domingo, 7 de diciembre de 2025

38

Sólo si no deseas nada alcanzas a adivinar la plenitud de lo eterno, aun empapado de alcohol eso lo sabes con certeza, Charlie. Los deseos mueren una y otra vez en ti, no cesan de resucitarte mortal y caduco. La eternidad te lo da todo sin necesidad de tenerlo entre las manos.

¿Ser como ese cronista? ¿Aislado del mundo? ¿Padre huérfano de un hijo querido? ¿Confundir la cocaína con la sacarina? ¿No tocarle el culo a una mujer sino tocarle los importante glúteos? ¿Vivir metido en el meollo del bollo?

Toda una antología de la frivolidad con el fin de cobrar tres pesetas más por artículo.

De joven trasegar optalidones y whisky para levantar el ánimo.

De viejo conformarse con arroz cocido y agua mineral.

Poca cosa hay que decir del animal humano en general, aunque no así de la realidad a la que muchas veces adopta éste como decorado a punto de desmoronarse: la fiesta de la supervivencia.

¿Qué hitos enumerar en los párrafos de la vida diaria de un ser humano, ese semejante tuyo de carne y hueso, una vez has descubierto que tu casa no es el centro del universo y que andas hermanado con los primates? Pequeñas cosas insignificantes en el rodar del mundo por el cosmos, incidencias olvidables, y así durante años y años entre poquedades y quimeras. Trabajo, matrimonio, hijos (punto y seguido), enfermedad (punto y aparte), muerte  (punto final).

Sea usted un escritor famoso (con tres pesetas más por artículo) para acabar zampando con fruición o, seguramente sin ella, pan integral, queso cheddar y unas nueces con miel en la comida; helechos al vapor, unas rodajas de manzana y palomitas de maíz con salsa de tamarindo de cena y en el desayuno, antes de empezar el festín de la jornada, guisantes congelados de jardín acompañados de nuevo con pan integral.

(Menú J.D.Salinger: menudencias tristes, algo misteriosas por la inquebrantable disciplina mental y, en especial, física que exigen, y sólo son anécdotas nada literarias de un tipo solitario y proclive a una medicina extravagante, un rentista de las letras con tendencia a la cólera doméstica, la arbitrariedad y el desdén.)

No pensar, Charlie (¿sabe una piedra que es una piedra?). ¡Qué fatiga intentarlo! ¡Y qué frustración comprobar que sólo se consigue durmiendo… y sin que ningún sueño zascandileando entre los sesos turbe la conciencia! Pero ésa es la única solución frente a la zozobra. Conviértase usted en un mosquito zen, ya en el samadhi, con los ojos abiertos en la nada más absoluta: un manotazo inesperado y, plaf, el universo, todo él, se apaga en un instante. No pensar: un ser vivo pero inmóvil y silente en una crisálida a salvo de la realidad material.

Nos repugna la idea de que la nada sea capaz de crear algo. Incluso aceptamos de buen grado volver a la nada. Pero que el cosmos, con uno o miles, millones de universos a la vez, que da lo mismo, sea obra de la nada...

No pensar… ¿Sabe un ser humano que es un ser humano?

Pues acabarás en un rincón del trastero entre cachivaches polvorientos y telarañas, como los estúpidos regalos de Navidad: ¿Este maniquí de cabeza hueca para qué sirve? ¡Al vertedero!

A solas con mis asuntos.

¿Sabes lo que estoy pensando?, me pregunta de repente Boceto, y me estremezco temeroso ante la sola idea de que me lo haga saber, hasta se me paralizan los dedos sobre el teclado:

Amigo, tienes que comportarte como un conejo, tienes que ser un conejo que no sabe que es un conejo antes de que te acogoten y ya despellejado y descuartizado te metan en una cazuela. Aprovecha mientras puedas, abre la boca y sin rechistar masca aprisita lo que te echen.)

Un filósofo, cualquiera de ellos, de antes o de ahora, sólo logra explicar muy bien su perplejidad y desconcierto intelectual frente a un mundo existente antes de él y después de él, pero jamás alcanza a esclarecer mediante una jerga sobresaliente de laboriosas perífrasis el sentido de aquél o a resolver su personal incertidumbre y las nuestras, inermes lectores, respecto al verdadero enigma que depara saber que el ser humano se disipa finalmente en la nada. Ninguna respuesta es definitoria: cientos de filósofos de mayor o menor raciocinio a lo largo del tiempo, centenares de miles de páginas y ocurrencias verbales para concluir en el sinsentido de la verdad rotunda de una existencia que se finiquita a sí misma desde la fisicidad y caducidad de su condición animal, desde lo puramente matérico.

Lejos de la ciclotimia y una polaridad hirientes: es un estoico, experto en vestimentas del yo.

Basta que éste salga por la puerta y ponga un pie en la tierra para encenagarla aún más: A mí no me cansa ni me espanta mirar el mundo y lo que de él resulte… pero me mantengo encerrado en la armadura, atisbo por la rendija de la celada y escudado por la rodela, que bien sé yo que no ha de parar de bailar con alegría el diablo a la vista de la zarabanda humana.

¿Y el linaje?

¿De los Brell…? ¡Quia! Soy como la pequeña Topsy, no hubieron padres por medio.

Ya lo sabían aquellos tan antiguos y tan presentes: la verdad se halla en lo más profundo de un pozo. No la sacarás de allí dando voces desde el brocal, y ningún dios es inmortal: cuando tú mueres, mueren todos ellos.

Ninguna teleología ampara y encauza mi decurso, Charlie. Seré lo que quiera mi último deseo… o mi última copa.

Oh, gran héroe romano, deberías acompañarte de un esclavo que te injuriara convenientemente.

Durante mucho tiempo lo tuve, y no era esclavo sino prócer. A cada paso me tildaba de mierdecilla.

Esa figura vertical del padre caía sobre él como una espada… entonces.

No ahora, que los años ya arrancan con saña de la tierra a los testigos de tu azar.

Por fin estaba aparentemente feliz, libre en sus trapisondas.

Pero nunca se sabe. Hay una cierta expresión de felicidad al alcance del rostro de cualquier fingidor.

Debería quemar toda la montaña de libros que me ha conducido a estos desbarajustes (¿o son delirios?) nocturnos, se dice Boceto una medianoche de la mano de un imaginado Walpurgis inocente o, al menos, más cándido que él, salvar una mínima excerpta, hacer con ellos un auto de fe como el que ultimó Kien en la postrera página de su ciega existencia.

¿Acaso no sobran todos los libros una vez leídos y olvidados? Cambio una carta de amor (¡ja!) por biblioteca profusamente apolillada; cambio descendimiento del infierno por el sosiego de la copa en una mano y la otra asida a la grácil cintura de una ninfa entregada.

Celebremos sólo el libro que está por escribir: la vida son cuatro renglones.

Si quieres leer muchos libros compra pocos, proclamaba Unamuno.

Lo sé, lo he leído en un libro.

¿Qué lo has leído en un libro, majadero?

A uno siempre le subyuga alguien peor que él mismo y que ande enfangado en más penosos errores: qué te parece, se dice ese alguien ensorbecido que se cree muy listo, ese pobre diablo organiza su vida a través de los libros que lee:

Tenía un bloc, un lápiz y un montón de problemas, de modo que lo único sensato que podía hacer era… ¡ponerse a escribir con habilidad en otras palabras, -qué ingenioso el lector-escritor- lo que recordaba haber leído!:

Ese tipo daba lástima y hasta grima. Todo lo que necesitaba en esta vida era un millón de euros y una mujer Barbie con la que follar todas las noches: esto ya se ha escrito un par de millones de veces a lo largo de la novela criminal, un aborto recién eclosionado de una especie de algoritmo capaz de proporcionar millones de versiones de similar calaña sobre el papel inocente a través de manos escritorzuelas sin escrúpulos.

Conclusión urbi et orbe:

El hecho de que uno aparezca como autor no significa que haya escrito el libro.

La inevitable pereza de millones de seres les lleva a leer a pesar de la distracción procesada (con poca sal) de la televisión: uno se acomoda mejor así en una existencia anodina o simplemente de reiteradas costumbres: las manos quietas, a lo loco los sesos entre un cúmulo de palabras a veces sin sentido, que toda trama acaba en descabellada… Pero sólo se debería poner en palabras escritas aquello que no sabemos ni intuimos.

Un comienzo aceptable de novela sería, (verbigracia): vengo del futuro y os aseguro que allí no estabais vosotros.

¿Qué ha pasado (1978…)?: Nos hacemos en los zarandeos e inesperadas filigranas del presente (2008), lo que hemos sido, humo, lastre o atajo, lo que seremos, la nada, el futuro, que ni siquiera es humo, de poco nos vale mientras nos dispersamos en el aleteo efímero de los días.

Charlie, que te baste mirar, y aun de soslayo, a tu alrededor. Hay en el mundo suficiente material para enmierdar la mente más sana y libre de prejuicios. Entendámonos, copero, en roman paladino he de responderte:

¿Creo en los milagros?, y le pregunto a la zarza ardiendo y a los cielos blancos o negros que nos chamuscan la sesera y no a ti, escanciador del divino maná.

Y ya con la copa de Moët&Chandon en una mano y la llave del coche en la otra, nuestro Boceto clavado en la cruz de la angustia y el desasosiego exhaló el último apotegma de la obscena madrugada de las mil y una verdades reveladas mientras levantaba el culo del taburete:

Creería en los milagros sólo si me sucedieran a mí. Respecto a los que acaecen a los demás, tal prodigio no merece sino llamarse plagio, refrito, corrupción y golpes bajos, que es otra de las muchas y muy disimuladas maneras de construir un artefacto literario para entretenimiento y deleite de la distraída caterva de los lectores contemporáneos.

Puesto un pie en el estribo de la resaca, ya de espaldas pero sin tambalearse camino de casa, hogar, dulce hogar, todavía lanza la postrera advertencia del borracho impenitente, venga o no venga a cuento, que para eso es el protagonista de nuestra historia: Se destruyen los seres, las cosas, el pensamiento, incluso lo abstracto y lo inmaterial, pero no se destruye el tiempo, el verdadero creador del universo donde todo nace y muere en un incomprensible y definitivo final, y eso, amigo barman, anida en la hez de la última copa.

Que la cogorza y los dioses te sean favorables, musita nuestro buen Charlie, escribidor en ciernes y mal poeta, la gracia que no quiso darle el cielo, sin historias que imaginar y poner en papeles y pasando por enésima vez el paño seco sobre la barra de las frustraciones y los pecados ajenos y propios. Cien años después:

He vendido 12 ejemplares de mi fantástica novela Volverás a mí.

Enhorabuena, es el mismo volumen de ventas que consiguió Samuel Beckett con la primera edición de Murphy.

Mentidero, mentiras y falsedades, pero distraen tanto…

Hace tiempo que sustituyó el Ulises por el Little Nemo de Winsor McCay: una imagen vale… aseguraba más cínico de lo habitual.

Como fuere, no acabar con el trasero soldado a un raído sofá y el pensamiento hechizado por la nada de una pared pintada de blanco, al igual que esos viejos a quienes lo único que les anima a seguir vivos día tras día es el pavor a la muerte: ni se atreven a pestañear.

Tate, tate, lejos andas tú de la salvación, que es la copa y su licor tu venda en los ojos, la amnesia y la idiocia que también a ti te dejan frente a una pared desnuda con la mirada muerta y una mudez de ultratumba.

¿Acaso no suelto la lengua cuando así es menester?

Y así te han de sepultar las inconveniencias que perpetras cuando obras de ese modo alocado.

Peor sería lo escrito, que ningún envanecido desestima en algún momento de su transitoria existencia emborronar paginitas por creerse humano inusitado y digno de ejemplo: Verba volant scripta manent. Los muchos alcoholes desatan mi lengua, pero alejan la mano de la pluma. Váyase lo uno por lo otro y tengamos la fiesta en paz. Soy inocente, ni rastro he de dejar de mi inoperancia, que la voz es aire y vuela, vuela.

Allá otros, pues.

Magister dixit, parecen proclamar a los cuatro vientos las crónicas del infatigable cronista.

Se abrirán los montes y parirán un ridículo ratón:

Yo frecuento casas de duques, de banqueros solemnes y grandes y embusteros y marrulleros politicastros… aunque prefiero el atardecer polvoriento de los solares y los cielos negros de la noche vallecana, arrabalera y suburbial.

El cronista todavía no se ha descubierto a sí mismo sentado a la diestra del dios de los dandis de atuendo exquisito o a la siniestra del dios de los quinquis con la jeringuilla en el bolsillo del culo, en 1978 aún dudaba literariamente entre escribir en negritas el nombre de la mujer del duque y vivir del whisky y el canapé agradecido de media tarde por débito de la gracia o atracar una farmacia esgrimiendo la estilográfica libre del capuchón.

Si una cosa te importa un ardite ¿por qué no habría de importarte lo mismo todo lo demás?, debe preguntarse a menudo el cronista, que sabe de sobra lo primordial de nuestro paso por la tierra, lo que en verdad nos une a los otros animales que hollan el planeta: para la tía del filo el fracaso tiene la misma importancia que el éxito.

¿El ser humano?

Exhibimos una imagen, no la verdad que ocultamos, que en el mundo todo es teatro.

Mi padre en sus últimos años procuraba alimentarse sólo de ambrosía para evitar el fastidio de la defecación, dijo uno.

Se disfraza de sí mismo el gacetillero a jornal diario… ¡y así vamos de bien!

Poco adivinas de mí, como si me vieras reflejado en un espejo negro, sólo el dibujo, ningún color…

Y remata nuestro analista mundano del estercolero social en el que tan a gusto se halla metido hasta las cejas, sin necesidad en esta ocasión de echar mano de negritas ni cursivas:

¿Hay que jugarse la vida para ser un literato? No… Entonces la literatura, la escritura, sólo es un juego, algo que aumenta mi caudal de un año a otro de tres en tres pesetas… Es como esa clases de adorno que acompañan asignaturas de mucho mayor relieve.

Le daba a la Olivetti con los dos dedos índice, casi comiéndose las teclas con la narizota y la boca a causa de su vista miope: El cronista, certificó con irrebatibles documentos su biógrafo oficial del 2008, año internacional de la nariz en forma de patata cocida, tenía una caligrafía desastrosa, lo cual constituía sin excusa posible un flagrante ultraje para el lector de cualquier manuscrito perpetrado por él. No obstante, entre las fotografías intercaladas en las páginas centrales de la voluminosa biografía se encontraba la reproducción de un texto escrito a mano por el insigne memorialista que, descifrado con laboriosidad por aquel entusiasta investigador, nos legaba unas líneas de enigmático alcance: Quienes mueren, al cabo de un tiempo, descubren que están muertos. Y poco más abajo en el mismo trozo de papel, las cuasi ilegibles cagadas de mosca del cronista de letra desmañada transcribían la conocida cita borgiana: Quería comprender el universo y saber quién era o saber si era alguien.

Si hubiera llegado a los cien años de vida (se quedó a un cuarto) habría descubierto el Umbrales que, a pesar de su cinismo trasplantando al mundo castizo de Chueca y Malasaña, era un kantiano sin remedio: ¿Para qué torturarse en conjeturas?

Hay cosas que no podemos saber, se dice Boceto treinta años antes de la biografía póstuma de aquel testigo implacable de la efímera y trivial sociedad de su tiempo, ya entregado sin reservas con juvenil inconsciencia a las corrupciones graciosas de su época, absolutamente al borde de toda crítica en su flamante estrenada mayoría de edad: Cumplo mi palabra aunque sea obscena y a destiempo, afirma con la voz engolada del recién salido de la adolescencia al público en general, pago lo que debo (con el dinero de papá y mamá), tu vida y tu muerte son cosa tuya, bicho humano (no salpiques), no hagas mal a nadie (mi tiempo es demasiado valioso para considerarte magullado, mutilado o de una pieza), no consientas que nadie te haga mal a ti (muchos escudos han de protegerte para evitar la respuesta justiciera de mi brazo matador)… Pues, esa es toda mi filosofía ética, camaradas.

A lo hecho, pecho.

Jamás la incumplió pese a las muchas situaciones embarazosas que habría de padecer y que siempre procuró resolver con prontitud y absoluta indiferencia sino desdén.

Este no tuvo desde niño un bosque a su alcance al que escapar de papá y mamá, no vivió nunca en un cuento de hadas: le bastaba con descender hasta lo más profundo de su alma de árbol, allá donde al igual que a los ficus le sostenían y nutrían las raíces poderosas: cree en la eternidad… y no es creyente de ninguna religión.

Su descreimiento comenzó a fraguarse en su época gris y negra agustina. Por entonces ya había descubierto que sólo existen dos clases de dioses: los que se vengan de ti a través de los sufrimientos que te infligen por tu condición humana y los chantajistas que te sobornan valiéndose de sus mediadores terrenales con el paraíso si te postras ante su… ¡invisibilidad!  

Coleccionaba (también era su época rosa y azul, colores tan melosos, sin que ello le supusiera por paradójico que fuese ninguna contrariedad) comienzos de poemas.. siempre en español:

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana

Condena los horizontes, se dice pasados los poemas y los aniversarios (pasados treinta años) con la copa vacía en la mano y la mirada herida por los extrañamientos, y la confusión, y por saberse vivo, y ser uno más, y…

La experiencia de una existencia que suele descansar en los hechos cotidianos se relaciona chocantemente, o eso creía él, con los avatares históricos y hasta morales de su tiempo, un estercolero como lo fue en el pasado y lo sería en el venidero. ¿Cómo diablos no iba a ser un descreído de todos los símbolos y de los trapos pintarrajeados de las banderas tan mancillados por antojos criminales?

Abandonad toda esperanza.

Pero…

Bebamos, Charlie, y librémonos de los terrores metafísicos, que lejos quedo aún de un cerebro húmedo… Pienso, luego sigo.

¿Qué me dices de esos pantalones acampanados en blanco y negro del 78 que ceñían tus piernas?…

Inolvidables… y patéticos.

…y de las botas de terciopelo, de los bigotes de mosquetero, de las camisetas punk pintadas por uno mismo…, ¡Ah, los años de la margarita!

Las penas, ay las penas.

Las dichas, ay las dichas.

Nuestro pequeño héroe tuvo una larga vida compuesta, ¡cómo no si era humano, demasiado humano!, de dichas y de penas, así que le dio tiempo en la segunda mitad de ella de arrepentirse sin reservas de todas las infamias y mezquindades que perpetró en la primera.

Yo no he tenido más remedio que jugar con las cartas que me han repartido los dioses o los diablos… Pero he hecho todas las trampas que he podido, e incluso a veces me he sacado un comodín de la manga: jamás juegues con la vida a cara descubierta.

Se instaló en el fracaso del espíritu, que es harto llevadero si andas lejos de la precariedad material, o en la inacción si te has librado de las premuras de la supervivencia. El fracaso de ayer supone el disfrute de hoy, aunque sea mañana tu perdición, pero… largo me lo fiáis, que si hubiera sido guerrillero de la vida y sus luchas…¡pedrada que te crió y tente perro!

Al cabo, cierra la puerta tras de ti, que la oscuridad protectora vele tus días y sus noches. Deteriores, de una u otra clase, los mínimos aunque te vengan con alevosía, que para ello si menester fuese ya armarías por tu cuenta una nueva partida de El Fraile. (Mas… cuidado que no resucites en forma de cura de misa y olla, que si tal sucede se te acabaron los arrestos y la provocación blasfema, con tanto que estimula el exabrupto: acudid, dioses, a este basurero humano, revolcaos en él al igual que hombres y mujeres satisfechos como cerdos hozando en la pudrición.)

Estos tipos sin turbulencias que los menoscaben, cuando ya la traición del cuerpo es inevitable y pestilente y nada solapada, pues se planta frente a ti y lo sórdido del socavamiento de la carne y los huesos se sufren a plena luz sin disfraces que la enmascaren, se resignan a la tristeza y, ya definitivamente, con talante comedido, a la idea de la muerte, a la eternidad de una nada quien sabe por quienes habitada:

Soy eterno… pues soy: lo sido me reafirma y lo que ha de ser es.

Entretanto, el superfluo cronista de la trivialidad que, al parecer, ha leído a Gramsci antes que nadie, intenta ligarse a una quinceañera a la que trata de camelar hablándole del elefante meón del Campo del Moro mientras la pasea por la Casa del Campo.  (Las basuras fílmicas que acanallaban las tardes cuando se pelaba las clases agustinas y tomaba asiento dispuesto a no perder ni un solo plano de Pierna creciente, falda menguante (0), film apoteósico en su género, a fin de cuentas, se preguntaba sin arrepentimiento el Boceto cuarentón, ¿no sedimentaban esa afición muchos de los presupuestos ideológicos en relación a lo cultural que defendiera Gramsci?).

Ah, Bocetus, proyecto de hombre, proyecto de todo, si escritor hubieras sido, amanuense a horas pagado; si filósofo, divulgador ramplón de ideas volanderas de sujeto, verbo y predicado; si poeta, recitador floral de halagos cursilones en heptasílabos consonantes a la más bella de la aldea (bailongo en la plaza a partir de la medianoche, y en después maitines chocolateros). Ah, felices 78…

Aunque también, para qué nos vamos a engañar, las cursiladas siembran los textos más inocentes e inesperados del cronista. Huye uno de la frase hecha y el lugar común y se enloda en refinamientos expresivos que hasta tumban de espaldas a los prosaicos literatos que utilizan la lengua a patadones, garrotazos y gritos destemplados: las cartas a mano mojan su tinta en el corazón recargable del tintero interior del hombre (¡joder, Vivales!), asegura el martillo de herejes recipiendario de la escritura más recia, metafórica y castellana. Líneas más abajo de la lindeza de líneas más arriba declara nuestro moderno diablo cojuelo que el mar es una escritura, pero afirma que no insistirá en ello por ser poéticamente fácil, que es como acabar en aquello que reprochaba el otro: el tipo no tenía nada que decir… pero lo dijo.

Ah, Boceto

Y este ¿qué pinta aquí?, podríamos preguntarnos al cabo de tanta página mancillada (para pasar el ratito, como justifican el pasatiempo los terribles y vengadores jugadores de parchís): torpes redacciones, pensamientos chinos o vaya usted a saber de quién impresos en los sobres de azúcar, poesías vomitivas en loor del cutis maquillado pedestremente de la reina de las fiestas… Con la pluma como espada jamás habría obtenido el dinero suficiente para una sopa de col.

Nada, nos contestaría Paula Coloma con sonrisa displicente de sabelotodo, no pinta nada, o poco más de nada, Boceto sólo es un under fours en la historia real de nuestros acontecimientos.

Acabáramos.

Fundido en negro.

Interior. Un vetusto despacho perteneciente a la Jefatura Superior de la Policía, brigada político-social.

No me mire de ese modo. Soy lo que parezco. Lo sé: una copia emborronada en papel carbón.

¿Qué nos queda en 2008?

La chatarra oxidada de tantas ideologías que el sálvese quien pueda de la cotidianidad envolvente ha arrumbado al vertedero del tiempo. Créame, señor comisario, mi mayor deseo es cumplir satisfactoriamente las labores docentes que desempeño en la muy celebrada facultad de Bellas Artes de Valencia y, ya en la intimidad del hogar junto a mi santa esposa, aumentar poco a poco sin desembolsos excesivos mi maravillosa colección de incitantes shungas japoneses.

Este quien lo dice que por muchas manos ha pasado, aunque sin cicatrices de malas heridas, incluso sin que dejaran mínima huella sobre su piel, que es como un libro abierto, pero nada fatigado, que dicen los libreros, éste que incluso a estos sabios engaña…

¿Pues que ibas a terminar como ese camarada tapujado en la trenka que conociste en las trincheras de los cine-clubs, los cafés y las librerías luchando por la libertad? Ahí lo tienes apoyado con indolencia en una esquina (no puedes apartártelo de encima, en sueños se te aparece), sin quitar el ojo siniestro a las piernas al aire de las colegialas uniformadas, rezumando bilis el tipo y su imbatible calva cenicienta, de mirada turbia, amarillo el iris, aguachirle ya el cerebro…

Y aquí paz y allá gloria… Y a pescar cotufas al golfo, que diría el maestro Cervantes.

¿Sobresaltose nuestro héroe de gran manera en alguna ocasión? ¿Dio un respingo?

Inmutable se diría en todo instante en los lances imprevistos de la existencia. Un sujeto lacónico al que bien disfraza a veces la melancolía. Doy fe de ello, que hasta este punto he recorrido sus avatares (y desapariciones).

Arduo me es admitirlo, pero no hay tipo que no tenga los pies de barro en esta época de crímenes.

Con este…

Jenga: quitas de este lado y pones allá… He aquí que nunca se le vino abajo el tinglado ni en los momentos más endebles del yo.

Será un hombre tan raro que hasta dudaría yo que fuese un hombre.

Por no tener no tiene ni un hijo. ¡Con lo fácil que es tenerlo! Está al alcance de cualquier idiota.

¿Qué ocurre en la angustia del amanecer cuando esas luces como navajas hacen que te sientas culpable de las cosas del pasado sin redención posible en el presente?

Entonces no existe el perdón, simplemente aceptas el castigo por muchos  tormentos que cargue en el debe.

Fluía la sangre, roja como el pecado, nada que la adultere, lejos de la benzodiazepina, la mente despejada.

Una mañana se sentía Enrique IV… y a la noche Falstaff.

(Echa mano de la Physician’s Desk Reference.)

Yo no hago un uso moral o político de los libros. Me limito a leerlos, y si hay suerte, si merece la pena, los enjuicio desde un plano estrictamente estético y a veces incluso literario, lo que es el colmo de la hipocresía: ¿qué demonios tiene que ver escribir con leer?

El tipo –el narrador- había sido un testigo, uno más, confesó Boceto, del desafuero de mis idas y venidas. Ahora, qué gracia, estaba muerto e incinerado, es decir, anónimo en la eternidad, pero yo seguía siendo el protagonista… e incluso un lector… aun desvanecido en las sombras.

¿Que no había de ser ese narrador vengativo y hasta cruel?: podría plasmarte a través de una escritura sectaria enojado perpetuo y despreciativo, la mirada, el rictus de la boca y el gesto de notorio desdén… pero todo lo cual no te alejaría sin embargo de que ese narrador te arrojase en brazos de la más corrosiva desesperación, aquella en la que acaban los pensionistas menesterosos y que ahuyentan al atardecer cerrando las ventanas y encharcándose las tripas de vinazos cosecheros. Podría desfigurarte. Podría cambiarte de lugar el culo y la cara con un golpe de tecla sin que apenas te apercibieras de ello.

Qué tiempos. Se nos escatima la democracia y se nos engaña con la pornografía, afirman todos los cronistas de moda, y por supuesto el más ínclito de ellos, al margen del credo político que sustente sus sueldos de prosélitos haciendo méritos. (¿No son la misma cosa los senos desnudos de la fulana de turno ilustrados en papel cuché y la lengua desatada del tipo encorbatado perorando en el estrado fotografiado en el papel de envolver el pescado? En ambas exaltaciones germina sin duda lo obsceno, la imagen de una falsedad ininterrumpida e inequívoca.)

Qué de cosas se leen (ojean) en el periódico:

EE.UU lanza su sonda Pioneer Venus a Venus (y allí se quedó al parecer).

En la actualidad, los neonatos provienen de un tubo de cristal (agítese antes de usar).

En agosto, Nevada, EE.UU detona una bomba atómica (la 913, según el registro).

Paul Valéry: los imbéciles de los políticos que nos gobiernan no son muchos, pero están muy bien elegidos: son perfectamente imbéciles.

El 78… ¿Un tiempo? ¿Un lugar?

En aquel lugar los niños aún jugaban a las chapas en algunas calles y casi todos ellos calzaban chirucas hasta el final de la adolescencia.

Algunos de ellos esnifaban pegamentos.

Así acabaron en el 2008.

¿Esnifando cocaína?

Pudriéndose a deshoras.

(Si escribir fuese lo suyo –¡ah, el Klee durmiendo en el arcón por siempre jamás!-, se diría que el testigo de tantos sucesos escribe en rancia tipografía, la bodoni, por ejemplo, y en letra de poca mancha y deficiente legibilidad, un librillo de páginas encoladas y tono muerto, grisáceo.)

En fin, Charlie, como afirma tu tocayo Dickens, unas copitas de licor además de ser muy saludables, alegran el alma, aunque no sea bebida de nupcias y celebración.

Tipos hay, gacetilleros, actrices y hasta flamencos, que sólo por sorber una copa de champán ante las cámaras de televisión, ¡y en blanco y negro!, cobran dos millones de pesetas de las de entonces.

El pasado apesta a infamias, prontos remordimientos que no han desdeñado el viaje hasta ahora mismo e ineficacia, se dice en el 2008 un Boceto totalmente humillado y hasta ofendido, precisamente ahora, por el futuro inesperado que sobrevendría después enturbiando y minimizando aquel pasado todavía más en el hoy de nuestros pecados. Y en la era actual, eh, Boceto, ¿qué ocurre durante la mañana y la tarde que adosa a los sueños de la noche ese carácter de desasosiego que tanto apesadumbra la conciencia al abrir los ojos?

No han de ser esas noticias ridículas y efímeras, breve pasatiempo de ociosos y coleccionistas de naderías, esos personajes de cataduras solemnes y seriedad grotesca con el traje prestado de un día y el nombre del que hay que mofarse por intercambiable.

Ocurre una de las mezclas más horrendas en el tiempo y el espacio de este planeta en su rumbo azaroso a través de la oscuridad infinita, ocurre el hoy y el ayer y el mañana todo en uno, más allá de las imágenes de las modas y los usos con que las épocas se obstinan en disfrazarse.

Qué siglo de remedios tremendos: unos se meten supositorios de optalidón por el culo y otros que se han aficionado a regodearse mediante raras libidos se hartan de quemar vivas con napalm a niñas vietnamitas.

Más que extinguirse en el mundo, algo que en el fondo le aterraba, buscaba una secesión respecto a sus inmundicias, cortar el cordón umbilical que pudiera trastornar sus íntimas devociones: ocio, placer, sarcasmo, su yo inevitable…

El tiempo… el lugar donde envejecemos.

¿Cagadero colectivo? Cacator cave malum.

De acuerdo, no tengo ningún conejo escondido debajo de la manga, pero tengo una reluciente chistera que hasta podría hacerla bailar en la pista al son de El Continental.

Y una memoria: de ahí sí puedo sacar todo aquello que se me ocurra (o incluso que no se me ocurra a mí y vaya a sus tontas y a sus locas rebotando entre las paredes craneales), y sin el peligro de un fiasco que dé al traste la función. El cerebro es la auténtica magia.

Cada cosa a su hora.

Nos quedamos en el término medio, querido barman: entre la mens y el corpore.

¿Qué clase de vida es esta?

La única que conozco, y es mucho mejor que aquella, la del 78, y no me importan absolutamente nada los siete mil millones de todas las demás vidas del 2008, que parecen nacidas de los (sórdidos) anuncios de la televisión matutina.

¿Sabes cuál es tu problema?

Por supuesto que sé cual es mi problema. Lo he sabido desde que tuve uso de razón. Y a fe mía que no me ha ido nada mal sabiéndolo y protegiéndome de todas las respuestas fáciles al alcance de cualquiera. Sólo tenía que hacer lo que no se esperaba de mí.

Eso no es una respuesta.

Eso es la respuesta magnífica y, me temo, única con que enfrentarse y desenredar todo tipo de problemas, los propios y también los ajenos que algunos miserables terminan por endosarnos abusando de nuestra, digamos, inocencia social en la barra de un bar de medianoche y luces matizadas mientras entrechocamos las copas y aguardamos al futuro… de ayer con la mejor de las sonrisas.

Y todo esto ¿para qué?

Y la realidad ¿a qué santo? También yo, amigos, en mi época bohemia jugaba con un gato rubio.

Se aplicaba a sí mismo (exactamente un individuo) la definición más humanamente llamativa de carácter marxista: soy un reflejo del mundo en el que vivo.

Hay gente que comemos todos los días y muy bien, así que a ratos, que son muchos, nos dedicamos a hacer estupideces hasta que el sueño nos vence: mañana será otro día.

(Villon más que Rabelais y, por supuesto, mucho más que la humana e incruenta ira de don Quijote.)

En el 78 el cronista tenía tres máquinas de escribir, o al menos eso declara, una gata preñada, un par de gafas graduadas, cinco camisetas que solía intercambiar con cinco rollos de papel higiénico, varios slips (blancos, es un suponer), un leotardo de lana rojo, unas botas Yanko, un par de zapatos con hebilla para las festividades, un exprimelimones de lujo, una bufanda roja, un botiquín (espermicidas, diafragmas, neogynonas, espirales, tiritas), un despertador, las obras completas de Antonio Machado en edición rústica y, de colofón, una cama matrimonial donde manoseaba a su señora mientras le leía poemas de Juan Ramón.

Y con tal bagaje ¿qué se dispone a hacer nuestro columnista mediado ya el verano?

Escribir el Quijote (así lo nombra él, el quijote, como lo tildan al libro los bachilleres más desalmados con el pegamento en la mano y la mirada mustia).

¿Acaso se cree un Menard?

Es difícil saberlo: siempre termina escribiendo lo que se espera de él, y eso confunde mucho al personal aunque parezca, por previsible, lo contrario.

Vivir frustra lo suyo, nunca ha recibido una carta de Azorín, al que desprecia.

Contra Franco vivíamos mejor, empiezan a decirse cabizbajos los universitarios talluditos en el 78.

Aunque… antes: Yo me precio de ser un futurista, sostengo sin que me tiemble el pulso que donde esté una locomotora que se quite La Gioconda.

Lo que ocurría es que éramos más jóvenes, como proclamaba una pintada gritando chillona de rojez desde un muro de la periferia, desastrada como siempre, cinco años más tarde.

Ahora ya ha sobrevenido la angustia. Saben que la época tan llevadera de la transitoriedad, cuando todo estaba a medio terminar, ha concluido. Ya son definitivos, y lo que los rodea también. El tiempo de las componendas, la relatividad y mañana será otro día se han ido al garete.

Ah esos jovencitos tempranamente opositores a la prebenda y al mínimo esfuerzo ¡tan pronto diezmados en flor!

Y dentro de cien años… esos viejos terribles: a partir de cierta edad ya no tienes alma, al infierno con todo y con todos. Sólo tienes próstata.

Típico de la quinta copa, la que uno debe tomar debajo de la cama, es convertirse en una víctima de la reflexión: Creo que la gente, toda la gente, es muy desdichada durante gran parte de su vida. Unos lo saben y otros no lo saben, pero todos nacen, viven y, desdichadamente, se mueren.

(El saber es algo muy subjetivo debido a su gran diversidad.)

Como dijo Alejandro Sawa una mañana que no podía salir a calle por andar ya en andrajos, es preferible no tener pantalones a no tener talento.

En 2008 ¿aún se envían telegramas?

En verano del 78, el Cronista Infatigable, que espera excitante la llegada de un millón de suecas prestas a patear la piel de toro, pone al día su vida sexual mientras observa complacido su herrumbroso instrumental galante.

En el verano del 78 los calores asfixiantes de julio provocan que la sesera, aunque no la de todos, confunda la prosa de Quevedo con la de un periodista deportivo.

En septiembre del 78 Umbrales anda convencido de que es Vivaldi (?) y, ya puestos, difama a un viejo escritor indecente calificándole de mala bestia en busca de gloria cloacal.

Él se codea con poetas que fuman cigarrillos mentolados.

Él a veces se refugia en un sex-shop como el que se mete en un diccionario y busca las palabras más adecuadas para conseguir una gran orgía léxica.

Él relee una y otra vez a monsieur Barthes desde el grado cero: lo repasa en traducciones muy deficientes. Él habla en cheli con Laforgue cuando volvían ya realizados de putas, aunque, él, escribidor impenitente, hubiese preferido acostarse con una metáfora. A fin de cuentas, ¿qué es una mujer? Para el señor Cela, su maestro, el segundo de los tres animales que más ama: el primero es el perro y el tercero el caballo.

Él orina tristeza, confiesa finalmente.

Yo creo que él bebía sin alegría.

Él jamás empleaba su tiempo escribiendo para el cajón. Es un profesional de la escritura, el whisky y el optalidón.

En septiembre del 78, en Nevada, EE.UU detona una bomba atómica  de 8 kilotones (la 914, según el registro).

Quiero saber…

¿Qué quieres saber?

Quiero saber por qué existe la bomba nuclear.

Bueno, tiene su lógica. Lo más temible para un ser humano, pues la naturaleza es ciega e inocente aun en su daño, es otro ser humano.

Quiero saber…

Otro perro, más perros… El can nuestro de cada día.

Hacerse un destino… aunque no sea el que convenga, creer en una finalidad equivocada o no: mientras haya algo delante, se dice el agonizante huyendo con la imaginación de la dentellada de los perros del cáncer.

Tomaremos una tácita de eléboro, templaremos los ánimos y quizás alguien pueda sacar algún provecho de mí, se dice Boceto. Aunque lo dudo, continúa diciéndose, nadie lo conseguiría de metal base tan inocuo.

Hacerse, aunque sea sin obligación ni razón aparente, una visión y conocimiento de la realidad distorsionados por el asco y el escepticismo.

Estaba muerto y pronto iba a desaparecer bajo tierra o dispersadas sus cenizas en el aire para nunca ser recuperadas, pero jamás dejaría de ser él, incluso muerto mil años, un millón de años, siempre sería él.

A fin de cuentas, cultivaba una vanidad y un cinismo tras los que se hallaba muy a gusto: la pulsión necesaria para pasar el ratito de la vida.

Otro que sabe de etiquetas pero no de contenidos: habla del mundo: Yo soy todo el mundo, escribe sin pudor y con absoluto convencimiento, yo me inspiro mucho en la papelería ilustrada en añafea que depositan en mi buzón del zaguán.

En realidad ¿qué sabes tú de Marx, travieso hombre de letras?

Que trasegaba cervezas sin parar y destrozaba farolas por la noche, y cuando había dinero también engullía un toddy.

El cronista de la vida, pues así se intitula a sí mismo, como si fuera un libro abierto, declara como aficiones el amor y la guerra, por ese orden, y como aún no le han invitado a La Zarzuela ni a la bodeguilla, pues no hay caso cuando entonces, aboga por la República del 78 y los subidones que proporciona el optalidón administrado por el culo: hubiera dado cinco años de su vida por haber disparado él la escopeta nacional, y cobrarse una buena pieza en lugar de ir recogiendo pajarillos abatidos con un perdigón.

Él es mucho de hablar un inglés hermético, de modo que termina refugiándose en su español cálido e inagotable y en su escopeta de feria.

Él es mucho de llamar por los teléfonos de ficha: noticias del otro lado.

A ratos con Kant, a ratos con el silabario.

A mediados de noviembre de 1978  en Jonestown, Guyana, se suicidan más de 900 miembros, incluidos mujeres y niños, de la secta El Templo del Pueblo, dirigida por el reverendo Jim Jones. Un cóctel fulminante, Charlie, amigo, mi Caronte: zumo de uvas y cianuro.

Y tú ¿cómo quieres morir, Bocetillo?

Como los hombres y mujeres bíblicos, colmado de días.

En diciembre de 1978 en un túnel a 248 metros bajo tierra, en el área U3kn del Sitio de Pruebas Atómicas de Nevada, a unos 100 km. al noroeste de Las Vegas, la Ciudad del Juego, Estados Unidos detona su bomba atómica Concentration (la número 915, según el registro).

Aunque ¿importa algo ya en el umbral de la eternidad las cosas triviales de lo humano?

Muchos años después el cronista, que en el septiembre inaugural y hacedor de 2007 apresta la pluma como un colegial aplicado ante el nuevo curso escolar, observa moribundo en derredor suyo una existencia mundanal convertida en un rompecabezas inarmónico del que apenas logra desenmarañar nada en sus piezas dispersas, bracea en el Leteo, bebe del olvido: Las vides al sol, los pámpanos lucientes, los racimos luminosos en el inicio del curso dorado del tiempo… El incendio clamoroso otra vez de lo nuevo…

Ese lenguaje entrecortado es la incoherencia de la muerte.

Y Boceto, este proyecto de hombre, este Brell en su mayoría de edad recién estrenada, muy complacido por instalarse en la aurea mediocritas, mira absorto con las manos a la espalda, como ausente de la vida, incrédulo, el charco de sangre espeso y negruzco que cual una sombra ha brotado de ese trasto humano abatido en la acera frente a la puerta de una bisutería de barrio, ya en las postrimerías del Año Internacional del Criminal: poco antes había creído el muerto que el mundo se le venía encima, pero era él que caía.

   De mortuis aut bene aut nihil.

 

 Enero-24/Diciembre-25

                                                                           

 


domingo, 30 de noviembre de 2025

37

Sabemos que miente porque los únicos gatos sabios, aviesos, lujuriosos y charlatanes nocturnos están encerrados a macha martillo en los cuadros inexpugnables de Balthus.

¿Qué es la cultura?, se pregunta nuestro hombre de letras en su columna primaveral, y se contesta: masturbación y sintaxis.

(No existe el nombre secreto de las cosas porque las cosas son incluso sin necesidad del nombre establecido, oral o escrito, que las define.)

Baroja y Galdós regocijanse en sus tumbas sin floripondios al leer al reprochador de estilos garbanceros y poco primorosos: Mire por dónde le sale este moderno y sus descuidos, don Benito:

qué profunda Vallecas, esta estrella de pobres, este mapa de pobres.

Definitivo, don Pío, masturbación y sintaxis.

Épocas diversas aunque confluentes: del sainete de Franco al esperpento del setenta y ocho.

Tipos listos hay que al lado de la soleada ventana que les separa de la suciedad y los crímenes de la calle se sientan en un confortable sillón y leen, todavía con el olor a tinta, el periódico de cabo a rabo, incluida la crónica del esnob.

¿Usted empieza por la página del principio o la del final?

Yo sólo leo la cartelera de los cines.

Pues hay que estar más al corriente, Mely.

¿Más al corriente? ¡Anda éste! ¿Y para qué?

¿Qué nos cuenta El País?

Colea todavía el rabo de el Congo.

(Lejos de África.)

Y dice que las mozas tienen senos como de loza de tazón.

(El mejor recipiente para echar un buen trago de leche: sangre de Hispania fecunda.)

Mire por dónde le sale este moderno, don… (etcétera).

Entre el sí y el no los españoles (no así sus vigilantes de obras que andan enfangados en asuntos no baladíes por mortíferos y lejos de politiquerías y enredosas figuraciones semánticas) han devenido por mor de sus gobernantes en saduceos sin haberse percatado de ello lo más mínimo:

Se me dice a veces que contestar sí o no es contestar como Cristo nos enseña, pero esta fórmula no se halla en los Evangelios. Se nos dice: la contestación es sí cuando es sí y no cuando es no; pero la contestación no puede ser tan simplemente sí o no cuando la simplicidad la destruye; vemos cómo en la propia actuación del maestro se elude con harta frecuencia esa sencilla contestación de sí o no. En política, como en toda actividad humana, los noes no tienen sentido más que cuando enmarcan, confirman y aclaran una afirmación de la cual se parte. Decir no a algo… (etcétera).

¡Politequeros…!

Nunca te fíes de la amistad de un camello.

¿A cual de los dos te refieres?

A los dos.

Todo es relativo, dijo el hombre (o el gato) sabio.

¿Y eso?

Dinosaurios hubo de ochenta toneladas junto con otros que apenas pesaban unos pocos gramos.

De modo que camellos… Uno te traicionará por menos de treinta monedas, acaso por una sola de ellas, y el otro sólo sentirá por ti en tu travesía por el desierto la mayor indiferencia a pesar del agua y la hierba con que le llenes la panza.

Siempre es lo mismo, llámese el año como quieras: puede llamarse incluso como tú.

No obstante… Ah, las pequeñas variaciones:

En mil novecientos setenta y ocho las autoras de novelas policíacas de probada calidad se dedicaban, luego de la jornada de los cinco folios colmados, a componer poemas en verso libre sin rima escritos a máquina (una Olympia de 1956, por ejemplo), la mayoría de ellos demasiado personales y perfectamente olvidables.

En el setenta y ocho, año de los tres papas y el gato Mefistófeles, el adolescente Boceto está en las nubes pero con las dos manos llenas con las cosas de la tierra, impregnado él de pies a cabeza de todos los placeres:

Estás en el higuera, mierdecilla.

Escapé al ficus.

Es lo mismo, entonces. ¡Aún en esas andamos!

Treinta años más tarde desvélale la verdad al poeta, al no-poeta, al cronista encerrado definitivamente en su nicho, a los padres, a todo criminal: En efecto, amigos, no hay respuesta y nada tiene el menor sentido, sólo que tú, padre, al estar muerto, y también todos vosotros, ahora ya no lo sabéis.

Tendrás que escribir un libro once veces más voluminoso que la Biblia, una historia oral, por así decirlo de manera indigente, para demostrarlo.

¿Qué me dices del tiempo, muerto el padre, Sánchez, el cronista…?

¿El tiempo?

Por estas calendas, sean uno o treinta y uno, el tiempo, que no es fuente de desdicha ni regocijo, ni mucho menos invisible, se ha hecho viejo, el mundo que me ofrece está lleno de costurones y fracturas, renquea como un animal apestoso por sus cuatro patas, a duras penas se sostiene en su antaño prodigiosos muelles, ningún maquillaje tecnológico logra rejuvenecerlo a mis ojos, huele a rancio, como un moribundo boquea, se pudre, ha de sangrar hasta quedar exánime.

Se llevará con él la luz.

Con él nos llegó. Recuerda, y recuérdaselo a otros, en mi comienzo está mi fin.

Ante los Fiodorov y los Sánchez del mundo rijoso y embaucador, sus tejemanejes imposibles con éste, sucio, traidor e inmundo, e ingenuos ellos, acabados en el propio camino de perdición que se labraron a conciencia: quieto Boceto, mudo, silencioso como un caracol, hasta invisible, pero muy tangible, de carne y hueso y los ojos bien abiertos, aunque pasito a pasito.

Undécimo, no salpicar, y esos dos pringan de desesperanza todo lo que tocan.

Por tu parte, Deslizaos mortales, no (etcétera).

Líbrate del fardo de la conciencia, que es puro veneno: la munición más efectiva contra el griterío y los desmanes y las trapisondas de la época, de todas ellas, es la indiferencia: como la justicia, ciega… cuando sea menester.

Miércoles, 5 de abril de 1978: Vino V. y se meó en uno de mis cuadros, escribe (manda escribir) Warhol en sus Diarios: una de las muchas maneras de mearte en la época y sus efímeras culturas para mejorarla... o ponerla en su lugar.

Boceto ríe por lo bajo:

Vagabundea, pero altivo y con los bolsillos llenos, presta la mano acariciadora de los mejores terciopelos y las mujeres más lúbricas, y al mediodía almuerza à la carte, tómate todo el tiempo del mundo y después con la copa de anestesiante licor en la mano, mientras te sosiegas en meditaciones inútiles pero reconfortantes, anda lejos de esos pobres diablos que caminan sin saber adonde sólo con el combustible de decenas de colillas de cigarrillos, posos aguados de café, sándwiches de huevo frito y cucharadas de ketchup.

Lo tuyo, amigo bohemio inventor del lenguaje gavioto, es lo informe (aunque jamás llenarás la tripa en el Kronenhalle) escrito en humildes cuadernos escolares de líneas pautadas (¡y aún así te saldrás de madre!).

Ánimo, Sánchez, déjate de pensar las cosas, y, ¡hala, al mundo! Hazme caso. Un tipo que divaga es como un animal al que un espíritu inútil lleva en círculos de aquí para allá sobre hierbajos secos mientras en derredor se extienden frescos y verdes prados a los que hincarles el diente.

Todos terminamos viejos de repente, sin siquiera esperarlo y entonces, ja, ya es demasiado tarde.

Cuídate, vigilante de obras, que de un perro nace el mensajero de la muerte, tan lejos del paraíso:

El plan, Sánchez, es perfecto. No puede fallar. Sin sangre ni rastro.

¿Quién vendrá otra vez a importunarme?

Soy yo.

Entra.

Nunca es la muerte un huésped bien recibido.

Pero ¿quién sabe qué se esconde detrás de la máscara del rostro, qué cosa criminal o halagüeña agazapada detrás de los ojos turbios o claros que ves y te ven?

Mienten más los ojos que las palabras, porque aquellos, ladinos, piensan mientras parpadean falsamente inocentes y estas… ¡tantas veces salen de la boca al tuntún!

No engañan las apariencias, engaña lo humano y sus aconteceres tan imprevisibles.

Sánchez está tan listo para la muerte como los sucesos del nuevo día ante la lumbre del amanecer.

Cauto como pocos Boceto, todo cuerpo y un poco de alma, la suficiente, envaina la espada, listo para la aventura graciosa, nos mira con desdén: No os veo como corderos. Os veo como lo que sois: hombres. No me suicidaré como el griego orgulloso a causa de alucinaciones pueriles.

Mefistófeles: Tan fieros los hombres, una fuerza, una pasión inútil, y tan poco valen, incluso sabios de demasiadas letras rodeados de millares de libros que sólo son al cabo fábricas de polvo. Al final, entre el dios y el diablo, que ni ellos lo saben a ciencia cierta, sólo aspiran a ser algo felices, a apartar de sí la desolación en el presente de tanta pérdida en el pasado.

¿Cómo me has encontrado?

Tu olor carcelario me ha traído hasta ti.

Tan abrigado por la noche y sus sombras que estaba él, al costado del fuego y el vino, la ilusión de la mora. Ni siquiera la miseria le ha de proteger de lo peor, que es la nada que ha de borrarlo del todo de la tierra y sus asuntos mundanos.

También él tuvo cuna... sin brocados, que fue el suelo. No tendrá sepulcro: vuelve a la cuna de piedra donde lo destripan sin prisas. Ha de acabar en las manos carniceras y forenses de aprendices con batas blancas tan anónimos como él.

Por la boca de serpiente del mensajero le ofrecen lo mejor, pero Sánchez no aspira a lo mejor, se conforma con lo que es suyo y con lo que cree merecer. Y así se pierde: ningún humano se merece lo malo, pero tampoco lo bueno. Nadie bien nacido deja de lamentar la ruina y el hambre de otros, pero son muy pocos los humanos que las remedian a costa de sus regalías.

El plan es perfecto, como todos los que maquinan aquellos que acaban entre rejas; es decir, terminará en fracaso sin paliativos. La recompensa bastante; es decir, humo, aire, nada, y en tu caso morir como un perro aunque, por saberte muerto definitivo en ese instante, sin gana ninguna de morder al dolor: cerrar los ojos y acabar, porque el tiempo de ser hombre ya ha vencido.

cuanto existe en la tierra debería arruinarse.

¿Por dónde entró el diablo?

Por el camino de la condición de Sánchez, que los hay a millones en el mundo, no eres una extravagancia, sois como una peste interminable, pobláis el planeta como ratas, y ninguno es señor de su destino.

¿Qué nos cuenta El País?

Un ametrallamiento de rat…, de indígenas maya kekchis al otro lado del mundo.

¿Fueron contados en el posterior esclarecimiento?

Eran muchedumbre: un agolpamiento, una amalgama de bultos.

Eso sucedió el 29 de mayo de los corrientes.

Interesante la precisión tribal.

Ese mismo día de los corrientes Warhol se quejaba de que el agua caliente de su baño se calentaba en exceso. Al hombre, suponemos que no al artista, tan entregado a su arte irrepetible (¡contradicción flagrante!), le irritaba considerablemente que el fontanero no apareciese de una vez a pesar de sus reiteradas llamadas.

Fruslerías técnico-estéticas.

¿Y ese diablillo cojitranco de ojos sentado a la mesa camilla, aferrado a la Olivetti?

El cronista anda ensimismado escribiendo acerca de fábulas municipales, que es algo muy socorrido en los talleres literarios cuando el tiempo apremia y hay que entregar el artículo y cobrar a tocateja, que es como él cobra sin zarandajas de cheques y sin desvelar vulgares apellidos en el acto de la firma: la fábula municipal es un género literario que se ha inventado él, y piensa explotarlo hasta el límite de sus posibilidades como el insigne Azorín hizo del punto y seguido de claras resonancias telegráficas.

El cronista se emborracha fumando cigarrillos de anís en este mil novecientos setenta y ocho de sus pecados (veniales, mujeriles) y alterna la lectura de Roberto Alcázar y Pedrín con las terceritas de Pemán. Lo cierto es que, según confiesa no sin impudicia, mejor (?) le hubiera ido si hubiera fumado más y leído menos la prosa tan llevadera de gracejos del andaluz. Además, al tipo le atraen irresistiblemente las mujeres fumadoras con sus bocas plenas de sabor y aliento camioneros.

¿Qué nos cuenta El País?

El día 24 de junio de los corrientes su santidad Pablo VI emite el Breve Apostólico Seraphicus Patriarcha con el cual se aprueba la Regla de la Orden Franciscana Seglar, antiguamente conocida como Tercera Orden Franciscana.

Entra.

Debes decirlo tres veces.

Puntualizaría el mensajero, víbora muy bien disfrazada, a Sánchez: No hay que matar ni herir. Es como un juego infantil… Asustar al tipo como se asusta a un crío con una mueca. A ti ni te ha de ver, no serás ni hombre ni animal: la pistola en tu mano le cegará del todo, sólo comprenderá de veras la sorpresa y el miedo que lo atenaza sin permitirle reaccionar.

¿Y no ha de llorar como un niño?

Bah.

¿Incluso rebelarse ante el robo? ¿No ha de defenderse como una fiera herida ante el atropello?

Es hombre, se vendrá abajo. Lo consentirá todo menos perder la vida; salvo ésta, que ya arrebatada no vuelve, lo que se pierde o desaparece de las manos resucita más tarde o más temprano. En lo que respecta a las cosas y su precio no existe ninguna que sea irrecuperable aunque, bien es cierto, lleguen a nosotros en el tiempo con distintas apariencias.

Si es de ese modo tan fácil…

Lo será. Y arremeteremos a la luz del día, plena la mañana, cuando nadie, cada uno en su trabajo, sospeche nada ni nada inspire cuidados.

¿A la luz? ¿No acrecienta eso el riesgo?

(Quien mal hace aborrece claridad.)

A la luz que todo lo disimula por inesperado…

(Puede que el sol nos explique, pero también nos mimetiza entre el paisaje de su brutal claridad.)

… De la oscuridad se recela, fomenta todo tipo de precauciones. Las horas de la mañana parecen todas inocentes. Es el antifaz más completo.

En la tierra todos somos personajes de ficción: morimos al final de la función.

¿Quién era?

¿Quién? ¿Él?

Jamás existió.

Hay pruebas de ello.

Pero a él no logro verlo. No es.

Fue.

Eso da lo mismo. No es, no existe.

El mundo en una mañana: la vida –todo lo visible y sensible- y la muerte -que es la nada-:

¿Por qué es tan extraña la muerte? Porque vivos nunca alcanzamos a saber lo que es y muertos con toda probabilidad tampoco lo sabremos. De ahí la extrañeza: sabemos que existe y así lo demuestra alrededor de nosotros cada décima de segundo con el arte tan trágico y definitivo de su guadaña, pero no sabemos lo que es.

Más de doce mil millones de sucesos han de ocurrir en un día en mil novecientos setenta y ocho, la edad del universo.

Mefistófeles: Tú eres, en última instancia, lo que debes ser.

Boceto: Estoy vivo, estoy vivo, se decía como aquel Ricardo Reis de Saramago, y como no había nadie que pudiera desmentirlo se lo creyó.

Entretanto, mientras rueda la tierra, vale más una piedra que un humano. Te sobrevive. Lo certifica el universo.

Toda fiesta he de ver, se dice Boceto camino del Acteon: El imperio de los sentidos. Combinó –en parte se purgó a sí mismo en acto de contrición (?)-, el diablo iba a permitirlo en la misma sala, tres días más tarde con El amigo americano: hasta reconoció en un plano a Samuel Fuller.

Sale del cine al gris exterior de afuera:

Inventar un personaje de ficción que se mueve entre personas reales que lo hacen real y, luego, desaparece, se disipa como el humo.

Los miraba. Aun en colores, carne de ficción. No le engañaban. No significaban nada para él. Ya había salido a la oscuridad real del artilugio de la película.

Se introducía en otros sorprendentes imaginarios. No veía a su alrededor: la insolencia de los dieciocho años: veía lo que pensaba. Todo su seso era ahora celuloide.

Parapetado de fronteras, a duras penas dejaba traspasar a alguien hasta él. Sólo otorgaba salvoconductos a los seres de ficción. Algún otro estrafalario: había espigado entre los papeles en los que trabajaba JD. en ausencia de éste. Le llamó la atención la fotografía de la mujer menuda, los ojos negrísimos, las pobladas cejas que hasta oscurecían el entrecejo: ahora la descubría entre la masa oscura de los otros, ataviada del llamativo huipil, como una reluciente moneda de oro que destacaba en la grisura de la chatarra humana: la obra o la novela como una mezcla de mil elementos, la pura extravagancia alejada de todo parangón: la siguió hasta que se disipó como el humo. Y la frase memorable: Si muero espero no volver jamás.

¿Qué nos cuenta el cronista?

Que la cultura es un robo. Y lo que no lo es un plagio por más que lo vistan de disimulos u otras galas de estilo.

Que él es literatura (pura) viva.

Que Quevedo con espuelas de oro o sin ellas, alegró mucho el castellano viejo tan solemne.

Que antes licencioso, e incluso maquiavélico y humanamente bestia, que aburrido.

¿Se aburre Boceto en mil novecientos setenta y ocho? No es su crónica negro sobre blanco, buenas piernas tiene él para alejarse de los símbolos fútiles y distraer sus ocios con pasables entretenimientos: la pluma y sus menesteres asociados para los pusilánimes que acaban temiendo incluso el aire encerrado y polvoriento que respiran en sus gabinetes lejos de un acontecer más provechoso.

¿Usted quién es, amigo? Su palidez ofusca…

Yo soy de gabinete.

Acabáramos.

¿Se aburre Boceto?

Ars Poetica: en un solo individuo toda la picaresca española de los antiguos siglos aunque… ilustrada y de excelente educación.

¿Se aburre, Boceto tan ajetreado por el sol y su influjo?

Nada más lejos de ese fastidio, es hombre de cultura, de muchos cebos y de muy buen cuerpo al que en el transcurso de sus correrías sabe sacarle grandes provechos.

Todo esto te daré, oyó que al nacer le susurraba al oído una voz celestial, nada mefistofélica: aceptó de inmediato. Y hasta hoy. Sin pulgares hacia abajo. Nadie decide por él. Nadie le condena o mide sus actos del signo que fueren porque él es el único protagonista donde comparsas y territorio limitan la farsa (estoy vivo, no me vengas con la monserga de la muerte).

Tuvo que ser sabio Fausto para comprender que todo es para nada: tendrás que pagar un precio para acceder a saberes más sabrosos, le conmina el mensajero previamente. Hubo de acumular años, y borrarlos después como por ensalmo, para desprenderse del lastre del alma.

Se exploraba a sí mismo Boceto… pero sólo recorría paisajes, y él ausente, no se veía, invisible como si no existiera, de ese modo se absuelve uno: ningún amor ha de redimirte sea la coprotagonista puta, margarita o mora: si no me ven no pueden herirme, nunca darán en el blanco… y yo no preciso verme porque me basta con imaginarme y, por encima de todo, sentirme de carne y hueso aun con los ojos cerrados.

Beber y reír, agrandad el círculo, no como esos gatos jóvenes jugando con su cola: ilusos que no (a)saltan al mundo y malviven en la estrechez de sus miras o, peor todavía, se nutren de los sueños que no realizan jamás.

Corre Boceto, corre, tempus fugit.

Él es, se dice divertido, un invento de Dios. Ficción nada más, entonces. Ha de internarse, si gusta, en paraísos o infiernos.

Si muero espero no volver jamás.

Y ha de morir aunque no sepa por qué.

Todo lo del mundo es una imaginación, pero tangible, de la que puedes echar mano cuando desees siempre que la conviertas en real. (¿Y si uno es un invento del diablo?: serías más inocente, pues, ni una sola culpa mancillaría tu corazón si es que éste es algo más que un músculo.)

Él es un caballo de troya, que es el icono perfecto de la candidez: el regalo perfecto para un niño curioso y juguetón. Él es su único ocupante. Sale de la enorme panza a su hora o a deshora. Que dicten sus apetitos. No necesita disfrazarse con la luz del día o la oscuridad de la noche: se ampara en consentimientos, elude reyertas, asiente siempre: así es si es vuestro gusto: el pulgar de los jueces ni hacia arriba ni hacia abajo, ni para sí ni para los otros. Hace tiempo que convenimos que si en la tierra existía un dios también habría un lugar para el diablo: no es posible el engaño. Uno, sí, siempre, sabe lo que es. Sin embargo, tal vez sea posible estar en dos sitios a la vez, una bilocación, por decirlo de esa manera, al estilo de la espiritualidad india tan chocante, que promoviese desplazamientos singulares e incluso sincrónicos. ¿Yo? Amigo, una vela al dios y otra al diablo. Tengamos la fiesta en paz con esos dos.

Y así van las cosas de bien: de la memoria, que tiende de un modo u otro a volver hacia atrás, qué si no, es preferible no rescatar nada del pasado, ese sitio extranjero donde se hacía las cosas de otra manera, ni lo bueno ni lo malo: el deseo picassiano tan halagueño agarrado por la cola sin duda huye hacia delante, ve tras él pues te ha de conducir a buen puerto donde todo es larga vida, jolgorio y descubrimiento.

¿El pensamiento? A veces, un buen lugar… ¡tan efímero! Boceto, nuestro filósofo recién salido de la adolescencia en el año criminal del criminal de mil novecientos setenta y ocho en ocasiones hurga desmadrado en recovecos reflexivos de nula importancia pero de grato entretenimiento en tales edades aún próximas al acné: el pensamiento, ah, el pensamiento… Para él las ocurrencias, el pensamiento, tenían una sustancia viscosa, una materia pegajosa semejante a la masa encefálica, como si formaran parte intrínseca y física de los sesos, pura substancia que, no obstante, se desintegraba a sí misma en el intervalo de dos nanosegundos.

¿Quién se sepulta en el abismo de sus pensamientos? El que no ama el sol, los faustos del mundo que cuentan en sus mundanas transacciones hasta los céntimos… Esos hombres sabios, avaros, apesadumbrados y pálidos que al final acaban echándole el ojo y la zarpa a una cría de catorce años y se ponen en almoneda por una vana ilusión.

¿Alguna vez habrán descubierto estos tipos, carne de diablo, que toda la verdad de un decurso humano, al decir del Eclesiastés, se cifra en que contiene todos los extremos, todo principio y final y acuerdo y oposición?

Noche y día, amor y odio, dicha, tristeza, éxito, fracaso, vida, muerte… El olvido. La nada.

Deslizaos mort

Y no volver jamás. ¿Para qué?

Ya he visto toda fiesta… en un cine de barrio de doble sesión de butacas de madera sin tapizar y casi drogado por un penetrante olor a desinfectante y ropa vieja o desde la cima social engalanado y con gesto distraído, incluso displicente, en un palco de la ópera… o en el culo del mundo con una bolsa de pipas en la mano sentado en el gallinero rodeado de sombras y espectros viendo abducido películas de un tecnicolor desvaído: ya he visto toda fiesta.

Sale mucho fuera de sí. Se saca mucho de paseo entre la multitud. No es un brahmán. Se vincula entusiasmado con todo lo que le procura placer. Sólo está a solas cuando se lo propone, aunque sin ningún capullo que le envuelva del todo, una especie de resaca llevadera desde la que puede atisbar el exterior: el mundo sigue ahí como siempre, a mi alcance, lleno de fantoches y falaces administradores de lo privado y lo público que sacuden desde las bambalinas (desde lo oculto) los hilos de las marionetas... tan fáciles de sustituir, de reponer sin remilgos, de comprar.

¿Habla en primera persona?

Él es una primera persona.

Los otros, lo plural, esa masa silente las más de las veces, siempre es un galimatías en el que no vale la pena fisgar, ni siquiera importa saber realmente unos nombres o recordar unos rostros que vas a olvidar en cuestión de días.

Bien vestido, acicalado de una cultura improductiva pero tan vistosa, allá va el caballero por calles y avenidas, entre gentes y cometidos muchos de ellos abstrusos e inútiles pero que ponen en la palma de la mano de sus actuantes las suficientes monedas para que ruede la noria. Con su pan se lo coman y allá se lo hayan. Ya tiene él su sinecura.

Tan semejante, pero no es como vosotros (suele decirse de tantos: no era nada inteligente, o poco inteligente, pero era muy listo). Tan igual, pero con una despreocupación muy alejada de la rigidez de vuestros miedos y miramientos. Emancipado de leyes, ataduras tan sólo de seda, deberes ninguno, turbulencias todavía menos.

Andariego feliz y calmoso, como un animal que nunca podría perderse en el bosque más tupido ni en la urbe más desordenada porque no tenía urgencias de ninguna clase, ni un lugar al que dirigirse, que le esperase, un lugar al que regresar que mereciera recobrarlo (revisitarlo) volviendo sobre sus pasos y recuperar un pasado que en el fondo o en la superficie es como el agua que ya ha fluido: era absolutamente libre: cronista sólo de sus antojos, de sus apetencias y placeres más inmediatos e inconfesables.

¿Y el otro cronista mercenario y esnob?

Ha viajado a Londres arropado con un intérprete: más allá del infinito castellano labrado de hierro y fuego y sus deslumbrantes metáforas, desdeña aprender  cualquier otro idioma que pudiera malear su prosa o ensuciarla de vicios léxicos. Luego de diversas peripecias harto anodinas, es decir, literarias, es decir, inventadas con toda probabilidad, como espiar a dos lesbianas besándose en Hyde Park, contar los cisnes que surcan en el lago o escribir un poema ensalzando el pollo frito, para huir de una cena horrible patrocinada por la BBC a base de calamares con arroz y mantequilla rancia se distrae un rato tumbado en una cama sombría donde ya durmió uno de los asesinos de Rasputín barajando billetes de una libra (qué dinero tan llamativo), se oculta bajo un paraguas innecesario, pues no llueve, por las inmediaciones del puente de Waterloo y, finalmente, se mete sin remordimientos de ninguna especie en un cine porno donde las protagonistas no pasa ninguna de los catorce años, no sin antes, nobleza obliga, loor al anglosajón, mentar en su crónica que ha visto levitar a William Blake por Kensington Road y descubierto a Joseph Mallord William Turner, el celebrado pintor de las brumas británicas, pintarrajeando amaneceres (o atardeceres, que da lo mismo) con tizas de colores en una de las aceras de Oxford Street.

Año extraño éste por tan previsible como todos los precedentes y los posteriores de mil novecientos setenta y ocho donde los mayores crímenes son incontables, anónimos, inexistentes en los predecibles telediarios a la hora de la cena de bandeja sobre las rodillas y la conciencia dormida (en paz).

Buenas noches y buena suerte.

El colega de Sánchez sonríe torcido, nunca mira a los ojos y huele que apesta a pesar de la ropa nueva que ha comprado  en un mercado de baratillo. Dos años después de la muerte de Sánchez terminará agonizando en los alrededores de una granja sita en un lugar del Maestrazgo cuyo nombre no recuerdo con la barriga reventada por un cartucho del doce disparado por un masovero muy celoso de sus escasos bienes y sus cuatro perras ahorradas, mirando atónito e incrédulo a un cielo silencioso de azul desfalleciente: se apretaba las manos ensangrentadas contra el vientre reventado, empujando hacia adentro las tripas como gusanos gordos y largos que olían a mierda y apagaban todos los olores del monte.

El colega de Sánchez, mucho antes de imaginar esa muerte que le aguarda ineludible al doblar la última esquina de su vida miserable, apestosa y mezquina, ahora investido como uno de los enviados de un dios tan apestoso como él para que la tragedia que comienza a tramarse tenga su conveniente final, lo tiene todo bien programado: la muerte de un modo u otro para ese infeliz comparsa, uno de los Sánchez de la vida, un perdedor con una pistola falsa en la mano; él y los tipos listos de sus cómplices huirán con el botín: el diablo, o el dios, reparten buena o mala suerte aún antes de que abras los inocentes ojos al mundo que ha de romperse contigo al igual que una bola hueca de cristal cuando te vengas al suelo.

Sánchez, mejor que con la mora te hubiera ido con una vieja hechicera que acostumbrara a salir por la chimenea cuando el hambre acuciara el estómago.

Sin embargo, es el noble Satán quien te visita…

Sánchez ya ve a la mítica y fascinante Elena en la mora que ya es todas las mujeres, incluida la Mozarovsky.

Sánchez, que ya labra su fortuna,

A ver ese juego de manos con pistola:

con uno se puede hacer diez, por tanto tu riqueza es segura

de cinco y seis haz siete y ocho y verás cumplido tu deseo

por más que nueve sea uno y diez ninguno.

Son como niños, se dice Boceto, al salir del Capitol una tarde perfumada de abril.

Rozando los 18 años, aunque la altura y una mirada serena pero firme salvaguardan de ese pequeño escollo en las calificadas 3 (Autorizado mayores de 18 años), 3-R (Mayores con reparos) y 4 (Gravemente peligrosa) proyectadas en los cines de estreno, pues, como ya se hizo ver tantas páginas atrás, en las salas de barrio entraba uno como Pedro por su casa.

Y una copa de ron sin hielo de remate en Lauria.

No va a ir él por esas calles con un bucanero en un bolsillo, un tigretón en el otro y un donut entre los dientes como si aún vistiera de pantalones cortos o estrenara su primera corbata de bachiller.

Anda por la acera con absoluta seguridad en sí mismo, abrid paso, lacayos, despejad el camino al Señor de Brell.

Se acerca a la barra con decisión, sin el menor titubeo, mientras prende fuego a un cigarrillo con el plateado Silver-match (aún llevaba a la rubia colgada del brazo hasta que la descubrió a ella con sus bonitas piernas al aire, la próxima servidora que con tanto esmero escanciaría en su copa el mágico elixir que al éxtasis  ha de transportarle).

La camarera, blusa blanca de manga larga y falda negra muy corta, hace un instante sorteando las mesas bandeja en mano, entra al otro lado por un extremo de la barra y se planta ante el caballero, le sonríe cómplice: apunta maneras el mozo, tan apuesto: su rostro y su porte indican claramente la nobleza de su espíritu.

Margarita te llamas, dice risueño el caballero a la vez que muestra la largura de su espada y pide la bebida. Sin hielo, recalca.

La joven frente a él, con la botella en la mano, le mira con estupor al escuchar sus palabras, pero recobra la sonrisa enseguida. Aunque aún anda lejos de la treintena siente una pasión feroz, incontrolable, febril, por engullir adolescentes sin distinción de género, especialmente si son de noble estirpe, como si fuesen donuts allá en su cabaña de Ruzafa, al otro lado del castillo y sus murallas.

En cuanto libre de aquí a éste le doy un baño de arriba abajo con el agua hirviendo, lo rocío de perfume, lo atonto hasta el delirio más extravagante y me lo zampo enterito. Lo voy a dejar para el arrastre.

(Escribe Boceto esa noche en el primer capítulo de su nueva novela, todas incompletas las que le precedieron a pesar de sus denodados esfuerzos por continuarlas.)

¿Mayor de edad?

Todavía sin techo propio y con biblioteca prestada nuestro héroe. Ni un maravedí le cuesta el yantar, ni un mísero cobre el lecho donde reposa el cuerpo de las fatigas del día: vive a la sombra y de las sobras del señor del castillo.

Mejor se revolcaban en el piso de ella, hechicera, la más bruja entre las brujas.

Soy de noble raigambre, pero paria, ando el mundo a solas con mi pensamiento.

Se te nota en el aliño.

Merecimientos no me faltan, aunque sí dineros para posada (casa de citas).

Es primavera, el mundo está bien hecho, que dice el poeta. Nada fuera de su línea, como en la viñeta de un tebeo donde todo es claro y nítido y los colores sin matices adensan la realidad y la adornan del mejor bienestar.

¡Como todo respira aquí paz, orden y contento!

El niño siempre es niño, y un juego siempre es juego.

Todo va en pos del oro, todo depende del oro.

Gallardo hasta en el pensamiento. ¿Acaso no es capaz de arrojar él la copa de oro al mar y contemplar impasible cómo desaparece entre las olas?

En modo alguno. No lo es. Qué desperdicio (…todo depende del oro).

Lejos de mí un ascetismo que no procura sino tristeza y desolación... y la quietud y la postración mortificantes que enferman músculos y huesos.

Horas y horas, días y días, semanas enteras meditando como un santón bajo el frondoso pippala acerca de la oscuridad, de la inmensa nada, de las dos inconcebibles nadas, y, al cabo, aquí estamos todos nosotros un poco más viejos y los muertos un poco más muertos. 

Margarita de blanco y negro. Como las fichas del dominó, las películas antiguas, las fotografías de antes…

¿Antes de qué?

Sé moderno, vive al día. Es la idea de la muerte y el deterioro constante de nosotros mismos lo que nos modela como somos sin que poco podamos hacer para evitarlo: ser un poco menos malo, ser un poco menos bueno.

¿A qué hora libras?, pregunta sin vacilar ese todavía adolescente envalentonado por el ron (sin hielo).

Mefistófeles ríe por lo bajo. Estos dos personajes le han caído del… cielo. Gran divertimento en nuestro pequeño teatro del mundo.

Qué juguete para la hembra. Ya se relame de gusto anticipando los antojos de su perversidad inagotable, su lujuria sin freno, el apoderamiento de ese perfecto maniquí vibrante de carne, sudor, olor y estremecimientos. Una seducción rastrera que conlleva la aniquilación moral del otro.

Qué sabidurías tempranas para el aprendiz de varón Boceto, entre el libro y la calle: ¿qué mejores universidades han de licenciarte?

La joven camarera en blanco y negro, Dominó, es muy violenta en la cama. Boceto, sobrepasado, llega a asustarse de veras. Se siente zarandeado por una fuerza que no entiende aunque sabe muy bien de donde procede. Humillado, la experimentación de su placer será efímero. Es un pelele al vaivén de un deseo ajeno tan profundo y herético que escapa a su comprensión. Aturdido y ultrajado, mudo ante la sorpresa, admite incluso la venda negra que tapa los ojos, la cuerda que ata los brazos tras la espalda desnuda y herida de arañazos. Nota el pene amputado temporalmente del cuerpo bajo el dominio de la otra, ahora como un objeto sobre el que no tuviera el menor poder: incluso laxo, ya en la agonía del éxtasis, ella no le permitirá ningún descanso. Sobrecoge el olor animal de la mujer, los fluidos de la piel y la carne trémula, esa naturaleza de lo femenino, que tan ingrávida había imaginado siempre (etérea y hasta invisible, intangible, es servidora) y que, devenida en físico brutal, lo aprisiona hasta dejarle sin respiración. Lo lame de pies a cabeza, lo muerde donde se le ocurre, le hurga con la lengua entre los labios, introduce los dedos en el ano, con ansiedad sorbe su pene maltrecho, dirige la boca de él encharcada de saliva hacia su sexo quemante.

¿En qué trampa me he metido?, se pregunta el infeliz seducido.

¿De qué infierno nace esta acróbata de lo convulso, esta fuerza histérica y precipitada de la pasión?

¿Quién no tiene una historia… anodina o tremenda?

Te han comprado en un mercado de esclavos, como antes a ella. Eres, niñato, su esclavo sexual. Su muñecote desnudo al que puede romper en ese atardecer de sudor, saliva y semen cuantas veces quiera. Ni aun saliéndote el ron por las orejas estarías a la altura de esta sirena desatada. Eres su consolador de los pies a la cabeza, un trasto que, saciada, arrojará a la basura sin que tenga el mínimo interés por recomponerlo.

Eres, para ella, barato y accesible, desechable, olvidable, un simple instrumento incluso, diríamos, de masturbación. Conseguir un hombre es sumamente fácil, tan fácil como provocar sus erecciones. Chaqueas los dedos, y a una le rodean los penes erectos, un bosque de vergas enhiestas de parecido color y de variadas larguras y anchuras.

¿Cuántos años tienes?, le preguntaron (le preguntó Anthony, el chulo del lugar) a la ninfa atrevida demasiado sabia y demasiado herida vestida de puticlub.

Dieciocho: camada del 58, qué pronto, pues… Dejada España, ay, de la mano de Dios y de la de Francisco Franco, qué tiempos de oprobio y degeneración.

En realidad podía sumar dieciocho veces dieciocho, era la más vieja del mundo: su padre empezó a violarla en cuanto la niña cumplió doce años (también entonces sin una mano a la que asirse, y aún muy vivos aquellos dos), seria y callada durante el día, sólo soñaba pesadillas presididas por un sexo enfermo. Esa era la única historia de su pasado, todo lo demás, madre, hermanos, infancia, colegio, alguna compinche del barrio o del instituto quedaba en una nebulosa que le impedía ver con claridad cualesquiera otra circunstancia existencial que pudiese mudar en recuerdo.

Necesitaba escapar como fuese.

(Yo no soy mala, me han dibujado así.)

Mostró el carnet de identidad.

(Que tan poco dice de uno mismo.)

Bienvenida a Alba Dorada: una penumbra acogedora, luces indirectas, y el brillo fascinante y rico de la cristalería de los licores, los reflejos reconfortantes y tibios de los espejos.

Yo te bautizo Dominó.

Que así sea.

Me llamo Fátima. ¿Tú sabes como se chupa de verdad una polla? Muchas y muchos creen que lo saben, pero lo único que hacen es metérsela en la boca. Yo te enseñaré.

Más cosas tendría que enseñarle ella a la mora desde el abismo del sexo más lúbrico y oscuro por silenciado.

Sin embargo, no permanecería mucho tiempo tumbada con las piernas abiertas en los lechos oscuros de ese antro siempre a media luz satisfaciendo en el piso de arriba, comediante ella, la libido alcohólica de unos pobres diablos de aliento podrido y panza obscena vestidos de domingo con la cartera llena de billetes. Sólo el suficiente (pero dos años son una eternidad) para administrar mejor en lo sucesivo el rencor y el desprecio que la atenazaban hacia un mundo de todas formas disparatado, mal hecho, fuese otoño o primavera (mal que te pese, poeta).

Hizo el camino inverso en dos años: de puta a camarera.

Sin embargo… iba demasiado pintada para ser una buena chica sensata. Los ojos chispeantes, siempre en picardía, y la sonrisa insinuante ultimaban el cuadro de una sensualidad harto evidente.

Le gustaba moverse con su cuerpo de oculta y experta meretriz entre las mesas y divanes de sitios cálidos y confortables, iluminados sabiamente, una tenuidad como una caricia sobre la piel. Como sucedía en la cafetería Lauria.

Los hombres y mujeres (?) que habían dejado atrás la veintena dejaron de gustarle enseguida.

Se sabía presa codiciada… pero era ella la cazadora de doncelleces.

Nada más fácil que su captura si una es una forma femenina y una mirada hospitalaria.

No le hacía falta capa donde emboscarse.

Todo su cuerpo y sus modos, una morfología sin tapujos, eran un cebo perfecto.

Su vicio perfecto eran los adolescentes… y las adolescentes, en especial colegiales luchando a brazo partido contra el eccema y el sudor a destiempo, la posesión absoluta de sus inciertas identidades, turbias probablemente en la mayor parte de los casos: ella contaba en su haber decenas de ellos: cazaba al vuelo a los onanistas zarandeados por una pubertad que los concluía inermes del todo ante la tentación.

Dominó (nombre decididamente poético que contrariaba el suyo real, extraño y bello, Porfiria), sin haber acabado la secundaria, también tenía sus universidades que muy pronto había transformado en aficiones y usos inveterados.

Una noche triste que Boceto intentaba con su labia una y otra vez detener la avalancha erótica de la camarera y recuperar las naves lanzó la sugerencia estrafalaria no sin cierta candidez al revelar inconscientemente sus flaquezas:

Deberías instalarte en Nueva York. Te comerías la manzana de un bocado.

Tal vez lo haga.

(Lo hizo recién cumplida la treintena: durante algunos años aún podía disfrazarse de niña con tirabuzones y faldita con volantes en sus negocios de ultramar con viejos de sobrada faltriquera y una lascivia renqueante aunque brava de deseo.)

Bien engrasado por Servidora y sus artes de mujer de rompe y rasga, ya joven de provecho en todo, o en casi todo, funcionario docente después y pronto desengañado de todo arte y componenda de aula, ciudadano ejemplar y confiado votante, consumidor sin escrúpulos, comprador de periódicos varios y conformista (?) televidente asiduo, Boceto anduvo de correcciones ulteriores: hay que retocar aquel dibujo del pasado adolescente como sea.

Fue tras la pista de Dominó con ideas de desquite rastreando en lugares de luz atenuada. Escudriñaba sombras y figuras oscuras entre mesas bajas, risas contenidas, susurros, máscaras biliosas y bebidas de vaso corto.

Se va a enterar ésta. Hasta el fondo (¿el fondo de qué?) se la voy a meter.

Un día, a la hora del lobo, dio con ella. Fue infructuoso. Del pasado sólo vuelven los fantasmas en forma de recuerdo y, aunque vivos, ya son otra cosa, te miran como a un bulto, sin reconocer tu carnalidad que nada les importa.

A él, patético muñecón, únicamente le faltó decir que  era otro.

No perdió ella ni dos minutos en darle de lado con su voz que también era su cuerpo.

El mandato era inapelable.

Estás de más, ya te sé, le dijo al otro que se quedó con la boca abierta y las manos realmente indefensas a los costados como dos animalitos sin vida, al otro que ya era el de antes.

Ella se escurrió en la bruma huyendo de cualquier crónica de disparates y novedades de hazmerreír.

Boceto silba con las manos en los bolsillos: claro que me equivoco, y muchas, demasiadas veces. Pero hay algo importante que debo señalar: nada de interferencias (Deslizaos, mortales…), soy yo quien elige mis errores.

Ella desapareció en el laberinto de Manhattan o… de la tierra para siempre. Volvió a la nada de la que había surgido el atardecer cinéfilo que entró en Lauria.

Él se fue en busca del Charlie más cercano, que era, asimismo, otra clase de penumbra sin dolor, con las decepciones justas, sin humillaciones que atravesaran la piel, sólo las inevitables que uno podría infligirse en una suerte de redención nocturna y alcohólica. Mañana será otro día, en el cielo o en el infierno… pero que no sea nunca en el purgatorio, todo lo provisional apesta (aún aceptando tu propia temporalidad).

Amigo, se dice  sí mismo, según la creencia budista la siguiente vida que me espera, puesto que soy culpable, es para echarse a temblar. ¿A qué, pues, los disimulos en ésta?

Sabes, Charlie, siendo tan imperfecto y desorientado el mundo, por él, quién en su sano juicio lo iba a decir, también rodaron personajes magníficos, anduvieron sobre su infame corteza atentos a lo suyo, y sin taparse las narices creo yo, mirando ilusos al mañana enfrascados en concebir y culminar unas obras que no dudaron un instante en regalar a las generaciones que les sucedieron.

¿Eran humanos? ¿Cómo cuáles?

Cervantes, Schubert, Vincent van Gogh… Tipos que hacen que el mundo sea mejor o, al menos, que parezca mejor.

¿Y tú qué tienes por delante?

Boceto siempre fue un optimista:

Destino, contestaba.

Eso era exactamente la eternidad.

(Tener un porvenir o simplemente pensar confiado en él: la eternidad)

A la tercera copa el mundo se desliza armónico por el cosmos, y todo alrededor es una especie de arco iris, unos fuegos de artificio que ornamentan la noche eterna, sin tropezones, encandila de veras.

Ya en tribunal de casación, que lima sus fantásticos errores, el santo bebedor inmerso en su euforia artificial de fuego divertido y de regocijado disfrute, aprueba defectos, rebaja penas, suaviza castigos: el mundo, pues, al revés, escrito en el culo de un vaso corto todavía pegajoso por los restos del bourbon.

Ah, el tiempo, adelante, atrás, no detenido, en su rueda invisible, sin cálculos a su alcance.

De novedades, incluso las ya vividas, está lleno el mundo.

Si al menos meditara… el viento me llevaría en volandas de un sitio a otro, de montaña en montaña, pero aquí estoy farfullando ante una copa vacía… Escancia, Charlie.

Ah, Boceto, navegante en nebulosas, ocurrente estéril, quizás santo pero también necio bebedor:

Ya le dicta las palabras (el pensamiento que suelta la lengua) el viejo Daniel’s:

Me pregunto si no es el cuerpo el que está encerrado en el alma… En fin, vivir como un perro sin collar es muy divertido, pero muy peligroso… Se empeñarán en darte caza. Tú, de corbata.

Y ahí queda eso, se rinde sin más. Y se echa otra copa al coleto.

Por lo demás, Sánchez, perro sin collar y sin corbata, ya desesperaba: noche tras noche el edificio a medias construido que podía abalanzarse sobre él en cualquier instante, el vinazo que carcomía sus tripas, la precariedad, la creciente apetencia por la mora y el feliz porvenir que ella parecía augurar… Lo que él vivía ahora no era el mañana prometedor y festivo. Era cualquier cosa menos eso, era el hartazgo del pobre, una comezón que le hervía la sangre (ningún crío por miserable que sea y desamparado que esté no deja de creer durante algún momento de su infancia en el futuro maravilloso que le espera, en las cosas buenas a las que él también tiene derecho natural).

Requirió a Fiodorov.

¿Qué hay de lo mío?

¿Lo tuyo?

Él sería un perfecto acomodador de cine.

Habrá que esperar.

Esperar ¿a qué?

Largo se lo fiaban.

Y dio la bienvenida a Mefistófeles, el mensajero que era sabio en instrucciones beneficiosas sin demasiadas demoras: híncale el diente a lo tuyo, por pequeña o grande que sea una porción del mundo te pertenece.

Vende tu alma, gana la vida: un pequeño apocalipsis.

Dios y el Diablo se disputan tu alma… ¡pues menudo botín, una excrecencia corrupta e incomprensible que emana de un cuerpo en descomposición, de un cerebro putrefacto! (y en el mejor de los casos con el anexo de un montoncito de cenizas).

¿Qué otra cosa tienes con la que negociar ante esos dos empresarios del más allá? La única diferencia es que el dios te amenaza con el fuego y las torturas sin fin del infierno si devienes pecador y el diablo recompensa tus malas andanzas con el paraíso terrenal de una existencia plena de lujo y placeres.

Y Sánchez se disfrazó con una pistola en la mano. Daba el tipo más por su aspecto menesteroso, lo cual en situaciones límite puede delatar un peligro y una desesperación ocultas, que por una fiereza nada evidente a no ser por el pegote adjunto de un arma inservible pero alarmante sacudida por el tiemblo de la mano.

Total, pensaba, el castigo sería en el peor de los casos una reprimenda carcelaria.

Él no mataría jamás a nadie.

Nunca imaginó que el muerto sería él, y para mayor sorpresa en la época de la pana, el bullicio de la libertad (libertad ¿para qué?, se preguntaba Fiodorov a principios de los años noventa y se pregunta, vamos a tomarnos esta pequeña licencia, Boceto copa en mano a lomos del dos mil ocho) y una incipiente democracia ya sancionada por la pluma de alegres y bienhechores padres de la patria (todo un brindis al sol con la panza llena y el habano en ristre, el mundo está bien hecho, ya fondeado el culo en la poltrona parlamentaria).

Y eran, asimismo, los días de la bomba nocturna, el tiro alevoso en la nuca, el grito justiciero de la calle y un cierto júbilo cartelario que flameaba de rojo y azul las paredes y los muros: un país y unos seres en construcción, incluso el tiempo anduvo construyéndose tan invisible como siempre directo al futuro (pero no lo sabíamos).

¿Otra copa, jefe?

Sí… pero no he de beberla (¡vive Dios!).

¿Y eso?

He agotado el cupo.

Entonces…

Entonces ponla sobre esta bendita barra, sagrada ara, alcohol devenido en sangre incorrupta del bebedor sabio y santo, que se alce frente a mí y a la que pueda yo invocar mis oraciones. Será suficiente con eso.

No he de desairar yo esa pretensión tan extraña, jefe.

(Libaciones más raras ha visto uno.)

Y te diré algo por añadidura, no soy ajeno al sufrimiento de los otros ni a la derrota mía.

¡¿…?!

Qué hombre singular, que de la oscuridad allá donde se clausuran los ruidos arranca la luz, pero esa oscuridad que sólo precisa cerrar los ojos lejos de sumergirse en la vastedad de lo profundo y lo místico

Ah, esta España, retablo de maravillas.

Os diré lo que yo veo.

¿Aún a pesar del sol cegador, esos rayos que todo lo desmembran y convierten el solar patrio en un rompecabezas?

El sol nos descubre, y hasta nos explica según dejaron sentado algunos que ya abrieron la boca mucho antes de llegar a estas líneas.

Mejor define la grisura, nos dibuja más exactos, extrae las esencias de las cosas, suaviza contornos, nos revela sin esfuerzo.

El cronista del setenta y ocho, de entre el aire abrileño hurga en realidades extraordinarias y continúa conversando con un Voltaire blasfemo que sorbe rapé por la nariz. El cronista que enferma y desenferma a capricho en la primavera, que anda con el vientre hecho cisco y lo inunda con infusiones de plantas para hallar alivio.

Doctores tiene la iglesia que así le aconsejan. Ellos y él sabrán del prodigio herbario.

Aturde el sol de La Mancha, ciega entendederas: tal la política.

Os diré lo que veo con los ojos cerrados: una España que mata a los miserables permitiendo que entre ellos se desangren y se maten (y eso acontece porque no rezan el padrenuestro antes de dormirse como otrora enseñara la pía televisión de nuestro General) y ceba las tripas de mil y un gandul que hablan por boca de serpiente con semejante magisterio que en ningún momento pareciera que sueltan paparruchas en los mil y un telediarios.

¿Y cómo andamos de la política despojada de la frívola escritura de los empecinados cronistas?

Como dicha por Tontonelo, el de la barba por la cintura.

Adulan, pero miden la agudeza estos gobernantes de librillo.

Bajo techado propio todos somos libres… Pero allá afuera, al otro lado de la ventana protectora, donde el vocerío y el ademán, donde todo es apariencia, era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos en la era de las contradicciones y la esterilidad racional: la derecha imperturbable en su monolítico asentamiento y en la desmesura de sus sempiternas y ridículas ambiciones aun siendo consciente de su caducidad y pronta cosa muerta, enterrada y olvidada, y una izquierda sabedora ya que no ha de cambiar jamas el mundo pretende cambiar a las gentes de buena fe mediante mandamientos y prohibiciones sociales cuando no incluso morales, como si le dieran vuelta a un calcetín (a rayas).

¿Y como andamos nosotros en este retablo de maravillas?

Descalzo e ilusionado Sánchez, sin pasión pero firme Boceto, los dos con los ojazos abiertos ante las naderías, cuidando por la negra honrilla: no seas tú el bastardo entre tantos legítimos.

Todos son nuevos embustes, pocos los hombres honrados y demasiados los truhanes de poltrona a los que encima hay que pagarles como a la Chirinos, por adelantado. Y a callar, que tienen a sus vigilantes con la porra en la mano.

Qué épocas de políticos cobradores por delante y por detrás y poetas funcionarios bien acomodados… Tantos que quitan el sol.

Maravillosas maravillas:

Por desgracia (o no) me culmino más en mis defectos que a través de mis virtudes a la vista de todo el mundo, que es lo más antipolítico que pueda imaginarse, ¿para qué vamos a contar mentiras?

El verdadero arte de cualquier actividad humana mediante la que quieras sacar provecho es que no te vean venir: gobierna el futuro, que es invisible pero inevitable, con el fardo de las sonrisas y las palabras. Eso es lo que les encandila a un público maravillado.

Huir… del mundo. Mediante el crimen o la más absoluta indiferencia.

¿Qué es eso donde escribes?

Mi más estimable cuaderno de tapas de oro y gruesas hojas de color hueso. En tan noble soporte maquino mis planes de fuga, establezco escondrijos seguros e inabordables: el buen Charlie, la colmada billetera, la cátedra insulsa, la morada nocturna, el sueño profundo…

Ah, la política, la política… escribe en papeles burdos de tres pesetas el cronista, no sabemos sin en modo de queja o dominado por una celebración entusiasta.

Nueva licencia, menos perdonable que la anterior: Boceto en el año del Señor de dos mil ocho hace tiempo hasta la hora del condumio en una hemeroteca. Repasa con descuido titulares a cuatro columnas de décadas atrás.

¿Ves el futuro?

Una triste proyección de lo que será… digamos.

Que ayeres vanos.

No serán los hoyes mejor.

¿Cómo creer en la especie humana?

¿Por qué hay que creer en la especie humana? ¿Porque no tenemos otra racional en quien hacerlo?

Como dijo aquella escritora del género negro: una razón para admirar el automóvil es que arrasa más gente que las guerras.

¿Qué hacer, pues?

Salir por la puerta de atrás, no vaya a ser que te descubra el vigilante.

Esconderse de las trapisondas del mundo, sin duda.

¿No fue Epicuro quien lo aconsejaba con fiereza?: ¡Vive escondido!

¿Tú sabías que existe una isla desierta con mil millones de libros, repetidos innumerables de ellos, y mil millones de esqueletos?: cada esqueleto con su correspondiente libro pegado a sus huesos: el libro que se llevaría cada uno a una isla… etcétera.

Mi isla desierta es una isla secreta: la isla del tesoro. Sólo yo puedo llegar a ella.

Hace años que perdiste el plano de esa isla. ¿A los siete? ¿A los doce? ¿Quizás a los quince, la edad terrible? ¿A los veinte si todavía andabas de soñador?

También es posible hacer de la realidad una figuración: me siento más a mí aun con los ojos cerrados, pues me palpo y me reconozco, que a todos los miles de millones de vosotros con vuestras voces y caras de tan gran profusión, siempre enredados en zarandajas inútiles, inocentes tragantonas y vanas imaginaciones.

A la isla del tesoro se la llevaron las olas y las nubes viajeras en volandas.

(Mas ahí se yergue fascinante sobre el mar mires en cualquier dirección que mires, y nos deslumbran su luz de oro y el verdor de sus árboles, sus cielos azules o de fuego, sus noches cálidas perfumadas por las frondosas plantas y el rosario de las flores: el retablo prodigioso no miente… ¿No te basta pasar tus días al sol junto a las aguas cantarinas de un arroyo? ¿Qué más necesitabas?)

Para vivir me faltan recursos, pero lo disimulo porque ando sobrado de artimañas, confesó con voz impostada un compadre de Sánchez (un Mefistófeles al que no se le apreciaba cojera alguna) en usos de didáctica y, además, remató gatunamente, tengo una grande afición por ello, de modo que nunca dejo de ir adelante. No vale la pena vivir, porque no tienes otro remedio, entre sobras. Lo del mundo es de todos y nadie se lleva nada de él al otro barrio.

Y tampoco vivas angustiado por esa sensación de verte a ti mismo sentado en una sala de espera susurrando a las paredes que algún día me llamarán, alguna vez ocurrirá algo… Levántate y abre la puerta a patadas.

Eres mortal, un estado que deja pocas dudas de alcanzar alguna vez la perfección por más empeño que pongas en tus martingalas. Pues juégatela a cara o cruz. A fin de cuentas tú eres la moneda.

No seas un hombre perdido, no invoques en doloroso silencio  milagros.

Hombres en rumbo, navegan por la redondez de la tierra hasta encontrarse de nuevo en el punto de partida, con la proa directa a la nada: ni tu nombre, Sánchez, ni el tuyo, Boceto enmascarado, han de quedar. No quedará ningún nombre de humano sobre la tierra… a pesar de que algunos de ellos pervivan durante siglos, hasta milenios, en boca de muchos y en las páginas fútiles de unos libros que arderán sin remisión en el incendio descomunal del fin del mundo.

¿Alguien se pregunta el nombre del pintor de bisontes y ciervos que los pintarrajeaba en las paredes de la cueva de Altamira? Nos han bastado sus manos, el producto de sus figuraciones, su tiempo admirable de noches y días inimaginables y que tan secretos se nos antojan ahora, su alma primitiva sin artificios: también él ha de desaparecer tan anónimo como se reveló. Su nombre ni siquiera ha sido olvidado: nunca nos importó saberlo. Y su obra ante la que nos extasiábamos se disipará en la nada finalmente como la de todos aquellos cuyos apellidos y señoríos se escriben en letras de molde e incluso, pobres diablos, se ufanan por ello.

Mueres, y durante algún tiempo eres una fotografía, y al cabo de unos años un antepasado sin nombre, hasta que una mañana o una noche o una tarde desalmadas alguien se cansa de tu imagen, ahí, en blanco y negro o en color, inalterable, machacona, y la despoja del marco y aburrido y quizás fastidiado la rompe en cuatro pedazos que acaban en el cubo de la basura.

La muerte es para siempre.

Y qué ¿pues no buscabas la eternidad?

¿Acaso te sientes huérfano… vivo o muerto? Acéptalo cuanto antes, el cielo de los dioses es como el vidrio, si le aciertas de una pedrada lo resquebrajas, y poco a poco se hace añicos y sólo queda la negrura que lo envuelve. ¿A qué ese miedo a la nada que, imaginémoslo de ese modo, hasta es posible que no sea sino otra especie de existencia?

Boceto había demolido toda clase de creencias: Nostradamus vaticinó un milenio de felicidad a partir del año dos mil…  y en esas estaba, a la espera. Desde mil novecientos setenta y ocho hasta hoy. Qué logro: mañana la felicidad: festejémoslo hoy entonces.

París, el mundo, es una fiesta.

¿Por qué no vivir en un retablo de maravillas… sin intermediarios ni inquisidores, sin miedos al qué dirán ni sentirse alcanzado por algún oprobio…?

Sólo figuración, sólo… ¡Cuidado, ay de mi espada desenvainada!

(pues eres de sangre vieja, de gran hidalguía).

Si el viaje (a la isla del tesoro o a la nada) fuera para todos un mar plácido, muy azul… se diría adecuado para andar sobre sus aguas.

Pero, demasiados escollos. Y la edad que carcome y nos aboca al abismo del recuerdo doloroso, de las equivocaciones, de las infamias cometidas…

¿Qué era ahora su vida?, se pregunta el viejo que ha de crecer como una hiedra de las entrañas de este Boceto de dieciocho años hasta que lo ahogue décadas después: rescoldos… de lo vivido.

Pero también antes, mucho antes, ya eran sus días rescoldos, un tiempo sin brío: descubrió con sorpresa que no le gustaba vivir y supo que debía llenar la vida de simulaciones, o dejándose llevar por las apetencias y abandonos del mero cuerpo: esa alegría, aun impostada, le abocaría a todo tipo de festividades y haría desaparecer de su mente como por ensalmo el fastidioso fardo de los escrúpulos.

Iba a claudicar como todos, si los dioses le eran propicios y no le jugaban una mala pasada antes de hora: llegaría a viejo, a lo decrépito: entonces no habría retablo de maravillas que valiera: éramos en verdad sombras, una fugacidad que ahora, en la senectud, se antojaba sin sentido: un ir y venir a ninguna parte.

Viejo: tengo claro el comienzo y el final, que es el presente que me invalida, lo que no tengo claro es el desorden que ocurrió entre ambos.

También puedes leer, si aún tienes ojos, La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy.

Nos estamos pasando con los viejos, se lamenta el cronista en plena primavera. ¿Qué hacer?

Mirar puestas de sol, jugar a la brisca, encerrarse en casa y recorrer cada tarde un centenar de veces el pasillo curvo, acariciar al gato, dormitar junto la ventana del ocaso con los brazos muertos sobre el regazo, dejar el cerebro en blanco, maldeciros a todos vosotros y el lamentable ruido que proviene de vuestras asquerosas vidas repletas de cachivaches molestos.

Y, luego, aniquilado en la nada, un muerto cualquiera por muchas posesiones y recuerdos que dejes tras de sí, ser un muerto como cualquier otro, uno más de esos, de los ciento cincuenta mil millones que se supone (?) que han sumado ya los que antes eran vivos y vagaban sobre la tierra con escrúpulos o sin ellos, en la selva o entontecidos por la televisión o ilustrados por la sosegada lectura de millares de libros.

Al cabo ¿importa algo la impotencia borgiana, el pecado que le atenazaba al porteño en las postrimerías de su existencia?: tanto le perturbaba que hasta le dedicó un verso muy previsible.

Feliz o no, estabas condenado, y poeta en tu misma lengua hubo antes que tú que, escrito esta vez sin enredos, aconsejaba el remedio: conformarse con uno mismo es el secreto. Más allá de eso no existe otro viaje que alegre tus días o, al menos, les dé sentido:

australopithecus anamensis

australopithecus afarensis

australopithecus garhi

homo habilis

homo erectus

homo heidelbergensis

homo sapiens

tú, imperfecto, incorregible.

Y, a lo que parece,  en esas estamos con los pies aún en la tierra (de momento).

Viejos… algunos lo son por dentro sin llegar a serlo por fuera: todos los que van a morir antes de hora, a traición, y, por supuesto, sin que nunca ellos lo supieran cuando se observaban inquisitivos (cien billones de células, gente hay que las contó una a una, te conforman tan matemática, natural y graciosamente) en el espejo intrigante y misterioso: ya rozándoles la guadaña quedan boquiabiertos por el accidente ruin que va a culminarlos, y se muestran incrédulos, incluso atónitos, y habrían desvelado con rapidez el número tapado de la tarjeta de crédito para que siguieran alimentando a su cargo a sus mascotas, perros y gatos (y quizás también a sus cónyuges), hasta ese día bien cebados, y no porque no tuvieran coraje para sobreponerse a la contrariedad y a lo intempestivo, es decir, a la muerte, que es sólo un ratito como quien dice, sino porque descubrían decepcionados por mucho que llevaran a cuestas ese amasijo de reminiscencias alquímicas de oro, plata, hierro, mercurio, cobre, estaño y plomo, que en la tierra nada hay que no sea experimental y que cualquier lugar es bueno donde ponerte del revés, de los pies a la cabeza o viceversa, que todo anda torcido, a veces con violencia, a veces como sin ganas, y en un santiamén te envía al otro barrio a ti, experimental o no, a tus seres queridos de haberlos y a tus mascotas de haberlas. Eres muy barato como cuerpo humano a pesar de la complejidad relojera que te anima y el intríngulis de tus combinaciones: con unos pocos billetes te haces con el puñado exacto de sustancias químicas que facilitan que pienses, andes y te reproduzcas. Eres un mezquino saco de átomos al alcance de la faltriquera del más menesteroso mercader.

No gastó demasiado el que te inventó y te puso en pie: barro (la hechura de los dioses bíblicos)… o una mixtura de aire, carbono (carbón), calcio (yeso), hierro… (Bueno, y al final un soplido mágico de colofón venido de alguna parte cósmica, y cuyo precio, me temo, todavía está por determinar.)

¿Qué vale una vida?

Pregúntaselo a una guerra: se destruyen millones de ellas en su orgía de sangre y devastación calculada o indiscriminada, y, lo peor de todo, es que al cabo quedan igual de desnudos y desamparados los vencedores y los vencidos… y sucia la tierra de carroña inútil.

¿Hubo una guerra?

La hubo, y es historia, allá por el año…, por el año…

¿Es la muerte una puerta?

En efecto, se cierra tras de ti; se cierra delante de ti; se cierra a los cuatro lados de ti definitivamente; se cierra arriba de ti; se cierra debajo de ti: ni por el más mínimo resquicio te llegará la luz por muchas armas que tengas en la mano.

Una oscuridad tan completa que ni siquiera se llama oscuridad.

Tan viejos como yo son el cielo y la tierra, prefieren creer el sabio y el poeta puesto que es frase conmovedora, y así se lo dicen en la soledad de su gabinete e incluso, no sin alguna indecencia, de ese modo lo escriben para perpetuar el aserto.

Sin duda eres viejo como el cielo y la tierra, allí estabas en el momento de su creación, y contigo han de desaparecer: la nada, al salir tú de ella, lo crea todo y luego… lo descrea.

Voy a hacer una cosa, dijo el dios de todos los dioses. Y creó la nada. Te creó a ti.

Y a Sánchez, y a Boceto (y puede que hasta mí, que estoy hecho de garabatos imprimidos en un papel, o, peor todavía, de garabatos como arañitas atrapadas en una pantalla) que ambos piensan lo mismo al fin de la noche, cuando amenaza la grisura suicida, (¿para qué todo esto?, ¿por qué estoy yo aquí si he de ser arrebatado?, ¿qué azar endemoniado o endiosado me arrojó y encerró en una conciencia rodeada de materia ad nauseaum?), a ellos dos aunque con distintos conceptos en su discurrir, con distintas palabras y muy diferente obtención de beneficios y placenteras mesuras por parte de cada uno, pues uno se sabe a salvo del todo en cualquier vicisitud con la copa elegante en la mano, la corbata sin mácula y los billetes arrugados en los bolsillos y el otro no se sabe nada de nada aun estando quieto y sin recuerdos que mitigaran su aislamiento de ahora, mirando las llamas de una fogata maloliente envenenándose de potingue de frasca y humo de las peores hebras.

Hay que ver lo que termina pensando uno (u otro) cuando el mundo es un manchón inextricable de colores pegado al faldón de los números de abajo: un vulgar calendario: noches y días, nada por aquí, nada por allá.

Pero no es la vida un juego de magia y trucos infantiles, es maldición: el adulto acaba adivinando su caducidad.

¿Sabes, Charlie? Lo que he hecho es sacar el fuero interno de adentro (¿de adentro de qué?) con ese sacacorchos bendito sin pecado concebido que escondemos debajo de la cama y ponerlo a andar a cuatro patas por esas calles del diablo y sus remolinos: una figura de lo más grotesca (invisible pero imaginada) que a veces le da por lloreras y otras por risotadas, unas fluctuaciones extremas que supongo yo, con acierto o sin él, obedecen a su verdadera sustancia: aquí estoy y no tengo ni la menor idea de la razón de ello, como una planta que surge caprichosa de la tierra, tratando de escabullirme del fuero interno.

¿Y eso es importante, jefe?

Entendámonos: el fuero interno es un lugar común de la peor clase, amigo, el más apestoso donde los haya. Digamos que al menos he hecho algo de limpieza general de entre las vísceras y las cañerías que las alimentan, que buena falta me hacía… a mí y probablemente a todos vosotros por mucha cara de asalariados que pongáis… Aunque eso también lo aplicaremos a los no asalariados y magnates que ilustran las páginas del Forbes anual: caducados sus días hieden a la misma carne podrida que el portero de su mansión o la servidora que limpia sus elegantes aposentos y asea los confortables retretes: el dios de los dioses los creó de la nada a la que vuelven con las manos vacías (justicia poética).

Habrá que comer algo… Disimular las libaciones que derramo en las entrañas.

¿Y cuánto va a tardar esa comida para acabar en el plato, Charlie?

Lo que tarda un huevo de avestruz en cocerse, jefe.

No será larga la espera entonces, no llega a la hora… del caníbal: pues escancia de nuevo, barman, que hay minutos para todo.

Reflexionemos durante la espera mientras el tiempo se muere (aunque nadie lo mate).

Primer sorbo corto, directo a la garganta: lo único que me consuela, por lo abyecto que soy y así me tengo, es pensar en la inmensa cantidad de muertos que ha producido la vida… y muchos de ellos inocentes con los ojos a medio cerrar.

Segundo sorbo sostenido, más largo: Sin embargo, cosas verás que han de maravillarte, creo, y no en mi fuero interno, que todavía espero algo de compasión de mis semejantes… al no esperar nada del dios de los dioses.

Tercer sorbo corto y rematador que ultima la copa: Bocetón, te vacías y te llenas a conveniencia, eres un continente, un contenedor… sólo el contenido muda la forma de los embelecos y engañifas que se ocultan transitorios en sus entretelas.

Él no viaja de un punto a otro a pesar del mucho interés que tiene a veces por hacerlo (ah ¿pero huye de sí mismo?): lo hace el espacio imantado por la sustancia del cosmos que, además, aquél también es uno de los dones de la ebriedad: comprende su movimiento, sus idas y venidas, y él vive, navegante o náufrago, se mece o tambalea en esa dimensión, serpentea alrededor de ella sin salir de sus límites, nos lleva de un sitio a otro cuando ya has desbaratado tu conciencia.

Mira la copa vacía, aún inspiradora no obstante:

Las cualidades físicas que provienen del tacto nos hacen creer en un mundo material, imperecedero, cuando en realidad… todo es humo que se desvanece en el último suspiro, un sueño que se  diluye en los pliegues asquerosos por su viscosidad del cerebro como, ya despierto y decidido a enfrentarte a un nuevo día, se escurren tus ilusiones al igual que el agua entre los dedos.

Copa y él, en este instante los dos vacíos, cristal ambos a través del cual podríamos alcanzar a ver el otro lado… hasta el más allá de la materia de una y la conciencia de otro.

¿Qué no ha de salir del huevo de un avestruz?

¿Cuántas veces has creído que el suelo se te venía encima?

Veamos, Boceto del traje gris, no está todo perdido, no dejes escapar ni una sola de tus ilusiones: cada día mejoran tus expectativas de acabar en el cielo… ¡te has convertido en un perfecto televidente! ¡Incluso celebras los dos puntos que subirá el PIB de tu país este año de atracadores y papel mojado! Y alégrate, amigo, estás vivo, como algunos moribundos que conozco que aún se arrastran con la lengua fuera por ahí.

¿Qué andamos de la mano de un dios y tememos sus castigos? Ninguno de los dioses que han nacido y crecido (aunque mal alimentados por tanta oración sin sentido) en la tierra existen más allá de la muerte. Puedes despreciarles tranquilamente y dedicarte a tus asuntos por muy reprobables que sean: nadie parece darse cuenta de ello.

Llegados a este punto…

Me engañas, Charlie traidor. Tres docenas de minutos largos llevamos… y yo con la copa vacía.

Cuarenta minutos sin tragar algo sólido desmerece mucho al lado de los cuarenta días (o los cuarenta años de Moisés y su tribu sobreviviendo a base de un maná, pura escarcha, lejos de cualquier proteína de las de verdad con sus aminoácidos al completo) de cruda penitencia y ayuno en el desierto del Gran Jesús hijo del Gran Dios.

En fin, barman sabihondo (y entendido bíblico por añadidura), todos tenemos nuestras debilidades y  servidumbres humanas.

¿Humanas dice, jefe, en este mundo de monstruos?

Al final, de la copa y la magra cena de medianoche, todo lo otro son principios de nada, nuestro hombre acaba pensando que pocas esperanzas le quedan en esta jornada de meter el rabo en alguna parte.

Por lo demás, hay que huir de este Charlie y su Biblia en pasta como de la peste.

El caballo a la puerta.

Clavará espuelas y cabalgará en la noche hasta alcanzar el chalet de los insomnios, donde la mano criminal o inocente que arropa y mece la cuna es la catódica.

Y allá en el Rancho Grande ¿qué?

Pensarse en exceso: contengo multitudes, reconoció sin ambages el poeta.

Da principio a la desdicha: la lucidez atroz del insomnio, que sufrió otro poeta, le zarandea; a veces, hasta lo tiene en carne viva, demasiados abiertos los ojos en la noche inmóvil ajena a cualquier caridad.

¡Cuánto hubieran cambiado las cosas si él hubiera empezado de botones en un banco, ascendido a conserje después, y luego ventanillero, y al final, triunfalmente, ascender al ansiado rango de auxiliar administrativo… de por vida! Y por las tardes, llegado a casa, después de comer y la breve siestecita, encerrarse con su colección de soldaditos de plomo o repasar y quitarles el polvo a las cuatro docenas de libros que posee del Círculo de Lectores hasta la hora de la cena, y acabar arrellanado en el skay del sofá frente el televisor dormitando pacíficamente mientras por la pantalla desfilan ora cantares ora los botejara ora las cañas y los barros ora claudio y su esposa mesalina.

Noche, has de saber que de la memoria, y esto es absolutamente descorazonador, sólo extraigo arrepentimientos estériles, malas experiencias vitales, errores, desdichas y una ristra no menor de las infamias  que se amontonan en el debe. Se diría que las cosas buenas que tuve el acierto de perpetrar y las pocas acciones encomiables en mi haber se han enterrado como castigo en las capas más profundas del olvido, allá de donde es imposible recuperar cualquier recuerdo o vestigio de bienhechor.

Y undécimo: nada de predicar en el desierto aun soliviantado por la cercanía de tus semejantes, pues son de oídos sordos y manos caídas. Y las Tierras Prometidas no existen. Al cabo, nada es de nadie.

Es en la soledad, en el borde la nada, ni mundo ni humano, donde se labran los mayores y más magníficos desprecios: tus pequeños éxitos te inducen al resentimiento.

(No hay duda, me parezco a un director de banco. Anthony Burgess lo dejó bastante claro, la vida de un artista, un escritor, está más próxima a la de un minero que a la de un director de banco, y ambos, necesariamente, deben aspirar a convertirse en un buen animal.)

Ya eres culpable (aunque tú no lo creas ni por asomo ni entonces ni nunca, y aunque hubieras reparado en ello un ardite te habría importado), pero todavía no criminal:

Querida Hanna (veinte años más tarde), Lawrence (D.H.) decía que le gustaba escribir cartas cuando se encontraba lleno de maldad: es… otra forma de perversión, o acaso de seducción harto sofisticada.

Hacerse un huequecito en una mente in progress es tan simple como andar por la calle… si no te han cortado una pierna.

Hace mil años, madre, también yo pasé por el 19 de la Berggasse, pues en mí anidaba el germen del que fui, y a pesar de ello aún estamos aquí tú y yo con la cabeza al aire y el culo bien tapado.

Hijo, a mi padre le bastaba una caña de pescar, y al tuyo diez mil libracos, el pobre Paul Klee y las festividades Haydn. Y contigo bien me equivoqué por lo que soy capaz de ver a más de diez mil kilómetros de distancia, querido vástago de los soles nacientes. Eres inofensivo e incluso melifluo en el ataque pero ponzoñoso en la retaguardia, y tengo para mí que reúnes todas las cualidades del cornudo ejemplar, en especial las dos principales de ellas, la indiferencia y el gusto por una vida propia tan vicaria en tu mente que la hace incompatible con cualquier tipo de coexistencia con otra.

Madre, me limito a soltar lastre ya bien avanzado el día… Y un duro y quietos, que dijo el otro.

¿Cómo eres?

Oscuro y feliz, lawrenciano.

No eres como los siniestros corredores de una mina en los que hay que excavar a conciencia hasta alcanzar las profundidades más abisales… más bien creemos que son suficientes cuatro trazos expresionistas en blanco y negro para definirte.

2008, entre el nóumeno y el fenómeno nuestro Boceto: 

He cometido bastante cosas reprobables desde tiempo atrás, pero metidas en ese saco de despropósitos y pequeñas indignidades hay tres decisiones deliberadas que al menos me redimen en buena parte: hace diez años que no he entrado en El Corte Inglés, hace veinte que no voto y jamás he leído El diario de Ana Frank. (Algo, sí sabe: todos los mediocres creen ser una persona distinta a quienes son en realidad. Y allá van con su desconcierto.)

Empecemos de nuevo:

treinta años antes:

la a con la a, aa.

El Año Internacional del Criminal (no ha de desprenderse Boceto de ese calificativo con el que sepultaron en vida y en muerte a Sánchez, asimismo podemos endosárselo fácilmente a él a pesar del disimulo y las buenas maneras con que lo ha ocultado hasta este dos mil ocho epilogal) no es año de prodigios ni de luces: un claroscuro desolador que iluminaba sañudo o desmayado un sinfín de extravagancias políticas, sociales y culturales activadas no se sabía muy bien con que intención pero que presidían las primeras planas de los periódicos día tras día. No obstante, la sorpresa de los titulares nunca fue lo bastante hipnótica o… perturbadora para ocultar lo que la conciencia lampedusiana adivinaba: todo iba a cambiar para que todo siguiera igual.

Tal vez la frivolidad del cronista aceptaba esa máxima como exponente de lucidez… o excusa para perpetrar una literatura bajo mínimos: la mueca del escéptico ante la novedad política y su sociedad de parvenus y una acerada y reiterada burla a la bulliciosa actualidad ataviada de colores en exceso chillones y voces elevadas de tono en demasiadas ocasiones.

Qué rigor crónico el del cronista, que pone a bailar en divertida e incongruente zarabanda y en sólo tres párrafos a don Vicente Blasco Ibáñez, el padrenuestro, los jesuitas, Voltaire (de nuevo), un cura que regala gatos, un bebé ahogado en las aguas de una albufera, televisión española, los chinos, Hollywood y las chufas, y todo ello sin quitarse la airosa e hidalga capa española mientras aporrea las teclas con sus dos dedos al compás de su fértil ingenio de mecanógrafo sin par.

¿Y por qué no me voy a vivir a una comuna?

¿Todavía andamos en ésas? ¿Diez años después de la guerra de los adoquines? Largo te lo has fiado.

Padre…

Dime, mierdecilla.

Ardo en deseos de emanciparme.

Nada más fácil. Mete en un saco tus pertenencias y devuélveme mis libros… y también la llave de la puerta, que muy capaz eres tú de allanar mi hogar una noche de lobos y hambrunas y birlarme la plata de mis ancestros.

Jamás deshonraría mis nobles apellidos, padre.

¿Nobles? Los apellidos van detrás de los nombres como los culos detrás de las jetas, hidalgas o no.

Por noble me tengo.

Te revuelcas con villanas.

Qué remedio. La carne es débil. Alivio sus calenturas al tiempo que ilustro sus molleras.

Si a vos os place.

Desaparecer, padre. Esa es la idea.

Así, ¡qué fácil!, como el humo que se eleva a lo alto en pos de las nubes que surcan los cielos vírgenes y que también acaban disipándose en su viaje misterioso.

Se ignora su suerte, dirían mis allegados ante los interrogantes.

De casta te viene.

Mal halle allá donde fuere aquella mujer que fue mi madre y dejó de serlo por la fuerza de sus caprichos y el alborozo de sus extravagancias.

Su destino de Medea estaba escrito... como el de cualquiera, sea farsa o tragedia. Estaba escrito… después de leído, pues mil, diez mil, avatares, sucesos y finales pueden acaecer en una existencia.

Un Cioran apegadito a la tierra, al suelo firme, al cuerpo medieval de la comuna, un estoico que hace de lo libérrimo el decorado artificial de sus apetencias más llamativas y por ello más necesitadas de lo confuso y mareador. Escéptico, pesimista, pero improbable suicida, reniega de todo lo vivo, pero, aunque sin ganas, se aferra a la existencia, no he de escapar a la muerte, se dice, ¿por qué adelantarla? Y apresura una y otra vez, cada noche interminable al raso, la cópula interfemoral con féminas tan liberadas y tan en comunión con la naturaleza que han abjurado de la maternidad y algunas hasta de los placeres clitoriano y vaginal. Se hunde todo él entre los muslos de la mujer.

¿Rumana?

Pero no al estilo de Cioran… ¡Galopa, garañón!

¿Tú también llevas un hombre viejo entre las piernas?

Sería Tagore… que buscaba el origen del alma.

Ser puro, sencillo, libre. Sólo alumno de la vida de la tierra y sus frutos.

Desaprende lo leído. Sé nuevo.

Eclesiastés: quien aumenta el conocimiento aumenta el dolor.

Sé quieto y tranquilo. Cuenta estrellas. Mira hacerse las nubes.

Sobrevive en la clandestinidad, sé sombra.

¿Qué es la eternidad?

Una instalación… mental. O, bueno, quizás una performance.

¿Una comuna, mierdecilla? Sé padre y deja que la prole te empuerque la cabaña con sus fluidos y devaneos viscosos.

Fundido en negro.

Cínico que hunde a patadas en la ciénaga a Diógenes mientras se tapa las narices, Boceto se protege de la realidad, no necesita cambiarla, ¿para qué?, al igual que si viviera como un personaje secundario en una película de Truffaut (en blanco o negro o en color, que da lo mismo) y no precisara ningún camarada, y mucho menos al tipo del tonel al sol con su chusco de dura corteza atado al cuello, para desenvolverse en el lodazal donde, sin dudarlo, sí libera del todo las riendas a su olfato: graciosa podredumbre la del humano.

Todo va bien, se dice al contemplar a la muchedumbre andar por las calles sumida en sus pensamientos, sin una lanza o un hacha en la mano con que resquebrajar el mundo.

También él camina con seguridad, sin tropezar con nadie, aunque… ojo avizor y presto a la huida: el mundo está lleno de prójimos como Sánchez que en su caída inevitable te salpican de mierda y sangre: esa es la bandera que enarbolan durante su derrotero por la tierra que nunca quiso saber nada de ellos y los arrojó a los dominios del diablo en cuanto salieron del útero de sus madres.

A los dieciocho años, cínico y sabio, aunque malherido en el fondo, cruel, se entrega a un juego de la seducción en extremo… chocante, incluso incomprensible, de salida de pata de banco, sin descuidar ni por un momento la vigilancia sobre el entorno hostil e imprevisible:

¿Sabes que un actor mexicano se negaba a vestir camisas de manga corta?

La interpelada, que también leía al más famoso cronista de la época, coleccionaba libros de bolsillo mal encuadernados y se encuadraba a sí misma en la categoría de progres y liberadas, queda un momento en suspenso ante la inoportunidad de la declaración.

¿Y eso?

El tipo decía que una prenda así sólo las llevan encima los pederastas.

(¡Qué ocurrencia tan llamativa!

¡Qué joven profesor tan sorprendente!

¡Qué osado el dictamen del aprensivo!

Y, ahora, con ese mínimo esfuerzo, ya la tiene en la cajita, que diría la Beauvoir.)

La interpelada desapareció muy pronto de la por entonces indescriptible vida de conquistas cuasi adolescentes de Boceto: lo único que recuerda de ella es que durante sus orgasmos múltiples  vibraba como un despertador y se reía como una loca sin dejar de retorcerse como una anguila. Tres detalles inolvidables, sin duda… para el tablón de los recuerdos peregrinos.

Dieciocho años… Puedes serlo todo, eres eterno, no apresures la angustia, vacía de tu mente la atroz certidumbre de tu final inevitable: recuerda, eres huérfano de una madre vivita y coleando a la par que tú cumples años, da gracias a los dioses que no vaya tras de ti y te ensarte con su espada vengativa, olvida su rencor de paridora y sus ínfulas de artista desmelenada. ¡Escóndete de ella!

Pero taimado concede razones:

Madre, eres tú quien lo ha comprendido todo, y yo soy quien no comprende nada… salvo los trucos y las trapisondas del buen vivir.

Oh, tate, tate, he aquí un ethos fidedigno de la decepción y la orfandad, todo un compendio de la autoconmiseración. Después de todo, ¿quién no necesita de asideros para mantenerse a flote en el ancho mar de los sargazos de la existencia? Hasta los tipos de pieles más curtidas, hasta un Boceto que, a pesar de sostenerse con habilidad encima de las aguas boca arriba, balanceándose plácidamente, a fin de cuentas es tan náufrago como la muchedumbre que teme, con el hacha en la mano o sin ella, y las víctimas indefensas que deja atrás investido con las galas de sus personajes de docente e incorregible seductor cuajado de frases y revelaciones inesperadas y por ello, según el parecer más ingenuo, memorables.

Sin embargo, hay un gesto de lucidez extrema en nuestro héroe que le aleja de la gravidez suicida del tormento de la conciencia y le permite librarse de las triquiñuelas de un destino adverso: puestos a elegir ¿por qué hacerlo por el sombrío vivir de la carencia y la pesadumbre incluso en la fragilidad existencial de la que no escapa ningún todo ser humano? Carpe diem, el presente del mundo te pertenece.

Naturalmente. Esa es la lección que tanto les cuesta entender a muchos… atareados en quisquillas.

¿Boceto entre ellos? ¡Qué digo!, ni por pienso, no debo olvidar ni por un momento con quien me las tengo.

Cuidado con él: un niño que bajaba los árboles en vez de subirlos, un pequeño mequetrefe listísimo que se solazaba rompiendo huesos con los dientes y comía con deleite las médulas, andariego sigiloso por los nocturnos y curvos pasillos de la casa mientras los otros dormían ajenos a las maniobras del acechador.

Lo cierto es que, como decimos en arte, al cabo sólo hay luces y sombras, no hay colores, no hay líneas.

¿Qué será lo de delante?

Lo delante es hoy. ¿Cómo creer otra cosa?

Más grotesco todavía, ¿cómo esperar otra cosa?

Reflexiones de Boceto impúber una tarde filosófica.

Afuera desciende una llovizna gris y fría. En los seres y las cosas parece haberse posado el silencio, vehículos y figurantes son como sombras, parecen deslizarse en el aire, ajenas a la tierra.

Adentro todo es cálido en la estancia tapizada de cuadros y libros a medias desvelados por la tenue luz amarilla:

Padre, no sabemos lo que es la nada, pero sí sabemos que de allí no se vuelve al mundo de los vivos, al menos al mundo visible. Podría haber otro solapado, a la par, codo con codo, riéndose sus habitantes a mandíbula batiente (se dice así, ¿no?) de las majaderías y seriedades de los vivientes perceptibles. 

Qué niño, creció exuberante.

Al no tener preguntas, se inventaba respuestas.

¿De qué forma serían esos habitantes tan risueños y, supongo, burlones?

De la forma… de la sustancia del aire.

Bien hecho. Prueba a dibujarlos.

Lo intentó, pero no salía nada.

Una pena: el crecimiento de un niño no admite aplazamientos, enseguida se empieza a dejar de serlo: el monstruo del adulto a las puertas.

En cualquier caso, el profesor de historia del arte grandemente versado en Goya y Lucientes jamás aprendió a dibujar.

Otros detalles insignificantes que podríamos obviar, pero que no evitaremos en beneficio de la psicología de los personajes en este trance y algunos semejantes:

Padre, me voy a volver incorpóreo.

Magnífico. Entonces sólo tendrás el problema del olor que resolver, mierdecilla.

Siendo invisible adivinó muy pronto donde anidaban los placeres: dos vidas, la moral, lúgubre y llena de obstáculos, y la otra… donde ocurren realmente las cosas, cuando menos aquellas por las que merece la pena dejarse llevar. Uno nunca sabe muy bien de lo que es capaz fuera de la caverna (sea la que fuere, la del hombre primitivo aún con los dedos manchados de grasa animal y tierra molida, la de Platón o la del maldiciente Segismundo).

Invisible hasta nuestros, ay, ya lejanos días de dos mil ocho; era como una agujero negro Boceto del que solo dejara escapar las bagatelas de su espíritu: Contra lo que muchos dicen, advierte el profesor, Goya… etcétera… Y así todo, minucias susurradas a estudiantes de gran indolencia.

¿Qué se cuece en el taller de Goya?

No hay remedio para el mundo (inmundo): grabado eres en coma vigil: inmóvil, atento a todo, sin una señal de vida.

¿Vivo e inmóvil solamente?

¿Y no podrías hacer un movimiento apenas perceptible con el dedo de uno de tus pies para manifestar tu conciencia, que oyes, ves, sientes? ¿Acaso no sudas, expeles fluidos y hueles y tu piel aún no se ha amarilleado y podrido?

Detenido, impreso en el papel, sólo el fuego o una destrucción a trizas acabaría con tu quietud perpetua.

¿Y qué les importas a los demás? ¡Será por copias!

Esta nos salió torcida, a la guillotina con ella.

Pues los tiempos son modernos, fotocopiadora.

Un grabado: miles de copias, si así fuera preciso y ganancial, o meramente por gusto: un dios muy diablillo que multiplica por nueve mil millones su imagen aunque no su materia, que mantiene en absoluto misterio, ni su figura invisible, que nada tiene que ver con un antropomorfismo pueril y descabellado (¿por qué blanco y no negro?, ¿por qué anciano y más bien metido en carnes y no esbelto jovenzuelo?, ¿por qué barbado y no lampiño?) y la intemporalidad de sus atuendos tan primitivos como extemporáneos.

Ahora bien, la pregunta crucial es: ¿Tuvo Dios (o tiene) sexo? ¿Se entrega alguna vez al placer sexual? ¿De dónde nace esta prole humana? ¿Qué cópula cósmica engendra a los humanos? ¿Es Dios o es Diosa?

Cuidado conmigo aun en estado yacente, mudo y sobre todo quieto, tranquilo.

Grave es esta hora de la noche, Charlie.

Aunque… ¿Leoncitos a mí ¿A mí leoncitos y a tales horas?

Qué setenta y ocho, amigo copero.

Volvieron los tiempos del pre-code. Un pre-code hispano que dejaba en mantillas al americano de los años veinte y treinta. Fueron sangre y tetas, coitos y degüellos, una España en pelota viva, retozona incansable que sustituyó la navaja por el pene afilado.

(Ya por entonces nuestro ínclito y joven camarada perpetraba distingos sin siquiera proponérselo: uno, Sánchez, descansa el cuerpo maltrecho y sucio en la piltra de una pensión de categoría inclasificable, y el otro, esbozo de todo en aquella época de confusiones y comienzos, repantinga los huevos en un sofá-relax Charles Eames.)

Soy noble, Charlie. He aquí el mono de trabajo que evidencia la estirpe: auténticas americanas escocesas de tweed y zapatos oxford negros con cordones y sin picado. Y jamás engarabito el meñique al refrescar el gaznate con el hada verde que asoma sus ojos risueños y lacustres agazapada entre el límpido cristal del vaso corto. Entre nosotros: no empecé yo con el infantil vino con gaseosa con el que se empieza a enviciar a los niños granujas.

¿Qué no empezaría yo, y no a escondidas,  a los trece años con el bourbon de Kentucky o con alguna bebida dulce, verdosa y monacal de los frailes?

La cuestión era darse tralla cuanto antes, con un libro (de divertida prosa y pensamiento esquizoide) en la mano o con un sorbo alcohólico de probado efecto euforizante.

Hoy necesito convertirme en piedra, Charlie. Vodka con pimienta.

Tenemos una rubia polaca explosiva, jefe.

¿Leoncitos a mí?

Hasta el fin de la noche, que nunca amanecerá, tovarich. Hay dinero, Charlie. Así que después de bebida tan rotunda nada de un blended. Hoy nos crecemos con un malt.

Anda destripando años el Boceto casi cincuentón: el setenta y ocho, por ejemplo: bendita ebriedad y sean alabados sus dones… tan lejos de la sucia y vil  borrachera de la que hay que huir como de la peste, que todo lo revuelca con su aturdimiento grosero. Tengamos un punto de equilibrio, Charlie. Jamás debemos acabar debajo de la mesa farfullando disparates. No hay por qué empecinarse buscando un sentido a la breve excursión terrenal que nos procura el nacimiento, palparse miserable y quejumbroso los cuernos que te pone tu señora o lamentarse por la muerte del gato. Si alcanzas ese extremo tan impúdico sólo recogerás el reproche y el desprecio unánimes.

Ah, el setenta y ocho:

Camarada, los Pactos de La Moncloa han sido inevitables. Un paso adelante hasta que allanemos de verdad los mármoles y alfombras del palacio (de invierno o primavera, de otoño o de verano), iluminarnos bajo la luz de sus arañas y asear la compostura mirándonos en sus grandes y majestuosos espejos de marcos dorados. Y ningún paso atrás. Te lo digo yo. A partir de entonces, ni un paso atrás, siempre dos adelante.

Sánchez mira al otro camarada como si mirara los restos de una defecación. ¿Qué es un pacto? ¿Qué es La Moncloa?

¿Qué es el setenta y ocho?

En el setenta y ocho yo aún andaba perdiendo el tiempo con la Historia social de la psiquiatría, de Dörner y las películas de Saura… Y trataba de desmenuzar la poesía (algo de eso tenían) de los Poemas Manzanos.

A mí lo que me jodió (durante unos minutos) en aquellas tristes calendas la adolescencia (un febrero frío, a unos meses todavía de los dieciocho años) fue una noche que cruzaba como atajo (¡ja!) la calle Maldonado en busca de Gillem de Castro y una puta gorda e ínfima de estatura  (una vulpeja enana, según la terminología celiana) me salió al paso desde una esquina siniestra y húmeda con la mirada oscura y una sonria afilada como una navaja: ¿Quieres echar un polvito, chiquitín?

¡Un polvito, Charlie! ¡Qué te parece! ¡Un polvito! Me bajó los humos hasta los calcetines (de rayas, ya no había mamá en casa para elegirlos con tino y adecuarlos a las perneras del pantalón o al color de los zapatos).

Qué años de oprobio y raras mixturas cuando la tropa de diputados sustituyó finalmente al rebaño de los procuradores, aunque más de un zángano de éstos se escabulló entre unas siglas equívocas, de nuevo cuño, y se rebautizó de demócrata bajo el grifo de la cocina para seguir viviendo de la sopa boba (lubina al hinojo, picadillo de cangrejo ruso en salsa, un par de copas de Marc de Champagne… en fin, exquisiteces de ese jaez) y acaparando ocasionalmente unos billetes mediante corruptelas no demasiado llamativas.

¿Sonríes, Charlie?

¿Qué hacer si no, jefe?

En el fondo, Charlie, tienes odio de clase. Apuesto a que más de una vez has escupido en el brebaje de una copa balón que cualquier tipo de blasones  y linaje parecidos al mío se echa al coleto inocentemente.

Le recuerdo que mi trabajo de barman no colma mis aspiraciones laborales, sólo costea mis estudios de filología alemana en la universidad.

¡Dios santo, que destino tan lamentable te aguarda! No dudo ni por un instante que acabarás a este lado de la barra ya en el fin de la noche y bebiendo orujo helado hasta el embrutecimiento más  abyecto.

Charlie piensa en una lengua de su exclusiva propiedad, un idioma recién inventado ininteligible para mentes ajenas a la suya, no vaya a escapársele alguna palabra inconveniente que atraviese el cráneo, se nos haga audible y se nos ofenda el oyente, y a estas alturas aún por confirmar la beca: le aplastó la cabeza con la imaginación, de los ojos y los oídos brotaban y se vertían al suelo viscosos regueros de sesos del parroquiano parlanchín y pedantuelo. Allí estaba ese cuerpo abatido de parásito aseado sin que los dedos soltaran la copa.

Físicamente hasta le pareció oler a mierda.

Y el otro, a la suya:

¡Qué gente ilustrada me rodea, Charlie! Todo el mundo en su completa redondez y su paseo cósmico es un libro… bien o mal escrito, pero inútil.

Y todos hemos escrito un librito de poemas, una obrita de teatro, una novelita, todos hemos escritito un diario…

Tinta de manuscrito, tintura maldita, que se convierte en ácido sulfúrico y destruye lo escrito y hasta su soporte: así debería ser por los siglos de los siglos: nada al final… en el final de los tiempos, ni una sola huella en la negrura estelar que permitiera alegar la antigua presencia humana.

Atragantado estás, amigo, en la boca de la noche de Charlie.

Ve la copa de nuevo vacía.  Alguien o algo, ladrón al cabo,  se las apaña a su aire con mis copas, se las trasiega, y a fe mía que no soy yo… ¡Recipiente diabólico que tanto se complace en dejarme en ayunas!

Con sorpresa, desaparecidos el tiempo y el espacio como por ensalmo, inopinadamente, se ve allá en su rancho grande, pocas horas antes del amanecer. Recupera fuerzas, cree que lava la sangre de la noche y su relente con media docena de trucos mentales y sólidos complementos: pastel de caviar iraní con mayonesa inglesa sin vinagre. Regeneremos. (Y una copa más, la penúltima, a modo de compañera sumisa y reconfortante, una copa, su motto tan secreto.)

Felices sueños… soldado a una bola de cristal donde, arúspice de sus propias entrañas, adivina los percances, los prontos olvidos de las frustraciones, todas las regalías y un holgado acceso a todo aquello que merece ser comprado: tengo todo el tiempo del mundo, se dice arrogante. Se cree inmune. Todavía. (La muerte no existe: todavía.)

Tiempo habrá para que despiertes incrédulo todas las mañanas, abras los ojos y te abismes en una apatía desoladora, que te aferres al embozo de la manta como si fueses un náufrago en un mar de indecisiones, días de temores y angustias que han de sobrevenir, y todo ya, entonces, será un prólogo mortificante de ansiedad y vacío y la sucia vejez que anteceden al acabamiento definitivo.

Pero no… todavía: eres dueño del tiempo al que burlas con tus añagazas de rentista desocupado de él, ajeno verdaderamente a su decurso y a sus deterioros.

Antes del sueño reparador aunque espeso, disecciona lo que se le pone por delante, hombre, mujer o cosa, hasta a él mismo, pero a la vez se le revela inalcanzable e inescrutable el misterio de todo ello. A qué seguir…

Esa noche, vislumbrándose el amanecer, de nuevo todas las sombras hostiles, era como todas las noches. Una noche eterna, con su principio y su fin.

Él era el principio y el fin.

Demasiado se cree. Aun viviendo en un país que durante décadas después de su pasado imperial fue, qué cosas, Anus mundi.

En la cama. Sueña. O delira. O está borracho. Lejos de la razón.

¿Con quién habla en sueños?

Rastrea orígenes: el mundo sin él, todo tinieblas, o el mundo reciente con él dentro, todo encantamientos, simulaciones, tantas realidades entremezcladas...

¿Con quién habla?

Lo dijo Ginsberg más o menos por aquella época convulsa y, contra lo que pudiera parecer a causa de unas pocas revueltas llamativas e inocuas, mucho más ingenua que la actual: consigo mismo. I am talking to myself again.

(El oso le dijo: ¡Estás comiéndote mis cadáveres!

Disfrazado de coyote, lejos de los harapos, bien atildado el atuendo y la compostura, con tono comedido le contesta evasivo: Yo no he dicho nada.)

El año de tu nacimiento yo he visto gente andar descalza por las aceras, transeúntes de mirada turbia yendo a ninguna parte. Tú, amigo, formabas parte de aquella España pudenta a pesar de tu linaje pudiente y tu morada de altos techos con escocia.

Todos, hombres y mujeres, andando o de pie o sentados en unos tranvías que eran muy divertidos, iban con algo en las manos, aunque fuera un trozo de cuerda, un zapato envuelto en papel de periódico o una botella de vino a medio llenar, que entonces se vendía casi todo a granel, sin envases ni marcas.

Les haría parecer menos desnudos o indefensos el tener las manos ocupadas.

Mi padre siempre llevaba un libro en la mano.

Esos son los peores. No sólo se visten, sino que se ilustran a sí mismos ante los ojos de los demás.

Sería un acto reflejo. Las manos son un verdadero fastidio sin nada en ellas… a no ser que seas un auténtico andariego.

Yo prefiero meterlas en los bolsillos del pantalón. Nada por aquí, nada por allá. Y andar a la buena ventura, a lo que se tercie o al capricho que me venga en gana..

Las calles de Tokio no tienen nombre.

Y yo siempre he tenido un elefante en mi habitación. Pero sigo sin verlo. Soy más bien humilde, incapaz de ver mi defectos pero, a la vez, sin descubrir mis virtudes. Alguien lo hará por mí. Al final nunca te escapas.

No sacas pecho, pues.

Nunca lo hiciera. Lejos estoy de esos tipos tan proclives a hacerlo que cada día con su hilarante estupidez se asemejan más a una paloma buchona.

Muchas son las formas para enmascararse en la realidad, en cualquiera de ellas. ¿Qué tal nos camuflamos hoy?

Me mimetizo de tal manera con el entorno que tengo que palparme para reconocerme. Soy yo, me digo aliviado. De hecho, el único que hubiese podido lograr el retrato de mi alma sería el orangután Alexander: aparta tus sucias manos de mis pinceles, hombre llamado Goya.

Ya el venablo cruento del amanecer horada la pacífica noche. (Pronto te cegará el sol con su horrenda luz y sus espejismos.)

Más tarde despertará, el dios mediante y con el diablo haciendo de las suyas, con un dinosaurio al lado y la boca llena de tierra. De nuevo estás aquí, día. Qué diabólica mecánica la tuya.

He ahí la tenaz rodadura del mundo, la niebla heridora de la mañana. La espesura te aguarda.

Hay personal, Charlie, hay personal: hay cosa.

Cuando no se comprende el mundo visible que nos rodea la impotencia que sentimos al no poder desentrañarlo nos conduce a crearnos uno propio a través del mito, la religión o la fantasía más descabellada: yo te he inventado a ti, Charlie… y también me he inventado a mí.

Copero, para mí ser feliz es una obligación. Tengo una salud excelente, un trabajo que me divierte mucho y sé con absoluta certeza que no me moriré nunca.

¿Cantas bajo la lluvia?

(La alcachofa de la ducha está demasiado cerca de la mierda.)

Ni místico siquiera, que diría Dostoievski.

Entretanto, ya es mediodía. El sol no miente, al contrario que el planeta de tierra envenenada, nada escapa a sus tóxicos: según la Biblia también los ángeles comen y abofetean… y corren el riesgo de ser sodomizados.

Qué valle de lágrimas, vanas cortesías y disimulos protocolarios, qué abismo de incertidumbre: completemos la jornada con la mesura de la sonrisa y un calmo ademán.

Descubrimos por doquier hechos, pero no atinamos a adivinar la razón de muchos de ellos. ¿A qué perder, pues, el tiempo? Con buenos, sosegados o malvados y crispados modales embiste lo que se te ponga por delante: sólo es el día y su almacén de disparates.

De tu saber se ríe Mefistófeles:

Confesaré algo muy significativo de mi carácter oculto, barman, viejo amigo. Apenas adolescente ya practicaba con muchos libros el coitus interruptus.

¿Usted a leído a Vasari?, preguntó el viejo socarrón del mas Pla, quien ya no leía novelas al haber sobrepasado holgadamente los cuarenta años.

En alguna ocasión.

Entonces escriba, joven, escriba, animaba invariablemente el masovero de las letras.

Todo un futuro por delante, pues.

Sabes, amigo desconocido, me gusta (traducido) Josep Pla porque al margen de escribir con el whisky y el cigarrillo de hebra a un lado casi pegados a la estilográfica hace cosas extraordinarias, absolutamente literarias sin necesidad de escribirlas. Por ejemplo, un buen día compra un cucurucho de castañas asadas, cuarenta y ocho exactamente, las pela con sumo cuidado y luego las ofrece a las chicas que llevan minifalda.

Adenda:

¿Es este el mejor de los mundos posible?

Espera a ver el que le suceda.

Atentos a la sorpresa, aunque…

El único consuelo que te queda frente la certeza de la muerte es que estrujes la vida hasta romperla antes de que sea demasiado tarde: puede que la nada sea, efectivamente, la nada, aquella que te abocó al vivir de una forma un tanto tosca o, digamos, estrafalaria.

Y al día siguiente, que también es hoy: La séptima hora de la noche, Charlie, la que no miente. En pleno Tohu Bohu del que ya nos informa Hesiodo: todo es confusión y desbarajuste de nombre. (Dos mil años después ¿para qué mentir?: lo que no se puede decir no se debe decir.

Y no hablaré más para no montar en cólera, que diría el pillastre de Voltaire… pero sin dejar de soltar la lengua en cuanto uno le daba la espalda y se dirigía a la puerta de salida.

(A estas alturas: pocas veces, al igual que un albatros viajero aún no rendido del todo, piso suelo firme… y aunque hombre o animal, como el color, indefinible, sólo inteligible visto a través de los ojos sin que ningún otro mecanismo sensorial pueda revelarlo.)

¿Qué prefieres? ¿Mover el culo bajo la luz cegadora de un globo de espejos o leer un poemita de Sylvia Plath?

¿Y tú quién eres para enmendar desaciertos o atrevidos plásticos y estéticos?

De esos tipos que, con tal de crecer, hacen de su arte o de su oficio una complicación a los ojos de los demás.

Una especie de Il Braghettone.

Gustos reales (leyó en alguna parte): escribir con una Parker, beber whisky Haig y desayunarse invariablemente con copos Kellogs. Parece un cliché… antiguo.

Todavía el espíritu encerrado en un puño, un puño negro y siniestro aunque por poco tiempo. Con la claridad de la nueva fecha levitará la feble conciencia a un cielo que no existe, desaparecerá de nuevo y estarás dispuesto a todo con tal de doblegar el día, hacerlo tuyo a las bravas... sin esfuerzo ninguno.

Y cuenta que de nuevo otro día topó Boceto con el tal Sánchez a la entrada de un cine S. A saber lo que allí dentro verían estos dos desatados de la mano de su dios creador, a su libre albedrío ambos, cada uno juguete roto de sus propias fantasías y sus torpes imaginaciones.

Cada uno con su filtro de ver el mundo y sus hechos y su personal, y pronto o lento, pudrimiento como ente físico.

Lo he hecho todo mal. Soy culpable, se dice en un aparte.

Si lo has hecho todo mal es porque te hemos programado mal.

¿Entonces?

Absuelto sin penitencia. Prosigue tus correrías... y no te arrepientas y, sobre todo, no temas: toda existencia, incluso la del animal más primitivo, tras el maquillaje y sus afeites, precisa de múltiples arteriscos y números volados para su completa interpretación.

Paula asoma su naricita de celuloide, y por las cuatro esquinas de la cuna puede aparecer el lobo hambriento de obscenidad.

Sonríe la niña Paula.

¿De qué te vestiremos hoy?

La sonrisa en los niños aún no es como esa flor venenosa en los labios del adulto, que se agosta en un instante cuando la hipocresía ya no da más de sí y salen a relucir las miradas de desprecio y las afiladas hojas de los cuchillos comienzan a brillar bajo el sol.

El cronista, que burla burlando se declara ducho manejando el cinco tenedores de Zalacaín, anda muy atareado estableciendo las diferencias semánticas que dstinguen y significan, cada una por su lado, al hortera, al gamberro, al macarra, al obrero y al poeta. En esas se divierte mientras el mundo del 78 (que será todos los del  siglo XXI) se deshace en pedazos

Las idiosincrasias Boceto y El vigilante nocturno repelen semejantes casillas de clasificación, aquellas variaciones caprichosas al albur de las costumbres: hojas volanderas a merced del viento donde se puede escribir cualquier cosa de cualquier cosa.

No cesa el relato de El País, un memorándum inagotable (diario) de resultas de una visualización y decodificación del mundo que no deja de gotear sangre y excrementos: pasa el tiempo, con mayúscula, pero ningún carillón lo delata… con mayúscula o negritas, desliza sibilino la guadaña sobre las cosas y los seres en su siega hacia delante. Nada más fácil que deshacer el presente, hacerlo desaparecer hasta… la mañana siguiente.

Todo termina cuajando en el mal o en el fin, aun en término de épica doméstica y los asuntos bobos, por así decirlo.

Abreviemos…

¿Ha dicho abrevemos? Disponga el copero aquello que suele ser necesario a tal fin, pues.

A lo largo del tiempo, de modo paulatino, los testigos desaparecen de tu existencia o han acabado ya con los sesos licuados, tu nombre no será nunca más pronunciado, nadie sabe de tus avatares actuales y tus andanzas pretéritas, así que serás anónimo, un criminal o un lerdo en la noche, invisible durante el día, una apariencia cada vez más mortecina:

¿Quién es?

Sólo es.

Háblenos de Goya.

¿Y yo que pinto aquí? Sin descendencia, paseante peripatético, sin nada en las manos… ¿Qué me quieres, especie?

En el año 78 de aquel cruento siglo XX, aún repleto de hordas marxistas, era hijo de un ilustre decano, procedía nuestro héroe de grande y probada alcurnia educadora: apartaos, villanos, abrid paso, y amenazaba con estrellar la máquina de escribir y el Diccionario de Autoridades en la plural cabeza de la plebe.

Joven aplicado y muy petulante, adoptó sin pensarlo dos veces el ejemplo del progenitor: enseñar… a medias al que no sabe.

Así que usted compra libros, eh. Pero dígame, joven ¿los compra de encuadernación o se dedica a la rústica?

Aplicado y paseador de muchas fantasías. No sosegaban sus pasos el cemento y las piedras de las aceras, discurría entre el encanto y las luces prodigiosas de Giverny. A salvo en un cuadro y su eternidad blindada por los ostentosos dorados, su vida en manos maestras de conservadores y restauradores lejos del infortunio y la degradación.

¿De qué nos saciamos hoy, profesor? De foiegras de Périgord y pulardas, bien amenizado el yantar con algo muy sabroso de la escuela de Manheim.

Con el postre y los licores, afrontemos con gallardía un poema, no perdamos toque: traiga el posadero tinterillo y pluma de manguillero.

Pero era un poeta con dinero, nuestro Boceto, escribía con los bolsillos llenos, sin preocupaciones, lejos de la fatalidad y otros deterioros, de modo que podía permitirse escribir en cualquiera de sus argots favoritos; por ejemplo, el nadsat, muy apropiado para pergeñar sordideces varias.

Ah, lo escandalosamente impuro del mundo: se publica la primera tira de Garfield; las islas Salomón se independizan del Imperio Británico; nace una tal Zoe Saldana; muere un tal Pablo VI.

Charlie, el que te ve entrar por la puerta directo a la barra aunque desvíe la vista: he aquí mi preferido de los moscardones de bar.

¿Lo conoces?

Inopinadamente el decorado adquiere una luz fantasmal que dificulta percibir el perfil de las cosas, los rasgos de un rostro, el color de los brebajes, como si las brumas que se ciernen sobre el local nocturno y mágico y narcótico lo cubrieran todo de brujería:

Sí, yo lo creé.

¿Lo creaste? ¿De la nada?

Yo lo imaginçe, lo creé, lo dibujé y lo puse a andar de viñeta en viñeta y eso fue todo hasta que se perdió entre otros millones de figurante como él en una ciudad semejante a ésta y que en nada se diferencia de todas aquellas otras que jamás conoceré.

Pues, sin abatimiento ninguno, a pasear con la conciencia en paz y comer higos.

Lo escandaloso e indecente del mundo:

¿cómo creer en la coherencia de los hechos que acaecen en el planeta con intervención o no del ser humano? Todas las leyes absurdas del azar confluían en su corteza rocosa, y sólo la muerte era la única escapatoria para librarse de la calamidad de sus casualidades y los vanos espejismos.

Se instaló en la vida con determinación: vamos a dejarla estar con sus arbitrariedades y sucesos insólitos, con la ceguera criminal de su injusticia. Aun asentado en ella, con su pérfido aliento en mi cogote, yo a mis asuntos.

¿Voy a discutir conmigo mismo? No, por Belcebú que no, nunca llegaría a ver el final de la discusión: sin milagros de por medio, pero lograr convertirse en un tipo tan incandescente como el mismo Lidenbrock.

También puedes contribuir con una generosa cuota al laudable proyecto Gilgamesh, hasta puede que recibas mensualmente una aseada revista de páginas satinadas y portada a tres tintas. Ah, la eternidad.

A mi madre, recordó con los ojos húmedos todavía adolescente, no le gustaban las plantas de olor… Aférrate al presente continuo. ¿Para qué más? ¿Para qué pasado? ¿Para qué futuro?

(Cuidado con el pasado. Dicen que no existe… pasó y no es nada hoy, sólo descalabro y ausencias. En mi caso la refutación es inevitable: cada día me sangra el pasado como una herida que no cierra.)

¿Y si el diablo eres tú?

Valle-Inclán, que nunca dio día por perdido ni desdeñaba alianza con la lucidez (tan próxima a veces a lo oscuro) lo presagiaba con pesadumbre en el modernismo de sus esperpentos y sonatas que bordeaban los límites más atrevidos.

¿Qué no seremos cada uno el diablo de todos?

Bueno, pues soy el diablo. Y, como si tal cosa, sin aspavientos, sin cuernos, ni rabo ni tridente, me aparezco a las buenas gentes en algunos parques de mi predilección y a las horas más intempestivas. Y sin andarme por las ramas les invito a un refresco de albaricoque, que burla burlando desata las lenguas más temerosas.

¿Te hablan de sus problemas?

Muchos de ellos intrincados, pero en esta ciudad o en Gordio no existe dificultad ni embrollo que no se deshaga con un golpe de espada… o palabra bien afilada. Y de ambas me hallo yo bien sobrado.

En este mundo, Charlie, está empezando a despertar una nueva conciencia. ¿Será ocasión de regocijo?

El año mil novecientos setenta y ocho es todos los años… salvo algunas pequeñas peculiaridades que a la naturaleza se las trae al fresco: muere Harry Martinson, escritor sueco; nace Monica Mayhem, actriz pornográfica australiana.

¿Será ocasión de deleite?

A ver esas burbujas Bollinger en la copa, entonces, y celebremos sin pudor la muerte si pone fin a nuestros duelos y compadezcamos todo nacimiento que a tal valle de lágrimas y humanas guarrerías nos precipita.

Andamos de Parerga y Paralipomena: obras sueltas y complementarias cuya ilación se la llevó el diablo: saca el conejo (o el pez o el pan) de la chistera cuando te venga en gana, transmuta el agua en vino si así te place para pasmo del público en general. ¿Qué no eres en asuntos de creación más plástico que poeta?

En tal caso es ocasión de alborozo.

Hoy Hollywood te ha convertido en Caperucita Roja, Paulita. Papá es… la abuelita disfrazada de lobo: planeta, pues, con doble sol.

Toda una muñequita vestidita de rojo al antojo del hombre lobo enmascarado felizmente y cuya figura de mujer y noble peluca lacia y encanecida enmarcando la testa nos recuerda a los espectadores no sin espanto a la diabólica mamá del niño terrible Norman Bates.

De niño eres feliz porque apenas tienes pasado.

De adulto todos son mordeduras del presente… y del pasado en forma de recuerdo, que es la costra todavía hedionda de aquel.

¿Y si en lugar de mordeduras fuesen caricias?, se preguntaba la niña sonriendo con incipiente lascivia.

Cada uno, inocente o no, leyó La isla del tesoro a su modo sin que la novela exigiera por defecto una interpretación unánime que homogeneizase su lectura universal. Por lo demás, toda infancia es intrínsecamente sensorial, pletórica, inapelable y eminentemente curiosa, lo que le encamina siempre a la sorpresa de las esquinas, al otro lado de lo inesperado, donde puede esconderse de modo intrigante tanto lo mejor como lo peor. Lo que tú consideras traumas infantiles los genera un presente de adulto que no entiendes por el enredo de su decurso y las frustraciones que te endosa y que sus urgencias y miserias (o hastío o postración tuyas) te falsifican la realidad desde la confusión, el temor o la resignación, cuando lo que te conmoviera y te condujera al apaciguamiento debería provenir de la retórica televisiva y la charlatanería política tan fáciles de sobrellevar y que es lo que acepta el ciudadano ejemplar que vota cada cuatro años sin parar en mientes: te has convertido mediante la reflexión  y la autoinmolación en testigo, víctima y victimario y al final no sabes con qué identidad te sientes más a gusto, en qué rol te investirías en la trama y aventuras de La isla del tesoro.

El cronista infatigable, inveterado husmeador de los entresijos de la palabra y la metáfora traduce el mundo justo o injusto, que da lo mismo a su parecer literario, mediante el giro brillante y gitano de la frase con o sin negritas y el desplante de un párrafo que repele cualquier interpretación equívoca: sé lo que digo y sé cómo lo digo, y ese es todo el método expositivo de mi narración periodística que debe importarle al hipotético lector: el snob con vaqueros de la purista Valladolid léxica no escribe para fomentar opiniones y consolidar juicios intuitivos sino que, lejos del menor  esclarecimiento y didactismo, para que le aplaudan.

(Bien borracho de vino español, hasta el escéptico y sosegado Onetti, atrapado en casa de un poeta extremeño con esposa, hija y gata de decorado, alcanzó a aplaudirle las gracias al cronista una noche para olvidar (6 de mayo del 78 ó 5 de mayo del 78, a saber…)

Tengamos presente respecto a la cronología de este mes danzarino de mayo que un par de días antes la República Federal Alemana firma la Convención Europea para la lucha contra el terrorismo, y que un par de días después dos tipos ascienden hasta la cima del monte Everest sin oxígeno suplementario. Hoy pueden parecer datos nimios sin la menor importancia informativa, pero entonces… ah, amigos, entonces…

Y es que el tiempo es la receta universal que todos los dioses reales o imaginados prescriben ladinamente a los humanos para que lancen a navegar sus vidas en el proceloso mar del azar… El tiempo, ah, amigos, el tiempo, cada uno de nosotros devorado por el suyo propio y los noticiarios de televisión hasta el encuentro, íntimo y solitario, con la paz bienhechora del más allá de donde jamás se supo, al menos en este planeta endemoniado, que proviniese noticia alguna.

En efecto, Charlie, soy un hombre especial: en lugar de fruncir el entrecejo arrugo la nariz, pero no olvido que por mucho que me deteriore en el tiempo soy naturaleza hasta que me falten las fuerzas y exhale el último aliento podrido, de modo que estaré sujeto a cualquier desvarío… o crimen: es el riesgo de lo vivo.

Y, mientras tanto, ah, Boceto, se disfraza de palabras, con ellas se limpia o se enmarrana de lo lindo: piensa en silencio, pero su voz atrona en el interior del cráneo, aunque bien sabe él que, en el fondo, es un tipo sin bouquet, puedes despachártelo de un solo trago a estas alturas del siglo XXI que ha de verle morir.

El único actvismo que acepta es su satisfacción personal:

Charlie, el gin-tonic es bebida de hortera de barra de puticlub. La ginebra sola, por supuesto, y, sólo Bombay Sapphire azul, por supuesto.

Qué tipo superviviente Boceto… Las arenas movedizas en lugar de engullirlo lo lanzan a lo alto o, cuando menos, lo deslizan a las orillas de la selva urbana sano y salvo sin que nadie lo advierta.

Él es un cerebro que le piensa, le crea, y hasta le procura formas plurales, según convengan lugar y circunstancias y siempre lejos de cualquier deseo camaleónico: le basta con variar de morfología el alma o la conciencia o el yo o lo que sea.

En El Año Internacional del Criminal él es inocente de todo punto:

¿Crees que no sería capaz de ganarme la vida en otro menester  que no fuese explicándoles a un montón de futuros inútiles quien era Goya y quien era Lucientes? Te diré algo, amigo, tengo buena mano yo para llenar jarras de cerveza y servir patatas bravas.

El cinismo es el más fácil de los escondites: cuesta poco, no te avergüenza nunca porque requiere una mínima parte de ingenio, que siempre distrae un rato, y está a la vista de todos, así que puedes desembarazarte sin escrúpulo de ese mundo sentimental que te confunde o paraliza: cariño, odio, amor, tristeza, alegría, compasión… Vivo, sí, asido a todo lo sensible, no como una piedra pero sí como un árbol con pies andariegos en lugar de raíces.

Le merman los años, no sus actos. Una verdadera injusticia frente a la que no existe forma de librarse. Y no hay ningún Charlie que valga con su colección de bálsamos que sustituyan el elixir de Cagliostro, del que nadie hasta el día de hoy ha dado muestras en vida de haberlo probado con éxito y escapar de tal manera, y de un solo trago, a vuestra salud, de la decadencia de la carne y el espíritu.

Mil años después, Boceto con la copa de un vacuo brebaje en la mano  en un salón desierto de luces y dorados se mira el sexo en su vejez a la tenue luz del terrible crepúsculo y la negra apatía de la mayúscula soledad que le envuelve: flácida postración.

Recuerda también con la copa en la mano no sin remordimiento (¿no fue siempre custodio empecinado de su sentimentalismo?), aquellos primeros catorce de febrero de su matrimonio cuando le regalaba a Paula una hoja de higuera.

Ya ni intentaba imaginar el futuro, que eso sólo es posible si confías que estarás en él.

Y ni un solo heredero pegado al brasero que en años venideros llevara a los ojos tanto libraco: los restos del naufragio de un largo derrotero pro domo sua: quema la nave con la cabeza del dragón abatida.

¿Tú sabes como se llama el presidente de Mauritania en El Año Internacional del Criminal?

Moktar Ould Daddah.

(¡Qué erudición prodigiosa…!)

Poco le duró la alegría al africano: fue derrocado nueve días después de la calenda de julio.

África es un continente desconcertante, uno nunca sabe donde empieza y acaba el desierto.

El cronista sólo cojea cuando los escrúpulos se le meten en los zapatos: anda, entonces, como si lo hiciera sobre arena caliente.

El cronista, en ocasiones, alardea de sus gatos, que, al igual que él, son animales absolutamente domésticos una vez descubren en qué rincón de la casa se encuentra la pitanza diaria. Jamás se decidió a incrementar el número de sus mascotas con una boa, un loro, un guepardo, un mono o una tortuga con el caparazón incrustrado de diamantes, como aquella actriz trágica y pelirroja, Sara Bernhardt, cuyos restos se hallan hoy debajo de una losa de mármol negro semejante a la que cubre los de Marcel Proust, no demasiado lejos una tumba de otra.

Entre químicas andamos: carbono, silicio, cobalto… ¡qué más da toda biografía!

No hace falta que cuentes la verdad. Limítate a los hechos (que nunca son lo que parecen).

1978: 2000 suicidas dejan a su aire y a sus anchas a las Españas y quedan en paz definitivamente.

1978: Mujer, sal de la cocina (pero bien armada: pasado el arroz en la paella, quemado el pollo, la ensalada rebosante de vinagre y mustia la lechuga, picado el vino y en una mano el mazo del mortero y en la otra el rodillo de amasar).

1978: ¡Qué asquerosos pueden ser los hijos!, exclamaba con alarma justificada el patriarca Brell de épocas tan transitorias mientras desaparecía por el pasillo curvo sin perder un segundo hasta alcanzar su gabinete de antiguedades y cerrar la puerta con doble llave.

1978: Boceto, dieciocho años multiplicados por diez y aun por cien: nunca he sabido qué hacer. Me he limitado a no hacer lo que no debía, aunque sí algún que otro pecadillo al llevarme a la boca algunas veces el divertido cóctel Anne Sexton: bocadillo de huevo frito y 4 ó 5 vodkas dobles.

(No tuvo una madre normal: jamás la vio con delantal, nada tenía que ver con una de esas jóvenes que en su tiempo leían con fruición Cristina Guzmán, profesora de idiomas o Vestida de tul. Sus libros de cabecera desdeñaban tramas e intrigas y todo tipo de zarandajas novelescas basadas en el misterio o la expectación y, sin duda ninguna, le repelían hasta el asco profundo aquellas ficciones sembradas de esforzadas jovenzuelas ansiosas por convertirse en heroínas del hogar. Máxima: Huye como del dolor de un pensamiento debiltante, hijo.)

(No tuvo un padre normal: prefería el silencio al lujo, no llegó a escribir un solo poema en su vida, despreciaba la tauromaquia patria, ignoraba el cante flamenco y el juego del fútbol le parecía de una estupidez supina y, sin duda ninguna, tenía la absoluta convicción que los hijos eran los apéndices naturales del matrimonio… pero no necesariamente de su incumbencia más allá de sus existencias infantiles y la asignación semanal hasta la mayoría de edad: el incipiente vello púbico trazaba la frontera: allá te las compongas mamarracho adolescente. Máxima: Aléjate de la complicación y sus venenos, mierdecilla.)

1978: Boceto, por sí solo o eso se piensa él, ya sin tutela, melenudo y autosuficiente, hijo de la moda: Naturalmente que pienso, padre, ni un solo minuto, ni un solo instante dejan de asaltarme pensamientos, pero los dejo a su aire, fugitivos.

Y el progenitor le miraba desde una media sonrisa cruel, el desapego y unos ojos algo empañados por la compasión.

Se ha dicho que tal vez los árboles piensan, pero basta ver sus enredadas copas para adivinar los desbarajustes de su pensamiento.

¿Dónde está aquí la parábola o escondida enseñanza que guíe los ulteriores pasos de nuestro mancebo?

Trazas a medias y figuraciones, que diría don Quijote, componen la imagen del mundo (¡el tuyo!).

Creo que tampoco yo que hubiera sido un buen padre, Charlie, uno de esos en chinelas a la hora de la cena y un puñado de galletas o caramelos en la mano.

Su incontinencia, jefe, precisa irremediablemente de un Perkins o acaso de un Marshall.

Vaya, nos salió el Charlie estudiante de inútiles humanidades.

El mejor nombre que se puso jamás a una taberna se le ocurrió a Dickens: El hombre alegre… ¿o era La afición?

Menciono aquí este detalle porque me parece buena ocasión para ello, que diría él mismo.

La última copa mezclada con el alma ya desborda el asco por todo. Después, el diluvio.

1978: Ya que no podemos cambiar la realidad les cambiaremos el cerebro.

Tengo la hora borde, copero. El Armagnac no sosiega mi espíritu. Bloody Mary a discreción, pues, que es bebida aviesa.

Apagado, sí, pero cuidado, basta el más leve soplo de aire para avivar la llama de los rescoldos. Cuidado con él, aun en chinelas.

¿Y cómo andamos, padre?

Aquí estamos, mierdecilla, en la caldera de Botero, leyendo libros voluminosos de filósofos que siguen sin aclarar nada ni siquiera chamuscados por el fuego justiciero.

El alcohol me pasa factura a mí, pero no a lo que escribo. (Sexton).

¡Cuántos libros! ¿Te gusta leer? No demasiado. Los tengo a modo de contrapeso de mis depresiones. Balanceo agarrado al fiel. (Al unísono hablaron los dos en la biblioteca de la soledad.)

Andaban a la par: ni el padre le había enseñado a ser hijo ni el hijo le enseñó a aquel a ser padre.

A subasta nos llevaba de la mano, pero él como cedente de… sus hijos, declararía al Sumo Hacedor.

Oh, vida, no habías de empezar, pero ya que comenzaste, no habías de acabar.

Por entonces eran los dos como los perros de esa raza candorosa (calidad que tanto abunda en la especie de los canes), un fox-terrier, un chucho siempre empeñado en contiendas superiores a sus fuerzas, a su habilidad o a su inteligencia.

A tiento voy, que la oscuridad y las trapisondas del mundo no me dejan ver nada cabal.

¡Ah novela, novela…! Biblia pauperum.

(2008: pasó de los cuarenta años, terrible vuelta atrás, el tal Boceto, y no existe hombre sensato en semejante encrucijada que ande en novelerías: lo dejó dicho, y, aún más tajante, escrito, el señor de Palafrugell: quien así entretenga sus ocios leyendo novelas pasada esa edad es idiota en grado sumo.)

Pero en El Año Internacional del Criminal nuestro cronista más esnob cansa el brazo y la pluma de tanto firmar novelas que, a despecho de una prosa aderezada de sugestivas metáforas y llamativos giros léxicos, un año después de su muerte son perfectamente olvidables salvo la inmensa elegía (nivola) dedicada a la muerte de su hijo impúber.

Y cientos de novelas, miles, decenas de miles que leer, se impone heroicamente el joven Boceto. Será el hombre lector del millón de páginas, de los diez millones de páginas, de los cien millones de páginas, de…

Pronto, demasiado pronto, malogró la empresa y se dedicó con ojo avizor a la seducción de jovencitas vestidas de terciopelo negro con encajes blancos y zapatos de charol de hebilla dorada y punta ovalada. Lograda la conquista, como toque final antes del consumatum est, las invitaba a una copa de Veuve Clicquot: Sabes, es el único champán que bebía Proust, les susurraba al oído con un mirar peligroso.

Las execrables generaciones venideras, que diría Beckett, a eso hemos llegado.

Y Charlie, mi buen san Remigio, multiplica los vinos en buena hora.

En efecto, querida, gran aficionado soy a los licores, aunque no uno de esos que se tambalea por la calle. Yo quedo lejos de la amargura y la llorera. El alcohol pone mayúsculas en mi vida, apacigua el recuerdo de los hechos necios, desdichados o trágicos del pasado y oculta mejor los andamiajes de un presente siempre indeseable y ruin al tiempo que me hace despreciar olímpicamente el futuro.

Demasiadas veces se ha dicho, y hasta escrito, lo cual es mucho peor, que nadie debería luchar por conseguir ser mejor (ser más bueno) de lo que es. Eso sólo puede conducir a la frustración sino al derrumbe total de lo que uno es y no volver a levantar cabeza jamás.

Empiezas a ser adulto cuando comprendes que el fin del mundo es todos los días, y que un día feliz es aquel que aunque te hiere como todos, no te ataca por la espalda.

¿Y qué es la verdad? La verdad es el otro lado de la mentira, pero nace del mismo tronco.

Luego esta es la porción del mundo que me como, y hallad buen provecho con la que os corresponda a vosotros.

Adelante, rosacruz Boceto, tú eres el único que conoce el secreto del mecanismo y los resortes de la vida.

Crisanto Boceto: Yo, reino y rey de mí mismo, habito solo conmigo, conmigo solo contento.

Que uno vestido de sastre va por el mundo y no como esos menesterosos de atavío que andan de quincalla y tejido basto, muñecones descompuestos.

Y, así, un día, casi sin venir a cuento, como se bebe un vaso de agua, se hizo con las claves de la existencia doméstica menos dolorosa: La contrición, que no el pesar, sólo en la vejez y ya al borde del precipicio de la nada cuando hasta respirar hace daño: Al menos he tenido una vida larga… He tenido tiempo de arrepentirme de todo. Concederme, pues, la absolución, dioses (pero absolutamente todos los dioses).

Salud, honor… et argentum.

A rodar.

Su inclinación natural a la indolencia cuando no al desánimo no le incapacitaba de ninguna manera (apalancarse en la pasividad, por ejemplo) para mantener una mente activa, siempre en alerta, y un cuerpo entregado de lleno a las desmesuras… bajo la sombra del pino, el árbol de Dionisos.

Hay algo de fiebre por ahí, por alguna parte del cuerpo.

Ponte en manos de médicos. ¿Tú sabes quién es Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim?

¿Quién? ¿Yo?

¿Por qué andar con camisas de fuerza por la vida? Cualquier procedimiento por muy conservador, liberal o anárquico que sea es óptimo si no me obliga a doblar el espinazo.

¿Y Sánchez? De ese proyecto de hombre puede esperarse cualquier cosa: todavía está sin corromper a estas alturas de La Gran Transición: La humildad… ¡ja! En la escuela de la pobreza sólo se aprende vestir chapucero, a pasar hambre y a ducharte una vez al mes.

Hace muchos años (los años de la bicicleta azul) que supo que la vida, la suya y todas las demás del mundo, están llenas de grietas, y él enseguida empezó a mirar demasiado a través de ellas, las propias y las ajenas.

¿Y qué se lleva por las Españas a principios de la década?

Los Celtas cortos y Marcuse, que hacen buena pareja en manos de los contestatarios de la peña. Y algunos endomingados aún se ponen ballenas en los picos de la camisa, siempre de una blancura inmaculada.

Todo en orden, padre: privilegio, licencia, tasa, aprobación y fe de erratas…

(Visto desde el dos mil.)

A la puerta de un cine astroso lo habíamos dejado, haciendo cola en compañía de unos tipos tan pingajosos como la sala y la húmeda y pestilente oscuridad que iba a ocultarlos, tan distintos a él en los meros detalles pero tan iguales en la sordidez instintiva que le brotaba de las vísceras, patrimonio fangoso de todos los seres humanos, sea cual fuere su género y vistiera de cualquier antojo: El fontanero, su mujer y otras cosas de meter.

He ahí la escenografía perfecta, rodeado de tipos rebajados por las vilezas íntimas y solitarias y ornado por la cartelería depravada en colores chillones que decoraban por ambos lados el hueco de cristal de la taquilla en el pequeño vestíbulo. Boceto: la cara oculta de la luna.

¿A qué hora la sesión?

Sesión continua.

¿Ser otro? Mudar ¿en qué?

La única manera posible de resucitar es cerrar los ojos al costado de la cascada de Reichenbag y aguardar la ocurrencia de algún creador que te ponga otra vez en pie… pero, otro yo, aunque fuese el mismo de siempre, idénticos rasgos, parejo el cerebro, redivivo gemelo, un poco más nuevo.

Ni asombro ni emoción, esperanza la justa (¿en qué?): quietud absoluta, me destila el tiempo:

Ser como uno de esos tipos que no han leído a Cervantes ni a Quevedo ni a Garcilaso ni a Rabelais ni a Shakespeare… pero sí a una buena parte de las medianías que a lo largo de los siglos les han sucedido sin mayor trascendencia o provecho.

Yo leo para entretenerme.

Estupendo. Podemos entendernos. Yo también escribo para entretenerme.

Desocupado lector, que dijo Cervantes…

(Debes hojear miles de libros, pero sólo leer un par de cientos.)

La valentía de verse el interior tan sucio por algunos de los desgarrones o roturas con que te disfrazan las vestiduras… y la sonrisa, y hasta la piel y la carne que te disimulan, desfiguran el poz0 negro del alma. ¿La moral? Eso sólo se encuentra en los tipos que aún tiene fe en el mundo o, en el más grotesco de los casos, en ellos mismos, y a él le resulta muy difícil creer en el sentido que ambos puedan tener: agujereado por demasiadas fisuras, agrietado sin remedio, todo lo ve al borde del abismo: nueve millones de especies de plantas y animales, mil millones de especies de microbios: danzando el ser humano hacia la nada entre tamaña cofradía.

La totalidad de mi yo es muy superior a la suma de sus partes (naturalmente, incluyendo las que no se ven).

Regularmente salvaje sin perder los modales que ocultan los colmillos, una vez en el ataque puede ser hasta cruel: y enarbola sin una mueca la Jolly Roger para que las multitudes anden avisadas y le abran paso.

Lo único que me consuela, se dirá Boceto ya al final de su descenso al infierno (a rendirte visita vengo, padre, cuando el día despunta y se abre el abismo), es que cada vez quedan menos testigos de mis andanzas sobre la tierra.

Más te hubiera valido beber las aguas del Leteo y entregarte al misericordioso olvido que es ciego y mudo ante los sucesos y fechorías del pasado.

Padre, a quien la muerte le acaeció por sorpresa, exactamente igual que la vida, sin contar para nada con él: fue y dejó de ser… esas las dos auténticas y únicas fechas de una existencia.

(La última sinfonía de Haydn, Del Adiós, se silencia a sí misma, no hay final, simplemente la partitura va apagando los instrumentos, uno a uno callan hasta el último solo. Y silencio absoluto.)

Inmerso del todo en el proceso de la conclusión: al final de la carrera, como esos dos personajes flaubertianos, comprendió que al cabo de todo esfuerzo seguía siendo un estúpido pero ahora no podía soportar la estupidez de los demás.

El cronista bajo la armadura del lenguaje de             1978, yo no he sido, pío, pío, ajeno a los peligros que nunca han de sobrevenirle, se envanece de figurar junto a Unamuno en un diccionario enciclopédico y cifra la revolución en romper los donuts como dicta la canción de un canallita avispado de moda entre el lumpemproletariado y la oculta hucha burguesa del ahorro. Una línea más abajo declara nuestro cronista que una tarde de sesión continua, en compañía de su mujer puesta de rulos, que el cine queda ahí, a dos manzanas de casa, se fue a ver una película en la que interviene Ann Margret y de la que andaba ilusoriamente enamoriscado… ¿Y el motivo de todo esto?, pues que escribe sobre los gais de la corte madrileña de la mano de Foucault aunque él lo que debería hacer, y así lo confiesa, es irse de vacaciones a Ibiza de bracete con una señorita y no quedarse en su piso con su gata y su mujer (en ese orden) de rulos o no, escribiendo articulos porque él, como dice la prensa francesa (su fama trasciende las fronteras de lo patrio, que sino mural, murillo), es un escritor comunista, y así da la imagen como pintado a brochazos por Goya, aunque él se vea sí mismo como paladín literario y gato esnob, que no plástico, de lo más oscuro de lo hispánico y ultramontano, y hasta trágico tal Unamuno aunque menos deprimente, más ligero de entendederas y más suelto de pluma.

Boceto, un jovencito que lee al cronista diariamente, participa de esa frivolidad ajena, al tiempo que va germinando en él mucho escepticismo ante los revuelos mundanos. Empieza a creer de sí mismo que es un ser primitivo, hasta medieval, pues sólo distingue hechos verdaderos, los que suceden, y los que no lo son, los que no suceden.

¿No debería seleccionar mejor sus lecturas? El esnobismo en literatura, aunque bien disimulado, es capaz de envenenar ciertas clases de andaduras humanas, sobre todo las que aún no han doblado demasiadas esquinas.

Posterga, no obstante, para la mitad de tu vida la selva oscura. ¿A qué la complicación y el remordimiento? Lejos quedas de la primera muerte y todavía más de la segunda, la que pone fin a todos los tormentos.

Venga, espabila, que naciste con la flor en el culo.

Homo sapiens… me llamó Linneo.

(Dios me llama por mi nombre de pila. De esas me valgo yo.)

Y ya nunca dejó de hacer allá donde estuviese los honores a tamaña nombradía,

Este senequista que bien aprovecha las lecciones del romano antiguo: deja de querer aquello que has querido, el presente será más halagüeño.

(Otro que va a cobrar del moderno fondo de reptiles.)

Ni Hobbes ni Rousseau, un hombre no es que sea bueno ni malo, es que tiene miedo.

(No te hagas ilusiones. ¿Qué crees que pasará a partir de ahora? Inauguro una nueva época egoísta, depredadora y estéril: soy la nueva Luca de la que han de nacer todas las especies.)

Padre, mierdecilla: biografías escritas en tinta negra… pero bien pronto en su descenso al infierno les brotan alas en los costados, se elevan hasta los cielos donde se han desbaratado todos los círculos y allá se aposentan.

Cuando vuelvan a bajar dispuestos para la segunda y definitiva muerte, ahítos de vida y en plena indigestión de su comilona, lo harán con plena aquiescencia, reconfortados y lejos de cualquier temor, sin ocultar la última venganza hacia la vil naturaleza y el ya podrido pellejo del tiempo: se agarrarán a la muerte como el náufrago al madero. Adiós, adiós.

Enrarecido, muy diablo después de cuatro décadas, lejos de un corazón sencillo… o de cualquier complicación, se sonreirá en sus adentros el Boceto adulto del dos mil ocho: nací en la mitad de un siglo que ya quedó atrás, y se promete mirándose en sus seguridades de docente perpetuo y escurridor de bultos: no he de morir hasta que medie, o un cuarto más allá aún de ese mojón, el que le sucedió.

Mientras tanto, estrena mayoría de edad en los calores de mil novecientos setenta y ocho, se regala un entretenimiento sólo para sus ojos, sin más compañía que inspire lubricidades, ni siquiera la de servidora, y se recompensa con una película tosca y guarra que anime su sesera de nuevas imaginaciones, y en ningún momento deja de tener el alma dichosa y en ventura en el día radiante de luz o en la noche oscura: habrían de pasar unos años todavía para que las películas porno dieran paso a las salas donde se ofrecía sexo en directo.

¿Qué necesidad tenía de asistir a semejantes espectáculos?

Quizá su semblante sugería sufrimiento interior, algún pesar oculto. Se desahogaba el recién salido de la adolescencia mediante su descenso a infiernos nada temidos.

¿Qué le ocurrió, amigo? ¿Juego? ¿Bebida? ¿Una mujer?

Una noche, pasados ya lustros de la llegada a la luna, topó con un Charlie escritor en ciernes de relatos sembrados de apabullantes crímenes y violaciones salvajes de jovencitos de ambos géneros, aunque experto escanciador de copas en la medianoche y oyente sumiso.

¿Qué le ocurrió?

Anda, cuéntame tu novela que atascada tengo la mía, se dice el copero invitando con una sonrisa y mirada cómplices a que el parroquiano comparta sus miserias.

Boceto andaba de lengua suelta (pero nunca reveles tus dieciocho años,  y mucho menos los veinte, empieza siempre a partir de los treinta) y comenzó a largar mentiras. Y el otro con el oído fino: a ver si la idiocia temporal de este trasegador nocturno (estilo charlie que pronto sería rebajado a una mayor llaneza después de esforzados aporreamientos en la Olivetti) da para un par de folios.

Los espectros pesan, farfulla el trasegador nocturno, son como el aire, y el aire pesa.

¿Quién no ha querido ser un espectro en algún momento de su vida?

Domino el arte de la contención, se reconoce el escritor en ciernes: jamás contradigas a un tipo parlanchín con la boca abierta, una copa en la mano y una billetera bien surtida.

Puedo hacerte desaparecer en un segundo.

Ahora bien, la pregunta es ¿podría volver a dar conmigo de nuevo y devolverme a la tierra?

Si así fuera, ¿te prestarías al encantamiento?

Son tiempos de constitución… en todo: uno opta por desaparecer en una ficción aun casera y filmada en Super-8 y sonido magnético. Bastan un guión sin demasiadas pretensiones y una pantalla para ello. ¿Para qué otros menesteres engañosos en este año del Señor de 1978?

Ya ha visionado tres veces Emmanuelle.

¿No le resultarían igualmente sugestivos los filmes de Zanussi, Nicolas Roeg , Saura o Tavernier?

No podría desaparecer en ellos, y el asunto devendría drama: el tipo se disolvería en sus imágenes como un azucarillo en agua hirviendo, volvería a ser el polvo que fue sin solución de continuidad.

Treinta años atrás de este año del Señor de 2008, mucho más correcto de intenciones y costumbres que los precedentes, algunas señoras del Diablo se excitan sexualmente al imaginar que son violadas (¿una sugerencia inconfesable proyectada en su mente pervertida luego del enésimo pase de Emmanuelle?) y así lo confiesan en las consultas de los terapeutas.

¿Y tal aserto brutal quién lo asegura?

Shere Hite: ¿Por qué habría una que comportarse de forma amorosa durante el sexo?

Volvamos, pues, al ars amatoris. Y la cama, aunque aún no potro de tortura, dejó de ser de una vez por todas el lecho de merengue de los fines de semana.

El corazón sólo es un músculo. Usa la imaginación: y arrojó al cubo de la basura la barba recién rasurada, los pantalones de pana y la chaqueta con coderas, se ornó a sí mismo con una camisa azul y corbata de listas oblicuas y declaró sin rubor a quien se le pusiese por delante que sus filósofos de cabecera eran Kahlil Gibran y Paulo Coelho. Respecto al himno musical que tarareaba por lo bajo: Saturday night fever en unas ocasiones; en otras, Me olvidé de vivir. Y a partir de entonces, libre de legañas y despejado el espíritu de sombras, mostraría aquí y acullá sonrisa viril y ademanes resueltos, y la mirada peligrosa... de siempre. A las damas, las muy imbéciles según el cronista desmadrado en este año constitucional y algo bestia de maneras, siempre les da por pensar que anda uno de ligue, como si no tuviera bastante con escribir sus artículos en el café, que es lo que hacían los caballeros del 98. Y a media tarde, revela el articulista, me retiro al Retiro y me siento en un banco a descansar hasta la noche… Donde acude a un cóctel entre dos luces y se codea con ministros, duques, rojos y clérigos. Treinta años más tarde de ese anodino saturnal en la capital de un país aún en telarañas grises administrativas y negras curiles, muchos de los ministros (más de una docena), duques (al menos, uno), rojos (un millón, o dos, o tres), casi todos los clérigos habidos por entonces e incluso el mismo cronista descansan en paz bajo la sombra de cipreses o arrojados en montoncitos cenicientos a las subterráneas, fecales y hediondas cloacas ahora lejos de aquellos trajines y volteretas intelectuales parloteadas por tipos absolutamente prescindibles, tan brillantes que parecían en los selectos actos de frivolidad colectiva con una copa en una mano y un canapé en la otra.

La única forma para cualquier otro plumífero de la prensa matinal y competitiva de haber desdibujado una mínima parte en las festivas y epifánicas camaraderías sociales de la época la imponente figura del esnob de voz de catacumbas en botas negras de media caña, tejanos, blazer, cabello a lo gorgona y gafas de culo de vaso rozaría lo bufonesco: aparecer ataviado de cintura para arriba con una chaqueta de sport amarilla, camisa violeta y corbata roja, pantalones de corte pirata y… la mirada turbia (y torva): ojo con mi columna de mañana, cabrones, que yo supero en sarcasmo y fingida maldad la del dandi en negritas de El País

Que sigue empecinado en entelequias dialécticas de quiosco: si a las jais les van a proporcionar gratis la píldora, que es un gasto y un vicio, que es pecado y fornicio, que nos sufraguen a los españoles (sic) el café, la copa y el puro, y la puta (respetuosa, la llama él) por añadidura, que el rato de coyunda ya se cotiza en cinco mil pesetas. Y ya puestos el cronista rescata con pinzas a Marcuse a cuenta de una supuesta gratificación libidinal, algo que la juventud contestataria de la época tenía muy presente desde una década atrás.

Males y clichés de aquel tiempo ido… Los varones explicaban muy bien en que consistía la revolución sexual: ahora toda mujer, joven o vieja, sabe que puede decir sí. Pero las hembras todavía lo esclarecían y contrarrestaban mejor con el arma de una sonrisa y la mirada de metal: por fin hemos comprendido que una mujer, joven o vieja, también puede decir no.

En resumen, Charlie: démosles la espalda a tanto erudito a la violeta y prosigamos camino, y como he leído en un novelón polaco, dejémosles gruñendo entre ellos algo incomprensible al igual que cerdos que revuelven sus morros en el dornajo.

Usted, amigo, desprecia con furia.

Ando a la par, del mismo modo admiro sin fisuras lo admirable.

Sin embargo, a él le bastaba enmascararse en un joven ceñudo vestido a la moda para acudir a una sesión cinematográfica de porno y fumarse de cuando en cuando debajo de la cama, donde todo queda oculto, hasta la luz demasiado explícita del día, un inocuo porro setentero de efectos casi nulos.

¿Qué ha ocurrido?

Ha pasado el tiempo: casado estás con una mujer compleja y profundamente conflictiva que no se doblega ante nada y a la que, sin duda ninguna, sólo la abatirá la muerte. ¿Qué podías hacer tú vestido a la moda?

Volver al setenta y ocho, donde uno puede tener colgado encima de la cabecera de su cama un póster de Janis Joplin o Kaka de Luxe y otro, un vigilante de obras disfrazado el último día de su vida con el antifaz de criminal, llevar en uno de los bolsillos de la chaqueta una ilustración rijosa de Sandra Mozarovsky.

¿Qué ocurre? Treinta años: 2008.

¿Qué es la historia (con mayúsculas), qué una vida, la tuya (tan miserable y efímera): aquello que ya nadie puede modificar: fue.

Desvelo y vueltas y más vueltas bajo las sábanas. La noche se hace eterna: la noche y la cama que siempre habían sido refugio para mí, se lamenta Boceto.

La eternidad, que puede ser tan sólo una noche triste e insomne.

Curiosamente, con suma extrañeza, y también con algo de inquietud, desde hace tiempo tiene la sensación de que su época, el presente, le empuja hacia el pasado, cuando a lo que aspira todo lo vivo es a una proyección hacia delante, incluso al olvido de lo de atrás.