Si hubieras sido un animal feliz, manso y honrado... tu sola casa hubiera sido el cielo y sus estrellas, la tierra y el agua, la pitanza del santo. Eso sería suficiente para sonsacarle los secretos a la bruja y después cortarle la cabeza sin padecer el menor remordimiento. Deja la conciencia en paz. ¿Acaso sacas algo en limpio por empecinarte en desentrañar con la mayor literalidad posible lo que se cuece en un mecanismo en el que la clave esencial no es sino un puñado de reacciones químicas, una metabólica tan ciega como efectiva sea en el dedo gordo de un pie o en el cerebro? Basta con una interpretación del mundo meramente aparencial, incluso lata y hasta grosera. Las carcajadas sonoras y pedorras del banquete de Gargantúa y Pantagruel sepultan los remilgos caballerosos y sacrificados de don Quijote a quien, animado por su espíritu elucubrador y metafísico, ingenuo y santo él, le basta un chusco de pan, un trozo de queso rancio y un trago del vino peleón de la bota del buen Sancho para andar el mundo y enumerar sus sortilegios.
Metafísico
estáis. Es que no como.
La verdadera quebradura te vendrá por asalto. No anticipes
la angustia. El mundo ha de resquebrajarse bajo el peso de tus pies. Todo será
hecho añicos entonces.
Entretanto, manipula significantes (pues tienen su
belleza).
Son las averías físicas las que hay que atajar de plano.
Ellas tampoco negocian contigo. Una tetraplejía te inmoviliza sin remedio. Un
tumor puede vencerte. También tú puedes librar una batalla victoriosa y ganar
por la mano a un cuerpo corrupto y desgraciado. ¿Cómo? Avanzando a galope hacia
el enemigo en una carga que no tiene vuelta atrás: 3 dosis de morfina que te
administra un buen samaritano. Un Asclepio como los de antes.
A rodar.
Y buenas noches, pero buenas
noches del todo.
Nadie es neutral. Nadie puede
ser neutral. “No lo entiendo, pero lo acepto.” Miente. Su credulidad se basa en
una buena educación. Quizás en la astucia del cortesano. Al no entenderlo ya no es neutral. Ahí hay un
conflicto, que rehúye por sabio, cobarde o complacencia social. Baja los brazos
en señal de paz pero en su ánimo priva la duda, la ofensa silenciada hacia una obra de la que desconfía por
desconocida y misteriosa. Por lo demás, el artista, farsante o no, siempre
termina interpretando su papel, su riesgo: él se expone. Y sin la certeza de un
beneficio.
Ante el vacío se extiende invisible el corazón absoluto.
Quieres llegar a su núcleo porque ya está ahí. Manos a la obra. Sus materiales
para hacer visible lo invisible son tan concretos y nuevos que en ella como
creadora sólo existe, de haberlo, el plagio a los dioses: la fatalidad. Nada a
su alrededor le invita a una benéfica inspiración. Es ella y sus fobias.
Los muertos no resucitan:
son… como del futuro.
Morir: pues entonces conviértanme en medusa, árbol, almeja,
tortuga, pez… De 200 a 4.800 años de vida (más o menos).
Pero tampoco los vivos nacen dos veces.
¿Cómo podría un
hombre no ser de su siglo?
“¿Y el recuerdo…?”
Trató de recordar, y finalmente mintió: “Una madre envuelta
en armiño y con una orquídea en la mano exhalando el perfume elegante de la
noche.”
El cuento de… ¿quién?:
“¿Existe Dios?”
Y la máquina respondió: “Ahora, sí.”
Perdida el aura, me queda la resignación mía y la lástima
mejor o peor disimulada de los otros. ¿Qué puede irradiar ahora mi rostro?
Perdida la batalla, sólo mansedumbre.
Haber sido una modesta pintora de retratos de gentes sin
importancia social (sólo individuos)…
para poder reconocerme mejor a misma. Ese desafío menor… ¿hubiera bastado para
salvarme?
Todo el malpensamiento (sic)
de ahora entorpece el pensar de la lectura:
Susan
Langer: Feeling and Form, Problems on Art.
Una mitomanía llevada al exceso: cada piedra hincha más la
nomenclatura del desperdicio intelectual.
“Paso por la 55 Este. La
Côte Basque”,
apunté con un lápiz en un cuaderno de la época de Nueva York.
El local me fascina, todo invita a penetrar en su interior.
Pero la entrada me está vedada.
Capote aviva el recuerdo.
Capote haciendo gansadas en “Laugh in”.
Aunque en seguida Hesse se apodera de la escena. Ella es el escenario.
(En el 75 Ray me malvendería sin el menor gesto de
preocupación un Esquire de saldo que
incluía entre sus páginas el relato completo del mismo nombre.)
(Lápiz: fácil de borrar lo escrito. “Yo no he sido”, dijo,
todavía con la goma en la mano y la vista baja.)
Podría hacerme con un buen lote de suministros en Canal
Street. Empezar otra obra… Acabarla, en realidad, puesto que la he concluido en
mi cabeza (a pesar del enemigo que circula en su interior a sus anchas y a sus
locas). Sólo queda materializarla… La materia… Pero, no…
¡Qué fatiga corroborar de nuevo la magia!
Primun vivere…
Vuelve, ebriedad.
Vencerse de nuevo al entusiasmo, saberse inocente,
encararse a las personas y las cosas con la mirada principesca del niño… que a
la vez, por pura diversión picassiana,
se permite la licencia de convertirse en siervo siempre que lo desea.
Todo lo que a una le rodea es la metamorfosis. La aterradora muda de lo vivo en vivo, cambiante. Hasta que un día los
soles interiores que nos hacen sagrados agotan su combustible y se apagan hasta
morir, pues lo mudable también está condenado a desaparecer.
El arte de Penélope: la salva el prolongar la misión, la
espera, pero la espera misma es el
antídoto. Mientras espero, no muero. Ser una scheherazade entretenida, una
cuentista que alarga la noche y desde sus ojos se despliegan en la llanura
nocturna e insomne
yuxtaposiciones, entretelas, trenzados, tramados, enredos…
Querida, hay mucho trabajo que afrontar dentro de tu
cabecita. Necesitas un buen “chimney-sweeping”. Y vamos a empezar ahora mismo.
“¿Cuándo sabré que estoy curada?”
“Usted no sufre y, puesto que no lo consigue, es sufrir lo
que de veras ansía. Sólo cuando sufra habrá empezado a sanar.”
(Entretanto, en su enfermiza soledad la doctora sabelotodo
engulle a la semana un buen puñado de píldoras rojas.)
¿Son las obras que “diseño” realizaciones de deseos? Esa
lectura psicoanalítica me asquea. Acepto lo transitivo de mi quehacer, pero me
niego a todo añadido subjetivo de naturaleza ajena en manos de cualquier
idiota.
No se fía de la percepción sensorial. Todos sus recuerdos
se rebelan ante lo que ve, se diría que se revuelven encabritados entre sus
sesos. De modo que la visión es modificada primero. Luego, la trastorna.
Finalmente, la suplanta con emociones estéticas.
¿Sueña lo que hace?
“No sueño símbolos… puesto que no los comprendo como tales
al soñar, y una vez despierta, las interpretaciones y sugestiones son siempre
interesadas y carentes de verdadera lógica, al menos de una lógica demostrable...
¡que pueda enredar a gusto!”
“Leer” esta obra mediante algún código de desciframiento sui generis (por ejemplo, el
psicoanálisis, que es un instrumento) es anularla por completo, pues el valerse
de un sistema de interpretación, de cualquiera de ellos, la anticipa y la
determina, cuando no la confunde o peor aún: le agrega ornamentos.
La doctora psicóloga duerme apaciblemente las noches
horribles atiborrada de Seconal, la piel desnuda y suave envuelta en elegantes
sábanas Porthault, entre perfumes y tibios repliegues.
-¿Wallace? Morgan al aparato, de la librería El Pirata de Los Libros.
-¿Qué noticias tenemos?
-Ha aparecido “Vendée”, el número cinco.
-Entonces nos falta solamente uno…
-En efecto, “Retreat”, el que hace de capítulo dos. Ya ando
tras su pista.
-¿Cuánto vale?
-¿”Retreat”?
-No, hombre, “Vendée”, el que ya tiene en sus manos.
-La revista está en perfectas condiciones. Se trata del Post del 5 de diciembre de 1936…
-¿Cuánto he de pagar?
-Wallace, sabe que nunca ha sido mi intención abusar de
usted…
-No me hable de sus intenciones, Morgan. Soy capaz de
adivinarlas perfectamente. Hábleme de dólares.
Se esclarece mediante silencios, y eso dice mucho en
relación a su obra. Teme las palabras. La chica hacendosa y lista que manoseaba
a toda hora el Fowler’s English Usage
y el Webster’s más pesado de la serie había llegado a aterrorizarse por el sentido
equívoco de las palabras.
Alelada
ante “This is Show Business”.
“Si yo supiera…”
“¿Qué?”
Rememorar los asuntos
intrascendentes de finales de la infancia y la adolescencia numereras:
en una ocasión, aun colegiala, acompañada de tres compinches de su misma aula,
estuvo tres horas frente al Hotel RitzTower con un cuaderno abierto y una
estilográfica esperando la salida de la señorita Harriet Brown. Cuando esto
sucedió y la mujer alta y delgada cruzó la calle al lado de la pandilla de
escrutadoras ninguna de éstas se atrevió a hacer el menor gesto. Se quedaron
mirando inmóviles e incapaces de decir una sola palabra cómo la mujer envuelta
en una larga gabardina de color verde, con un sombrero de ala encasquetado en
la cabeza y zapatos de tacón plano se perdía, anónima y solitaria, entre el río
de la gente.
New York Post. Entre
los chismes y comidillas sobre personajes: todas las fotografías del periódico
reproducían obras suyas.
Hasta las más
difíciles e incluso aquellas todavía por realizar.
Despierta... bañada en sudor (como quien dice).
Lo que algunos llegan a hacer: vanity press: así que, ¿escribes?
Como abonarles un par de dólares a todos aquellos que
entran en la galería a contemplar su obra.
Perdiendo el tiempo las dos damas neoyorquinas reajustadas
desde los tacones de aguja al ondulado de la cabeza una vez salidas de la
peluquería y el salón de belleza, en sitios como el Colony, el “21” o La Grenouille.
Van por el cuarto Martini.
¿Cómo se escribe un bestseller? Con folios de diverso
color: blanco, el primer borrador; amarillo, el segundo; azul para corregir los
diálogos y “enderezar” personajes; rosa para urdir la trama…
No sé escribir a máquina, dijo el tipo desafiante. Y
depositó estruendosamente sobre la mesa el enorme paquete de folios manuscritos
en puta letra azul de un puto barato bolígrafo bic de puta bola gruesa.
Le eché un vistazo a aquel mamotreto con irreprimible
aprensión. Todas las páginas estaban cruzadas de borrones, tachaduras y manchas
inclasificables. En un único folio, aunque a duras penas a causa de la letra
enrevesada y difícil y la tinta barata, descubrí siete faltas de ortografía.
Era una trampa.
En realidad, había que revisar todo el texto, y el puto
tipo quería ahorrarse el salario del
puto negro.
No soy mecanógrafo, amigo. Vaya usted al puto servicio
público de mecanografía del Park Sheraton.
Tenía un humor complicado, alborotado de múltiples
componentes.
¿Cómo cuáles?
¿Qué…?
Ahora han mejorado los tiempos, todo progresa a su debida
proporción:
Brother,
can spare a dime quarter?
¿Qué ocurriría si enfermaba?
Tenía pocas alternativas a su alcance: algún medicucho de
mierda sin duchar desde hacía cuatro días con el sempiterno cigarrillo entre
los labios y con la andrajosa consulta en un agujero de uno de los sucios
edificios de apartamentos de la Tercera Avenida. 25 pavos a cambio de una
receta legal que te salvara de la
tumba. “Si quiere algo más fuerte, o el paraíso, tendrá que rascarse el
bolsillo, amigo”.
-¿Qué tal esos folios?
-¿Qué tal si me paga de una vez?
-¿Qué tal si le abono las ocurrencias con un bonito wampum primorosamente ejecutado?
Lejos de la culta Europa y de Monsieur François Truffaut,
Mister Eliot o el signore Rosellini. Diciembre del 66. Sin dejar de andar
huyendo del frío.
Deambula dominada por un temor inexplicable por la calle
44. La tarde es fría y oscura, intrigantemente silenciosa. Siente una comezón
de gusanos en la boca del estómago. Una cola inmensa de personas con ganas de
gastarse dos dólares se estira desde las taquillas del Criterion hasta el final
de la manzana y desaparece por una esquina: “Valley of the dolls”.
Él tampoco entrará. (Ni siquiera puede gastar la ínfima
cantidad de la entrada).
Sin dejar de caminar aspira profundamente el aire frío,
nevado, que limpia sus pulmones, deshace las telarañas del espíritu.
Es un falso turista.
Vagabundea con el Times
debajo del brazo y un hot-dog en la
mano.
Por la Quinta Avenida se detiene a la altura de Broadway,
frente el edificio Gilbert con su Papá Noel a destiempo montando guardia en la
entrada.
Durante un rato se queda mirando a la gente, que es ajena
por completo a El Gran Inquisidor con su Times
en la mano y el hot-dog ya en el
interior de su estómago envenenando las tripas.
Y, ahora, vete a alguno de los teatros de los alrededores
de Broadway. Apóstate a la salida de la puerta de actores. O acude a Radio City
una noche de estreno. Colecciona autógrafos. Da un sentido a tu vida. Regálate
un ramo de rosas blancas. Dedica una tarde entera de tu vida comiendo
chocolatinas, bebiendo whisky y viendo viejas películas de los años treinta y
cuarenta en el Yesterday Channel. Sé feliz, chica. La vida son cuatro días. Y
quizás, en este momento, lo mejor, la felicidad, ha tomado las de Villadiego
sin ganas ya de ocuparse de ti.
9 de septiembre: todavía un calor agobiante. Al salir de la
Biblioteca Teosófica acaba en la 52 con Lexington. La artista moribunda se orea
los interiores deteniéndose un rato sobre la rejilla de ventilación del metro.
Podía luchar contra todo. O casi todo. Pero el cáncer no
tenía rostro. Y tampoco sabías lo que pensaba. Nunca adivinabas por donde te
iba a venir el golpe.
Índice Karnofsky: 90%.
No será fácil derrotarte.
A diferencia de muchos de los jóvenes de generaciones
posteriores que la sucederían, ella no quería estar mejor: quería ser mejor,
y eso era todo, pues siempre pensó que lo demás le vendría dado por añadidura.
“No veo ninguna estrella.” Lo comprobó con la cabeza
alzada, forzando los ojos a un cielo nocturno abrumado por una espesa luz
anaranjada que lo ensuciaba, una niebla indefinible y cuya procedencia no era
sino el hálito contaminado de una urbe incapaz de apagar ni un solo segundo la
grandeza de sus manías.
¿Podría contarse a sí misma los pormenores de una jornada
en la que todo lo presidía la angustia? Contagiada por ella cada recoveco y
cada minuto los matices serían falsos, desfigurados los contornos,
desarticulados los seres y los objetos, deformada la redondez esférica del
mundo, imposibles los colores, las palabras equivocadas…
Esa noche, enferma, soñó con indios, curanderos y
taumaturgos instruidos en el arte mayor de confundir y detener el cáncer.
Despertó con terrible decepción poco antes del amanecer vomitando entre
incontenibles arcadas que le torturaban el estómago. El vaso de agua que aún
tuvo fuerzas de apurar después en la cocina fría e inhóspita iluminada por la
luz eléctrica le abrasó la garganta. “Definitivamente, lo peor está por
llegar”, se dijo con el vaso en la mano y la vista fija en la grisura lunar,
devastadora, que descendía hasta la ventana abierta y comenzaba a diluir el
aire estancado de esa noche de abril de 1970.
¡Oh, gran Yahvé, salva aunque ínfima una parte de mí con
vida, siquiera un puñado de átomos, una mierda de spin-off nacida de mis costillas y mi pensamiento que permanezca
viva entre los vivos y haya de construirse ella misma una nueva historia sin
imitarme mis derroteros y gloriosos recorridos matinales, mis estudiosas
tardes, las promesas de la noche!
Las sobras las relegamos para los últimos días de junio,
cuando las damas elegantes con un bolso Kelly colgado de la mano y una sonrisa
estudiada de graduada en B.A. debajo de la pamela veraniega aparecen por la
puerta de la galería buscando gangas de obra gráfica que decoren el vestíbulo
del último apartamento comprado en el Midtown.
¿Qué tienes que ofrecernos en pequeño formato, querida? Es
lo único que nos interesa por ahora de tu trabajo.
Por esa época, aunque no lo creas, aún podías pescar la
imagen de una mujer flotando sobre las aceras con un vestido globo.
¿No entiende usted?
Yo le esclareceré su sentido.
Imagine el plegado de su vestido, esa caída tan propia, tan
lejana de las baraturas de las prendas de confección, que se desliza majestuosa
en texturas sugerentes hasta sus pies. Imagine brocados y telas, bordados y
tejidos que en lugar de vestirla a usted visten la pesadilla, la carencia, el
absurdo… Una panneggiare
perfecta a pesar de sus trenzados que va
directa no a sus pies sino al disparate.
La experiencia de la muerte debe ser interesante. Espero
percatarme de ello una vez esté muerta (aunque sean cuatro o cinco segundos tan
sólo después del exitus).
Un disco de cobre bañado en oro propulsado en la negrura
cósmica informa a través de unos símbolos (rayas y círculos) cincelados en su
superficie y unos sonidos grabados en su dorada esplendez acerca de las
estirpes inteligentes o no de la Tierra… ¿Cuán de diferente es ése mensaje del
mensaje que yo os envío mediante mi obra, tan inextricable y próximo a la vez?
Se hallaba sumida en una exasperación silenciosa que le
permitía oír los latidos de su corazón y sentir la sangre bombeada a las
arterias: ante sí el cartapacio de los bocetos, las maquinaciones, y las manos
tan cansadas.
“Lo peor está por llegar”, se había dicho resignada, ya sin
cólera ninguna, sin reprobar la terrible injusticia del mundo para con ella y
sólo constatando su indiferencia: en el amanecer del día siguiente, al
despertar con un sabor de ciénaga en la boca, se dio cuenta de que había estado
llorando mientras dormía como si el otro yo
de los sueños lamentara su suerte.
La empedernida zozobra de no saber lo que está pasando en
realidad, no tener una idea clara de un destino que aún por llegar (siempre por llegar) ya estaba presente
hiciera lo que hiciera y estuviera donde estuviera, la incertidumbre atenazada
en la garganta y la boca del estómago, todo ello la volvía loca, y hacía de
cualquier tarea emprendida un insufrible desengaño.
Ahora, sí, ya se sentía desdichada por no sentirse
invencible.
Un aire denso como un cristal líquido y turbio parecía
encharcarle el cerebro. Era incapaz de pensar.
¿Qué se puede sacar en limpio de una ciénaga?
En la vigilia su miedo se acrecentaba porque encaraba con
lucidez la sorpresa de la muerte próxima, algo tan común en todos los seres
vivos pero que con el efecto subsidiario e inevitable que conllevaba el pensar
en su propia desaparición absoluta le causaba una extrañeza inconmensurable.
Sólo deseaba dormir para despertar de la pesadilla del último año.
La maniobra de distracción de la ventana ya no le servía.
Se daba la vuelta hacia la pared desnuda. Dibujaba una ventana en la mente con
los ojos cerrados. Empezó a poblar de fantasmas dinámicos, reales, vivos o
muertos, inventados, el rectángulo de luz alzado en su cerebro. Pero el
recuento le fatigó pronto. Era una procesión de rostros que nada conmemoraban
ni festejaban. Apartó esa ristra de imágenes de su cabeza y abrió de nuevo los
ojos: se entregó con parsimonia a una duermevela que no apresuraba el tiempo de
la tarde, ni sus ruidos ni sus colores: creaba obras que nadie contemplaría
nunca, las abocetaba, retocaba y concluía en el aire amarillo, en el aire gris
de la nada. Le obligaba a entender que una cosa es aprender a convivir con la
idea de la muerte y otra muy distinta comprobar cómo día a día adoptaba tu
propia encarnadura, la gélida crueldad con qué se atenazaba al último jirón de
carne sana hasta desecarla y fundirla a los huesos.
“No mueres sola, aunque a solas se muere”.
Sentada a un lado de la cama la figura fantasmal, apenas
reconocible, vela las postrimerías sin atreverse a musitar nada.
Hablábamos del tiempo, de lo que hace que la vida de un ser
humano tenga algún sentido más allá del hecho de reproducirse machaconamente.
“Todos los instantes de la vida, incluso durante el sueño,
son decisivos…”
“Excepto el de la muerte, que para nada sirve”.
Repasaba el orden sagrado de las cosas del mundo, sus leyes
matemáticas y naturales: el agua fluye hacia abajo, el aire sacude la hoja de
la planta, la luz germina la tierra…
El bien es bien, y el mal es mal. Y un día infausto el bien
es el mal, y el mal es el bien. El mundo se ha puesto del revés. Los bosques
andan.
(“Antes me prefiero
ciega que sorda de entendederas”.)
Hubo un tiempo, se dice tapándose las narices sobre los
cubos de resinas y catalizadores, en que eran los poetas los que creaban los
dioses, regalaban al mundo la solución a los misterios…
De un infinito a otro: sustituye una cosmovisión ya muy
degradada desde la época de los mitos por la razón y el discernimiento. Mucho
tiene que hurgar dentro de sí. La logística de la que se apropia, tóxica y
novedosa, responde al hecho de huir de la contradicción: no puede utilizar
aquello que las mentes del pasado con acierto magnífico usaron para sus
adivinaciones y conjeturas. Otros son los tiempos y su experiencia del mundo:
un “yo” moderno entre perplejidades y las mismas aflicciones que embargaban al
visionario de hace 5.000 mil años.
¿Quién soy yo? Aquello que media entre una oscuridad y
otra. Y, al final, una vez muerta, eres una sombra, una más en el mundo, que
poco a poco termina desvaneciéndose en la mente ajena.
Rememoraba. Pero de nuevo era un desfile de trapisondas de
la memoria y de engaños sutiles a la vez. Tranches
de vie que ofuscaban un pensar lógico. “La imagen puede al pensamiento”,
concluía desalentada: figuras y simulacros verdes y azules, fogonazos
cromáticos que enturbiaban cualquier recuerdo coherente, pues la mezcolanza de
tiempos y espacios hacían de su vida en esta hora un revoltijo inextricable.
El pensamiento, a estas alturas, es una tarea encarnizada
por poner algo de orden en el corazón.
¿Cómo se construye un discurso? Con lo que tengas más a
mano:
una piedrecita, un trocito de cuerda, unas gotitas de ácido
sulfúrico, un poquito de ti…
Llegada a la Tierra Prometida unos pocos años antes de que
Nueva York robara la idea del arte a París. Su destino estaba marcado.
Una obra resultado de lo indecible. En una oficina de
patentes la hubiera registrado como La Búsqueda 5-1970. Ahora bien, ¿Cómo
descubrir a los falsarios…? Es fácil, son aquellos que no han querido pagar un
precio: los que te roban el aire de tus pulmones y respiran por sus narices...
¡y se dicen artistas!
el lenguaje es el guardián de la filosofía. O debería
serlo. Al menos de la estética, a la que habría de vigilar severamente. Una
especie de lente que analiza y escudriña la sintaxis que se sirve aquella en su
afán por adivinar el sentido, el significado y la verdad de la obra de arte.
¿Es usted Eva Hesse?
En efecto, soy una militante activa contra la estética.
Es el arte, incluso el de los locos, visionarios y
farsantes el que logra superar la ley del más fuerte.
“En la obra de arte hay mucho de psíquico, imágenes,
miedos, hasta una metafísica de andar por casa…”
“No lo crea. En mi caso toda esa morralla sólo serviría
para enmarañar su sola apariencia plástica”.
“Pero… O está loca, o detrás de todo esto ha de ocultarse algo más”.
“Sin duda, todo en lo que yo creo y para lo que no tengo un
lenguaje puesto que nunca lo he visto. Son las cosas las que me expresan, y
ellas están más allá del mismo lenguaje, porque ningún lenguaje es suficiente”.
“Entonces… Es un credo”.
“Un credo… oscuro”.
[El arte no es la plegaria: es el dios.
Una suerte de blasfemia.
¡Arrea!]
El “sentido” de una obra de arte es inexistente: si es
aquello que representa, y que no es,
fracasa como autonomía icónica. Lo contrario no existe.
Obra.
Espectador enredado en pormenores analíticos conducentes a
la esterilidad más humillante o fantasiosa. ¿Por qué rastreamos como perros
atolondrados el origen de todo, la analogía, las semejanzas?
Obra/espectador: Freier
Einfall. “Sueños, uno mismo no es…”
La broma volteriana le perseguía: Preguntadle a un sapo qué
es la belleza, lo sumo, el to kalon:
os responderá que su hembra con sus ojazos redondos y saltones, los
espumarajos… El cuerpo viscoso y ancho, la baba, el asco:
¡croac, croac!
Trabaja con hipótesis: más tarde le endosará significados posteriores.
Una palabra no es más que su uso. Respecto al arte, una
acción en sí misma gratuita.
Y el artista básicamente un ser especulativo: “Si esto es
así…”
No quiere cambiar nada. Utiliza precisamente el arte porque
quiere dejar las cosas de detrás como están: ni revolución ni modificación.
Parte de un punto distinto. De cero. Quizás naufrague.
Una obra de arte no es un experimento plástico reflejo de
un estado psicológico determinado, pero es quizás una consecuencia, temprana o
tardía de aquella circunstancia: yo no represento en mi trabajo alborotos o
treguas psíquicas: lo alegórico es el proceso (y ése es invisible). Mientras
trabajo, si estoy enojada rompo el vaso contra el suelo; si me hallo alegre y
confiada, silbo entre las estrecheces uterinas del estudio.
“Ahora mismo voy a doblar ese trozo de cuerda a la
izquierda, pero sólo después de haberlo dispuesto en el lado derecho, y además
justo al lado del montón de tierra negra y…” (¡Nunca se repetirá de nuevo
tamaña exactitud plástica!): su hapax
legomenon.)
(Diccionario Raymond Theodore Yeats -105-: “Pero Faulkner
aún “contaba historias”; no le bastaba con valerse sólo de los nombres, de la
sintaxis, de las comillas, de la cursiva, de las ocurrencias y despropósitos de
la mixtura de lo ficticio y lo “real”, de diálogos entreverados, al final contaba
una historia,)
Todos soñamos en el mismo idioma: las imágenes.
Pero ¿y si cada imagen formara parte de lenguajes distintos
entre sí?
Sueños: uno mismo no es nada. (V.v.g.)
El durmiente es el protagonista del sueño y su legítimo
dueño y no el analista: el artista soy yo.
Obras como sueños sin símbolos, meramente plásticas y cuya
motivación muere irreversiblemente una vez se alzan a la vista y a su
exposición y al juicio de los otros.
W.: si trasladas un sueño a la realidad cotidiana, deja de
ser enigmático, y a partir de ese momento puedes disfrazarlo cuanto desees
hasta desvanecer su esencia al mismo estado de su materia.
W.: puedes intentar traducir los simbolismos del sueño al
lenguaje ordinario…
Y ¿por qué no a la inversa, traducir la realidad al
tejemaneje onírico, lo cotidiano a lo estrafalario del lenguaje de los sueños?
W. era una de esas personas que luchaba porque nada pudiera
ser explicado, de ahí que siempre prefiriera vivir en el atolladero continuo:
el lenguaje es una cárcel de la que no puedes salir, y por sí mismo no
significa nada, una pistola con la pólvora mojada.
A muchos la guerra les salva la vida.
Y la complicación es la coartada… y el paraíso.
El sueño es inocente… Más puede la vigilia.
¿De dónde vengo? ¿Quién soy?:
“Para ver la casa más antigua de Nueva York tienes que ir a
Brooklyn.”
El viento matinal de las 11 ha limpiado el cielo y
despejado la atomósfera: todo es ahora azul y transparente, nítido y frío: coge
el metro en busca de… ¡sus orígenes!
Ciertas composiciones plásticas tienen tempo, al igual que una obra musical.
Nada en mi trabajo es causal. Lo que mueve la improvisación
es un estado del alma, no una idea del cerebro. Pero, ¿y si el alma no
existe…?, ¿si sólo es el goteo pensal de
una reacción química?
Sólo un grumo minúsculo de la grasa, sublime excrecencia,
la proteína sobrante…
Parte de lo mental para llegar a lo físico: a uno mismo.
Psicoanálisis: El
Arte de las Marionetas.
Déjame a mí los hilos, las bofetadas, los chasquidos de la
madera, las risas de los niños…
Sueño:
Mamá Hesse: “Crea la estatua de Dios, hija”.
Voy más allá de la realidad
sólo por complacerla a esta madre suicida.
Simulo que sangran sus ojos manchándolos con tinta roja,
pinto patéticos regueros deslizándose por las divinas mejillas de escayola.
“Dios llora por nuestros pecados”.
Alguien se aproxima y examina los ojos sangrantes del dios
estatuario.
“¡Sólo es pintura!”, exclama. “¡Las lágrimas están pintadas
por un impostor!”.
Sacerdotes de expresión solemne ataviados con túnicas
blancas lo niegan a la vez que me rodean protectores. Uno de ellos replica al
airado feligrés con el tono mesurado del profeta: “Es un milagro… pues en todo
caso, aunque la sangre fuese pintura, Dios se ha valido de la artista y su
añagaza para manifestar su inmensa tristeza por los pecados del mundo”.
Née Eva HESSE (Cenicienta).
Née Eva PERRA (la madrastra).
(Y un tumor para mi…
y otro tumor para ti…
“¡Pero el mío no mata!”, exclamó
risueña la madrastra.)
Cualquier tipo de existencia después de la muerte sería la
peor de las pesadillas.
La única prueba de Dios es una imagen inventada por el
arte, la palabra guerrera de la Biblia y la cobarde y temerosa ignorancia de
los hombres. ¡Qué pobre conexión!
¿Por qué he llegado a esto? Iba, simplemente, por el camino.
Y eso era el proceso. La obra informa de ese trayecto mental, y en modo alguno
quiere justificarlo. La obra… ¡tampoco es que pretenda ser apocadíctica!
La sangre real,
tibia, sólida, se derrama en la sucia tierra del planeta, ensucia el filo de la
criminal espada… Por un dios invisible, impalpable, inodoro, irreal.
El motivo es el tedio. La causa es lo oscuro.
Todo orden es una componenda, y no existe lo conveniente.
Mi obra es lo irreal,
lo dios.
El arte como mecánica de lo espiritual o la creatividad es
una superchería. Si ha decidido alejarse de cualquiera de sus técnicas
tradicionales, ¿cómo va a consentir una previa regulación en sus
planteamientos?
Aun en la oscuridad, el arte le permite tapar sus ojos con
la más tupida venda, andar a manotazos, a trompicones, a tientas y a ciegas…
Si aceptara algo a
priori construiría otra “realidad paralela”, por lo que ambas acabarían
contaminándose recíprocamente. Al no querer demostrar hipótesis alguna, toda su
obra gana libertad.
El ideario de todas las religiones se vertebra sobre lo
incuestionable, ronda una y otra vez en torno a la muerte. Pero ésa es la única
certidumbre del ser humano.
-¿Qué era?
-No, ni siquiera fue…: es
en el pasado, no era en él.
Una debería creer en Dios por méritos propios, y no por marrullerías
ajenas. Dogma, creencia, fe…
Como artista moderno, después de todo, utilizas las mismas
armas que un predicador para cautivar a los incautos.
Liberado de las destrezas técnicas, el arte moderno tiene
mucho de religión… ¡para los otros!
No es un arte enunciativo: no es qué sino es.
Ni siquiera un artista puede corregir una obra de arte. Tal
vez un técnico, un artesano (pero con la boca cerrada y como el niño que rompe
un juguete y luego trata de reconstruirlo).
Una tarde del caluroso verano del 66, calcinadas todas las
piedras y hierros y cristales de la ciudad no sabía si por el sol o por la
indefensión que le acuciaba y ya sabía perdurable, quiso como otros muchos en
el mundo ser la que era pero mejor, a salvo de los errores del pasado y lejos
de cualquiera de las conquistas ilusorias con que sus sueños de despierta
porfiaban por imponer en el futuro (pues
¿qué había de las derrotas?).
Al día siguiente recibió la respuesta en forma de
pesadilla: el fantasma de su padre muerto se definía entre las sombras negras
que abrumaban las altas almenas de un castillo junto al mar, la interpelaba, la
suplicaba, la hostigaba en la noche rugiente por el viento y las olas que
batían el murallón...
Dos días más tarde su padre murió al otro lado del océano
en brazos de la madrastra.
Agosto quema. Como un hierro al rojo vivo.
Detrás, ahora, ya no queda nada bajo el sol vertical de
Nueva York.
Vuela sobre un mar en calma. (Y próspero viaje.)
Debe descansar, conminaban. Y toda la tarde inútil era una
postración pensativa y rencorosa contra la mala herencia recibida: ella no se
habría hecho así de imperfecta: ella era artista. Ya es otoño, se arrastra el
invierno, apunta la primavera.
La luz declinante se filtra a través de las ramas desnudas
y grises de los árboles, se vierte sobre el suelo aún mojado, resbala oblicua
sobre las fachadas, es como una pátina que tiñe crepuscular los edificios y las
personas, los sumerge durante una breve pausa en raro cromatismo. El aire
parece haberse detenido en la tarde de cobre frío, y es la hora desfalleciente
cuando el cielo se ve surcado por las grandes y silenciosas nubes de marzo que
entre trecho y trecho de la holgada procesión permiten a los rayos del sol
descender sobre la tierra y regocijar a sus seres.
Una Hesse vivirá; la otra, morirá. (Se dijo muy
convencida.)
Se ha hecho dos vidas. Veamos. ¿Qué es eso de tener una
gemela sobreviviente? Es interesante: una emisaria que le vaya enviando
mensajes y billetitos desde el futuro: he muerto el 29 de mayo de 1970. (No del
todo, parte de las células del óvulo primigenio continúa danzando por la
Tierra). 2014: con 21 gramos menos y sin alma, nací el 29 de mayo de 1970. Y ya
crecidita. Comienzan los envíos de esta época del mundo: el cuerpo es una obra
de arte, pintémoslo, mutilémoslo, recreémoslo… ¡Y la de cachivaches que te has
perdido!
¿Qué mundo me ha sucedido, gemela?
Uno en que la afición hacia el objeto, de tantos que había
al alcance de la mano pecadora, ha dado paso al desdén por él. Su gran número
producía el hastío. El interés ya no lo suscita el soporte de lo culto y lo
entretenido (libro, disco, cuadro) sino la irresistible satisfacción de pensar
que el medio para disfrutarlos y consumirlos puede ser sustituido cada seis
meses por nuevos cacharros más modernos y evolucionados tecnológicamente. El
medio sí era el mensaje.
¿Y todos esos materiales?
¿Cuáles? ¿Los polímeros, el látex…?
¿O acaso se refiere quizás al suicidio, al cáncer, a la
muerte, al abandono…?
¿También el yo es
un material?
¿Y el alma?
Tras ella, en la grisura de la tarde, ascienden a los
cielos una selva de ventanas verticales como agujeros oscuros en las fachadas
cuya gama se aviva desde el marfil pasando por el siena hasta enrojecer de
veras con el bermellón.
Una hora más tarde: hileras de luciérnagas mayúsculas que
descienden de los cielos negros iluminan el aire frío de la noche.
1968: es absolutamente
normal que todas las calles y avenidas de Nueva York estén sucias, como
disponiéndose en pordiosera galanura a meterse en el enorme grafiti de los
setenta.
Más que rechazo descubro perplejidad, y no ocasionada por
la obra sino por el desafío (que ellos entienden por desfachatez) de haberla
concebido (lo que es inoperante) y decidir mostrarla a sus ojos inocentes (lo
que les agrede). Pasado un instante de estupor, sobreviene la ofensa dicha en
voz alta, el desdén manifiesto, la fea expresión de burla en el rostro.
W. es un sofista, a poco que escarbes en los dispersos
fragmentos de su presunta obra. No es un Sócrates en la feliz expectativa de
averiguar lo que sabes: aquél parece negarte la mínima posibilidad de “saber”.
¿Qué función desarrolla una obra como la tuya, tan cerca de
la nada a despecho del atosigamiento de su materia y extravagante ordenación
a) referencial
b) fáctica
c) imperativa
d) metalingüística
e) emotiva
f) poética?
En el fondo, y siendo imprescindible, no cuenta la obra de
arte ante un espectador-testigo asaltado de improviso al doblar una esquina de
la galería. Se da de bruces contra ella. Respira hondo. Se pregunta. Está a
punto de palparse a sí mismo. ¿Qué clase de mierda es ésta? La actitud es lo
principal ante algo asignificativo. Respecto a las asociaciones: frente una
abstracción la mecánica mental se paraliza: ése es el milagro: es una obra indescriptible.
Día desfalleciente. Un cielo agrisado difumina apenas la
luz de un sol pálido, proyectivo.
Lo tremendo sería que fueran los muertos los que piensan en
nosotros, los que nos recuerdan allá en su…, en su...
Ni el dolor ni la enfermedad ni el miedo son un castigo. No
pueden serlo. Somos naturaleza, no creencias.
El dogma, la fe, hasta el terror, son los materiales
antiguos con que se construye la idea de Dios.
“Soy creyente”, dice, y lo afirma como dirigiendo un
reproche a su interlocutor que, bondadoso y honesto, no cree en el Juicio Final:
“No creer en Dios nos hace mucho más valiosos que los que, pragmáticos y
aviesos, creen en él y justifican sus dobleces.
Toda imagen puede ser perfectamente reemplazada por otra.
¿Qué sistema opera detrás de todo ello? ¿Qué contribuye a
que esto sea así y no de otra forma?
El azar, una selección natural. Dios... es lo material.
No existe teoría, sólo convencimiento.
Visual: no necesariamente legible. En el peor de los casos,
¿para qué mentir dos veces?
Lleva más allá de Focillon la idea de una obra de arte
plenamente autonomizada: ¡la libera incluso de un significado primordial!
Una codificación que nace del despropósito, del absurdo, de
la misma imperfección del mundo:
No así, el caos tiene sus reglas, lo que sucede es que son
imprevisibles.
Cuando empiezo a trabajar sé que, al final, todo quedará
más allá de mi intención. Es ese mismo punto empieza lo que de veras quería
conseguir.
Digamos que su obra es figural,
no figurativa.
(R) Morris aconseja (C) Morris:
En efecto:
1.- Foundations of the Theory of Signs.
(1938).
2.- Signs, Language and Behavior. (1946).
3.- Signification and Significance. (1964).
Y unos años más tarde comienza a aconsejarse a sí mismo a
los demás:
“Artforum”, abril 69: Notes on Sculpture. Beyond
objects.
La expresión no puede ser más afortunada ante los jóvenes
dubitativos con un pincel o un escoplo en la mano: no hay orden ni desorden.
Del conjunto de las nuevas leyes propuestas en publicación
tan garante se deduce un altruismo capaz de unificar todos los criterios y
despejar de una vez las discrepancias que en el campo de las artes visuales
puedan darse entre los artistas contemporáneos. La mies es mucha. Son hijos del
Estilo de la Época. Repitámoslo de nuevo en su acepción más gastada por el uso
de los mortecinos académicos: Zeitgeist.
Cada uno de ellos lo es, y haciendo lo que les venga en gana, batidores sin
descanso delante o detrás de los desiertos.
En una intencionalidad creativa, ahora los objetos pueden
liberarse de la relación con otros elementos específicos del arte como la
figura humana, por ejemplo, o con alguna imagen determinada o alusiva. Sin la
figura humana, el objeto se torna tótem,
emblema, incluso deidad, no la remeda ni la alude, ha devenido existencia
paralela a aquélla, y, a la par, hasta lo que se invisibilizaba a su alrededor adquiere rango
de elemento artístico a pesar de su indeterminación.
La ciencia dirime su categoría en el resultado; al arte le
basta con ser verdad, y siempre lo es, malo o bueno.
La estructura es el espacio, algo tan liviano y a la vez
tan poderoso para conformar las catedrales de la mente con el desperdicio de la
técnica o con las sobras de la realidad cotidiana y lo doméstico. Se basta a sí
mismo. El sostiene los más recios pensamientos y las audacias más
inimaginables, eleva la idea (impura por novedosa) sin el sostén del barro, la
piedra o el hierro. El espacio es la estructura y la obra es en el espacio.
Todo lo hecho hasta ahora podría replicarse en su, digamos,
versión mística.
Wittgenstein.: debería leer los diarios.
Lo hace: Notebooks
(1914-1916). Los lee a conciencia pero…
El libro la confunde. No es el diario de un hombre. ¿Qué
está ocurriendo?
Los diarios han sido expurgados, se les ha desgajado el
aliento y la carne, extraída hasta la última gota de sangre, borradas las
servidumbres, ausentes la flaqueza, los miedos.
En 1985 (algo que sólo estará a su alcance en U39),
aparecen sin mácula ni sustracción los Geheime
Tagebücher.
Allí estaba el hombre, entre lo par y lo impar:
a es z; b es y; c
es x…
W. tan contradictorio… por humano, cobarde, masturbador:
Se disgusta con unos por racionalistas (pero él, a la vez,
sostiene que el lenguaje no prueba nada, y el tipo es recalcitrante en ello,
joder, joder); se aleja de la Academia y sus Adeptos, él, tan inadaptado y
anticonvencional (viste con descuido, jamás friega los platos, no acepta los
protocolos, la letra con sangre entra,
los pequeños alumnos de Trattenbach le temen como a la sarna), porque no se
presta a someterse a los rituales y chinchorrerías académicas que aquéllos le
imponen, pero al mismo tiempo les urge –casi les obliga- a conseguirle una
titulación de rango: la toga y el birrete con la borla circense que disfracen
después de todo su cuerpecillo, su rostro tan común, la piel tan igual, la
carne tan putrefacta al fin.
W.:
G.T.: 7-2-1915: “Nada de trabajo”.
N-1914-1916: 7-2-1915: “Los temas musicales
son de algún modo proposiciones. Es innegable, pues, que el conocimiento de la
esencia de la lógica conduzca al conocimiento de la esencia de la música.”
No cree en los signos, al contrario que los técnicos:
/
//
-
Si es posible, es legítimo.
Hacer lo que hago pretende demostrar por encima de todo que
es posible hacerlo.
A veces la suma de dos partes iguales da un resultado mayor
que su multiplicación.
W.: 19.9.1914:
“Este sillón es marrón”. Pero, ¿es un sillón?, ¿qué clase
de marrón?
Hasta lo más fielmente representado en la escritura o la
imagen no guarda parecido con su
modelo: no existe.
Si la palabra miente y la imagen, en tanto lo que
representa es una ilusión, algo que más allá de la materia que la visibiliza es
inexistente, o sea, falso… entonces los materiales de que se vale el
pensamiento son tan vastos como todos los universos que imaginarse pueda.
No es un lenguaje, le dije sin volverme hacia atrás, donde
en la oscuridad del estudio, ya al anochecer, se amontonaban las piezas y
herramientas que atestiguaban mi quehacer, no es cosa que yo pueda expresar con él: soy yo quien se expresa a través de él. (“¡Has de leer en mí!, me
replicó airada en cierta ocasión.)
(G., irritada pero tranquila: no permiten que forme parte
de la colectiva de Filadelfia para mediados de año a pesar de los esfuerzos de
Nauman).
G.: emana un olor especial, la leve fragancia, seca y
sutil, de los árboles al sol.
El proceso y el resultado han de ser lo mismo.
El lenguaje, cualquiera de ellos, hasta el oral, es físico.
Le pidieron una obra. “Se trata de algo conmemorativo, una
colectiva de artistas reconocidos”.
Graciable. No venal. “Habrá catálogo”, señalaron para el
engatusamiento.
Picó (accedió).
Le puso un título llamativo, si bien algo extenso:
Homenaje a Ludwig
Wittgenstein: “El mundo que me he encontrado”.
El mundo, no el hombre, es tu oponente. Chapoteas en esas
aguas turbias (o claras, qué más da) que es la realidad y sus entresijos.
“Llamo Dios al sentido de la vida”, escribió agazapado y
maltrecho en el fondo cenagoso de barro, mierda y orines de la trinchera de
1916, bajo los cielos fríos y grises que apenas iluminaban de gris los Campos
del Señor azotados por la metralla, regados por la sangre también gris.
La mística es un refugio, el único al parecer donde
alojarse cuando nada, ni siquiera la ciencia, ofrece respuestas. No esperarlas
es la verdadera religión, el verdadero arte.
Pero la mística, rebatió, es un estado de ánimo, una
aceptación del silencio absoluto y nunca una invocación a ese silencio.
La búsqueda de Dios es no querer encontrarlo. Es la busca
el verdadero motivo del encuentro con uno mismo.
La mística no es hacia
Dios; es contra Dios: el despecho
silencioso por el inaceptable desencuentro entre el dios y el hombre.
Si el signo fuera objeto, fuera hacha (pareció bramar).
No habla, no expresa: muestra. Esa desnudez la fortalece. Y
se siente protegida.
¿Qué tal si hubiera algo más allá de los hechos? (W.,
27-5-1915).
El mundo es lo que es, pero ¿cómo definirlo si quieres huir
de su representación o su mera descripción?
El sentido de los objetos está fuera de ellos. Ni siquiera
una relación los sustancia de significado.
Desconfía de la técnica: puede llevarte por el camino
equivocado.
Las cosas, el objeto, son algo del mundo. Antes y después
del hombre.
El pensamiento no son palabras.
Estar vivo con la mente en blanco y los ojos ciegos: hijo
de Dios.
Vita nuova:
Joven, pobre y culto, sin espectros ni enfermedades, ha
recorrido mil veces las calles de París, sino con el estómago vacío sí con los
zapatos agujereados. Pasados los años, de una minúscula chambre de bonne con trozos de pan duro y el cagadero alejado cien
metros de su cama, arriba al lugar soñado donde se halla la paz y donde se dan
cita todos los olores de la vida, desde el jazmín nocturno a la piel de la
mujer amada, y convoca también algunos ruidos y sonidos de la sabiduría, el
trueno a lo lejos, el crepitar de las llamas en el hogar, el aire entre las ramas
de los grandes pinos en la tarde estival.
W-I (o W-VIII o
W-IV): hay que callar.
Et in Arcadi ego.
Una obra de arte siempre se parece más a otra obra de arte
que a cualquier otra cosa presente en la naturaleza, incluso en la escultura o
la pintura de género. Los retratos de A y B guardan más parecido entre sí que,
cada uno por separado, al objeto de su ejecución.
Este tronco retorcido me recuerda a X: es su expresión
habitual.
El agua es Y.: ella es anegante (sic).
El viento de medianoche llega a mis oídos como el susurro
de Z., como si hablaran las piedras entre sí.
Antes que cualquier otra cosa una escultura es un objeto y
ello prevalece por encima de cualquier otra consideración.
Como un buen mago: hace desaparecer el objeto cuya
contundencia matérica casi te sepulta: percibes lo invisible, no lo que lo hace patente. He ahí el
milagro fenoménico.
Todo arte es una aproximación.
En cuanto a él…
Seguía dándole a la Underwood (ahora a 10 centavos por
palabra, pobre negro):
“Era una mujer fatal. Su mirada, su
sonrisa, su piel, hedían a maldad...”
(...)
“Cuando lo vio venir hacia la barra él no era como la tipa
había imaginado, como a ella le gustaban los tíos: rico, alto y fornido, rubio,
tonto y con pañales...”
Economías: Eva sale corriendo del agujero hediondo con el
estómago vacío: corre, aprovecha la puta happy
hour…
Por más que porfía en ello, no puede ver el mundo con los
ojos de la inocencia. Ni siquiera Picasso lo consiguió, su ojo era tan
depravado como el de ella.
M., con la vista fija en la hamburguesa de tres pisos,
antes de hincarle el diente: “Todos los artistas en alguna fase de nuestra
trayectoria (sic) hacemos una
epistemología de lo fútil: adentro, masa.” Glub.
Dijo indescriptible
cuando en realidad quiso decir indescifrable.
Un lapsus freudiano a la inversa.
¿Qué ocurre si nos bastara el artista sin la obra?
Lo representado no surge de la naturaleza sino del cerebro,
algo misterioso, falso y mucho más
fascinante que lo que llamamos copia.
-Oiga, soy Wallace. Se me está agotando la paciencia.
Quiero la serie completa. ¿Qué demonios pasa con el número 2? Creo entender que
sólo falta ese maldito número…
-Mire, Wallace…
Ella (D.A.) se ha dado cuenta de algo horrible: la
fotografía no es lo que ella ve, sino lo que la cámara ha visto.
El arte tradicional, o una de sus formas, llevado a cabo en
nuestros días es lo que resulta decepcionante para la mayoría de la gente que
busca ante todo una fidelidad extrema hacia la naturaleza
El objeto es real.
Era un espectador en verdad recalcitrante: ante una pintura
inequívocamente trompe-l’œil insistía todavía
más en sus pesquisas: miraba por detrás del lienzo, cavilaba, se decepcionaba
ante el rectángulo plano, fruncía el
entrecejo…
Una obra de arte es
contemplación antes que información.
Ha sido la imaginación
la que ha sustituido por completo a los sistemas normativos.
El arte, como las
palabras y las frases más comunes, se gasta.
No hablo yo de
emociones, iguales todas en todos. No proyecto eso en mi trabajo. No quiero
hacerlo. Yo me expreso artísticamente, que es exactamente lo individual.
El Taimado dijo: “En
un cuadro de Rothko ponemos los observadores mucho del Rothko torturado que
cada uno llevamos dentro”.
Dentro… ¿dentro de
qué?
La expresión está más
allá de toda representación o descripción. Es algo selectivo y, por tanto,
incontestable.
Nadie falsificará mis
obras… ¡Qué consuelo!
De más están las
fotografías radioscópicas, el examen microscópico, los análisis químicos.
Respecto a las diferencias estéticas…
Y si lo hicieran…
Un falsificador no
crea nada con la mente, lo copia con las manos (sucias). El falsificador hace.
El artista crea.
Por muy perfecta que
sea técnicamente una copia, el asunto es irrelevante, sin la menor pizca de
interés por el debate acerca de las “miserias” de la autenticidad. La técnica
por sí misma y sin finalidad estética carece de cualquier merecimiento.
El genio es quien se cegó primero.
(Y abrió los ojos a
los otros.)
Las razones que pudieran aducirse para adoptar una poética
u otra es un misterio, pues el artista, en lo que respecta a su obra, se mueve
entre lo conocido y lo desconocido. En lo que a ella concierne, antes se
dejaría cortar un brazo que apelar a la palabra “gusto”.
Y en cuanto al corazón del misterio… lo autográfico en sus
obras debería buscarse en una “irracionalidad consciente”.
El arte no es una notación lógica.
(W., 1-6-15: “La verdadera cuestión en torno a la que gira
todo cuanto escribo no es otra que: ¿hay a
priori un orden en el mundo y, si lo hay, en qué consiste?”.
W.: hasta los tipos de magna inteligencia desbarran en lo
tocante a los temas prohibidos, esa escoria del alma tan próxima al detritus de
los intestinos, al depositado en las mismas paredes pestíferas del mismísimo
recto:
25.10.1914: “¿Por qué Ǿ(x)
no debe representar cómo es (х)Ǿx? ¿Acaso no importa en este sentido únicamente cómo –por qué vía- representa
algo aquél signo? (…) Recuerda que no existen relaciones internas hipotéticas…”
Y,
a renglón seguido, el tipo se descuelga con semejante perla: “ … Me deprime
terriblemente la idea de que vaya a ser derrotada nuestra raza (¡?), ¡pues yo
me siento alemán de los pies a la cabeza!”
Trabajo en los límites, acaso en los mismos márgenes del
conocimiento (sic) de la
intuición: del arte, de la disciplina, del lenguaje, del pensamiento… De mí misma (sic)… No, trabajo muy cerca
de mí misma…
Son múltiples las herramientas de que se sirve el lenguaje
para manifestarse, de un modo lógico o ilógico: así, pues, el arte tan
visualmente perceptible por todo el mundo apela a aquello del mundo.
Un abigarramiento, un amontonamiento infantiles.
Es una niña encerrada en un gran armario tan grande como
una habitación. Está llena de cosas, es como una inmensa caja de juguetes. Va
descubriendo maravillada multitud de cachivaches, fascinándose a medida que
reúne en torno a ella decenas de objetos, vestidos, trastos, cacharros, piezas
de antiguos artilugios y mecanismos misteriosos, componentes inclasificables…
Es feliz abrumada por esa matemática desafiante, heteróclita y especialmente
herética, ajena a todo orden lógico, a la ética del bienintencionado.
Lo religioso en arte es representar el mundo; lo místico,
desbaratarlo, diluirlo.
En TV., Firing Line:
Kerouac completamente borracho se pone en evidencia ante el público inocente
que ve el programa televisivo esa noche. Exhibe una borrachera tan descomunal
que hasta te entran ganas de vomitar sólo con verle el rostro brillante por el
sudor y los párpados semicerrados a causa de la somnolencia criminal, un hombre
desmadejado, balbuciente y disparatado accionando los brazos una y otra vez con
gestos torpes y la sonrisa idiota del beodo. Escribir, ser artista, ya es toda
una exhibición (una total indecencia
al decir de Kafka, según cita Salinger en Franny
y Zooey (1951). Y tales cometidos
deberían hacerse absolutamente de noche,cerrada, cazadores clandestinos y
escondidos a los ojos de los demás. Y ya de día, de vuelta al ataúd a dormir la
melopea hasta que sobrevengan de nuevo las tinieblas. Siempre ocultos, sin dar
explicaciones: con la maldira boca cerrada de una vez.
¡Cuánto mejor lo pagano, incluso lo sacrílego, en el arte!
En el siglo XXI el poder (o los poderes) podrán sacar a la
luz del sol todas y cada una de vuestras entrañas. Y lo consentiréis con
alegría contemplando absortos el mondongo todavía caliente y chorreando sangre
desparramándose sobre la acera del millón de pies.
En Alemania. 1965.
Compra un libro de Arno Schmidt, de pocas páginas,
estremecedor (“Menciona a Mark Twain”, escribirá en uno de sus dietarios de los
sesenta): Schwarze Spiegel. Lo lee
entre trastos metálicos y hierros oxidados, y ese olor especial de saturación
impregna la lectura de tal forma que en adelante se adherirá a su recuerdo
siempre que evoque aquel libro.
¿Qué fue de Alemania?
Sentada bajo una ventana con los cristales rotos, la brisa
cálida de finales de abril entraba por los agujeros y le entibiaba la piel del
rostro, y la luz que descendía desde arriba iluminaba enteramente sus manos y
las líneas negras de las páginas. Se sintió subyugada por la libertad de una
creación que parecía abominar de todo encorsetamiento y rigideces normativas… Y
había una Eva, allí, entre líneas, una eva estremecida y feliz bajo los rayos del sol poderoso que
barría los polvos más encarnizados de la ya lejana postguerra, de las ruinas y
los muros grises y los hierros negros.
Un mundo extrapolado, inacabado, a medias diseñado, en
virtud de un teorema que tardaría centurias en ser desarrollado y esclarecido
cuando para entonces todo había sido perdido. La severidad de la Aritmética y
la lucidez de la Geometría chapoteando en el fango de tres guerras hasta dar
con un resultado inservible: borrada la huella del maldito pie del hombre en la
tierra sagrada e inocente aun con sus cataclismos y despropósitos.
Brinda por ti misma, entonces, y celebra a quien levanta
acta sin misericordias agazapado en un rincón, aferrado a sus manuscritos
1964: duda de todo, y más que de nada de ella misma.
2010: tres fotografías de sendas obras tuyas en el NYTM. La
duda es la peor enemiga de la especulación.
-¿Quién eres… del futuro?
-Tu gemela.
No es una habitación hermética. A duras penas logra
refugiarse en sí misma, pero cuando lo consigue ¡qué inmensa paz, qué calma y
feliz postración del alma!
¿Cómo no iba a ser moderna?
Cada paso que daba adelante ratifica su rareza, al menos
una imaginación altiva. Su incursión en el pasado siempre era un intento de
adelantarlo en el tiempo, incrustarlo en su conveniencia.
Donde unos veían catedrales, ella “adivinaba” los
rascacielos del Medievo; donde otros admiraban la hilera de los rascacielos del
skyline, ella contradecía la visión:
granito, hierros, maderas y cristales elevados en solemne mezcolanza a las
alturas, poblaciones enteras que viven a costa de su construcción secular,
miles de puestos de trabajo artesano o simplemente físico creados en torno a su
perímetro, y el empleo indiscriminado de la tecnología punta de su época para
su diseño y precisa ingeniería, y las travesuras escondidas entre las piedras a
la hora de la lluvia, y el gran alarde estético disimulado en algún oscuro
rincón de la inmensa mole misteriosa y profunda, y las tinieblas del interior,
tan adictivas, tan propias de los dioses pero también tan sugerentes para el
recogimiento profano.
Renacer… Pero ¿para qué? Tal vez empeorara aún más las
cosas: donde el dolor, la absoluta indefensión de la carne, de lo físico…
Y, a pesar de todo, una obra encriptada de amor y de
esperanza, de buena voluntad, de los buenos deseos de una víctima inocente (por
creerse no culpable):
Al contemplar una de mis obras instaladas en la galería la
sensación es mayúscula, extracorpórea:
ha transcurrido el tiempo, nada humano de mí puede decirse que ronde por la
tierra más allá de lo puramente material, pero he aquí que, aún viva, todo lo
contemplo desde la certeza… desde la muerte que sobrevuela las tierras de
nobodaddy.
Concibe una obra nueva.. Toma papel y tinta. Encabeza la
página:
Fermat, XVII. Esboza líneas, traza coordenadas
imposibles, objetos irritantes o inexistentes o meramente análogos.
Desiste, pero es el cáncer que le agarra de la mano,
debilita su mirada, y todo es para nada.
Si n es un número
entero positivo mayor que 2, la ecuación xn+yn=zn no puede tener ninguna
solución entera y positiva de los valores x, y, z.
Todas
las cabezas, incluso las preclaras mentes, bajo las bombas de hidrógeno, sin
compasión, sin escapatoria.
Es un arte cifrado, como una escritura secreta que una
querría impedir por todos los medios que caiga en manos de sus enemigos.
En el arte reducía cada vez más lo material… pero a no a la
esencia sino a su descomposición.
Toda generalidad es confusa. Debe serlo.
Mi obra se extingue en lo más profundo, aquello que, en
tanto ser humano que soy, tampoco puedo expresar con las palabras debidas (es
decir, con las justas).
Y finalmente, lo intuitivo arrastraba al discurso a una
nomenclatura ociosa aunque no por ello menos imaginativa. El signo deviene una
enumeración no exenta de interrogaciones subversivas a despecho de su carácter
subordinado.
-Sabes, querida, ahora que estamos en febrero todavía no sé
si adquirir un modelito en alguna de las carpas de Bryant Park o invertir un
pequeño montón de billetes de a dólar en una de tus obras. ¿Podrías aclararme
algo en relación al concepto del discurso?
-¿De acuerdo el modo de su significación o respecto al modo
de su uso?
-Empieza por donde menos duela.
En cuanto su uso debería usted contemplar las siguientes
variaciones: informativo, valorativo, incitativo y sistémico.
Le sugiero calurosamente que reflexione sobre el tipo de uso sistémico, aquel que tiene lugar cuando
el conjunto de signos estimulan u organizan un estado que otros signos tienden
a provocar. Si atendemos al modo de su significación nos hallamos con conjuntos
de signos conocidos como designadores,
apreciadores, prescriptores, formadores…
Basta con ser condescendiente, tener un buen temple, como
suele decirse, para que el mundo en la vasta multiplicidad de sus variantes
biológicas siga funcionando como si tal cosa, sin mayores alharacas, y, desde
luego, sin mayores estropicios: cada uno a lo suyo, a los trapillos de
temporada, a la novela gótica, a Klee, a Heidegger…
-Póngame una docenita.
G., desgreñada, sin una buena ducha desde hace días (otro
“olor especial”), los ojos vidriosos, la mueca macabra: “Tengo la mejor y más
mortífera arma contra el mundo, sus inquisiciones e interferencias, contra sus
manías de dominación y control: el suicidio. No tienen nada contra esa
rebelión... Ni siquiera un millón de fisgones y secuaces encorbatados de seda
chillona con su embrutecida y drogada guardia de corps armada de porras y gases
lacrimógenos podría impedirlo. No tienen nada preventivo o inhibitorio contra
ese maravilloso secreto de identidad.”
Contra ese escupitajo que esa indescifrable identidad les lanza a toda su puta cara sistémica.
Es un mundo tan desalmado que una sólo puede fiarse de las
latas de conserva herméticamente cerradas y las botellas de cristal selladas
con papel de estaño.
G., que cabalgó desde el norte obsesionada por alcanzar el
sur, el sol de España, tierra árida, fértil o boscosa, que recorrió de un punto
a otro, de castillo en castillo hasta que acabó andando descalza sobre el polvo
de Andalucía rastreando una mística invisible y bebiendo el agua de hierro y,
ya vestida de hippy, arribó a Mallorca, de donde después de una somnolencia
drogota de tres meses voló con sus manos artesanas a la Slade de Londres y
luego, cargada con grandes carpetas inútiles, a Nueva York, en la que aterrizó
un gélido amanecer más sabia pero más cansada que aquel día lejano que perdió
de vista el fiordo de su infancia.
Nunca supo muy bien que hacía en Nueva York, donde tantas
cosas hay que hacer, cuando el contenido de las carpetas fue malvendido,
olvidado o destruido.
Y otra tarde de febrero, después de intentar, o andar
entretenida con la copia de uno de los cuadros de Rothko… ¡al carboncillo!, G.
abandonó el estudio antes del anochecer (dejó todas las luces encendidas y los
tres grifos abiertos en un gesto para consigo de extrema generosidad), buscó en
un hotelucho del East Village su último aposento (un sepulcro poco decente,
como iba a requerir la postrera decisión de su vida), pasó unas horas en
absoluta inactividad y todavía a salvo de la abominable y polvorienta grisura
del amanecer, tendida en el camastro, se abrió las venas de los brazos bañada
por la luz roja y chirriante de los neones que parpadeaban los letreros de la
calle. Y, en efecto, no dispuso junto a ella ninguna nota, libro u objeto que
revelara una despedida o el último y definitivo desprecio.
Óleo sin firma, un dibujo sin autoría, invendible (¡qué
putada!).
Y otra mañana de hace años, ante los arriates que adornan
bastantes de los edificios más pobres del SoHo se admiraba infantil:
“Cada color me hace pensar de una forma distinta, pero
siempre apasionada. Sólo el blanco, que no lo es, logra sumirme en la
ensoñación.”
G., que siempre creyó que el amor era una oración, que...
-¿Era usted amiga de Gerda Kristiannsen?
-No.
-Pero usted la conocía.
-Sí.
Huir al paraíso, la isla de corales, el mar verdeazul, pero
sólo huir hacia él, nunca alcanzarlo. Sería suficiente con eso. Entonar en la
marcha decidida y valiente un canto alborozado, un Iméné que acompañara los pasos y disipara lo triste de los días del
pasado, lejos de los siniestros paseos ciclísticos a través de los escombros y
la derrota del camarada Schmidt.
Por A.Sch.:
Que la catástrofe del mundo no me reconcilie con mi tumor.
El hermano de Mirna H.: muerto en la ofensiva del Tet, uno
de los 16.000 cadáveres americanos repatriados
en una funda de plástico que volvieron a la patria entre enero y septiembre de
1968:
el hermano de Mirna…, que le enseñó a montar en bicicleta,
que le enseñó a distinguir el norte del sur, que le regaló un perro lanudo
y revoltoso en su décimo primer
cumpleaños…
G.K.: “Hay suicidios falsos (mas ya irredentos). Como
cuando uno se dispara a la cabeza no para
matarse, sino para acabar con el dolor y la pena”.
“Muchos de los chispazos visuales que me vienen a la mente
pasado el tiempo lo hacen a través de sensaciones físicas: veo sin trabas la tremenda entrada de la nave fabril abandonada en
los arrabales de Düsseldorf. merced al olor a herrumbre que recupero hoy durante mi paseo por las
inmediaciones del puerto; sé de aquel
galimatías callejero de las cercanías de los muelles por el inconfundible aroma
de la madera mojada que antes y ahora
asalta mi olfato; recordé a D.G. por aquel sabor a mandarina española…
“Serías una proustiana… ¡de materiales desmedidos!”
A tener en cuenta:
Inventario Schwarze
Spiegel:
hormigón quebrado (305)
poste amarillo y negro (306)
esqueleto (307)
luna (308)
libro Satanstoe (309)
ébano (309)
lata de conserva (311)
central telefónica inactiva (313)
80 balas (317)
cartel de color linóleo
(318)
cañería (318)
érase un hombre a
una bicicleta unido
(318)
cien millones de
hombres y mujeres en la tierra hubieran bastado para perpetuar su especie (319)
Rilke (319)
tronco de haya (320)
rojo vagón de carga (320)
mapa (326)
vigas de madera de 4, 6 y 8 pulgadas (327)
hierros y soga (328)
carbón (329)
piedra de balasto (330)
cráneo (332)
número B.1107 (332)
prohibido el paso (333)
telescopio (334)
aplique dorado (338)
papel cuadriculado (339)
sombrero puntiagudo (339)
biblioteca ( Hoffman, Ranke, Cooper…) (341)
hoja de acero (342)
bronce (343)
grabado Buen viaje
(343)
cometa de papel (344)
palo de bambú (346)
excremento (346)
hilo de cobre (347)
20 estrellas (347)
aluminio (349)
ajedrez (349)
película fotográfica (360)
estación del ferrocarril (361)
mira telescópica 500 metros (362)
Poe (380)
Hemingway (380)
Wolfe (380)
Faulkner
(380)
Lessing
(390)
Jean Paul
(390)
Döblin (390)
Schmidt (390)
Cervantes (390)
Adan y Eva (393)
(Dispares elementos capaces de integrarse a nivel plástico
como material objetual.)
¡Nunca para los
lectores
(La numeración entre paréntesis hace
referencia al número de página de la edición Los hijos de nobodaddy, de Arno Schmidt, por la editorial
Debolsillo, Barcelona, 2012. Traducción de Florián von Hoyer y Guillermo Piro.)
Que el catálogo de mis signos sea la herida abierta…
1969. Exposición de B. en C. (Prince, casi tocando la
Sexta).
La madre araña: no sus cuatro pares de patas: la huella que
a ti se dirige, el mero vestigio sobre el polvo de las baldosas de su marcha
criminal e inapelable directa al cerebro.
La muerte del padre en la Bourgeois (sartriana, recelosa
acerca del psicoanálisis): una brecha por donde entran los miedos, la
precariedad, todo es para nada.
Lo sabes bien (una entrada más de tu enciclopedia de la
pena).
Décadas de un psicoanálisis que nada puede rastrear salvo
las dificultades: al contrario que la araña, se diversifica, se pierde en una
dispersión que tiene mucho de estética.
Huye de la exposición, de los trastos y los símbolos
femeninos que la francesa exilada en Nueva York alza como un nuevo y arácnido
hogar sin la putrefacción del pasado.
El verdadero exorcismo es aquel silencio eterno del futuro,
que no llega, que es imposible de oír, de ver, puesto que corre mucho más que
tú. No le darás alcance.
Un tumor. Que hoy, este día señalado, mira tú por donde,
quizás el aire de la mañana, o la tristeza de la tarde, o la falsa regalía de
la noche, es azul.
La pregunta: ¿Por qué maligno? ¿Hasta ahí hemos tenido que
llegar?
Pues, ¿adónde has querido llegar tú?