Sabemos
que miente porque los únicos gatos sabios, aviesos, lujuriosos y charlatanes
nocturnos están encerrados a macha martillo en los cuadros inexpugnables de
Balthus.
¿Qué
es la cultura?, se pregunta nuestro hombre de letras en su columna primaveral,
y se contesta: masturbación y sintaxis.
(No
existe el nombre secreto de las cosas porque las cosas son incluso sin necesidad del nombre establecido, oral o escrito,
que las define.)
Baroja
y Galdós regocijanse en sus tumbas
sin floripondios al leer al reprochador de estilos garbanceros y poco
primorosos: Mire por dónde le sale este moderno y sus descuidos, don Benito:
…
qué profunda Vallecas, esta estrella de
pobres, este mapa de pobres.
Definitivo,
don Pío, masturbación y sintaxis.
Épocas
diversas aunque confluentes: del sainete de Franco al esperpento del setenta y
ocho.
Tipos
listos hay que al lado de la soleada ventana que les separa de la suciedad y
los crímenes de la calle se sientan en un confortable sillón y leen, todavía
con el olor a tinta, el periódico de cabo a rabo, incluida la crónica del
esnob.
¿Usted
empieza por la página del principio o la del final?
…
Yo sólo leo la cartelera de los cines.
Pues hay que estar más al corriente,
Mely.
¿Más al corriente? ¡Anda éste! ¿Y para
qué?
¿Qué
nos cuenta El País?
Colea
todavía el rabo de el Congo.
(Lejos
de África.)
Y
dice que las mozas tienen senos como de loza de tazón.
(El
mejor recipiente para echar un buen trago de leche: sangre de Hispania fecunda.)
Mire
por dónde le sale este moderno, don… (etcétera).
Entre
el sí y el no los españoles (no así sus vigilantes de obras que andan
enfangados en asuntos no baladíes por mortíferos y lejos de politiquerías y
enredosas figuraciones semánticas) han devenido por mor de sus gobernantes en
saduceos sin haberse percatado de ello lo más mínimo:
Se me dice a veces que contestar sí o
no es contestar como Cristo nos enseña, pero esta fórmula no se halla en los
Evangelios. Se nos dice: la contestación es sí cuando es sí y no cuando es no;
pero la contestación no puede ser tan simplemente sí o no cuando la simplicidad
la destruye; vemos cómo en la propia actuación del maestro se elude con harta
frecuencia esa sencilla contestación de sí o no. En política, como en toda
actividad humana, los noes no tienen sentido más que cuando enmarcan, confirman
y aclaran una afirmación de la cual se parte. Decir no a algo… (etcétera).
¡Politequeros…!
Nunca
te fíes de la amistad de un camello.
¿A
cual de los dos te refieres?
A
los dos.
Todo
es relativo, dijo el hombre (o el gato) sabio.
¿Y
eso?
Dinosaurios
hubo de ochenta toneladas junto con otros que apenas pesaban unos pocos gramos.
De modo que camellos…
Uno te traicionará por menos de treinta monedas, acaso por una sola de ellas, y
el otro sólo sentirá por ti en tu travesía por el desierto la mayor
indiferencia a pesar del agua y la hierba con que le llenes la panza.
Siempre es lo mismo,
llámese el año como quieras: puede llamarse incluso como tú.
No
obstante… Ah, las pequeñas variaciones:
En
mil novecientos setenta y ocho las autoras de novelas policíacas de probada
calidad se dedicaban, luego de la jornada de los cinco folios colmados, a
componer poemas en verso libre sin rima escritos a máquina (una Olympia de
1956, por ejemplo), la mayoría de ellos demasiado personales y perfectamente
olvidables.
En
el setenta y ocho, año de los tres papas y el gato Mefistófeles, el adolescente
Boceto está en las nubes pero con las
dos manos llenas con las cosas de la tierra, impregnado él de pies a cabeza de
todos los placeres:
Estás
en el higuera, mierdecilla.
Escapé
al ficus.
Es
lo mismo, entonces. ¡Aún en esas andamos!
Treinta
años más tarde desvélale la verdad al poeta, al no-poeta, al cronista encerrado
definitivamente en su nicho, a los padres, a todo criminal: En efecto, amigos,
no hay respuesta y nada tiene el menor sentido, sólo que tú, padre, al estar
muerto, y también todos vosotros, ahora ya no lo sabéis.
Tendrás
que escribir un libro once veces más voluminoso que la Biblia, una historia
oral, por así decirlo de manera indigente, para demostrarlo.
¿Qué
me dices del tiempo, muerto el padre, Sánchez, el cronista…?
¿El
tiempo?
Por
estas calendas, sean uno o treinta y uno, el tiempo, que no es fuente de
desdicha ni regocijo, ni mucho menos invisible, se ha hecho viejo, el mundo que
me ofrece está lleno de costurones y fracturas, renquea como un animal apestoso
por sus cuatro patas, a duras penas se sostiene en su antaño prodigiosos
muelles, ningún maquillaje tecnológico logra rejuvenecerlo a mis ojos, huele a
rancio, como un moribundo boquea, se pudre, ha de sangrar hasta quedar exánime.
Se
llevará con él la luz.
Con
él nos llegó. Recuerda, y recuérdaselo a otros, en mi comienzo está mi fin.
Ante
los Fiodorov y los Sánchez del mundo
rijoso y embaucador, sus tejemanejes imposibles con éste, sucio, traidor e
inmundo, e ingenuos ellos, acabados en el propio camino de perdición que se
labraron a conciencia: quieto Boceto,
mudo, silencioso como un caracol, hasta invisible, pero muy tangible, de carne
y hueso y los ojos bien abiertos, aunque pasito a pasito.
Undécimo,
no salpicar, y esos dos pringan de desesperanza todo lo que tocan.
Por
tu parte, Deslizaos mortales, no… (etcétera).
Líbrate
del fardo de la conciencia, que es puro veneno: la munición más efectiva contra
el griterío y los desmanes y las trapisondas de la época, de todas ellas, es la
indiferencia: como la justicia, ciega… cuando sea menester.
Miércoles,
5 de abril de 1978: Vino V. y se meó en uno de mis cuadros, escribe (manda
escribir) Warhol en sus Diarios: una de las muchas maneras de mearte en la
época y sus efímeras culturas para mejorarla... o ponerla en su lugar.
Boceto ríe por lo bajo:
Vagabundea,
pero altivo y con los bolsillos llenos, presta la mano acariciadora de los
mejores terciopelos y las mujeres más lúbricas, y al mediodía almuerza à la carte, tómate todo el tiempo del
mundo y después con la copa de anestesiante licor en la mano, mientras te
sosiegas en meditaciones inútiles pero reconfortantes, anda lejos de esos
pobres diablos que caminan sin saber adonde sólo con el combustible de decenas
de colillas de cigarrillos, posos aguados de café, sándwiches de huevo frito y
cucharadas de ketchup.
Lo
tuyo, amigo bohemio inventor del lenguaje gavioto, es lo informe (aunque jamás
llenarás la tripa en el Kronenhalle) escrito en humildes cuadernos escolares de
líneas pautadas (¡y aún así te saldrás de madre!).
Ánimo,
Sánchez, déjate de pensar las cosas, y,
¡hala, al mundo! Hazme caso. Un tipo que divaga es como un animal al que un
espíritu inútil lleva en círculos de aquí para allá sobre hierbajos secos
mientras en derredor se extienden frescos y verdes prados a los que hincarles
el diente.
Todos
terminamos viejos de repente, sin siquiera esperarlo y entonces, ja, ya es
demasiado tarde.
Cuídate,
vigilante de obras, que de un perro nace el mensajero de la muerte, tan lejos
del paraíso:
El
plan, Sánchez, es perfecto. No puede fallar. Sin sangre ni rastro.
¿Quién vendrá otra vez a importunarme?
Soy yo.
Entra.
Nunca es la muerte un huésped bien
recibido.
Pero
¿quién sabe qué se esconde detrás de la máscara del rostro, qué cosa criminal o
halagüeña agazapada detrás de los ojos turbios o claros que ves y te ven?
Mienten
más los ojos que las palabras, porque aquellos, ladinos, piensan mientras
parpadean falsamente inocentes y estas… ¡tantas veces salen de la boca al
tuntún!
No
engañan las apariencias, engaña lo humano
y sus aconteceres tan imprevisibles.
Sánchez
está tan listo para la muerte como los sucesos del nuevo día ante la lumbre del
amanecer.
Cauto
como pocos Boceto, todo cuerpo y un
poco de alma, la suficiente, envaina la espada, listo para la aventura
graciosa, nos mira con desdén: No os veo como corderos. Os veo como lo que
sois: hombres. No me suicidaré como el griego orgulloso a causa de
alucinaciones pueriles.
Mefistófeles:
Tan fieros los hombres, una fuerza, una
pasión inútil, y tan poco valen, incluso sabios de demasiadas letras
rodeados de millares de libros que sólo son al cabo fábricas de polvo. Al
final, entre el dios y el diablo, que ni ellos lo saben a ciencia cierta, sólo
aspiran a ser algo felices, a apartar de sí la desolación en el presente de
tanta pérdida en el pasado.
¿Cómo
me has encontrado?
Tu
olor carcelario me ha traído hasta ti.
Tan
abrigado por la noche y sus sombras que estaba él, al costado del fuego y el
vino, la ilusión de la mora. Ni siquiera la miseria le ha de proteger de lo
peor, que es la nada que ha de borrarlo del todo de la tierra y sus asuntos
mundanos.
También
él tuvo cuna... sin brocados, que fue el suelo. No tendrá sepulcro: vuelve a la
cuna de piedra donde lo destripan sin prisas. Ha de acabar en las manos
carniceras y forenses de aprendices con batas blancas tan anónimos como él.
Por
la boca de serpiente del mensajero le ofrecen lo mejor, pero Sánchez no aspira
a lo mejor, se conforma con lo que es suyo y con lo que cree merecer. Y así se
pierde: ningún humano se merece lo malo, pero tampoco lo bueno. Nadie bien
nacido deja de lamentar la ruina y el hambre de otros, pero son muy pocos los
humanos que las remedian a costa de sus regalías.
El
plan es perfecto, como todos los que maquinan aquellos que acaban entre rejas;
es decir, terminará en fracaso sin paliativos. La recompensa bastante; es
decir, humo, aire, nada, y en tu caso morir como un perro aunque, por saberte
muerto definitivo en ese instante, sin gana ninguna de morder al dolor: cerrar
los ojos y acabar, porque el tiempo de ser hombre ya ha vencido.
…
cuanto existe en la tierra debería
arruinarse.
¿Por
dónde entró el diablo?
Por
el camino de la condición de Sánchez, que los hay a millones en el mundo, no
eres una extravagancia, sois como una peste interminable, pobláis el planeta
como ratas, y ninguno es señor de su destino.
¿Qué
nos cuenta El País?
Un
ametrallamiento de rat…, de indígenas maya kekchis al otro lado del mundo.
¿Fueron
contados en el posterior esclarecimiento?
Eran
muchedumbre: un agolpamiento, una amalgama de bultos.
Eso
sucedió el 29 de mayo de los corrientes.
Interesante
la precisión tribal.
Ese
mismo día de los corrientes Warhol se quejaba de que el agua caliente de su
baño se calentaba en exceso. Al hombre, suponemos que no al artista, tan
entregado a su arte irrepetible (¡contradicción flagrante!), le irritaba
considerablemente que el fontanero no apareciese de una vez a pesar de sus
reiteradas llamadas.
Fruslerías
técnico-estéticas.
¿Y
ese diablillo cojitranco de ojos sentado a la mesa camilla, aferrado a la
Olivetti?
El
cronista anda ensimismado escribiendo acerca de fábulas municipales, que es
algo muy socorrido en los talleres literarios cuando el tiempo apremia y hay que
entregar el artículo y cobrar a tocateja, que es como él cobra sin zarandajas
de cheques y sin desvelar vulgares apellidos en el acto de la firma: la fábula
municipal es un género literario que se ha inventado él, y piensa explotarlo
hasta el límite de sus posibilidades como el insigne Azorín hizo del punto y
seguido de claras resonancias telegráficas.
El
cronista se emborracha fumando cigarrillos de anís en este mil novecientos
setenta y ocho de sus pecados (veniales, mujeriles) y alterna la lectura de Roberto
Alcázar y Pedrín con las terceritas de Pemán. Lo cierto es que, según confiesa
no sin impudicia, mejor (?) le hubiera ido si hubiera fumado más y leído menos
la prosa tan llevadera de gracejos del andaluz. Además, al tipo le atraen
irresistiblemente las mujeres fumadoras con sus bocas plenas de sabor y aliento
camioneros.
¿Qué
nos cuenta El País?
El día 24
de junio de los corrientes su santidad Pablo VI emite el Breve Apostólico Seraphicus Patriarcha con el cual se aprueba la
Regla de la Orden Franciscana Seglar, antiguamente conocida como Tercera Orden
Franciscana.
Entra.
Debes decirlo tres veces.
Puntualizaría
el mensajero, víbora muy bien disfrazada, a Sánchez: No hay que matar ni herir.
Es como un juego infantil… Asustar al tipo como se asusta a un crío con una
mueca. A ti ni te ha de ver, no serás ni hombre ni animal: la pistola en tu
mano le cegará del todo, sólo comprenderá de veras la sorpresa y el miedo que
lo atenaza sin permitirle reaccionar.
¿Y no ha
de llorar como un niño?
Bah.
¿Incluso rebelarse
ante el robo? ¿No ha de defenderse como una fiera herida ante el atropello?
Es hombre,
se vendrá abajo. Lo consentirá todo menos perder la vida; salvo ésta, que ya
arrebatada no vuelve, lo que se pierde o desaparece de las manos resucita más
tarde o más temprano. En lo que respecta a las cosas y su precio no existe
ninguna que sea irrecuperable aunque, bien es cierto, lleguen a nosotros en el
tiempo con distintas apariencias.
Si es de
ese modo tan fácil…
Lo será. Y
arremeteremos a la luz del día, plena la mañana, cuando nadie, cada uno en su
trabajo, sospeche nada ni nada inspire cuidados.
¿A la luz?
¿No acrecienta eso el riesgo?
(Quien mal
hace aborrece claridad.)
A la luz
que todo lo disimula por inesperado…
(Puede que
el sol nos explique, pero también nos mimetiza entre el paisaje de su brutal
claridad.)
… De la
oscuridad se recela, fomenta todo tipo de precauciones. Las horas de la mañana
parecen todas inocentes. Es el antifaz más completo.
En
la tierra todos somos personajes de ficción: morimos al final de la función.
¿Quién
era?
¿Quién?
¿Él?
Jamás
existió.
Hay
pruebas de ello.
Pero
a él no logro verlo. No es.
Fue.
Eso
da lo mismo. No es, no existe.
El mundo
en una mañana: la vida –todo lo visible y sensible- y la muerte -que es la
nada-:
¿Por
qué es tan extraña la muerte? Porque vivos nunca alcanzamos a saber lo que es y
muertos con toda probabilidad tampoco lo sabremos. De ahí la extrañeza: sabemos
que existe y así lo demuestra alrededor de nosotros cada décima de segundo con
el arte tan trágico y definitivo de su guadaña, pero no sabemos lo que es.
Más de
doce mil millones de sucesos han de ocurrir en un día en mil novecientos
setenta y ocho, la edad del universo.
Mefistófeles: Tú
eres, en última instancia, lo que debes ser.
Boceto: Estoy vivo, estoy vivo, se decía como aquel Ricardo
Reis de Saramago, y como no había nadie que pudiera desmentirlo se lo creyó.
Entretanto,
mientras rueda la tierra, vale más una piedra que un humano. Te sobrevive. Lo
certifica el universo.
Toda
fiesta he de ver, se dice Boceto
camino del Acteon: El imperio de los sentidos. Combinó –en
parte se purgó a sí mismo en acto de contrición (?)-, el diablo iba a
permitirlo en la misma sala, tres días más tarde con El amigo americano: hasta reconoció en un plano a Samuel Fuller.
Sale del
cine al gris exterior de afuera:
Inventar
un personaje de ficción que se mueve entre personas reales que lo hacen real y,
luego, desaparece, se disipa como el humo.
Los
miraba. Aun en colores, carne de ficción. No le engañaban. No significaban nada
para él. Ya había salido a la oscuridad real del artilugio de la película.
Se
introducía en otros sorprendentes imaginarios. No veía a su alrededor: la
insolencia de los dieciocho años: veía lo que pensaba. Todo su seso era ahora
celuloide.
Parapetado
de fronteras, a duras penas dejaba traspasar a alguien hasta él. Sólo otorgaba
salvoconductos a los seres de ficción. Algún otro estrafalario: había espigado
entre los papeles en los que trabajaba JD. en ausencia de éste. Le llamó la
atención la fotografía de la mujer menuda, los ojos negrísimos, las pobladas
cejas que hasta oscurecían el entrecejo: ahora la descubría entre la masa
oscura de los otros, ataviada del llamativo huipil, como una reluciente moneda
de oro que destacaba en la grisura de la chatarra humana: la obra o la novela
como una mezcla de mil elementos, la pura extravagancia alejada de todo
parangón: la siguió hasta que se disipó como
el humo. Y la frase memorable: Si muero espero no volver jamás.
¿Qué nos
cuenta el cronista?
Que la cultura
es un robo. Y lo que no lo es un plagio por más que lo vistan de disimulos u
otras galas de estilo.
Que él es
literatura (pura) viva.
Que
Quevedo con espuelas de oro o sin ellas, alegró mucho el castellano viejo tan
solemne.
Que antes
licencioso, e incluso maquiavélico y humanamente bestia, que aburrido.
¿Se aburre
Boceto en mil novecientos setenta y
ocho? No es su crónica negro sobre blanco, buenas piernas tiene él para
alejarse de los símbolos fútiles y distraer sus ocios con pasables
entretenimientos: la pluma y sus menesteres asociados para los pusilánimes que
acaban temiendo incluso el aire encerrado y polvoriento que respiran en sus
gabinetes lejos de un acontecer más provechoso.
¿Usted
quién es, amigo? Su palidez ofusca…
Yo soy de
gabinete.
Acabáramos.
¿Se aburre
Boceto?
Ars Poetica: en
un solo individuo toda la picaresca española de los antiguos siglos aunque…
ilustrada y de excelente educación.
¿Se
aburre, Boceto tan ajetreado por el
sol y su influjo?
Nada más
lejos de ese fastidio, es hombre de cultura, de muchos cebos y de muy buen
cuerpo al que en el transcurso de sus correrías sabe sacarle grandes provechos.
Todo
esto te daré, oyó que al nacer le susurraba al oído una voz celestial, nada
mefistofélica: aceptó de inmediato. Y hasta hoy. Sin pulgares hacia abajo.
Nadie decide por él. Nadie le condena o mide sus actos del signo que fueren
porque él es el único protagonista donde comparsas y territorio limitan la
farsa (estoy vivo, no me vengas con la monserga de la muerte).
Tuvo
que ser sabio Fausto para comprender que todo es para nada: tendrás que pagar
un precio para acceder a saberes más sabrosos, le conmina el mensajero
previamente. Hubo de acumular años, y borrarlos después como por ensalmo, para
desprenderse del lastre del alma.
Se
exploraba a sí mismo Boceto… pero
sólo recorría paisajes, y él ausente, no se veía, invisible como si no
existiera, de ese modo se absuelve uno: ningún amor ha de redimirte sea la
coprotagonista puta, margarita o mora: si no me ven no pueden herirme, nunca
darán en el blanco… y yo no preciso verme porque me basta con imaginarme y, por
encima de todo, sentirme de carne y hueso aun con los ojos cerrados.
Beber
y reír, agrandad el círculo, no como esos gatos jóvenes jugando con su cola:
ilusos que no (a)saltan al mundo y malviven en la estrechez de sus miras o,
peor todavía, se nutren de los sueños que no realizan jamás.
Corre
Boceto, corre, tempus fugit.
Él
es, se dice divertido, un invento de Dios. Ficción nada más, entonces. Ha de
internarse, si gusta, en paraísos o infiernos.
Si muero espero no volver jamás.
Y
ha de morir aunque no sepa por qué.
Todo
lo del mundo es una imaginación, pero tangible, de la que puedes echar mano
cuando desees siempre que la conviertas en real.
(¿Y si uno es un invento del diablo?: serías más inocente, pues, ni una sola
culpa mancillaría tu corazón si es que éste es algo más que un músculo.)
Él
es un caballo de troya, que es el icono perfecto de la candidez: el regalo
perfecto para un niño curioso y juguetón. Él es su único ocupante. Sale de la
enorme panza a su hora o a deshora. Que dicten sus apetitos. No necesita
disfrazarse con la luz del día o la oscuridad de la noche: se ampara en
consentimientos, elude reyertas, asiente siempre: así es si es vuestro gusto:
el pulgar de los jueces ni hacia arriba ni hacia abajo, ni para sí ni para los
otros. Hace tiempo que convenimos que si en la tierra existía un dios también
habría un lugar para el diablo: no es posible el engaño. Uno, sí, siempre, sabe lo que es. Sin embargo, tal vez sea posible estar en dos sitios a la vez,
una bilocación, por decirlo de esa manera, al estilo de la espiritualidad india
tan chocante, que promoviese desplazamientos singulares e incluso sincrónicos.
¿Yo? Amigo, una vela al dios y otra al diablo. Tengamos la fiesta en paz con
esos dos.
Y
así van las cosas de bien: de la memoria, que tiende de un modo u otro a volver
hacia atrás, qué si no, es preferible no rescatar nada del pasado, ese sitio extranjero donde se hacía las cosas de
otra manera, ni lo bueno ni lo malo: el deseo picassiano tan halagueño agarrado por la cola sin duda huye hacia
delante, ve tras él pues te ha de conducir a buen puerto donde todo es larga
vida, jolgorio y descubrimiento.
¿El
pensamiento? A veces, un buen lugar… ¡tan efímero! Boceto, nuestro filósofo recién salido de la adolescencia en el año
criminal del criminal de mil novecientos setenta y ocho en ocasiones hurga
desmadrado en recovecos reflexivos de nula importancia pero de grato
entretenimiento en tales edades aún próximas al acné: el pensamiento, ah, el
pensamiento… Para él las ocurrencias, el pensamiento, tenían una sustancia
viscosa, una materia pegajosa semejante a la masa encefálica, como si formaran
parte intrínseca y física de los sesos, pura substancia que, no obstante, se
desintegraba a sí misma en el intervalo de dos nanosegundos.
¿Quién
se sepulta en el abismo de sus pensamientos? El que no ama el sol, los faustos del mundo que cuentan en sus
mundanas transacciones hasta los céntimos… Esos hombres sabios, avaros,
apesadumbrados y pálidos que al final acaban echándole el ojo y la zarpa a una
cría de catorce años y se ponen en almoneda por una vana ilusión.
¿Alguna
vez habrán descubierto estos tipos, carne de diablo, que toda la verdad de un
decurso humano, al decir del Eclesiastés,
se cifra en que contiene todos los extremos, todo principio y final y acuerdo y
oposición?
Noche
y día, amor y odio, dicha, tristeza, éxito, fracaso, vida, muerte… El olvido.
La nada.
Deslizaos mort…
Y
no volver jamás. ¿Para qué?
Ya
he visto toda fiesta… en un cine de barrio de doble sesión de butacas de madera
sin tapizar y casi drogado por un penetrante olor a desinfectante y ropa vieja
o desde la cima social engalanado y con gesto distraído, incluso displicente,
en un palco de la ópera… o en el culo del mundo con una bolsa de pipas en la
mano sentado en el gallinero rodeado de sombras y espectros viendo abducido
películas de un tecnicolor desvaído: ya he visto toda fiesta.
Sale
mucho fuera de sí. Se saca mucho de paseo entre la multitud. No es un brahmán.
Se vincula entusiasmado con todo lo que le procura placer. Sólo está a solas
cuando se lo propone, aunque sin ningún capullo que le envuelva del todo, una
especie de resaca llevadera desde la que puede atisbar el exterior: el mundo
sigue ahí como siempre, a mi alcance, lleno de fantoches y falaces
administradores de lo privado y lo público que sacuden desde las bambalinas
(desde lo oculto) los hilos de las marionetas... tan fáciles de sustituir, de
reponer sin remilgos, de comprar.
¿Habla
en primera persona?
Él
es una primera persona.
Los
otros, lo plural, esa masa silente las más de las veces, siempre es un
galimatías en el que no vale la pena fisgar, ni siquiera importa saber
realmente unos nombres o recordar unos rostros que vas a olvidar en cuestión de
días.
Bien
vestido, acicalado de una cultura improductiva pero tan vistosa, allá va el
caballero por calles y avenidas, entre gentes y cometidos muchos de ellos
abstrusos e inútiles pero que ponen en la palma de la mano de sus actuantes las
suficientes monedas para que ruede la noria. Con su pan se lo coman y allá se
lo hayan. Ya tiene él su sinecura.
Tan
semejante, pero no es como vosotros (suele decirse de tantos: no era nada
inteligente, o poco inteligente, pero era muy listo). Tan igual, pero con una
despreocupación muy alejada de la rigidez de vuestros miedos y miramientos.
Emancipado de leyes, ataduras tan sólo de seda, deberes ninguno, turbulencias
todavía menos.
Andariego
feliz y calmoso, como un animal que nunca podría perderse en el bosque más tupido
ni en la urbe más desordenada porque no tenía urgencias de ninguna clase, ni un
lugar al que dirigirse, que le esperase, un lugar al que regresar que mereciera
recobrarlo (revisitarlo) volviendo sobre sus pasos y recuperar un pasado que en
el fondo o en la superficie es como el agua que ya ha fluido: era absolutamente
libre: cronista sólo de sus antojos, de sus apetencias y placeres más
inmediatos e inconfesables.
¿Y
el otro cronista mercenario y esnob?
Ha
viajado a Londres arropado con un intérprete: más allá del infinito castellano
labrado de hierro y fuego y sus deslumbrantes metáforas, desdeña aprender cualquier otro idioma que pudiera malear su
prosa o ensuciarla de vicios léxicos. Luego de diversas peripecias harto
anodinas, es decir, literarias, es decir, inventadas con toda probabilidad,
como espiar a dos lesbianas besándose en Hyde Park, contar los cisnes que
surcan en el lago o escribir un poema ensalzando el pollo frito, para huir de
una cena horrible patrocinada por la BBC a base de calamares con arroz y
mantequilla rancia se distrae un rato tumbado en una cama sombría donde ya
durmió uno de los asesinos de Rasputín barajando billetes de una libra (qué
dinero tan llamativo), se oculta bajo un paraguas innecesario, pues no llueve,
por las inmediaciones del puente de Waterloo y, finalmente, se mete sin
remordimientos de ninguna especie en un cine porno donde las protagonistas no
pasa ninguna de los catorce años, no sin antes, nobleza obliga, loor al
anglosajón, mentar en su crónica que ha visto levitar a William Blake por
Kensington Road y descubierto a Joseph Mallord William Turner, el celebrado
pintor de las brumas británicas, pintarrajeando amaneceres (o atardeceres, que
da lo mismo) con tizas de colores en una de las aceras de Oxford Street.
Año
extraño éste por tan previsible como todos los precedentes y los posteriores de
mil novecientos setenta y ocho donde los mayores crímenes son incontables,
anónimos, inexistentes en los predecibles telediarios a la hora de la cena de
bandeja sobre las rodillas y la conciencia dormida (en paz).
Buenas
noches y buena suerte.
El
colega de Sánchez sonríe torcido, nunca mira a los ojos y huele que apesta a
pesar de la ropa nueva que ha comprado
en un mercado de baratillo. Dos años después de la muerte de Sánchez
terminará agonizando en los alrededores de una granja sita en un lugar del
Maestrazgo cuyo nombre no recuerdo con
la barriga reventada por un cartucho del doce disparado por un masovero muy
celoso de sus escasos bienes y sus cuatro perras ahorradas, mirando atónito e
incrédulo a un cielo silencioso de azul desfalleciente: se apretaba las manos
ensangrentadas contra el vientre reventado, empujando hacia adentro las tripas
como gusanos gordos y largos que olían a mierda y apagaban todos los olores del
monte.
El
colega de Sánchez, mucho antes de imaginar esa muerte que le aguarda ineludible
al doblar la última esquina de su vida miserable, apestosa y mezquina, ahora
investido como uno de los enviados de un dios tan apestoso como él para que la
tragedia que comienza a tramarse tenga su conveniente final, lo tiene todo bien
programado: la muerte de un modo u otro para ese infeliz comparsa, uno de los
Sánchez de la vida, un perdedor con una pistola falsa en la mano; él y los
tipos listos de sus cómplices huirán con el botín: el diablo, o el dios,
reparten buena o mala suerte aún antes de que abras los inocentes ojos al mundo
que ha de romperse contigo al igual que una bola hueca de cristal cuando te
vengas al suelo.
Sánchez,
mejor que con la mora te hubiera ido con una vieja hechicera que acostumbrara a
salir por la chimenea cuando el hambre acuciara el estómago.
Sin
embargo, es el noble Satán quien te visita…
Sánchez
ya ve a la mítica y fascinante Elena en la mora que ya es todas las mujeres,
incluida la Mozarovsky.
Sánchez, que ya labra
su fortuna,
A ver ese juego de
manos con pistola:
con uno se puede hacer
diez, por tanto tu riqueza es segura
de
cinco y seis haz siete y ocho y verás cumplido tu deseo
por
más que nueve sea uno y diez ninguno.
Son
como niños, se dice Boceto, al salir
del Capitol una tarde perfumada de abril.
Rozando
los 18 años, aunque la altura y una mirada serena pero firme salvaguardan de
ese pequeño escollo en las calificadas 3 (Autorizado mayores de 18 años), 3-R
(Mayores con reparos) y 4 (Gravemente peligrosa) proyectadas en los cines de
estreno, pues, como ya se hizo ver tantas páginas atrás, en las salas de barrio
entraba uno como Pedro por su casa.
Y
una copa de ron sin hielo de remate en Lauria.
No
va a ir él por esas calles con un bucanero
en un bolsillo, un tigretón en el
otro y un donut entre los dientes
como si aún vistiera de pantalones cortos o estrenara su primera corbata de
bachiller.
Anda
por la acera con absoluta seguridad en sí mismo, abrid paso, lacayos, despejad
el camino al Señor de Brell.
Se
acerca a la barra con decisión, sin el menor titubeo, mientras prende fuego a
un cigarrillo con el plateado Silver-match
(aún llevaba a la rubia colgada del brazo hasta que la descubrió a ella con sus
bonitas piernas al aire, la próxima servidora
que con tanto esmero escanciaría en su copa el mágico elixir que al
éxtasis ha de transportarle).
La
camarera, blusa blanca de manga larga y falda negra muy corta, hace un instante
sorteando las mesas bandeja en mano, entra al otro lado por un extremo de la
barra y se planta ante el caballero, le sonríe cómplice: apunta maneras el
mozo, tan apuesto: su rostro y su porte
indican claramente la nobleza de su espíritu.
Margarita
te llamas, dice risueño el caballero a la vez que muestra la largura de su
espada y pide la bebida. Sin hielo, recalca.
La
joven frente a él, con la botella en la mano, le mira con estupor al escuchar
sus palabras, pero recobra la sonrisa enseguida. Aunque aún anda lejos de la
treintena siente una pasión feroz, incontrolable, febril, por engullir
adolescentes sin distinción de género, especialmente si son de noble estirpe,
como si fuesen donuts allá en su
cabaña de Ruzafa, al otro lado del castillo y sus murallas.
En
cuanto libre de aquí a éste le doy un baño de arriba abajo con el agua
hirviendo, lo rocío de perfume, lo atonto hasta el delirio más extravagante y
me lo zampo enterito. Lo voy a dejar para el arrastre.
(Escribe Boceto… esa noche en el
primer capítulo de su nueva novela, todas incompletas las que le precedieron a
pesar de sus denodados esfuerzos por continuarlas.)
¿Mayor
de edad?
Todavía
sin techo propio y con biblioteca prestada nuestro héroe. Ni un maravedí le
cuesta el yantar, ni un mísero cobre el lecho donde reposa el cuerpo de las
fatigas del día: vive a la sombra y de las sobras del señor del castillo.
Mejor
se revolcaban en el piso de ella, hechicera, la más bruja entre las brujas.
Soy
de noble raigambre, pero paria, ando el mundo a solas con mi pensamiento.
Se
te nota en el aliño.
Merecimientos
no me faltan, aunque sí dineros para posada (casa de citas).
Es
primavera, el mundo está bien hecho, que dice el poeta. Nada fuera de su línea,
como en la viñeta de un tebeo donde todo es claro y nítido y los colores sin
matices adensan la realidad y la adornan del mejor bienestar.
¡Como todo respira aquí paz, orden y
contento!
El niño siempre es niño, y un juego
siempre es juego.
Todo va en pos del oro, todo depende
del oro.
Gallardo
hasta en el pensamiento. ¿Acaso no es capaz de arrojar él la copa de oro al mar
y contemplar impasible cómo desaparece entre las olas?
En
modo alguno. No lo es. Qué desperdicio (…todo
depende del oro).
Lejos
de mí un ascetismo que no procura sino tristeza y desolación... y la quietud y
la postración mortificantes que enferman músculos y huesos.
Horas
y horas, días y días, semanas enteras meditando como un santón bajo el frondoso
pippala acerca de la oscuridad, de la inmensa nada, de las dos inconcebibles
nadas, y, al cabo, aquí estamos todos nosotros un poco más viejos y los muertos
un poco más muertos.
Margarita
de blanco y negro. Como las fichas del dominó, las películas antiguas, las
fotografías de antes…
¿Antes
de qué?
Sé
moderno, vive al día. Es la idea de la muerte y el deterioro constante de
nosotros mismos lo que nos modela como somos sin que poco podamos hacer para
evitarlo: ser un poco menos malo, ser un poco menos bueno.
¿A
qué hora libras?, pregunta sin vacilar ese todavía adolescente envalentonado
por el ron (sin hielo).
Mefistófeles
ríe por lo bajo. Estos dos personajes le han caído del… cielo. Gran
divertimento en nuestro pequeño teatro del mundo.
Qué
juguete para la hembra. Ya se relame de gusto anticipando los antojos de su
perversidad inagotable, su lujuria sin freno, el apoderamiento de ese perfecto
maniquí vibrante de carne, sudor, olor y estremecimientos. Una seducción
rastrera que conlleva la aniquilación moral del otro.
Qué
sabidurías tempranas para el aprendiz de varón Boceto, entre el libro y la calle: ¿qué mejores universidades han
de licenciarte?
La
joven camarera en blanco y negro, Dominó,
es muy violenta en la cama. Boceto,
sobrepasado, llega a asustarse de veras. Se siente zarandeado por una fuerza
que no entiende aunque sabe muy bien de donde procede. Humillado, la
experimentación de su placer será efímero. Es un pelele al vaivén de un deseo
ajeno tan profundo y herético que escapa a su comprensión. Aturdido y
ultrajado, mudo ante la sorpresa, admite incluso la venda negra que tapa los
ojos, la cuerda que ata los brazos tras la espalda desnuda y herida de arañazos.
Nota el pene amputado temporalmente del cuerpo bajo el dominio de la otra,
ahora como un objeto sobre el que no tuviera el menor poder: incluso laxo, ya
en la agonía del éxtasis, ella no le permitirá ningún descanso. Sobrecoge el
olor animal de la mujer, los fluidos de la piel y la carne trémula, esa
naturaleza de lo femenino, que tan ingrávida había imaginado siempre (etérea y
hasta invisible, intangible, es servidora)
y que, devenida en físico brutal, lo aprisiona hasta dejarle sin respiración. Lo
lame de pies a cabeza, lo muerde donde se le ocurre, le hurga con la lengua
entre los labios, introduce los dedos en el ano, con ansiedad sorbe su pene
maltrecho, dirige la boca de él encharcada de saliva hacia su sexo quemante.
¿En
qué trampa me he metido?, se pregunta el infeliz seducido.
¿De
qué infierno nace esta acróbata de lo convulso, esta fuerza histérica y
precipitada de la pasión?
¿Quién
no tiene una historia… anodina o tremenda?
Te
han comprado en un mercado de esclavos, como antes a ella. Eres, niñato, su
esclavo sexual. Su muñecote desnudo al que puede romper en ese atardecer de
sudor, saliva y semen cuantas veces quiera. Ni aun saliéndote el ron por las
orejas estarías a la altura de esta sirena desatada. Eres su consolador de los
pies a la cabeza, un trasto que, saciada, arrojará a la basura sin que tenga el
mínimo interés por recomponerlo.
Eres,
para ella, barato y accesible, desechable, olvidable, un simple instrumento
incluso, diríamos, de masturbación. Conseguir un hombre es sumamente fácil, tan
fácil como provocar sus erecciones. Chaqueas los dedos, y a una le rodean los
penes erectos, un bosque de vergas enhiestas de parecido color y de variadas
larguras y anchuras.
¿Cuántos
años tienes?, le preguntaron (le preguntó Anthony,
el chulo del lugar) a la ninfa atrevida demasiado sabia y demasiado herida
vestida de puticlub.
Dieciocho:
camada del 58, qué pronto, pues… Dejada España, ay, de la mano de Dios y de la
de Francisco Franco, qué tiempos de oprobio y degeneración.
En
realidad podía sumar dieciocho veces dieciocho, era la más vieja del mundo: su
padre empezó a violarla en cuanto la niña cumplió doce años (también entonces
sin una mano a la que asirse, y aún muy vivos aquellos dos), seria y callada
durante el día, sólo soñaba pesadillas presididas por un sexo enfermo. Esa era
la única historia de su pasado, todo lo demás, madre, hermanos, infancia,
colegio, alguna compinche del barrio o del instituto quedaba en una nebulosa
que le impedía ver con claridad cualesquiera otra circunstancia existencial que
pudiese mudar en recuerdo.
Necesitaba
escapar como fuese.
(Yo no soy mala, me han dibujado así.)
Mostró
el carnet de identidad.
(Que tan poco dice de uno mismo.)
Bienvenida
a Alba Dorada: una penumbra
acogedora, luces indirectas, y el brillo fascinante y rico de la cristalería de
los licores, los reflejos reconfortantes y tibios de los espejos.
Yo
te bautizo Dominó.
Que
así sea.
Me
llamo Fátima. ¿Tú sabes como se chupa de verdad una polla? Muchas y muchos
creen que lo saben, pero lo único que hacen es metérsela en la boca. Yo te
enseñaré.
Más
cosas tendría que enseñarle ella a la mora desde el abismo del sexo más lúbrico
y oscuro por silenciado.
Sin
embargo, no permanecería mucho tiempo tumbada con las piernas abiertas en los
lechos oscuros de ese antro siempre a media luz satisfaciendo en el piso de
arriba, comediante ella, la libido alcohólica de unos pobres diablos de aliento
podrido y panza obscena vestidos de domingo con la cartera llena de billetes.
Sólo el suficiente (pero dos años son una eternidad) para administrar mejor en
lo sucesivo el rencor y el desprecio que la atenazaban hacia un mundo de todas
formas disparatado, mal hecho, fuese
otoño o primavera (mal que te pese, poeta).
Hizo
el camino inverso en dos años: de puta a camarera.
Sin
embargo… iba demasiado pintada para ser una buena chica sensata. Los ojos
chispeantes, siempre en picardía, y la sonrisa insinuante ultimaban el cuadro
de una sensualidad harto evidente.
Le
gustaba moverse con su cuerpo de oculta y experta meretriz entre las mesas y
divanes de sitios cálidos y confortables, iluminados sabiamente, una tenuidad
como una caricia sobre la piel. Como sucedía en la cafetería Lauria.
Los
hombres y mujeres (?) que habían dejado atrás la veintena dejaron de gustarle
enseguida.
Se
sabía presa codiciada… pero era ella la cazadora de doncelleces.
Nada
más fácil que su captura si una es una forma
femenina y una mirada hospitalaria.
No
le hacía falta capa donde emboscarse.
Todo
su cuerpo y sus modos, una morfología sin tapujos, eran un cebo perfecto.
Su
vicio perfecto eran los adolescentes… y las adolescentes, en especial
colegiales luchando a brazo partido contra el eccema y el sudor a destiempo, la
posesión absoluta de sus inciertas identidades, turbias probablemente en la mayor
parte de los casos: ella contaba en su haber decenas de ellos: cazaba al vuelo
a los onanistas zarandeados por una pubertad que los concluía inermes del todo
ante la tentación.
Dominó (nombre decididamente poético que contrariaba el suyo
real, extraño y bello, Porfiria), sin haber acabado la secundaria, también
tenía sus universidades que muy pronto había transformado en aficiones y usos
inveterados.
Una
noche triste que Boceto intentaba con
su labia una y otra vez detener la avalancha erótica de la camarera y recuperar
las naves lanzó la sugerencia estrafalaria no sin cierta candidez al revelar
inconscientemente sus flaquezas:
Deberías
instalarte en Nueva York. Te comerías la manzana de un bocado.
Tal
vez lo haga.
(Lo
hizo recién cumplida la treintena: durante algunos años aún podía disfrazarse
de niña con tirabuzones y faldita con volantes en sus negocios de ultramar con
viejos de sobrada faltriquera y una lascivia renqueante aunque brava de deseo.)
Bien
engrasado por Servidora y sus artes
de mujer de rompe y rasga, ya joven de provecho en todo, o en casi todo,
funcionario docente después y pronto desengañado de todo arte y componenda de
aula, ciudadano ejemplar y confiado votante, consumidor sin escrúpulos,
comprador de periódicos varios y conformista (?) televidente asiduo, Boceto anduvo de correcciones
ulteriores: hay que retocar aquel dibujo del pasado adolescente como sea.
Fue
tras la pista de Dominó con ideas de
desquite rastreando en lugares de luz atenuada. Escudriñaba sombras y figuras
oscuras entre mesas bajas, risas contenidas, susurros, máscaras biliosas y
bebidas de vaso corto.
Se
va a enterar ésta. Hasta el fondo (¿el fondo de qué?) se la voy a meter.
Un
día, a la hora del lobo, dio con ella. Fue infructuoso. Del pasado sólo vuelven
los fantasmas en forma de recuerdo y, aunque vivos, ya son otra cosa, te miran
como a un bulto, sin reconocer tu carnalidad que nada les importa.
A
él, patético muñecón, únicamente le faltó decir que era otro.
No
perdió ella ni dos minutos en darle de lado con su voz que también era su
cuerpo.
El
mandato era inapelable.
Estás
de más, ya te sé, le dijo al otro que se quedó con la boca abierta y las manos
realmente indefensas a los costados como dos animalitos sin vida, al otro que
ya era el de antes.
Ella
se escurrió en la bruma huyendo de cualquier crónica de disparates y novedades
de hazmerreír.
Boceto silba con las manos en los bolsillos: claro que me
equivoco, y muchas, demasiadas veces. Pero hay algo importante que debo
señalar: nada de interferencias (Deslizaos,
mortales…), soy yo quien elige mis errores.
Ella
desapareció en el laberinto de Manhattan o… de la tierra para siempre. Volvió a
la nada de la que había surgido el atardecer cinéfilo que entró en Lauria.
Él
se fue en busca del Charlie más cercano, que era, asimismo, otra clase de
penumbra sin dolor, con las decepciones justas, sin humillaciones que
atravesaran la piel, sólo las inevitables que uno podría infligirse en una
suerte de redención nocturna y alcohólica. Mañana será otro día, en el cielo o en
el infierno… pero que no sea nunca en el purgatorio, todo lo provisional apesta
(aún aceptando tu propia temporalidad).
Amigo,
se dice sí mismo, según la creencia
budista la siguiente vida que me espera, puesto que soy culpable, es para
echarse a temblar. ¿A qué, pues, los disimulos en ésta?
Sabes,
Charlie, siendo tan imperfecto y desorientado el mundo, por él, quién en su
sano juicio lo iba a decir, también rodaron personajes magníficos, anduvieron
sobre su infame corteza atentos a lo suyo, y sin taparse las narices creo yo,
mirando ilusos al mañana enfrascados en concebir y culminar unas obras que no
dudaron un instante en regalar a las generaciones que les sucedieron.
¿Eran
humanos? ¿Cómo cuáles?
Cervantes,
Schubert, Vincent van Gogh… Tipos que hacen que el mundo sea mejor o, al menos,
que parezca mejor.
¿Y
tú qué tienes por delante?
Boceto siempre fue un optimista:
Destino,
contestaba.
Eso
era exactamente la eternidad.
(Tener
un porvenir o simplemente pensar confiado en él: la eternidad)
A
la tercera copa el mundo se desliza armónico por el cosmos, y todo alrededor es
una especie de arco iris, unos fuegos de artificio que ornamentan la noche
eterna, sin tropezones, encandila de veras.
Ya
en tribunal de casación, que lima sus fantásticos errores, el santo bebedor
inmerso en su euforia artificial de fuego divertido y de regocijado disfrute,
aprueba defectos, rebaja penas, suaviza castigos: el mundo, pues, al revés,
escrito en el culo de un vaso corto todavía pegajoso por los restos del
bourbon.
Ah,
el tiempo, adelante, atrás, no detenido, en su rueda invisible, sin cálculos a
su alcance.
De
novedades, incluso las ya vividas,
está lleno el mundo.
Si
al menos meditara… el viento me llevaría en volandas de un sitio a otro, de
montaña en montaña, pero aquí estoy farfullando ante una copa vacía… Escancia,
Charlie.
Ah,
Boceto, navegante en nebulosas,
ocurrente estéril, quizás santo pero también necio bebedor:
Ya
le dicta las palabras (el pensamiento que suelta la lengua) el viejo Daniel’s:
Me
pregunto si no es el cuerpo el que está encerrado en el alma… En fin, vivir
como un perro sin collar es muy divertido, pero muy peligroso… Se empeñarán en
darte caza. Tú, de corbata.
Y
ahí queda eso, se rinde sin más. Y se echa otra copa al coleto.
Por
lo demás, Sánchez, perro sin collar y sin corbata, ya desesperaba: noche tras
noche el edificio a medias construido que podía abalanzarse sobre él en
cualquier instante, el vinazo que carcomía sus tripas, la precariedad, la
creciente apetencia por la mora y el feliz porvenir que ella parecía augurar…
Lo que él vivía ahora no era el mañana prometedor y festivo. Era cualquier cosa
menos eso, era el hartazgo del pobre, una comezón que le hervía la sangre
(ningún crío por miserable que sea y desamparado que esté no deja de creer
durante algún momento de su infancia en el futuro maravilloso que le espera, en
las cosas buenas a las que él también tiene derecho natural).
Requirió
a Fiodorov.
¿Qué
hay de lo mío?
¿Lo
tuyo?
Él
sería un perfecto acomodador de cine.
Habrá
que esperar.
Esperar
¿a qué?
Largo
se lo fiaban.
Y
dio la bienvenida a Mefistófeles, el mensajero que era sabio en instrucciones
beneficiosas sin demasiadas demoras: híncale el diente a lo tuyo, por pequeña o
grande que sea una porción del mundo te pertenece.
Vende
tu alma, gana la vida: un pequeño apocalipsis.
Dios
y el Diablo se disputan tu alma… ¡pues menudo botín, una excrecencia corrupta e
incomprensible que emana de un cuerpo en descomposición, de un cerebro
putrefacto! (y en el mejor de los casos con el anexo de un montoncito de
cenizas).
¿Qué
otra cosa tienes con la que negociar ante esos dos empresarios del más allá? La
única diferencia es que el dios te amenaza con el fuego y las torturas sin fin
del infierno si devienes pecador y el diablo recompensa tus malas andanzas con
el paraíso terrenal de una existencia plena de lujo y placeres.
Y
Sánchez se disfrazó con una pistola en la mano. Daba el tipo más por su aspecto
menesteroso, lo cual en situaciones límite puede delatar un peligro y una
desesperación ocultas, que por una fiereza nada evidente a no ser por el pegote
adjunto de un arma inservible pero alarmante sacudida por el tiemblo de la
mano.
Total,
pensaba, el castigo sería en el peor de los casos una reprimenda carcelaria.
Él
no mataría jamás a nadie.
Nunca
imaginó que el muerto sería él, y para mayor sorpresa en la época de la pana,
el bullicio de la libertad (libertad ¿para qué?, se preguntaba Fiodorov a principios de los años
noventa y se pregunta, vamos a tomarnos esta pequeña licencia, Boceto copa en mano a lomos del dos mil
ocho) y una incipiente democracia ya sancionada por la pluma de alegres y
bienhechores padres de la patria (todo un brindis al sol con la panza llena y
el habano en ristre, el mundo está bien
hecho, ya fondeado el culo en la poltrona parlamentaria).
Y
eran, asimismo, los días de la bomba nocturna, el tiro alevoso en la nuca, el
grito justiciero de la calle y un cierto júbilo cartelario que flameaba de rojo
y azul las paredes y los muros: un país y unos seres en construcción, incluso
el tiempo anduvo construyéndose tan invisible como siempre directo al futuro
(pero no lo sabíamos).
¿Otra
copa, jefe?
Sí…
pero no he de beberla (¡vive Dios!).
¿Y
eso?
He
agotado el cupo.
Entonces…
Entonces
ponla sobre esta bendita barra, sagrada ara, alcohol devenido en sangre
incorrupta del bebedor sabio y santo, que se alce frente a mí y a la que pueda
yo invocar mis oraciones. Será suficiente con eso.
No
he de desairar yo esa pretensión tan extraña, jefe.
(Libaciones
más raras ha visto uno.)
Y
te diré algo por añadidura, no soy ajeno al sufrimiento de los otros ni a la
derrota mía.
¡¿…?!
Qué
hombre singular, que de la oscuridad allá donde se clausuran los ruidos arranca
la luz, pero esa oscuridad que sólo precisa cerrar los ojos lejos de sumergirse
en la vastedad de lo profundo y lo místico
Ah,
esta España, retablo de maravillas.
Os
diré lo que yo veo.
¿Aún
a pesar del sol cegador, esos rayos que todo lo desmembran y convierten el
solar patrio en un rompecabezas?
El
sol nos descubre, y hasta nos explica según dejaron sentado algunos que ya
abrieron la boca mucho antes de llegar a estas líneas.
Mejor
define la grisura, nos dibuja más exactos, extrae las esencias de las cosas,
suaviza contornos, nos revela sin esfuerzo.
El
cronista del setenta y ocho, de entre el aire abrileño hurga en realidades
extraordinarias y continúa conversando con un Voltaire blasfemo que sorbe rapé
por la nariz. El cronista que enferma y desenferma a capricho en la primavera,
que anda con el vientre hecho cisco y lo inunda con infusiones de plantas para
hallar alivio.
Doctores
tiene la iglesia que así le aconsejan. Ellos y él sabrán del prodigio herbario.
Aturde
el sol de La Mancha, ciega entendederas: tal la política.
Os
diré lo que veo con los ojos cerrados: una España que mata a los miserables
permitiendo que entre ellos se desangren y se maten (y eso acontece porque no
rezan el padrenuestro antes de dormirse como otrora enseñara la pía televisión
de nuestro General) y ceba las tripas de mil y un gandul que hablan por boca de
serpiente con semejante magisterio que en ningún momento pareciera que sueltan
paparruchas en los mil y un telediarios.
¿Y
cómo andamos de la política despojada de la frívola escritura de los
empecinados cronistas?
Como
dicha por Tontonelo, el de la barba por la cintura.
Adulan,
pero miden la agudeza estos gobernantes de librillo.
Bajo
techado propio todos somos libres… Pero allá afuera, al otro lado de la ventana
protectora, donde el vocerío y el ademán, donde todo es apariencia, era el mejor de los tiempos, era el peor de
los tiempos en la era de las contradicciones y la esterilidad racional: la
derecha imperturbable en su monolítico asentamiento y en la desmesura de sus
sempiternas y ridículas ambiciones aun siendo consciente de su caducidad y
pronta cosa muerta, enterrada y olvidada, y una izquierda sabedora ya que no ha
de cambiar jamas el mundo pretende cambiar a las gentes de buena fe mediante
mandamientos y prohibiciones sociales cuando no incluso morales, como si le
dieran vuelta a un calcetín (a rayas).
¿Y
como andamos nosotros en este retablo de maravillas?
Descalzo
e ilusionado Sánchez, sin pasión pero firme Boceto,
los dos con los ojazos abiertos ante las naderías, cuidando por la negra
honrilla: no seas tú el bastardo entre tantos legítimos.
Todos
son nuevos embustes, pocos los hombres honrados y demasiados los truhanes de
poltrona a los que encima hay que pagarles como a la Chirinos, por adelantado.
Y a callar, que tienen a sus vigilantes con la porra en la mano.
Qué
épocas de políticos cobradores por delante y por detrás y poetas funcionarios
bien acomodados… Tantos que quitan el sol.
Maravillosas maravillas:
Por
desgracia (o no) me culmino más en mis defectos que a través de mis virtudes a
la vista de todo el mundo, que es lo más antipolítico que pueda imaginarse,
¿para qué vamos a contar mentiras?
El
verdadero arte de cualquier actividad humana mediante la que quieras sacar
provecho es que no te vean venir: gobierna el futuro, que es invisible pero
inevitable, con el fardo de las sonrisas y las palabras. Eso es lo que les
encandila a un público maravillado.
Huir…
del mundo. Mediante el crimen o la más absoluta indiferencia.
¿Qué
es eso donde escribes?
Mi
más estimable cuaderno de tapas de oro y gruesas hojas de color hueso. En tan
noble soporte maquino mis planes de fuga, establezco escondrijos seguros e
inabordables: el buen Charlie, la colmada billetera, la cátedra insulsa, la
morada nocturna, el sueño profundo…
Ah,
la política, la política… escribe en papeles burdos de tres pesetas el cronista,
no sabemos sin en modo de queja o dominado por una celebración entusiasta.
Nueva
licencia, menos perdonable que la anterior: Boceto
en el año del Señor de dos mil ocho hace
tiempo hasta la hora del condumio en una hemeroteca. Repasa con descuido
titulares a cuatro columnas de décadas atrás.
¿Ves
el futuro?
Una
triste proyección de lo que será… digamos.
Que
ayeres vanos.
No
serán los hoyes mejor.
¿Cómo
creer en la especie humana?
¿Por
qué hay que creer en la especie humana? ¿Porque no tenemos otra racional en
quien hacerlo?
Como
dijo aquella escritora del género negro: una razón para admirar el automóvil es
que arrasa más gente que las guerras.
¿Qué
hacer, pues?
Salir
por la puerta de atrás, no vaya a ser que te descubra el vigilante.
Esconderse
de las trapisondas del mundo, sin duda.
¿No
fue Epicuro quien lo aconsejaba con fiereza?: ¡Vive escondido!
¿Tú
sabías que existe una isla desierta con mil millones de libros, repetidos
innumerables de ellos, y mil millones de esqueletos?: cada esqueleto con su
correspondiente libro pegado a sus huesos: el libro que se llevaría cada uno a
una isla… etcétera.
Mi
isla desierta es una isla secreta: la isla del tesoro. Sólo yo puedo llegar a
ella.
Hace
años que perdiste el plano de esa isla. ¿A los siete? ¿A los doce? ¿Quizás a
los quince, la edad terrible? ¿A los veinte si todavía andabas de soñador?
También
es posible hacer de la realidad una figuración: me siento más a mí aun con los
ojos cerrados, pues me palpo y me reconozco, que a todos los miles de millones
de vosotros con vuestras voces y caras de tan gran profusión, siempre enredados
en zarandajas inútiles, inocentes tragantonas y vanas imaginaciones.
A
la isla del tesoro se la llevaron las olas y las nubes viajeras en volandas.
(Mas
ahí se yergue fascinante sobre el mar mires en cualquier dirección que mires, y
nos deslumbran su luz de oro y el verdor de sus árboles, sus cielos azules o de
fuego, sus noches cálidas perfumadas por las frondosas plantas y el rosario de
las flores: el retablo prodigioso no miente… ¿No te basta pasar tus días al sol
junto a las aguas cantarinas de un arroyo? ¿Qué más necesitabas?)
Para
vivir me faltan recursos, pero lo disimulo porque ando sobrado de artimañas,
confesó con voz impostada un compadre de Sánchez (un Mefistófeles al que no se
le apreciaba cojera alguna) en usos de didáctica y, además, remató gatunamente,
tengo una grande afición por ello, de modo que nunca dejo de ir adelante. No
vale la pena vivir, porque no tienes otro
remedio, entre sobras. Lo del mundo es de todos y nadie se lleva nada de él
al otro barrio.
Y
tampoco vivas angustiado por esa sensación de verte a ti mismo sentado en una
sala de espera susurrando a las paredes que algún día me llamarán, alguna vez
ocurrirá algo… Levántate y abre la puerta a patadas.
Eres
mortal, un estado que deja pocas dudas de alcanzar alguna vez la perfección por
más empeño que pongas en tus martingalas. Pues juégatela a cara o cruz. A fin
de cuentas tú eres la moneda.
No
seas un hombre perdido, no invoques en doloroso silencio milagros.
Hombres
en rumbo, navegan por la redondez de la tierra hasta encontrarse de nuevo en el
punto de partida, con la proa directa a la nada: ni tu nombre, Sánchez, ni el
tuyo, Boceto enmascarado, han de
quedar. No quedará ningún nombre de humano sobre la tierra… a pesar de que
algunos de ellos pervivan durante siglos, hasta milenios, en boca de muchos y
en las páginas fútiles de unos libros que arderán sin remisión en el incendio
descomunal del fin del mundo.
¿Alguien
se pregunta el nombre del pintor de bisontes y ciervos que los pintarrajeaba en
las paredes de la cueva de Altamira? Nos han bastado sus manos, el producto de
sus figuraciones, su tiempo admirable de noches y días inimaginables y que tan
secretos se nos antojan ahora, su alma primitiva sin artificios: también él ha
de desaparecer tan anónimo como se reveló. Su nombre ni siquiera ha sido
olvidado: nunca nos importó saberlo. Y su obra ante la que nos extasiábamos se
disipará en la nada finalmente como la de todos aquellos cuyos apellidos y
señoríos se escriben en letras de molde e incluso, pobres diablos, se ufanan
por ello.
Mueres,
y durante algún tiempo eres una fotografía, y al cabo de unos años un
antepasado sin nombre, hasta que una mañana o una noche o una tarde desalmadas
alguien se cansa de tu imagen, ahí, en blanco y negro o en color, inalterable,
machacona, y la despoja del marco y aburrido y quizás fastidiado la rompe en
cuatro pedazos que acaban en el cubo de la basura.
La
muerte es para siempre.
Y
qué ¿pues no buscabas la eternidad?
¿Acaso
te sientes huérfano… vivo o muerto? Acéptalo cuanto antes, el cielo de los
dioses es como el vidrio, si le aciertas de una pedrada lo resquebrajas, y poco
a poco se hace añicos y sólo queda la negrura que lo envuelve. ¿A qué ese miedo
a la nada que, imaginémoslo de ese modo, hasta es posible que no sea sino otra
especie de existencia?
Boceto había demolido toda clase de creencias: Nostradamus
vaticinó un milenio de felicidad a partir del año dos mil… y en esas estaba, a la espera. Desde mil
novecientos setenta y ocho hasta hoy. Qué logro: mañana la felicidad:
festejémoslo hoy entonces.
París,
el mundo, es una fiesta.
¿Por
qué no vivir en un retablo de maravillas… sin intermediarios ni inquisidores,
sin miedos al qué dirán ni sentirse alcanzado por algún oprobio…?
Sólo
figuración, sólo… ¡Cuidado, ay de mi espada desenvainada!
(pues
eres de sangre vieja, de gran hidalguía).
Si
el viaje (a la isla del tesoro o a la nada) fuera para todos un mar plácido,
muy azul… se diría adecuado para andar sobre sus aguas.
Pero,
demasiados escollos. Y la edad que carcome y nos aboca al abismo del recuerdo
doloroso, de las equivocaciones, de las infamias cometidas…
¿Qué
era ahora su vida?, se pregunta el viejo que ha de crecer como una hiedra de
las entrañas de este Boceto de
dieciocho años hasta que lo ahogue décadas después: rescoldos… de lo vivido.
Pero
también antes, mucho antes, ya eran sus días rescoldos, un tiempo sin brío:
descubrió con sorpresa que no le gustaba vivir y supo que debía llenar la vida
de simulaciones, o dejándose llevar por las apetencias y abandonos del mero
cuerpo: esa alegría, aun impostada, le abocaría a todo tipo de festividades y
haría desaparecer de su mente como por ensalmo el fastidioso fardo de los
escrúpulos.
Iba
a claudicar como todos, si los dioses le eran propicios y no le jugaban una
mala pasada antes de hora: llegaría a viejo, a lo decrépito: entonces no habría
retablo de maravillas que valiera: éramos en verdad sombras, una fugacidad que
ahora, en la senectud, se antojaba sin sentido: un ir y venir a ninguna parte.
Viejo:
tengo claro el comienzo y el final, que es el presente que me invalida, lo que
no tengo claro es el desorden que ocurrió entre ambos.
También
puedes leer, si aún tienes ojos, La vida
y las opiniones del caballero Tristram Shandy.
Nos
estamos pasando con los viejos, se lamenta el cronista en plena primavera. ¿Qué
hacer?
Mirar
puestas de sol, jugar a la brisca, encerrarse en casa y recorrer cada tarde un
centenar de veces el pasillo curvo, acariciar al gato, dormitar junto la
ventana del ocaso con los brazos muertos sobre el regazo, dejar el cerebro en
blanco, maldeciros a todos vosotros y el lamentable ruido que proviene de
vuestras asquerosas vidas repletas de cachivaches molestos.
Y,
luego, aniquilado en la nada, un muerto cualquiera por muchas posesiones y
recuerdos que dejes tras de sí, ser un muerto como cualquier otro, uno más de
esos, de los ciento cincuenta mil millones que se supone (?) que han sumado ya
los que antes eran vivos y vagaban sobre la tierra con escrúpulos o sin ellos,
en la selva o entontecidos por la televisión o ilustrados por la sosegada
lectura de millares de libros.
Al
cabo ¿importa algo la impotencia borgiana, el pecado que le atenazaba al
porteño en las postrimerías de su existencia?: tanto le perturbaba que hasta le
dedicó un verso muy previsible.
Feliz
o no, estabas condenado, y poeta en tu misma lengua hubo antes que tú que,
escrito esta vez sin enredos, aconsejaba el remedio: conformarse con uno mismo
es el secreto. Más allá de eso no existe otro viaje que alegre tus días o, al
menos, les dé sentido:
australopithecus
anamensis
australopithecus
afarensis
australopithecus
garhi
homo
habilis
homo
erectus
homo
heidelbergensis
homo
sapiens
tú,
imperfecto, incorregible.
Y,
a lo que parece, en esas estamos con los
pies aún en la tierra (de momento).
Viejos…
algunos lo son por dentro sin llegar a serlo por fuera: todos los que van a
morir antes de hora, a traición, y, por supuesto, sin que nunca ellos lo
supieran cuando se observaban inquisitivos (cien billones de células, gente hay
que las contó una a una, te conforman tan matemática, natural y graciosamente)
en el espejo intrigante y misterioso: ya rozándoles la guadaña quedan
boquiabiertos por el accidente ruin que va a culminarlos, y se muestran
incrédulos, incluso atónitos, y habrían desvelado con rapidez el número tapado
de la tarjeta de crédito para que siguieran alimentando a su cargo a sus
mascotas, perros y gatos (y quizás también a sus cónyuges), hasta ese día bien
cebados, y no porque no tuvieran coraje para sobreponerse a la contrariedad y a
lo intempestivo, es decir, a la muerte, que es sólo un ratito como quien dice,
sino porque descubrían decepcionados por mucho que llevaran a cuestas ese
amasijo de reminiscencias alquímicas de oro, plata, hierro, mercurio, cobre,
estaño y plomo, que en la tierra nada hay que no sea experimental y que
cualquier lugar es bueno donde ponerte del revés, de los pies a la cabeza o
viceversa, que todo anda torcido, a veces con violencia, a veces como sin
ganas, y en un santiamén te envía al otro barrio a ti, experimental o no, a tus
seres queridos de haberlos y a tus mascotas de haberlas. Eres muy barato como
cuerpo humano a pesar de la complejidad relojera que te anima y el intríngulis
de tus combinaciones: con unos pocos billetes te haces con el puñado exacto de
sustancias químicas que facilitan que pienses, andes y te reproduzcas. Eres un
mezquino saco de átomos al alcance de la faltriquera del más menesteroso
mercader.
No
gastó demasiado el que te inventó y te puso en pie: barro (la hechura de los
dioses bíblicos)… o una mixtura de aire, carbono (carbón), calcio (yeso),
hierro… (Bueno, y al final un soplido mágico de colofón venido de alguna parte
cósmica, y cuyo precio, me temo, todavía está por determinar.)
¿Qué
vale una vida?
Pregúntaselo
a una guerra: se destruyen millones de ellas en su orgía de sangre y
devastación calculada o indiscriminada, y, lo peor de todo, es que al cabo
quedan igual de desnudos y desamparados los vencedores y los vencidos… y sucia
la tierra de carroña inútil.
¿Hubo
una guerra?
La
hubo, y es historia, allá por el año…, por el año…
¿Es
la muerte una puerta?
En
efecto, se cierra tras de ti; se cierra delante de ti; se cierra a los cuatro
lados de ti definitivamente; se cierra arriba de ti; se cierra debajo de ti: ni
por el más mínimo resquicio te llegará la luz por muchas armas que tengas en la
mano.
Una
oscuridad tan completa que ni siquiera se llama oscuridad.
Tan
viejos como yo son el cielo y la tierra, prefieren creer el sabio y el poeta
puesto que es frase conmovedora, y así se lo dicen en la soledad de su gabinete
e incluso, no sin alguna indecencia, de ese modo lo escriben para perpetuar el
aserto.
Sin
duda eres viejo como el cielo y la tierra, allí estabas en el momento de su
creación, y contigo han de desaparecer: la nada, al salir tú de ella, lo crea
todo y luego… lo descrea.
Voy
a hacer una cosa, dijo el dios de todos los dioses. Y creó la nada. Te creó a
ti.
Y
a Sánchez, y a Boceto (y puede que
hasta mí, que estoy hecho de garabatos imprimidos en un papel, o, peor todavía,
de garabatos como arañitas atrapadas en una pantalla) que ambos piensan lo
mismo al fin de la noche, cuando amenaza la grisura suicida, (¿para qué todo
esto?, ¿por qué estoy yo aquí si he de ser arrebatado?, ¿qué azar endemoniado o
endiosado me arrojó y encerró en una conciencia rodeada de materia ad nauseaum?), a ellos dos aunque con
distintos conceptos en su discurrir, con distintas palabras y muy diferente
obtención de beneficios y placenteras mesuras por parte de cada uno, pues uno
se sabe a salvo del todo en cualquier vicisitud con la copa elegante en la
mano, la corbata sin mácula y los billetes arrugados en los bolsillos y el otro
no se sabe nada de nada aun estando quieto y sin recuerdos que mitigaran su
aislamiento de ahora, mirando las llamas de una fogata maloliente envenenándose
de potingue de frasca y humo de las peores hebras.
Hay
que ver lo que termina pensando uno (u otro) cuando el mundo es un manchón
inextricable de colores pegado al faldón de los números de abajo: un vulgar
calendario: noches y días, nada por aquí, nada por allá.
Pero
no es la vida un juego de magia y trucos infantiles, es maldición: el adulto
acaba adivinando su caducidad.
¿Sabes,
Charlie? Lo que he hecho es sacar el fuero
interno de adentro (¿de adentro de qué?) con ese sacacorchos bendito sin
pecado concebido que escondemos debajo de la cama y ponerlo a andar a cuatro
patas por esas calles del diablo y sus remolinos: una figura de lo más
grotesca (invisible pero imaginada) que a veces le da por lloreras y otras por
risotadas, unas fluctuaciones extremas que supongo yo, con acierto o sin él,
obedecen a su verdadera sustancia: aquí estoy y no tengo ni la menor idea de la
razón de ello, como una planta que surge caprichosa de la tierra, tratando de
escabullirme del fuero interno.
¿Y
eso es importante, jefe?
Entendámonos:
el fuero interno es un lugar común de
la peor clase, amigo, el más apestoso donde los haya. Digamos que al menos he
hecho algo de limpieza general de entre las vísceras y las cañerías que las
alimentan, que buena falta me hacía… a mí y probablemente a todos vosotros por
mucha cara de asalariados que pongáis… Aunque eso también lo aplicaremos a los
no asalariados y magnates que ilustran las páginas del Forbes anual: caducados sus días hieden a la misma carne podrida
que el portero de su mansión o la servidora
que limpia sus elegantes aposentos y asea los confortables retretes: el dios de
los dioses los creó de la nada a la que vuelven con las manos vacías (justicia poética).
Habrá
que comer algo… Disimular las libaciones que derramo en las entrañas.
¿Y
cuánto va a tardar esa comida para acabar en el plato, Charlie?
Lo
que tarda un huevo de avestruz en cocerse, jefe.
No
será larga la espera entonces, no llega a la hora… del caníbal: pues escancia
de nuevo, barman, que hay minutos para todo.
Reflexionemos
durante la espera mientras el tiempo se muere (aunque nadie lo mate).
Primer
sorbo corto, directo a la garganta:
lo único que me consuela, por lo abyecto que soy y así me tengo, es pensar en
la inmensa cantidad de muertos que ha producido la vida… y muchos de ellos
inocentes con los ojos a medio cerrar.
Segundo
sorbo sostenido, más largo: Sin
embargo, cosas verás que han de maravillarte, creo, y no en mi fuero interno, que todavía espero algo
de compasión de mis semejantes… al no esperar nada del dios de los dioses.
Tercer
sorbo corto y rematador que ultima la
copa: Bocetón, te vacías y te llenas
a conveniencia, eres un continente, un contenedor… sólo el contenido muda la
forma de los embelecos y engañifas que se ocultan transitorios en sus
entretelas.
Él
no viaja de un punto a otro a pesar del mucho interés que tiene a veces por
hacerlo (ah ¿pero huye de sí mismo?): lo hace el espacio imantado por la
sustancia del cosmos que, además, aquél también es uno de los dones de la
ebriedad: comprende su movimiento, sus idas y venidas, y él vive, navegante o
náufrago, se mece o tambalea en esa dimensión, serpentea alrededor de ella sin
salir de sus límites, nos lleva de un
sitio a otro cuando ya has desbaratado tu conciencia.
Mira
la copa vacía, aún inspiradora no obstante:
Las
cualidades físicas que provienen del tacto nos hacen creer en un mundo
material, imperecedero, cuando en realidad… todo es humo que se desvanece en el
último suspiro, un sueño que se diluye
en los pliegues asquerosos por su viscosidad del cerebro como, ya despierto y
decidido a enfrentarte a un nuevo día, se escurren tus ilusiones al igual que
el agua entre los dedos.
Copa
y él, en este instante los dos vacíos, cristal ambos a través del cual
podríamos alcanzar a ver el otro lado… hasta el más allá de la materia de una y
la conciencia de otro.
¿Qué
no ha de salir del huevo de un avestruz?
¿Cuántas
veces has creído que el suelo se te venía encima?
Veamos,
Boceto del traje gris, no está todo
perdido, no dejes escapar ni una sola de tus ilusiones: cada día mejoran tus
expectativas de acabar en el cielo… ¡te has convertido en un perfecto
televidente! ¡Incluso celebras los dos puntos que subirá el PIB de tu país este
año de atracadores y papel mojado! Y alégrate, amigo, estás vivo, como algunos
moribundos que conozco que aún se arrastran con la lengua fuera por ahí.
¿Qué
andamos de la mano de un dios y tememos sus castigos? Ninguno de los dioses que
han nacido y crecido (aunque mal alimentados por tanta oración sin sentido) en
la tierra existen más allá de la muerte. Puedes despreciarles tranquilamente y
dedicarte a tus asuntos por muy reprobables que sean: nadie parece darse cuenta
de ello.
Llegados
a este punto…
Me
engañas, Charlie traidor. Tres docenas de minutos largos llevamos… y yo con la
copa vacía.
Cuarenta
minutos sin tragar algo sólido desmerece mucho al lado de los cuarenta días (o
los cuarenta años de Moisés y su tribu sobreviviendo a base de un maná, pura
escarcha, lejos de cualquier proteína de las de verdad con sus aminoácidos al
completo) de cruda penitencia y ayuno en el desierto del Gran Jesús hijo del
Gran Dios.
En
fin, barman sabihondo (y entendido bíblico por añadidura), todos tenemos nuestras
debilidades y servidumbres humanas.
¿Humanas
dice, jefe, en este mundo de monstruos?
Al
final, de la copa y la magra cena de medianoche, todo lo otro son principios de
nada, nuestro hombre acaba pensando
que pocas esperanzas le quedan en esta jornada de meter el rabo en alguna
parte.
Por
lo demás, hay que huir de este Charlie y su Biblia en pasta como de la peste.
El
caballo a la puerta.
Clavará
espuelas y cabalgará en la noche hasta alcanzar el chalet de los insomnios,
donde la mano criminal o inocente que arropa y mece la cuna es la catódica.
Y
allá en el Rancho Grande ¿qué?
Pensarse
en exceso: contengo multitudes, reconoció sin ambages el poeta.
Da
principio a la desdicha: la lucidez atroz del insomnio, que sufrió otro poeta,
le zarandea; a veces, hasta lo tiene en carne viva, demasiados abiertos los
ojos en la noche inmóvil ajena a cualquier caridad.
¡Cuánto
hubieran cambiado las cosas si él hubiera empezado de botones en un banco,
ascendido a conserje después, y luego ventanillero, y al final, triunfalmente,
ascender al ansiado rango de auxiliar administrativo… de por vida! Y por las
tardes, llegado a casa, después de comer y la breve siestecita, encerrarse con
su colección de soldaditos de plomo o repasar y quitarles el polvo a las cuatro
docenas de libros que posee del Círculo de Lectores hasta la hora de la cena, y
acabar arrellanado en el skay del sofá frente el televisor dormitando
pacíficamente mientras por la pantalla desfilan ora cantares ora los botejara
ora las cañas y los barros ora claudio y su esposa mesalina.
Noche,
has de saber que de la memoria, y esto es absolutamente descorazonador, sólo
extraigo arrepentimientos estériles, malas experiencias vitales, errores,
desdichas y una ristra no menor de las infamias
que se amontonan en el debe. Se diría que las cosas buenas que tuve el
acierto de perpetrar y las pocas acciones encomiables en mi haber se han
enterrado como castigo en las capas más profundas del olvido, allá de donde es
imposible recuperar cualquier recuerdo o vestigio de bienhechor.
Y
undécimo: nada de predicar en el desierto aun soliviantado por la cercanía de
tus semejantes, pues son de oídos sordos y manos caídas. Y las Tierras
Prometidas no existen. Al cabo, nada es de nadie.
Es
en la soledad, en el borde la nada, ni mundo ni humano, donde se labran los
mayores y más magníficos desprecios: tus pequeños éxitos te inducen al
resentimiento.
(No
hay duda, me parezco a un director de banco. Anthony Burgess lo dejó bastante
claro, la vida de un artista, un escritor, está más próxima a la de un minero
que a la de un director de banco, y ambos, necesariamente, deben aspirar a
convertirse en un buen animal.)
Ya
eres culpable (aunque tú no lo creas ni por asomo ni entonces ni nunca, y
aunque hubieras reparado en ello un ardite te habría importado), pero todavía
no criminal:
Querida
Hanna (veinte años más tarde), Lawrence (D.H.) decía que le gustaba escribir
cartas cuando se encontraba lleno de maldad: es… otra forma de perversión, o
acaso de seducción harto sofisticada.
Hacerse
un huequecito en una mente in progress
es tan simple como andar por la calle… si no te han cortado una pierna.
Hace
mil años, madre, también yo pasé por el 19 de la Berggasse, pues en mí anidaba
el germen del que fui, y a pesar de ello aún estamos aquí tú y yo con la cabeza
al aire y el culo bien tapado.
Hijo,
a mi padre le bastaba una caña de pescar, y al tuyo diez mil libracos, el pobre
Paul Klee y las festividades Haydn. Y contigo bien me equivoqué por lo que soy
capaz de ver a más de diez mil kilómetros de distancia, querido vástago de los
soles nacientes. Eres inofensivo e incluso melifluo en el ataque pero ponzoñoso
en la retaguardia, y tengo para mí que reúnes todas las cualidades del cornudo
ejemplar, en especial las dos principales de ellas, la indiferencia y el gusto
por una vida propia tan vicaria en tu mente que la hace incompatible con
cualquier tipo de coexistencia con otra.
Madre,
me limito a soltar lastre ya bien avanzado el día… Y un duro y quietos, que
dijo el otro.
¿Cómo
eres?
Oscuro
y feliz, lawrenciano.
No
eres como los siniestros corredores de una mina en los que hay que excavar a
conciencia hasta alcanzar las profundidades más abisales… más bien creemos que son suficientes cuatro
trazos expresionistas en blanco y negro para definirte.
2008,
entre el nóumeno y el fenómeno nuestro Boceto:
He
cometido bastante cosas reprobables desde tiempo atrás, pero metidas en ese
saco de despropósitos y pequeñas indignidades hay tres decisiones deliberadas
que al menos me redimen en buena parte: hace diez años que no he entrado en El
Corte Inglés, hace veinte que no voto y jamás he leído El diario de Ana Frank.
(Algo, sí sabe: todos los mediocres creen ser una persona distinta a quienes
son en realidad. Y allá van con su desconcierto.)
Empecemos
de nuevo:
treinta
años antes:
la
a con la a, aa.
El
Año Internacional del Criminal (no ha de desprenderse Boceto de ese calificativo con el que sepultaron en vida y en
muerte a Sánchez, asimismo podemos endosárselo fácilmente a él a pesar del
disimulo y las buenas maneras con que lo ha ocultado hasta este dos mil ocho
epilogal) no es año de prodigios ni de luces: un claroscuro desolador que
iluminaba sañudo o desmayado un sinfín de extravagancias políticas, sociales y
culturales activadas no se sabía muy bien con que intención pero que presidían
las primeras planas de los periódicos día tras día. No obstante, la sorpresa de
los titulares nunca fue lo bastante hipnótica o… perturbadora para ocultar lo
que la conciencia lampedusiana adivinaba: todo
iba a cambiar para que todo siguiera igual.
Tal
vez la frivolidad del cronista aceptaba esa máxima como exponente de lucidez… o
excusa para perpetrar una literatura bajo mínimos: la mueca del escéptico ante
la novedad política y su sociedad de parvenus
y una acerada y reiterada burla a la bulliciosa actualidad ataviada de
colores en exceso chillones y voces elevadas de tono en demasiadas ocasiones.
Qué
rigor crónico el del cronista, que pone a bailar en divertida e incongruente
zarabanda y en sólo tres párrafos a don Vicente Blasco Ibáñez, el padrenuestro,
los jesuitas, Voltaire (de nuevo), un cura que regala gatos, un bebé ahogado en
las aguas de una albufera, televisión española, los chinos, Hollywood y las
chufas, y todo ello sin quitarse la airosa e hidalga capa española mientras
aporrea las teclas con sus dos dedos al compás de su fértil ingenio de
mecanógrafo sin par.
¿Y
por qué no me voy a vivir a una comuna?
¿Todavía
andamos en ésas? ¿Diez años después de la guerra de los adoquines? Largo te lo
has fiado.
Padre…
Dime,
mierdecilla.
Ardo
en deseos de emanciparme.
Nada
más fácil. Mete en un saco tus pertenencias y devuélveme mis libros… y también
la llave de la puerta, que muy capaz eres tú de allanar mi
hogar una noche de lobos y hambrunas y birlarme la plata de mis ancestros.
Jamás deshonraría mis
nobles apellidos, padre.
¿Nobles? Los apellidos
van detrás de los nombres como los culos detrás de las jetas, hidalgas o no.
Por noble me tengo.
Te revuelcas con
villanas.
Qué remedio. La carne
es débil. Alivio sus calenturas al tiempo que ilustro sus molleras.
Si a vos os place.
Desaparecer, padre.
Esa es la idea.
Así, ¡qué fácil!, como
el humo que se eleva a lo alto en pos de las nubes que surcan los cielos
vírgenes y que también acaban disipándose en su viaje misterioso.
Se ignora su suerte,
dirían mis allegados ante los interrogantes.
De casta te viene.
Mal halle allá donde
fuere aquella mujer que fue mi madre y dejó de serlo por la fuerza de sus
caprichos y el alborozo de sus extravagancias.
Su destino de Medea
estaba escrito... como el de cualquiera, sea farsa o tragedia. Estaba escrito…
después de leído, pues mil, diez mil, avatares, sucesos y finales pueden
acaecer en una existencia.
Un Cioran apegadito a
la tierra, al suelo firme, al cuerpo medieval de la comuna, un estoico que hace
de lo libérrimo el decorado artificial de sus apetencias más llamativas y por
ello más necesitadas de lo confuso y mareador. Escéptico, pesimista, pero
improbable suicida, reniega de todo lo vivo, pero, aunque sin ganas, se aferra
a la existencia, no he de escapar a la muerte, se dice, ¿por qué adelantarla? Y
apresura una y otra vez, cada noche interminable al raso, la cópula
interfemoral con féminas tan liberadas y tan en comunión con la naturaleza que
han abjurado de la maternidad y algunas hasta de los placeres clitoriano y
vaginal. Se hunde todo él entre los muslos de la mujer.
¿Rumana?
Pero
no al estilo de Cioran… ¡Galopa, garañón!
¿Tú
también llevas un hombre viejo entre las piernas?
Sería
Tagore… que buscaba el origen del alma.
Ser puro, sencillo,
libre. Sólo alumno de la vida de la tierra y sus frutos.
Desaprende lo leído.
Sé nuevo.
Eclesiastés: quien
aumenta el conocimiento aumenta el dolor.
Sé quieto y tranquilo.
Cuenta estrellas. Mira hacerse las nubes.
Sobrevive en la
clandestinidad, sé sombra.
¿Qué es la eternidad?
Una instalación…
mental. O, bueno, quizás una performance.
¿Una comuna,
mierdecilla? Sé padre y deja que la prole te empuerque la cabaña con sus
fluidos y devaneos viscosos.
Fundido en negro.
Cínico que hunde a
patadas en la ciénaga a Diógenes mientras se tapa las narices, Boceto se protege de la realidad, no
necesita cambiarla, ¿para qué?, al igual que si viviera como un personaje
secundario en una película de Truffaut (en blanco o negro o en color, que da lo
mismo) y no precisara ningún camarada, y mucho menos al tipo del tonel al sol
con su chusco de dura corteza atado al cuello, para desenvolverse en el lodazal
donde, sin dudarlo, sí libera del todo las riendas a su olfato: graciosa
podredumbre la del humano.
Todo va bien, se dice
al contemplar a la muchedumbre andar por las calles sumida en sus pensamientos,
sin una lanza o un hacha en la mano con que resquebrajar el mundo.
También él camina con
seguridad, sin tropezar con nadie, aunque… ojo avizor y presto a la huida: el
mundo está lleno de prójimos como Sánchez que en su caída inevitable te
salpican de mierda y sangre: esa es la bandera que enarbolan durante su
derrotero por la tierra que nunca quiso saber nada de ellos y los arrojó a los
dominios del diablo en cuanto salieron del útero de sus madres.
A los dieciocho años,
cínico y sabio, aunque malherido en el fondo, cruel, se entrega a un juego de
la seducción en extremo… chocante, incluso incomprensible, de salida de pata de
banco, sin descuidar ni por un momento la vigilancia sobre el entorno hostil e
imprevisible:
¿Sabes que un actor
mexicano se negaba a vestir camisas de manga corta?
La interpelada, que
también leía al más famoso cronista de la época, coleccionaba libros de
bolsillo mal encuadernados y se encuadraba a sí misma en la categoría de
progres y liberadas, queda un momento en suspenso ante la inoportunidad de la
declaración.
¿Y eso?
El tipo decía que una
prenda así sólo las llevan encima los pederastas.
(¡Qué ocurrencia tan
llamativa!
¡Qué joven profesor tan
sorprendente!
¡Qué osado el dictamen
del aprensivo!
Y, ahora, con ese
mínimo esfuerzo, ya la tiene en la cajita, que diría la Beauvoir.)
La interpelada
desapareció muy pronto de la por entonces indescriptible vida de conquistas
cuasi adolescentes de Boceto: lo
único que recuerda de ella es que durante sus orgasmos múltiples vibraba como un despertador y se reía como
una loca sin dejar de retorcerse como una anguila. Tres detalles inolvidables,
sin duda… para el tablón de los recuerdos peregrinos.
Dieciocho años… Puedes
serlo todo, eres eterno, no apresures la angustia, vacía de tu mente la atroz
certidumbre de tu final inevitable: recuerda, eres huérfano de una madre vivita
y coleando a la par que tú cumples años, da gracias a los dioses que no vaya tras
de ti y te ensarte con su espada vengativa, olvida su rencor de paridora y sus
ínfulas de artista desmelenada. ¡Escóndete de ella!
Pero taimado concede
razones:
Madre, eres tú quien
lo ha comprendido todo, y yo soy quien no comprende nada… salvo los trucos y
las trapisondas del buen vivir.
Oh, tate, tate, he
aquí un ethos fidedigno de la
decepción y la orfandad, todo un compendio de la autoconmiseración. Después de
todo, ¿quién no necesita de asideros para mantenerse a flote en el ancho mar de los sargazos de la
existencia? Hasta los tipos de pieles más curtidas, hasta un Boceto que, a pesar de sostenerse con
habilidad encima de las aguas boca arriba, balanceándose plácidamente, a fin de
cuentas es tan náufrago como la muchedumbre que teme, con el hacha en la mano o
sin ella, y las víctimas indefensas que deja atrás investido con las galas de
sus personajes de docente e incorregible seductor cuajado de frases y
revelaciones inesperadas y por ello, según el parecer más ingenuo, memorables.
Sin embargo, hay un
gesto de lucidez extrema en nuestro héroe que le aleja de la gravidez suicida
del tormento de la conciencia y le permite librarse de las triquiñuelas de un
destino adverso: puestos a elegir ¿por qué hacerlo por el sombrío vivir de la
carencia y la pesadumbre incluso en la fragilidad existencial de la que no
escapa ningún todo ser humano? Carpe diem,
el presente del mundo te pertenece.
Naturalmente. Esa es
la lección que tanto les cuesta entender a muchos… atareados en quisquillas.
¿Boceto entre ellos? ¡Qué digo!, ni por pienso, no debo olvidar ni
por un momento con quien me las tengo.
Cuidado con él: un
niño que bajaba los árboles en vez de subirlos, un pequeño mequetrefe listísimo
que se solazaba rompiendo huesos con los dientes y comía con deleite las
médulas, andariego sigiloso por los nocturnos y curvos pasillos de la casa
mientras los otros dormían ajenos a las maniobras del acechador.
Lo cierto es que, como
decimos en arte, al cabo sólo hay luces y sombras, no hay colores, no hay
líneas.
¿Qué será lo de
delante?
Lo delante es hoy.
¿Cómo creer otra cosa?
Más grotesco todavía,
¿cómo esperar otra cosa?
Reflexiones de Boceto impúber una tarde filosófica.
Afuera desciende una
llovizna gris y fría. En los seres y las cosas parece haberse posado el silencio,
vehículos y figurantes son como sombras, parecen deslizarse en el aire, ajenas
a la tierra.
Adentro todo es cálido
en la estancia tapizada de cuadros y libros a medias desvelados por la tenue
luz amarilla:
Padre, no sabemos lo
que es la nada, pero sí sabemos que de allí no se vuelve al mundo de los vivos,
al menos al mundo visible. Podría haber otro solapado, a la par, codo con codo,
riéndose sus habitantes a mandíbula batiente (se dice así, ¿no?) de las
majaderías y seriedades de los vivientes perceptibles.
Qué niño, creció
exuberante.
Al no tener preguntas,
se inventaba respuestas.
¿De qué forma serían
esos habitantes tan risueños y, supongo, burlones?
De la forma… de la
sustancia del aire.
Bien hecho. Prueba a
dibujarlos.
Lo intentó, pero no
salía nada.
Una
pena: el crecimiento de un niño no admite aplazamientos, enseguida se empieza a
dejar de serlo: el monstruo del adulto a las puertas.
En
cualquier caso, el profesor de historia del arte grandemente versado en Goya y
Lucientes jamás aprendió a dibujar.
Otros
detalles insignificantes que podríamos obviar, pero que no evitaremos en
beneficio de la psicología de los personajes en este trance y algunos
semejantes:
Padre,
me voy a volver incorpóreo.
Magnífico.
Entonces sólo tendrás el problema del olor que resolver, mierdecilla.
Siendo
invisible adivinó muy pronto donde anidaban los placeres: dos vidas, la moral,
lúgubre y llena de obstáculos, y la otra… donde ocurren realmente las cosas,
cuando menos aquellas por las que merece la pena dejarse llevar. Uno nunca sabe
muy bien de lo que es capaz fuera de la caverna (sea la que fuere, la del
hombre primitivo aún con los dedos manchados de grasa animal y tierra molida,
la de Platón o la del maldiciente Segismundo).
Invisible
hasta nuestros, ay, ya lejanos días de dos mil ocho; era como una agujero negro
Boceto del que solo dejara escapar
las bagatelas de su espíritu: Contra lo que muchos dicen, advierte el profesor,
Goya… etcétera… Y así todo, minucias susurradas a estudiantes de gran
indolencia.
¿Qué
se cuece en el taller de Goya?
No
hay remedio para el mundo (inmundo): grabado eres en coma vigil: inmóvil,
atento a todo, sin una señal de vida.
¿Vivo
e inmóvil solamente?
¿Y
no podrías hacer un movimiento apenas perceptible con el dedo de uno de tus
pies para manifestar tu conciencia, que oyes, ves, sientes? ¿Acaso no sudas,
expeles fluidos y hueles y tu piel aún no se ha amarilleado y podrido?
Detenido,
impreso en el papel, sólo el fuego o una destrucción a trizas acabaría con tu
quietud perpetua.
¿Y
qué les importas a los demás? ¡Será por copias!
Esta
nos salió torcida, a la guillotina con ella.
Pues
los tiempos son modernos, fotocopiadora.
Un
grabado: miles de copias, si así fuera preciso y ganancial, o meramente por
gusto: un dios muy diablillo que multiplica por nueve mil millones su imagen
aunque no su materia, que mantiene en absoluto misterio, ni su figura
invisible, que nada tiene que ver con un antropomorfismo pueril y descabellado
(¿por qué blanco y no negro?, ¿por qué anciano y más bien metido en carnes y no
esbelto jovenzuelo?, ¿por qué barbado y no lampiño?) y la intemporalidad de sus
atuendos tan primitivos como extemporáneos.
Ahora
bien, la pregunta crucial es: ¿Tuvo Dios (o tiene) sexo? ¿Se entrega alguna vez
al placer sexual? ¿De dónde nace esta prole humana? ¿Qué cópula cósmica
engendra a los humanos? ¿Es Dios o es Diosa?
Cuidado
conmigo aun en estado yacente, mudo y sobre todo quieto, tranquilo.
Grave
es esta hora de la noche, Charlie.
Aunque…
¿Leoncitos a mí ¿A mí leoncitos y a tales
horas?
Qué
setenta y ocho, amigo copero.
Volvieron
los tiempos del pre-code. Un pre-code hispano que dejaba en mantillas
al americano de los años veinte y treinta. Fueron sangre y tetas, coitos y
degüellos, una España en pelota viva, retozona incansable que sustituyó la
navaja por el pene afilado.
(Ya
por entonces nuestro ínclito y joven camarada perpetraba distingos sin siquiera
proponérselo: uno, Sánchez, descansa el cuerpo maltrecho y sucio en la piltra
de una pensión de categoría inclasificable, y el otro, esbozo de todo en
aquella época de confusiones y comienzos, repantinga los huevos en un
sofá-relax Charles Eames.)
Soy
noble, Charlie. He aquí el mono de trabajo que evidencia la estirpe: auténticas
americanas escocesas de tweed y zapatos oxford negros con cordones y sin
picado. Y jamás engarabito el meñique al refrescar el gaznate con el hada verde
que asoma sus ojos risueños y lacustres agazapada entre el límpido cristal del
vaso corto. Entre nosotros: no empecé yo con el infantil vino con gaseosa con
el que se empieza a enviciar a los niños granujas.
¿Qué
no empezaría yo, y no a escondidas, a
los trece años con el bourbon de Kentucky o con alguna bebida dulce, verdosa y
monacal de los frailes?
La
cuestión era darse tralla cuanto antes, con un libro (de divertida prosa y
pensamiento esquizoide) en la mano o con un sorbo alcohólico de probado efecto
euforizante.
Hoy
necesito convertirme en piedra, Charlie. Vodka con pimienta.
Tenemos
una rubia polaca explosiva, jefe.
¿Leoncitos
a mí?
Hasta
el fin de la noche, que nunca amanecerá, tovarich.
Hay dinero, Charlie. Así que después de bebida tan rotunda nada de un blended. Hoy nos crecemos con un malt.
Anda
destripando años el Boceto casi
cincuentón: el setenta y ocho, por ejemplo: bendita ebriedad y sean alabados
sus dones… tan lejos de la sucia y vil
borrachera de la que hay que huir como de la peste, que todo lo revuelca
con su aturdimiento grosero. Tengamos un punto de equilibrio, Charlie. Jamás
debemos acabar debajo de la mesa farfullando disparates. No hay por qué
empecinarse buscando un sentido a la breve excursión terrenal que nos procura
el nacimiento, palparse miserable y quejumbroso los cuernos que te pone tu
señora o lamentarse por la muerte del gato. Si alcanzas ese extremo tan
impúdico sólo recogerás el reproche y el desprecio unánimes.
Ah,
el setenta y ocho:
Camarada,
los Pactos de La Moncloa han sido inevitables. Un paso adelante hasta que
allanemos de verdad los mármoles y alfombras del palacio (de invierno o
primavera, de otoño o de verano), iluminarnos bajo la luz de sus arañas y asear
la compostura mirándonos en sus grandes y majestuosos espejos de marcos
dorados. Y ningún paso atrás. Te lo digo yo. A partir de entonces, ni un paso
atrás, siempre dos adelante.
Sánchez
mira al otro camarada como si mirara los restos de una defecación. ¿Qué es un
pacto? ¿Qué es La Moncloa?
¿Qué
es el setenta y ocho?
En
el setenta y ocho yo aún andaba perdiendo el tiempo con la Historia social de la psiquiatría, de Dörner y las películas de
Saura… Y trataba de desmenuzar la poesía (algo de eso tenían) de los Poemas Manzanos.
A
mí lo que me jodió (durante unos minutos) en aquellas tristes calendas la
adolescencia (un febrero frío, a unos meses todavía de los dieciocho años) fue
una noche que cruzaba como atajo (¡ja!) la calle Maldonado en busca de Gillem
de Castro y una puta gorda e ínfima de estatura
(una vulpeja enana, según la terminología celiana) me salió al paso
desde una esquina siniestra y húmeda con la mirada oscura y una sonria afilada
como una navaja: ¿Quieres echar un polvito, chiquitín?
¡Un
polvito, Charlie! ¡Qué te parece! ¡Un polvito! Me bajó los humos hasta los
calcetines (de rayas, ya no había mamá en casa para elegirlos con tino y
adecuarlos a las perneras del pantalón o al color de los zapatos).
Qué
años de oprobio y raras mixturas cuando la tropa de diputados sustituyó
finalmente al rebaño de los procuradores, aunque más de un zángano de éstos se
escabulló entre unas siglas equívocas, de nuevo cuño, y se rebautizó de
demócrata bajo el grifo de la cocina para seguir viviendo de la sopa boba
(lubina al hinojo, picadillo de cangrejo ruso en salsa, un par de copas de Marc
de Champagne… en fin, exquisiteces de ese jaez) y acaparando ocasionalmente
unos billetes mediante corruptelas no demasiado llamativas.
¿Sonríes,
Charlie?
¿Qué
hacer si no, jefe?
En
el fondo, Charlie, tienes odio de clase. Apuesto a que más de una vez has
escupido en el brebaje de una copa balón que cualquier tipo de blasones y linaje parecidos al mío se echa al coleto
inocentemente.
Le
recuerdo que mi trabajo de barman no colma mis aspiraciones laborales, sólo
costea mis estudios de filología alemana en la universidad.
¡Dios
santo, que destino tan lamentable te aguarda! No dudo ni por un instante que
acabarás a este lado de la barra ya en el fin de la noche y bebiendo orujo
helado hasta el embrutecimiento más
abyecto.
Charlie
piensa en una lengua de su exclusiva propiedad, un idioma recién inventado
ininteligible para mentes ajenas a la suya, no vaya a escapársele alguna
palabra inconveniente que atraviese el cráneo, se nos haga audible y se nos
ofenda el oyente, y a estas alturas aún por confirmar la beca: le aplastó la
cabeza con la imaginación, de los ojos y los oídos brotaban y se vertían al
suelo viscosos regueros de sesos del parroquiano parlanchín y pedantuelo. Allí
estaba ese cuerpo abatido de parásito aseado sin que los dedos soltaran la
copa.
Físicamente
hasta le pareció oler a mierda.
Y
el otro, a la suya:
¡Qué
gente ilustrada me rodea, Charlie! Todo el mundo en su completa redondez y su
paseo cósmico es un libro… bien o mal escrito, pero inútil.
Y
todos hemos escrito un librito de poemas, una obrita de teatro, una novelita,
todos hemos escritito un diario…
Tinta
de manuscrito, tintura maldita, que se convierte en ácido sulfúrico y destruye
lo escrito y hasta su soporte: así debería ser por los siglos de los siglos:
nada al final… en el final de los tiempos, ni una sola huella en la negrura
estelar que permitiera alegar la antigua presencia humana.
Atragantado
estás, amigo, en la boca de la noche de Charlie.
Ve
la copa de nuevo vacía. Alguien o algo,
ladrón al cabo, se las apaña a su aire
con mis copas, se las trasiega, y a fe mía que no soy yo… ¡Recipiente diabólico
que tanto se complace en dejarme en ayunas!
Con
sorpresa, desaparecidos el tiempo y el espacio como por ensalmo,
inopinadamente, se ve allá en su rancho grande, pocas horas antes del amanecer.
Recupera fuerzas, cree que lava la sangre de la noche y su relente con media
docena de trucos mentales y sólidos complementos: pastel de caviar iraní con
mayonesa inglesa sin vinagre. Regeneremos. (Y una copa más, la penúltima, a
modo de compañera sumisa y reconfortante, una copa, su motto tan secreto.)
Felices
sueños… soldado a una bola de cristal donde, arúspice de sus propias entrañas,
adivina los percances, los prontos olvidos de las frustraciones, todas las
regalías y un holgado acceso a todo aquello que merece ser comprado: tengo todo
el tiempo del mundo, se dice arrogante. Se cree inmune. Todavía. (La muerte no
existe: todavía.)
Tiempo
habrá para que despiertes incrédulo todas las mañanas, abras los ojos y te
abismes en una apatía desoladora, que te aferres al embozo de la manta como si
fueses un náufrago en un mar de indecisiones, días de temores y angustias que
han de sobrevenir, y todo ya, entonces, será un prólogo mortificante de
ansiedad y vacío y la sucia vejez que anteceden al acabamiento definitivo.
Pero
no… todavía: eres dueño del tiempo al que burlas con tus añagazas de rentista
desocupado de él, ajeno verdaderamente a su decurso y a sus deterioros.
Antes
del sueño reparador aunque espeso, disecciona lo que se le pone por delante,
hombre, mujer o cosa, hasta a él mismo, pero a la vez se le revela inalcanzable
e inescrutable el misterio de todo ello. A qué seguir…
Esa
noche, vislumbrándose el amanecer, de nuevo todas las sombras hostiles, era
como todas las noches. Una noche eterna, con su principio y su fin.
Él
era el principio y el fin.
Demasiado
se cree. Aun viviendo en un país que durante décadas después de su pasado
imperial fue, qué cosas, Anus mundi.
En
la cama. Sueña. O delira. O está borracho. Lejos de la razón.
¿Con
quién habla en sueños?
Rastrea
orígenes: el mundo sin él, todo tinieblas, o el mundo reciente con él dentro,
todo encantamientos, simulaciones, tantas realidades entremezcladas...
¿Con
quién habla?
Lo
dijo Ginsberg más o menos por aquella época convulsa y, contra lo que pudiera
parecer a causa de unas pocas revueltas llamativas e inocuas, mucho más ingenua
que la actual: consigo mismo. I am
talking to myself again.
(El
oso le dijo: ¡Estás comiéndote mis cadáveres!
Disfrazado
de coyote, lejos de los harapos, bien atildado el atuendo y la compostura, con
tono comedido le contesta evasivo: Yo no he dicho nada.)
El
año de tu nacimiento yo he visto gente andar descalza por las aceras,
transeúntes de mirada turbia yendo a ninguna parte. Tú, amigo, formabas parte
de aquella España pudenta a pesar de tu linaje pudiente y tu morada de altos
techos con escocia.
Todos,
hombres y mujeres, andando o de pie o sentados en unos tranvías que eran muy
divertidos, iban con algo en las manos, aunque fuera un trozo de cuerda, un
zapato envuelto en papel de periódico o una botella de vino a medio llenar, que
entonces se vendía casi todo a granel, sin envases ni marcas.
Les
haría parecer menos desnudos o indefensos el tener las manos ocupadas.
Mi
padre siempre llevaba un libro en la mano.
Esos
son los peores. No sólo se visten, sino que se ilustran a sí mismos ante los
ojos de los demás.
Sería
un acto reflejo. Las manos son un verdadero fastidio sin nada en ellas… a no
ser que seas un auténtico andariego.
Yo
prefiero meterlas en los bolsillos del pantalón. Nada por aquí, nada por allá.
Y andar a la buena ventura, a lo que se tercie o al capricho que me venga en
gana..
Las
calles de Tokio no tienen nombre.
Y
yo siempre he tenido un elefante en mi habitación. Pero sigo sin verlo. Soy más
bien humilde, incapaz de ver mi defectos pero, a la vez, sin descubrir mis
virtudes. Alguien lo hará por mí. Al final nunca te escapas.
No
sacas pecho, pues.
Nunca
lo hiciera. Lejos estoy de esos tipos tan proclives a hacerlo que cada día con
su hilarante estupidez se asemejan más a una paloma buchona.
Muchas
son las formas para enmascararse en la realidad, en cualquiera de ellas. ¿Qué
tal nos camuflamos hoy?
Me
mimetizo de tal manera con el entorno que tengo que palparme para reconocerme.
Soy yo, me digo aliviado. De hecho, el único que hubiese podido lograr el
retrato de mi alma sería el orangután Alexander: aparta tus sucias manos de mis
pinceles, hombre llamado Goya.
Ya el venablo cruento del amanecer
horada la pacífica noche. (Pronto te cegará
el sol con su horrenda luz y sus espejismos.)
Más
tarde despertará, el dios mediante y con el diablo haciendo de las suyas, con
un dinosaurio al lado y la boca llena de tierra. De nuevo estás aquí, día. Qué
diabólica mecánica la tuya.
He
ahí la tenaz rodadura del mundo, la niebla heridora de la mañana. La espesura
te aguarda.
Hay
personal, Charlie, hay personal: hay cosa.
Cuando
no se comprende el mundo visible que nos rodea la impotencia que sentimos al no
poder desentrañarlo nos conduce a crearnos uno propio a través del mito, la
religión o la fantasía más descabellada: yo te he inventado a ti, Charlie… y
también me he inventado a mí.
Copero,
para mí ser feliz es una obligación. Tengo una salud excelente, un trabajo que
me divierte mucho y sé con absoluta certeza que no me moriré nunca.
¿Cantas
bajo la lluvia?
(La
alcachofa de la ducha está demasiado cerca de la mierda.)
Ni
místico siquiera, que diría Dostoievski.
Entretanto,
ya es mediodía. El sol no miente, al contrario que el planeta de tierra
envenenada, nada escapa a sus tóxicos: según la Biblia también los ángeles
comen y abofetean… y corren el riesgo de ser sodomizados.
Qué
valle de lágrimas, vanas cortesías y disimulos protocolarios, qué abismo de
incertidumbre: completemos la jornada con la mesura de la sonrisa y un calmo
ademán.
Descubrimos
por doquier hechos, pero no atinamos a adivinar la razón de muchos de ellos. ¿A
qué perder, pues, el tiempo? Con buenos, sosegados o malvados y crispados
modales embiste lo que se te ponga por delante: sólo es el día y su almacén de
disparates.
De
tu saber se ríe Mefistófeles:
Confesaré
algo muy significativo de mi carácter oculto, barman, viejo amigo. Apenas adolescente
ya practicaba con muchos libros el coitus
interruptus.
¿Usted
a leído a Vasari?, preguntó el viejo socarrón del mas Pla, quien ya no leía novelas al haber sobrepasado holgadamente
los cuarenta años.
En
alguna ocasión.
Entonces
escriba, joven, escriba, animaba invariablemente el masovero de las letras.
Todo
un futuro por delante, pues.
Sabes,
amigo desconocido, me gusta (traducido) Josep Pla porque al margen de escribir
con el whisky y el cigarrillo de hebra a un lado casi pegados a la estilográfica
hace cosas extraordinarias, absolutamente literarias sin necesidad de
escribirlas. Por ejemplo, un buen día compra un cucurucho de castañas asadas,
cuarenta y ocho exactamente, las pela con sumo cuidado y luego las ofrece a las
chicas que llevan minifalda.
Adenda:
¿Es
este el mejor de los mundos posible?
Espera
a ver el que le suceda.
Atentos
a la sorpresa, aunque…
El
único consuelo que te queda frente la certeza de la muerte es que estrujes la
vida hasta romperla antes de que sea demasiado tarde: puede que la nada sea,
efectivamente, la nada, aquella que te abocó al vivir de una forma un tanto
tosca o, digamos, estrafalaria.
Y
al día siguiente, que también es hoy: La séptima hora de la noche, Charlie, la
que no miente. En pleno Tohu Bohu del
que ya nos informa Hesiodo: todo es confusión y desbarajuste de nombre. (Dos
mil años después ¿para qué mentir?: lo
que no se puede decir no se debe decir.
Y
no hablaré más para no montar en cólera, que diría el pillastre de Voltaire…
pero sin dejar de soltar la lengua en cuanto uno le daba la espalda y se
dirigía a la puerta de salida.
(A
estas alturas: pocas veces, al igual que un albatros viajero aún no rendido del
todo, piso suelo firme… y aunque hombre o animal, como el color, indefinible,
sólo inteligible visto a través de los ojos sin que ningún otro mecanismo
sensorial pueda revelarlo.)
¿Qué
prefieres? ¿Mover el culo bajo la luz cegadora de un globo de espejos o leer un
poemita de Sylvia Plath?
¿Y
tú quién eres para enmendar desaciertos o atrevidos plásticos y estéticos?
De
esos tipos que, con tal de crecer, hacen de su arte o de su oficio una
complicación a los ojos de los demás.
Una
especie de Il Braghettone.
Gustos
reales (leyó en alguna parte): escribir con una Parker, beber whisky Haig y
desayunarse invariablemente con copos Kellogs. Parece un cliché… antiguo.
Todavía
el espíritu encerrado en un puño, un puño negro y siniestro aunque por poco
tiempo. Con la claridad de la nueva fecha levitará la feble conciencia a un
cielo que no existe, desaparecerá de nuevo y estarás dispuesto a todo con tal
de doblegar el día, hacerlo tuyo a las bravas... sin esfuerzo ninguno.
Y
cuenta que de nuevo otro día topó Boceto
con el tal Sánchez a la entrada de un cine S. A saber lo que allí dentro verían
estos dos desatados de la mano de su dios creador, a su libre albedrío ambos,
cada uno juguete roto de sus propias fantasías y sus torpes imaginaciones.
Cada
uno con su filtro de ver el mundo y sus hechos y su personal, y pronto o lento,
pudrimiento como ente físico.
Lo
he hecho todo mal. Soy culpable, se dice en un aparte.
Si
lo has hecho todo mal es porque te hemos programado mal.
¿Entonces?
Absuelto
sin penitencia. Prosigue tus correrías... y no te arrepientas y, sobre todo, no
temas: toda existencia, incluso la del animal más primitivo, tras el maquillaje
y sus afeites, precisa de múltiples arteriscos y números volados para su
completa interpretación.
Paula
asoma su naricita de celuloide, y por las cuatro esquinas de la cuna puede
aparecer el lobo hambriento de obscenidad.
Sonríe
la niña Paula.
¿De
qué te vestiremos hoy?
La
sonrisa en los niños aún no es como esa flor venenosa en los labios del adulto,
que se agosta en un instante cuando la hipocresía ya no da más de sí y salen a
relucir las miradas de desprecio y las afiladas hojas de los cuchillos
comienzan a brillar bajo el sol.
El
cronista, que burla burlando se declara ducho manejando el cinco tenedores de
Zalacaín, anda muy atareado estableciendo las diferencias semánticas que
dstinguen y significan, cada una por su lado, al hortera, al gamberro, al
macarra, al obrero y al poeta. En esas se divierte mientras el mundo del 78
(que será todos los del siglo XXI) se
deshace en pedazos
Las
idiosincrasias Boceto y El vigilante nocturno repelen semejantes
casillas de clasificación, aquellas variaciones caprichosas al albur de las
costumbres: hojas volanderas a merced del viento donde se puede escribir
cualquier cosa de cualquier cosa.
No
cesa el relato de El País, un
memorándum inagotable (diario) de resultas de una visualización y decodificación
del mundo que no deja de gotear sangre y excrementos: pasa el tiempo, con
mayúscula, pero ningún carillón lo delata… con mayúscula o negritas, desliza
sibilino la guadaña sobre las cosas y los seres en su siega hacia delante. Nada
más fácil que deshacer el presente, hacerlo desaparecer hasta… la mañana
siguiente.
Todo
termina cuajando en el mal o en el fin, aun en término de épica doméstica y los
asuntos bobos, por así decirlo.
Abreviemos…
¿Ha
dicho abrevemos? Disponga el copero aquello que suele ser necesario a tal fin,
pues.
A
lo largo del tiempo, de modo paulatino, los testigos desaparecen de tu
existencia o han acabado ya con los sesos licuados, tu nombre no será nunca más
pronunciado, nadie sabe de tus avatares actuales y tus andanzas pretéritas, así
que serás anónimo, un criminal o un lerdo en la noche, invisible durante el
día, una apariencia cada vez más mortecina:
¿Quién
es?
Sólo
es.
Háblenos
de Goya.
¿Y
yo que pinto aquí? Sin descendencia, paseante peripatético, sin nada en las
manos… ¿Qué me quieres, especie?
En
el año 78 de aquel cruento siglo XX, aún repleto de hordas marxistas, era hijo
de un ilustre decano, procedía nuestro
héroe de grande y probada alcurnia educadora: apartaos, villanos, abrid
paso, y amenazaba con estrellar la máquina de escribir y el Diccionario de
Autoridades en la plural cabeza de la plebe.
Joven
aplicado y muy petulante, adoptó sin pensarlo dos veces el ejemplo del
progenitor: enseñar… a medias al que no sabe.
Así
que usted compra libros, eh. Pero dígame, joven ¿los compra de encuadernación o
se dedica a la rústica?
Aplicado
y paseador de muchas fantasías. No sosegaban sus pasos el cemento y las piedras
de las aceras, discurría entre el encanto y las luces prodigiosas de Giverny. A
salvo en un cuadro y su eternidad blindada por los ostentosos dorados, su vida
en manos maestras de conservadores y restauradores lejos del infortunio y la
degradación.
¿De
qué nos saciamos hoy, profesor? De foiegras de Périgord y pulardas, bien
amenizado el yantar con algo muy sabroso de la escuela de Manheim.
Con
el postre y los licores, afrontemos con gallardía un poema, no perdamos toque:
traiga el posadero tinterillo y pluma de manguillero.
Pero
era un poeta con dinero, nuestro Boceto,
escribía con los bolsillos llenos, sin preocupaciones, lejos de la fatalidad y
otros deterioros, de modo que podía permitirse escribir en cualquiera de sus
argots favoritos; por ejemplo, el nadsat,
muy apropiado para pergeñar sordideces varias.
Ah,
lo escandalosamente impuro del mundo: se publica la primera tira de Garfield; las islas Salomón se
independizan del Imperio Británico; nace una tal Zoe Saldana; muere un tal
Pablo VI.
Charlie,
el que te ve entrar por la puerta directo a la barra aunque desvíe la vista: he
aquí mi preferido de los moscardones de bar.
¿Lo
conoces?
Inopinadamente
el decorado adquiere una luz fantasmal que dificulta percibir el perfil de las
cosas, los rasgos de un rostro, el color de los brebajes, como si las brumas
que se ciernen sobre el local nocturno y mágico y narcótico lo cubrieran todo
de brujería:
Sí,
yo lo creé.
¿Lo
creaste? ¿De la nada?
Yo
lo imaginçe, lo creé, lo dibujé y lo puse a andar de viñeta en viñeta y eso fue
todo hasta que se perdió entre otros millones de figurante como él en una
ciudad semejante a ésta y que en nada se diferencia de todas aquellas otras que
jamás conoceré.
Pues,
sin abatimiento ninguno, a pasear con la conciencia en paz y comer higos.
Lo
escandaloso e indecente del mundo:
¿cómo
creer en la coherencia de los hechos que acaecen en el planeta con intervención
o no del ser humano? Todas las leyes
absurdas del azar confluían en su corteza rocosa, y sólo la muerte era la única
escapatoria para librarse de la calamidad de sus casualidades y los vanos
espejismos.
Se
instaló en la vida con determinación: vamos a dejarla estar con sus
arbitrariedades y sucesos insólitos, con la ceguera criminal de su injusticia.
Aun asentado en ella, con su pérfido aliento en mi cogote, yo a mis asuntos.
¿Voy
a discutir conmigo mismo? No, por Belcebú que no, nunca llegaría a ver el final
de la discusión: sin milagros de por medio, pero lograr convertirse en un tipo
tan incandescente como el mismo Lidenbrock.
También
puedes contribuir con una generosa cuota al laudable proyecto Gilgamesh, hasta
puede que recibas mensualmente una aseada revista de páginas satinadas y
portada a tres tintas. Ah, la eternidad.
A
mi madre, recordó con los ojos húmedos todavía adolescente, no le gustaban las
plantas de olor… Aférrate al presente continuo. ¿Para qué más? ¿Para qué
pasado? ¿Para qué futuro?
(Cuidado
con el pasado. Dicen que no existe… pasó y no es nada hoy, sólo descalabro y
ausencias. En mi caso la refutación es inevitable: cada día me sangra el pasado
como una herida que no cierra.)
¿Y
si el diablo eres tú?
Valle-Inclán,
que nunca dio día por perdido ni desdeñaba alianza con la lucidez (tan próxima
a veces a lo oscuro) lo presagiaba con pesadumbre en el modernismo de sus
esperpentos y sonatas que bordeaban los límites más atrevidos.
¿Qué
no seremos cada uno el diablo de todos?
Bueno,
pues soy el diablo. Y, como si tal cosa, sin aspavientos, sin cuernos, ni rabo
ni tridente, me aparezco a las buenas gentes en algunos parques de mi
predilección y a las horas más intempestivas. Y sin andarme por las ramas les
invito a un refresco de albaricoque, que burla burlando desata las lenguas más
temerosas.
¿Te
hablan de sus problemas?
Muchos
de ellos intrincados, pero en esta ciudad o en Gordio no existe dificultad ni
embrollo que no se deshaga con un golpe de espada… o palabra bien afilada. Y de
ambas me hallo yo bien sobrado.
En
este mundo, Charlie, está empezando a despertar una nueva conciencia. ¿Será
ocasión de regocijo?
El
año mil novecientos setenta y ocho es todos los años… salvo algunas pequeñas
peculiaridades que a la naturaleza se las trae al fresco: muere Harry Martinson, escritor sueco; nace Monica Mayhem, actriz
pornográfica australiana.
¿Será
ocasión de deleite?
A
ver esas burbujas Bollinger en la copa, entonces, y celebremos sin pudor la
muerte si pone fin a nuestros duelos y compadezcamos todo nacimiento que a tal
valle de lágrimas y humanas guarrerías nos precipita.
Andamos
de Parerga y Paralipomena: obras
sueltas y complementarias cuya ilación se la llevó el diablo: saca el conejo (o
el pez o el pan) de la chistera cuando te venga en gana, transmuta el agua en
vino si así te place para pasmo del público en general. ¿Qué no eres en asuntos
de creación más plástico que poeta?
En
tal caso es ocasión de alborozo.
Hoy
Hollywood te ha convertido en Caperucita Roja, Paulita. Papá es… la abuelita
disfrazada de lobo: planeta, pues, con doble sol.
Toda
una muñequita vestidita de rojo al antojo del hombre lobo enmascarado
felizmente y cuya figura de mujer y noble peluca lacia y encanecida enmarcando
la testa nos recuerda a los espectadores no sin espanto a la diabólica mamá del
niño terrible Norman Bates.
De niño eres feliz porque apenas
tienes pasado.
De
adulto todos son mordeduras del presente… y del pasado en forma de recuerdo,
que es la costra todavía hedionda de aquel.
¿Y
si en lugar de mordeduras fuesen caricias?, se preguntaba la niña sonriendo con
incipiente lascivia.
Cada
uno, inocente o no, leyó La isla del
tesoro a su modo sin que la novela exigiera por defecto una interpretación
unánime que homogeneizase su lectura universal. Por lo demás, toda infancia es
intrínsecamente sensorial, pletórica, inapelable y eminentemente curiosa, lo
que le encamina siempre a la sorpresa de las esquinas, al otro lado de lo
inesperado, donde puede esconderse de modo intrigante tanto lo mejor como lo
peor. Lo que tú consideras traumas infantiles los genera un presente de adulto
que no entiendes por el enredo de su decurso y las frustraciones que te endosa
y que sus urgencias y miserias (o hastío o postración tuyas) te falsifican la
realidad desde la confusión, el temor o la resignación, cuando lo que te
conmoviera y te condujera al apaciguamiento debería provenir de la retórica
televisiva y la charlatanería política tan fáciles de sobrellevar y que es lo
que acepta el ciudadano ejemplar que vota cada cuatro años sin parar en
mientes: te has convertido mediante la reflexión y la autoinmolación en testigo, víctima y
victimario y al final no sabes con qué identidad te sientes más a gusto, en qué
rol te investirías en la trama y
aventuras de La isla del tesoro.
El
cronista infatigable, inveterado husmeador de los entresijos de la palabra y la
metáfora traduce el mundo justo o injusto, que da lo mismo a su parecer
literario, mediante el giro brillante y gitano de la frase con o sin negritas y
el desplante de un párrafo que repele cualquier interpretación equívoca: sé lo
que digo y sé cómo lo digo, y ese es todo el método expositivo de mi narración
periodística que debe importarle al hipotético lector: el snob con vaqueros de la purista Valladolid léxica no escribe para
fomentar opiniones y consolidar juicios intuitivos sino que, lejos del
menor esclarecimiento y didactismo, para
que le aplaudan.
(Bien
borracho de vino español, hasta el escéptico y sosegado Onetti, atrapado en
casa de un poeta extremeño con esposa, hija y gata de decorado, alcanzó a
aplaudirle las gracias al cronista una noche para olvidar (6 de mayo del 78 ó 5
de mayo del 78, a saber…)
Tengamos
presente respecto a la cronología de este mes danzarino de mayo que un par de
días antes la República Federal Alemana firma la Convención Europea para la
lucha contra el terrorismo, y que un par de días después dos tipos ascienden
hasta la cima del monte Everest sin oxígeno suplementario. Hoy pueden parecer
datos nimios sin la menor importancia informativa, pero entonces… ah, amigos,
entonces…
Y
es que el tiempo es la receta universal que todos los dioses reales o imaginados prescriben ladinamente a los humanos para que lancen a
navegar sus vidas en el proceloso mar del azar… El tiempo, ah, amigos, el
tiempo, cada uno de nosotros devorado por el suyo propio y los noticiarios de
televisión hasta el encuentro, íntimo y solitario, con la paz bienhechora del
más allá de donde jamás se supo, al menos en este planeta endemoniado, que
proviniese noticia alguna.
En
efecto, Charlie, soy un hombre especial: en lugar de fruncir el entrecejo arrugo la nariz, pero no olvido que por mucho
que me deteriore en el tiempo soy naturaleza hasta que me falten las fuerzas y
exhale el último aliento podrido, de modo que estaré sujeto a cualquier
desvarío… o crimen: es el riesgo de lo vivo.
Y,
mientras tanto, ah, Boceto, se
disfraza de palabras, con ellas se limpia o se enmarrana de lo lindo: piensa en
silencio, pero su voz atrona en el interior del cráneo, aunque bien sabe él que,
en el fondo, es un tipo sin bouquet,
puedes despachártelo de un solo trago a estas alturas del siglo XXI que ha de
verle morir.
El
único actvismo que acepta es su satisfacción personal:
Charlie,
el gin-tonic es bebida de hortera de
barra de puticlub. La ginebra sola, por supuesto, y, sólo Bombay Sapphire azul, por supuesto.
Qué
tipo superviviente Boceto… Las arenas
movedizas en lugar de engullirlo lo lanzan a lo alto o, cuando menos, lo
deslizan a las orillas de la selva urbana sano y salvo sin que nadie lo
advierta.
Él es un cerebro que le piensa, le
crea, y hasta le procura formas
plurales, según convengan lugar y circunstancias y siempre lejos de cualquier
deseo camaleónico: le basta con variar de morfología el alma o la conciencia o
el yo o lo que sea.
En
El Año Internacional del Criminal él es inocente de todo punto:
¿Crees
que no sería capaz de ganarme la vida en otro menester que no fuese explicándoles a un montón de
futuros inútiles quien era Goya y quien era Lucientes? Te diré algo, amigo, tengo
buena mano yo para llenar jarras de cerveza y servir patatas bravas.
El
cinismo es el más fácil de los escondites: cuesta poco, no te avergüenza nunca
porque requiere una mínima parte de ingenio, que siempre distrae un rato, y
está a la vista de todos, así que puedes desembarazarte sin escrúpulo de ese
mundo sentimental que te confunde o paraliza: cariño, odio, amor, tristeza,
alegría, compasión… Vivo, sí, asido a todo lo sensible, no como una piedra pero
sí como un árbol con pies andariegos en lugar de raíces.
Le
merman los años, no sus actos. Una verdadera injusticia frente a la que no
existe forma de librarse. Y no hay ningún Charlie que valga con su colección de
bálsamos que sustituyan el elixir de Cagliostro, del que nadie hasta el día de
hoy ha dado muestras en vida de haberlo probado con éxito y escapar de tal
manera, y de un solo trago, a vuestra salud, de la decadencia de la carne y el
espíritu.
Mil
años después, Boceto con la copa de
un vacuo brebaje en la mano en un salón
desierto de luces y dorados se mira
el sexo en su vejez a la tenue luz del terrible crepúsculo y la negra apatía de
la mayúscula soledad que le envuelve: flácida postración.
Recuerda
también con la copa en la mano no sin remordimiento (¿no fue siempre custodio
empecinado de su sentimentalismo?), aquellos primeros catorce de febrero de su
matrimonio cuando le regalaba a Paula una hoja de higuera.
Ya
ni intentaba imaginar el futuro, que eso sólo es posible si confías que estarás
en él.
Y
ni un solo heredero pegado al brasero que en años venideros llevara a los ojos
tanto libraco: los restos del naufragio de un largo derrotero pro domo sua: quema la nave con la
cabeza del dragón abatida.
¿Tú
sabes como se llama el presidente de Mauritania en El Año Internacional del
Criminal?
Moktar
Ould Daddah.
(¡Qué
erudición prodigiosa…!)
Poco le
duró la alegría al africano: fue derrocado nueve días después de la calenda de
julio.
África
es un continente desconcertante, uno nunca sabe donde empieza y acaba el
desierto.
El
cronista sólo cojea cuando los escrúpulos se le meten en los zapatos: anda,
entonces, como si lo hiciera sobre arena caliente.
El
cronista, en ocasiones, alardea de sus gatos, que, al igual que él, son
animales absolutamente domésticos una vez descubren en qué rincón de la casa se
encuentra la pitanza diaria. Jamás se decidió a incrementar el número de sus
mascotas con una boa, un loro, un guepardo, un mono o una tortuga con el
caparazón incrustrado de diamantes, como aquella actriz trágica y pelirroja, Sara Bernhardt, cuyos restos se
hallan hoy debajo de una losa de mármol negro semejante a la que cubre los de
Marcel Proust, no demasiado lejos una tumba de otra.
Entre
químicas andamos: carbono, silicio, cobalto… ¡qué más da toda biografía!
No
hace falta que cuentes la verdad. Limítate a los hechos (que nunca son lo que
parecen).
1978:
2000 suicidas dejan a su aire y a sus anchas a las Españas y quedan en paz
definitivamente.
1978:
Mujer, sal de la cocina (pero bien armada: pasado el arroz en la paella,
quemado el pollo, la ensalada rebosante de vinagre y mustia la lechuga, picado
el vino y en una mano el mazo del mortero y en la otra el rodillo de amasar).
1978:
¡Qué asquerosos pueden ser los hijos!, exclamaba con alarma justificada el
patriarca Brell de épocas tan transitorias mientras desaparecía por el pasillo
curvo sin perder un segundo hasta alcanzar su gabinete de antiguedades y cerrar
la puerta con doble llave.
1978:
Boceto, dieciocho años multiplicados
por diez y aun por cien: nunca he sabido qué hacer. Me he limitado a no hacer
lo que no debía, aunque sí algún que otro pecadillo al llevarme a la boca
algunas veces el divertido cóctel Anne Sexton: bocadillo de huevo frito y 4 ó 5
vodkas dobles.
(No
tuvo una madre normal: jamás la vio con delantal, nada tenía que ver con una de
esas jóvenes que en su tiempo leían con fruición Cristina Guzmán, profesora de idiomas o Vestida de tul. Sus libros de cabecera desdeñaban tramas e intrigas
y todo tipo de zarandajas novelescas basadas en el misterio o la expectación y,
sin duda ninguna, le repelían hasta el asco profundo aquellas ficciones
sembradas de esforzadas jovenzuelas ansiosas por convertirse en heroínas del
hogar. Máxima: Huye como del dolor de un pensamiento debiltante, hijo.)
(No
tuvo un padre normal: prefería el silencio al lujo, no llegó a escribir un solo
poema en su vida, despreciaba la tauromaquia patria, ignoraba el cante flamenco
y el juego del fútbol le parecía de una estupidez supina y, sin duda ninguna, tenía la absoluta
convicción que los hijos eran los apéndices naturales del matrimonio… pero no
necesariamente de su incumbencia más allá de sus existencias infantiles y la
asignación semanal hasta la mayoría de edad: el incipiente vello púbico trazaba
la frontera: allá te las compongas mamarracho adolescente. Máxima: Aléjate de
la complicación y sus venenos, mierdecilla.)
1978:
Boceto, por sí solo o eso se piensa
él, ya sin tutela, melenudo y autosuficiente, hijo de la moda: Naturalmente que
pienso, padre, ni un solo minuto, ni un solo instante dejan de asaltarme pensamientos,
pero los dejo a su aire, fugitivos.
Y
el progenitor le miraba desde una media sonrisa cruel, el desapego y unos ojos
algo empañados por la compasión.
Se
ha dicho que tal vez los árboles piensan, pero basta ver sus enredadas copas
para adivinar los desbarajustes de su pensamiento.
¿Dónde
está aquí la parábola o escondida enseñanza que guíe los ulteriores pasos de nuestro mancebo?
Trazas
a medias y figuraciones, que diría don Quijote, componen la imagen del mundo
(¡el tuyo!).
Creo
que tampoco yo que hubiera sido un buen padre, Charlie, uno de esos en chinelas
a la hora de la cena y un puñado de galletas o caramelos en la mano.
Su incontinencia,
jefe, precisa irremediablemente de un Perkins o acaso de un Marshall.
Vaya, nos salió el
Charlie estudiante de inútiles humanidades.
El
mejor nombre que se puso jamás a una taberna se le ocurrió a Dickens: El hombre alegre… ¿o era La afición?
Menciono
aquí este detalle porque me parece buena ocasión para ello, que diría él mismo.
La
última copa mezclada con el alma ya desborda el asco por todo. Después, el
diluvio.
1978:
Ya que no podemos cambiar la realidad les cambiaremos el cerebro.
Tengo
la hora borde, copero. El Armagnac no
sosiega mi espíritu. Bloody Mary a
discreción, pues, que es bebida aviesa.
Apagado,
sí, pero cuidado, basta el más leve soplo de aire para avivar la llama de los
rescoldos. Cuidado con él, aun en chinelas.
¿Y
cómo andamos, padre?
Aquí
estamos, mierdecilla, en la caldera de Botero, leyendo libros voluminosos de
filósofos que siguen sin aclarar nada ni siquiera chamuscados por el fuego
justiciero.
El
alcohol me pasa factura a mí, pero no a lo que escribo. (Sexton).
¡Cuántos
libros! ¿Te gusta leer? No demasiado. Los tengo a modo de contrapeso de mis
depresiones. Balanceo agarrado al fiel. (Al unísono hablaron los dos en la
biblioteca de la soledad.)
Andaban
a la par: ni el padre le había enseñado a ser hijo ni el hijo le enseñó a aquel
a ser padre.
A
subasta nos llevaba de la mano, pero él como cedente de… sus hijos, declararía
al Sumo Hacedor.
Oh, vida, no habías de empezar, pero
ya que comenzaste, no habías de acabar.
Por
entonces eran los dos como los perros de esa raza candorosa (calidad que tanto
abunda en la especie de los canes), un fox-terrier,
un chucho siempre empeñado en contiendas superiores a sus fuerzas, a su
habilidad o a su inteligencia.
A
tiento voy, que la oscuridad y las trapisondas del mundo no me dejan ver nada
cabal.
¡Ah
novela, novela…! Biblia pauperum.
(2008:
pasó de los cuarenta años, terrible vuelta atrás, el tal Boceto, y no existe hombre sensato en semejante encrucijada que
ande en novelerías: lo dejó dicho, y, aún más tajante, escrito, el señor de
Palafrugell: quien así entretenga sus ocios leyendo novelas pasada esa edad es
idiota en grado sumo.)
Pero
en El Año Internacional del Criminal nuestro cronista más esnob cansa el brazo
y la pluma de tanto firmar novelas que, a despecho de una prosa aderezada de
sugestivas metáforas y llamativos giros léxicos, un año después de su muerte
son perfectamente olvidables salvo la inmensa elegía (nivola) dedicada a la
muerte de su hijo impúber.
Y
cientos de novelas, miles, decenas de miles que leer, se impone heroicamente el
joven Boceto. Será el hombre lector
del millón de páginas, de los diez millones de páginas, de los cien millones de
páginas, de…
Pronto,
demasiado pronto, malogró la empresa y se dedicó con ojo avizor a la seducción
de jovencitas vestidas de terciopelo negro con encajes blancos y zapatos de
charol de hebilla dorada y punta ovalada. Lograda la conquista, como toque
final antes del consumatum est, las
invitaba a una copa de Veuve Clicquot:
Sabes, es el único champán que bebía Proust, les susurraba al oído con un mirar
peligroso.
Las
execrables generaciones venideras, que diría Beckett, a eso hemos llegado.
Y
Charlie, mi buen san Remigio, multiplica los vinos en buena hora.
En
efecto, querida, gran aficionado soy a los licores, aunque no uno de esos que
se tambalea por la calle. Yo quedo lejos de la amargura y la llorera. El
alcohol pone mayúsculas en mi vida, apacigua el recuerdo de los hechos necios,
desdichados o trágicos del pasado y oculta mejor los andamiajes de un presente
siempre indeseable y ruin al tiempo que me hace despreciar olímpicamente el
futuro.
Demasiadas
veces se ha dicho, y hasta escrito, lo cual es mucho peor, que nadie debería
luchar por conseguir ser mejor (ser más bueno) de lo que es. Eso sólo puede
conducir a la frustración sino al derrumbe total de lo que uno es y no volver a
levantar cabeza jamás.
Empiezas
a ser adulto cuando comprendes que el fin del mundo es todos los días, y que un
día feliz es aquel que aunque te hiere como todos, no te ataca por la espalda.
¿Y
qué es la verdad? La verdad es el otro lado de la mentira, pero nace del mismo
tronco.
Luego
esta es la porción del mundo que me como, y hallad buen provecho con la que os
corresponda a vosotros.
Adelante,
rosacruz Boceto, tú eres el único que
conoce el secreto del mecanismo y los resortes de la vida.
Crisanto Boceto: Yo, reino y rey de mí mismo, habito solo conmigo,
conmigo solo contento.
Que
uno vestido de sastre va por el mundo y no como esos menesterosos de atavío que
andan de quincalla y tejido basto, muñecones descompuestos.
Y,
así, un día, casi sin venir a cuento, como se bebe un vaso de agua, se hizo con
las claves de la existencia doméstica menos dolorosa: La contrición, que no el
pesar, sólo en la vejez y ya al borde del precipicio de la nada cuando hasta
respirar hace daño: Al menos he tenido una vida larga… He tenido tiempo de
arrepentirme de todo. Concederme, pues, la absolución, dioses (pero absolutamente todos los dioses).
Salud, honor… et argentum.
A
rodar.
Su
inclinación natural a la indolencia cuando no al desánimo no le incapacitaba de
ninguna manera (apalancarse en la pasividad, por ejemplo) para mantener una
mente activa, siempre en alerta, y un cuerpo entregado de lleno a las
desmesuras… bajo la sombra del pino, el árbol de Dionisos.
Hay algo de fiebre
por ahí, por alguna parte del cuerpo.
Ponte en manos de
médicos. ¿Tú sabes quién es Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von
Hohenheim?
¿Quién? ¿Yo?
¿Por qué andar con
camisas de fuerza por la vida? Cualquier procedimiento por muy conservador,
liberal o anárquico que sea es óptimo si no me obliga a doblar el espinazo.
¿Y
Sánchez? De ese proyecto de hombre puede esperarse cualquier cosa: todavía está
sin corromper a estas alturas de La Gran Transición: La humildad… ¡ja! En la
escuela de la pobreza sólo se aprende vestir chapucero, a pasar hambre y a
ducharte una vez al mes.
Hace
muchos años (los años de la bicicleta azul) que supo que la vida, la suya y
todas las demás del mundo, están llenas de grietas, y él enseguida empezó a
mirar demasiado a través de ellas, las propias y las ajenas.
¿Y qué se lleva por
las Españas a principios de la década?
Los Celtas cortos y
Marcuse, que hacen buena pareja en manos de los contestatarios de la peña. Y
algunos endomingados aún se ponen ballenas en los picos de la camisa, siempre
de una blancura inmaculada.
Todo
en orden, padre: privilegio, licencia, tasa, aprobación y fe de erratas…
(Visto
desde el dos mil.)
A
la puerta de un cine astroso lo habíamos dejado, haciendo cola en compañía de
unos tipos tan pingajosos como la sala y la húmeda y pestilente oscuridad que
iba a ocultarlos, tan distintos a él en los meros detalles pero tan iguales en
la sordidez instintiva que le brotaba de las vísceras, patrimonio fangoso de
todos los seres humanos, sea cual fuere su género y vistiera de cualquier
antojo: El fontanero, su mujer y otras
cosas de meter.
He
ahí la escenografía perfecta, rodeado de tipos rebajados por las vilezas
íntimas y solitarias y ornado por la cartelería depravada en colores chillones
que decoraban por ambos lados el hueco de cristal de la taquilla en el pequeño
vestíbulo. Boceto: la cara oculta de
la luna.
¿A
qué hora la sesión?
Sesión
continua.
¿Ser
otro? Mudar ¿en qué?
La
única manera posible de resucitar es cerrar los ojos al costado de la cascada
de Reichenbag y aguardar la ocurrencia de algún creador que te ponga otra vez
en pie… pero, otro yo, aunque fuese
el mismo de siempre, idénticos rasgos, parejo el cerebro, redivivo gemelo, un
poco más nuevo.
Ni
asombro ni emoción, esperanza la justa (¿en qué?): quietud absoluta, me destila
el tiempo:
Ser como uno de esos
tipos que no han leído a Cervantes ni a Quevedo ni a Garcilaso ni a Rabelais ni
a Shakespeare… pero sí a una buena parte de las medianías que a lo largo de los
siglos les han sucedido sin mayor trascendencia o provecho.
Yo leo para
entretenerme.
Estupendo. Podemos
entendernos. Yo también escribo para entretenerme.
Desocupado lector, que
dijo Cervantes…
(Debes hojear miles de
libros, pero sólo leer un par de cientos.)
La
valentía de verse el interior tan sucio por algunos de los desgarrones o
roturas con que te disfrazan las vestiduras… y la sonrisa, y hasta la piel y la
carne que te disimulan, desfiguran el poz0 negro del alma. ¿La moral? Eso sólo
se encuentra en los tipos que aún tiene fe en el mundo o, en el más grotesco de
los casos, en ellos mismos, y a él le resulta muy difícil creer en el sentido
que ambos puedan tener: agujereado por demasiadas fisuras, agrietado sin
remedio, todo lo ve al borde del abismo: nueve millones de especies de plantas
y animales, mil millones de especies de microbios: danzando el ser humano hacia
la nada entre tamaña cofradía.
La
totalidad de mi yo es muy superior a la suma de sus partes (naturalmente,
incluyendo las que no se ven).
Regularmente
salvaje sin perder los modales que ocultan los colmillos, una vez en el ataque
puede ser hasta cruel: y enarbola sin una mueca la Jolly Roger para que las multitudes anden avisadas y le abran paso.
Lo
único que me consuela, se dirá Boceto
ya al final de su descenso al infierno (a rendirte visita vengo, padre, cuando
el día despunta y se abre el abismo), es que cada vez quedan menos testigos de
mis andanzas sobre la tierra.
Más
te hubiera valido beber las aguas del Leteo y entregarte al misericordioso
olvido que es ciego y mudo ante los sucesos y fechorías del pasado.
Padre,
a quien la muerte le acaeció por sorpresa, exactamente igual que la vida, sin
contar para nada con él: fue y dejó de ser… esas las dos auténticas y únicas fechas de una existencia.
(La
última sinfonía de Haydn, Del Adiós,
se silencia a sí misma, no hay final, simplemente la partitura va apagando los
instrumentos, uno a uno callan hasta el último solo. Y silencio absoluto.)
Inmerso
del todo en el proceso de la conclusión: al final de la carrera, como esos dos
personajes flaubertianos, comprendió que al cabo de todo esfuerzo seguía siendo
un estúpido pero ahora no podía soportar la estupidez de los demás.
El
cronista bajo la armadura del lenguaje de 1978,
yo no he sido, pío, pío, ajeno a los peligros que nunca han de sobrevenirle, se envanece de figurar junto a
Unamuno en un diccionario enciclopédico y cifra la revolución en romper los
donuts como dicta la canción de un canallita avispado de moda entre el
lumpemproletariado y la oculta hucha burguesa del ahorro. Una línea más abajo
declara nuestro cronista que una tarde de sesión continua, en compañía de su
mujer puesta de rulos, que el cine queda ahí, a dos manzanas de casa, se fue a
ver una película en la que interviene Ann Margret y de la que andaba
ilusoriamente enamoriscado… ¿Y el motivo de todo esto?, pues que escribe sobre
los gais de la corte madrileña de la mano de Foucault aunque él lo que debería
hacer, y así lo confiesa, es irse de vacaciones a Ibiza de bracete con una
señorita y no quedarse en su piso con su gata y su mujer (en ese orden) de
rulos o no, escribiendo articulos porque él, como dice la prensa francesa (su
fama trasciende las fronteras de lo patrio, que sino mural, murillo), es un
escritor comunista, y así da la imagen como pintado a brochazos por Goya,
aunque él se vea sí mismo como paladín literario y gato esnob, que no plástico,
de lo más oscuro de lo hispánico y ultramontano, y hasta trágico tal Unamuno
aunque menos deprimente, más ligero de entendederas y más suelto de pluma.
Boceto, un jovencito que lee al cronista diariamente,
participa de esa frivolidad ajena, al tiempo que va germinando en él mucho
escepticismo ante los revuelos mundanos. Empieza a creer de sí mismo que es un
ser primitivo, hasta medieval, pues sólo distingue hechos verdaderos, los que
suceden, y los que no lo son, los que no suceden.
¿No
debería seleccionar mejor sus lecturas? El esnobismo en literatura, aunque bien
disimulado, es capaz de envenenar ciertas clases de andaduras humanas, sobre
todo las que aún no han doblado demasiadas esquinas.
Posterga,
no obstante, para la mitad de tu vida la selva oscura. ¿A qué la complicación y
el remordimiento? Lejos quedas de la primera muerte y todavía más de la
segunda, la que pone fin a todos los tormentos.
Venga,
espabila, que naciste con la flor en el culo.
Homo
sapiens… me llamó Linneo.
(Dios
me llama por mi nombre de pila. De esas me valgo yo.)
Y
ya nunca dejó de hacer allá donde estuviese los honores a tamaña nombradía,
Este
senequista que bien aprovecha las lecciones del romano antiguo: deja de querer
aquello que has querido, el presente será más halagüeño.
(Otro
que va a cobrar del moderno fondo de reptiles.)
Ni
Hobbes ni Rousseau, un hombre no es que sea bueno ni malo, es que tiene miedo.
(No
te hagas ilusiones. ¿Qué crees que pasará a partir de ahora? Inauguro una nueva
época egoísta, depredadora y estéril: soy la nueva Luca de la que han de nacer
todas las especies.)
Padre,
mierdecilla: biografías escritas en tinta negra… pero bien pronto en su
descenso al infierno les brotan alas en los costados, se elevan hasta los
cielos donde se han desbaratado todos los círculos y allá se aposentan.
Cuando
vuelvan a bajar dispuestos para la segunda y definitiva muerte, ahítos de vida
y en plena indigestión de su comilona, lo harán con plena aquiescencia,
reconfortados y lejos de cualquier temor, sin ocultar la última venganza hacia
la vil naturaleza y el ya podrido pellejo del tiempo: se agarrarán a la muerte
como el náufrago al madero. Adiós, adiós.
Enrarecido,
muy diablo después de cuatro décadas, lejos de un corazón sencillo… o de
cualquier complicación, se sonreirá en
sus adentros el Boceto adulto del
dos mil ocho: nací en la mitad de un siglo que ya quedó atrás, y se promete
mirándose en sus seguridades de docente perpetuo y escurridor de bultos: no he
de morir hasta que medie, o un cuarto más allá aún de ese mojón, el que le
sucedió.
Mientras
tanto, estrena mayoría de edad en los calores de mil novecientos setenta y
ocho, se regala un entretenimiento sólo para sus ojos, sin más compañía que
inspire lubricidades, ni siquiera la de servidora,
y se recompensa con una película tosca y guarra que anime su sesera de nuevas
imaginaciones, y en ningún momento deja de tener el alma dichosa y en ventura
en el día radiante de luz o en la noche oscura: habrían de pasar unos años
todavía para que las películas porno dieran paso a las salas donde se ofrecía
sexo en directo.
¿Qué
necesidad tenía de asistir a semejantes espectáculos?
Quizá
su semblante sugería sufrimiento interior, algún pesar oculto. Se desahogaba el
recién salido de la adolescencia mediante su descenso a infiernos nada temidos.
¿Qué
le ocurrió, amigo? ¿Juego? ¿Bebida? ¿Una mujer?
Una
noche, pasados ya lustros de la llegada a la luna, topó con un Charlie escritor
en ciernes de relatos sembrados de apabullantes crímenes y violaciones salvajes
de jovencitos de ambos géneros, aunque experto escanciador de copas en la
medianoche y oyente sumiso.
¿Qué
le ocurrió?
Anda,
cuéntame tu novela que atascada tengo la mía, se dice el copero invitando con
una sonrisa y mirada cómplices a que el parroquiano comparta sus miserias.
Boceto andaba de lengua suelta (pero nunca reveles tus
dieciocho años, y mucho menos los
veinte, empieza siempre a partir de los treinta) y comenzó a largar mentiras. Y
el otro con el oído fino: a ver si la idiocia temporal de este trasegador
nocturno (estilo charlie que pronto sería
rebajado a una mayor llaneza después de esforzados aporreamientos en la
Olivetti) da para un par de folios.
Los
espectros pesan, farfulla el trasegador nocturno, son como el aire, y el aire
pesa.
¿Quién
no ha querido ser un espectro en algún momento de su vida?
Domino
el arte de la contención, se reconoce el escritor en ciernes: jamás contradigas
a un tipo parlanchín con la boca abierta, una copa en la mano y una billetera
bien surtida.
Puedo
hacerte desaparecer en un segundo.
Ahora
bien, la pregunta es ¿podría volver a dar conmigo de nuevo y devolverme a la
tierra?
Si
así fuera, ¿te prestarías al encantamiento?
Son
tiempos de constitución… en todo: uno opta por desaparecer en una ficción aun
casera y filmada en Super-8 y sonido magnético. Bastan un guión sin demasiadas
pretensiones y una pantalla para ello. ¿Para qué otros menesteres engañosos en
este año del Señor de 1978?
Ya
ha visionado tres veces Emmanuelle.
¿No
le resultarían igualmente sugestivos los filmes de Zanussi, Nicolas Roeg ,
Saura o Tavernier?
No
podría desaparecer en ellos, y el asunto devendría drama: el tipo se disolvería
en sus imágenes como un azucarillo en agua hirviendo, volvería a ser el polvo
que fue sin solución de continuidad.
Treinta
años atrás de este año del Señor de 2008, mucho más correcto de intenciones y
costumbres que los precedentes, algunas señoras del Diablo se excitan
sexualmente al imaginar que son violadas (¿una sugerencia inconfesable
proyectada en su mente pervertida luego del enésimo pase de Emmanuelle?) y así lo confiesan en las
consultas de los terapeutas.
¿Y
tal aserto brutal quién lo asegura?
Shere
Hite: ¿Por qué habría una que comportarse de forma amorosa durante el sexo?
Volvamos,
pues, al ars amatoris. Y la cama,
aunque aún no potro de tortura, dejó de ser de una vez por todas el lecho de
merengue de los fines de semana.
El
corazón sólo es un músculo. Usa la imaginación: y arrojó al cubo de la basura
la barba recién rasurada, los pantalones de pana y la chaqueta con coderas, se
ornó a sí mismo con una camisa azul y corbata de listas oblicuas y declaró sin
rubor a quien se le pusiese por delante que sus filósofos de cabecera eran
Kahlil Gibran y Paulo Coelho. Respecto al himno musical que tarareaba por lo
bajo: Saturday night fever en unas
ocasiones; en otras, Me olvidé de vivir.
Y a partir de entonces, libre de legañas y despejado el espíritu de sombras,
mostraría aquí y acullá sonrisa viril y ademanes resueltos, y la mirada
peligrosa... de siempre. A las damas, las muy imbéciles según el cronista
desmadrado en este año constitucional y algo bestia de maneras, siempre les da
por pensar que anda uno de ligue, como si no tuviera bastante con escribir sus
artículos en el café, que es lo que hacían los caballeros del 98. Y a media
tarde, revela el articulista, me retiro
al Retiro y me siento en un banco a descansar
hasta la noche… Donde acude a un cóctel entre dos luces y se codea con
ministros, duques, rojos y clérigos. Treinta años más tarde de ese anodino
saturnal en la capital de un país aún en telarañas grises administrativas y
negras curiles, muchos de los ministros (más de una docena), duques (al menos,
uno), rojos (un millón, o dos, o tres), casi todos los clérigos habidos por
entonces e incluso el mismo cronista descansan en paz bajo la sombra de cipreses
o arrojados en montoncitos cenicientos a las subterráneas, fecales y hediondas
cloacas ahora lejos de aquellos trajines y volteretas intelectuales parloteadas
por tipos absolutamente prescindibles, tan brillantes que parecían en los
selectos actos de frivolidad colectiva con una copa en una mano y un canapé en
la otra.
La
única forma para cualquier otro plumífero de la prensa matinal y competitiva de
haber desdibujado una mínima parte en las festivas y epifánicas camaraderías
sociales de la época la imponente figura del esnob de voz de catacumbas en
botas negras de media caña, tejanos, blazer, cabello a lo gorgona y gafas de
culo de vaso rozaría lo bufonesco: aparecer ataviado de cintura para arriba con
una chaqueta de sport amarilla,
camisa violeta y corbata roja, pantalones de corte pirata y… la mirada turbia
(y torva): ojo con mi columna de mañana, cabrones, que yo supero en sarcasmo y
fingida maldad la del dandi en negritas de El
País…
Que
sigue empecinado en entelequias dialécticas de quiosco: si a las jais les van a
proporcionar gratis la píldora, que es un gasto y un vicio, que es pecado y
fornicio, que nos sufraguen a los españoles (sic) el café, la copa y el puro, y la puta (respetuosa, la llama
él) por añadidura, que el rato de coyunda ya se cotiza en cinco mil pesetas. Y
ya puestos el cronista rescata con pinzas a Marcuse a cuenta de una supuesta gratificación libidinal, algo que la
juventud contestataria de la época tenía muy presente desde una década atrás.
Males
y clichés de aquel tiempo ido… Los varones explicaban muy bien en que consistía
la revolución sexual: ahora toda mujer, joven o vieja, sabe que puede decir sí.
Pero las hembras todavía lo esclarecían y contrarrestaban mejor con el arma de
una sonrisa y la mirada de metal: por fin hemos comprendido que una mujer,
joven o vieja, también puede decir no.
En
resumen, Charlie: démosles la espalda a tanto erudito a la violeta y prosigamos
camino, y como he leído en un novelón polaco, dejémosles gruñendo entre ellos
algo incomprensible al igual que cerdos que revuelven sus morros en el dornajo.
Usted,
amigo, desprecia con furia.
Ando
a la par, del mismo modo admiro sin fisuras lo admirable.
Sin
embargo, a él le bastaba enmascararse en un joven ceñudo vestido a la moda para
acudir a una sesión cinematográfica de porno y fumarse de cuando en cuando
debajo de la cama, donde todo queda oculto, hasta la luz demasiado explícita
del día, un inocuo porro setentero de efectos casi nulos.
¿Qué
ha ocurrido?
Ha
pasado el tiempo: casado estás con una mujer compleja y profundamente
conflictiva que no se doblega ante nada y a la que, sin duda ninguna, sólo la
abatirá la muerte. ¿Qué podías hacer tú vestido a la moda?
Volver
al setenta y ocho, donde uno puede tener colgado encima de la cabecera de su
cama un póster de Janis Joplin o Kaka de Luxe y otro, un vigilante de obras
disfrazado el último día de su vida con el antifaz de criminal, llevar en uno
de los bolsillos de la chaqueta una ilustración rijosa de Sandra Mozarovsky.
¿Qué
ocurre? Treinta años: 2008.
¿Qué
es la historia (con mayúsculas), qué una vida, la tuya (tan miserable y
efímera): aquello que ya nadie puede modificar: fue.
Desvelo
y vueltas y más vueltas bajo las sábanas. La noche se hace eterna: la noche y
la cama que siempre habían sido refugio para mí, se lamenta Boceto.
La eternidad, que puede ser tan sólo
una noche triste e insomne.
Curiosamente,
con suma extrañeza, y también con algo de inquietud, desde hace tiempo tiene la
sensación de que su época, el presente, le empuja hacia el pasado, cuando a lo
que aspira todo lo vivo es a una proyección hacia delante, incluso al olvido de
lo de atrás.