Déjalo ya…
Maneras de una quête.
Lo siento, confesó
alguno de los dioses, no hay una regla para acabar bien.
En cuanto a…
Hay cosas que nunca,
nadie, alcanzará a saber.
Y espera.
Cómo decirlo…
No hace falta que sea
la Nave de Delos (que asoma la orgullosa madera de su proa por el horizonte
azul marino).
Todo más doméstico,
como sin importancia en la ciudad de los diez millones de habitantes.
Ella, que espera.
Como el romano ilustre
que veía llegar su fin al costado del mármol y el agua límpida y tersa de la
gran pila envuelto por los vapores fragantes (la túnica blanca e impoluta y la
mano sobre el seno desnudo de la doncella reclinada a su lado, la copa
rebosante del vino del color del oro y las uvas brillantes y violetas del
racimo, la desafiante sonrisa a la tierra y sus asesinos, el desprecio al más
allá...)
Era inútil esconderse:
disfruta de la muerte.
Es raro, sí, este cese
de la agitación.
Queda el pasado:
fogonazos de él, destellos súbitos, sobresaltos como relámpagos y, a veces,
placientes imágenes, y con suerte, un bello recuerdo como un claro de luz en el
bosque cubierto por el denso tapiz de las hojas caídas.
Y lo demás,
inventarios, listas a las que tan aficionada has sido.
(¿Recuerdas, sí, un
día cualquiera de antaño? un viernes de junio del 69, el 20 por ejemplo:
a las 7,11 te despiertas
con angustia y miedo, indefensa e irreconocible
te has levantado a las
7,32
bebes despacio un vaso
de agua
a las 7,38 sigues
mirando un cuadro azul colgado en la pared
a las 7,46, ya bajo la
ducha, los sueños de anoche se han
desvanecido por completo
te has aseado
has ordenado la cama y
los trastos de la cena de anoche en la cocina con J., D., L. y M.
a las 8,34 horas te
has plantado en la calle –¿llueve?, ¿hace fresco?, ¿hace viento?, ¿hace calor?-
compras el Times
desayunas en Virginia’s Room mientras hojeas el
diario
te acercas a la
oficina bancaria y cobras un cheque (47,50 dólares)
llegas a casa (9,17) y
te encierras en el taller hasta las 12,48
(alguien llama al
timbre a las 11,13: no abres la puerta -informe del hospital o una carta o la
visita de un amigo o de un entrometido o de la vecina de al lado que pide ayuda
o de un desconocido que se ha equivocado de casa o…-)
a las 13,07 almuerzas
algo con G. en la terraza de Spin
(Houston con la Segunda Avenida), pues hace un mediodía cálido y apacible
acudes a la librería The Green Train, breve charla con Yeats
y: Seymour: a Introduction y un tomo
(II) de los diarios de V.W. (4,75 dólares en total)
a las 14,21 te reúnes
con J. y S. en el bar del 93 de Bowery, donde tenéis una conversación intrascendente
(alguna que otra maldad acerca de…) y bebes una copa de un vino blanco de un
sabor muy afrutado (excesivamente
afrutado)
vuelves al taller
(15,09) y trabajas (Tori) hasta las
16,12 de la tarde
(sobre las 16,13 te
asalta el recuerdo de unas líneas leídas en un libro de… -no puedes atinar con
el nombre del autor, por un instante te quedas con la mente en blanco, con la
mirada fija en un punto invisible del espacio (que es lo que media entre tus
ojos y las cosas, el objeto), inmóvil, casi sin respirar, y todo alrededor
(difuminadas las cosas, el objeto) ha muerto, aunque es visible, y está ahí-)
a las 16,27 entras en
una peluquería de Kenmare Street, donde tenías cita para esa tarde: esa noche
toca teatro
compras un mazo de
hojas amarillas y media docena de minas para el portalápiz
compras dos bolsas de
fruta en el puesto de la esquina
charlas con …
vuelves a casa a las
18,05
hojeas un libro (pasas
las páginas buscando algo)
vuelves a ducharte
cuidando que no se te moje el cabello
hablas por teléfono veinte minutos con S. sobre la
exposición en Castelli para el próximo diciembre, aún abrigada con el mullido y
suave albornoz azul que te cubre hasta medio muslo
a las 19,06 recobras una línea de un libro (otro) que
apuntas en el cuaderno secreto
a las 19,09 tienes otra vez miedo
a las 19,11 maldices a dios (a todos ellos)
a las 19,24 sales de casa
a las 19,39 te reúnes
con B. en Fischbach
cenas a las 20,03 en Sub con B., L., G. y A.
a las 21,45 función de
teatro off-Broadway: Satan in the kitchen
a las 23,58 en casa con H.
H. se marcha a su casa
a las 11,19 horas del día siguiente.)
Déjalo ya…
Hay cosas que nadie,
nunca, alcanzará a saber.
Como no saber, vivo,
lo que serás después de muerto.
Como pensar en un dios
(alguno de ellos) omnipotente y creador y no descubrirlo jamás ni a él ni a su
morada en el universo. No sabrás ni su Forma Perfecta. Ni su Color. No verlo jamás.
Ha llegado el día
grande de su ira: el aceite y el vino, ni tocarlos.
Eras un sueño.
De repente
el árbol comenzó a
caminar junto a ella
y eso le hizo sentirse
muy bien
verdaderamente
protegida
bajo su fronda
primaveral.
Tal vez sus poemas…
Pero la poetisa
confesó en voz alta y grave y enferma por el humo de un millón de cigarrillos
poco tiempo antes de acabar sus días voluntariamente (algo que ella, ella, Eva
Hesse, ¡nunca haría, nunca!): “Es difícil, es difícil morir bien.”
En Eva Hesse la muerte
fue fácil, porque ella no quería morir, no quería morir jamás. Le vino así,
como a traición, fíjate tú…
-Hola, muerta.
-¿He estado alguna vez
viva?
-Sin duda, si ahora estás muerta.
-¿Y cómo es que no recuerdo nada?
-Esa es la gracia que
te concedemos nosotros, los dioses.
A rodar.
Como artista que es,
será generosa en la hora de su muerte (desnuda te vas de la orilla, atrás dejas
lo del mundo, pues lo que tuviste por muy alto, largo y ancho o sus contrarios
que fuera de él… a él le pertenecía, el mundo era dueño de lo inmaterial, hasta
de tu pensamiento y hasta de todo lo invisible e inimaginable, hasta de ti era dueño).
Eres artista la más
pródiga sin duda (por ello mueres amada por nosotros), más generosa de ti que
de todo lo material que legas (sólo trastos), se diría que, humildemente, hasta
te has troceado meticulosamente, trocito a trocito de carne, de músculos y
huesos…: donas hasta tu alma, que es aquello que se concreta más allá de las
industrias y afanes del cuerpo.
“Yo fui artista porque
quería soñar… No soñé nunca ser artista.”
Al igual que un
Caballero Andante:
"... dio su espíritu (podéis despedarlo cuanto gustéis), quiero decir que se murió."
Déjalo ya...
Déjalo ya...
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