lunes, 28 de febrero de 2022

54

Un don en especial: la seriedad. Y saber lo que no se tiene que hacer bajo ningún concepto.

Hasta ahora se ha librado de las dentelladas de los monstruos subterráneos de la línea 6.

Juzgar algo o a alguien es confesar, más que tu fortaleza o sabiduría, tus debilidades, tu poquedad como creador.

Ella registra un hecho, una opinión, el error o el acierto: silencio. Suficientemente revelador, basta con eso en ella y en los demás.

El Pop-art en el Met. Y mientras  permanezco frente a esas pinturas no dejo de tener la sensación en ningún momento de andar entre la luminosa cartelería de Broadway, de hallarme en la encrucijada colorida y chillona de Times Square.

Debe existir una trastienda oculta por los brillantes colores y una figuración tramposa: pero es arte: basta con eso (de nuevo).

Los dioses son invisibles: sólo si aparecieran ante nosotros perderían su gracia.

Se mantienen ocultos: he ahí su inútil y poderosa palabra silenciosa: el arte de la magia de… ¡la fe!

Pintar el libro sobre la mesa, la portada colorista, la tipografía del título.

Pintar la mano rugosa.

Pintar la corteza del tronco, el reflejo verde del lago.

Pintar, pues, los velos y pieles que todo lo cubren… El brillo de los ojos, los dorados del retablo (pero exactamente el del Met), el falso azul del cielo, las grietas en el muro….

Y un día no demasiado lejano, abrir hasta las entrañas de las cosas, enmascararlas bajo el disfraz de lo solamente plástico, la no-significación, bastará la piel auténtica de los objetos reales.

Cae al vacío. Y al precipitarse hacia el suelo nota físicamente que algo la ha detenido un instante en el aire. Ahora parece lanzada hacia lo alto más y más, cada vez más. “Estoy salvada”, se dice en plena luz sin notar para nada el golpe sobre la tierra: no el cielo.

Tal como piensas, dijo, tendrás que santificar los ready-made de Duchamp.

Pero en seguida empecé a oler la tierra metálica de las fábricas, los hierros del aire, los olores de lo rocoso, la piel humana.

¿Cómo podré soportarme enferma, arrastrar a esa carnívora que me devora por dentro?

Nada estaba predeterminado, pero si sucede es que no podía ser de otra forma.

Las cosas (los objetos, los sucesos, los seres) nos son otorgados con pasmosa armonía, se diría que con una pausa calculada, cadenciosa, con un orden secreto que ni siquiera responde a los merecimientos, sino a la taimada sencillez de la naturaleza: primero una cosa, luego, otra, y así sucesivamente vas llenando la alforja. Pero si es tu destino morir joven, todo te será arrebatado de una vez, bruscamente, hasta con furia. Como si, a causa de alguna culpa que desconoces, nunca te hubieras merecido nada de nada y ahora un incendio súbito todo lo devorara en un instante. Lo que certifica la solvencia del viejo a través del tiempo y sus deterioros es comprobar que el mundo más próximo y real desaparece lentamente a su alrededor como si nada, igual que llegó a sus manos, poco a poco se disipa: la ciudad antigua, los amigos, los seres queridos, las costumbres... se consumen paulatinamente, a su debida hora, como le fue llegando a él en forma de dádiva o castigo a lo largo de los años hasta que empezó la cuesta abajo.

Octubre 1957.

La obra estremecedora de Bernard Grey: Mothers, en el teatro de los Beck de la Calle 14.

“Nos hacen con jirones…”

Mi madre suelta mi mano, avanza al claroscuro, gira la cabeza y me sonríe; luego, sin apresurar el paso se aleja poco a poco y se mete en una fotografía en blanco y negro, ajusta la blusa y la falda, acomoda la pose, se atusa el pelo y se queda quieta para siempre, sin alardes, sin misterios de ninguna clase. De pequeña le pedía explicaciones, pero se limitaba a mirarme sin decir palabra. Así hasta el fin de la eternidad.

Del asco de la imagen, de sus presunciones ridículas, a la madera contrachapada, el aluminio, el silencio del metal y la profundidad de los cristales.

El mundo es un jeroglífico. Intenta no perderte… ¿Y pretendes que lo que hago sea tan viejo como él? Aunque me equivoque, he de partir de lo que no sé.

Sol, el escribidor de cartas: “Un tal Wollheim…”

¿Qué bebes?

Le miró con una expresión de absoluta extrañeza.

¿Qué voy a beber, idiota?

Vodka con pimienta.

Litros de vodka con pimienta… Y así van las cosas de bien…

Camina por la avenida Madison. Es real. Pero, en el fondo, todo tiene la sustancia invisible del espejismo, la urdimbre de lo imaginario. La solidez de las apariencias, el brillo de los colores, los rascacielos de cemento, hierro y cristal, los transeúntes y automóviles, adquieren bajo el sol la desnudez de lo verídico sin más y, no obstante, se diría que basta un soplo de aire para que se derrumbe todo en este día de magníficas transparencias, que se venga abajo este mínimo decorado de lo existencial y su finitud ante la omnipotencia del astro.

“Nada de lo que veo justifica el pasado ni asevera el futuro.”

Todo parece hueco.

Y el incendio del sol de cósmica magnificencia, pausado y fatal, ha de devorarlo todo finalmente en una ceremonia de espanto, ruido y rojas cenizas.

El jazz sólo ha influido en los poetas y escritores. Los artistas ya pintábamos con “faltas de ortografía…”

Cuando era pequeña, muy pequeña, me encantaba saludar a los pasajeros de los trenes que pasaban frente a mí. Algunos de ellos me devolvían el saludo desde las ventanillas. Y yo pensaba que era muy raro que lo hicieran, puesto que no podían conocerme en modo alguno: esos trenes venían de muy lejos, viajaban a sitios más lejos aún y jamás se detenían en mi ciudad.

¿Cómo muere el alma? Le pregunté.

“No creo que se pudra”, dijo. “Simplemente, desaparece, se volatiza como… el aire que es.”

“¿Y eso es todo?”

Ella no era una mujer religiosa. Me miró con desconcierto:

“¿Qué esperabas”?      

Como buena judía, me he repetido muchas veces que el alma es el idioma con el que hablamos con Dios. Y si aquélla enloquece, enferma, se muere…, adiós. El silencio sería aterrador, sin ni siquiera plegarias que alivien nuestro miedo: sólo seríamos artificios físicos. Un embrollo.

Un galimatías... que es mi obra.

Inventaba los recuerdos como otros imaginan el futuro.

No importa cómo lo hagas, pero hazlo divertido.

Una historia ontológica del arte esparcida en el suelo: los materiales asociados a ella serían siempre novedosos.

Era un escritor con el estilo… ¡de su revista!

En Time James Agee es obligado a cambiar un texto decenas de veces hasta encontrar la coincidencia con el estilo general de la publicación.

La revista como un organismo vivo, palpitante, que respira con el ritmo adecuado y reconocible, al compás diario de las carencias y los excesos…

Agee: Oscuridad mía te sientes sola?

-Tendrá que corregirlo.

-Está bien así.

-Está demasiado bien así. A cambiarlo.

INTROITO EN LUGAR ARBITRARIO:

Contemplar su obra (o entenderla) es verla a través de un montón de trozos de espejos rotos, espejos múltiples y de diverso color, de decenas de fracciones, de grietas, resquebrajamientos, de imágenes deformadas y visiones alteradas por una rotura plural imposible de recomponerse: ¡alma poliédrica!

Es todo eso porque los sucesos exteriores de su vida no deparan mayores laberintos, equívocos y falsas suposiciones que la biografía de la mayor parte de las personas; nada hay en el curso de su existencia posterior a su perentoria salida de la Alemania natal que se distinga de sus semejantes: tan fácil, tan difícil o tan imposible de penetrar como la de éstos. Es su trabajo artístico el que nos estremece por su impenetrabilidad y su naturaleza conjetural, y su obra, que busca sus referentes invisibles lejos del mundo exterior, que a nada discernible representa, son los espejos rotos y la proyección desmedida de sus reflejos aleatorios y sin conexión reconocible, la ruina especular que ha de hurtarse a cualquier arqueología futura. 

Historia natural de la literatura: una porción de idiomas a la deriva que se modifican, se disuelven, desaparecen y se crean desde la primera sofisticación del habla y sus técnicas innatas.

Una tarde lenta, a la velocidad de la lágrima, triste, donde las cosas van muriendo despacio hasta la noche: se debate y se tortura en extrañas contemplaciones, dibujos negros, imágenes del desasosiego: los Desastres de la guerra y los Caprichos, el Álbum Fenaille.

Verdaderamente (y es inútil ocultarlo o mentirnos a nosotros mismos) cada día nos precipita a la muerte. Y las cosas que haces, por muchas que sean, también son un desperdicio que alimenta esa desaparición.

Ya he optado: la creación antes que la propaganda. No hay vuelta atrás.

Y ahora, ¿qué tiene contra la soledad? La ambición. Es suficiente con eso para seguir avanzando hacia no se sabe qué. Pero esa es la misión. A la soledad también se la combate con la esperanza, se dice a la media tarde de un día sombrío y oscuro, con la lluvia repiqueteando en los techos y puertas metálicas de esta parte del Bowery, invadido el paladar de ese sabor ya tan conocido de grafito, a lápiz de colegio: como todos los niños, ella, ya en la treintena, sólo espera del futuro cosas buenas.

Aunque en las noches de insomnio, traduciéndose a sí misma plásticamente (hilos, agujeros, fluidos), no puede controlar los sollozos e imagina telas de araña, la milenaria, la fatal tela de…

Traspasa el umbral de una Hostess Brands. El olor intenso a bollería le embriaga, le confunde. Sale dando bocados a un empalagoso pastelillo de crema (la forma más barata de calmar la ansiedad, el vacío del pecho que no le abandona desde hace días).

En el MoMa de nuevo.

Jueves, 30 de mayo de 1969.

12,15.
Olvídalo todo, ¿entiendes? ¡Olvídalo todo!

Un desfile abrumador.

Entonces, te miran a ti: Picasso.

Desnudas y con los ojos bien abiertos, carnales y tristes. Sólo esperan hacer bien su trabajo estas señoritas: su examen estético no hace olvidar de lo que son capaces sólo con sus cuerpos.

¿Por qué extraña razón en los museos prefiero contemplar cuadros que esculturas?

Se diría que la escultura es gratuita en determinados ambientes. No así el cuadro. Colgado en la pared, sin estorbar a nadie en su camino: a pagar.

Guernica. Picasso otra vez.

Hazlo como quieras.

Puedo hacerlo. Ellos tienen la boca abierta, los muertos y los vivos.

“No entiendo lo que veo…”, dijo, y a ella le dio lástima, porque él quería realmente entender, no desaprobaba en absoluto lo que veía ni desconfiaba de su apariencia, pero deseaba percibirlo con más inteligencia, hasta alcanzar la comprensión de todo ello si tal cosa era posible.

“Construyo el pensamiento, sus formas…”, le contestó.

“Entonces…”

“Ni la idea platónica, ni la lógica aristotélica.”

“… usted como artista, ¿fabrica pensamientos?”

“No exactamente: doy forma a los ya existentes.”

“¿De dónde nace esa percepción?”

“Toda percepción interna obliga a lo evidente… se hace evidente, y es forzosamente inequívoca a pesar de su aparente ininteligibilidad.”

Rojo, azul, amarillo… ¡qué más da! Ahora los colores ya no me sirven para nada. La luz se apagó en el mundo de las formas: palpo los perfiles, me muevo entre los volúmenes, una grisura blanca, sin matices, ha sumido al mundo en el polvo, y ciego los ojos con un velo de ardides y simulacros. Todo parece estar hecho con la niebla.

Puedes imaginar…:

Antílopes de seis patas.

Ocho patas tenía el caballo de Odin, Sleipnir.

En el interior de los espejos navegan peces extraordinarios.

Roc, el Ave, alimenta a sus crías con elefantes (palabra de Marco Polo).

Hay un burro que aleja el demonio haciendo en el suelo con su pata derecha la señal de la cruz.

Existen bueyes que, al ser robados, después de haber estado andando toda la noche, al amanecer continúan en compañía de sus ladrones en el establo de su dueño.

La mandrágora grita como un ser humano cuando la arrancan de la tierra.

Al señor Robert Louis Stevenson le visitaban por la noche ciertos hombrecillos, los Brownies, e inspiraban la mayor parte de sus relatos.

Es sabido que briosos corceles galopan por las vastas praderas en el fondo de los océanos.

Perros hay con tres cabezas y otros, los perros de Yama, con cuatro ojos, y aun los hay verdugos sólo de las almas.

Unos ciervos saben hablar, y un gato tiene alma de cordero y orgullo de hombre al igual que otro tiene la facultad de hacerse invisible, como el gato de Cheshire, y no hay dragón que no sea maestro en el arte del disfraz y no hay hada a la que no le guste el color verde, que no sea maligna y que no busque (y logre) la perdición de los hombres con espejismos y otros artificios extraordinarios.

Puedes imaginar tanto de otros, de Borges, su imaginario…

Todo.

La artista ha conocido al escritor. Un tipo joven recién llegado de Yaddo que escribe sinopsis de guiones para una de las majors: tres dólares cada una, y no más de siete entregas a la semana. El Gran Escritor De Hollywood habla demasiado de su trabajo, tal vez porque los paseos de ella son demasiado silenciosos.

“Me gustan los árboles”, le dije.

Se quedó mirándome con perplejidad. Luego continuó hablando de sus asuntos, al parecer muy complacido de cómo lograba resolver cualquier situación a la que se enfrentaba. Y eso lo dijo un tipo que gana tres dólares al día garabateando tonterías en un pedazo de papel. Su cara de satisfacción era indecente.

Definitivo: no vuelven a verse nunca.

Ella se esconde en el estudio durante una semana y deja de contestar a sus llamadas telefónicas: en ese lapso de tiempo concibe una de sus mejores obras. A solas.

Primavera, 1966.

Soy capaz de amar. Yo amaba, pero con algo fuera de mí, como una extremidad más de mi cuerpo, un órgano invisible soldado a la carne, a la coraza exterior, y, cuando todo acabó, eso fue muy fácil de mutilar.

Esa capacidad ahora gangrenada, esa infección que es el amor desaparecen cuando se cercena de un tajo el adose espurio a la razón, y así se puede seguir adelante mutilado y a salvo. Tal sentimiento descorazonador e invasivo es lo que hay que abortar hacia fuera, una concreción en el costado, o en el mismo codo, en cualquier sitio menos en el alma.

¿Quién es ese tipo (otro más) que a la caída de la tarde, acariciado por el tibio sol, lee a Esquilo en griego mientras bebe un par de whiskys?

Estamos en los años cincuenta en USA: la mejor época en la historia, afirmarían con desfachatez cronistas del futuro: felices años entre la delación inacabable, las condenas a muerte, la invasión de Corea, el primer Elvis censurado, el informativo de Cronkitte, el show de Johnny Carson y las películas del oeste.

Esa tarde, el sol declinante parece dorarlo todo en el paisaje apacible de laderas, campiñas y jardines, de casas de dos plantas bien construidas y decentes. Sólo turba la quietud del aire denso y fragante las risas lejanas de unos niños, alguien que golpea un cubo metálico, el ladrido amistoso de un perro, y, después, el silbido apagado del tren de las 18,47 que abandona el apeadero. El cielo se tiñe de largas franjas amarillas, rosas y púrpuras sobre un azul pálido cada vez más desvaído. Es un atardecer estimulante y benéfico que trae como recompensa el descanso, la paz en el pensamiento.

Peleando con los dioses.

El tipo lee en griego una tragedia que se engendra de humanas brumas y la cólera de los héroes mientras le asalta en la cabeza la idea de copular con su mujer. Cierra el libro. Entra en la casa: el hogar de un hombre que dirige bien sus negocios y paga sus impuestos debidamente, donde puede perpetrar con todas las luces encendidas la danza más frenética y primitiva en honor de Dionisos.

Ya en la noche, sube a la habitación de arriba donde espera su esposa. Mientras se besan con furia y se susurran obscenidades, uno de sus hijos, el más pequeño, se despierta, baja a la cocina, se sube a un taburete, alcanza el estante de arriba y engulle parte del contenido de un envase criminal: arseniato sódico azucarado, un mejunje para matar hormigas. Pronto, los gemidos del niño provocan la alarma. Sin perder un segundo los padres con su hijo acuden al centro de la ciudad en busca de un antídoto. Horas después, el niño se ha recuperado. Aún se siente mal cuando lo devuelven a su cama, pero en seguida se duerme. El hombre y la mujer cierran la puerta de su dormitorio. Se miran. Se desnudan. Se abrazan apasionados. Más tarde, el hombre escribirá: “No hay una conexión entre el amor y el veneno, pero semejan puntos en un mismo mapa.”

La veo salir de una tienda de licores en Canal Street. Sin dejar de andar, miraba a los lados nerviosamente, intentaba ocultar la bolsa de papel marrón debajo del abrigo. Aminoro el paso y dejo que se aleje hasta que desaparece calle arriba. Luego, al reanudar la marcha, no dejo de preguntarme cómo se llama aquella mujer. Por más que lo intento no logro recordar su nombre, pero ahora ya sabía de quien se trataba: era una vieja actriz de carácter que solía aparecer con frecuencia en el programa Playhouse 90, siempre en papeles mínimos, de cocinera, de ama de llaves, de vulgar vecina fisgona y, ya al final, de mera figurante sin una palabra de diálogo.

Doblo la esquina hacia Wooster Street y unos metros más allá descubro a la pobre mujer sentada en el bordillo de la acera, llorando desconsolada ante la bolsa de papel caída y rasgada en el suelo, oscurecida por la mancha líquida del licor. Los trozos de vidrio de la botella rota, como una culpa a la vista del mundo, están esparcidos a sus pies, sobresalen por encima del pequeño charco color miel. Un par de curiosos contemplan la escena. “Sólo es una borracha.”

“Aún será capaz de lamer el suelo con la lengua…”

Me alejo apresurada. Sin volver la cabeza, imagino su boca estragada y con cortes sangrantes, mojada por el alcohol sucio y caliente sobre el asfalto.

Por la noche: sueño con mi madre… No, es la actriz vieja, alcohólica y echada a perder con el rostro enmascarado de mi madre.

Mi madre, que era tan bella como Ingrid Bergman.

Por entonces, Andre:

En 1959 C.A. creó Pyramid.

Luego, destruyó las 74 piezas de madera.

Más tarde, la reconstruyó.

(Fue a parar a un museo de Dallas, creo recordar.)

Ahora, en el futuro, lo descubre un día viejo e hinchado en Gran Central, merodeando en torno el quiosco central de información coronado por el Golden Clock cuadrangular, brillante y dorado.

La primera vez fue en O. Henry’s: lo vio reclinado en una de las sillas rojas con las piernas extendidas y apoyadas en el asiento de otra, cubiertas a medias por las grandes hojas del Times, dormitando al sol de junio. El era El Hombre Influyente que le aguardaba en el futuro.

1967.

Una galería de monstruos con bocas y cabellos, orejas y ojos, y manos y piel… Con nombres y apellidos.

Huir como de la peste (negra, bubónica, porcina…) del edificio Fuller en  la 57.

Y si, por una de aquellas tienes que pasar frente a su fachada, cruza los dedos y cierra el ojo derecho, no pises ninguna raya, cierra la boca.

Prefiero creer (¡pero sólo ahora que me alimento de sándwiches mohosos y duermo en compañía de cucarachas!) que el éxito es el premio que se otorga a los mediocres. (El novel, como el adepto, debe callar.)

Y otra vez…

Picasso, acerca de Las señoritas de…: “Matemáticas, trigonometría, química, el psicoanálisis, la música y no sé yo cuántas cosas más se han relacionado con el cubismo para facilitar su interpretación… Todo eso no ha sido más que literatura, por no decir que ha sido una estupidez. Sólo un idiota podría creerlo de ese modo..” (The Arts, 1923).

¡Para qué nos vamos a engañar!

Era la niña que dibujaba… ¡las almas! Éste la tiene cuadrada y amarilla, aquél azul como una lámina de cristal, ésa esconde una esfera de color verde, y la otra una pirámide negra… Luego, dejó de dibujarlas, las creaba con diversos materiales, tan lejos de la fuga de la carne y la divagación evanescente del pensamiento… ¡pero tan cerca de su temprana destrucción también como materia temporal!

(K. aparece en el estudio acompañado de L. y T. K. es un analista en busca constante de referencias inútiles. Luego de un examen prolongado de mis últimos ensayos y trabajos de mesa, menciona a Husserl acaso sin venir a cuento, pero lo dice en realidad como pertrechando de un adorno más el desatino de un argumento lleno de meandros que nunca se sabe adónde van a llegar, sin que le preocupe lo más mínimo la conveniencia o no de la inesperada intrusión filosófica en la conversación general. Una especie de cuña que pretende que le infle intelectualmente ante los demás. Callo y me guardo la réplica. ¿No es el absurdo la fuerza motriz de mi obra? Yo he de alejarme de toda la lógica y el flujo inconstante de su palabrería... Aunque, en efecto, todo lo que pretendo no parte de ningún presupuesto previo y de nada me sirve lo aprendido: he ahí lo misterioso, un método cavernícola. Si quiere usted colgar de una cuerda en mi obra a Husserl, Heidegger o a quien le venga en gana, adelante. Puede ahorcarse hasta usted mismo.)

Hablas demasiado: aun con los labios sellados.

La voz interior: desconfía de los sentimientos, lo visible.

El objeto nunca se explica a sí mismo: su función invisible, latente, lo revelará del todo al ser activada. Es entonces cuando adquiere sentido aquello que permanecía oculto bajo la forma simple o compleja.

Montones de chatarra. Lo lateral, en realidad. Su formulación plástica es un añadido en mi súplica, en mi interrogante, en mi miedo, en mi resignación.

Lo fungible siempre presente. No una caducidad, sino la misma esencia de lo etéreo, lo evanescente. Así, por las buenas, adiós, adiós, adiós…

El pensamiento no se parece a nada que nos pueda representar la percepción sensorial: si se materializara tal vez sería algo monstruoso, repelente, un animal viscoso y terrorífico. Está hecho de fluidos, humores, sustancias malolientes… Un pus que fluye incesante, incansable, infeccioso.

El artista muere; su época, en menos de mil años, ha de terminar en lo más oscuro de la historia, y su obra desaparecerá (¿pues no ha de desaparecer la misma Tierra?), pero su intención, su idea libre de servidumbres es imperecedera, ninguna catástrofe física podrá fulminarla jamás. Yo me limito, adicionalmente, a acelerar su destrucción material. ¿Fuera de la Tierra, donde la Idea?

(Me “apropio” del tiempo.)

Una hace arte porque se aburre. El talento o no-talento sólo es el instrumento para aliviar el tedio, eso que hemos dado en llamar la vida inútil, pero tan preciosa cuando sabemos de nuestro final inminente.

Tiempo y Cronología.

Antes de los veinte años se escribe un diario porque se desea ser mejor, o simplemente perfeccionar el ser que ya eres; a partir de esa edad si persistes en ello es porque no entiendes un mundo sin ti, aireas tu insolencia o tu diferencia (en el fondo, tu poquedad). Pasados los treinta cualquier diario es una presunción, una bofetada a los otros... ¡que no se merecen!

El tiempo se halla en lo que haces y deshaces: sólo se deja ver en aquello que se disuelve en la nada... antes de disiparse de nuevo.

Escribía, pues, un dietario, un almacén donde nada hubiera aún fabricado, sólo los materiales.

Tiene que haber un dios, tiene que haber un culpable.

Dispongo mi ropa interior inmaculada pero pobre y gastada sobre la cama, el sostén, las bragas… Los calcetines largos agujereados por la parte del talón que ocultarán las botas. Estás viva: he ahí la cámara secreta.

Entonces empecé a viajar en el Automóvil Verde. Sin compromisos. Sin ataduras. Devorábamos autopistas como otros engullen palomitas de maíz. El olor a gasolina y a aceite quemado perfumaban mis cabellos. El Automóvil Verde nos conduciría a las montañas más altas. La noche del sábado sería eterna y el más fantástico jazz nos acompañaría durante todo el trayecto en busca de nuestra madre.

Sólo existe un mandamiento. Y eso lo sabe todo el mundo, pero se prefiere enredar las cosas: No hagas daño a nadie y no permitas que nadie te haga daño a ti.

Temía más las ideas que los golpes. Aquéllas perduran.

De nuevo me alimento mal: el sándwich, las prisas.

Por la noche, ya en la cama, la ansiedad temiendo las torpezas del día siguiente disipa del todo los errores cometidos de hoy. Luego hay que seguir adelante, me digo cerrando los ojos, hay que seguir adelante. 

Lejos de la domesticidad se hallan los monstruos. Sin pensarlo dos veces me arrojé por la ventana abierta huyendo del olor de la manteca friéndose en la sartén, de las flores mustias en los falsos jarrones chinos en el salón.

Me obligan a leer en hebreo: pero yo ni siquiera pienso en inglés, hablo con imágenes, me expreso con colores, hoy azul, mañana amarillo, todos los sábados son blancos.

Su padre, invariablemente, dedicaba las tardes enteras del domingo a leer las novelas por entregas en yiddish de Singer en Der Forverts y Jewis Daily Forward. Guardaba todas sus colecciones en un altillo envueltas en bolsas de papel: no volverían jamás a ver la luz (al menos en esa casa) y cuando murió las bolsas sin abrir acabaron en manos de un chamarilero por unos pocos centavos.

Pasó el día entero leyendo, anegada de pies a cabeza de simulacros mientras en el exterior se movía la brisa olorosa entre los árboles de junio y piaban los pájaros acariciados por el tibio sol. Cuando se acostó empezó a soñar en seguida historias maravillosas que nada tenían que ver con lo que había leído. Al despertar, sintió alborozada su cuerpo joven y dichoso. Sin embargo, ya nunca dejó de leer.

Tomar una taza de té en una cafetería lejos de aquí, en otro barrio lejano de la ciudad, donde nada resulta familiar: desde la calle se vio detrás de los ventanales, misteriosa y extraña, con la taza en la mano, la falda corta enseñando las bonitas piernas, en compañía de un desconocido. “Vaya, qué revoltosa.”

El arte no tiene por qué ser inteligente, bastaría con que se mantuviera lejos del ingenio… ¡y disfrazando sin cesar un yo en exceso ensimismado!

¿Por qué se cree artista, escritor, músico…? Porque se siente siempre al borde del abismo, atisbando en el fondo oscuro del precipicio.

Era desdeñosa, no escéptica.

Mi madre me inspiraba siempre miedo, y era cariñosa, débil, inofensiva. Ahora, pues, lo sé todo: temía por ella.

Es la fragilidad lo que de verdad me aterroriza, el orden rodeado de ruidos.

Lecturas: B., S. … Sólo consignar iniciales.

La ambigüedad como estructura, ni siquiera la alusión.

Creer firmemente que la experiencia es una gramática: corrige y ordena las emociones plásticas.

Goethe no debería ser una palabra prohibida.

De niña, en los campamentos de verano: los olores y el sol, la tierra, eran toda la religión necesaria para no alzar la vista a lo alto buscando el cielo gris o blanco y caliente lleno de dioses falsos.

¿Qué ocurre con el amarillo?

Me es imposible leer poesía en voz alta. Y eso confirma mis sospechas… ¡acerca de toda la literatura y arte tradicionales!

La disciplina es una estupidez en el fondo… Sin el misterio y la duda no somos nada, y yo sé cuando y por qué debo hacer las cosas, sea de día o de noche. (A. acostumbra a reírse de los horarios impuestos por una supuesta “cultura judaica”: la muerte no te avisará).

Bach (dijo, más bien tronó). Y, sin embargo, deleitarse a través de ese músico inmenso debería transportarnos a la mesura absoluta, al susurro.

De estudiantes: buscan los tugurios chinos para atiborrarse de comida barata por menos de un dólar. Desde la acera, con mi hot-dog en la mano, manchándome la blusa recién planchada con la mostaza que se escurre por unos de los extremos, los observo asqueada.

“Eres demasiado… (simulaba buscar la palabra, que ya sabía de antemano, sólo perseguía causar un efecto intrigante) sobria.”

Afortunadamente, ser artista no consiste en acumular datos, atarte a la espalda un saco de conocimientos del que ir extrayéndolos poco a poco como si fuera una bolsa cacahuetes. A una, le basta con mirar en torno a sí y traducirlo luego con el lenguaje de las entrañas.

1966. “No Alemania”, me dije. “No es el camino.” Regresé a América. ¿Era el camino?

1957. Dra. P.: “Todavía un poco más, un poco más de amor.” Le aseguré (y era perfectamente sincera en ese momento) que no temía amar a alguien. ¿Entonces? Es la responsabilidad de echarte a las espaldas alguien que te quiere, que –según afirma- no puede vivir sin ti. ¡Qué terrible cárcel la del otro!

1943. ¿Por qué los niños siempre sonríen a la cámara fotográfica? Porque creen que es su deber. El alma de un  niño, a pesar de todo, es feliz: el futuro ha de venir lleno de regalos, de bonitas sorpresas… Alrededor: el infierno de los adultos, sus vidas incomprensibles, sus sucesos fatales, la ausencia definitiva.

Cine negro (Andrews, el policía enajenado): la fatalidad todo lo preside, nada es perfecto, y el amor mata, la amistad es una farsa, el dinero es la única ley: cuenta los billetes, las amantes, las mentiras, los crímenes...

Una conversación con  H.: languidecía la tarde a medida que ocultábamos la tristeza (10-12-66).

En New Jersey (vuelve a enseñarme sus “poemas”).

Teatro: V.

Me tiende el libro. Lo interesante es la sonrisa con que lo hace: ilumina su rostro de tal forma que la sensación de amistad que te invade produce hasta vértigo. Si pudiera me inocularía mediante una simple inyección –“cosa de segundos, sabes”- todo el conocimiento y la experiencia que ha acaudalado hasta ahora, y eso debe ser la  auténtica generosidad.

Los italianos: de las satinadas reproducciones parece brotar el olor de la tierra y el aire soleado que penetraba por las ventanas, la cal, la tela, el polvo, el aceite, el estuco, la piedra, el agua sucia, los trapos, las brochas, el sudor, la mugre de la carne: Masaccio, Giotto, Fray Angelico, Miguel Angel…

30-10-1966. Sola.

“No naciste aquí. Tendrás que esperar a tener hijos.” (USA).

Astucia (mejor siempre de noche).

1/1970. Mercado del Arte. Mantente callada (me decía hace años a mí misma). Descubrí entonces: a) idiota: quien ignora las cualidades y virtudes de los otros; b) insignificante: quien se niega a valorarlas por carecer él de ellas; c) mediocre: quien las minimiza con el ánimo de recalcar las propias. 

Escribía un diario para saber quien era. “Sin embargo”, le dije, “yo lo haría para ocultarlo. (Pero ella no es artista… ¡yo lo soy!).

En la librería de R. Luego de un par de minutos de conversación descubro que le irrito considerablemente. “No”, repuso cuando se lo hice notar, “es que me impacienta tu indecisión juvenil.” Y al final compro el libro equivocado. Y él sonríe (se burla).

En Washington. ¿Seré la nota de color? Entre los machos, la hembra no del todo estúpida. (Colectiva prevista para marzo).

Viendo cuadros realistas en el Met (pero como si paseara por Central Park un domingo de sol por la mañana) recuerdo la máxima de La Rochefoucauld que R. tiene clavada en uno de los estantes privados de su librería (en la del baño): “La verdad no hace tanto bien en el mundo como el mal que hacen sus apariencias.”

“El deseo agarrado por la cola”. (?)

La tierra rosa, la piedra negra. Paisajes apenas entrevistos por la ventanilla del tren. Desdeñan cualquier tipo de arte.

“S. es bisexual”, cuchicheó acercándose a mí. Su aliento cálido, pero de un calor espeso, sobre el lóbulo de mi oreja me resultó de una repugnancia casi intolerable. Desde entonces ya nunca me fue atractiva la chica más guapa del colegio como había pensado hasta ese día. A partir de ese momento incluso se me antojaba, sin ninguna razón explicable, que despedía mal olor.

Hoy he soñado con mi padre: nos entregaba los programas de las obras de teatro a las dos hermanas como parte de una herencia “aún por recibir”: Muerte de un viajante, La loca de Chaillot, Un tranvía llamado deseo

Van Gogh: todo (menos su pintura).

En él encuentra el amarillo su razón.

“Veo” más arquitectura en la música que geometría.

Todas las artes se erigen desde el vacío.

Mitologías (pero sólo las mediterráneas, tan llenas de sol, tan naturales después todo).

¿Todo arte es alegórico? Hasta aquél que se declara no-alegórico.

1954. Deberías ir a Chicago.

Read: La niña verde. ¿Por qué habría de leerlo? No supo darme una respuesta.

Libro: arte apócrifo (pero existen multitud de restos arqueológicos y una gran cantidad de obra plástica) de los antiguos mexicas. Devolvían a través de él todo el magnífico esplendor del aire transparente de Tenochtitlan, su lago y cielo azules, el verde de sus bosques, el amarillo de sus oros y el sol omnipotente, la sangre tan roja y brillante del sacrificio.

Es un arte muerto. Inerte. Objetual. Y, no obstante, se modifica aunque lentamente, envejece, y puede hasta desaparecer en forma de polvillo sagrado.

Tal vez la soledad haga hermosas a muchas personas. Al menos les imprime una atractiva expresión de serenidad… Pero, ¿no había tensión en D., una crispación latente que hacía de su mirada una herida?

De él utilizaría su rostro. Sus manos no me sirven.

Vueltas, revueltas, idas y venidas… ¿No podrías someterte a un continuum lógico, certero como el trazo de la flecha hasta la diana?

(Podría.)

(Pero…)

La supuesta efectividad de toda escrupulosa cronología se apoya en una objetividad incierta en el fondo, aunque busque su legitimidad en la (imposible) exactitud de los detalles. Uno de los comienzos capitulares de una magnífica novela nos viene ni que pintado: “Aquella misma mañana, o un par de días más tarde…

En la Biblioteca Pública, hace mil años.

Me acerco algo tímida al mostrador donde una de las auxiliares enfundada en un traje sastre de color oscuro, en un extremo del tablero, lee con la cabeza ligeramente inclinada los lomos de una pila de libros a un lado.

Informo de mi petición.

Entendámonos, se trata de Miss  Lonelyhearts.

La mujer, alta, enteca, de labios finos,  peinada la cabellera gris y lacia con raya al lado, me mira desde unos lentes redondos con fina montura de pasta negra. Durante unos segundos permanece en silencio con aire adusto, taladrándome a través de unos ojos pequeños, azules y duros. Tamborilea un lápiz sobre la cubierta de un libro de hermosa tela verde sin dejar de examinarme.

-Eres demasiado pequeña para leer eso –sentencia finalmente en un tono que no admite réplica, lanzando como un proyectil azul directo a mis ojos la explosión final: -Lo siento, pero no vamos a facilitártelo. Quizá si vinieras con tu madre…

-Eso es imposible, mamá se tiró por la ventana.

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