domingo, 7 de diciembre de 2025

38

Sólo si no deseas nada alcanzas a adivinar la plenitud de lo eterno, aun empapado de alcohol eso lo sabes con certeza, Charlie. Los deseos mueren una y otra vez en ti, no cesan de resucitarte mortal y caduco. La eternidad te lo da todo sin necesidad de tenerlo entre las manos.

¿Ser como ese cronista? ¿Aislado del mundo? ¿Padre huérfano de un hijo querido? ¿Confundir la cocaína con la sacarina? ¿No tocarle el culo a una mujer sino tocarle los importante glúteos? ¿Vivir metido en el meollo del bollo?

Toda una antología de la frivolidad con el fin de cobrar tres pesetas más por artículo.

De joven trasegar optalidones y whisky para levantar el ánimo.

De viejo conformarse con arroz cocido y agua mineral.

Poca cosa hay que decir del animal humano en general, aunque no así de la realidad a la que muchas veces adopta éste como decorado a punto de desmoronarse: la fiesta de la supervivencia.

¿Qué hitos enumerar en los párrafos de la vida diaria de un ser humano, ese semejante tuyo de carne y hueso, una vez has descubierto que tu casa no es el centro del universo y que andas hermanado con los primates? Pequeñas cosas insignificantes en el rodar del mundo por el cosmos, incidencias olvidables, y así durante años y años entre poquedades y quimeras. Trabajo, matrimonio, hijos (punto y seguido), enfermedad (punto y aparte), muerte  (punto final).

Sea usted un escritor famoso (con tres pesetas más por artículo) para acabar zampando con fruición o, seguramente sin ella, pan integral, queso cheddar y unas nueces con miel en la comida; helechos al vapor, unas rodajas de manzana y palomitas de maíz con salsa de tamarindo de cena y en el desayuno, antes de empezar el festín de la jornada, guisantes congelados de jardín acompañados de nuevo con pan integral.

(Menú J.D.Salinger: menudencias tristes, algo misteriosas por la inquebrantable disciplina mental y, en especial, física que exigen, y sólo son anécdotas nada literarias de un tipo solitario y proclive a una medicina extravagante, un rentista de las letras con tendencia a la cólera doméstica, la arbitrariedad y el desdén.)

No pensar, Charlie (¿sabe una piedra que es una piedra?). ¡Qué fatiga intentarlo! ¡Y qué frustración comprobar que sólo se consigue durmiendo… y sin que ningún sueño zascandileando entre los sesos turbe la conciencia! Pero ésa es la única solución frente a la zozobra. Conviértase usted en un mosquito zen, ya en el samadhi, con los ojos abiertos en la nada más absoluta: un manotazo inesperado y, plaf, el universo, todo él, se apaga en un instante. No pensar: un ser vivo pero inmóvil y silente en una crisálida a salvo de la realidad material.

Nos repugna la idea de que la nada sea capaz de crear algo. Incluso aceptamos de buen grado volver a la nada. Pero que el cosmos, con uno o miles, millones de universos a la vez, que da lo mismo, sea obra de la nada...

No pensar… ¿Sabe un ser humano que es un ser humano?

Pues acabarás en un rincón del trastero entre cachivaches polvorientos y telarañas, como los estúpidos regalos de Navidad: ¿Este maniquí de cabeza hueca para qué sirve? ¡Al vertedero!

A solas con mis asuntos.

¿Sabes lo que estoy pensando?, me pregunta de repente Boceto, y me estremezco temeroso ante la sola idea de que me lo haga saber, hasta se me paralizan los dedos sobre el teclado:

Amigo, tienes que comportarte como un conejo, tienes que ser un conejo que no sabe que es un conejo antes de que te acogoten y ya despellejado y descuartizado te metan en una cazuela. Aprovecha mientras puedas, abre la boca y sin rechistar masca aprisita lo que te echen.)

Un filósofo, cualquiera de ellos, de antes o de ahora, sólo logra explicar muy bien su perplejidad y desconcierto intelectual frente a un mundo existente antes de él y después de él, pero jamás alcanza a esclarecer mediante una jerga sobresaliente de laboriosas perífrasis el sentido de aquél o a resolver su personal incertidumbre y las nuestras, inermes lectores, respecto al verdadero enigma que depara saber que el ser humano se disipa finalmente en la nada. Ninguna respuesta es definitoria: cientos de filósofos de mayor o menor raciocinio a lo largo del tiempo, centenares de miles de páginas y ocurrencias verbales para concluir en el sinsentido de la verdad rotunda de una existencia que se finiquita a sí misma desde la fisicidad y caducidad de su condición animal, desde lo puramente matérico.

Lejos de la ciclotimia y una polaridad hirientes: es un estoico, experto en vestimentas del yo.

Basta que éste salga por la puerta y ponga un pie en la tierra para encenagarla aún más: A mí no me cansa ni me espanta mirar el mundo y lo que de él resulte… pero me mantengo encerrado en la armadura, atisbo por la rendija de la celada y escudado por la rodela, que bien sé yo que no ha de parar de bailar con alegría el diablo a la vista de la zarabanda humana.

¿Y el linaje?

¿De los Brell…? ¡Quia! Soy como la pequeña Topsy, no hubieron padres por medio.

Ya lo sabían aquellos tan antiguos y tan presentes: la verdad se halla en lo más profundo de un pozo. No la sacarás de allí dando voces desde el brocal, y ningún dios es inmortal: cuando tú mueres, mueren todos ellos.

Ninguna teleología ampara y encauza mi decurso, Charlie. Seré lo que quiera mi último deseo… o mi última copa.

Oh, gran héroe romano, deberías acompañarte de un esclavo que te injuriara convenientemente.

Durante mucho tiempo lo tuve, y no era esclavo sino prócer. A cada paso me tildaba de mierdecilla.

Esa figura vertical del padre caía sobre él como una espada… entonces.

No ahora, que los años ya arrancan con saña de la tierra a los testigos de tu azar.

Por fin estaba aparentemente feliz, libre en sus trapisondas.

Pero nunca se sabe. Hay una cierta expresión de felicidad al alcance del rostro de cualquier fingidor.

Debería quemar toda la montaña de libros que me ha conducido a estos desbarajustes (¿o son delirios?) nocturnos, se dice Boceto una medianoche de la mano de un imaginado Walpurgis inocente o, al menos, más cándido que él, salvar una mínima excerpta, hacer con ellos un auto de fe como el que ultimó Kien en la postrera página de su ciega existencia.

¿Acaso no sobran todos los libros una vez leídos y olvidados? Cambio una carta de amor (¡ja!) por biblioteca profusamente apolillada; cambio descendimiento del infierno por el sosiego de la copa en una mano y la otra asida a la grácil cintura de una ninfa entregada.

Celebremos sólo el libro que está por escribir: la vida son cuatro renglones.

Si quieres leer muchos libros compra pocos, proclamaba Unamuno.

Lo sé, lo he leído en un libro.

¿Qué lo has leído en un libro, majadero?

A uno siempre le subyuga alguien peor que él mismo y que ande enfangado en más penosos errores: qué te parece, se dice ese alguien ensorbecido que se cree muy listo, ese pobre diablo organiza su vida a través de los libros que lee:

Tenía un bloc, un lápiz y un montón de problemas, de modo que lo único sensato que podía hacer era… ¡ponerse a escribir con habilidad en otras palabras, -qué ingenioso el lector-escritor- lo que recordaba haber leído!:

Ese tipo daba lástima y hasta grima. Todo lo que necesitaba en esta vida era un millón de euros y una mujer Barbie con la que follar todas las noches: esto ya se ha escrito un par de millones de veces a lo largo de la novela criminal, un aborto recién eclosionado de una especie de algoritmo capaz de proporcionar millones de versiones de similar calaña sobre el papel inocente a través de manos escritorzuelas sin escrúpulos.

Conclusión urbi et orbe:

El hecho de que uno aparezca como autor no significa que haya escrito el libro.

La inevitable pereza de millones de seres les lleva a leer a pesar de la distracción procesada (con poca sal) de la televisión: uno se acomoda mejor así en una existencia anodina o simplemente de reiteradas costumbres: las manos quietas, a lo loco los sesos entre un cúmulo de palabras a veces sin sentido, que toda trama acaba en descabellada… Pero sólo se debería poner en palabras escritas aquello que no sabemos ni intuimos.

Un comienzo aceptable de novela sería, (verbigracia): vengo del futuro y os aseguro que allí no estabais vosotros.

¿Qué ha pasado (1978…)?: Nos hacemos en los zarandeos e inesperadas filigranas del presente (2008), lo que hemos sido, humo, lastre o atajo, lo que seremos, la nada, el futuro, que ni siquiera es humo, de poco nos vale mientras nos dispersamos en el aleteo efímero de los días.

Charlie, que te baste mirar, y aun de soslayo, a tu alrededor. Hay en el mundo suficiente material para enmierdar la mente más sana y libre de prejuicios. Entendámonos, copero, en roman paladino he de responderte:

¿Creo en los milagros?, y le pregunto a la zarza ardiendo y a los cielos blancos o negros que nos chamuscan la sesera y no a ti, escanciador del divino maná.

Y ya con la copa de Moët&Chandon en una mano y la llave del coche en la otra, nuestro Boceto clavado en la cruz de la angustia y el desasosiego exhaló el último apotegma de la obscena madrugada de las mil y una verdades reveladas mientras levantaba el culo del taburete:

Creería en los milagros sólo si me sucedieran a mí. Respecto a los que acaecen a los demás, tal prodigio no merece sino llamarse plagio, refrito, corrupción y golpes bajos, que es otra de las muchas y muy disimuladas maneras de construir un artefacto literario para entretenimiento y deleite de la distraída caterva de los lectores contemporáneos.

Puesto un pie en el estribo de la resaca, ya de espaldas pero sin tambalearse camino de casa, hogar, dulce hogar, todavía lanza la postrera advertencia del borracho impenitente, venga o no venga a cuento, que para eso es el protagonista de nuestra historia: Se destruyen los seres, las cosas, el pensamiento, incluso lo abstracto y lo inmaterial, pero no se destruye el tiempo, el verdadero creador del universo donde todo nace y muere en un incomprensible y definitivo final, y eso, amigo barman, anida en la hez de la última copa.

Que la cogorza y los dioses te sean favorables, musita nuestro buen Charlie, escribidor en ciernes y mal poeta, la gracia que no quiso darle el cielo, sin historias que imaginar y poner en papeles y pasando por enésima vez el paño seco sobre la barra de las frustraciones y los pecados ajenos y propios. Cien años después:

He vendido 12 ejemplares de mi fantástica novela Volverás a mí.

Enhorabuena, es el mismo volumen de ventas que consiguió Samuel Beckett con la primera edición de Murphy.

Mentidero, mentiras y falsedades, pero distraen tanto…

Hace tiempo que sustituyó el Ulises por el Little Nemo de Winsor McCay: una imagen vale… aseguraba más cínico de lo habitual.

Como fuere, no acabar con el trasero soldado a un raído sofá y el pensamiento hechizado por la nada de una pared pintada de blanco, al igual que esos viejos a quienes lo único que les anima a seguir vivos día tras día es el pavor a la muerte: ni se atreven a pestañear.

Tate, tate, lejos andas tú de la salvación, que es la copa y su licor tu venda en los ojos, la amnesia y la idiocia que también a ti te dejan frente a una pared desnuda con la mirada muerta y una mudez de ultratumba.

¿Acaso no suelto la lengua cuando así es menester?

Y así te han de sepultar las inconveniencias que perpetras cuando obras de ese modo alocado.

Peor sería lo escrito, que ningún envanecido desestima en algún momento de su transitoria existencia emborronar paginitas por creerse humano inusitado y digno de ejemplo: Verba volant scripta manent. Los muchos alcoholes desatan mi lengua, pero alejan la mano de la pluma. Váyase lo uno por lo otro y tengamos la fiesta en paz. Soy inocente, ni rastro he de dejar de mi inoperancia, que la voz es aire y vuela, vuela.

Allá otros, pues.

Magister dixit, parecen proclamar a los cuatro vientos las crónicas del infatigable cronista.

Se abrirán los montes y parirán un ridículo ratón:

Yo frecuento casas de duques, de banqueros solemnes y grandes y embusteros y marrulleros politicastros… aunque prefiero el atardecer polvoriento de los solares y los cielos negros de la noche vallecana, arrabalera y suburbial.

El cronista todavía no se ha descubierto a sí mismo sentado a la diestra del dios de los dandis de atuendo exquisito o a la siniestra del dios de los quinquis con la jeringuilla en el bolsillo del culo, en 1978 aún dudaba literariamente entre escribir en negritas el nombre de la mujer del duque y vivir del whisky y el canapé agradecido de media tarde por débito de la gracia o atracar una farmacia esgrimiendo la estilográfica libre del capuchón.

Si una cosa te importa un ardite ¿por qué no habría de importarte lo mismo todo lo demás?, debe preguntarse a menudo el cronista, que sabe de sobra lo primordial de nuestro paso por la tierra, lo que en verdad nos une a los otros animales que hollan el planeta: para la tía del filo el fracaso tiene la misma importancia que el éxito.

¿El ser humano?

Exhibimos una imagen, no la verdad que ocultamos, que en el mundo todo es teatro.

Mi padre en sus últimos años procuraba alimentarse sólo de ambrosía para evitar el fastidio de la defecación, dijo uno.

Se disfraza de sí mismo el gacetillero a jornal diario… ¡y así vamos de bien!

Poco adivinas de mí, como si me vieras reflejado en un espejo negro, sólo el dibujo, ningún color…

Y remata nuestro analista mundano del estercolero social en el que tan a gusto se halla metido hasta las cejas, sin necesidad en esta ocasión de echar mano de negritas ni cursivas:

¿Hay que jugarse la vida para ser un literato? No… Entonces la literatura, la escritura, sólo es un juego, algo que aumenta mi caudal de un año a otro de tres en tres pesetas… Es como esa clases de adorno que acompañan asignaturas de mucho mayor relieve.

Le daba a la Olivetti con los dos dedos índice, casi comiéndose las teclas con la narizota y la boca a causa de su vista miope: El cronista, certificó con irrebatibles documentos su biógrafo oficial del 2008, año internacional de la nariz en forma de patata cocida, tenía una caligrafía desastrosa, lo cual constituía sin excusa posible un flagrante ultraje para el lector de cualquier manuscrito perpetrado por él. No obstante, entre las fotografías intercaladas en las páginas centrales de la voluminosa biografía se encontraba la reproducción de un texto escrito a mano por el insigne memorialista que, descifrado con laboriosidad por aquel entusiasta investigador, nos legaba unas líneas de enigmático alcance: Quienes mueren, al cabo de un tiempo, descubren que están muertos. Y poco más abajo en el mismo trozo de papel, las cuasi ilegibles cagadas de mosca del cronista de letra desmañada transcribían la conocida cita borgiana: Quería comprender el universo y saber quién era o saber si era alguien.

Si hubiera llegado a los cien años de vida (se quedó a un cuarto) habría descubierto el Umbrales que, a pesar de su cinismo trasplantando al mundo castizo de Chueca y Malasaña, era un kantiano sin remedio: ¿Para qué torturarse en conjeturas?

Hay cosas que no podemos saber, se dice Boceto treinta años antes de la biografía póstuma de aquel testigo implacable de la efímera y trivial sociedad de su tiempo, ya entregado sin reservas con juvenil inconsciencia a las corrupciones graciosas de su época, absolutamente al borde de toda crítica en su flamante estrenada mayoría de edad: Cumplo mi palabra aunque sea obscena y a destiempo, afirma con la voz engolada del recién salido de la adolescencia al público en general, pago lo que debo (con el dinero de papá y mamá), tu vida y tu muerte son cosa tuya, bicho humano (no salpiques), no hagas mal a nadie (mi tiempo es demasiado valioso para considerarte magullado, mutilado o de una pieza), no consientas que nadie te haga mal a ti (muchos escudos han de protegerte para evitar la respuesta justiciera de mi brazo matador)… Pues, esa es toda mi filosofía ética, camaradas.

A lo hecho, pecho.

Jamás la incumplió pese a las muchas situaciones embarazosas que habría de padecer y que siempre procuró resolver con prontitud y absoluta indiferencia sino desdén.

Este no tuvo desde niño un bosque a su alcance al que escapar de papá y mamá, no vivió nunca en un cuento de hadas: le bastaba con descender hasta lo más profundo de su alma de árbol, allá donde al igual que a los ficus le sostenían y nutrían las raíces poderosas: cree en la eternidad… y no es creyente de ninguna religión.

Su descreimiento comenzó a fraguarse en su época gris y negra agustina. Por entonces ya había descubierto que sólo existen dos clases de dioses: los que se vengan de ti a través de los sufrimientos que te infligen por tu condición humana y los chantajistas que te sobornan valiéndose de sus mediadores terrenales con el paraíso si te postras ante su… ¡invisibilidad!  

Coleccionaba (también era su época rosa y azul, colores tan melosos, sin que ello le supusiera por paradójico que fuese ninguna contrariedad) comienzos de poemas.. siempre en español:

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana

Condena los horizontes, se dice pasados los poemas y los aniversarios (pasados treinta años) con la copa vacía en la mano y la mirada herida por los extrañamientos, y la confusión, y por saberse vivo, y ser uno más, y…

La experiencia de una existencia que suele descansar en los hechos cotidianos se relaciona chocantemente, o eso creía él, con los avatares históricos y hasta morales de su tiempo, un estercolero como lo fue en el pasado y lo sería en el venidero. ¿Cómo diablos no iba a ser un descreído de todos los símbolos y de los trapos pintarrajeados de las banderas tan mancillados por antojos criminales?

Abandonad toda esperanza.

Pero…

Bebamos, Charlie, y librémonos de los terrores metafísicos, que lejos quedo aún de un cerebro húmedo… Pienso, luego sigo.

¿Qué me dices de esos pantalones acampanados en blanco y negro del 78 que ceñían tus piernas?…

Inolvidables… y patéticos.

…y de las botas de terciopelo, de los bigotes de mosquetero, de las camisetas punk pintadas por uno mismo…, ¡Ah, los años de la margarita!

Las penas, ay las penas.

Las dichas, ay las dichas.

Nuestro pequeño héroe tuvo una larga vida compuesta, ¡cómo no si era humano, demasiado humano!, de dichas y de penas, así que le dio tiempo en la segunda mitad de ella de arrepentirse sin reservas de todas las infamias y mezquindades que perpetró en la primera.

Yo no he tenido más remedio que jugar con las cartas que me han repartido los dioses o los diablos… Pero he hecho todas las trampas que he podido, e incluso a veces me he sacado un comodín de la manga: jamás juegues con la vida a cara descubierta.

Se instaló en el fracaso del espíritu, que es harto llevadero si andas lejos de la precariedad material, o en la inacción si te has librado de las premuras de la supervivencia. El fracaso de ayer supone el disfrute de hoy, aunque sea mañana tu perdición, pero… largo me lo fiáis, que si hubiera sido guerrillero de la vida y sus luchas…¡pedrada que te crió y tente perro!

Al cabo, cierra la puerta tras de ti, que la oscuridad protectora vele tus días y sus noches. Deteriores, de una u otra clase, los mínimos aunque te vengan con alevosía, que para ello si menester fuese ya armarías por tu cuenta una nueva partida de El Fraile. (Mas… cuidado que no resucites en forma de cura de misa y olla, que si tal sucede se te acabaron los arrestos y la provocación blasfema, con tanto que estimula el exabrupto: acudid, dioses, a este basurero humano, revolcaos en él al igual que hombres y mujeres satisfechos como cerdos hozando en la pudrición.)

Estos tipos sin turbulencias que los menoscaben, cuando ya la traición del cuerpo es inevitable y pestilente y nada solapada, pues se planta frente a ti y lo sórdido del socavamiento de la carne y los huesos se sufren a plena luz sin disfraces que la enmascaren, se resignan a la tristeza y, ya definitivamente, con talante comedido, a la idea de la muerte, a la eternidad de una nada quien sabe por quienes habitada:

Soy eterno… pues soy: lo sido me reafirma y lo que ha de ser es.

Entretanto, el superfluo cronista de la trivialidad que, al parecer, ha leído a Gramsci antes que nadie, intenta ligarse a una quinceañera a la que trata de camelar hablándole del elefante meón del Campo del Moro mientras la pasea por la Casa del Campo.  (Las basuras fílmicas que acanallaban las tardes cuando se pelaba las clases agustinas y tomaba asiento dispuesto a no perder ni un solo plano de Pierna creciente, falda menguante (0), film apoteósico en su género, a fin de cuentas, se preguntaba sin arrepentimiento el Boceto cuarentón, ¿no sedimentaban esa afición muchos de los presupuestos ideológicos en relación a lo cultural que defendiera Gramsci?).

Ah, Bocetus, proyecto de hombre, proyecto de todo, si escritor hubieras sido, amanuense a horas pagado; si filósofo, divulgador ramplón de ideas volanderas de sujeto, verbo y predicado; si poeta, recitador floral de halagos cursilones en heptasílabos consonantes a la más bella de la aldea (bailongo en la plaza a partir de la medianoche, y en después maitines chocolateros). Ah, felices 78…

Aunque también, para qué nos vamos a engañar, las cursiladas siembran los textos más inocentes e inesperados del cronista. Huye uno de la frase hecha y el lugar común y se enloda en refinamientos expresivos que hasta tumban de espaldas a los prosaicos literatos que utilizan la lengua a patadones, garrotazos y gritos destemplados: las cartas a mano mojan su tinta en el corazón recargable del tintero interior del hombre (¡joder, Vivales!), asegura el martillo de herejes recipiendario de la escritura más recia, metafórica y castellana. Líneas más abajo de la lindeza de líneas más arriba declara nuestro moderno diablo cojuelo que el mar es una escritura, pero afirma que no insistirá en ello por ser poéticamente fácil, que es como acabar en aquello que reprochaba el otro: el tipo no tenía nada que decir… pero lo dijo.

Ah, Boceto

Y este ¿qué pinta aquí?, podríamos preguntarnos al cabo de tanta página mancillada (para pasar el ratito, como justifican el pasatiempo los terribles y vengadores jugadores de parchís): torpes redacciones, pensamientos chinos o vaya usted a saber de quién impresos en los sobres de azúcar, poesías vomitivas en loor del cutis maquillado pedestremente de la reina de las fiestas… Con la pluma como espada jamás habría obtenido el dinero suficiente para una sopa de col.

Nada, nos contestaría Paula Coloma con sonrisa displicente de sabelotodo, no pinta nada, o poco más de nada, Boceto sólo es un under fours en la historia real de nuestros acontecimientos.

Acabáramos.

Fundido en negro.

Interior. Un vetusto despacho perteneciente a la Jefatura Superior de la Policía, brigada político-social.

No me mire de ese modo. Soy lo que parezco. Lo sé: una copia emborronada en papel carbón.

¿Qué nos queda en 2008?

La chatarra oxidada de tantas ideologías que el sálvese quien pueda de la cotidianidad envolvente ha arrumbado al vertedero del tiempo. Créame, señor comisario, mi mayor deseo es cumplir satisfactoriamente las labores docentes que desempeño en la muy celebrada facultad de Bellas Artes de Valencia y, ya en la intimidad del hogar junto a mi santa esposa, aumentar poco a poco sin desembolsos excesivos mi maravillosa colección de incitantes shungas japoneses.

Este quien lo dice que por muchas manos ha pasado, aunque sin cicatrices de malas heridas, incluso sin que dejaran mínima huella sobre su piel, que es como un libro abierto, pero nada fatigado, que dicen los libreros, éste que incluso a estos sabios engaña…

¿Pues que ibas a terminar como ese camarada tapujado en la trenka que conociste en las trincheras de los cine-clubs, los cafés y las librerías luchando por la libertad? Ahí lo tienes apoyado con indolencia en una esquina (no puedes apartártelo de encima, en sueños se te aparece), sin quitar el ojo siniestro a las piernas al aire de las colegialas uniformadas, rezumando bilis el tipo y su imbatible calva cenicienta, de mirada turbia, amarillo el iris, aguachirle ya el cerebro…

Y aquí paz y allá gloria… Y a pescar cotufas al golfo, que diría el maestro Cervantes.

¿Sobresaltose nuestro héroe de gran manera en alguna ocasión? ¿Dio un respingo?

Inmutable se diría en todo instante en los lances imprevistos de la existencia. Un sujeto lacónico al que bien disfraza a veces la melancolía. Doy fe de ello, que hasta este punto he recorrido sus avatares (y desapariciones).

Arduo me es admitirlo, pero no hay tipo que no tenga los pies de barro en esta época de crímenes.

Con este…

Jenga: quitas de este lado y pones allá… He aquí que nunca se le vino abajo el tinglado ni en los momentos más endebles del yo.

Será un hombre tan raro que hasta dudaría yo que fuese un hombre.

Por no tener no tiene ni un hijo. ¡Con lo fácil que es tenerlo! Está al alcance de cualquier idiota.

¿Qué ocurre en la angustia del amanecer cuando esas luces como navajas hacen que te sientas culpable de las cosas del pasado sin redención posible en el presente?

Entonces no existe el perdón, simplemente aceptas el castigo por muchos  tormentos que cargue en el debe.

Fluía la sangre, roja como el pecado, nada que la adultere, lejos de la benzodiazepina, la mente despejada.

Una mañana se sentía Enrique IV… y a la noche Falstaff.

(Echa mano de la Physician’s Desk Reference.)

Yo no hago un uso moral o político de los libros. Me limito a leerlos, y si hay suerte, si merece la pena, los enjuicio desde un plano estrictamente estético y a veces incluso literario, lo que es el colmo de la hipocresía: ¿qué demonios tiene que ver escribir con leer?

El tipo –el narrador- había sido un testigo, uno más, confesó Boceto, del desafuero de mis idas y venidas. Ahora, qué gracia, estaba muerto e incinerado, es decir, anónimo en la eternidad, pero yo seguía siendo el protagonista… e incluso un lector… aun desvanecido en las sombras.

¿Que no había de ser ese narrador vengativo y hasta cruel?: podría plasmarte a través de una escritura sectaria enojado perpetuo y despreciativo, la mirada, el rictus de la boca y el gesto de notorio desdén… pero todo lo cual no te alejaría sin embargo de que ese narrador te arrojase en brazos de la más corrosiva desesperación, aquella en la que acaban los pensionistas menesterosos y que ahuyentan al atardecer cerrando las ventanas y encharcándose las tripas de vinazos cosecheros. Podría desfigurarte. Podría cambiarte de lugar el culo y la cara con un golpe de tecla sin que apenas te apercibieras de ello.

Qué tiempos. Se nos escatima la democracia y se nos engaña con la pornografía, afirman todos los cronistas de moda, y por supuesto el más ínclito de ellos, al margen del credo político que sustente sus sueldos de prosélitos haciendo méritos. (¿No son la misma cosa los senos desnudos de la fulana de turno ilustrados en papel cuché y la lengua desatada del tipo encorbatado perorando en el estrado fotografiado en el papel de envolver el pescado? En ambas exaltaciones germina sin duda lo obsceno, la imagen de una falsedad ininterrumpida e inequívoca.)

Qué de cosas se leen (ojean) en el periódico:

EE.UU lanza su sonda Pioneer Venus a Venus (y allí se quedó al parecer).

En la actualidad, los neonatos provienen de un tubo de cristal (agítese antes de usar).

En agosto, Nevada, EE.UU detona una bomba atómica (la 913, según el registro).

Paul Valéry: los imbéciles de los políticos que nos gobiernan no son muchos, pero están muy bien elegidos: son perfectamente imbéciles.

El 78… ¿Un tiempo? ¿Un lugar?

En aquel lugar los niños aún jugaban a las chapas en algunas calles y casi todos ellos calzaban chirucas hasta el final de la adolescencia.

Algunos de ellos esnifaban pegamentos.

Así acabaron en el 2008.

¿Esnifando cocaína?

Pudriéndose a deshoras.

(Si escribir fuese lo suyo –¡ah, el Klee durmiendo en el arcón por siempre jamás!-, se diría que el testigo de tantos sucesos escribe en rancia tipografía, la bodoni, por ejemplo, y en letra de poca mancha y deficiente legibilidad, un librillo de páginas encoladas y tono muerto, grisáceo.)

En fin, Charlie, como afirma tu tocayo Dickens, unas copitas de licor además de ser muy saludables, alegran el alma, aunque no sea bebida de nupcias y celebración.

Tipos hay, gacetilleros, actrices y hasta flamencos, que sólo por sorber una copa de champán ante las cámaras de televisión, ¡y en blanco y negro!, cobran dos millones de pesetas de las de entonces.

El pasado apesta a infamias, prontos remordimientos que no han desdeñado el viaje hasta ahora mismo e ineficacia, se dice en el 2008 un Boceto totalmente humillado y hasta ofendido, precisamente ahora, por el futuro inesperado que sobrevendría después enturbiando y minimizando aquel pasado todavía más en el hoy de nuestros pecados. Y en la era actual, eh, Boceto, ¿qué ocurre durante la mañana y la tarde que adosa a los sueños de la noche ese carácter de desasosiego que tanto apesadumbra la conciencia al abrir los ojos?

No han de ser esas noticias ridículas y efímeras, breve pasatiempo de ociosos y coleccionistas de naderías, esos personajes de cataduras solemnes y seriedad grotesca con el traje prestado de un día y el nombre del que hay que mofarse por intercambiable.

Ocurre una de las mezclas más horrendas en el tiempo y el espacio de este planeta en su rumbo azaroso a través de la oscuridad infinita, ocurre el hoy y el ayer y el mañana todo en uno, más allá de las imágenes de las modas y los usos con que las épocas se obstinan en disfrazarse.

Qué siglo de remedios tremendos: unos se meten supositorios de optalidón por el culo y otros que se han aficionado a regodearse mediante raras libidos se hartan de quemar vivas con napalm a niñas vietnamitas.

Más que extinguirse en el mundo, algo que en el fondo le aterraba, buscaba una secesión respecto a sus inmundicias, cortar el cordón umbilical que pudiera trastornar sus íntimas devociones: ocio, placer, sarcasmo, su yo inevitable…

El tiempo… el lugar donde envejecemos.

¿Cagadero colectivo? Cacator cave malum.

De acuerdo, no tengo ningún conejo escondido debajo de la manga, pero tengo una reluciente chistera que hasta podría hacerla bailar en la pista al son de El Continental.

Y una memoria: de ahí sí puedo sacar todo aquello que se me ocurra (o incluso que no se me ocurra a mí y vaya a sus tontas y a sus locas rebotando entre las paredes craneales), y sin el peligro de un fiasco que dé al traste la función. El cerebro es la auténtica magia.

Cada cosa a su hora.

Nos quedamos en el término medio, querido barman: entre la mens y el corpore.

¿Qué clase de vida es esta?

La única que conozco, y es mucho mejor que aquella, la del 78, y no me importan absolutamente nada los siete mil millones de todas las demás vidas del 2008, que parecen nacidas de los (sórdidos) anuncios de la televisión matutina.

¿Sabes cuál es tu problema?

Por supuesto que sé cual es mi problema. Lo he sabido desde que tuve uso de razón. Y a fe mía que no me ha ido nada mal sabiéndolo y protegiéndome de todas las respuestas fáciles al alcance de cualquiera. Sólo tenía que hacer lo que no se esperaba de mí.

Eso no es una respuesta.

Eso es la respuesta magnífica y, me temo, única con que enfrentarse y desenredar todo tipo de problemas, los propios y también los ajenos que algunos miserables terminan por endosarnos abusando de nuestra, digamos, inocencia social en la barra de un bar de medianoche y luces matizadas mientras entrechocamos las copas y aguardamos al futuro… de ayer con la mejor de las sonrisas.

Y todo esto ¿para qué?

Y la realidad ¿a qué santo? También yo, amigos, en mi época bohemia jugaba con un gato rubio.

Se aplicaba a sí mismo (exactamente un individuo) la definición más humanamente llamativa de carácter marxista: soy un reflejo del mundo en el que vivo.

Hay gente que comemos todos los días y muy bien, así que a ratos, que son muchos, nos dedicamos a hacer estupideces hasta que el sueño nos vence: mañana será otro día.

(Villon más que Rabelais y, por supuesto, mucho más que la humana e incruenta ira de don Quijote.)

En el 78 el cronista tenía tres máquinas de escribir, o al menos eso declara, una gata preñada, un par de gafas graduadas, cinco camisetas que solía intercambiar con cinco rollos de papel higiénico, varios slips (blancos, es un suponer), un leotardo de lana rojo, unas botas Yanko, un par de zapatos con hebilla para las festividades, un exprimelimones de lujo, una bufanda roja, un botiquín (espermicidas, diafragmas, neogynonas, espirales, tiritas), un despertador, las obras completas de Antonio Machado en edición rústica y, de colofón, una cama matrimonial donde manoseaba a su señora mientras le leía poemas de Juan Ramón.

Y con tal bagaje ¿qué se dispone a hacer nuestro columnista mediado ya el verano?

Escribir el Quijote (así lo nombra él, el quijote, como lo tildan al libro los bachilleres más desalmados con el pegamento en la mano y la mirada mustia).

¿Acaso se cree un Menard?

Es difícil saberlo: siempre termina escribiendo lo que se espera de él, y eso confunde mucho al personal aunque parezca, por previsible, lo contrario.

Vivir frustra lo suyo, nunca ha recibido una carta de Azorín, al que desprecia.

Contra Franco vivíamos mejor, empiezan a decirse cabizbajos los universitarios talluditos en el 78.

Aunque… antes: Yo me precio de ser un futurista, sostengo sin que me tiemble el pulso que donde esté una locomotora que se quite La Gioconda.

Lo que ocurría es que éramos más jóvenes, como proclamaba una pintada gritando chillona de rojez desde un muro de la periferia, desastrada como siempre, cinco años más tarde.

Ahora ya ha sobrevenido la angustia. Saben que la época tan llevadera de la transitoriedad, cuando todo estaba a medio terminar, ha concluido. Ya son definitivos, y lo que los rodea también. El tiempo de las componendas, la relatividad y mañana será otro día se han ido al garete.

Ah esos jovencitos tempranamente opositores a la prebenda y al mínimo esfuerzo ¡tan pronto diezmados en flor!

Y dentro de cien años… esos viejos terribles: a partir de cierta edad ya no tienes alma, al infierno con todo y con todos. Sólo tienes próstata.

Típico de la quinta copa, la que uno debe tomar debajo de la cama, es convertirse en una víctima de la reflexión: Creo que la gente, toda la gente, es muy desdichada durante gran parte de su vida. Unos lo saben y otros no lo saben, pero todos nacen, viven y, desdichadamente, se mueren.

(El saber es algo muy subjetivo debido a su gran diversidad.)

Como dijo Alejandro Sawa una mañana que no podía salir a calle por andar ya en andrajos, es preferible no tener pantalones a no tener talento.

En 2008 ¿aún se envían telegramas?

En verano del 78, el Cronista Infatigable, que espera excitante la llegada de un millón de suecas prestas a patear la piel de toro, pone al día su vida sexual mientras observa complacido su herrumbroso instrumental galante.

En el verano del 78 los calores asfixiantes de julio provocan que la sesera, aunque no la de todos, confunda la prosa de Quevedo con la de un periodista deportivo.

En septiembre del 78 Umbrales anda convencido de que es Vivaldi (?) y, ya puestos, difama a un viejo escritor indecente calificándole de mala bestia en busca de gloria cloacal.

Él se codea con poetas que fuman cigarrillos mentolados.

Él a veces se refugia en un sex-shop como el que se mete en un diccionario y busca las palabras más adecuadas para conseguir una gran orgía léxica.

Él relee una y otra vez a monsieur Barthes desde el grado cero: lo repasa en traducciones muy deficientes. Él habla en cheli con Laforgue cuando volvían ya realizados de putas, aunque, él, escribidor impenitente, hubiese preferido acostarse con una metáfora. A fin de cuentas, ¿qué es una mujer? Para el señor Cela, su maestro, el segundo de los tres animales que más ama: el primero es el perro y el tercero el caballo.

Él orina tristeza, confiesa finalmente.

Yo creo que él bebía sin alegría.

Él jamás empleaba su tiempo escribiendo para el cajón. Es un profesional de la escritura, el whisky y el optalidón.

En septiembre del 78, en Nevada, EE.UU detona una bomba atómica  de 8 kilotones (la 914, según el registro).

Quiero saber…

¿Qué quieres saber?

Quiero saber por qué existe la bomba nuclear.

Bueno, tiene su lógica. Lo más temible para un ser humano, pues la naturaleza es ciega e inocente aun en su daño, es otro ser humano.

Quiero saber…

Otro perro, más perros… El can nuestro de cada día.

Hacerse un destino… aunque no sea el que convenga, creer en una finalidad equivocada o no: mientras haya algo delante, se dice el agonizante huyendo con la imaginación de la dentellada de los perros del cáncer.

Tomaremos una tácita de eléboro, templaremos los ánimos y quizás alguien pueda sacar algún provecho de mí, se dice Boceto. Aunque lo dudo, continúa diciéndose, nadie lo conseguiría de metal base tan inocuo.

Hacerse, aunque sea sin obligación ni razón aparente, una visión y conocimiento de la realidad distorsionados por el asco y el escepticismo.

Estaba muerto y pronto iba a desaparecer bajo tierra o dispersadas sus cenizas en el aire para nunca ser recuperadas, pero jamás dejaría de ser él, incluso muerto mil años, un millón de años, siempre sería él.

A fin de cuentas, cultivaba una vanidad y un cinismo tras los que se hallaba muy a gusto: la pulsión necesaria para pasar el ratito de la vida.

Otro que sabe de etiquetas pero no de contenidos: habla del mundo: Yo soy todo el mundo, escribe sin pudor y con absoluto convencimiento, yo me inspiro mucho en la papelería ilustrada en añafea que depositan en mi buzón del zaguán.

En realidad ¿qué sabes tú de Marx, travieso hombre de letras?

Que trasegaba cervezas sin parar y destrozaba farolas por la noche, y cuando había dinero también engullía un toddy.

El cronista de la vida, pues así se intitula a sí mismo, como si fuera un libro abierto, declara como aficiones el amor y la guerra, por ese orden, y como aún no le han invitado a La Zarzuela ni a la bodeguilla, pues no hay caso cuando entonces, aboga por la República del 78 y los subidones que proporciona el optalidón administrado por el culo: hubiera dado cinco años de su vida por haber disparado él la escopeta nacional, y cobrarse una buena pieza en lugar de ir recogiendo pajarillos abatidos con un perdigón.

Él es mucho de hablar un inglés hermético, de modo que termina refugiándose en su español cálido e inagotable y en su escopeta de feria.

Él es mucho de llamar por los teléfonos de ficha: noticias del otro lado.

A ratos con Kant, a ratos con el silabario.

A mediados de noviembre de 1978  en Jonestown, Guyana, se suicidan más de 900 miembros, incluidos mujeres y niños, de la secta El Templo del Pueblo, dirigida por el reverendo Jim Jones. Un cóctel fulminante, Charlie, amigo, mi Caronte: zumo de uvas y cianuro.

Y tú ¿cómo quieres morir, Bocetillo?

Como los hombres y mujeres bíblicos, colmado de días.

En diciembre de 1978 en un túnel a 248 metros bajo tierra, en el área U3kn del Sitio de Pruebas Atómicas de Nevada, a unos 100 km. al noroeste de Las Vegas, la Ciudad del Juego, Estados Unidos detona su bomba atómica Concentration (la número 915, según el registro).

Aunque ¿importa algo ya en el umbral de la eternidad las cosas triviales de lo humano?

Muchos años después el cronista, que en el septiembre inaugural y hacedor de 2007 apresta la pluma como un colegial aplicado ante el nuevo curso escolar, observa moribundo en derredor suyo una existencia mundanal convertida en un rompecabezas inarmónico del que apenas logra desenmarañar nada en sus piezas dispersas, bracea en el Leteo, bebe del olvido: Las vides al sol, los pámpanos lucientes, los racimos luminosos en el inicio del curso dorado del tiempo… El incendio clamoroso otra vez de lo nuevo…

Ese lenguaje entrecortado es la incoherencia de la muerte.

Y Boceto, este proyecto de hombre, este Brell en su mayoría de edad recién estrenada, muy complacido por instalarse en la aurea mediocritas, mira absorto con las manos a la espalda, como ausente de la vida, incrédulo, el charco de sangre espeso y negruzco que cual una sombra ha brotado de ese trasto humano abatido en la acera frente a la puerta de una bisutería de barrio, ya en las postrimerías del Año Internacional del Criminal: poco antes había creído el muerto que el mundo se le venía encima, pero era él que caía.

   De mortuis aut bene aut nihil.

 

 Enero-24/Diciembre-25

                                                                           

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario