiene a la espera. Todo expectación: ni ángel ni bestia.
Lo múltiple:
Sólo por haber nacido,
el mundo se lo debe todo.
Por tal razón sonríe
al mundo en esa imagen robada al tiempo para siempre. Aguarda el momento
propicio, y eso lleva algunos años de aprendizaje, tanteos y astucias.
Las responsabilidades
y las estrategias para después. Ahora caza leones con la espada de madera; más
adelante, con un rifle provisto de mira telescópica, matará y comerá (o no)
gacelas…
1941. A los cinco años
la incursión aventurera en la selva es nada más que el metro y medio bien
iluminado por la lámpara de queroseno que separa la tienda de campaña del
tronco del baobab tras el que se halla el cagadero.
La espiral.
La línea de una
espiral se aleja más y más del punto inicial que la ha originado… Pero también
traza el camino para volver a él. Sería como un retorno de expiación, liberarse
de la suciedad y las ignominias del curso de la vida y volver a la desnudez, al
mismo regalo del nacimiento… Empezar de nuevo.
(Ay, tampoco nos
libraría esta magia de los castigos y la fatalidad de aquella terrible tinta
simpática sobre la que reanudaríamos nuestro viaje.)
¿Cómo lo haría ahora
la niña aplicada de los cuarenta cuando trotaba por los corredores del Colegio
Público 115 de Manhattan?
La suerte estaba
echada.
Tan sólo había que
mirar sus cuadernos de dibujo…
¡Qué teorías!
Descubriendo jóvenes
prodigios, hornada 2000 y sucesivos.
Clementine Gallery.
Calle 27 Oeste, cerca de Chelsea Park.
En torno a los 500
dólares la pieza a cobrar.
No sería una mala
inversión: el tiempo es implacable en el arte: pronto otorga la pátina de los
10.000 dólares.
Mantén la obra en el
congelador.
A los diez años:
25.ooo dólares.
Espera: a los veinte
años pueden alcanzarse fácilmente las seis cifras.
Y, a partir de ahí,
Sotheby’s…
1963. Martha Jackson
Gallery:
listado de precios de
algunos artistas de la cuadra (pero no es un o lo tomas o lo dejas):
Albers, Josef
Duo I
100 dólares.
Dine, Jim
Red light
blue
800 dólares.
DiSuvero, Mark
Sculpture
2.100 dólares.
Calder, Alexander
The ladder
ann the Moon
900 dólares.
Doyle, Tom
Erris
400 dólares.
Wesselmann, Tom
Still Life
350 dólares.
Guston, Philip
Drawing 1960
900 dólares.
Hare, David
Blond Head
800 dólares.
Hesse, Eva
Watercolor
150 dólares.
Hoy ha amanecido
lluvioso. Triste y frío. El libro se le caía de las manos; el ocio era un dardo
envenenado; el pensamiento, miedo; los otros, verdaderamente el infierno. Ni tenía ganas de dibujar, y mucho
menos de escribir en la agenda a medio rellenar o en alguna nota suelta que, si
no es ficción, sólo es un ejercicio vano y narcisista. A mediodía descargó del
cielo negro un aguacero temible que despobló las calles en unos segundos.
Estuvo hasta bien entrada la tarde contemplando a través de la ventana cómo se
abalanzaba la cortina de agua sobre las aceras anegadas y brillantes que a esa
hora reflejaban ya las prematuras luces del neón de los rótulos y los
escaparates luminosos. Luego, la lluvia cesó, y sopló un aire gélido que trajo
la noche de repente y sonó un trueno a lo lejos, más allá del silencioso negror
del East River, y en seguida volvió a llover. Temerosa e insomne, oía las
trepidantes gotas de agua sobre los tejados metálicos de los almacenes
abandonados delante de la casa. El sonido constante y monocorde semejaba ser el
adecuado acompasar para el desfile en andas de una materia muerta, o el ritmo
que debería realzar en una procesión las ruinas del óxido y los cristales rotos
a esa hora de la noche en cualquier parte del mundo por muy diferente que fuese
a Nueva York…
Los metales oscuros…
Kettwig-am-Ruhr.
1965.
La penumbra olorosa de los hierros jamás se ha
desprendido de su nariz. Años más tarde, aún lleva en la mirada la lóbrega
vaciedad metálica de la nave abandonada a su suerte, al aire y a la lluvia, a
los destrozos de un tiempo implacable, cuando Beuys en la ciudad de Düsseldorf,
en 1965, paseaba la liebre dorada.
Beuys:
Maneras de
hacer cuadros. Ser él mismo un cuadro, un proceso de laboriosa mansedumbre. Ser
reflejo de una angustia o una flagrante imposibilidad. Con pasos de fieltro y
hierro pasea la liebre muerta entre los brazos, la obra como un cadáver: la cuna de sus manos mece la
extravagancia, el proteico discurso. Como un chamán que fabricara espejos
(aguas, oros, arena, la materia del tiempo) donde reflejar lo invisible y
destapar lo innombrable. El gesto es suficiente: convoca la realidad y la
ilusión, su mismo rostro de tierra ya es un arte. Y su mueca de payaso, de oro
y miel.
La enferma de
hoy se protege del presente pensando en el futuro (lo que está haciendo) y en la edad de hierro del pasado.
La mañana de
invierno había amanecido gris y fría, de un frío alemán. Pero no llueve, lo que
todavía hace más inhóspito el lugar donde ha de producirse la magnífica
epifanía, cerca ya de las horas más oscuras de la tarde: hora de partir.
Entre la
herrumbre, indiferente la artista como una estatua al aire gélido que atraviesa
las roturas de las ventanas y tropieza inclemente en ella y parece petrificarla
aún más, un pensamiento ha detenido sus pasos, una lanzada de inspiración que
la inmoviliza con la vista fija en la nada, con los ojos escarbando en el
cerebro.
“Yo pintaba”,
declarará años después con no poca vergüenza. “Es decir, me equivocaba.”
Y entonces,
sucedió. Se inoculó en su mente no la idea, el estilo; no la imagen, sino su
calavera, una radiografía mineral que desdeñara las tópicas envolturas.
Se vio en el
escenario apropiado, y descubrió los materiales que habían de certificar en lo
sucesivo una incursión que mucho tenía de audacia, locura y conquista.
Una tierra
prometida:
se arremangó,
abrió el cadáver y metió las manos adentro, a lo más hondo, donde yacen las
vísceras y la hediondez, la chatarra perecedera:
esta visionaria impulsiva, esta Blake sin colorines y con biblia profana, se
impregnaba de los repugnantes jugos y fluidos hasta los codos. Su misticismo se
revuelve en las tierras y las aguas más negras.
Una es artista
porque no se anda con remilgos. La contención y los melindres en el ejercicio
del arte conduce tan sólo a una triste aventura: la de la mediocridad.
Ah vision from afar! Ah rebel form that rent the
ancient Heavens!
La promisión no
quedaría en vano.
I see thee in thick clouds and darkness on America’s
shore…
Si no tiene a
mano un pincel se vale de un cable eléctrico.
Le acucia la
necesidad de utilizar instrumentos inusuales…
Mediante un
pedazo de alambre el espacio cuenta cosas (aun las más terribles o las menos
decorosas).
No es, reconoce, pero cuenta.
El trozo de
metal se significa a sí mismo, la vieja madera quemada recrea texturas que
lejos quedarían de la imaginación más minuciosa.
La artista de
la nueva poética hace del polvo una sintaxis donde revelar las intuiciones y
sus lenguajes inéditos capaces de alejarnos de los tiempos miserables.
La utilización
de lo precario atestigua lo invisible, lo que no se puede mostrar tal cual es, lo que no se puede ni se debe
decir con palabras.
A veces ni se
pinta ni se esculpe: se actúa.
En la fábrica
del desecho y la ruina metálica, donde las antiguas máquinas devienen
gigantesca escoria y a despecho de la solidez de su materia semejan una
fantasmagoría, la maga adivina transmutaciones, concibe desusadas mudanzas.
Esos despojos materiales que contempla en derredor sumida en el crepúsculo frío
y acerado son las guerras del pasado, el humo de los sacrificios, la tortura y
el exterminio, el dolor del cuerpo, el grito del suicida, la desolación, tu
destino infausto, la noche que también se abalanza ahora en ese lugar de malos
olores y descomunales cachivaches.
El dolor del
cuerpo… que vivo parece no ser sólo huesos y carne y el arroyo itinerante de la
sangre. El cuerpo como materia despojado de su representación, de su habla,
hasta de su mismo pensamiento: ese inmenso antro de antiguo ajetreo férrico es
un buen escondite para tal encarnadura sorda y muda, esa iglesia de humedades y
roñas, de moho y orín podría enclaustrarlo a modo de metáfora y enredarlo entre
los otros trastos del óxido. Así lo piensa la artista en ese temible atardecer
herrumbroso donde ya la luz se hace mugre.
Afuera el
viento giraba en pequeños remolinos. Parecía que iba a llover de un momento a
otro. La tierra que pisaba, blanda y cubierta a trechos por una vegetación
salvaje, le infundió, sin saber por qué, un optimismo que le pareció raro,
puesto que, pensó, todo comienza a ser demasiado reciente.
Al igual que
siempre, la noche se hizo repentina, como si alguien cerrara de golpe la puerta
a la luz.
Buscaba en la
oscuridad el camino de vuelta.
Los faros
amarillos de un coche le indicaron la carretera que llevaba a la ciudad. Justo
entonces se puso a llover y el optimismo que sentía de manera incomprensible, y
del que continuaba ignorando la razón, aún se intensificó más.
A la mañana
siguiente, de bruma y de frío horrendo, ella ya estaba en la fábrica calzada
con botas de agua merodeando entre dinosaurios metálicos y hierros
despedazados, extrañada ante la furiosa carcoma que corroía piezas de motor y
el caucho de las viejas ruedas de camión abandonadas en las esquinas. Enfundó
las manos en unos grandes guantes de cuero y sin vacilar un instante empezó a
seleccionar restos de aquel pecio fabril donde la tuerca y los pedazos de
vidrio se entremezclaban con láminas de acero, partes de una maquinaria
indescifrable y herramientas dañadas de las que nunca pudo adivinar su uso.
En su mente,
que era la que realmente gobernaba los ojos, las formas se disolvían en
pretextos plásticos para, escudriñando dentro de sí, transformarlas en monstruosos
átomos de sus emociones y miedos, transferencias sentimentales y regresos al
pasado. En ese momento era la más pura de los informalistas: una espeleóloga
que se abismara en la caverna de lo intuitivo para sin el menor escrúpulo
allegar a una dudosa estética objetual tan arbitraria como excéntrica.
La estética del
desperdicio, del material de desecho. La estética de la gasolina, propuso uno,
que pudiera prenderle fuego a los años de confusión de antes y a los de ahora,
redimir todas las eras de plagios, repeticiones y meras complacencias técnicas
en la hoguera expiatoria.
El arte de la
pobreza exige un sustancioso billete por su eucarístico espectáculo, arte de
brujería allí donde el trasto se transubstancia en reliquia museable.
Como por arte
de magia, dijo otro.
Panen et vino. Con tan poco se alza una religión en lo más
profundo del alma de los observantes.
¿Tan pobre eres
que no puedes comprar óleo?
¿Tan pobre eres
que no puedes comprar arcilla?
Un bosque de
materiales insospechados se extiende frente a ti. Una heterogeneidad objetual
capaz de abrumar al más pintado se yergue prometedora y golosa en los
escaparates de la compraventa estética.
Un nuevo
sentido incendia los procesos iniciales del arte, transfigura los contornos y
la materia del objeto y lo convierte en palabra
de dios. Creed en mí: “La fe os salvará”, afirma con los ojos cerrados y
beatífica postura El Gran Artista Moderno, sumo sacerdote de estas nuevas misas
negras investido por La Gracia de la Nada.
Amén.
¿Tan pobre eres
que trabajas en procesos más que en finales?
¿Tan pobre eres
que la corporeidad tan sólo es el
entramado visual del misterio?
¿Tan pobres
somos que nos dejas con nada entre las manos?
En aquel frío y
hostil atardecer de Düsseldorf te fue descubierta la manera de hacer invisible
el arte por medio de lo más evidente y tosco, lo más llamativo e innegable: la
materia prosaica de un mundo industrial y técnico que jamás nadie pudiera
concebir como afín a las cosas y casos de lo estético. La podredumbre como
verbo, el verbo.
El discurso (o
la oración) se vertebra desde lo más tangible para al final hacerse
ininteligible aparencialmente a la vez que, a despecho de su estupor, revelar
en el espectador (sólo en él)
significados personales e intransferibles: cree en lo que quieras.
Ha descubierto
la fragilidad del papel; la mentira del color; la arbitrariedad de la forma; lo
simplemente artesano del proceso; lo indeterminado de la materia.
“Todo arte
figurativo es una traducción más o menos atrevida, con mayor o menor acierto”,
se dice admirada, y después de un rato de mantener fija la mirada en un punto
de la pared desnuda, concluye: “Carece de
lenguaje propio.”
El rey en su
tesoro.
El tesoro de
Montecristo en esa gruta de óxidos y metales, abandonada al viento y a la
lluvia, a la intemperie de la degradación. Ningún cancerbero vigilaba el
acceso. Todo era para ella:
Entrada libre
Se lanza a
manos llenas. Sin contemplaciones. Respira a pleno pulmón aquel aire viciado de
aceros viejos y hierros corrompidos. Hasta la penumbra sólida y eterna de ese
sitio le agrada. Ella no necesita la luz como un vulgar pintamonas. Le basta
con sus manos y la imaginación.
En el comienzo
de este arte, todo es gratis. Elige de entre lo dado graciosamente, sin que ese
valioso utillaje pida nada a cambio. No hay ordalías por el medio. Se desafía a sí misma. Eso excluye todo
tipo de explicaciones.
Una decisión
excluyente.
Dickinson X:
Fui pordiosera a la puerta de Dios.
Aquello, aquel
montón de chatarra semántica, tenía
un sentido en el interior de su cabeza; aún sin precisión, pero lo tenía. Un
caudal de significados pugnaba por materializarse, todavía idealmente, a través de unas resoluciones plásticas que
exigirían la más simple configuración formal, puesto que no importaba lo que parecieran, ya que sólo eran el pretexto de algo mucho más profundo e inexpresable que
repugnaba el intento de allegar a cualquier imagen convencional. Un par de años
más tarde, cuando estaba a punto de morir, evocaba aquellas escenas de su
memoria murmurando palabras, aspiraba el aire enfermo de los hospitales
queriendo acompañar las imágenes del pasado festivo y crucial con aquel primer
y duro olor a hierro, a la industria de la materia más roñosa y fabril pero
también más metafórica.
Fui pordiosera a la puerta de Dios.
Le tendí la
mano, y puso algo de limosna. No la suficiente.
Porque, a fin
de cuentas, la vida no tenía por qué ser absurda e inútil, y si lo fuera, más
valiera entonces andar en cosas entretenidas aunque ilusas que en temores e
incertidumbres. El arte es una ilusión. Sólo cuando era magia alcanzaba un
rango, sólo cuando estaba al servicio de algo adquiría sentido, y fuera de eso,
sino pasatiempo del todo, gran parte de sinsentido.
La escoria, la
basura, son gratis. Pero el dios puso algo de limosna durante aquella travesía
solitaria que tanto tenía de lluvia y penumbra de telarañas en aquella fábrica
de ilusiones abandonada. El desafío sería menor a sus ojos, cosa de humanos,
pero la dádiva tenía precio. Es terrible, pero es: que pague con su vida. Los genios no son de balde.
Y ella sólo era una pordiosera del arte. Lo
era en la Capital del Mundo, escondida en un rincón del SoHo, envenenándose de
aquello que había sido gratis,
embrujada por el embrujo del arte, entontecida por la creencia en una
convocatoria que desde antiguo hacía felices a los seres humanos, que les
engañaba con cuatro trucos entre los cuales no era el más importante el color.
Convocaba a su prójimo a que asistiese a su fiesta feliz: escucha, tengo la
boca cerrada, pero mira cuantas cosas te digo. ¿Serían capaces de oírla si
mantenía los labios pegados?
Y todo esto,
¿qué significa?
Silencio. Un
silencio misterioso que era el que todos los brujos y sacerdotes de todas las
religiones y supersticiones mantenían sabiamente mirando para otro lado,
conteniendo la risa o la ira, dándose importancia y otorgándose solemnidad
frente a la multitud de incautos.
Y, después,
¿qué? El precio, la hora filistea. El Mercader. La Barraca de Feria.
Allí estaba,
aunque no de hinojos, no adorando el becerro de oro, pero extasiada ante el
cofre del tesoro. Una Pandora que liberase los males del mundo a ella nada más,
y que a los demás aprovisionase la fe. Y abrió la tapa y allí los oros sin
brillo, las platas deslucidas, el cristal roto de los diamantes y la falsas tinturas
de la turquesa, la esmeralda y los rubíes: el hierro podrido y la piedra rota.
Bonito
vocabulario donde elegir para gritarle con la boca cerrada al mundo lo que era,
lo que pensaba, lo que veía. Ya tenía la palabra, la cosa, la idea.
Supo en seguida que el iconoclasta Dadá se escondía
entre los trastos. Que el sueño surrealista poblado de incongruencias,
intuiciones y símbolos irracionales, y por tanto inexplicables e irrefutables, anidaba en cada rotura,
dobleces y abolladuras de aquella materia herrumbrosa destinada a la fundición
y a ningún sitio más… excepto a la fábrica
del arte.
Toda una colección de antiguos sabios, inteligentes
adultos que jugaban como niños con el arma descargada, asomaba de entre el
polvo, la mugre y las máquinas mutiladas. La mueca dadaísta sobresalía del
montón de pólvora mojada. La lava psíquica del surrealista brotaba sin control
de aquellos suelos sucios donde se amontonaba el escombro y el metal
inservible. Desde ese momento ella podría establecer una asociación sin leyes
ni reglas, sin previos mandamientos ni las viejas imposiciones que encauzaban
la plástica hacia el pedestal de ébano o el marco de ostentosos dorados.
La proclama dadaísta abonaba no sólo lo excéntrico
en su aspecto estilístico sino, sobre todo, el desafío acérrimo a cuanto
lastrara el arte en la tradición y en el rancio apocamiento que los amantes de
lo entendible habían decidido mantenerlo. Estos últimos sostenían que el arte
era algo ilusorio, pero no cosa de locos. Esa consigna avalaba los intercambios
y las sucesivas valoraciones en el mercado. Así que, más allá de la
provocación, la toxicidad de Dadá
perseguía el envenenamiento total y definitivo de esos ortodoxos interesados
únicamente en una plástica de fácil reconocimiento con sus modelos y el
supuesto valor de cambio.
Dadá era el final de entender una visión de la cosa
artística bajo supuestos pretendidamente realistas y el principio de algo
todavía ignoto, abocetado conceptualmente, tosco y pueril en su manifestación
inaugural.
Quizás fuera el principio del final del arte y el
reconocimiento de que una vuelta atrás sería
nada más que repetición y hastío, una recesión hasta criminal.
El principio del fin…
Anunciaban los mayores despropósitos las inocentes
risotadas con que unos revolucionarios de pacotilla (al mismo tiempo, las vidas
de otros millones de jóvenes se diezmaban en las trincheras pestilentes de la
Gran Guerra) entretenían su agresividad en el Cabaret Voltaire y divertían sus
tardes viendo correr al buey por el ring. La carcajada sustituía a la razón; el
juego, al pensamiento. “La belleza ha muerto”, dictaminaron sin pensarlo dos veces arrogantes,
alborozados, borrachos.
Todo siempre es muy antiguo. En 1965 esta judía
neoyorquina nacida en Hamburgo halla explicación a su ansiedad recorriendo las
sombras frías y oxidadas de una fábrica abandonada alemana repleta de desguaces. Recrea, sin
saberlo todavía, la insolencia de Marcel Duchamp en 1912, previa incluso a las
bravuconadas de Dadá. La rueda de una bicicleta puesta encima de un taburete de
cocina asume una condición artística única y exclusivamente por la simple
potestad del artista, no por la posterior contemplación del espectador (tan
fácil de marear).
Hesse levanta del suelo el pedazo de metal corroído,
lo observa por sus cuatro lados: es real, inequívoco, pero ella también puede
transformarlo en el exponente de un mecanismo creador que no precisa del pincel
o el cincel.
Una nueva figuración. Un nuevo y largo recorrido.
Hesse, en realidad, nace antes de Rose Sélavy, dama no exenta de una
ambigua belleza conforme se adivina en la fotografía de Man Ray, que de Marcel
Duchamp.
Estamos en la era de los camuflajes.
Todo es absurdo… intencionadamente.
El arte es una actividad privada: si lo exhibo es
por una simple cuestión de generosidad.
La historia posterior, la que escribe La Historia
del Arte, subraya todavía más el
absurdo: recalca con ridícula autoridad que el urinario transfigurado en Fuente estaba fabricado con porcelana
Bedfordshire. Desconocemos por el momento si producido en Nueva York o en Iowa.
Hesse sigue dándole vueltas al pedazo de metal que
ha recogido del suelo. “Ahora ya es una pieza artística”, se dice. En efecto,
ella lo aísla de la vulgar realidad que lo rodea: lo ha elegido.
Esa propuesta de ahora ha germinado en sus manos a
través del tiempo, yacía como si tal cosa desde muchos años atrás en un
desvencijado estudio en el número 1947 de la avenida Broadway de 1916 del que
colgaba del techo una pala de nieve. Esa Pala
de nieve, comprada en unos grandes almacenes, constituía el más bello de
los objetos a los ojos de Duchamp. ¿Por qué no creerle? Él, de un ready-made, “fabricaba”, sino belleza (la belleza ha muerto), sí un objeto
artístico. Y hasta literatura: la funda de una máquina de escribir Underwood parece declarar el amor del
artista por la escritura, automática o no. Escritura visible… o invisible.
La vastedad de los materiales del arte es similar a
la vastedad de las ideas que pueden caber en la cabeza de un artista. El arte
es un acto de voluntad. Uno dibuja con grafito; otra, pinta acuarelas, y aquel
esculpe la piedra. Esta desdeña el óleo, el modelado: ha abierto sus ojos a una
poética cuya multiplicidad matérica y de procedimientos es capaz de abrumar al
más genial de los visionarios.
¿Con qué fin?
Expresar otra
vez (esta obstinación es insistente en los artistas del siglo XX) lo
inexpresable; materializar las viejas ideas con nuevos medios:
“Destilaba las palabras para extraer su esencia, la
figuración no de la cosa, sino del estupor, los amorfos asuntos del alma (¿quién sabe sus colores y sus formas?). Las
alegorías eran una estafa; la metáfora, una divertida traslación de la otra
exactitud del lenguaje corriente más diáfana y comunicable; el símbolo, una
apropiación que terminaba invariablemente alejándose de su asunto en virtud de
una arbitrariedad convenida de antemano.”
Hesse no quiere engañarse por la luz macilenta que
penetra por los cristales rotos de las ventanas, por ese decorado que a la vez
que la cautiva le hace estremecer por lo que tiene de definitivo. Cavila ahora sin mirar en derredor, sin dejarse influir
por la herrumbre poderosa. Quiere estar segura de que lo que ha descubierto
nace de su interior, y que es eso precisamente lo que va a proyectar hacia
afuera en su tarea de artista desde el mismo momento en que se pertreche del
material adecuado. Lo que ve es triste porque parte de su tristeza es lo que se posa en ello y lo hace realmente
valioso como materia artística. El escenario, su atrezo, por así decirlo, se
adecua a su ánimo.
Ya sabe lo que quiere.
¿Cómo hacerlo?
Cuando todo estaba por hacer… musitaría en su lecho
de enferma.
Esa multiplicidad que se extendía ante ella era como
un incendio que a su paso agrisara de cenizas de una vez por todas el bosque
del pasado: esa misma energía iluminaba ahora el camino de delante recién
descubierto aunque estuviera plagado de maleza creciente, laberintos,
malentendidos, rarezas, extrañezas y, en especial, de enigmas trazados por su misma mano inocente o complicada y de
los que tampoco ella lograba extraer repuesta alguna.
Fui pordiosera a la
puerta de Dios.
Podría masticarse ese aire denso y metálico de
dentro de la fábrica, ese almacén que a partir de ahora constituiría su
logística excepcional, un astillero abandonado de donde amputar piezas y
extraer cochambres.
Fuese un juego de niños donde fuere la imaginación
la piedra axial de los sucesos y los actos sobrevenidos, graciosos y
arbitrarios.
Miró en torno a sí. No volvería jamás a ese lugar.
Se cargó a las espaldas tan fenomenal venero y se lo llevó al otro lado del
océano, esta obrera del hierro.
Ahora, moribunda, le gusta recrear la prehistoria de
su corta biografía. Revivir (e incluso modificar levemente) el acontecer de los años de atrás atenúa la ansiedad que
experimenta al hallarse encerrada en esa prisión clínica donde la mantienen
sacrificada e inútil.
Puede fingir lo contrario, pues también los otros
andan con engaños, pero ella sabe de sobra hasta qué grado de absurdidad puede
llegarse al final. Uno sabe que ha de morirse cuando, más allá de los años de
la juventud alocada, ya se ha entregado a la idea de la muerte, se ha rendido a
ella aunque no sabe cómo va a sobrevenirle ni en qué lugar, pero eso es lo que
sucede una vez se es adulto y algunas
certidumbres ya han calado hasta la sangre.
La niña que miraba sonriente a la cámara. ¿Qué le
decía ese agujero de cristal azul oscuro? Aquella niña nunca pudo atisbar en el
futuro la vieja que sería, el espantajo de ella llena de años, arrugas y malas
digestiones. A vieja no llegó la niña sabia. Vería una nebulosa, la difusa faz
del tiempo.
Ciertamente, esa sonrisa nada más quería complacer a
los testigos de después: regalaba conformidad y fraternidad a quienes,
aburridos o curiosos, cualquier otro día del más allá de ella que buscasen no se
sabía muy bien qué del pasado, tropezaran con aquella inevitable candidez de
una sonrisa congelada.
Dos veces ha salido de Alemania. Lo que ansiaba
encontrar (y que ni siquiera lo había sabido hasta entonces, como si ello no
fuese sino una suplantación inesperada o incongruente del deseo de recuperar, o
al menos cancelar, sus orígenes reales)
se lo lleva en las manos como un preciado tesoro, más valioso si cabe por su
hallazgo imprevisto. En cuanto a lo demás…
No has nacido de la nada.
De algún sitio manaba la sangre que anega de pesar
tus venas.
¿Qué esperaba cuando en Hamburgo llamaba a los
timbres de las puertas y ninguna de ellas se abría?
Nunca hay nada detrás de una puerta cerrada. La
muerte sella inapelable la entrada a cualquier compromiso previo o ulterior. La
muerte es lo definitivo. El pago del último plazo: cuenta saldada.
Nada de ella se había quedado en la tierra
ancestral, ni el menor vestigio, nada la reconocía como propia. Allí no pintaba
nada, pero fue allí donde Hesse nació dos veces.
Adiós, señor de Hamelin. Se queda usted con un palmo
de narices. Su meliflua melodía se pierde en un brumoso y epifánico atardecer.
Cruza de nuevo el océano con una gestación a
cuestas, invisible ahora, de aparatoso crecimiento más tarde, una protuberancia
orgánica dispuesta a multiplicarse celularmente hasta el infinito.
Quizás retorna a Manhattan otra vez niña, y esto le
permita encarar una obra artística con la debida insolencia, una niña
maleducada y déspota a punto de desprenderse de la pistola de juguete y dejar
de lanzar el agua festiva al rostro de sus mayores. Ergo, este arte es cosa de
niños, capaz de cualquier cosa, de andar a manotazos con los adultos.
En efecto, el arte no es cosa de pensárselo dos
veces.
Y esa sonrisa, esa niña, produce monstruos, mejor
que mantenga la boca cerrada, que sonría si quiere, a fin de cuentas su misión
será confundir las cosas, despojar seguridades, provocar la ira o la burla, la
admiración o la incertidumbre.
Son las sonrisas las que matan dulcemente, y mucho
antes de que te des cuenta. Las palabras sólo hieren. Rudas y transparentes,
sonantes o mudas sobre el papel, previsibles, a veces no alcanzan a ser ni
insulto, ni proclama: un material de uso demasiado evidente y en la mayor parte
de los casos, orales o escritas, de nula
eficacia, ajadas y sobadas.
Una niña gestante de cinco, seis, siete años. Qué
barrigón para esos pobres huesos hambrientos de calcio, todavía haciéndose,
adensándose como las mismas células del cerebro, un esqueleto de juguete al que
se atornillan las partes blandas de un cuerpo in progress, un liviano entramado que a duras penas sostiene una
apariencia falsamente infantil de carne fresca y cutis exquisito.
¿Qué se gesta en ella…? Aún invisible, un magma, el
magma Hesse, clase A, serie 1ª, 1966.
Escribir sólo enseña a escribir, se ha dicho.
Hacer arte, ni siquiera eso, o mucho más que eso: un
retorno a la infancia, a los juegos de antaño aunque con las manos grandes y un
poco más vil (o callosa) el alma. El arte es un oficio sin regla, un acto desmedido.
Y si, además, eres una niña que hace trampas… hasta
puede que con bombas escondidas entre los tirabuzones.
Mira a través de la ventanilla del avión, allá
abajo, las aguas de un océano en calma. Próspero ha sido el viaje. Y la tierra,
ya a la vista, al oeste, una franja borrosa dorándose por el sol mañanero y
fértil. Y poco después la nitidez de los edificios en un abigarramiento
vertical que desafía el cielo, como una selva de piedra negra, gris y plata
sumida en un silencio magnífico del que parece que de un momento a otro sus
invisibles habitantes prorrumpirán en gritos salvajes de bienvenida u
hostilidad.
Como artista, debelará con enigmas la resistencia
del oponente a lo hermético y a las ciencias poderosas del adepto que hace del
lenguaje un misterio.
Trae con ella la fría desolación del material
inservible, el aire corrompido de las fábricas en ruinas.
Con lo desconocido, con esa arma fulmínea va a
empezar a atacar cuanto antes.
[Un monstruo ignoto e inconmensurable se ha
engendrado en nuestra época en las entrañas de un mausoleo de cemento: en sus
entrañas se esconde un reactor nuclear que explosionó décadas atrás en una
central atómica: el interior del núcleo que estalló alimenta el monstruo
desconocido. Nadie sabe lo que está ocurriendo en ese Armageddon enterrado bajo
toneladas de oscuridad y sellado a los ojos del mundo. La terrible criatura
escapa a cualquier tipo de control y la sustancia de su peligro es indefinible:
después de la explosión el combustible del reactor se fundió con el metal, el
cemento, el cromo, los cables, el boro… Todo lo que allí había terminó
fusionándose, creando un magma cuya actividad no ha cesado hasta hoy: “Es un
nuevo material, es algo nuevo, inconcebible, el resultado de una mutación
extraordinaria y aberrante, el embrión de una fuerza de la que desconocemos
todo… Un magma que a buen seguro ya es un elemento nuevo, y está ahí, latente, vivo, y no sabemos cómo deberemos
enfrentarnos a él, a esa formidable incubación de resultas de una singularidad que nadie había previsto.
Nadie sabe cómo evolucionará, ni los efectos de su potencia…”]
Niños con zapatos nuevos.
Rauschenberg: plásticos.
Oldenburg: resinas.
John de Andrea: resinas de poliéster, fibra de
vidrio.
Hanson: resinas vinílicas (policloruro de vinilo),
poliéster reforzado con fibra de vidrio.
Robert Morris: fibra de vidrio, resinas de
poliéster.
Donald Judd: resinas de poliéster, metacrilato,
fibra de vidrio.
Phlip King: fibra de vidrio.
Isaac Wittking: fibra de vidrio.
Nauman: fibra de vidrio, poliéster.
Louise
Bourgeois: resinas sintéticas, látex.
Anish Kapoor: resinas de poliéster.
Hesse:
Manual de conocimiento sin instrucciones:
Los plásticos se caracterizan por una relación
resistencia/densidad alta, lo que permite una extraordinaria manipulación.
Un polímero (del griego poly, muchos; meros,
parte, segmento) es una sustancia cuyas moléculas son, por lo menos,
aproximadamente, múltiplos de de unidades de peso molecular bajo. Esta unidad
de bajo peso molecular es el monómero.
El término polímero designa una combinación de un
número no especificado de unidades. Si este número es muy grande se usa la
expresión “gran polímero”.
Los polímeros se producen por la unión de cientos de
miles de moléculas denominadas monómeros que forman enormes cadenas de las
formas más diferentes.
Gran parte de los polímeros que utilizamos en la
vida diaria son materiales sintéticos con múltiples aplicaciones debido a sus
propiedades.
Lo que realmente distingue a los polímeros de los
materiales constituidos por moléculas de tamaño normal son sus propiedades
mecánicas. Por lo general, los llamados polímeros poseen una gran resistencia
mecánica debido a que las grandes cadenas polímeras se atraen. Las fuerzas de
atracción intermoleculares dependen de la composición química del polímero y
pueden ser de varias clases. Las más comunes son las denominadas Fuerzas de Van
der Waals.
El polietileno (PE) es un material termoplástico, de
transparente a traslúcido. Por lo general se fabrica en láminas de escaso
grosor.
Existen, en su uso general, dos tipos de
polietileno, de baja densidad (LDPE) y de alta densidad (HDPE).
Las resinas de polietileno son termoplásticas. Son
tres sus propiedades moleculares básicas: densidad, peso molecular medio y
distribución del peso molecular.
Las propiedades que hacen del polietileno una
materia prima tan adecuada para miles de artículos manufacturados son: poco
peso, flexibilidad, alta resistencia química y características eléctricas
sobresalientes.
La resina epoxi (poliepóxido) es un polímero
termoestable que se endurece con un agente catalizador.
La gran variedad de tamaños y formas de las piezas
de resina nos permiten realizar múltiples técnicas sobre ella.
La fibra de vidrio es un material fibroso que se
obtiene al hacer fluir vidrio fundido a través de unos agujeros muy finos. Una
vez solidificado ofrece la suficiente flexibilidad para poder utilizarse como
fibra.
Contra lo que pudiera pensarse, la historia de la
fibra de vidrio se remonta hace más de cinco mil años y se tienen pruebas de
que los asirios ya usaban esta técnica para utilizar el vidrio.
Principales propiedades de la fibra de vidrio son su
buen aislamiento térmico, el que se mantenga inerte ante cualquier ácido, su
gran resistencia a altas temperaturas; asimismo, el bajo precio de sus materias
primas le hace muy accesible para todo tipo de aplicaciones industriales. Las
características de este material también permiten que sea moldeable con
extremada facilidad, tanto en su uso industrial como en el plástico y artesano.
Debe tenerse muy en cuenta que los compuestos
químicos con los que se trabaja en su moldeo dañan la salud, no descartándose
el que pueda producir cáncer.
Como niña con zapatos nuevos.
O destripamuñecas. ¿Qué se esconde ahí adentro?
Curiosos artilugios. Especialmente el que le hace
berrear.
A la niña de uniforme ya la han catalogado…
Del retrato de
Bochner (1966): palabras y palabras:
Wrap-up secrete
cloak bury obscure varnish ensconce disguise conceal camouflage confine limit
entomb ensack bag hide circumcincture skin crust encirclement cincture ringed
hedge-in shell hull cover-up facing blanket casing veneer shell chinch tie-up
blind interlock shell mummify coat strap lace wire cable chain splice gird
bandage envelope shround surround swaddle…
¿Qué puede salir de ahí, de este entramado de
suposiciones, aciertos, conjeturas, definiciones, pleonasmos…?
Una Hesse en silla de ruedas.
G. (ioia) T. (impanelli) escribe y levanta acta de
los silencios de ella. En el silencio de un dulce y verde y dorado verano, a la
sombra de los árboles, sólo el leve batir de la página, de la hoja, ¡oh, la
frase de oro…!
Julio 69.
La tierra, los árboles y las tardes estancadas de
julio, los árboles y los cielos de agosto, detenido el aire oloroso.
Verano del 69: Woodstock, de nuevo, huyendo del
sudario de Nueva York.
El último verano de Hesse.
Ocho años atrás: las nupcias del cuerpo inmortal:
“No morirás nunca”, le decía él. (Eres tan bella… Pero las palabras ardientes y
mal balbuceadas se cortaban, como muertas, en la pequeña convulsión del
orgasmo.)
Ha viajado hasta allí con una pequeña maleta y una
caja bien provista de material de dibujo, pinceles, lápices de color y frascos
de tintas chinas, incluidas las de plata
y oro.
“Quartet” era una vieja cabaña de madera escondida
en la colonia Byrdcliffe. Una de sus ventanas daba a Mount Guardian, un pequeño
montículo en el lado Este de las Castkills. Resguardada por un bosque de
robles, la cabaña se alzaba sobre un claro de tierra verde bajo el cielo
siempre azul de las mañanas; el aire era puro, milagrosamente cristalino
incluso bastante después del alba. Al atardecer, el cielo cárdeno se veía
cruzado por bandadas de tordos que alborotaban hasta que se avecinaba la noche
clara y estrellada.
La pausa.
La paz.
Meses atrás, en la ciudad, habían abierto y cerrado
su cabeza.
¿Qué se llevaron?
¿Qué olvidaron?
Ahora la Tierra. Y el Sol.
Y el hombre en la luna (7-1969).
También ella ha conquistado el espacio, allá por el
65, cuando abandonó la celda del cuadro colgado en la pared.
No hay enemigos aquí.
Qué lejos quedó el cáncer, ese trasto maléfico
encerrado en el desván oscuro del cerebro.
1969: todo mentiras.
Entonces ella aún cree que el tumor era benigno, y
que la operación de abril ha sido un éxito.
“He escapado por los pelos.”
A rodar.
Bonito verano. Si no apasionado y alegre, al menos
reflexivo, en la calma de la tierra, bañada por el sol poderoso… En paz.
El sol de julio que calienta el mundo…
Las noches de agosto…
Aléjate de la melancolía. Que basten esos días del
verano como el más benéfico calmante, sin necesidad de la embriaguez
artificial, sin los versos dionisíacos, sin que hayas de llamarte Li Tai Pe,
sin la lúbrica compañía de bacantes o equívocos amigos como Thu Fu.
Ahora pintaría sobre papel. El mejor papel para las
aguadas. Verjurado, hecho a mano. Dejaba los monstruos de fibra de vidrio y
látex fuera de la cabaña. Atrás, fundidos en el cristal, el acero y la
insolencia de la urbe, sus mayúsculas y su grandilocuencia.
Sólo quería ver amanecer de nuevo, la otra cara de
la luna, la engarzada platería de las estrellas de la noche, el fuego de dentro
de la tierra que se estiraba al cielo y descendía incandescente por la ladera
de la montaña, el agua espejeante que se llevaba el arroyo lejos de allí,
lejos.
El crimen no estaría agazapado en los matorrales,
tras la roca, pulsante en la fronda verde.
Este lugar es inocente.
Has de dar grandes caminatas nocturnas en las noches
de claro de luna.
Contempla las constelaciones en el cielo negro y
refrescante de agosto, siente sin prisas el perfume silvestre que te llega de
la espesura entre los grandes árboles.
El calor en la piel te hace sentir viva, más viva
que nunca y penetras en la esencia del agua, de la piedra, te dejas envolver
por el feble tejido del aire lejos del delito y la angustia, de la amenaza y la
maldición.
Ahora (pero siempre fue así en realidad) sabes que no tienes nada que perder.
Morir… ¿morir? ¡A santo de qué!
Se siente tan viva en lo mínimo, en el sueño se
siente viva, en el futuro (?)… En todo.
El aire fresco y húmedo impregnado del olor a la
lluvia reciente, al aroma de la tierra mojada y del tronco oscurecido del
árbol, de la hoja aún brillante por las gotas de agua.
Escuchas los diarios de Delacroix, las cartas de Vincent van
Gogh, los poemas de Keats y Dickinson… mientras tú no dejas de pintar, de
garabatear con los lápices de color sobre el magnífico papel.
Dibujar, pintar…
No mira en derredor, no alza la vista: traza su mano
lo que ella piensa, hurga en la negrura interior y expone a la luz lo que le
emociona, lo que siente, lo que teme… O, nada. Sólo el garabato esencial.
Escribir…
El leve rumor de las hojas del árbol…
La página…
Escribir tan sólo, nada más que hacer eso…
Y leer despaciosamente, un trocito cada día, unos
versos nada más, como paladeando la hechura y color de las palabras, leer como
libando de un néctar desconocido el pequeño volumen de poesías en cuero rojo.
Que siempre sea el día, sálvame de la
noche y el dolor…
Tú, quien nada más en el mundo entiendes la clave
preciosa y secreta de tus dibujos.
¿Por qué existía el tiempo?
No tenía ella diez vidas… Tal vez ni siquiera una,
sólo una media vida (interrumpida, tachada, una figuración apenas, un
bosquejo).
Hesse, la de las diez vidas…
La muerte perseguidora te ha tocado con la mano…
Pues, bien, aún te quedan nueve vidas, y otro día su dardo te ha alcanzado, y
también otro día, y otro… Pero todavía cuentas con seis vidas, tal eternidad,
tanto caudal de agua estival, tanta sombra, tanta flor y tanta tierra como
lecho, tanta savia a tu alrededor que murmura, que oyes trepar hasta las ramas.
Todo bajo la apoteosis del sol o la noche estrellada vive para siempre.
¿Y si este fuese el último verano…?
No dormir, entonces. No desperdiciar la mirada que
todo lo ve aun con los ojos cerrados. Crear en una perpetua vigilia, prisionera
de la noche y celebrante del día.
Crecer.
Que cada tarde sea un año en el paraíso.
Muere el
verano, se apaga el fuego, se vence la hoguera del estío en la fútil agonía de
las brasas incapaces ya de alentar la menor llama.
Un poco de
queso, unas ciruelas, el tazón de barro colmado de vino denso y negro.
Pronto silbará el
viento sobre mi tumba…
Mira a lo alto, a lo
indescriptible, al cielo por donde corren mudos el sol y la luna.
Olía a verano, a heno, a retamas, a helechos y zarzamoras. (Y una
ramita de verbena engarzada en el cabello, justo por encima de la oreja de
perfecto dibujo.)
Agosto 69: (Antes, todo ha terminado, todo ha
terminado, todo ha terminado… Aspira el aire caliente, el aroma del tronco, la
profundidad de la piedra calentada por el sol, el verde resplandeciente de la
planta…)
No se acabó la pesadilla.
¡Es la maldición!
Híncate de hinojos… ante la puerta del infierno.
“Títulos:
metáforas”, ha escrito.
De nuevo le agujerean la cabeza.
¿Arte? Se trata de libertad, de una conducta llevada
al extremo en un ejercicio meramente
plástico.
Se ha pintado el alma decenas de veces, se ha
confesado antes esos rostros texturados, esas lavas de mujeres reveladas por el
óleo o el gouache… Nada consiguió.
Los objetos nos
describen mejor.
Unas gotas de surrealismo no le vienen mal a nadie.
Paul Thek: sobre todo si los propios materiales ya forman parte de los sueños,
sin referentes, y sus imágenes pueblan de estupefacción los ojos cándidos del
espectador.
(Canetti: “Ya no existen objetos desconocidos. Habrá
que fabricarlos…”)
Sentado frente al buró
(?) a la derecha (?) de la ventana, cerró la cubierta de tablillas de un golpe
seco, con un gesto de fastidio que contraía la boca.
(Los artistas modernos
sois
como los creyentes, estáis
convencidos de que al significado más estricto de vuestras obras se llega como
al dios de los cristianos, mediante un ejercicio de fe. Esa llave, al parecer,
basta para explicarlo todo, desde la mansedumbre de un caballo hasta la
naturaleza más torpe y criminal que siempre termina castigando a los
desposeídos, a los justos, a los más inocentes.)
El verdadero arte siempre es culpable y pagano.
Connection, Right After,
Vinculum II, Ennead, Accretion…
Cada vez se exhibe diferente esa escultura. Nunca
parece la misma, se modifica constantemente su configuración…
Esa es su propiedad más sobresaliente.
Ahora fabrico industrialmente mis piezas yo también.
Finales de 1967. La artista se resiste. ¿Dónde queda
la magia?
Peor aún, ¿dónde queda la imperfección…?
Peor aún, ¿quién es ese sin mi rostro y con mis manos?
Peor (mucho peor) aún: esta es mi idea. Les basta
con el boceto. Una pequeña hoja de papel mal impresa, con algunos trazos
sueltos de la propia mano del artista en los márgenes (demasiado deliberados,
innecesarios, como excusa para su condición venal). ¿A cuánto la copia?
A 100 dólares.
Caramba.
3 por 200 dólares.
Aún así…
Cuatro por 150. Mi última oferta.
Venga.
Arco Metals: “Haremos exactamente lo que usted nos
pida.”
Pero sería ella quien rellenó los 30.670 agujeros
con tubos de plástico: Accession II.
Por su propia mano. Todavía la mano…
En Aegis Reinforced Plastics: “Póngame 60… Y una docenita de aquello…” (Sans II).
¿No se fabrican los tubos de óleo? ¿No se desgaja el
mármol de la cantera? ¿Eres tú quien fabrica tus lápices, tus pinceles, tus buriles,
tus cinceles y el escoplo…? ¿Quién prepara los barros…?
¿Quién deja a la puerta de tu taller el tronco para
que acabe despedazado por las heridas que provoca la gubia? ¿Acaso eres tú
quien produce la energía de los focos de 100 watios que verifican tus cuadros o tus esculturas exhibidos entre los blancos
tabiques de la galería?
Mete sus diarios
y confesiones en cajas de cristal: pequeñas manufacturas venenosas
encerradas ahora en una urna, neutralizados sus letales rayos…
Tori: fibra de vidrio, resina de poliéster, malla de
alambre…
Nos han cortado las manos, y aún andamos en ésas.
Sus obras se están destruyendo a sí mismas, se
deforman, se resquebrajan… ¿Qué podemos hacer?
Nada. Esa destrucción,
ese lento aniquilamiento formaba parte de su concepción, y si no era de ese
modo, la propia degradación es un motivo más de su estética. La contemplación,
por tanto, se ha sofisticado todavía más.
Todos los materiales, incluidos los corruptibles,
tienen un sentido estético.
El látex, tan vulnerable al paso del tiempo, es un
medio de expresión para sus ideas.
¿Pero su paulatina destrucción formaba parte de
aquellas ideas?
¡Están desapareciendo!
No exactamente. También la artista ha muerto y… ¡no
está desapareciendo!
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Usted es Raymond Yeats, ¿no?
-Lo soy.
-Quiero comprar los Esquire de febrero y abril de 1936.
-¿Ah, sí?
-Sí.
-No los tengo. Y no creo que pueda conseguirlos.
Pero sé lo que usted quiere. Tengo una magnífica edición de bolsillo de la Penguin… De segunda mano: un dólar con
veinticinco.
-Disculpe, pero eso no me interesa nada. No busco el
libro. Me habían dicho… Entonces, ¿qué
diablos estoy haciendo aquí?
-Ponga un anuncio en el Times. En la sección de compraventa, justo después de los coches y
los electrodomésticos y las casas de madera y las prostitutas y los trajes de
graduación de alquiler y los de y aquellos también y…
Pensamiento: nace de un montón de grasa y proteínas,
un kilo y medio de blanduzca porquería capaz de destilar el gota a gota o el
torrente desbordado de la cavilación, la razón y los sueños. Una materia que da
lugar a las ideas, tal vez al sentimiento, a la felicidad, y también al cúmulo
de angustias y terrores ante lo gran desconocido de uno mismo.
De la materia gris a la materia blanca.
Agarra un pedazo de látex. Lo estruja, lo libera del
puño: fantástico tejido.
¿Qué emplea?
Tiras para la piel, para la córnea, para las
arterias… Viscosidades eficaces.
Recubre lo innombrable. Se lee lo ilegible.
Encuaderna tu
libro: tapa con lo humano la barbarie celular, el azar infausto, el color
sangriento: lomo verde, tejuelo burdeos, letrería dorada, capitulares de
placentero color rojo suave abren los capítulos… (¿qué tal cantones de
bronce…?)
El cuerpo ya
es nuevo.
A rodar.
Se mira en el espejo, el enemigo de dentro mortifica
la piel y la carne, envenena la sangre, abate los pobres jirones del alma,
sudoraciones del cerebro, líquidas migrañas: morir prodigando milagros (y no
recibir ninguno) a la edad que los dioses resucitan, inmortales se hacen…
Lo cerca que estuve de alcanzar la recompensa (no el
éxito… ¡tan al alcance de cualquiera, de un estúpido, de un farsante, de un don
nadie!)
Desde U197: sólo veo muecas… Risotadas.
….
¿Qué os ha pasado en la Tierra?
Ya ves…
¿El tiempo…?
(La incredulidad.)
¡Está loco! Es un pobre schmuck…: ¡que ocurrencias!
Agosto 69: aún con el aroma de la tierra y el bosque
en la piel, los días claros y tibios, la noche refrescante y olorosa: uno solo
de los millones de hilos coloreados del cerebro mal tocado (o sólo tocado) desordena tu conciencia,
tu conocimiento y tu genio… ¡Puedes volver a pintar bodegones, bosquejar
academias, modelar bustos…, acuarelear!
Si lejos te hubieras quedado del veneno, si ordenar
a lo tipos de la Aegis Reinforced Okastics que se encargaran de dar forma a la
fibra de vidrio, mantenerte tú pura, indemne… pero, no: tenías que meter las
manazas en esa sopa venenosa…
No dejes de recordar… los gráficos revoltijos en la
Allan Stone, las vistosas acuarelas de después, los grumos matéricos que se
abandonaban el plano, se descolgaban de la pared, adquirían volumen, se
tridimensionalizan, las resinas que como carne humana vivían, se ajaban,
morían…
Sal del cuadro, empieza a andar.
Algo entre sus relieves se escondía.
Emerge como el monstruo que de repente cobra movimiento,
se endereza.
Mejor acomodada en el espacio: me muevo mejor.
Todo ha ido demasiado, young American, todo ha sido demasiado incierto, como desplazarse
entre la bruma, tanteando pero al mismo tiempo sin dejar de moverse hacia
delante ni por un segundo… ¿Era éste el destino, el final…?
Hesse, que habla no perfectamente el alemán, a
trancas y barrancas…
A Alemania siguiendo al maridito embajador de los
óxidos:
Junio 1964. (Habrá que leer en serio: el tiempo es
oro… ¿óxido?
Septiembre 65: regreso Nueva York.
En los entreactos, las lecturas, la supervivencia
del yo:
ese periplo de desengañados a bordo de un Filoctetes, singladura monótona con el
secreto anhelo de ser sepultado por el mar:
“La primera vez llegué hasta esa sombra que parece
sacada de aquel pueblo de polvo amarillo y piedras calcinadas llamado Comala,
la vieja Concepta (¡nombre fenomenal!)…
La segunda vez ya me embarqué en el Filoctetes, pero no llegué a atisbar el
canal de Suez.
La tercera vez sentí náuseas y pena al comprobar
cómo el Cónsul se bebía la loción para el cuero cabelludo.
La cuarta vez, casi definitiva, ya me colé en la
Sala Ofelia.
La quinta vez me sentí como el perro muerto encima
del cuerpo del Cónsul arrojado a la barranca, y cerré el libro.”
Noviembre, expone dibujos. Vende. ¿Y qué?
De momento esto: hace lo que hacen miles de artistas
pobres y anónimos.
ART AS IDEA.
La artista
salvaje: entre el control y el libertinaje.
La girl-scout
deviene aterradora visionaria.
Schwitters. El orden o el caos en reducidas
dimensiones. La materia y su previsible degradación se vengan del pensamiento previo que la utilizaba.
Kassel, Documenta III: Nevelson, Lee Bontecou: la
una relieves, la otra sugestivas composiciones tridimensionales de manifiesto
simbolismo sexual. ¿Qué hacemos con todo esto? Preguntó. No hay nada que hacer
con todo esto. Respondió:
Es, y basta.
Octubre 1964: Hesse viaja a Düsseldorf para la
inauguración de la exposición de Robert Morris en Gallery Schmela. De tales
relieves se nutre la pupila.
¿Y qué tal?
Así vamos.
Alemania: en Essen, cerca de Kuttwing, noviembre de
1964, exposición de dibujos de Gorky en el museo Folkwang.
Ahora es una chica Gorky: amarillos y azules, la
totalidad del blanco, el verde pálido.
Pintar así. ¿Siente así?
Berna, octubre-noviembre, exposición de Duchamp de
la colección Schwartz en la misma ciudad. (1964).
¿Es así?
No es que despejen las dudas ciertas referencias, es
que te enriquecen con otras.
ESSEN, no Düsseldorf… Fábrica textil…
Antes del regreso a USA: se apropia de una
imaginaria sexual.
Ya en USA, despliega tu inmensa sabiduría en
Scarsdale Studio Workshop of Art (1965). Enseña a alumnos: la alegría del
collage te llevará a interpretar mejor la pintura o la acuarela, afirma a un
niño desconsolado que no sabe dibujar
y se niega a coger las tizas de colores.
LE WITT (1969) Y LUEGO, MORRIS, BOCHNER, SMITHSON,
ANDRE.
¿Y esto?
MORRIS: Fibra de vidrio. Algo nuevo (te va ni que
pintado).
LE WITT: Sé tú… ¡y al diablo con todo!
ANDRE: A ras del suelo, la verdadera medida del
hombre.
BOCHNER: “Pues habrá que definir… Palabras, palabras, palabras…
SMITHSON: Los límites no existen. Trabaja con esa
sola idea.
CULPABLES TODOS DE HOMICIDIO INVOLUNTARIO:
LA CHICA SE NOS MURIO EN LOS BRAZOS.
Materiales que repelen… y algo de belleza esconden.
La chica del látex.
La chica del 134 de Bowery.
Pollock: lo he sacado del cuadro al hijo de puta, lo
he colgado en el aire, lo he puesto cabeza abajo al Buen Salvaje, todas sus
malditas salpicaduras se han paralizado en el espacio, estáticas, enredadas,
pavorosas… cuelgan como pompas de jabón.
Se deshacen.
Estallan sobre el plano de los cuadros.
¿Quién va a compilar tu obra? ¿Qué Andrónico de
Rodas será quien le lleve a un ordenamiento que por sí mismo inaugure un nombre
triunfal, un nuevo concepto que termine erigiéndose en el más alto pedestal del
proceloso arte?
La Biblia Barrette (tipo que llevó a cabo el primer
catálogo razonado de Hesse: fue uno de sus ayudante de última hora.)
A partir de entonces, evangelios.
-Convengamos en ello –dijo (197…)-, en este arte se
han abolido los prejuicios, ya nadie muestra su rechazo ante sus insultantes
desafíos por las razones que fueren, aunque las presumo, …
-Estamos en la era Acuario…
-… pero…
-Una nueva civilización está naciendo…
-… pero lo que no termina de disiparse ni en mí ni
en nadie es la convicción de su falsedad, de su divertida impostura al
sustituir el arte de la representación por el ingenio y la invención meramente
plásticos (hoja de árbol, piedra, grumo de tierra, gota de agua, cachivache…).
-… está naciendo una…
-… pero…
Hasta marzo de 1970: ayudantes… (21 de marzo:
ingresa hospital/30 de marzo, operada.)
Y, ¿ahora, qué?
Un cielo sucio, como de hollín, parece querer
abatirse sobre la ciudad y ennegrecer aún más los espíritus. (Pero ella no se
esconde debajo de la cama, y él, al amanecer de este día, miércoles, 25 de
marzo de 1970, sigue durmiendo sobre la suya la borrachera de la noche anterior
en compañía de…)
Sueña: la esfera azul y luminosa colgada en la
oscuridad…, y esa soledad y fragilidad planetaria le dio lástima, una pena
infinita por todo y por todos abocados a la cósmica indiferencia, rodando sin
ton ni son por la inmensa negrura.
Su última obra podía responder a infinitas
variaciones, un montón de cuerdas dispuestas al libre albedrío de quien fuera:
jamás tendría la misma configuración, cada uno de los espectadores y
manipuladores devenía artista, pero artista de su aborto, del espantajo
original ahora caído en el suelo.
¿No podrías ser más fiel al IEE… o al menos un
poquito más fiel? El hecho cierto, querida, es que todos deberíamos
entendernos. Y todos aprendimos a leer cuando éramos pequeños. Un poquito de
buena voluntad es lo que todos necesitamos.
Y ella nos creó un tipo de letra correspondiente, la
clave iluminadora de una escritura en exceso borrosa: una letra del tipo
Lexicon que hace legible la letra más pequeña, o la tipo Swift, que aclara las
aguas más turbias.
En coma: delirios.
“Los dioses existen, son el diablo”, leyó que leía
el Cónsul en unas páginas de Baudelaire.
[Anot. 13-11-1969.]
Los males del cuerpo ya no son las fútiles
maquinaciones de algunos órganos o desórdenes transitorios; ahora, ese huésped
suicida que se aloja entre sus huesos es permanente y fatal, y el lugar más
remoto para esconderse en su estudio y dulce hogar es ella misma a oscuras o
bajo la luz del sol: se repliega sobre esa guarida sin dejar de murmurar
diálogos terribles con algún dios (más o menos conocido, qué más da).
Hiere todo lo que no conoces: al cabo de un día la
llaga en el entendimiento de los censores no se perdona jamás.
Mira la que ama a todos, la de los labios verdes, la
Primavera… (Ehrenstein).
Se la lleva en brazos,
como las ondas del agua al ahogado.
En este día de azul intenso un viento frío con olor
a agua salada, como proveniente de un mundo viejo (intuido, infranqueable,
invisible) se abate sobre los desfiladeros de piedra, de acero, de luz.
Estás muerta. ¿Sabes lo que eso significa para
nosotros?
-Lo desconocido…
-Lo imposible. Respecto a los demás…
Eva Hesse murió ayer.
He quedado mañana con Eva Hesse en la esquina de
Crosby Street con Spring… Tomaremos café en O’casey (tal vez vayamos más tarde
al Whitney). Me gusta este local. Es una cafetería acogedora y tranquila. Huele
a café, a vainilla, a madera limpia. La gente lee o, simplemente con la taza
caliente en la mano, se distrae mirando a través del ventanal la pacífica y
colorista vida callejera de afuera, el tráfico lento de los automóviles, como
si esas máquinas con sus sombríos ocupantes buscaran algo. Sí, me gusta estar
aquí. Incluso sin un periódico o un libro entre las manos que leer, solitario,
tomando una taza de café y fumando cigarrillos sin filtro pausadamente, sin
esperar nada, sin esperar a nadie. Las camareras son divertidas y maleducadas;
sobre todo, imprevisibles.
“¿Quieres más café, encanto? ¿O ya estás deseando
levantar el culo de la silla para irte a ninguna parte?”
“Llevas toda la tarde atado a esa mesa con el puto
libro debajo de las narices y dos tazas de café, ¿me estás esperando a mí,
cariño?”
“¿Sólo un café? ¿No tenemos hambre… o no tenemos
dinero, chaval?”
“¿Intentas seducirme, chico? Las sábanas de mi cama
cambiarían de color sólo con verte entrar por la puerta.”
“Por más que te miro no descubro tu nombre… ¿Acaso
eres un don nadie?”
“Acabo a la nueve, chico solitario, y tú tienes
todas las papeletas para invitarme a cenar una “césar” en la 22 y llevarme a
Broadway esta noche.”
Ciudad inventada para
el triunfo o la nada, y ambas cosas nos abocan a una realidad inasumible que
deja todos los problemas sin solución y las respuestas las pone en almoneda.
Mejor ser artista, cerrar los ojos al exterior, aunque mantenerse bien
despierto. Justificarse en la extravagancia. Eso excluye las demasiadas
componendas que una vida social y urbana exigen no muy graciosamente.
Qué lacónico, el tío.
Es que… es artista.
Ah.
Mirar desde adentro:
un embaucador y sus disfraces: no moriré nunca si consigo convencerles de mi
condición. Cerrada la boca, habla mi espíritu: lo que veis es el mondongo en lo
más hondo de mí misma.
Capital de la
evanescencia: de Queens a Manhattan: todo parece raudo, cada vez más fugitivo.
¿Viene?
Vendría. El libro en
la mano. El jersey estampado (un estampado de rayas blancas y negras
transversales que recuerda al pelo de las cebras), los pantalones estrechos de
pana azul…
En falda de ante midi,
botas anchas…
Pálida y con el
cabello recogido, hermosísima, con el suéter de ángora de doble cuello que le
alcanza hasta la barbilla…
¿Vendrá…?
Cálmate, tío, o
acabarás en Creedmoor.
Indian Summer.
Aún rastrea parques.
Y, siempre, librerías.
Un otoño con Faulkner.
“Me interesa el The Mississippi de diciembre de 1922.”
“¿Y a quién no?”
“¿Y qué tal el Atlantic Monthly de junio de 1953?”
(El más conmovedor
ejemplo de generosidad literaria que conozco lo realizó WF al publicar en esa revista
el artículo que escribió dedicado a Sherwood Anderson... probablemente para
limpiar su conciencia de antiguas arrogancias y cochinadas juveniles.)
“Buenas. Querría el Saturday Evening
Post de octubre de 1930.”
“Voló. Se
ha equivocado usted de década.”
En lo de Ray:
Abre el cajón de la
mesa que sostiene la vetusta máquina registradora junto unos folios
garrapateados de números donde disimula lo precario del negocio:
“Ahí lo tienes.”
Deposita el libro sin
afectación:
The Portable Faulkner, la edición de abril
de 1946 de Viking Press.
“¿Cuánto”?
“Dos millones y medio
(medio: mi comisión) de dólares. Más o menos como un gorky.”
Me lo llevo al agujero
de Queens. Dos días después le abono los dos dólares con cincuenta (su
comisión) centavos.
Lo permanente de la
ciudad es ajeno a sus propios habitantes, meros usufructuarios de sus pasadizos
y laberintos. Aun viviendo (y coleando), no hay nadie que no sea un desposeído
a cada instante de las calles que habita. Su permanencia te precede y te
sobrevive, te deja en los huesos, tus cenizas enriquecen su humus de cemento y
asfalto. La ciudad, dura.
(Tu nombre ya ha sido
borrado…
Eres elegida: tu
nombre ha sido restituido.)
Huye, pues, tú que aún
estás a tiempo, hacia dentro de ti mismo...
Ciudad de los
anónimos.
Huir de su atracción
de espejuelos y sus desmesuradas verbenas.
Huir de sus
esplendores que jamás se dejan atrapar en las manos desnudas.
Huir como alma que
lleva el diablo por el West Side Highway a mil millas por hora (o más) seguido
por la cacharrería estridente de media docena de coches de la policía de NY y
la cámara de un reportero de televisión subido de paquete en una motocicleta… A
ti te persiguen, a ti que llevas incrustada en la frente la enseña principal de
tu delito (de tu esencia): Contemporary
Artist.
“Entonces, nuestra
joven artista…”
(Oh, el antiguo y
entrañable posesivo de autor…)
1959. Hola, doctora Helene Papanek.
¿Qué tal?
Aquí…
Por recomendación de aquella, visita al doctor
Samuel Dunkell.
Hola, doctor Dunkell.
¿Qué tal?
Aquí…
Los dos psiquiatras no aciertan a entender lo que
está demasiado claro para la clase de artista que ella es:
nada de constantes iconográficas.
Cada obra, un
atrevimiento, la máxima libertad.
Sólo con la
lucidez, el arte; la locura, el descanso, el silencio.
Maneras de desembarazarse de un psiquiatra:
Bien, esto va a zanjar
de una vez por todas mis relaciones y tácitos engaños con el doktor (sic) X., mi
querido psiquiatra a quien tanto admiro y en quien tanto confío.
-Tengo cáncer.
-¿Cómo…?
-Tengo un tumor
maligno en el cerebro.
“Comprendo”, miente el
mierda de la pipa al cabo de unos segundos, demudado (¡desengañado!). Aunque la
realidad es que nunca ha comprendido nada de nada el pobre diablo.
Ella nunca tuvo
un carácter enérgico. El cerebro, o sus extrañas maquinaciones neuronales, ya
hacía de las suyas. Sin embargo, los doctores quedaban estremecidos ante la
visión de las “cosas robustas que salían de sus manos”. Ella no era severa.
“Probablemente”, susurra un auténtico hijo de puta
que entra a saco en los pobres cerebros de sus pacientes y, además, sin
necesidad de vestir una bata blanca, “esos monstruos informes y absurdos que
compone sean el producto interior de toda la química que ha sido necesario
introducir por la boca a la artista. Se halla bajo el efecto de unas drogas que
han alterado el sentido de su estética… Si bien en este caso no podemos hablar
de inducción por un agente externo, lo cierto es que el ejemplo Van Gogh
ilustra adecuadamente lo erróneo de una visión y un proceder artísticos
modificados negativamente por una alteración manifiesta de la conducta. También
sus pinturas eran consecuencia de su malestar y desorden psíquicos, la obra de
un auténtico alienado.
“¿A quién se le ocurre tender en el aire una tela de
araña de fibra de vidrio untada de resina?
“¿Qué son esos amontonamientos sino las
alucinaciones de una desquiciada?
“¿Pero es que hay alguien que pueda llamar “obra de
arte” a unas barras de hierro apoyadas en una pared?
¿Y qué me dices de esas malditas telas de saco que
cuelgan rígidas de un hilo?
¿Quién puede tomarte en serio?
“¿Quién puede aceptar sin más esa clase de “arte”
estando en sus cabales?
“A ese arte
desordenado y aberrante podríamos aplicarle un análisis patográfico. Es un arte
que nace de una conducta enferma, de un modo de vida esquizoide. De una
perturbación en todo caso que, de resultas del control que la propia artista
por paradójico que esto nos parezca ejerce sobre ella, sólo es comprobable por
su concreción material y su exteriorización en “presunta forma de obra de arte”.
Su peripecia artística delata a la enferma y hace visible su psicopatología. A
todos estos… les puede la vanidad, que hace las veces de delación.
“Señores, más
que un crítico de arte lo que precisamos para dilucidar este museo de horrores
que la artista nos ha deparado con su lamentable práctica es un doctor bien
versado en los procesos psicológicos degradantes, un especialista que sea capaz
de emitir un diagnóstico certero respecto a la clase de esquizofrenia a la que
nos enfrentamos.”
“Intentan que el
objeto adquiera forma humana…”, dijo.
“Yo traduzco a la
inversa: me interesa que la forma humana devenga objeto”, repuso ella.
¡Todo tiene sentido!
-En efecto-, contestó
el gran pope de Saskatchewan-. Y, abundando en esto, permítame decirle que la
droga, cualquiera de ellas, es el elemento teológico más eficaz para encontrar
el sentido del mundo.
-Sólo el arte es mi
droga. No necesito más.
-Es posible… pero es
una solución limitada.
LSD&OBRA.
-¿Se ha preguntado
alguna vez lo que manifiesta en realidad el conjunto de su obra? Yo se lo diré…
La sombra… Eso es… El maldito fardo oculto que descubriera la sagacidad
jungniana en el subconsciente y que a usted, precisamente a usted, le provee
del fantástico y aterrador material artístico… Esos tubos viscosos como gordos
intestinos, esa gusanera gigante de resbaloso látex anidan en su cerebro, como
culebras se remueven en su charca de podredumbre y le hacen vomitar sus
pegajosos monstruos.
-Parece una definición
muy simple, doktor (sic).
-No soy capaz de
imaginar otra, estúpida loca.
-Impregnábamos
azucarillos con LSD. Ya que busca respuestas…
-¿Cuántos has tomado,
zorra?
-Unos mil quinientos
esta mañana (y sólo con el café del desayuno). Ya veremos después, en el
almuerzo.
Ha hecho del LSD la
transfusión milagrosa, la sangre benéfica que fluye entre los recodos de su
cerebro.
Podemos jugar al tiro
al blanco. Más tarde o más temprano acertaremos.
Lo doloroso de tus
recuerdos, eterna contrita judía, es lo indefinible de tu trabajo. No admites
el pasado, lo traduces en lo ininteligible. Pero está ahí. Incluso
irreconocible por la sucia y venenosa extravagancia de la manipulación de los
materiales y formas nauseabundas, está ahí. El pasado es una babosa repelente y
gigante que te anega de los pies a la cabeza.
Llevaba la maldición
en su sangre, en lo triste de su condición.
Hicieron del LSD una
droga.
Hicieron del LSD un
circo.
Hicieron del LSD una
estafa.
Hicieron del arte…
Háblame de l968.
La década adulterada…
De aquella pócima del filántropo Hoffman sólo terminaba escanciada en las almas
de los millones de conversos un mísero 10% que agradecer a san Asclepio. El
resto no era nada más que basura.
Ajá, mezclado El Gran
Medicamento con otros elementos químicos el destino del viaje sería a lo
diabólico, una desviación a los monstruos, un viaje a lo impenetrable… Dime,
pues, ¿es éste tu caso?
¡Qué mal viaje!
¡Qué psicosis!
Soy artista.
Eres una psicótica.
¿Y eso que corroe la
madera, la piedra, el hierro…?
El ácido.
¿El alma?
Mi alma está intacta.
Debería estar
prohibido.
¿El LSD? ¿El alma?
El arte moderno.
PROHIBIDO EL LSD.
PROHIBIDO EL ARTE
MODERNO.
PROHIBIDA EL ALMA.
¿Sabes, Johnny? Es lo
desconocido, lo peligroso, lo disolvente… Este arte ni siquiera les sirve como
terapia a ciertos grupos digamos… incontrolados. Les permite soñar despiertos.
¿Sabes, Lennon? La
locura es la parte de atrás de la realidad, la otra cara del espejo, el otro
lado de la hoja…
(La vida es eso que pasa cuando estás ocupado en otra cosa).
Un cerebro gemelo
compasivo y sacrificado inmola su existencia y la salva de la demencia
postrera, de la mano abandonan los falsos paraísos: vámonos de este mundo (llámenle inmundo…) antes de que acabemos
locos de atar.
¿No sería tu obra,
todas ellas, la imagen de Dios, de un dios?
Un Dios terrible y
amorfo, terrorífico por su esencia invisible, su increíble insustancialidad y
sus propósitos finales, monstruoso por su indiferencia, inquietante por su
pasmosa crueldad y culpable por su silencio.
“Jamás he descubierto
a Dios ni en lo malo ni en lo bueno que me ha pasado en la vida.”
Da un paso más:
abandona los dioses.
Esta sacrílega del
arte, esta atea del pasado ha empezado a creer desde la afasia artística a la
que le obliga su infortunio que Dios es la más fantástica creación que un
artista hubiera podido imaginar.
La Forma de Dios.
¿Desde la felicidad o
la desdicha?
Invéntate mil dioses.
Hazte con sus mil formas trágicas o divertidas, serias o grotescas, fascinantes
o repelentes, tranquilas o inquietantes. Todas serán falsas. No has de acertar
con ninguna de ellas (¡oh, la grandeza del arte inacabable, imperecedero…!)
Este modelo plural, esta idea infinita, ha de procurarte todos aquellos
referentes intelectuales y plásticos que desees, y todos ellos podrás, luego de
su procurada diversión, arrojar sin escrúpulos al cubo de la basura.
¿Qué intenta hacer?
La imagen buena, mala,
necesaria o prescindible, indescifrable o sórdida de Dios.
Se acabaron los cromos
pastel, los vistosos ropajes, la barba blanca, la melena de seda, los cielos
azules.
Lejos del fundamentalismo,
su iconología e iconografía la entresaca de sus pesadillas y la chatarrería de
un mundo en constante descomposición. No dulcifica sus sueños ni esconde sus
temores a base de lisonjas placenteras a un ser omnipotente en su plástica.
No existe una imagen
previa. No hay un imperativo canónico que revise o enderece la euforia creativa
inicial.
Dios no es.
(Ni siquiera murió.)
Todo está permitido,
pues.
Esa era su meta, el noser del arte.
¿Qué le hace pensar
que estaremos dispuestos a aprobar sus ocurrencias?
La legitimidad que la
ampara para hacer lo que le venga en gana: ya ha quedado bien claro que no
existen los mandamientos. Lo que tú quieras ver, espectador, me importa muy
poco. No debo ser yo quien se esfuerce por adular tu imaginación concretando mediante
técnicas ancestrales (que nunca nadie dijo que fuesen excluyentes) lo que tú quieres ver. Aprende a modelar. Aprende
a pintar.
Mi desafío al negarme
a tamaña superchería me faculta a lo indecible, a lo infinito.
Pero, cuidado, lo
inagotable, al cabo, nos resulta aburrido.
La artista va por
libre: escala altos vertederos como montañas, humeantes y pestilentes;
desciende a las grandes simas donde hieden las basuras y se envenenan los
pájaros.
De modo que ese era el
tema: revelar la faz de un dios tan incontable como el número de las estrellas
al que hay que tratar con severidad, de igual a igual: una es artista (aunque
tampoco es preciso que sea capaz de crear el mundo en seis días… ¡podría
hacerlo en cinco!)
Como todo el mundo…
que avanza a adelante o camina hacia atrás. Somos el dios de nuestros actos.
Un hombre es un
universo; lo es un niño. No digamos ella…
¿Necesitas a Dios? ¿Lo
echas de menos? ¿Acaso lo conociste en algún otro lugar lejos de aquí?
Anda ligera de
equipaje.
Mete las narices en
tus asuntos.
Me conocí a mí misma
cuando empecé a dedicarme al arte, al menos cuando empecé a hacerlo en serio.
Era suficiente. Lo demás era lo desconocido, aquello que misteriosamente el
propio arte iba a proporcionarme: el encuentro con la niña que fui.
Todo empieza en ese
momento.
En efecto, corre 1943, cuando los buenos
muchachos de pelo cortado a cepillo, mandíbulas prominentes e infatigables
mascadores de un estupendo trozo de mercancía Wrigley mueren en las fronteras europeas o en las cálidas
costas del Pacífico con su correspondiente fusil M1 Garand en las manos;
mientras, la superviviente corretea entre el colegio público 115 de Manhattan,
Washington Heights, y los domingos de Central Park.
Qué graciosa, la niña
de las trenzas.
Un austero uniforme blanco
y azul de falda corta lima las asperezas sociales, todas las niñas idénticas:
aun con un nombre y apellidos, somos la multitud.
“¿Sabes lo que
significa Häagen-Dazs?”