viernes, 18 de octubre de 2019

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Dicen que esa frase es de las más apasionantes que existen. 
Ella es una cría alarmada por los sueños, por el cuerpo, por las alucinaciones del… ¡arte!
Stendhal/Malagrida: la palabra le fue dada al hombre para ocultar su pensamiento.
Podría decir como Stendhal (mucho me gustaba de aquel hombre su alojamiento, que parecía especialmente creado para el pensamiento): crear su compañía como el mejor escenario para dejar correr la pluma, incluso ladinamente escribir acerca de ti mismo:
Territorio Hesse, una libertad extrema de donde sólo la muerte ha de arrebatarte.
En el Village. Apenas hace un rato que ha amanecido. Las calles se hallan cubiertas por una nieve gris.
Las calles estrechas de árboles desnudos por el frío, pero la luz amarilla y acogedora de las cafeterías recién abiertas invitan ya, recién empezado el día, a la pausa, a la cámara lenta de la introspección, al brebaje caliente y la sensación ¡otra vez! de estar vivo en la mañana inaugural.
Descubre desde lejos al librero ascendiendo (literalmente, parecía levitar hacia el cielo aún gris) hasta el exterior por la oscura boca del metro en Christopher Street.
¡Hey…
Sin dejar de andar:
Raymond Th. Yeats (2/1969): “Oye, español, la pregunta real es: ¿por qué se creó el universo hace 13.000 mil millones de años? ¿Por qué exactamente entonces? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no después? Esa es la respuesta que debe preocuparnos… Lo demás carece de importancia metafísica, ya sólo es materia en fuga, física y química, genética, biología, evolución… ¡En resumen, la cacharrería de la vida!”
Lo deja a la puerta de su librería. Ni siquiera pregunta adónde va él (triste y con una mueca de dolor en la cara), a primera hora de una mañana nevada y gélida de febrero. Anda, y eso es todo, anda, y puede ser que hacia atrás.
En 1967.  Exposición «New Documents” (Dianne Arbus).
“Esta Nueva York…”, balbucea En efecto, bajo la robusta piel de la ciudad y sus aseados habitantes, del trajinar colectivo y los trabajos y los días, lejos de las luces cegadoras y la vorágine hormigueante de la ambición cotidiana se ocultan los monstruos, aquellos a los que les están vedados los verdes parques y los vestíbulos de mármol, los teatros de moda, los asépticos y esplendentes centros comerciales, los museos para turistas… Hasta las mismas aceras, sucias y atestadas, que algún día han de conducirles al hospital, al centro psiquiátrico o a la cárcel les están prohibidas. Ya puestos, una alfombra roja al infierno: recoja su premio. Se lo merece: ha vivido… ¡y ha vivido en esta ciudad!
“En realidad”, dice, “sólo son una mancha, un goterón… Algo casual, deviene causal…”
Creará una obra con eso (eso).
“En el tejido cruel de la urbe sofisticada, multitudinaria, capital del mundo, esas manchitas no son nada peligrosas.”
Sí, en efecto, hay mucho de la América de los años sesenta en esta obra, una parada interminable de bienestar, podredumbre y monstruos encerrados en su sala de estar, alelados delante de un televisor voluminoso cuyas relucientes antenas parecen apuntar (y disparar) directamente al cerebro.
Y justo cuando debía empezar, vuelve a Alemania. La judía americana artista parece huir. Pero, no sabía nada de nada, volvió a N.Y. Una ratonera, a fin de cuentas.
Ella disponía de un algoritmo capaz de solucionar el increíble tejemaneje material. Invariablemente hallaba remedio a una plástica de batiburrillo arbitrario o de ascesis semántica (que por su implacable sencillez propendía al más irritante de los enigmas que uno podía sufrir). ¿Es necesario adivinar lo que muestras? En absoluto, basta con verlo. Todo su significado, dramático o emocionante, reside en su contemplación. Su hechura proviene de una alquimia tan propia e intransferible que ha renunciado a su clarividencia por parte de los demás. En todo caso, ello potencia una plástica y facilita una comprensión meramente artística. ¿Qué es el arte para un espectador sino una visión?
Convengamos: empático en el mejor de los casos; de lo contrario, rayajos, grumos de color, abigarrados trastos cuya caprichosa secuencia pretende “declarar” un sentido. No mires, entonces. Huye a través de las épocas, hacia atrás, siempre hacia atrás. No eres de este mundo. Quizás tampoco del otro… Eres un postizo. Una añadidura inútil (haberte espabilado).
¿Qué haces?
Estudio el verde.
Y eso en un día de viento helado, de sórdida grisura.
Qué tipo, dejando pasar los días, entre Oblómov y Van Kinkle. Quieto, como una palabra aislada y muerta en la página aún blanca.
Porque… al final se llega. De una forma u otra, se llega.
¿Qué nos enlaza de un hecho a otro a lo largo de nuestra vida? ¿Qué orden es ése del suceso…? Nada más opuesto al pensamiento sin orden ni concierto, sin trabas, libérrimo, saltarín, de estrafalaria ubicuidad, que lo lineal y rectilíneo del curso biológico hasta el mismo fin, una raya cruel hasta la cruz: final de partida y destino inamovible: allí te espera la muerte con los brazos bien afilados, aunque te escondas en el lugar más recóndito, sumido en las tinieblas más espesas o replegado en el fondo de ti mismo.
Ha de llegar a lo más bajo, hasta agachar la cerviz al sucio suelo: el Negro escribe necrológicas por encargo. Laudatorias: execrable trabajo, ningún muerto mayor de diez años es inocente… (vaya eso por delante). Pero él, miente. Miente.
Obituarios: exige, naturalmente, el pago por adelantado.
Frío. Nieve. La mejor hora para pasear cuando ha cesado de nevar es la mañana siguiente: el cielo muestra todo el esplendor de un azul intenso e impenetrable, y en las calles una claridad de cuchilla parece radiografiarlo todo, hasta la misma conciencia de los seres y las cosas. Luego, pasadas las horas sólo pisas nieve sucia, nieve negra o del color del barro. Y el frío sigue. Y luego, la noche helada (que siempre te coge en el metro, a una hora de camino del agujero donde desentumeces los músculos y calientas los huesos con algo hirviendo en el tazón asido por las manos aún adormecidas).
Es una rareza. Pero es.
He aquí la joven predestinada a la gloria (antes al infortunio: todo tiene su precio en el mercado de hombres y mujeres). En ella se alumbra una nueva dimensión perceptiva.
Es una sinestética. Los sentidos se han entrelazado, y unos y otros son intercambiables: huele colores; saborea música; un cuadro es dulce… o salado; una pieza de Mozart, azul.
El proceso perceptivo alcanza lo sublime en el desorden sensorial. Una mezcolanza magnífica. El estímulo es errático, pues unos sentidos provocan sensaciones repelentes, contradictorias, disparatadas: oigo el color; veo la música: ante mí un concierto maravilloso de colores.
¿Y las palabras? Cada una de ellas tiene un color, sus vocales. También los días (de acuerdo Monsieur Rimbaud).
¿Acaso no nos movemos en los conceptos más abstractos a través del manejo de dimensiones físicas?
Puedes imaginarlo todo… Pero, ¿verlo?
El pasado: y vuelves la cabeza hacia atrás. Pero, bueno ¿y si está delante?, ¿el infierno arriba?, ¿el cielo abajo?, ¿las aguas que buscan la tierra adentro y no el mar?, ¿la tierra que no quiere tus pies?, ¿el viento que materia se hace y no te golpea, y te hace sangrar?
Al salir del Met pasean un rato por Central Park, por la parte norte del Conservatory Water.
Ella ya es aire, nada.
(Un martes, atardecido afuera, de regreso a casa, pegó la cara al cristal del vagon del metro y la vio de pie mirándole a él, en una estación fantasma de la línea 6, City Hall, en Brooklyn Bridge, y le pareció que entreabría los labios, susurraba…)
Mira a los niños jugando entre los bronces, se esconden bajo los grandes hongos, las niñas aún con las piernas de seda, las bragas de blancura virginal e infantiles al aire, los ojos de diamante, las bocas de agua fresca, inocentes, abiertas, las manos de caricia, los gritos festivos que alimentan la hambrienta lujuria del lobo.
Tantas cosas son las que se van a quedar sin hacer…
Una vez, queridos niños, cuando ya el deshielo hacía brillar de nuevo las verdes aguas de los estanques, en Central Park me crucé con el diablo Carroll que, al mismo tiempo que os fascinaba relatando las maravillosas aventuras de la grandullona, incrédula y algo marisabidilla  Alicia, os robaba las almas con su inocente cámara fotográfica, máquina mágica y sin par pervertida (sutil y enmascaradamente).
Rodeado de sus taimadas criaturas, tiende las mallas de la captura mediante el embeleco de su lengua viscosa de adulto, se disfraza de Alicia, se rodea del gato, del sombrerero, del lirón... y todo ello a unos metros de la Quinta Avenida, en pleno Central Park. Método, notación, sistema. Se yergue Eva en Wonderland: aprende a coser, a soldar, a cortar y pegar, anudar.
Una actividad espectral: ¿cómo unir todo esto?
Es fácil: cada puntada es una herida abierta al sol.
Lo primero, el conejo. Arrancamos.
Querida niña (dos puntos).
-¡Cómo corre el condenado a ninguna parte!
-¿Quién eres?
-Por mucho que corra, llegará demasiado pronto. Es un conejo estúpido.
-Esa es una idea ridícula…
-Sé a qué has venido. Te conozco muy bien, perillán, falsa niñita…
¡Aparta esas manos, cerdo!
-¡Ah, mi niña, mi querida Alicia Hesse, cuánto has llenado mis pensamientos! ¡Qué encantadores momentos he disfrutado concibiéndote, qué magnífico pasatiempo…! ¡Y llevarte de un lado a otro, sostener el tejido de tu arte…!
-¡Deja de manosearme o ahora mismo llamo al gato!
-¡Al gato…! ¡Ja! En estos momentos se ha disipado en el polvo cósmico. ¡Te has quedado sin gato, sin sonrisa, con sonrisa pero sin gato, con gato… pero de aire!
-Sólo quieres embaucarme…
-Nada malo va a pasarte, querida niña. Somos tus amigos, ¡la panda de Alicia! Ya los irás conociendo a todos. Y eres tú, preciosa, quien ha venido aquí. Por voluntad propia. Si lo sabré yo. Uno, querida, es dueño de sus sueños.  
-¡Me vuelvo a mi casa!
-Imposible. Tendrías que despertar. Y, ahora, ya es tarde para eso. Eres nuestra prisionera porque así lo has querido tú. Eres lo que eres. Y, como todos los humanos insensatos, nos has creado como si tal cosa. Ahora pagarás las consecuencias: ¡Otra loca y perdida que ha robado el fuego!  Además, tú nunca crecerás.
-¡Eso lo dices tú! Cerraré los ojos… y habré despertado.
(El mundo al revés.)
-Ciérralos todo cuanto quieras.
-Este lugar… Me da miedo.
-¿Qué crees que te espera ahí afuera, necia? Dolor y engaño, muerte y sufrimiento… ¡y sin fantasía!
-¡Quiero irme inmediatamente!
-¡Y a mí qué me dices! No soy yo quien te ha traído a este lugar. Han sido tus… ¡malas artes!
 -¡Me voy!
-¡Estas en el hoyo, estúpida! ¡No saldrás de aquí! Además, deberías dar gracias de haber escapado a la suerte que te esperaba. Y en lugar de eso, te atreves a despotricar de tus verdaderos amigos. ¿Sabes dónde podías haber acabado? ¿Lo sabes, no? De sobra lo sabes. Habrías acabado en un campo de exterminio… asfixiada como las ratas con el Zyklon B. ¿Te has olvidado que eres judía? Bah, te refrescaré la memoria. Te salvaste por los pelos de acabar en El Tren de los Niños. Ríete de El Tren de la Bruja al lado de éste. Y fui yo, precisamente yo, quien disfrazado de El Hombre de la Escoba, te escondió en un recodo oscuro de la barraca de feria hasta que pasó el peligro. ¿O es que no oías berrear a los otros mocosos cuando del túnel salieron a la luz del sol, acobardados, meados, llorosos? Descubiertos, atrapados y gaseados, calcinados y enterrados en el olvido esa misma noche de nieve y de frío. Así acabaron ese ejército de desheredados de la tierra, y, créeme, ningún dios de ninguna religión hizo nada por ellos. Puro satanismo. Respecto a ti, yo te traje a Nueva York. Puse a tus pies la Tierra Prometida, te alejé de la diáspora negra. Querida, eres una elegida. Y todo me lo debes a mí.
-¿Quién eres tú para hablarme así, cara de sapo?
-Soy… tu destino.
…………………………………………………………………………………………….
-¿Y esa mujer a tu lado con los ojos tapados?
-¿Esa? Esa es la suerte. Una chapucera cruel, una tarada que no conoce las reglas del juego. Sin parar mientes reparte fortuna y desgracia a diestro y siniestro, sin importarle acierto o desacierto, como si tuviera prisa por cometer sus locuras incomprensibles, sin detenerse ni siquiera un segundo a reflexionar antes de perpetrar sus desmanes.  No sabe lo que se hace. ¡Y así va todo! ¡Tú, andrajosa, lárgate de aquí!
-Y esa otra… ¡desnuda! ¡Qué puerca! ¿De dónde ha salido? ¡Qué vieja y arrugada es!
 -Es tan vieja y antigua como el mundo. A ella no le importa mostrar su fealdad. Y siempre ha estado aquí, mi niña. Nunca deja de estar en todos los sitios y en todo instante, bien cerca de todos los humanos. Es… la muerte. Y no hables demasiado alto, nos puede oír. Tiene oído de tísica, así que, cuidadito.
-Entonces…
-Entonces, querida, déjate llevar por este cuento a… ¡la felicidad o lo que sea eso para vosotros los humanos! ¡Qué cualquiera sabe! ¡Hay cada uno y cada una que se divierten con cosas extrañísimas! ¡Qué locos! Ya tendrás ocasión de despertar, y no creas que no has de arrepentirte.
-Llamaré a mi padre.
-Déjalo en paz. No tardará en morir. Ya se hurtó de graves peligros, vivió lo suficiente, después de todo. ¿Para qué vas a molestarle con estas niñerías?
-¿Niñerías? ¡Me tienes prisionera, encerrada en esta oscuridad y sin saber que va a pasar conmigo…!
-No hagas literatura de lo que sólo es un sueño; peor aún, una siesta. ¿Llamas oscuridad a esta bonita luz suave, matizada y tibia, sin el lanzazo del sol brutal que hiere los ojos y quema la piel, a esta luz de terciopelo de maravillosa languidez que todo lo mitiga? Y respecto a que eres mi prisionera… Vamos a dejarlo estar. Ya te lo dije antes. Tú sólo eres prisionera de tus sueños. Haber soñado menos, querida. Hay que conocer los límites.
-Pero se diría que estamos en… una caverna, se diría que sólo nos llegan los ecos, las sombras de lo verdadero.
-¡Qué suposición! ¿De qué te crees que estoy hecho? ¿De sombras?
-De reflejos…
-¡De imaginaciones, niña!
-No importa de lo que estés hecho… ¡Nadie es capaz de ver el destino! ¡Eres un farsante!
-Pero alguno hay que lo intenta sin alcanzarme jamás. Tú me estás viendo… a tu manera. Siempre hay quienes se empeñan estúpidamente en eso. Nunca lo consiguen, nadie termina por conocerme de verdad. ¡No descubren que viven cogidos de mi mano! ¡Que después de mí sólo queda la muerte! Pero siguen esperando… el destino, el futuro, como lo llaman ellos. ¡Así son de estúpidos!
-¿Qué va a pasar ahora?
-Estás metida de cabeza en un  cuento… ¡pero nada infantil! Nosotros, a diferencia de aquella otra Alicia soñadora y antigua, boquiabierta y simple, empezaremos por el final… O, mejor aún: por la mitad de la historia.
Nos, odiamos el planteamiento, nudo y desenlace.
-Esto es un agujero inmundo.
-Nos, creemos que no.
-¡Nadie puede negar que todo esto es asqueroso!
-Bueno, la realidad es lo que es. ¿O es que esperabas la perfección? Nos, pensamos que tal cosa no existe.
-Estamos en una madriguera, ¿no es eso? Apenas nos alcanza la luz…
-Hum… Más bien, preciosa, en una ratonera. 1965: ¡Acabas de casarte!
-¿Quéeeeee…?
-Lo has oído perfectamente, no finjas. No me gusta repetir las cosas.
-¿Y quién ha decidido eso?
-Nos.
-¿Casada yo?
-Así es,  E., Alicia, Hesse, señora de Din-don ¡o como quieras llamarte!
-¿Y dónde ocurrirá eso?
-Ya ha ocurrido. ¡Pareces tan feliz con ese ramo de rosas blancas en las manos, la sonrisa bobalicona…! Y ha sucedido en la capital del mundo, en Nueva York, en el mismísimo Manhattan, en Central Park South. Ya sabes, nena, taxis amarillos Checker, los chorros de vapor de la calefacción subterránea que erizan las anchas aceras, el polizonte que hace girar la porra sujeta a la muñeca, las tomas de agua reventadas por algún canillita que ya se ha ganado sus centavos vendiendo los periódicos matinales, las multitudes presurosas, las luces de neón… ¡Estás en una película de teléfonos blancos! ¡Vas a ser la protagonista, chica lista!
-¿Cómo me llamaré?
-Serás famosa, pero sólo para unos pocos hombres y mujeres cultos. Los suficientes. Para otros miles de millones de personas nunca habrás existido. Más o menos lo que le pasa a casi todos los humanos… Aunque para muchos de ellos les resulte difícil creerlo…  ¡Tan importantes se creen! ¡Qué necia vanidad, qué fatua ignorancia de su provisionalidad entre la nada y la nada!
-¿Tengo alguna oportunidad de rechazar esa identidad? No sé, empiezo a creer que no seré feliz… ¡Quiero ser otra!
-¿No quieres ser quien eres? Hum, qué extraño… Todo el mundo quiere cambiar sus circunstancias, variar de algún modo sucesos poco afortunados en su existencia… ¡Pero no recuerdo que nadie quiera ser otro!
-Yo sólo quería…
-Bastará con que quieras ser lo que nosotros queremos que seas.
-Yo sólo querría ser una buena chica de la parte baja de Manhattan, o de Brooklyn Heights, poseer una bonita casa en una zona residencial…
-¡Qué enternecedor!
… o cerca de Sheepshead Bay. En todo caso, dejar el cabello suelto a la brisa marina, casarme… ¡con un apuesto caballero de 20 años! Tener hijos sanos, guapos y listos…
-Magnífico, fantasiosa.
-Ser ama de casa no es una fantasía.
-¡Menudas vacaciones! Como para hinchar a esos futuros monstruos y asesinos en serie comiendo todo el día bagels con salmón y crema de queso y pretzels gigantes. Me temo que eso no va a ser posible. Los dioses te han elegido y ningún poder en el mundo podrá torcer su designio... ¡Una balabusta que ceba a sus pequeñas larvas día tras día, gorditos sin sesera criando culos fondones a toda hora encerrados en un dormitorio lleno de trastos electrónicos y pajas mentales! ¡Qué pérdida de tiempo!
-Pero los dioses eligen a quienes quieren mal…  Tú eres el destino: puedes hacer que todo cambie, sólo tienes que quererme… un poco.
-En efecto, yo elijo a los dioses y a quienes éstos eligen. Las cartas están echadas. Y no quiero que cambie nada. Me gusta como acaba todo al final.  Me gusta esta novela contigo dentro… muerta tan joven, tan bella en el infortunio, tan capaz, tan deseable en el recuerdo… Porque vamos a seguir viéndote siempre que queramos, tus imágenes y tus actos han quedado presos para siempre en esa especie de documentación siniestra que son los hechos y las fotografías de los seres humanos dejados tras de sí. Te veremos viva y saludable en el pasado, y te sabremos muerta en el presente…
-¡Eres un sádico!
-Querida, también yo soy un juguete en manos de la contingencia. En el fondo soy un pobre hombre que escribe al dictado.
-¡Pero tú eliges a los dioses!
-Diosecillos, querida, sólo diosecillos de tres al cuarto: censores, castigadores, condenadores y ejecutores sedientos de la liviana sangre humana. ¡Menuda victoria! Seguro que todos ellos, atentos a sus liturgias y rituales grotescos, añoran aquellos tiempos donde era posible arrasar hasta el mismo polvo la aldea enemiga, en llamas, vencida y prisionera, “pasar a cuchillo a sus aterrorizados habitantes” mientras los ríos teñidos de rojo descienden por la laderas sazonando la tierra, abonándola para nuevos crímenes. ¡Y luego la hoguera purificadora! Llamas elevándose como lanzas justicieras a un firmamento estrellado siempre profundo y siempre en silencio... ¡Cielos e infiernos, qué bello pompier!  Repetid conmigo, ¡¡¡Vivas a Yahvé!!!
-¡No entiendo nada de lo que me dices!
-Pues lo peor, tesoro, es que te vas a quedar sin entenderlo jamás. Tu tiempo ha terminado. En cuanto acabe el cuento, adiós. Eres como el cóctel de media tarde. Los días están contados, medidas las horas, señalado tu fin. Así que, procura fantasear todo lo que puedas antes de que amanezca el día y su puñal.
-¡Qué absurdo!
-En efecto. De ello brota tu esencia. Sólo desde lo irracional, de la extravagancia biológica más impune, se te puede comprender. Sin duda un dios malvado te concibió para entretenerse contigo, como un gato ahíto de comida juega con un ratoncillo entre sus garras hasta que finalmente se lo zampa sin ganas, aburrido e indiferente… y no tarda en vomitarlo al cabo de un rato en un rincón para alejarse en seguida asqueado con el rabo entre las piernas. Y, ahora, ¿qué puerta abrimos?
-Me había casado…
-Ajá. Necesitabas esa especie de comunión para reconocerte como artista. De la capital del mundo al culo del mundo de la herrumbre y la chatarra. Tú misma, querida, abre tú la puerta… Pero, antes, ¿no quieres merendar?
-No quiero comer. Tengo náuseas.
-¿De veras no estás hambrienta? Llevas muchas horas de viaje por esta madriguera del diablo, querida. ¡Y de aquí que salgas del agujero!
-No pienso comer nada en absoluto.
-¿Ni siquiera un poco de té y pan con manteca? Observo que estás muy delgada… ¡Y qué pálida! ¿No estarás enferma? A ver, saca la lengua, súbete las faldas.
-¡Guarro!
-Sólo quiero comprobar si estás enferma.
-Sabes que sí.
-Has engendrado un tumor. ¡Menudo embarazo el tuyo!
-Me siento demasiado débil para reírte las gracias.
-Pues, come. Cantando espanto mis males, comiendo lo curo todo.
-¿Qué ocurrirá después…?
-¿Después de qué? Todo sucede a la vez. ¿No lo entiendes? Todo está mezclado. No hay un antes ni un después. Eso sólo son cronologías. ¿Aún estamos en ésas?
-Entonces, ¿cómo vamos a aclararnos en el tiempo?
-¡Bah! Crearemos la sintaxis de la magia, diremos cosas distintas, y todo será maravilloso en ese vocabulario de  bonitos  colores, felices similitudes, dichosas analogías… ¡Atrapar el tiempo! ¡Atrapa el aire, si puedes, infeliz!
-¿Quién se ha casado conmigo?
-Humm… ¿Así que te interesan estas cosas después de todo? Okey. Es un tipo verdaderamente impresentable: guapo, artista, desdeñoso y… desleal. Pero, en fin, tú te lo has buscado. El primero que ha aparecido con aires de geniecillo y gesto autoritario te ha puesto firme de veras, jovencita tonta. ¡Para lo que te ha durado!
-¿No fui feliz?
-Nadie lo es… si se pone realmente a pensarlo. Y, tú, pequeña eva, mujercita apañada, llevabas un número invisible de ceniza grabado en la carne del brazo que te condenaba más tarde o más temprano. Estabas marcada. Todo ha sido un juego.
-Puedo luchar. Siempre lo he hecho.
-Eres un número. Y en una bola negra.
-No creo en la fatalidad.
-¡Nadie cree en la fatalidad! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Lo malo siempre sucede… ¡a los demás!
-Tampoco creo en el determinismo. Una es lo que es en un universo cambiante. Cada día es un mundo distinto.
-Pues mírate, calva, hinchada y herida de muerte por el rayo de un dios dudosamente justiciero, tumbada en esa horrible cama metálica de una habitación estrecha y blanca, sin salida… ¿Sabes? A punto de morir serás ya como una estatua, habrás sido tu mejor obra, escultora. A ese dios que os ha tocado en suerte le complacería esa visión: miles de millones de estatuas de piedra (o masilla de epoxi) poblando un planeta azul que va de tumbo en tumbo por el cosmos en un viaje infinito a la nada… Mudas e inmóviles figuras con una expresión petrificada en el rostro de sorpresa y espanto ante el regocijo de un dios silente…
-No me importaría yacer en la cama miles de millones de años, quieta y viva… Sólo pensando: pensar es escultura…
-Qué dijo el otro… ¡Anda allá! ¡Bonita manera de trabajar pensando en las musarañas!
-Puede explicarse perfectamente lo más incongruente o raro. El arte moderno a través de los procesos mentales y de nueva invención…
-¡Ah, deja ya esa cháchara! Es la hora de la merienda.
-Te he dicho que no tengo hambre.
-Tontuela, mira lo que hay en la cestita: pavo asado, tostadas calientes con mantequilla, torta de cerezas, pastelillos de pasas, flan de huevo, piña y caramelos.
-¡Qué no!
-Pues entonces nos vamos al cine.
-No me apetece ir al cine ahora.
 -Eso te lo crees tú. Eres la protagonista. Verás como te gusta… ¡Vanidosilla!
-Vayamos más tarde.
-¡No te hagas de rogar!Quiero irme a dormir… ¡a ver si despierto de una vez!
 -Ni hablar. Nos marchamos de aquí ahora. Antes de que aparezca de nuevo ese maldito ratón con el fardo de sus angustias a cuestas…
-Ese pobrecito tiene motivos, nadie es capaz de entenderle.
- …que deja las historias a medio contar. ¡Que se exprese como es debido! ¿Cómo vamos a compadecerle si no podemos entender lo que dice? Hale, nosotros nos vamos a ver esa película bonita y feliz… ¡y muda! ¡Y puedes llorar a gusto al hacerlo, hundirte en tu propia charca de lágrimas! ¡Tu Hollywood con perdices acabaría bien pronto a partir de entonces!  Pero, sabes, ¡qué gran actriz eras! ¡Delante de esos atildados espectadores con corbata y prevenciones hasta ibas de anfitriona intelectual…! Se diría que estabas en tu salsa. ¡Todo era falso! Hasta los suaves colores del tierno film se desdibujan. ¡No importabas a nadie en realidad! Hiciste el viaje de Ícaro, te quemaste las alas de oro.
(Se alza el telón):

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