Dicen que
esa frase es de las más apasionantes que existen.
Ella es una cría alarmada por
los sueños, por el cuerpo, por las alucinaciones del… ¡arte!
Stendhal/Malagrida: la palabra le fue dada al hombre para
ocultar su pensamiento.
Podría
decir como Stendhal (mucho me gustaba de aquel hombre su alojamiento, que
parecía especialmente creado para el pensamiento): crear su compañía como el
mejor escenario para dejar correr la pluma, incluso ladinamente escribir acerca de ti mismo:
Territorio
Hesse, una libertad extrema de donde sólo la muerte ha de arrebatarte.
En el
Village. Apenas hace un rato que ha amanecido. Las calles se hallan cubiertas
por una nieve gris.
Las calles
estrechas de árboles desnudos por el frío, pero la luz amarilla y acogedora de
las cafeterías recién abiertas invitan ya, recién empezado el día, a la pausa,
a la cámara lenta de la introspección, al brebaje caliente y la sensación ¡otra
vez! de estar vivo en la mañana inaugural.
Descubre
desde lejos al librero ascendiendo (literalmente, parecía levitar hacia el
cielo aún gris) hasta el exterior por la oscura boca del metro en Christopher
Street.
¡Hey…
Sin dejar
de andar:
Raymond
Th. Yeats (2/1969): “Oye, español, la pregunta real es: ¿por qué se creó el universo hace 13.000 mil millones de
años? ¿Por qué exactamente entonces? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no después? Esa es la respuesta que debe preocuparnos…
Lo demás carece de importancia metafísica, ya sólo es materia en fuga, física y
química, genética, biología, evolución… ¡En resumen, la cacharrería de la
vida!”
Lo deja a
la puerta de su librería. Ni siquiera pregunta adónde va él (triste y con una mueca
de dolor en la cara), a primera hora de una mañana nevada y gélida de febrero.
Anda, y eso es todo, anda, y puede ser que hacia atrás.
En 1967. Exposición «New Documents” (Dianne Arbus).
“Esta Nueva York…”,
balbucea En efecto, bajo la robusta piel de la ciudad y sus aseados habitantes,
del trajinar colectivo y los trabajos y los días, lejos de las luces cegadoras
y la vorágine hormigueante de la ambición cotidiana se ocultan los monstruos,
aquellos a los que les están vedados los verdes parques y los vestíbulos de
mármol, los teatros de moda, los asépticos y esplendentes centros comerciales,
los museos para turistas… Hasta las mismas aceras, sucias y atestadas, que
algún día han de conducirles al hospital, al centro psiquiátrico o a la cárcel
les están prohibidas. Ya puestos, una alfombra roja al infierno: recoja su
premio. Se lo merece: ha vivido… ¡y ha vivido en esta ciudad!
“En realidad”, dice,
“sólo son una mancha, un goterón… Algo casual, deviene causal…”
Creará una obra con
eso (eso).
“En el tejido cruel de
la urbe sofisticada, multitudinaria, capital del mundo, esas manchitas no son
nada peligrosas.”
Sí, en
efecto, hay mucho de la América de los años sesenta en esta obra, una parada
interminable de bienestar, podredumbre y monstruos encerrados en su sala de
estar, alelados delante de un televisor voluminoso cuyas relucientes antenas
parecen apuntar (y disparar)
directamente al cerebro.
Y justo cuando debía empezar, vuelve a Alemania. La judía
americana artista parece huir. Pero, no sabía nada de nada, volvió a N.Y. Una
ratonera, a fin de cuentas.
Ella
disponía de un algoritmo capaz de solucionar el increíble tejemaneje material.
Invariablemente hallaba remedio a una plástica de batiburrillo arbitrario o de
ascesis semántica (que por su implacable sencillez propendía al más irritante
de los enigmas que uno podía sufrir). ¿Es necesario adivinar lo que muestras?
En absoluto, basta con verlo. Todo su significado, dramático o emocionante,
reside en su contemplación. Su hechura proviene de una alquimia tan propia e
intransferible que ha renunciado a su clarividencia por parte de los demás. En
todo caso, ello potencia una plástica y facilita una comprensión meramente
artística. ¿Qué es el arte para un espectador sino una visión?
Convengamos:
empático en el mejor de los casos; de lo contrario, rayajos, grumos de color,
abigarrados trastos cuya caprichosa secuencia pretende “declarar” un sentido.
No mires, entonces. Huye a través de las épocas, hacia atrás, siempre hacia
atrás. No eres de este mundo. Quizás tampoco del otro… Eres un postizo. Una
añadidura inútil (haberte espabilado).
¿Qué
haces?
Estudio el
verde.
Y eso en
un día de viento helado, de sórdida grisura.
Qué tipo,
dejando pasar los días, entre Oblómov y Van Kinkle. Quieto, como una palabra
aislada y muerta en la página aún blanca.
Porque… al
final se llega. De una forma u otra, se llega.
¿Qué nos
enlaza de un hecho a otro a lo largo de nuestra vida? ¿Qué orden es ése del
suceso…? Nada más opuesto al pensamiento sin orden ni concierto, sin trabas, libérrimo,
saltarín, de estrafalaria ubicuidad, que lo lineal y rectilíneo del curso
biológico hasta el mismo fin, una raya cruel hasta la cruz: final de partida y
destino inamovible: allí te espera la muerte con los brazos bien afilados,
aunque te escondas en el lugar más recóndito, sumido en las tinieblas más
espesas o replegado en el fondo de ti mismo.
Ha de
llegar a lo más bajo, hasta agachar la cerviz al sucio suelo: el Negro escribe
necrológicas por encargo. Laudatorias: execrable trabajo, ningún muerto mayor
de diez años es inocente… (vaya eso por delante). Pero él, miente. Miente.
Obituarios:
exige, naturalmente, el pago por adelantado.
Frío.
Nieve. La mejor hora para pasear cuando ha cesado de nevar es la mañana
siguiente: el cielo muestra todo el esplendor de un azul intenso e
impenetrable, y en las calles una claridad de cuchilla parece radiografiarlo
todo, hasta la misma conciencia de los seres y las cosas. Luego, pasadas las
horas sólo pisas nieve sucia, nieve negra o del color del barro. Y el frío
sigue. Y luego, la noche helada (que siempre te coge en el metro, a una hora de
camino del agujero donde desentumeces los músculos y calientas los huesos con
algo hirviendo en el tazón asido por las manos aún adormecidas).
Es una
rareza. Pero es.
He aquí la
joven predestinada a la gloria (antes al infortunio: todo tiene su precio en el
mercado de hombres y mujeres). En ella se alumbra una nueva dimensión
perceptiva.
Es una
sinestética. Los sentidos se han entrelazado, y unos y otros son
intercambiables: huele colores; saborea música; un cuadro es dulce… o salado;
una pieza de Mozart, azul.
El proceso
perceptivo alcanza lo sublime en el desorden sensorial. Una mezcolanza
magnífica. El estímulo es errático, pues unos sentidos provocan sensaciones
repelentes, contradictorias, disparatadas: oigo el color; veo la música: ante
mí un concierto maravilloso de colores.
¿Y las
palabras? Cada una de ellas tiene un color, sus vocales. También los días (de
acuerdo Monsieur Rimbaud).
¿Acaso no
nos movemos en los conceptos más abstractos a través del manejo de dimensiones
físicas?
Puedes
imaginarlo todo… Pero, ¿verlo?
El pasado:
y vuelves la cabeza hacia atrás. Pero, bueno ¿y si está delante?, ¿el infierno
arriba?, ¿el cielo abajo?, ¿las aguas que buscan la tierra adentro y no el
mar?, ¿la tierra que no quiere tus pies?, ¿el viento que materia se hace y no
te golpea, y te hace sangrar?
Al salir
del Met pasean un rato por Central Park, por la parte norte del Conservatory
Water.
Ella ya es
aire, nada.
(Un
martes, atardecido afuera, de regreso a casa, pegó la cara al cristal del vagon
del metro y la vio de pie mirándole a él, en una estación fantasma de la línea
6, City Hall, en Brooklyn Bridge, y le pareció que entreabría los labios,
susurraba…)
Mira a los
niños jugando entre los bronces, se esconden bajo los grandes hongos, las niñas
aún con las piernas de seda, las bragas de blancura virginal e infantiles al
aire, los ojos de diamante, las bocas de agua fresca, inocentes, abiertas, las
manos de caricia, los gritos festivos que alimentan la hambrienta lujuria del
lobo.
Tantas
cosas son las que se van a quedar sin hacer…
Una vez,
queridos niños, cuando ya el deshielo hacía brillar de nuevo las verdes aguas
de los estanques, en Central Park me crucé con el diablo Carroll que, al mismo
tiempo que os fascinaba relatando las maravillosas aventuras de la grandullona,
incrédula y algo marisabidilla Alicia,
os robaba las almas con su inocente cámara fotográfica, máquina mágica y sin
par pervertida (sutil y enmascaradamente).
Rodeado de
sus taimadas criaturas, tiende las mallas de la captura mediante el embeleco de
su lengua viscosa de adulto, se disfraza de Alicia, se rodea del gato, del
sombrerero, del lirón... y todo ello a unos metros de la Quinta Avenida, en
pleno Central Park. Método, notación, sistema. Se yergue Eva en Wonderland:
aprende a coser, a soldar, a cortar y pegar, anudar.
Una
actividad espectral: ¿cómo unir todo esto?
Es fácil: cada puntada es una herida abierta al sol.
Lo
primero, el conejo. Arrancamos.
Querida niña
(dos puntos).
-¡Cómo
corre el condenado a ninguna parte!
-¿Quién eres?
-Por mucho
que corra, llegará demasiado pronto.
Es un conejo estúpido.
-Esa es
una idea ridícula…
-Sé a qué
has venido. Te conozco muy bien, perillán, falsa niñita…
¡Aparta
esas manos, cerdo!
-¡Ah, mi
niña, mi querida Alicia Hesse, cuánto
has llenado mis pensamientos! ¡Qué encantadores momentos he disfrutado
concibiéndote, qué magnífico pasatiempo…! ¡Y llevarte de un lado a otro,
sostener el tejido de tu arte…!
-¡Deja de
manosearme o ahora mismo llamo al gato!
-¡Al
gato…! ¡Ja! En estos momentos se ha disipado en el polvo cósmico. ¡Te has
quedado sin gato, sin sonrisa, con sonrisa pero sin gato, con gato… pero de
aire!
-Sólo
quieres embaucarme…
-Nada malo
va a pasarte, querida niña. Somos tus amigos, ¡la panda de Alicia! Ya los irás
conociendo a todos. Y eres tú, preciosa, quien ha venido aquí. Por voluntad
propia. Si lo sabré yo. Uno, querida, es dueño de sus sueños.
-¡Me
vuelvo a mi casa!
-Imposible.
Tendrías que despertar. Y, ahora, ya es tarde para eso. Eres nuestra prisionera
porque así lo has querido tú. Eres lo que eres. Y, como todos los humanos
insensatos, nos has creado como si tal cosa. Ahora pagarás las consecuencias:
¡Otra loca y perdida que ha robado el fuego!
Además, tú nunca crecerás.
-¡Eso lo
dices tú! Cerraré los ojos… y habré despertado.
(El mundo
al revés.)
-Ciérralos
todo cuanto quieras.
-Este
lugar… Me da miedo.
-¿Qué
crees que te espera ahí afuera, necia? Dolor y engaño, muerte y sufrimiento… ¡y
sin fantasía!
-¡Quiero
irme inmediatamente!
-¡Y a mí
qué me dices! No soy yo quien te ha traído a este lugar. Han sido tus… ¡malas
artes!
-¡Me voy!
-¡Estas en
el hoyo, estúpida! ¡No saldrás de aquí! Además, deberías dar gracias de haber
escapado a la suerte que te esperaba. Y en lugar de eso, te atreves a
despotricar de tus verdaderos amigos. ¿Sabes dónde podías haber acabado? ¿Lo
sabes, no? De sobra lo sabes. Habrías acabado en un campo de exterminio…
asfixiada como las ratas con el Zyklon B. ¿Te has olvidado que eres judía? Bah,
te refrescaré la memoria. Te salvaste por los pelos de acabar en El Tren
de los Niños. Ríete de El Tren de la
Bruja al lado de éste. Y fui yo, precisamente yo, quien disfrazado de El Hombre de la Escoba, te escondió en
un recodo oscuro de la barraca de feria hasta que pasó el peligro. ¿O es que no
oías berrear a los otros mocosos cuando del túnel salieron a la luz del sol,
acobardados, meados, llorosos? Descubiertos, atrapados y gaseados, calcinados y
enterrados en el olvido esa misma noche de nieve y de frío. Así acabaron ese
ejército de desheredados de la tierra, y, créeme, ningún dios de ninguna
religión hizo nada por ellos. Puro satanismo. Respecto a ti, yo te traje a
Nueva York. Puse a tus pies la Tierra Prometida, te alejé de la diáspora negra.
Querida, eres una elegida. Y todo me lo debes a mí.
-¿Quién
eres tú para hablarme así, cara de sapo?
-Soy… tu
destino.
…………………………………………………………………………………………….
-¿Y esa
mujer a tu lado con los ojos tapados?
-¿Esa? Esa es la suerte. Una chapucera cruel, una tarada
que no conoce las reglas del juego. Sin parar mientes reparte fortuna y
desgracia a diestro y siniestro, sin importarle acierto o desacierto, como si
tuviera prisa por cometer sus locuras incomprensibles, sin detenerse ni
siquiera un segundo a reflexionar antes de perpetrar sus desmanes. No sabe lo que se hace. ¡Y así va todo! ¡Tú,
andrajosa, lárgate de aquí!
-Y esa
otra… ¡desnuda! ¡Qué puerca! ¿De dónde ha salido? ¡Qué vieja y arrugada es!
-Es tan vieja y antigua como el mundo. A ella
no le importa mostrar su fealdad. Y siempre ha estado aquí, mi niña. Nunca deja
de estar en todos los sitios y en todo instante, bien cerca de todos los
humanos. Es… la muerte. Y no hables demasiado alto, nos puede oír. Tiene oído
de tísica, así que, cuidadito.
-Entonces…
-Entonces, querida, déjate llevar por este cuento a… ¡la
felicidad o lo que sea eso para vosotros los humanos! ¡Qué cualquiera sabe!
¡Hay cada uno y cada una que se divierten con cosas extrañísimas! ¡Qué locos!
Ya tendrás ocasión de despertar, y no creas que no has de arrepentirte.
-Llamaré a
mi padre.
-Déjalo en
paz. No tardará en morir. Ya se hurtó de graves peligros, vivió lo suficiente,
después de todo. ¿Para qué vas a molestarle con estas niñerías?
-¿Niñerías?
¡Me tienes prisionera, encerrada en esta oscuridad y sin saber que va a pasar
conmigo…!
-No hagas literatura de lo que sólo es un sueño; peor
aún, una siesta. ¿Llamas oscuridad a esta bonita luz suave, matizada y tibia,
sin el lanzazo del sol brutal que hiere los ojos y quema la piel, a esta luz de
terciopelo de maravillosa languidez que todo lo mitiga? Y respecto a que eres
mi prisionera… Vamos a dejarlo estar. Ya te lo dije antes. Tú sólo eres
prisionera de tus sueños. Haber soñado menos, querida. Hay que conocer los
límites.
-Pero se diría que estamos en… una caverna, se diría que
sólo nos llegan los ecos, las sombras de lo verdadero.
-¡Qué suposición! ¿De qué te crees que estoy hecho? ¿De
sombras?
-De reflejos…
-¡De imaginaciones, niña!
-No
importa de lo que estés hecho… ¡Nadie es capaz de ver el destino! ¡Eres un
farsante!
-Pero
alguno hay que lo intenta sin alcanzarme jamás. Tú me estás viendo… a tu
manera. Siempre hay quienes se empeñan estúpidamente en eso. Nunca lo
consiguen, nadie termina por conocerme de verdad. ¡No descubren que viven
cogidos de mi mano! ¡Que después de mí sólo queda la muerte! Pero siguen
esperando… el destino, el futuro, como lo llaman ellos. ¡Así son de estúpidos!
-¿Qué va a
pasar ahora?
-Estás metida de
cabeza en un cuento… ¡pero nada
infantil! Nosotros, a diferencia de aquella otra Alicia soñadora y antigua,
boquiabierta y simple, empezaremos por el final… O, mejor aún: por la mitad de
la historia.
Nos, odiamos el planteamiento, nudo y
desenlace.
-Esto es un agujero
inmundo.
-Nos, creemos que no.
-¡Nadie puede negar
que todo esto es asqueroso!
-Bueno, la realidad es
lo que es. ¿O es que esperabas la perfección? Nos, pensamos que tal cosa no existe.
-Estamos
en una madriguera, ¿no es eso? Apenas nos alcanza la luz…
-Hum… Más
bien, preciosa, en una ratonera. 1965: ¡Acabas de casarte!
-¿Quéeeeee…?
-Lo has oído perfectamente, no finjas. No me gusta
repetir las cosas.
-¿Y quién
ha decidido eso?
-Nos.
-¿Casada
yo?
-Así
es, E., Alicia, Hesse, señora de Din-don
¡o como quieras llamarte!
-¿Y dónde
ocurrirá eso?
-Ya ha
ocurrido. ¡Pareces tan feliz con ese ramo de rosas blancas en las manos, la
sonrisa bobalicona…! Y ha sucedido en la capital del mundo, en Nueva York, en
el mismísimo Manhattan, en Central Park South. Ya sabes, nena, taxis amarillos
Checker, los chorros de vapor de la calefacción subterránea que erizan las
anchas aceras, el polizonte que hace girar la porra sujeta a la muñeca, las tomas de agua reventadas por algún
canillita que ya se ha ganado sus centavos vendiendo los periódicos matinales,
las multitudes presurosas, las luces de neón… ¡Estás en una película de
teléfonos blancos! ¡Vas a ser la protagonista, chica lista!
-¿Cómo me
llamaré?
-Serás
famosa, pero sólo para unos pocos hombres y mujeres cultos. Los suficientes.
Para otros miles de millones de personas nunca habrás existido. Más o menos lo
que le pasa a casi todos los humanos… Aunque para muchos de ellos les resulte
difícil creerlo… ¡Tan importantes se
creen! ¡Qué necia vanidad, qué fatua ignorancia de su provisionalidad entre la
nada y la nada!
-¿Tengo
alguna oportunidad de rechazar esa identidad? No sé, empiezo a creer que no
seré feliz… ¡Quiero ser otra!
-¿No
quieres ser quien eres? Hum, qué extraño… Todo el mundo quiere cambiar sus
circunstancias, variar de algún modo sucesos poco afortunados en su existencia…
¡Pero no recuerdo que nadie quiera ser otro!
-Yo sólo
quería…
-Bastará
con que quieras ser lo que nosotros queremos que seas.
-Yo sólo
querría ser una buena chica de la parte baja de Manhattan, o de Brooklyn
Heights, poseer una bonita casa en una zona residencial…
-¡Qué
enternecedor!
… o cerca
de Sheepshead Bay. En todo caso, dejar el cabello suelto a la brisa marina,
casarme… ¡con un apuesto caballero de 20 años! Tener hijos sanos, guapos y
listos…
-Magnífico,
fantasiosa.
-Ser ama
de casa no es una fantasía.
-¡Menudas vacaciones! Como para hinchar a esos futuros monstruos y
asesinos en serie comiendo todo el día bagels con salmón y crema de queso y
pretzels gigantes. Me temo que eso no va a ser posible. Los dioses te han
elegido y ningún poder en el mundo podrá torcer su designio... ¡Una balabusta que ceba a sus pequeñas larvas
día tras día, gorditos sin sesera criando culos fondones a toda hora encerrados
en un dormitorio lleno de trastos electrónicos y pajas mentales! ¡Qué pérdida
de tiempo!
-Pero los
dioses eligen a quienes quieren mal… Tú
eres el destino: puedes hacer que todo cambie, sólo tienes que quererme… un
poco.
-En
efecto, yo elijo a los dioses y a quienes éstos eligen. Las cartas están
echadas. Y no quiero que cambie nada. Me gusta como acaba todo al final. Me gusta esta novela contigo dentro… muerta
tan joven, tan bella en el infortunio, tan capaz, tan deseable en el recuerdo…
Porque vamos a seguir viéndote siempre que queramos, tus imágenes y tus actos
han quedado presos para siempre en esa especie de documentación siniestra que
son los hechos y las fotografías de los seres humanos dejados tras de sí. Te
veremos viva y saludable en el pasado, y te sabremos muerta en el presente…
-¡Eres un
sádico!
-Querida,
también yo soy un juguete en manos de la contingencia. En el fondo soy un pobre
hombre que escribe al dictado.
-¡Pero tú
eliges a los dioses!
-Diosecillos,
querida, sólo diosecillos de tres al cuarto: censores, castigadores,
condenadores y ejecutores sedientos de la liviana sangre humana. ¡Menuda
victoria! Seguro que todos ellos, atentos a sus liturgias y rituales grotescos,
añoran aquellos tiempos donde era posible arrasar hasta el mismo polvo la aldea
enemiga, en llamas, vencida y prisionera, “pasar a cuchillo a sus aterrorizados
habitantes” mientras los ríos teñidos de rojo descienden por la laderas
sazonando la tierra, abonándola para nuevos crímenes. ¡Y luego la hoguera
purificadora! Llamas elevándose como lanzas justicieras a un firmamento
estrellado siempre profundo y siempre en silencio... ¡Cielos e infiernos, qué
bello pompier! Repetid conmigo, ¡¡¡Vivas a Yahvé!!!
-¡No
entiendo nada de lo que me dices!
-Pues lo
peor, tesoro, es que te vas a quedar sin entenderlo jamás. Tu tiempo ha
terminado. En cuanto acabe el cuento, adiós. Eres como el cóctel de media
tarde. Los días están contados, medidas las horas, señalado tu fin. Así que,
procura fantasear todo lo que puedas antes de que amanezca el día y su puñal.
-¡Qué
absurdo!
-En
efecto. De ello brota tu esencia. Sólo desde lo irracional, de la extravagancia
biológica más impune, se te puede comprender. Sin duda un dios malvado te
concibió para entretenerse contigo, como un gato ahíto de comida juega con un
ratoncillo entre sus garras hasta que finalmente se lo zampa sin ganas,
aburrido e indiferente… y no tarda en vomitarlo al cabo de un rato en un rincón
para alejarse en seguida asqueado con el rabo entre las piernas. Y, ahora, ¿qué
puerta abrimos?
-Me había
casado…
-Ajá.
Necesitabas esa especie de comunión para reconocerte como artista. De la
capital del mundo al culo del mundo de la herrumbre y la chatarra. Tú misma,
querida, abre tú la puerta… Pero, antes, ¿no quieres merendar?
-No quiero
comer. Tengo náuseas.
-¿De veras
no estás hambrienta? Llevas muchas horas de viaje por esta madriguera del
diablo, querida. ¡Y de aquí que salgas del agujero!
-No pienso
comer nada en absoluto.
-¿Ni
siquiera un poco de té y pan con manteca? Observo que estás muy delgada… ¡Y qué
pálida! ¿No estarás enferma? A ver, saca la lengua, súbete las faldas.
-¡Guarro!
-Sólo
quiero comprobar si estás enferma.
-Sabes que
sí.
-Has
engendrado un tumor. ¡Menudo embarazo el tuyo!
-Me siento
demasiado débil para reírte las gracias.
-Pues,
come. Cantando espanto mis males, comiendo lo curo todo.
-¿Qué ocurrirá
después…?
-¿Después
de qué? Todo sucede a la vez. ¿No lo entiendes? Todo está mezclado. No hay un
antes ni un después. Eso sólo son cronologías. ¿Aún estamos en ésas?
-Entonces,
¿cómo vamos a aclararnos en el tiempo?
-¡Bah!
Crearemos la sintaxis de la magia, diremos cosas distintas, y todo será
maravilloso en ese vocabulario de
bonitos colores, felices
similitudes, dichosas analogías… ¡Atrapar el tiempo! ¡Atrapa el aire, si
puedes, infeliz!
-¿Quién se
ha casado conmigo?
-Humm…
¿Así que te interesan estas cosas después de todo? Okey. Es un tipo verdaderamente impresentable: guapo, artista,
desdeñoso y… desleal. Pero, en fin, tú te lo has buscado. El primero que ha
aparecido con aires de geniecillo y gesto autoritario te ha puesto firme de
veras, jovencita tonta. ¡Para lo que te ha durado!
-¿No fui
feliz?
-Nadie lo
es… si se pone realmente a pensarlo. Y, tú, pequeña eva, mujercita apañada, llevabas un número invisible de ceniza
grabado en la carne del brazo que te condenaba más tarde o más temprano. Estabas
marcada. Todo ha sido un juego.
-Puedo
luchar. Siempre lo he hecho.
-Eres un
número. Y en una bola negra.
-No creo
en la fatalidad.
-¡Nadie
cree en la fatalidad! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Lo malo siempre sucede… ¡a
los demás!
-Tampoco
creo en el determinismo. Una es lo que es en un universo cambiante. Cada día es
un mundo distinto.
-Pues
mírate, calva, hinchada y herida de muerte por el rayo de un dios dudosamente
justiciero, tumbada en esa horrible cama metálica de una habitación estrecha y
blanca, sin salida… ¿Sabes? A punto de morir serás ya como una estatua, habrás
sido tu mejor obra, escultora. A ese dios que os ha tocado en suerte le
complacería esa visión: miles de millones de estatuas de piedra (o masilla de
epoxi) poblando un planeta azul que va de tumbo en tumbo por el cosmos en un
viaje infinito a la nada… Mudas e inmóviles figuras con una expresión
petrificada en el rostro de sorpresa y espanto ante el regocijo de un dios
silente…
-No me
importaría yacer en la cama miles de millones de años, quieta y viva… Sólo
pensando: pensar es escultura…
-Qué dijo
el otro… ¡Anda allá! ¡Bonita manera de trabajar pensando en las musarañas!
-Puede
explicarse perfectamente lo más incongruente o raro. El arte moderno a través
de los procesos mentales y de nueva invención…
-¡Ah, deja
ya esa cháchara! Es la hora de la merienda.
-Te he
dicho que no tengo hambre.
-Tontuela,
mira lo que hay en la cestita: pavo asado, tostadas calientes con mantequilla,
torta de cerezas, pastelillos de pasas, flan de huevo, piña y caramelos.
-¡Qué no!
-Pues
entonces nos vamos al cine.
-No me
apetece ir al cine ahora.
-Eso te lo crees tú. Eres la protagonista.
Verás como te gusta… ¡Vanidosilla!
-Vayamos
más tarde.
-¡No te
hagas de rogar!Quiero
irme a dormir… ¡a ver si despierto de una vez!
-Ni hablar. Nos marchamos de aquí ahora. Antes
de que aparezca de nuevo ese maldito ratón con el fardo de sus angustias a
cuestas…
-Ese
pobrecito tiene motivos, nadie es capaz de entenderle.
- …que
deja las historias a medio contar. ¡Que se exprese como es debido! ¿Cómo vamos
a compadecerle si no podemos entender lo que dice? Hale, nosotros nos vamos a
ver esa película bonita y feliz… ¡y muda! ¡Y puedes llorar a gusto al hacerlo,
hundirte en tu propia charca de lágrimas! ¡Tu Hollywood con perdices acabaría
bien pronto a partir de entonces! Pero,
sabes, ¡qué gran actriz eras! ¡Delante de esos atildados espectadores con
corbata y prevenciones hasta ibas de anfitriona intelectual…! Se diría que
estabas en tu salsa. ¡Todo era falso! Hasta los suaves colores del tierno film
se desdibujan. ¡No importabas a nadie en realidad! Hiciste el viaje de Ícaro,
te quemaste las alas de oro.
(Se alza el telón):
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