Piensa de una forma natural, habla con sencillez, escribe de una forma aceptable (es decir, vulgar) y… ¡sofistica hasta el extremo su obra plástica! ¡Qué aberrantes contradicciones!
Esa tosquedad a lo dadá. Vale su discurso pero investido de
toda la tragicidad posible, incluso en sus aspectos más cómicos, la ironía de
alguna de sus apariencias.
¿Cómo no iba a
gustarme esa película? Plano general de las aceras bajo la lluvia racheada por
el viento, las calzadas que brillan por la luz de las farolas, el repiqueteo de
las gotas sobre el pavimento, la noche malvada que amenaza con toda su eternidad… Y todo eso antes de los
títulos de crédito, mediante un travelling
lento que no subraya ninguna música, adentrándose en el mismo corazón de las
horas nocturnas…
Qué mudez siniestra:
sabe lo que quiere decir, tiene el lenguaje, pero carece de vocabulario para
hacerlo.
Las descripciones
físicas sólo parecen importar cuando has olvidado hasta el nombre de los
personajes.
Para dibujar el
pensamiento no necesitas un idioma. Y el estilo o la tradición no tienen nada
que ver con todo esto.
Me dijo que leyera a
los filósofos (¡supongo que no intentaba endosarme a Kant o algún metafísico!).
Pero yo prefería meterme en un cine, o desmenuzar Nueva York catalogando
centenares de sus imágenes urbanas, andar sus calles, empujar las puertas de
madera y cristal de cafeterías desconocidas.
No niega el valor de
una obra. ¡Niega la obra! Su juicio, entonces, carece de todo interés.
Mi vida social: fechas
que caducan demasiado aprisa.
De nuevo J. Luego,
películas alemanas.
¿Dónde están tus
cuadernos de dibujos infantiles con lápices de colores? Volaron con mamá.
La verdad, si puede
ser indeseable por bruta (y lo es en múltiples ocasiones), también puede ser
ingenua, incoherente o denotar falta de moralidad.
La religión (pero eso
ya lo señaló A. la semana anterior en Sh.) acaba siendo el ornato de nuestro
desconcierto. S., agnóstico, le replicó que a él en su desconcierto le sobran
las galas festivas.
Un postminimalismo desconcertante y pulcro.
La cena de anoche:
agua embotellada y pasas de Corinto. El almuerzo de hoy: una brocheta y una
copa de vino. Para la cena: unas páginas de Kierkegaard (y un sándwich de
queso).
De tres a cinco en el
Met.
Luego, vuelve a
llover.
Despierto a las 6.
¿Estoy sola? Ha sido mi primer pensamiento, o todavía resonaban las voces de mi
sueño en el despertar. Es totalmente de noche. Pero ya sé que será un día gris
y oscuro, lleno de nieblas otoñales.
28-12-1956. Aún faltan
días para mi cumpleaños. 21. Pero dijo: No importa. Me invitó al Winter Garden.
Troilo y Crésida: ¿por qué combatir
más allá de los muros de Troya, cuando en mi corazón ya se bate una lucha tan
cruel?
Oído en el
restaurante: “Ayer por la mañana cogí cuatro taxis. Y estuve prácticamente todo
el tiempo entre la 42 y la 73.”
“¿Sabes lo que
significa Häagen-Dazs?”
En Grand Central: D.
llegaba de Boston en el tren de las 7.30. Antes que la sonrisa en su rostro y
sus ojos brillantes, observé que llevaba un libro en la mano.
A veces Nueva York
parece los decorados practicables de una mala comedia de Broadway: donde había
una verdulería se alza ahora un cine; donde un restaurante, una tienda de ropa;
donde un teatro, un banco; donde una librería, un despacho de la
Administración. Todo parece mutar cuando la comedia
es siempre idéntica a sí misma.
¿Se llama pensar estar metiendo continuamente las
narices en la enciclopedia Compton?
Tiró el libro de
reproducciones a la basura y se fue al museo. Quemó el museo. Se puso a pintar.
Y no dejaba de lanzar vistazos a través de la ventana: era la primavera que
reverdecía las copas de los árboles urbanos, y estaban los olores tenues, y las
voces se oían más alegres, todo bullía alrededor, y de ti se esperaba la
ofrenda por la magnífica merced de estar viva.
Sangre para Israel. La
extracción fue excesiva, creo. Luego, el feo moratón durante días.
Ya en mi juventud, mi
padre insistía una y otra vez que leyera Doktor
Faustus en lugar de La montaña mágica.
Todos los perros y
gatos callejeros que mueren sobre las aceras parecen en calma, resignados a su
suerte. Sólo cuando al cabo de un tiempo, un día después, se pudren empieza a
asomar en sus bocas descarnadas una estremecedora mueca de crueldad, se diría
que hasta de rabia, y esa imagen envuelta a su vez en el fétido olor que
despide el cadáver produce una visión terrorífica.
Demasiado puntual: eso
te quita misterio.
Mi padre coleccionaba
cualquier cosa. Alguna de sus colecciones apenas sobrepasaban un número
limitado de objetos o ejemplares; otras, superaban el centenar. Ninguna vida se
completa (¿cuál es el número perfecto?), ninguna colección colma en realidad la
medida absoluta entre el principio y el final. ¿Cómo puede alguien aferrarse a
lo incompleto, a lo ilimitado? Porque eso otorga un sentido invencible a la
continuidad de los días, los revela absolutamente
necesarios para una culminación.
En el parque. Mano
sobre mano. El aire dorado por el atardecer. La brisa aletea sobre las copas de
los árboles de abril. Cualquier cachorro
sano y desvalido, ansía conquistar al mirón. Sabe de su encanto. Pero, ¿cuál de estos dos es el cachorro, el
juguete?
Fulcanelli. La piedra,
los espacios ejemplares.
T., en Düsseldorf,
compró un ejemplar en francés de “El misterio de las Catedrales”. Aparentaba
entenderlo… ¡No, aparentaba leerlo!
En el museo: Otto Dix,
Grosz, Ernst, Schwitters. Sólo durante unos meses: me obligué a acudir a las
salas una vez por semana.
Toda obra es una
suerte de testimonio, incluso si no lo es.
Buscaba cosas de su
infancia, papeles, juguetes, objetos… Los destruía con fruición.
“Por fin”, dijo K. al
conocer su muerte próxima. También W. y H. Tal vez lo piensen todos, esos
grandes hombres y mujeres de la historia.
Leer muchas de las
novelas de la segunda mitad del siglo XX es una pérdida de tiempo. Tendrían
razón de ser si las hubieras escrito tú.
En Yale: “Lo creas o
no, es posible comer por 65 centavos.” Tenía razón: un sándwich de carne, un
pedazo de pastel de manzana, un vaso de agua. 60 más la propina.
Únicamente soporto
lavar mi ropa interior si canturreo. T. se reía: por sus ruidos los conoceréis.
Heracles… Pero siempre
lo imagino con el pene flácido, agotada su fuerza a causa de los caprichos
inútiles de los dioses, los trabajos (¿7?), vencido por el sueño.
R. el librero: “¿Cómo es posible que aún
queramos comprar algo que nos distraiga
del tiempo?” Le contesté que aquella
era una manera muy superficial de definir la lectura. Se defendió en seguida:
“Todo es una lectura, no es preciso que se halle encerrada en unas páginas.”
(?).
S. declaraba sentirse
orgullosa de ser judía. Pero no podía ser
otra cosa. Y no profesar una religión no es ocultar tus orígenes. Ambos
conceptos no son intercambiables.
2/3. X. (no por
vergüenza, es discreción). Demasiado sola:
Judía con el pelo
largo. Tendencia a engordar. Sonrisa amigable. Ávida de conocimientos. Liberal.
Sin problemas con el sexo. Algo mentirosa (por miedo a perder algo, una ventaja
a las puertas, reconocimiento…) e interesada (sólo lo justo). No tiene
escrúpulos en ocultar sus verdaderos objetivos, que poco tienen que ver con sus
actos (tan naturales que parecen). Capaz de guardar secretos a pesar de ser
lenguaraz y algo caótica. No cree en el amor (divorciada), pero como ya ha
anticipado le gusta el sexo, es cariñosa y ansía compartir las cosas. Artista.
De hecho, es un genio. Promete morirse pronto.
Reinventar la realidad
no sirve de nada: sólo la “traduzco” inoculándole un poco de emoción, un poco
de misterio, algo extraño que nace de los sueños (el color, la forma, la
atmósfera vagarosa que todo lo envuelve), la ilustras.
Peligro: de pronto, lo
único que empieza a importar es meterme en el estudio. Todo lo demás ha dejado
de tener sentido. Más allá de esas cuatro paredes tan fieles sólo hay
insatisfacción, vacío, hasta dolor, ni siquiera el lápiz que boceta…
K.G.: Estoy convencida
de que hace las cosas por mera vanidad, no porque piense que merezca la pena
crearlas. Su obra es un artificio absoluto (incluso una filfa), un medio para
significarse sin que los valores intrínsecos de aquélla tengan que ser plausibles.
Y la vanidad… ¿no es un cierto complejo de inferioridad en el fondo, una
necesidad constante de reafirmarse a sí mismo en la exhibición sin más? Quiere
que los demás participen de sus ornamentos
(meros espejuelos) pero no de sus pocas virtudes y cualidades a las que
considera desdeñables por su escaso mérito: se cree otra mucho más maravillosa: se equivoca conscientemente: prefiere
soñarse.
Y respecto a L.: no le
mueve una disciplina, un programa intelectual convenido, sino un conjunto de
emociones dispares, un estímulo indefinible y desordenado. Su vida, que es
seguro que será placentera, es un zigzag que no ha de dar en diana alguna, al
menos ninguna que haya concebido previamente.
D.F., acaso, vislumbra
la mayor sinceridad en su obra: “No entiendo por qué razón me consideran un
artista. Soy… un posibilista.”
Un color plata. Mejor,
un color luna.
Dibujar sobre un papel
las intrincadas idas y venidas de mis relaciones con la gente, las líneas de
aquí para allá que se alejan, se curvan, vuelven al punto de partida, proyectan
círculos, trazan diagonales, triangulan, se desmienten a sí mismas en
quebradas, se tornan rectas, se pierden por los ángulos del papel…
Nota sobre cine
francés: la forma, la sequedad de un diálogo que semeja desdén, incluso con la sonrisa
en los labios. Es una cinematografía que te hace ver el paisaje de los
personajes.
El marido de la
perfecta ama de casa americana: un ídolo con pies de barro. (A partir de cierta
edad: siempre exhausto como después de una eyaculación, y el portafolios o la
llave inglesa odiosos debajo de la cama mientras ronca asquerosamente).
Cine: la cámara
escribe (a veces con faltas de ortografía, y entonces es lo bueno).
S.S. en Yale:”Lo que
se escribe en un diario, si es honrado, nunca está destinado a ser leído por
los otros…” Sería, entonces, como el otro
lado de la luna de los demás y de una misma.
Escribir profesionalmente es un acto de
corrupción siempre.
De nuevo: ¿por qué una
es artista? S.: “Por pereza”, dijo sin piedad, en la cafetería, frente el desayuno,
¡a primera hora de la mañana!
E.: “Bien, el arte…
¡Pero nada de construirse uno a sí mismo a través de él!”.
¿Cuándo eres realmente una verdadera artista? Cuando
pisoteas con la suela más sucia del zapato más viejo que escondes en el estudio
lleno de obras maestras que nadie ha
visto aún tu maldito ego.
Rememoro mi niñez:
tenía la absoluta necesidad de sonreír siempre, de creer en todo, de
ambicionarlo todo. Incluso después de la tragedia de mi madre. Las terapias no
eran la alfombra donde esconder la porquería. Eran…
Esas obras malas… al
contrario que esas novelas (¡malas!) que ocultan tras el nombre de los
personajes seres reales, hechos reales, diálogos memorizados…
También el arte está
lleno de tópicos. Más que ninguna otra cosa en el mundo si se exceptúan el amor
y la familia.
Canal Street: “Siempre
hueles a veneno”, me reprochaba al verme cargada con los botes y los grandes
paquetes.
Confundía el deber con
sus capacidades.
En la 47, de noche:
descubro en la ciudad mucha más suciedad cuando se desvanece la luz del día:
rostros macilentos bajo los neones y las luces eléctricas, los gestos cansinos,
los ojos turbios, las aceras alfombradas de papeles, envases vacíos y vasos de
cartón, las ropas arrugadas, las huellas de un andar obsesivo.
Nadie quiere a quien
tiene cerca. Aunque (siempre antes)
pueda haberlo deseado con pasión: me recuerdo muy desvergonzada entonces
durante mis visitas al estudio de…
“Podemos comer en el
griego”, dijo con falso desinterés. En el chino. En el indio. Pasta en Tony. Carne
en Camden. Arroz en Pai. Perritos calientes en el “hombre del carro amarillo y
azul del parque Bryant”…
Otra interminable y
profunda conversación sobre el alma, el arte, la familia, el amor, el sexo…
Estos tipos intelectuales de barbas descuidades y marxistas quieren aparentar
naturalidad cuando pretenden confundirte con sus peroratas engoladas sobre el
sexo, pero en realidad les asoma la baba obscena por los ojos, se percibe un
ligero temblor en sus voces de centauros onanistas guardando (y sufriendo) una
educación contenida: “Todo debería fluir con suma sencillez…”, proponen con
medias sonrisas, y delatan sin advertirlo la estúpida complejidad con que
lastran su actitud en este aspecto. Hay una liberalidad en todo ello que induce
a la tristeza y el desgaste en lugar de a un enriquecimiento personal, a una
alegría “física” que podríamos llamar primitiva. Pasan de lo obsceno (hasta
cierto punto de una atracción muy natural en según qué circunstancias) a lo
abyecto simplemente por falsarios: mutarán en políticos de sueldo fijo.
Dos lesbianas en la
fiesta de…: “A ambas nos ha venido la
regla a la vez.” (¡Buenas noches!, exclaman a carcajadas dirigiéndose a la
puerta de salida sacudidas por la risa.)
El desorden es
hermoso… pero sólo para la vista. Y esa costra inglesa de lo usado, tan bella
en los muebles, la ropa de excelente tejido, los objetos, los libros caros.
Resulta que el arte
es… el proceso.
Ama Nueva York (Upper West Side). Tendida
en el diván. Lánguida y viciosa. Indolente y algo sucia. Picotea en vez de
alimentarse de una forma sensata (por ejemplo, rosbif, minestrone, ensalada de
queso…). Y bebe licores dulces, no deja de hacerlo mientras devora libro tras
libro. Hijuela de un Hopper menos campesino y menos boquiabierto urbanita (sus
cárceles del W.): prisionera entre cuatro paredes enteladas, espléndido
secuestro adónde llegan los resplandores malignos de la gran ciudad invisible,
los colores anestesiados, como apagados los ruidos del misterioso frenesí de
decenas de metros más abajo, los pálidos destellos de las luces de la mañana,
la tarde y la noche que parecen materializar con sus tonos y las sucesivas
gradaciones la soledad y la tristeza, el hastío, las penumbras del pensamiento,
la abulia suicida presente todo el tiempo.
El recorrido insensato.
A las 9,15 con S. A media mañana dos horas en el estudio. El sándwich de
lechuga y ternera. La copa con A. En la librería (R.: “Lee a los sureños.”
–McCullers, Capote, O’Connery… ¡Faulkner!-) Otras dos horas en el estudio. A
las 18: aún no ha llegado mi pedido: mañana trabajaré menos. Ducha y me cambio
de vestido (verde, sin mangas, de falda corta). Exposición de F. Luego en
compañía de S. (dos encuentros con él a esta hora del día), A., M., K. y R.
Cena en Puglia. Teatro. Otra copa. ¿Qué tal si…?, parece decir su mano tan
cerca de mi muslo. No. Cada uno a su cama.
Sloan no era realista. Y al decirlo, este otro
pintor realista fulminaba con la mirada, aguardando belicoso la menor oposición
a su aserto metodológico.
“Trabajo con Mozart”.
Quiere decir exactamente: “Soy una artista culta.” Podría discutirse. Si
escuchas música, escuchas música.
Aunque quizás Mozart… ¿Qué ocurriría si en su lugar fuesen Frank, Weber, Boulez, incluso Brückner…?
¿Y qué tal Hindemith?
(El buey en el tejado).
Uno de los días anteriores,
al salir del teatro, con la copa en la mano, el amigo de Morris clausuraba
terminante su motivación para escribir: “Ya sé que se ha escrito todo a estas
alturas (1968)… Pero yo he de escribir para poder leer…”
Peor que las
relaciones peligrosas… ¡las falsas! Esa manera taimada de perder el tiempo, de
que te roben gran parte de lo mejor de ti tan sibilinamente.
Es de esas mujeres
capaces de decir que le hizo el
amor de una forma brutal o tierna, interminable... Peor todavía: ¡de
dejarlo escrito en su patético diario!
Enferma. Ahora sé mi
desgana unas veces, terror otras, de viajar. Nunca me gustó hacerlo, me daba la
sensación de hacerme trampas a mí misma, de no
estar donde debía de estar. El asco de la provisionalidad del turista, sin
poder aferrarte a nada de lo que verdaderamente te sostiene. Sería paradójico
que la enfermedad me condujera a un estado análogo de transitoriedad absoluta.
Aprensiones.
Nadie es una extensión
de otro. T.: finalmente, al paso de los años, se convierten en una sombra… ¡de
algo invisible!
Sucede como en el
arte: indiferencia o desprecio. Lo demás sólo son intereses.
Mejor ser fuerte. Las
batallas de los débiles pueden ser terroríficas, ¡y siempre las pierden!
Es una shikseh. Pero “esa” es precisamente otra forma de llamarte judía de modo
despectivo, pues no expone una sola condición; antes al contrario, recalca la
tuya propia.
Deudas: ninguna moral,
ni siquiera ética.
¿No se ha dicho que
los judíos son cristianos secesionistas?
Agrega El Glosador:
(“¿Qué es judío?”, preguntó Lucette.)
Ray: “Barth. En
Doubleday.” Lo encargo. Se ríe. Desconfía de mí.
La violencia de lo
imprevisto. Conciencia de la muerte: la catástrofe de lo inevitable. “Pero tu
lugar y tu tiempo ha sido en Shiva, cerca de Brahma, lejos de Krishna.”
Cedar Tavern: de
jovencita atisbaba en su humeante interior buscando monstruos. Regresaba a casa
alborozada y confusa, con las piernas temblorosas.
Parece ser que la
verdadera riqueza es la que está por llegar, lo cual es absurdo. Pero así es.
Antes de ultimar una obra, ya creo más en la que aún no he concebido. Y ni
siquiera revolotea en mi cerebro. Ni un boceto todavía.
Kant nos ha sitiado
con altos muros, dijo el profesor. Andre: aprovecharemos sus ruinas.
“Atenas”. No obstante,
todo lo azul y lo blanco (y quizás el amarillo) claudican ante cualquiera de
los hierros o los almacenes portuarios de Chelsea.
Mucho mejor judío que
yo, leía todos los textos de Sholem: “De ese modo”, mentía, “ahorro la sangre y el mal gusto en mi obra.”
El arte moderno es la
verdadera ciencia-ficción de nuestros días. A. se reía. No así S., y mucho
menos…
Eres demasiado
inteligente para el sexo, dijo. Como si un orgasmo, rebajado a una mínima
función física, fuese únicamente cosa
de lelos.
Wittgenstein: diario
(1916): “Los hechos no se pueden nombrar.”
Allen Ginsberg: al
estar escrito, todo se acepta más fácil. Es una cuestión de complicidad en su
dilucidación: este hombre no puede ser estúpido, y yo sé leer. El arte, al enfrentarse a un espectador más apremiante,
exige una rápida comprensión. Pero casi nunca es así. El resultado es el
rechazo, la hostilidad y, en ocasiones, el insulto.
Ginsberg: se quita la
ropa delante del enmudecido auditorio, prenda a prenda hasta despojarse
asimismo de los “sucios calzoncillos”:
todo poeta ha de ponerse
desnudo ante la gente, ¡ha de atreverse a presentarse desnudo frente a los
demás! ¡Muestra lo que sientes desnudo, sin ocultar nada, aullando ante el
mundo!
Pero, ¡ay de los
poetas incógnitos, innominados, invisibles!
Tiene entradas para
las películas del teatro de Carnegie Hall: “¿Compraría tu tiempo y tu cuerpo
con ellas? Al salir (en tu casa o en la
mía), podríamos tomar un vaso de vino blanco.” “De acuerdo. Pero me tendrás
que envolver en un bonito papel. Y el lazo que sea tu pene.”
¿No te acuerdas? Soy
el chico de CCNY. Me acuerdo perfectamente de él. Buenas notas, muy aplicado:
un cero a la izquierda. “Claro”, le respondo, y sonrío de modo diabólico.
Ningún filósofo
utiliza la ironía. En contrapartida, nunca he descubierto en alguno de ellos
desdén, aunque sí indiferencia. (Y en W. hasta el reproche, la recriminación
tan cerca de la rabia). Cómicos:
Russell (no, divertido): History of the
Western Philosophy, ed. Simon&Schuster (1945): comprada de
segunda mano en Ray.
¿Mientes? Lo necesario
para mantener las cosas en calma.
“¿Sabes lo que
significa Häagen-Dazs?”
Observa como dispongo
los materiales y culmino las obras en la galería, de un lado para otro,
ordenando, colgando, atando. “Pareces una mujercita en la cocina”, dice. Y al final de sus años, la anciana ciega
sólo sonreía, quemados los ojos por haber bordado los hilos del oro en las
vestimentas sacerdotales día tras día desde niña, encerrada en el orfanato, en
el convento, en el matrimonio…
Toda relación íntima
es difícil, cuando no imposible por completo. Precisamente por esto, porque invade tu intimidad. En cuanto te
percatas de ello, todo es ya una agresión.
Treinta años después:
“Vosotros, los judíos…”
En Cinema 16:
documentales canadienses.
Todo es negociable. Lo
tengo repetido; te lo cambio por un busto romano. Sólo me quedan tanagras.
¿Tres por uno?
Son dos jóvenes
geniales, son auténticos. De la estirpe de Woodstock. No tienen muebles en la
casa. Se limitan a leer y a la meditación. ¿Dónde comen? En la mano. ¿Dónde
duermen? Uno encima de otro.
Estaba fuera de sí, y
lo exclamó como si expulsara un esputo venenoso de la boca: “¡Ya no hacéis
arte, sólo decorados para unos espectadores que sois los propios artistas! Cada
día que pasa es más difícil comprar algo de valor.” Pobre, ¿qué iba a hacer
ahora con todo su dinero?
Respecto a D.F.: Es
una obra distinta, pero una y otra vez adivinamos el mismo patrón detrás de
todas ellas.
El corazón es un cazador solitario.
Se lee tan bien… ¡hacia atrás!
Huevos revueltos y
cerveza caliente en F. Y luego, de vuelta al trabajo, luchando contra las ganas
de vomitar. (Resinas).
¿Por qué todo es tan
difícil?... No, no es difícil, es distinto: las personas, los hechos, las
palabras, la actitud…
En diciembre del 60 me
prometí a mí misma no arrepentirme de nada. Pocos meses más tarde me había
casado.
Deseas algo con ardor.
Día tras día piensas en ello. Finalmente, reúnes el dinero para comprarlo. Lo
llevas a casa. Entonces sucede algo imprevisto. En seguida pierde gran parte de
su valor, allí, en un rincón, casi invisible, como un cuadro colgado de la
pared al que raras veces se lanza un vistazo.
Si no te entregas a
nadie es que eres un cobarde; si sólo te entregas a los que amas es que eres un
necio. Si sólo te entregas a ti mismo es que no existes. (Escrito un día
después de conocer el análisis…)
Bajo las vistosas
plumas de una condición artística a menudo se ocultan las garras sin manicura
tratando de conseguir una de las becas de creación (a partir de los 2500$ el
filo de las uñas es capaz de partir en dos una mosca en vuelo) que permitan la
pitanza diaria. El arte sería el postre, la sobremesa con la taza de café en la
mano.
No es un verdadero diario, no escribe sobre su
madre.
Siempre cree que es
preciso añadirlo: restaurante-mexicano,
restaurante-indio, restaurante-italiano… Y debería limitarse a
informarnos tan sólo que, cual es su costumbre, no ha comido en el apartamento.
Invariablemente, come lo mismo: ensalada de queso y un bistec muy hecho con
patatas… ¡y una interminable sucesión de rancios pasteles de manzana!
Si contar los sueños
es de mal gusto (y peor es escribirlos), ¡explicarlos ya es el colmo!
Lo dijo de una manera
tan estudiada, tan novelesca, que parecía una réplica shakesperiana, como si
ambas estuviésemos sobre el escenario bajo la atenta mirada de un público
entregado: “Emponzoñas el aire”.
¡Caramba!
Música atonal: le
permite ir bien vestida a la dama y mezclarse entre grupos de gentes
distinguidas, adineradas y cultas. Sin embargo, el arte contemporáneo abstracto
o conceptual, salvo el día del vernissage,
poco tiene de ópera, de excusa para
exhibir el atavío ¡Y una perfomance
puede echar a perder los mejores atuendos con raras salpicaduras!
Sin inmutarse
prodigaba las bravatas el tipo de la pitillera dorada. “Hasta James, quizás
Proust.” (Cinematográficamente: Murnau.) “Hasta ahí llego. Luego todo es
industria o camelo”, pontificó. Y en el teatro: “Shakespeare, querida, no
importan los demás, ninguno de los otros, existen miles de formas para una
puesta en escena memorable que evite lo reiterativo. Es suficiente con eso.” El
tipo de la pitillera dorada salta de un avión a otro recorriendo miles de
millas, conduce un cadillac metalizado último modelo, habla por teléfono una
docena de veces al día, se informa a través de los noticiarios de TV, utiliza
una calculadora Texas Instrument de última gama (1970), viste ternos con el
corte adecuado, tejidos y tonos afines a su época… : Otrora, cuando daba “rienda suelta” a sus correrías y galopadas por un
Manhattan nocturno, alevoso y delirante de neones y luces rojas… (No acepta
la evolución en general, sólo…)
Pensar (y nada de las
reacciones químicas del cerebro): una manera de ver las cosas… Es una visión
interior construida por el lenguaje o la imagen.
En el Village, justo
en la esquina de Washington con Broadway (el mejor sitio para emplazar tu
comercio callejero es una esquina, solía decir muy seria Betty -La Mamona-
Suck), hay un gran cajón con revistas viejas a:
una, 3 centavos
cinco, 10 centavos
diez, 15 centavos
veinte, 20 centavos
(Algunas de ellas son
realmente apestosas… e interesantes aun deshojadas.)
Diseñar una conducta,
una manera de pronunciar las palabras, dibujar ademanes, controlar los gestos,
colorear miradas.
Ni uno solo de
nosotros extendía la mano esperando la moneda, no acuciaba el hambre nuestros
estómagos y la ropa, aunque extravagante, cubría nuestra desnudez… Pero míranos
a todos ateridos en nuestros cold-water-flats,
pagando el precio justo por crear el futuro: grandes genios, grandes fortunas.
Nunca asentía con la
cabeza a la manera de Madison Avenue. Sólo consumía tiempo, y muy
acertadamente. En efecto, la chica promete.
Seré todo lo valiente
que sea capaz, todo lo ininteligible que pueda conseguir.
¿Su arte? Un hot-rod de dirección única con el que
poder estrellarse tranquilamente hablando.
R. :”Lo malo de
comprar libros de saldo es que a muchos de ellos les salen las páginas blancas:
el premio gordo de la lotería.”
Estuvo recitando
plegarias todos los días durante un año, bañada por la salmodia de un kaddish
oscuro como su lengua primigenia: madre y criminal.
Cenar un bote de sopa
de tomate y guisantes Campbell no es la mejor manera de permanecer lúcido hasta
la hora de meterte entre las raídas sábanas de tu camastro. ¿Por qué nacen los
fracasados? Nacer es un éxito, un verdadero triunfo sobre otros 500 millones de
tenaces competidores, vivir tendría que serlo igualmente.
Allen Ginsberg, ¿hay
que temer a las madres que con un bolsito de piel sintética en el brazo y un
pequeño sombrero pasado de moda en la cabeza vienen a casa desde el manicomio a
pasar la tarde? Ofrécele una taza de café y unas pastas, cuéntale mentiras.
Ponle la radio. Y una vez adormilada, la despides: a la jaula, madre.
Yisborach, v’yishador,
v’yispoar, v’yisroman.
Artistas, poetas sin
madre, cobardes, aprended a vivir como ella: ella, vieja, todavía en pie, solitaria y vencida, ganaba 50 dólares
a la semana trabajando 10 horas diarias, pagaba 5 dólares por una habitación
amueblada con una ventana, y en sus días de fiesta, mano sobre mano,
silenciosa, triste, sólo miraba a través de los cristales sucios las vías del
tranvía y el parque desolado con la hierba raída unos metros más allá. Pero la
muerte no llegaba y todos los días, al amanecer, acudía al trabajo.
Bien, podría
inscribirse en una Escuela de Adultos: Pintura, por ejemplo. Una terapia al
alcance de cualquiera.
El coleccionista Z.:
uno de esos tipos que cuando llevan a pasear al parque a sus hijos los sueltan
de la correa de oro… ¡sólo por unas horas!
L.P., días después de divorciarse: “¿Sabes?, estuve toda la tarde escuchando sus peroratas, aguantando con verdadero estoicismo cómo pontificaba acerca de esto y de lo otro. Al final, la gota que colmó el vaso de su indignación ecuménica fue cuando intenté impregnar de una nota de humor su cólera justiciera: -Querido, en lugar de cambiar el mundo, ¿por qué no me ayudas a cambiar los muebles de sitio?-. Se puso hecho un basilisco El Gran Señor de las Flores.”
¿Qué 68? No sé nada
del 68. A mí sólo me interesa el arte que, como es sabido desde Mister Wilde,
no sirve absolutamente para nada.
R.: “Se aprende mucho
de lo que uno no se sabe.”
R.: “La filosofía
antigua buscaba la poesía, éstos destripadores de juguetes de ahora buscan la
lógica. Han dejado de interesarme. Ahora son previsibles.”
(A W., católico confeso,
le atraían especialmente las fisuras de todo sistema filosófico: le bastaba el
misterio de la religión, de ahí sus hachazos kantianos y celadas semánticas.)
Entonces: mi obra es
un atentado al misterio, pero también a la claridad de la tradición.
Vuelcas en el arte la
inmundicia: cada día más limpia. Esa es la auténtica catarsis. Voy obrándome. Yo: la obra de arte. Y líbrame de los
despojos, amén.
Negaba el lenguaje, y
para hacerlo lo utilizaba, se valía de él como víctima y victimario a la vez.
Un ejercicio de refutación que se descalabraba a sí mismo.
En los sueños quien
menos importa, porque nada decide, es uno mismo: es el soñado, es la marioneta zarandeada por la extravagancia.
No me someto a las
exigencias de los demás, pero al tratar de conciliarlas con mis auténticos
deseos suelo establecer una comparación en la que siempre salgo perdiendo: mi
indiferencia ante sus apremios me relega a secundarles, y por comodidad a
aprobar su egoísmo.
Leyes naturales: el
arte es sofisticado, y aquél que en nuestros días pretende representar la
naturaleza del modo más fiel un falsificador: la propia ejecución revela su
mentira. No puedes tocar el agua en un lienzo, nos deja estupefactos el vuelo
del ave detenido, y las montañas abarcan una mano, planos son los árboles…
El Coleccionista quiso
un retrato: un monstruo eternamente con los ojos abierto. Y pagó dos veces por
ello.
El cuerpo físico y perverso tan sólo como el cofre
de un pirata del que extraer perlas y turquesas, esmeraldas y oros…
Godot.
Esperando.
R.: “Existe un
escritor italiano que había creado un diablo mayor: Gog.”
Después de hablar con
R. (Una notación en el lenguaje por muy inexacta que sea no basta para
desmentir un significado aunque sí para menoscabar su pureza. En el arte puedes
truncar mediante la ambigüedad objetual cualquier
significado.) Precisamente, debería
haberle respondido (como suele decirse, imaginativa cien años después), que
ése es el predicado de mi obra.
Todavía pienso como
una pintora, aunque ya actúo como una
escultora. Lo que me impide dar el gran salto no es sino una cuestión de
comodidad física, lo cual no deja de constituir en semejantes circunstancias
una absoluta deshonestidad por mi parte, puesto que mis influencias ya son del
todo evidentes.
Soñaba con caracoles
metálicos. La hechura acorazada les protegía de los depredadores. Organismos
vivos que eran carne y metal a la vez.
Una mente porosa,
influenciable, siempre aprende. El estilo
es otra cosa.
¿Qué hay del
significado? ¿Todo quiere que signifique? ¿Es preciso que sea así? ¡Existen
objetos, hechos, palabras que nada significan! Son, digamos, una cuestión
representativa tan sólo. Una arbitrariedad: creer lo increíble: la gravedad tira hacia arriba. Si soy arbitraria,
creeré en los disparates que imagine. Son.
Se los lanzo al mundo como una bofetada.
Precisamente, en ello
estoy, una proposición es una imagen.
El sombrajo se sostiene a sí mismo sin excesivas cargas teóricas.
Remarks: en eso debería consistir mi trabajo.
Acechos.
Soy como la bestia
agazapada que salta de las sombras para acechar la inocencia de los niños que
juegan a la luz del sol. Esta es mi carne, esta es mi sangre. Dejad que se
acerquen a mí esos cabroncetes, ya les daré yo la merienda de las cinco…
La misma transgresión
implementa mi obra.
Una escultura
inacabada, la falla de su estructura, revela más acerca del mundo que las
palabras. Puedo ver sin entender. Ni
siquiera nombro aquello que no sé lo que es. ¿Qué es? Es suficiente con eso,
con el mero interrogante: te tiene inmóvil frente a ello. Esa pregunta ajena me
avala, certifica mi poder.
Y, ¿ahora qué?
Busca homologías: más
allá del sentido (que nada importa en el reino del absurdo) soy consciente de
que una tela de araña pletórica de relaciones, correspondencias, nombramientos
termina por imponerse.
Maldito quien la desentrañe.
Qué simple es el palo
hundido en la tierra, como antena de lo profundo de ese mundo invisible. Da un
millón de vueltas alrededor de él, sin rogar, sin religión alguna. Eres el
primer ser de la creación, el dueño del mundo. La boca cerrada. Sin salmodia
que valga. Circula una y otra vez a su alrededor.
Una función semántica:
mis pasos en torno al trasto erigido sobre el suelo: ellos me dibujan,
proyectan mi imagen que es discernible en la composición final. La cuestión es
fácil de liquidar: muerta yo se acabó la función.
La obra asocia a mí. Yo era el signo.
Abandona la vida,
cierra los ojos, duerme, que todo fuera
un sueño.
No buscar en la
naturaleza un correlato objetivo de mis pensares, temores y angustias, no
hacerla espejo de mi ánimo o desconsuelo. No sacralizarla. Buscar en mí aquello
de la naturaleza que más se humaniza en su contemplación, ¡pero en los ojos del
espectador!
Huía de una vida
académica que sólo podía conducir a lo ritual, a la obscenidad de lo cotidiano
y a la frustración. Pocos años más tarde descubrí, ya en Yale de nuevo, ante
los “boquiabiertos”, que no hace falta
que escupas a nadie a la cara. Limítate a demostrar con la mayor sencillez
lo que de verdad sabes. Y fui
ecuánime. ¿Sería por la “enfermedad”? Pero estar enfermo no es sinónimo de
debilidad, de falta de entereza; al contrario, te torna valiente y, a veces,
hasta sabio.
En el 66, de vuelta a
Nueva York, la hija pródiga desplegaba hambre saturnal: lo devoraba todo.
“Oigo” tus obras,
dijo. Puedo entenderlo perfectamente.
Cierro los ojos: te veo: Film, de Alan Scheneider con guión
de Beckett y la sombra sorpresiva de Buster Keaton asomando por lo ángulos, desmintiendo a la cámara.
Las obras… Lo que es
posible contemplar en ellas es el camino a una imagen mental incapaz de
determinarse plásticamente.
Ella podría decir (todos podríamos afirmarlo) como Stendhal que a los 12 años era un
prodigio de ciencia, y a los 20 un monstruo de ignorancia.
“Soñabas”, se sorprendía mi padre. “Hablabas en alemán.”
T.M., en el Zauberberg: lees a la alemana, amas a la alemana…
Los lápices de color
que me gustan son los que están bien afilados y gastados por la mitad.
Puedo adaptarme a
cualquier escenario, a cualquier situación: puedo transformarme sin esfuerzo.
Es la ley de mi raza: encajable.
Lo que distingue el
absurdo objetual de los “antiguos” como Duchamp de las creaciones de los
modernos del siglo XX como yo es la tosquedad nuestra respecto a la pulcritud
técnica de aquéllos.
Toda mi obra es un
autorretrato. Y recordó: de su alma feroz y complicada.
El párpado, un
obturador traicionero, que de tantas cosas te distrae.
Llena de luz.
El absurdo no es una
cuestión de imprevistos (el castigo, la recompensa, la enfermedad, la gracia);
es, simplemente, algo tan fácil de concebir intelectualmente que cuesta creer
que un día se materialice y que sea el misterio de su porqué el que prevalezca
sobre cualquier explicación racional: un tumor en el cerebro, como el que ha
tenido la desfachatez de irrumpir en mi habitación, carece de toda lógica por
el albur siniestro de su aparición.
Odio las flores.
Su olor de cadáveres
me hace desvanecer: testas decapitadas.
Dijo: hay que esperar.
La única respuesta es
volver la cabeza y mirar a través de la ventana cómo avanza la mañana, aún clara
y fresca.
Técnicamente es una
mentira: “Por el momento tenemos que esperar. Debemos hacer más pruebas.”
Tienes que esperar.
Definitivamente, los
desiertos avanzan sobre mí.
Anne Sexton: coge una
de mis manos dulcemente, y su mirada húmeda y acogedora parece implorar: ven,
me dice, te llevaré al infierno, verás lo que allí se esconde, lo que
verdaderamente es el dolor, pero luego te libraré de sus llamas, de nuevo te
devolveré a la vida, alejarás de ti las quejas, el lamento pueril, te aferrarás
a los días como al más precioso tesoro.
Efectivamente, se
puede disfrutar con la sola taza de café humeante en la mano y contemplar cómo
el atardecer empieza a ensangrentar las ventanas más altas de los rascacielos
del Downtown.
En la estética india
existe una noción, rasa, que es como
la piedra filosofal de todo quehacer artístico. El arte como una ventana a
través de la cual percibes miles de mundos diferentes. Un perpetum mobile que te induce a maravillarte y emocionarte una y
otra vez al contemplar una plástica de revelación.
Ah, una última cosa,
dijo. Una última cosa por hoy… Si adivinara que mañana iba a ser su último día en la tierra cambiaría
rápidamente de parecer.
Con D. en la galería.
“Tienes mal aspecto.”
Y se desmaya, se
desploma lentamente al suelo como una marioneta sin hilos.
Junio de 1969: todo a
mi alrededor despide un aire malsano, colores funerales.
Líneas que se
quiebran.
La tierra y la sal.
He hecho lo que he
podido con lo que he tenido, mucho o poco: nunca lo sabré.
“Camarero, un regular.”
A rodar.
Me pregunta lo que
motiva todo esto… Las interpretaciones freudianas o meramente estéticas
responden a categorías lejos de mis verdaderas intenciones. “Entonces”, repuso,
“se trata de algo subliminal, inconsciente.”
Así, quedaba satisfecho, puesto que esa inconsciencia justificaba la
complejidad e incluso la imposibilidad de cualquier desciframiento, lo que
explicaba de sobra su perplejidad inicial ante lo ininteligible. De hecho, ¿qué
importa la causa que te proyecta a un principio? ¿Sabemos acaso lo que produce
el primer instante del big bang? Y
ése, al parecer, es el principio de todo. Las causas deberían ser una
incógnita, lo más bello del arte, en
definitiva. Lo que no se ve. Y,
ahora, lo sé, todas mis obras son simples preguntas más que respuestas, la
típica esterilidad socrática.
Drácula, al
contaminarnos con su sangrante beso, libera el monstruo que llevamos dentro. Y,
a la vez, anega nuestra mente con placeres impensables, la más perversa
voluptuosidad. Entonces, el verdadero cuerpo, el otro, sale a flote, disipa la timidez enfermiza y antinatural,
nos libra de la medrosidad y la tibieza. Nos adentra en las tinieblas
subyugantes del goce desprovisto de la atadura moral. No hay reglas, ni
límites, sólo la enorme colección de los deseos, la razón física absoluta.
[Ir a la contra: otra
cosa no es el arte.]
Creerán que son una
Louise Bourgeois menos explícita:
porque también la huida, el miedo, el cuerpo, el dolor, la condición… Toda
mujer es alma gemela de… otra.
¿Y si todo esto es una
filfa?
¡Menuda pájara! ¡Se te
ve el plumero, guapa!
¡Se la va a colar a
él! ¡Un verdadero birdwatcher de los
que ya no se ven (sic)!
10.000 especies de
pájaros… ¡5.000 pájaras!
(Dijo: “No hay pájaros
en Pekín.”
“¿Y eso?”).
Hamburguesas dobles,
patatas fritas y un batido de fresa, y entreteniendo la sobremesa medio paquete
de Camel y tres cuartos de litro de café: perfecta para el infierno. ¡Tan fácil
dejarse ir de ese modo de la mano de venenos, olvidos, pequeños crímenes…!
Recordar la fecha (qué
desánimo para estos tiempos): “Monsieur Mutt” se saca de la chistera Fountain en 1917. En verdad, en verdad
os digo que todos somos hijos de él.
¿Le compraría algo?
Enhiesto el meñique al
beber de la copa el apestoso licor dulce. Vive en “Lex, con la 64, nena”.
(Compró: por mediación
de D…: 400 pavos. ¡Qué extrañas complicidades!)
Lo inestable de todo…
porque está vivo.
Ha de morir. Al igual que Kafka
deseó ardientemente que el fuego destruyese sus escritos para que fuesen el
pasado, pues ya habían existido como
escritura y él despreciaba el futuro, no me acongoja en absoluto la
desaparición física de mi obra. Sin
mi intervención, pero ése es su destino. El final que les aguarda físicamente
termina completándolas desaparecida yo
misma.
Variaciones:
Ese final ya se encontraba en el principio, aguardando, como en ese instante
implacable y predeterminado que una bomba de relojería es activada tiempo antes
de su explosión. Al conformar una pieza con un material fungible y perecedero
ya creo el propio final aun sin mi
intervención. Lo más plausible de un crimen siempre es la concepción: sé de
decenas de artistas cuya obra de arte, encerrada en su cráneo, jamás será
desvelada, permanece en el más absoluto secreto. A estos artistas su ejecución
física les aburre mortalmente una vez configurada en su cerebro, y de ese modo
nunca ve la luz del sol.
En 1957 un gitano
astroso y embustero de Greenwich Village que vendía alfombras le echó la
buenaventura:
“¿Qué cosas buenas
quieres que te ocurran?”
“Todas”, le contestó
con la voz más cruel que pudo.
Trabajo con algunas
ideas, pocas. Pero entiendo muchas más. Son latentes, mi “léxico pasivo”.
Toda su obra se está
desintegrando, se deshace día a día, se cae a pedazos.
(Como las páginas
escritas de un libro al que alguien –si bien con gran pericia- cambiase las
palabras de sitio, las revolviese sin orden ni concierto:
-Y todo esto, ¿qué
significa?
-Son palabras.
Palabras nada más.)
Hoy, D.J.:
¡me lo he encontrado
de frente cuatro veces!:
paseando a un perro
grande de color miel, con una enorme caja en las manos al mediodía, tomando
café en la terraza de KS en Greene Street (esa calle donde al andar parece que
te vas a hundir de un momento a otro), saliendo al atardecer de St. Patrick’s
(¿?)… No puedo imaginarme mayor contradicción que la que existe entre su obra,
técnicamente impecable hasta en el más mínimo detalle, pulida, minuciosa y
brillante hasta la extenuación, y él mismo, desmadejado, vestido de cualquier
manera, con el cabello leonado y la severidad barbada de su rostro. Tiene el
estudio en la calle Spring con Mercer, a cinco manzanas de Bowery, así que no
es tan extraordinario, solo que… En fin. En cierta ocasión vi que se acercaba a
mi “taller”, pero en ese momento empezó a salir el humo químico por la ventana
y el tipo dio media vuelta y se alejó con evidente nerviosismo.
El frío parece tener
su luz propia, difunde una transparencia que azulea los objetos, como si todo
estuviera tallado en cristal o en un hielo azul.
SUSTITUTIVOS.
Concordancias,
similitudes, SUPLANTACIONES.
EQUIVOCO.
M. ha muerto. Tres
días antes de Navidad. Flaca y furtiva, dejaba a medias todos sus cuadros desde
hacía un año. Le aburrían. Los apartaba a un lado. Pero empezaba de nuevo, se
enfrentaba al lienzo y daba comienzo a un proceso que la embriagaba y entretenía.
Es decir, le gustaba el acto de pintar.
Desdeñaba el resultado final que, para ella, era algo muy distinto a lo que
pudiera creerse: eso, precisamente, diferenciaba a un artista de un “aficionado
a las Bellas Artes”: la copia perfecta, el ridículo ultimátum del guerrero con
el pincel en la mano. Ha muerto desahuciada físicamente, pero con dinero
todavía en el banco y el alquiler del apartamento en Lower East Side pagado
hasta el año próximo.
Los muertos… bajo la
nieve de este diciembre blanco y helado. Recuerdo el cuento de J…
Los muertos, que eran fuertes en vida, pero lo que la muerte hizo de ellos ha sido lo más indigno: los deja indefensos, sin respuesta ante los falsos recuerdos de los otros, los que los sobreviven, los desnuda sin piedad o los cubre de mentiras la rememoración inútil y gratuita, la memoria bastarda. Peor aún: expuestos a la vilantez, la debilidad y la ceguera del mundo de los vivos que más allá de la evocación y los recuerdos, algo todavía perdonable por pertenecer al silencio, son capaces de hablar, de escribir, de pintar: los crímenes perfectos para con los muertos que no han de desdecirlos, no podrán hacerlo jamás.
Una escultura de
hielo, una materia limpia, profunda a pesar de su transparente liviandad. O,
tal vez, precisamente por ello, por la nitidez de su volumen, su gracioso
discurso evanescente.
Vive en una de las brownstones (que heredó de su madre) de
Greenwich Village: lee a los imaginistas. Dice que es escritor. N
unca me ha permitido
leer nada de lo que escribe. Sin embargo, continuamente exhibe un libro entre
las manos (el Pound temprano, Amy Lowell…):
el verso libre
propende a la componenda de la imagen.
De Lowell me regala la
biografía que escribió de John Keats (intenté leerlo, intenté…)
“Lo tuyo es…”,
balbucea sin poder acabar la frase, pálido e inmóvil en el estudio, respirando
con dificultad el aire viciado que impregna el techo, las paredes, el mismo
suelo. No se atreve a mirarme.
(Se habrá atragantado
con la porquería dulzona que ingiere.)
“Interesante,
¿verdad?”, me apresuro a socorrerle. (Tal vez así lo pierda de vista de una
vez.)
El tipo asiente con la
cabeza.
No tengo la respuesta,
dijo otro. Pero era chistoso: “Quizás la tenga Dear Abby… o su fantasma Ann
Landers.”
Quien seguro que la
tiene (aunque no sirva para nada) es Billy Graham.
Debes guardar la
compostura, y ojo con… Es en los momentos que estoy más sola cuando más me verán.
Mediocres: engreídos y
desdeñosos a partes iguales.
(Él se alimenta de
devora galletas Oreo, palomitas de maíz y un hot dog los domingos. Es… altivo.)
Después de
una lectura de Walter Benjamin:
No
parecido: semejanza.
La
facultad de producir semejanzas en las danzas ancestrales conlleva asimismo el poder reconocerlas. Sometidas al
curso de la historia, sus significados primarios, su relevancia como códigos
plásticos se ve atenuada, al igual que su carácter procesual, por una evolución
tecnológica e intelectual que todavía no sabemos si es suficiente para producir
un debilitamiento de aquella facultad ante otras maneras de comunicación visual
o, por el contrario, origina una transformación del poder perceptivo del hombre
que exigiría aun inconscientemente tales
medios de intervención similares a aquellas danzas primitivas mediante nuevos
planteamientos plásticos.
Grafología:
en la escritura se ocultan imágenes que produce el inconsciente.
Hablaríamos
entonces de correspondencias inmateriales, en contraposición a las semejanzas
sensibles.
Leer lo que nunca ha sido escrito.
Una
lectura anterior a toda lengua.
¿Dónde
leen el hechicero, el arúspice el gurú y la pitonisa?
Vísceras o
runas, estrellas o el fuego…
Los terrenos de la magia:
Las
claves más sagradas del arte.
El arte y sus
entrañas… excremencial.
Origen: alemán.
Sin embargo…
¿Qué se pensaba?
Buscaba manos a las
que asirse.
Demasiado morena, la
mirada oscura y profunda (dice…).
Judía: poco que ver
con la valkiria cuya melena dorada se ondula al viento, ni con el busto de
Goethe ni su mirada de piedra, su frialdad de mármol (el de la tumba).
¿Por qué hablaba de
Hitler…?
¿A qué santo réprobo
(“si el oxímoron es tolerable”) del averno se deben estas saturnales
ocurrencias?
Din-Don: “El artista
que más influyó…” Etcétera.
Realmente increíble…
¿o sólo una canallada?
“Una buena nueva os
doy…”
(Adolf Hitler, artista
aficionado olvidable –ni siquiera mencionable en lo sucesivo-, no fue, a medida
que afianzaba su poder político y terrorista, sino el producto de una estética
equivocada que condujo al desastre a todo un país subyugado por increíble que
parezca por una parafernalia iconográfica y una iconología diabólicamente
gritona e hipnótica. Más allá de lo económico y las castas que contribuirían
interesadamente a su sostén ideológico, serían los signos y la simbología de
una plástica viciada por sus mediaciones trapaceras tan llamativas aparencialmente
los que trastocaron (o anestesiaron sin excusas inocentes) todas las reglas
morales de gran parte de la sociedad alemana, que se precipitaría a la tragedia
desde la obscena asunción de aquellos evangelios tan extraordinarios como
funestos.)
Y ¿después de esto…?
Hincharme a base de
jarras de pegajoso cristal llenas de cerveza tibia en Mcsorle’s Old Ale House.
Reventar (uno de esos
días).
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