Sólo
si no deseas nada alcanzas a adivinar la plenitud de lo eterno, aun empapado de
alcohol eso lo sabes con certeza, Charlie. Los deseos mueren una y otra vez en
ti, no cesan de resucitarte mortal y caduco. La eternidad te lo da todo sin
necesidad de tenerlo entre las manos.
¿Ser
como ese cronista? ¿Aislado del mundo? ¿Padre huérfano de un hijo querido?
¿Confundir la cocaína con la sacarina? ¿No tocarle el culo a una mujer sino
tocarle los importante glúteos?
¿Vivir metido en el meollo del bollo?
Toda
una antología de la frivolidad con el fin de cobrar tres pesetas más por
artículo.
De
joven trasegar optalidones y whisky para levantar el ánimo.
De
viejo conformarse con arroz cocido y agua mineral.
Poca
cosa hay que decir del animal humano en general, aunque no así de la realidad a
la que muchas veces adopta éste como decorado a punto de desmoronarse: la
fiesta de la supervivencia.
¿Qué
hitos enumerar en los párrafos de la vida diaria de un ser humano, ese
semejante tuyo de carne y hueso, una vez has descubierto que tu casa no es el
centro del universo y que andas hermanado con los primates? Pequeñas cosas
insignificantes en el rodar del mundo por el cosmos, incidencias olvidables, y
así durante años y años entre poquedades y quimeras. Trabajo, matrimonio, hijos
(punto y seguido), enfermedad (punto y aparte), muerte (punto final).
Sea
usted un escritor famoso (con tres pesetas más por artículo) para acabar
zampando con fruición o, seguramente sin ella, pan integral, queso cheddar y unas nueces con miel en la comida;
helechos al vapor, unas rodajas de manzana y palomitas de maíz con salsa de
tamarindo de cena y en el desayuno, antes de empezar el festín de la jornada,
guisantes congelados de jardín acompañados de nuevo con pan integral.
(Menú
J.D.Salinger: menudencias tristes, algo misteriosas por la inquebrantable
disciplina mental y, en especial, física que exigen, y sólo son anécdotas nada
literarias de un tipo solitario y proclive a una medicina extravagante, un
rentista de las letras con tendencia a la cólera doméstica, la arbitrariedad y
el desdén.)
No
pensar, Charlie (¿sabe una piedra que es una piedra?). ¡Qué fatiga intentarlo!
¡Y qué frustración comprobar que sólo se consigue durmiendo… y sin que ningún
sueño zascandileando entre los sesos turbe la conciencia! Pero ésa es la única
solución frente a la zozobra. Conviértase usted en un mosquito zen, ya en el samadhi, con los ojos abiertos en la
nada más absoluta: un manotazo inesperado y, plaf, el universo, todo él, se
apaga en un instante. No pensar: un
ser vivo pero inmóvil y silente en una crisálida a salvo de la realidad
material.
Nos
repugna la idea de que la nada sea
capaz de crear algo. Incluso aceptamos de buen grado volver a la nada. Pero que el cosmos, con uno o
miles, millones de universos a la vez, que da lo mismo, sea obra de la nada...
No pensar… ¿Sabe un ser humano que es un ser humano?
Pues
acabarás en un rincón del trastero entre cachivaches polvorientos y telarañas,
como los estúpidos regalos de Navidad: ¿Este maniquí de cabeza hueca para qué
sirve? ¡Al vertedero!
A
solas con mis asuntos.
¿Sabes lo que estoy pensando?, me pregunta de repente
Boceto, y me estremezco temeroso ante la sola idea de que me lo haga saber,
hasta se me paralizan los dedos sobre el teclado:
Amigo,
tienes que comportarte como un conejo, tienes que ser un conejo que no sabe que
es un conejo antes de que te acogoten y ya despellejado y descuartizado te
metan en una cazuela. Aprovecha
mientras puedas, abre la boca y sin rechistar masca aprisita lo que te echen.)
Un
filósofo, cualquiera de ellos, de antes o de ahora, sólo logra explicar muy
bien su perplejidad y desconcierto intelectual frente a un mundo existente
antes de él y después de él, pero jamás alcanza a esclarecer mediante una jerga
sobresaliente de laboriosas perífrasis el sentido de aquél o a resolver su
personal incertidumbre y las nuestras, inermes lectores, respecto al verdadero
enigma que depara saber que el ser humano se disipa finalmente en la nada.
Ninguna respuesta es definitoria: cientos de filósofos de mayor o menor
raciocinio a lo largo del tiempo, centenares de miles de páginas y ocurrencias
verbales para concluir en el sinsentido de la verdad rotunda de una existencia
que se finiquita a sí misma desde la fisicidad y caducidad de su condición
animal, desde lo puramente matérico.
Lejos
de la ciclotimia y una polaridad hirientes: es un estoico, experto
en vestimentas del yo.
Basta
que éste salga por la puerta y ponga un pie en la tierra para encenagarla aún
más: A mí no me cansa ni me espanta mirar el mundo y lo que de él resulte… pero
me mantengo encerrado en la armadura, atisbo por la rendija de la celada y
escudado por la rodela, que bien sé yo que no ha de parar de bailar con alegría
el diablo a la vista de la zarabanda humana.
¿Y
el linaje?
¿De
los Brell…? ¡Quia! Soy como la pequeña Topsy, no hubieron padres por medio.
Ya
lo sabían aquellos tan antiguos y tan presentes: la verdad se halla en lo más
profundo de un pozo. No la sacarás de allí dando voces desde el brocal, y
ningún dios es inmortal: cuando tú mueres, mueren todos ellos.
Ninguna
teleología ampara y encauza mi decurso, Charlie. Seré lo que quiera mi último
deseo… o mi última copa.
Oh,
gran héroe romano, deberías acompañarte de un esclavo que te injuriara
convenientemente.
Durante
mucho tiempo lo tuve, y no era esclavo sino prócer. A cada paso me tildaba de
mierdecilla.
Esa
figura vertical del padre caía sobre él como una espada… entonces.
No
ahora, que los años ya arrancan con saña de la tierra a los testigos de tu
azar.
Por
fin estaba aparentemente feliz, libre en sus trapisondas.
Pero
nunca se sabe. Hay una cierta expresión de felicidad al alcance del rostro de
cualquier fingidor.
Debería
quemar toda la montaña de libros que me ha conducido a estos desbarajustes (¿o
son delirios?) nocturnos, se dice Boceto
una medianoche de la mano de un imaginado Walpurgis inocente o, al menos, más
cándido que él, salvar una mínima excerpta, hacer con ellos un auto de fe como
el que ultimó Kien en la postrera página de su ciega existencia.
¿Acaso
no sobran todos los libros una vez leídos y olvidados? Cambio una carta de amor
(¡ja!) por biblioteca profusamente apolillada; cambio descendimiento del
infierno por el sosiego de la copa en una mano y la otra asida a la grácil
cintura de una ninfa entregada.
Celebremos
sólo el libro que está por escribir: la vida son cuatro renglones.
Si
quieres leer muchos libros compra pocos, proclamaba Unamuno.
Lo
sé, lo he leído en un libro.
¿Qué
lo has leído en un libro, majadero?
A
uno siempre le subyuga alguien peor que él mismo y que ande enfangado en más
penosos errores: qué te parece, se dice ese alguien ensorbecido que se cree muy
listo, ese pobre diablo organiza su vida a través de los libros que lee:
Tenía
un bloc, un lápiz y un montón de problemas, de modo que lo único sensato que
podía hacer era… ¡ponerse a escribir con habilidad en otras palabras, -qué
ingenioso el lector-escritor- lo que recordaba haber leído!:
Ese tipo daba lástima y hasta grima.
Todo lo que necesitaba en esta vida era un millón de euros y una mujer Barbie
con la que follar todas las noches:
esto ya se ha escrito un par de millones de veces a lo largo de la novela criminal, un aborto recién eclosionado
de una especie de algoritmo capaz de proporcionar millones de versiones de
similar calaña sobre el papel inocente a través de manos escritorzuelas sin
escrúpulos.
Conclusión
urbi et orbe:
El
hecho de que uno aparezca como autor no significa que haya escrito el libro.
La
inevitable pereza de millones de seres les lleva a leer a pesar de la
distracción procesada (con poca sal) de la televisión: uno se acomoda mejor así
en una existencia anodina o simplemente de reiteradas costumbres: las manos
quietas, a lo loco los sesos entre un cúmulo de palabras a veces sin sentido,
que toda trama acaba en descabellada… Pero sólo se
debería poner en palabras escritas aquello que no sabemos ni intuimos.
Un comienzo aceptable
de novela sería, (verbigracia): vengo del
futuro y os aseguro que allí no estabais vosotros.
¿Qué
ha pasado (1978…)?: Nos hacemos en los zarandeos e inesperadas filigranas del
presente (2008), lo que hemos sido, humo, lastre o atajo, lo que seremos, la
nada, el futuro, que ni siquiera es humo, de poco nos vale mientras nos
dispersamos en el aleteo efímero de los días.
Charlie,
que te baste mirar, y aun de soslayo, a tu alrededor. Hay en el mundo
suficiente material para enmierdar la mente más sana y libre de prejuicios.
Entendámonos, copero, en roman paladino he de responderte:
¿Creo
en los milagros?, y le pregunto a la zarza ardiendo y a los cielos blancos o
negros que nos chamuscan la sesera y no a ti, escanciador del divino maná.
Y
ya con la copa de Moët&Chandon en una mano y la llave del coche en la otra,
nuestro Boceto clavado en la cruz de la angustia y el desasosiego exhaló el
último apotegma de la obscena madrugada de las mil y una verdades reveladas
mientras levantaba el culo del taburete:
Creería
en los milagros sólo si me sucedieran a mí. Respecto a los que acaecen a los
demás, tal prodigio no merece sino llamarse plagio, refrito, corrupción y
golpes bajos, que es otra de las muchas y muy disimuladas maneras de construir
un artefacto literario para entretenimiento y deleite de la distraída caterva
de los lectores contemporáneos.
Puesto
un pie en el estribo de la resaca, ya de espaldas pero sin tambalearse camino
de casa, hogar, dulce hogar, todavía lanza la postrera advertencia del borracho
impenitente, venga o no venga a cuento, que para eso es el protagonista de nuestra historia: Se
destruyen los seres, las cosas, el pensamiento, incluso lo abstracto y lo
inmaterial, pero no se destruye el tiempo, el verdadero creador del universo
donde todo nace y muere en un incomprensible y definitivo final, y eso, amigo
barman, anida en la hez de la última copa.
Que
la cogorza y los dioses te sean favorables, musita nuestro buen Charlie,
escribidor en ciernes y mal poeta, la gracia que no quiso darle el cielo, sin
historias que imaginar y poner en papeles y pasando por enésima vez el paño
seco sobre la barra de las frustraciones y los pecados ajenos y propios. Cien
años después:
He
vendido 12 ejemplares de mi fantástica novela Volverás a mí.
Enhorabuena,
es el mismo volumen de ventas que consiguió Samuel Beckett con la primera
edición de Murphy.
Mentidero,
mentiras y falsedades, pero distraen tanto…
Hace
tiempo que sustituyó el Ulises por el
Little Nemo de Winsor McCay: una
imagen vale… aseguraba más cínico de lo habitual.
Como
fuere, no acabar con el trasero soldado a un raído sofá y el pensamiento
hechizado por la nada de una pared pintada de blanco, al igual que esos viejos
a quienes lo único que les anima a seguir vivos día tras día es el pavor a la
muerte: ni se atreven a pestañear.
Tate,
tate, lejos andas tú de la salvación, que es la copa y su licor tu venda en los
ojos, la amnesia y la idiocia que también a ti te dejan frente a una pared
desnuda con la mirada muerta y una mudez de ultratumba.
¿Acaso
no suelto la lengua cuando así es menester?
Y
así te han de sepultar las inconveniencias que perpetras cuando obras de ese
modo alocado.
Peor
sería lo escrito, que ningún envanecido desestima en algún momento de su
transitoria existencia emborronar paginitas por creerse humano inusitado y
digno de ejemplo: Verba volant scripta
manent. Los muchos alcoholes desatan mi lengua, pero alejan la mano de la
pluma. Váyase lo uno por lo otro y tengamos la fiesta en paz. Soy inocente, ni
rastro he de dejar de mi inoperancia, que la voz es aire y vuela, vuela.
Allá
otros, pues.
Magister dixit, parecen proclamar a los cuatro vientos las crónicas
del infatigable cronista.
Se
abrirán los montes y parirán un ridículo ratón:
Yo
frecuento casas de duques, de banqueros solemnes y grandes y embusteros y
marrulleros politicastros… aunque prefiero el atardecer polvoriento de los
solares y los cielos negros de la noche vallecana, arrabalera y suburbial.
El
cronista todavía no se ha descubierto a sí mismo sentado a la diestra del dios
de los dandis de atuendo exquisito o a la siniestra del dios de los quinquis
con la jeringuilla en el bolsillo del culo, en 1978 aún dudaba literariamente
entre escribir en negritas el nombre de la mujer del duque y vivir del whisky y
el canapé agradecido de media tarde por débito de la gracia o atracar una
farmacia esgrimiendo la estilográfica libre del capuchón.
Si una cosa te importa
un ardite ¿por qué no habría de importarte lo mismo todo lo demás?, debe
preguntarse a menudo el cronista, que sabe de sobra lo primordial de nuestro
paso por la tierra, lo que en verdad nos une a los otros animales que hollan el
planeta: para la tía del filo el fracaso
tiene la misma importancia que el éxito.
¿El
ser humano?
Exhibimos
una imagen, no la verdad que ocultamos, que en el mundo todo es teatro.
Mi
padre en sus últimos años procuraba alimentarse sólo de ambrosía para evitar el
fastidio de la defecación, dijo uno.
Se
disfraza de sí mismo el gacetillero a jornal diario… ¡y así vamos de bien!
Poco
adivinas de mí, como si me vieras reflejado en un espejo negro, sólo el dibujo,
ningún color…
Y
remata nuestro analista mundano del estercolero social en el que tan a gusto se
halla metido hasta las cejas, sin necesidad en esta ocasión de echar mano de
negritas ni cursivas:
¿Hay
que jugarse la vida para ser un literato? No… Entonces la literatura, la
escritura, sólo es un juego, algo que aumenta mi caudal de un año a otro de
tres en tres pesetas… Es como esa clases de adorno que acompañan asignaturas de
mucho mayor relieve.
Le
daba a la Olivetti con los dos dedos índice, casi comiéndose las teclas con la
narizota y la boca a causa de su vista miope: El cronista, certificó con
irrebatibles documentos su biógrafo oficial del 2008, año internacional de la
nariz en forma de patata cocida, tenía una caligrafía desastrosa, lo cual
constituía sin excusa posible un flagrante ultraje para el lector de cualquier
manuscrito perpetrado por él. No obstante, entre las fotografías intercaladas
en las páginas centrales de la voluminosa biografía se encontraba la
reproducción de un texto escrito a mano por el insigne memorialista que,
descifrado con laboriosidad por aquel entusiasta investigador, nos legaba unas
líneas de enigmático alcance: Quienes
mueren, al cabo de un tiempo, descubren que están muertos. Y poco más abajo
en el mismo trozo de papel, las cuasi ilegibles cagadas de mosca del cronista
de letra desmañada transcribían la conocida cita borgiana: Quería comprender el universo y saber quién era o saber si era alguien.
Si
hubiera llegado a los cien años de vida (se quedó a un cuarto) habría
descubierto el Umbrales que, a pesar de su cinismo trasplantando al mundo
castizo de Chueca y Malasaña, era un kantiano sin remedio: ¿Para qué torturarse
en conjeturas?
Hay
cosas que no podemos saber, se dice Boceto
treinta años antes de la biografía póstuma de aquel testigo implacable de la
efímera y trivial sociedad de su tiempo, ya entregado sin reservas con juvenil
inconsciencia a las corrupciones graciosas de su época, absolutamente al borde
de toda crítica en su flamante estrenada mayoría de edad: Cumplo mi palabra
aunque sea obscena y a destiempo, afirma con la voz engolada del recién salido
de la adolescencia al público en general, pago lo que debo (con el dinero de
papá y mamá), tu vida y tu muerte son cosa tuya, bicho humano (no salpiques),
no hagas mal a nadie (mi tiempo es demasiado valioso para considerarte
magullado, mutilado o de una pieza), no consientas que nadie te haga mal a ti
(muchos escudos han de protegerte para evitar la respuesta justiciera de mi
brazo matador)… Pues, esa es toda mi filosofía ética, camaradas.
A
lo hecho, pecho.
Jamás
la incumplió pese a las muchas situaciones embarazosas que habría de padecer y
que siempre procuró resolver con prontitud y absoluta indiferencia sino desdén.
Este
no tuvo desde niño un bosque a su alcance al que escapar de papá y mamá, no
vivió nunca en un cuento de hadas: le bastaba con descender hasta lo más
profundo de su alma de árbol, allá donde al igual que a los ficus le sostenían
y nutrían las raíces poderosas: cree en la eternidad… y no es creyente de
ninguna religión.
Su
descreimiento comenzó a fraguarse en su época gris y negra agustina. Por entonces ya había descubierto que sólo
existen dos clases de dioses: los que se vengan de ti a través de los
sufrimientos que te infligen por tu condición humana y los chantajistas que te
sobornan valiéndose de sus mediadores terrenales con el paraíso si te postras
ante su… ¡invisibilidad!
Coleccionaba
(también era su época rosa y azul, colores tan melosos, sin que ello le
supusiera por paradójico que fuese ninguna contrariedad) comienzos de poemas..
siempre en español:
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana…
Condena
los horizontes, se dice pasados los poemas y los aniversarios (pasados treinta
años) con la copa vacía en la mano y la mirada herida por los extrañamientos, y
la confusión, y por saberse vivo, y ser uno más, y…
La
experiencia de una existencia que suele descansar en los hechos cotidianos se
relaciona chocantemente, o eso creía él, con los avatares históricos y hasta
morales de su tiempo, un estercolero como lo fue en el pasado y lo sería en el
venidero. ¿Cómo diablos no iba a ser un descreído de todos los símbolos y de
los trapos pintarrajeados de las banderas tan mancillados por antojos
criminales?
Abandonad toda esperanza.
Pero…
Bebamos,
Charlie, y librémonos de los terrores metafísicos, que lejos quedo aún de un cerebro húmedo… Pienso, luego sigo.
¿Qué
me dices de esos pantalones acampanados en blanco y negro del 78 que ceñían tus
piernas?…
Inolvidables…
y patéticos.
…y
de las botas de terciopelo, de los bigotes de mosquetero, de las camisetas punk
pintadas por uno mismo…, ¡Ah, los años de la margarita!
Las
penas, ay las penas.
Las
dichas, ay las dichas.
Nuestro
pequeño héroe tuvo una larga vida compuesta, ¡cómo no si era humano, demasiado
humano!, de dichas y de penas, así que le dio tiempo en la segunda mitad de
ella de arrepentirse sin reservas de todas las infamias y mezquindades que
perpetró en la primera.
Yo
no he tenido más remedio que jugar con las cartas que me han repartido los
dioses o los diablos… Pero he hecho todas las trampas que he podido, e incluso
a veces me he sacado un comodín de la manga: jamás juegues con la vida a cara
descubierta.
Se
instaló en el fracaso del espíritu, que es harto llevadero si andas lejos de la
precariedad material, o en la inacción si te has librado de las premuras de la
supervivencia. El fracaso de ayer supone el disfrute de hoy, aunque sea mañana
tu perdición, pero… largo me lo fiáis, que si hubiera sido guerrillero de la
vida y sus luchas…¡pedrada que te crió y tente perro!
Al
cabo, cierra la puerta tras de ti, que la oscuridad protectora vele tus días y
sus noches. Deteriores, de una u otra clase, los mínimos aunque te vengan con
alevosía, que para ello si menester fuese ya armarías por tu cuenta una nueva partida de El Fraile. (Mas… cuidado que
no resucites en forma de cura de misa y olla, que si tal sucede se te acabaron
los arrestos y la provocación blasfema, con tanto que estimula el exabrupto:
acudid, dioses, a este basurero humano, revolcaos en él al igual que hombres y
mujeres satisfechos como cerdos hozando en la pudrición.)
Estos
tipos sin turbulencias que los menoscaben, cuando ya la traición del cuerpo es
inevitable y pestilente y nada solapada, pues se planta frente a ti y lo
sórdido del socavamiento de la carne y los huesos se sufren a plena luz sin
disfraces que la enmascaren, se resignan a la tristeza y, ya definitivamente,
con talante comedido, a la idea de la muerte, a la eternidad de una nada quien
sabe por quienes habitada:
Soy
eterno… pues soy: lo sido me reafirma y lo que ha de ser es.
Entretanto,
el superfluo cronista de la trivialidad que, al parecer, ha leído a Gramsci
antes que nadie, intenta ligarse a una quinceañera a la que trata de camelar
hablándole del elefante meón del Campo del Moro mientras la pasea por la Casa
del Campo. (Las basuras fílmicas que
acanallaban las tardes cuando se pelaba las clases agustinas y tomaba asiento
dispuesto a no perder ni un solo plano de Pierna
creciente, falda menguante (0), film apoteósico en su género, a fin de
cuentas, se preguntaba sin arrepentimiento el Boceto cuarentón, ¿no sedimentaban esa afición muchos de los
presupuestos ideológicos en relación a lo cultural que defendiera Gramsci?).
Ah,
Bocetus, proyecto de hombre, proyecto
de todo, si escritor hubieras sido, amanuense a horas pagado; si filósofo,
divulgador ramplón de ideas volanderas de sujeto, verbo y predicado; si poeta,
recitador floral de halagos cursilones en heptasílabos consonantes a la más
bella de la aldea (bailongo en la plaza a partir de la medianoche, y en después maitines chocolateros). Ah,
felices 78…
Aunque
también, para qué nos vamos a engañar, las cursiladas siembran los textos más
inocentes e inesperados del cronista. Huye uno de la frase hecha y el lugar
común y se enloda en refinamientos expresivos que hasta tumban de espaldas a
los prosaicos literatos que utilizan la lengua a patadones, garrotazos y gritos
destemplados: las cartas a mano mojan su
tinta en el corazón recargable del tintero interior del hombre (¡joder,
Vivales!), asegura el martillo de herejes
recipiendario de la escritura más recia, metafórica y castellana. Líneas más
abajo de la lindeza de líneas más arriba declara nuestro moderno diablo cojuelo
que el mar es una escritura, pero
afirma que no insistirá en ello por ser poéticamente fácil, que es como acabar
en aquello que reprochaba el otro: el tipo no tenía nada que decir… pero lo
dijo.
Ah,
Boceto…
Y
este ¿qué pinta aquí?, podríamos preguntarnos al cabo de tanta página
mancillada (para pasar el ratito, como justifican el pasatiempo los terribles y
vengadores jugadores de parchís): torpes redacciones, pensamientos chinos o
vaya usted a saber de quién impresos en los sobres de azúcar, poesías vomitivas
en loor del cutis maquillado pedestremente de la reina de las fiestas… Con la
pluma como espada jamás habría obtenido el dinero suficiente para una sopa de
col.
Nada,
nos contestaría Paula Coloma con sonrisa displicente de sabelotodo, no pinta
nada, o poco más de nada, Boceto sólo
es un under fours en la historia real
de nuestros acontecimientos.
Acabáramos.
Fundido
en negro.
Interior. Un vetusto despacho
perteneciente a la Jefatura Superior de la Policía, brigada político-social.
No
me mire de ese modo. Soy lo que parezco. Lo sé: una copia emborronada en papel
carbón.
¿Qué
nos queda en 2008?
La
chatarra oxidada de tantas ideologías que el
sálvese quien pueda de la cotidianidad envolvente ha arrumbado al vertedero
del tiempo. Créame, señor comisario, mi mayor deseo es cumplir
satisfactoriamente las labores docentes que desempeño en la muy celebrada
facultad de Bellas Artes de Valencia y, ya en la intimidad del hogar junto a mi
santa esposa, aumentar poco a poco sin desembolsos excesivos mi maravillosa
colección de incitantes shungas
japoneses.
Este
quien lo dice que por muchas manos ha pasado, aunque sin cicatrices de malas
heridas, incluso sin que dejaran mínima huella sobre su piel, que es como un
libro abierto, pero nada fatigado,
que dicen los libreros, éste que
incluso a estos sabios engaña…
¿Pues
que ibas a terminar como ese camarada tapujado en la trenka que conociste en
las trincheras de los cine-clubs, los cafés y las librerías luchando por la
libertad? Ahí lo tienes apoyado con indolencia en una esquina (no puedes
apartártelo de encima, en sueños se te aparece), sin quitar el ojo siniestro a
las piernas al aire de las colegialas uniformadas, rezumando bilis el tipo y su
imbatible calva cenicienta, de mirada turbia, amarillo el iris, aguachirle ya
el cerebro…
Y
aquí paz y allá gloria… Y a pescar cotufas al golfo, que diría el maestro
Cervantes.
¿Sobresaltose nuestro
héroe de gran manera en alguna ocasión? ¿Dio un respingo?
Inmutable se diría en
todo instante en los lances imprevistos de la existencia. Un sujeto lacónico al
que bien disfraza a veces la melancolía. Doy fe de ello, que hasta este punto
he recorrido sus avatares (y desapariciones).
Arduo me es admitirlo,
pero no hay tipo que no tenga los pies de barro en esta época de crímenes.
Con este…
Jenga: quitas de este lado y pones allá… He
aquí que nunca se le vino abajo el tinglado ni en los momentos más endebles del
yo.
Será
un hombre tan raro que hasta dudaría yo que fuese un hombre.
Por
no tener no tiene ni un hijo. ¡Con lo fácil que es tenerlo! Está al alcance de
cualquier idiota.
¿Qué
ocurre en la angustia del amanecer cuando esas luces como navajas hacen que te
sientas culpable de las cosas del pasado sin redención posible en el presente?
Entonces
no existe el perdón, simplemente aceptas el castigo por muchos tormentos que cargue en el debe.
Fluía
la sangre, roja como el pecado, nada que la adultere, lejos de la
benzodiazepina, la mente despejada.
Una
mañana se sentía Enrique IV… y a la noche Falstaff.
(Echa
mano de la Physician’s Desk Reference.)
Yo
no hago un uso moral o político de los libros. Me limito a leerlos, y si hay
suerte, si merece la pena, los enjuicio desde un plano estrictamente estético y
a veces incluso literario, lo que es el colmo de la hipocresía: ¿qué demonios
tiene que ver escribir con leer?
El
tipo –el narrador- había sido un testigo, uno más, confesó Boceto, del desafuero de mis idas y venidas. Ahora, qué gracia,
estaba muerto e incinerado, es decir, anónimo en la eternidad, pero yo seguía
siendo el protagonista… e incluso un lector…
aun desvanecido en las sombras.
¿Que
no había de ser ese narrador vengativo y hasta cruel?: podría plasmarte a
través de una escritura sectaria enojado perpetuo y despreciativo, la mirada,
el rictus de la boca y el gesto de notorio desdén… pero todo lo cual no te
alejaría sin embargo de que ese narrador te arrojase en brazos de la más
corrosiva desesperación, aquella en la que acaban los pensionistas menesterosos
y que ahuyentan al atardecer cerrando las ventanas y encharcándose las tripas
de vinazos cosecheros. Podría desfigurarte. Podría cambiarte de lugar el culo y
la cara con un golpe de tecla sin que apenas te apercibieras de ello.
Qué
tiempos. Se nos escatima la democracia y se nos engaña con la pornografía,
afirman todos los cronistas de moda, y por supuesto el más ínclito de ellos, al
margen del credo político que sustente sus sueldos de prosélitos haciendo
méritos. (¿No son la misma cosa los senos desnudos de la fulana de turno
ilustrados en papel cuché y la lengua desatada del tipo encorbatado perorando
en el estrado fotografiado en el papel de envolver el pescado? En ambas
exaltaciones germina sin duda lo obsceno, la imagen de una falsedad
ininterrumpida e inequívoca.)
Qué
de cosas se leen (ojean) en el periódico:
EE.UU
lanza su sonda Pioneer Venus a Venus
(y allí se quedó al parecer).
En
la actualidad, los neonatos provienen de un tubo de cristal (agítese antes de
usar).
En
agosto, Nevada, EE.UU detona una bomba atómica (la 913, según el registro).
Paul
Valéry: los imbéciles de los políticos que nos gobiernan no son muchos, pero
están muy bien elegidos: son perfectamente
imbéciles.
El
78… ¿Un tiempo? ¿Un lugar?
En aquel lugar los niños aún jugaban a las chapas en algunas calles y
casi todos ellos calzaban chirucas hasta el final de la adolescencia.
Algunos
de ellos esnifaban pegamentos.
Así
acabaron en el 2008.
¿Esnifando
cocaína?
Pudriéndose
a deshoras.
(Si
escribir fuese lo suyo –¡ah, el Klee durmiendo en el arcón por siempre jamás!-,
se diría que el testigo de tantos sucesos escribe en rancia tipografía, la
bodoni, por ejemplo, y en letra de poca mancha y deficiente legibilidad, un
librillo de páginas encoladas y tono muerto, grisáceo.)
En
fin, Charlie, como afirma tu tocayo Dickens, unas copitas de licor además de
ser muy saludables, alegran el alma, aunque no sea bebida de nupcias y
celebración.
Tipos
hay, gacetilleros, actrices y hasta flamencos, que sólo por sorber una copa de
champán ante las cámaras de televisión, ¡y en blanco y negro!, cobran dos
millones de pesetas de las de entonces.
El
pasado apesta a infamias, prontos remordimientos que no han desdeñado el viaje
hasta ahora mismo e ineficacia, se dice en el 2008 un Boceto totalmente humillado y hasta ofendido, precisamente ahora, por el futuro inesperado que sobrevendría
después enturbiando y minimizando aquel pasado todavía más en el hoy de nuestros pecados. Y en la era actual, eh, Boceto, ¿qué ocurre durante la mañana y
la tarde que adosa a los sueños de la noche ese carácter de desasosiego que
tanto apesadumbra la conciencia al abrir los ojos?
No
han de ser esas noticias ridículas y efímeras, breve pasatiempo de ociosos y
coleccionistas de naderías, esos personajes de cataduras solemnes y seriedad
grotesca con el traje prestado de un día y el nombre del que hay que mofarse
por intercambiable.
Ocurre
una de las mezclas más horrendas en el tiempo y el espacio de este planeta en
su rumbo azaroso a través de la oscuridad infinita, ocurre el hoy y el ayer y el mañana todo en uno, más allá de las imágenes
de las modas y los usos con que las épocas se obstinan en disfrazarse.
Qué
siglo de remedios tremendos: unos se meten supositorios de optalidón por el
culo y otros que se han aficionado a regodearse mediante raras libidos se
hartan de quemar vivas con napalm a niñas vietnamitas.
Más que extinguirse en
el mundo, algo que en el fondo le aterraba, buscaba una secesión respecto a sus
inmundicias, cortar el cordón umbilical que pudiera trastornar sus íntimas
devociones: ocio, placer, sarcasmo, su yo
inevitable…
El tiempo… el lugar
donde envejecemos.
¿Cagadero
colectivo? Cacator cave malum.
De
acuerdo, no tengo ningún conejo escondido debajo de la manga, pero tengo una
reluciente chistera que hasta podría hacerla bailar en la pista al son de El Continental.
Y
una memoria: de ahí sí puedo sacar todo aquello que se me ocurra (o incluso que no se me ocurra a mí y vaya a sus tontas y a sus locas rebotando entre las paredes
craneales), y sin el peligro de un fiasco que dé al traste la función. El
cerebro es la auténtica magia.
Cada
cosa a su hora.
Nos
quedamos en el término medio, querido barman: entre la mens y el corpore.
¿Qué
clase de vida es esta?
La
única que conozco, y es mucho mejor que aquella, la del 78, y no me importan
absolutamente nada los siete mil millones de todas las demás vidas del 2008,
que parecen nacidas de los (sórdidos) anuncios de la televisión matutina.
¿Sabes
cuál es tu problema?
Por
supuesto que sé cual es mi problema. Lo he sabido desde que tuve uso de razón.
Y a fe mía que no me ha ido nada mal sabiéndolo y protegiéndome de todas las
respuestas fáciles al alcance de cualquiera. Sólo tenía que hacer lo que no se esperaba de mí.
Eso
no es una respuesta.
Eso
es la respuesta magnífica y, me temo, única con que enfrentarse y desenredar
todo tipo de problemas, los propios y también los ajenos que algunos miserables
terminan por endosarnos abusando de nuestra, digamos, inocencia social en la
barra de un bar de medianoche y luces matizadas mientras entrechocamos las
copas y aguardamos al futuro… de ayer con la mejor de las sonrisas.
Y
todo esto ¿para qué?
Y
la realidad ¿a qué santo? También yo, amigos, en mi época bohemia jugaba con un
gato rubio.
Se
aplicaba a sí mismo (exactamente un
individuo) la definición más humanamente llamativa de carácter marxista:
soy un reflejo del mundo en el que vivo.
Hay
gente que comemos todos los días y muy bien, así que a ratos, que son muchos,
nos dedicamos a hacer estupideces hasta que el sueño nos vence: mañana será
otro día.
(Villon
más que Rabelais y, por supuesto, mucho más que la humana e incruenta ira de
don Quijote.)
En
el 78 el cronista tenía tres máquinas de escribir, o al menos eso declara, una
gata preñada, un par de gafas graduadas, cinco camisetas que solía intercambiar
con cinco rollos de papel higiénico, varios slips (blancos, es un suponer), un
leotardo de lana rojo, unas botas Yanko, un par de zapatos con hebilla para las
festividades, un exprimelimones de lujo, una bufanda roja, un botiquín
(espermicidas, diafragmas, neogynonas, espirales, tiritas), un despertador, las
obras completas de Antonio Machado en edición rústica y, de colofón, una cama
matrimonial donde manoseaba a su señora mientras le leía poemas de Juan Ramón.
Y
con tal bagaje ¿qué se dispone a hacer nuestro columnista mediado ya el verano?
Escribir
el Quijote (así lo nombra él, el quijote,
como lo tildan al libro los bachilleres más desalmados con el pegamento en la
mano y la mirada mustia).
¿Acaso
se cree un Menard?
Es
difícil saberlo: siempre termina escribiendo lo que se espera de él, y eso confunde mucho al personal aunque
parezca, por previsible, lo contrario.
Vivir
frustra lo suyo, nunca ha recibido una carta de Azorín, al que desprecia.
Contra
Franco vivíamos mejor, empiezan a decirse cabizbajos los universitarios
talluditos en el 78.
Aunque…
antes: Yo me precio de ser un futurista, sostengo sin que me tiemble el pulso
que donde esté una locomotora que se quite La
Gioconda.
Lo
que ocurría es que éramos más jóvenes, como proclamaba una pintada gritando
chillona de rojez desde un muro de la periferia, desastrada como siempre, cinco
años más tarde.
Ahora ya ha
sobrevenido la angustia. Saben que la época tan llevadera de la transitoriedad,
cuando todo estaba a medio terminar, ha concluido. Ya son definitivos, y lo que
los rodea también. El tiempo de las componendas, la relatividad y mañana será
otro día se han ido al garete.
Ah esos jovencitos
tempranamente opositores a la prebenda y al mínimo esfuerzo ¡tan pronto
diezmados en flor!
Y dentro de cien años…
esos viejos terribles: a partir de cierta edad ya no tienes alma, al infierno
con todo y con todos. Sólo tienes próstata.
Típico
de la quinta copa, la que uno debe tomar debajo de la cama, es convertirse en
una víctima de la reflexión: Creo que la gente, toda la gente, es muy
desdichada durante gran parte de su vida. Unos lo saben y otros no lo saben,
pero todos nacen, viven y, desdichadamente, se mueren.
(El
saber es algo muy subjetivo debido a su gran diversidad.)
Como
dijo Alejandro Sawa una mañana que no podía salir a calle por andar ya en
andrajos, es preferible no tener pantalones a no tener talento.
En
2008 ¿aún se envían telegramas?
En
verano del 78, el Cronista Infatigable, que espera excitante la llegada de un
millón de suecas prestas a patear la piel de toro, pone al día su vida sexual
mientras observa complacido su
herrumbroso instrumental galante.
En
el verano del 78 los calores asfixiantes de julio provocan que la sesera,
aunque no la de todos, confunda la prosa de Quevedo con la de un periodista
deportivo.
En
septiembre del 78 Umbrales anda convencido de que es Vivaldi (?) y, ya puestos,
difama a un viejo escritor indecente calificándole de mala bestia en busca de
gloria cloacal.
Él
se codea con poetas que fuman cigarrillos mentolados.
Él
a veces se refugia en un sex-shop como el que se mete en un diccionario y busca
las palabras más adecuadas para conseguir una gran orgía léxica.
Él
relee una y otra vez a monsieur Barthes desde el grado cero: lo repasa en
traducciones muy deficientes. Él habla en cheli con Laforgue cuando volvían ya
realizados de putas, aunque, él, escribidor impenitente, hubiese preferido
acostarse con una metáfora. A fin de cuentas, ¿qué es una mujer? Para el señor
Cela, su maestro, el segundo de los tres animales que más ama: el primero es el
perro y el tercero el caballo.
Él
orina tristeza, confiesa finalmente.
Yo
creo que él bebía sin alegría.
Él
jamás empleaba su tiempo escribiendo para el cajón. Es un profesional de la
escritura, el whisky y el optalidón.
En
septiembre del 78, en Nevada, EE.UU detona una bomba atómica de 8 kilotones (la 914, según el registro).
Quiero
saber…
¿Qué
quieres saber?
Quiero
saber por qué existe la bomba nuclear.
Bueno,
tiene su lógica. Lo más temible para un ser humano, pues la naturaleza es ciega
e inocente aun en su daño, es otro ser humano.
Quiero
saber…
Otro
perro, más perros… El can nuestro de cada día.
Hacerse
un destino… aunque no sea el que convenga, creer en una finalidad equivocada o
no: mientras haya algo delante, se dice el agonizante huyendo con la
imaginación de la dentellada de los perros del cáncer.
Tomaremos
una tácita de eléboro, templaremos los ánimos y quizás alguien pueda sacar
algún provecho de mí, se dice Boceto.
Aunque lo dudo, continúa diciéndose, nadie lo conseguiría de metal base tan
inocuo.
Hacerse, aunque sea
sin obligación ni razón aparente, una visión y conocimiento de la realidad
distorsionados por el asco y el escepticismo.
Estaba
muerto y pronto iba a desaparecer bajo tierra o dispersadas sus cenizas en el
aire para nunca ser recuperadas, pero jamás dejaría de ser él, incluso muerto
mil años, un millón de años, siempre sería él.
A
fin de cuentas, cultivaba una vanidad y un cinismo tras los que se hallaba muy
a gusto: la pulsión necesaria para pasar el ratito de la vida.
Otro
que sabe de etiquetas pero no de contenidos: habla del mundo: Yo soy todo el
mundo, escribe sin pudor y con absoluto convencimiento, yo me inspiro mucho en
la papelería ilustrada en añafea que depositan en mi buzón del zaguán.
En
realidad ¿qué sabes tú de Marx, travieso hombre de letras?
Que
trasegaba cervezas sin parar y destrozaba farolas por la noche, y cuando había
dinero también engullía un toddy.
El
cronista de la vida, pues así se intitula a sí mismo, como si fuera un libro
abierto, declara como aficiones el amor y la guerra, por ese orden, y como aún
no le han invitado a La Zarzuela ni a la bodeguilla, pues no hay
caso cuando entonces, aboga por la República del 78 y los subidones que
proporciona el optalidón administrado por el culo: hubiera dado cinco años de
su vida por haber disparado él la escopeta nacional, y cobrarse una buena pieza
en lugar de ir recogiendo pajarillos abatidos con un perdigón.
Él es mucho de hablar
un inglés hermético, de modo que termina refugiándose en su español cálido e
inagotable y en su escopeta de feria.
Él es mucho de llamar
por los teléfonos de ficha: noticias del otro lado.
A
ratos con Kant, a ratos con el silabario.
A mediados de noviembre
de 1978 en Jonestown, Guyana, se suicidan más de 900 miembros, incluidos
mujeres y niños, de la secta El Templo del Pueblo, dirigida por el reverendo
Jim Jones. Un cóctel fulminante, Charlie, amigo, mi Caronte: zumo de uvas y
cianuro.
Y
tú ¿cómo quieres morir, Bocetillo?
Como
los hombres y mujeres bíblicos, colmado de días.
En
diciembre de 1978 en un túnel a 248 metros bajo tierra, en el
área U3kn del Sitio de Pruebas Atómicas de Nevada, a unos 100 km. al
noroeste de Las Vegas,
la Ciudad del Juego, Estados Unidos detona
su bomba atómica Concentration (la número 915, según el
registro).
Aunque
¿importa algo ya en el umbral de la eternidad las cosas triviales de lo humano?
Muchos
años después el cronista, que en el septiembre inaugural y hacedor de 2007
apresta la pluma como un colegial aplicado ante el nuevo curso escolar, observa
moribundo en derredor suyo una existencia mundanal convertida en un
rompecabezas inarmónico del que apenas logra desenmarañar nada en sus piezas
dispersas, bracea en el Leteo, bebe del olvido: Las vides al sol, los pámpanos
lucientes, los racimos luminosos en el inicio del curso dorado del tiempo… El
incendio clamoroso otra vez de lo nuevo…
Ese
lenguaje entrecortado es la incoherencia de la muerte.
Y
Boceto, este proyecto de hombre, este
Brell en su mayoría de edad recién estrenada, muy complacido por instalarse en
la aurea mediocritas, mira absorto con las manos a la
espalda, como ausente de la vida, incrédulo, el charco de sangre espeso y
negruzco que cual una sombra ha brotado de ese trasto humano abatido en la
acera frente a la puerta de una bisutería de barrio, ya en las postrimerías del
Año Internacional del Criminal: poco antes había creído el muerto que el mundo
se le venía encima, pero era él que caía.
De
mortuis aut bene aut nihil.
Enero-24/Diciembre-25

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