martes, 14 de noviembre de 2017

32

RIGHT AFTER
Bien, se acabó la Navidad, sabes que vas a morir: no existen los milagros. Lo sé desde que era niña. Caramba. Así somos las niñas judías. Es el final. Gracias por tu franqueza, escritorzuelo. ¿Dónde quieres que hablemos? Me es indiferente. Hay dos lugares mágicos para mí, los dos son jardines: el del museo Rodin, en París, y la Terraza de las Esculturas del Guggenheim, elige. ¿Qué tal aquí sentados, junto la ventana? Es primavera, podemos ir donde desees. No tengo ganas de salir a la calle. Vístete, ponte un bonito vestido. Estoy cansada. Te haré un ramo de flores con los hilos de colores que guardas en la cestita roja de la costura. Vete a la mierda. ¿Qué tal un par de copas de quimioterapia en el bar de Charlie? No me hacen maldita gracia tus chistes. Será un paseo o un viaje larguísimo, ¿tal vez los Urales? ¿la Patagonia? Ya no sirve de nada, acércame el libro. ¿Qué tal si la abro? ¿Cómo? La ventana. Ah, bien; está mejor así. ¿Qué lees? Whitman. Ponte una de tus bonitas pelucas, la de pelo natural de destellos nogalinos, conquistemos las aceras. Me basta con mi habitación. O.K., y así que lees… Te lo he dicho, Whitman. No me lo puedo creer.  Ya se respira la fragancia de las hojas. Yo sólo puedo leer poesía en español y en inglés, toda traducción de otro idioma que no entiendo cuenta únicamente lo que ocurre en el poema, el tema, lo menos interesante, lo representable. Nunca he estado en el museo Rodin, descríbeme el jardín. Pura poesía. ¿Poesía? También he paseado por Bomarzo. Rodin… Sólo he estado una vez, el día era gris y frío, no apetecía estar afuera, pero yo estaba subyugado por los bronces, el verdín del tiempo, los árboles, las piedras, cada rincón, en fin; iba acompañado pero procuraba quedar a solas en todo instante recreándome en las esculturas, finalmente la llovizna persistente me obligó a volver al interior de las salas del antiguo hotel donde se exponen las obras del escultor, y ¿sabes lo que estaba haciendo mi acompañante?, miraba postales, fotografías que comprar de las esculturas que tenía a menos de dos metros de sus narices, majestuosas, únicas bajo la lluvia, y al igual que ella eso hacían otros grupos de turistas idiotas. Me cuesta creer que yo tenga el mismo oficio que Rodin, es una forma tan distinta de hacer escultura la mía. Pero el origen es el mismo, ambos partís de idéntico afán, la misma aspiración de expresaros mediante el volumen, exponer una emoción. A mí no me interesa el volumen para nada, ¿qué tiene eso de interesante si parece cosa de circo? Bueno, ¿qué te parece “objetos tridimensionales”? Está mejor así. Rodin, al igual que vosotros, cree en algo más allá de lo que representa. Mi obra no representa nada. Pero en su tiempo eso ya era un paso crucial, creía en el proceso, en su “escritura personal”, se alejaba de un naturalismo que empezaba a ser coercitivo. Podemos hablar de referencias, entonces. Todo el arte es una referencia, aunque en verdad sólo evolucionan los artistas, son éstos quienes lo cambian todo sucesivamente, pero no pueden alterar técnicamente las obras del pasado, no se atreven a  tocarlas ni con un palo. En cualquier caso yo temía lo procesual, estar demasiado metida en esa paulatina concreción de los materiales y la forma, sé que puede distraerla a una de lo esencial, del misterio. ¿Qué es lo esencial…? El resultado final, eso es lo esencial, por encima de todo. ¿La apariencia? No exactamente, la apariencia es una coartada, lo que termina justificando la práctica artística. ¿Qué práctica…?, tu buen amigo Andre de ella reniega, se pone en manos vicarias, y para Morris la escultura es sólo pura y simple teoría, una filosofía, y en lo que concierne a su colega Smith, éste aboga por la no intervención, veamos, explica, a un arquitecto no se le pide que ponga ladrillos, basta con que diseñe la casa y haga los cálculos pertinentes, ¿por qué habría un escultor que pringarse con los materiales, por qué habría de construir la obra? Todo esto tiene sentido, aclara muchas cosas a los espectadores del futuro, todo es una idea, algo intelectual. Claro, los artistas os habéis convertido en unos malditos intelectuales. Exacto, ¿qué hay de malo en ello?, hablamos de ideas. Ideas tenemos todos. Pero la gente no las encauza hacia niveles artísticos, las pierde por ahí en sus mezquinos menesteres. Vaya, se nos ha vuelto clasista. Todos los artistas lo somos en mayor o menor medida. Puede ser, la gente, la gente común, esos que pasan a tu lado por la calle y a quienes apenas diriges una mirada, están demasiado ocupados pensando en el precio de las cosas y rezando para que no les duela nada. Exactamente lo mismo que yo: ni soy una apestada, ni tampoco una privilegiada: simplemente he elegido, y eso ya me hace diferente, ¡también yo sé lo que vale un billete de metro! Muchos no tienen la posibilidad de hacerlo, de elegir lo que quieren hacer. Todos la tienen, y al final, ¿al final de qué?, me pregunto [ríe], se mueren, y algunos como yo mucho antes incluso del final. Hablo de prioridades, gente que tiene hambre, o miedo, o necesita dinero, que a lo peor ni siquiera pueden comprar un billete de metro… ¿cómo diablos van a permitirse jugar “con los pinceles”, idear formas “ideales”? Vete al infierno. De acuerdo, es el cinismo el que me veta para la creación, pero logro entender ésta aunque no sea dueño de sus códigos arbitrarios, y a mí me basta con escribir sin necesidad de crear en absoluto. Nada hay de arbitrario en lo que hago, es inteligible, es lo que es. Sin embargo, una especie de lepra, despellejar el alma y arrojar a la cara del testigo los harapos, el colgajo museable: es una exhibición impúdica y, además, prescindible. También me expongo a su mofa, a la burla airada. Hace muchos años que esas pequeñas ofensas apenas os afectan. Parece una jactancia; en todo caso, un desafío, pero no hay nada de eso, una aguarda estremecida de miedo la respuesta, la aceptación, el análisis. ¿Pero qué diablos importa eso? No lo sé, pero lo piensas, es… una exhibición después todo. ¿Ante quién? Ante los demás. Mentira, es una obscena representación ante sí mismos, un espejo en el que mirarse emperifollados con el plumaje enhiesto y las galas del estreno. Eres un maldito cerdo resentido si eso es lo que piensas. Una ceremonia de falsos halagos y vanidad ridícula. Creo que hablamos demasiado, en especial tú, no sabes hacer otra cosa. ¿Quieres que me calle? Arrojas una sombra de duda en todo lo que tocas. ¿De veras lo crees? Al menos haces que una se sienta insegura. Soy yo el que duda, luego soy yo el que se equivoca, o teme equivocarse. Eso es una falsa humildad: eres engreído en el fondo, y utilizas lo que sabes como un arma arrojadiza. Tampoco soy ningún monstruo. Efectivamente, eres peor: no lo eres. No soy un monstruo, sólo soy diferente. Vete al cuerno. Empecemos de nuevo: afuera llueve; no llueve, hace sol; llueve, pero hace sol; llueve, y se ha oscurecido el día de repente... ¿Qué condenada cháchara del demonio es ésa, tío? Luego llega la noche, los sueños, las imaginaciones. Y tú, allí, al ladito de la cama. Velo. Mis sueños. O los míos: te he proyectado al futuro. ¿Cómo se hace eso? Soñando. De acuerdo, aún soy la pequeña niña judía que jugaba con las sombras y dominaba el terror. También serás muchas más cosas. Sé lo que he sido. Serás mucho mejor cuando desaparezcas del tiempo, esa necesaria perspectiva póstuma que tanto beneficia lo pretérito. Lamento lo que no seré. Probablemente una continuación de lo que ya eres. O no, quién sabe, y menos tú, hombre sabelotodo. Hablamos porque queremos aclarar las cosas. Sólo buscas tus propias respuestas. Entonces es en las preguntas donde está lo mejor de nosotros mismos. Eso es sólo una frase. No tengo otra cosa para comunicarme con los demás, yo no soy artista. Creí que escribías. Sólo soy un poco menos deshonesto haciéndolo, pero mucho más oscuro que hablando. Luego, eres escritor, si de ese modo puedes ganarte la vida. Digamos que conocí pronto la realidad del oficio y su utillaje en el origen, pues me dieron un buen consejo, quizás el mejor: 20 paquetes de folios por emborronar, una papelera tan amplia como el cesto de la ropa sucia, comienza siempre por la “A” y no dejes nunca nada por terminar, acaba como sea lo que empieces aunque tengas que hacerlo trizas en el mismo momento de ponerle punto final. Siempre he pensado que una obra de arte, por muy poco representativa o nada mimética que sea de algo, nunca es oscura: siempre es, y aunque nada signifique, está ahí, es, un material, una forma, un color. Escribir, sin embargo, es ocultar, pervertir el pensamiento, puesto que todo pensamiento, en el fondo, es simple, lo enmarañan las palabras, lo adensan de significados improbables. ¿Cómo diablos quieres entonces expresarlo? Como tú, a través del objeto y sus infinitas variantes y modelos posibles. Yo expreso emociones, sueños, imaginaciones, temores, presentimientos, incertidumbres, extrañamientos… Un galimatías y, además, arbitrario: hesse-humpty-dumpty haces que un objeto, un material inane, signifique muchas cosas diferentes, y te quedas tan tranquila. Claro, la cuestión es quien las hace. Una ley de artículo único, a la trágala. El arte es un puñetazo en las narizotas de un berzas. Bonita época que anda administrando purgas y eméticos a los disidentes de lo paranoico. El arte moderno siempre ha sido…. ¿Qué…? Una purga. ¿El arte ha sido eso?, ¿un vomitivo? El verdadero arte por supuesto que sí. Y el malo una carcajada. Basta con sonreír y apartar la vista. ¿Hacia dónde? Cualquiera sabe.
DÉJALO YA…
Qué contestona judía tan interesante.
-Su primera novela era más o menos autobiográfica, ¿no?
-Era más o menos asquerosa.
-No me diga.
-La rechazaron 42 editoriales.
(J.J., 1945, c. 3-4 mayo.)
Pero, ¿aún estamos en ésas?
Y lo que te rondaré, morena.  
Gente interesante esta pequeña familia de callados emigrantes alemanes. Gente como la de los barrios anchos y bajos de  Brooklyn, como la que ocupan las celdas estrechas de la colmena de Manhattan. Respetable. Un día observan al padre de familia regresar a casa con el bote pintado de hacer colectas para el Fondo Nacional Judío. Años cuarenta. Les enternece la acción. Este buen judío se preocupa de todo, incluso de los gentiles. Años más tarde, cuando la cuenta corriente comienza a prometer una época dorada y en calma: al atardecer, ya en la bata de andar por casa, esperando la cena, con una copa en la mano servida prontamente por el descanso del guerrero, el hombre repasa su colección de discos con seductoras portadas de Steinweiss.  ¡Qué afortunado soy!, se dice recordando, aunque sólo por un instante, de la que se libró en la Alemania de los campos del Señor y el Exterminio, de las trompetas del Apocalipsis (a pesar de que a él, Juan, hermoso homosexual, evangelista y eremita, un falsario como todo buen judío conoce, le tiene sin cuidado).
Algo acerca de esta pequeña judía alemana (sólo más tarde sería una estadounidense de origen alemán, cuando el tiempo decante, cristalice… etcétera, qué le vamos a hacer).
En Washington Heights.
-A ver, ¿tus padres te leen la Tora?
-Y The Saturday Evening Post y Colliers y los sucesos del Daily News. Y mi papá también compra Esquire y New Yorker.
El hogar, la madrastra, las fotografías escondidas de la madre suicida, saltadora sin pértiga. ¿Qué es un hogar judío además de esos gorritos tan simpáticos? Cortinas en las ventanas, olor a limpio y sano, el mantel primoroso a cuadros rojos y blancos de la mesa, tapetitos de encaje por doquier, el olor de la tarta de grosellas en el horno, la cubertería limpia y ordenada en el cajón del aparador, el jarrón con flores, la lámparas de luz amarilla, las labores de ganchillo sobre las tapicerías, las reproducciones de flores enmarcadas colgadas en la pared o de caballos galopando por una verde pradera, las luces sobrias, las horas, el silencio, la Biblia (interrumpida justo antes de que aparezca el judío ése de Nazaret, díscolo hijo de carpintero y ama de casa meliflua que pare hijos por ensalmo…)
Excepto en la mente y en los actos del patriarca, el resto guardaba lo justo la ortodoxia. A decir verdad, lo indispensable para no incurrir en el menosprecio. Eran prácticos y tenaces alemanes que procedían de hacendosos, callados, prácticos y tenaces alemanes. Si habían podido huir de los nazis y los campos de exterminio serían capaces de huir de todo aquello que pudiera malograrlos. Sin embargo, la muerte… ¡Qué pronto les rondó a casi todos ellos! ¡A cuántos de ellos se llevó…!
Al grano.
De acuerdo, se americanizó muy pronto. Sólo tenía 3 años al pisar la tierra prometida. ¿Qué sabes en yiddish? Qué va a saber, todavía anda entre pishachs, y le asustan hasta lo indecible las trenzas negras de los hombres que caen de los negros sombreros, hombres cuervos en forma de hombres de expresión seria. Reniega del color negro y el dolor. Y, luego, están los guisos de costillas de cerdo a la miel, las patatas rellenas de carne de cerdo con picadillo de cebolla, las salchichas de cerdo especiadas… ¿No eras una buena judía? ¿Qué hay de las pezuñas partidas o no, de los que rumian (malos pensamientos) o no? ¡Qué buena alemana hubieras sido!
-También soy una buena americana.
-Por eso te hinchas de taref. (Las normas están para romperlas…)
(Piensa que Yahvé es terrible y vengativo).
-¿Qué sabes de alemán?
1939: kaputt.
1946: haputt.
1970: kaputt.
En 1965 intentó expresarse correctamente en alemán. Lo consiguió a duras penas: se hacía entender. Eso parecía ser todo.
El benefactor alemán, algo desconcertado (1965), mientras paseaban por los jardines de las esculturas: es usted una auténtica americana.
Ese tiempo alemán, gélido, entre desahucios germánicos, se forja una identidad: va a ser lo que es porque ya se soñó. En la antigua fábrica se genera una suplantación, una tinta simpática que  sepulta decididamente la claridad primaria de un alfabeto de colorines y representación modélica. Un almacén de residuos y óxidos que cubren la escenografía aburrida de la copia realista. “Seré una gran artista.”
¿Para qué? Y, sobre todo, ¿para quién?
“Si sé quién soy, sé lo que quiero y para qué, y para quién.”  
Le gustaban las piedras, de todas formas y colores.
Nada de gemas, ni de cuarzos, ni de ópalos. ¿Y qué demonios es eso de “ojo de tigre”, lapislázuli…? Ridícula pedrería.
La chica Hesse ha pasado la mañana en Brooklyn, en Prospect Park; luego, ha cogido el metro en la avenida Church y ha llegado hasta Coney Island.
Recuerda otros años. Todos los años, la niña que buscaba monedas, la que aguardaba turno frente a la noria, la adolescente que miraba con recelo hacia el boardwalk donde, bajo las tablas, la chica espabilada de Brooklyn o la remilgada de Manhattan recibía el primer beso, se tomaba la primera copa, se dejaba hacer sobre la arena más o menos a cubierto de la muchedumbre festiva que sepultaba la playa.
Se agacha frente al inmenso Atlántico. Sopla el aire marino que alborota su cabello. El chillido de las gaviotas atraviesa el cielo agrisándose por momentos en esa tarde invernal con aroma a humo de leña. Elige formas y colores, durezas y texturas, la pátina del tiempo. Y la playa celebrada, soñando cuando niña el azul profundo: los cantos rodados y el arroyo imaginados y el viento y la aureola celeste…
Piedras vulgares. De un millón de años. Y realmente gratis. Ha llenado una bolsa hasta los bordes. Le ha puesto un precio a cada una de esas pequeñas piedras pulidas y aún brillantes por el agua salada. Un millón, dos millones de dólares cada una, letras de un alfabeto que ya pugna en su cerebro por ordenarse en una plástica tan nueva como el mundo marino que se abre ante ella. Sonríe con ojos de chica lista y suficiente custodiando el tesoro agarrado a la mano mientras se aleja de la orilla blanca por la espuma de las olas que van y vienen, se quedan.

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