domingo, 2 de abril de 2023

65

Sí, eres culpable.

Y el dolor, que para nada sirve. No redime. Humilla, siempre te vence, te destruye más aún que la propia enfermedad: culpable.

¿Y si en el fondo todo se trata de una aleluya? Una conspiración del inconsciente. Una obra abierta sugerida por el mismo material que buscara mediante el artista inocente su propio vocabulario exento de la razón humana. La piedra no hablaría como un ser humano, y menos el acero, los plásticos, la resina…

Aunque se necesitan cuatro mil millones de años para la consecución de un “azar” afortunado.

(Si bien finalmente el ojo humano, ejecutor y controlador, terminaría contaminando un auténtico alea.)

Proyección en el Village, en la sala Pudovkin, de dos films en dos pantallas yuxtapuestas: no tardas en darte cuenta que ya sólo es posible trabajar en los límites.

Todas las noches copia en uno de sus cuadernos una página de Le deuxième sexe. Otra especie de diario.

Notas al margen: marginal.

Pelucas.

¿Y si fuera una neoyorquina elegante?

El Literato soñaba en otro tiempo de atrás donde las épocas fueran acaso más sosegadas: iba de la mano de la Vreeland del Harper’s Bazaar y del suntuoso Vogue, hombro con hombro junto a los cuentistas bien pagados, arrastrando la Remington perfumada con aceite de esencias y provista de un silenciador de plata: a todos ellos les instigaba un miedo cerval a lo prosaico. Precisamente lo que Él buscaba en su circunvalación literata. (Pero en seguida descubrió la vulgaridad que se escondía tras aquellas biblias de la sofisticación, de las máscaras y los disfraces: disertaban sobre algo tan evanescente para el mundo, sus miserias y terrores, como el vuelo de una mariposa vistosa que sólo sobreviviese una mañana australiana).

¿Y Ella, la Gran Hesse?

Adelante con la fibra de vidrio y los demás envenenamientos del futuro: una tía verdaderamente tosca y adorable, tan valiente.

¿Y la apariencia?

Esas mujeres, esos lectores, creen en la inmortalidad, “somos eternos”, se confiesan a sí mismos elegantemente ocultos tras una trapería minuciosa y mundana: les aterra lo enfermo, lo precario, el desaliño, esa media-tarde del ser humano agotado que casi arrastra los pies cuando el cielo se agrisa y comienzan a hervir de cansancio las calles y su espesura. Unos toman camino del cóctel, al compromiso social donde las sonrisas son tan frías en realidad como los cubitos de hielo en el fondo del vaso corto de la bebida; a otros les basta llegar al apartamento maloliente o a la casa de madera en las afueras, ducharse, cenar y plantarse frente el televisor u ojear una revista ilustrada mientras oyen música en el canal clásico de la radio. (También los hay que leen a Ayn Rand, Frank Yerby, Jacquie Susan y Leon Uris o escuchan musique canaille o se embelesan con la Paramount, la Metro y la Columbia Pictures en sus versiones más pedestres de guapo chico-encuentra-chica hacendosa-también guapa.)

Pelucas.

He ahí el asunto de hoy.

Sigue siendo el mundo: pero como sus reflejos en los cristales de los cuadros de Richard Estes.

La Mujer del Sombrero ha dado paso a La Mujer Calva como si tal cosa.

Una mujer con sombrero ha de enseñar, aunque sea poco, algo de cabello. Es ahí donde está la gracia.

Lo maravilloso: Anna Karina en Bande à part. Jamás un sombrero dio tanto de sí ni la cámara de Godard a lo largo de su filmografía se regodeó de tal forma en una imagen de mujer.

Es un arte éste indetectable. Nadie tiene por qué conocer su verdadera función. “Que cabello precioso, y que corte tan esmerado y preciso”. Indetectable.

La peluca: objeto mágico. No tapa la calvicie desgraciada del alma, ni siquiera el pesar o la angustia, sino la quimio y la ristra de prácticas de los médicos y los auxiliares que silban o bajan la vista a tu paso y también las habitaciones blancas y los largos pasillos y las antesalas deprimentes y un rumor de fondo como si fuese el de las máquinas que han de triturarte.

Pelucas:

De modo que indetectable. Un arte sutil. Las apariencias engañan. Una peluca es todo un engaño, pero no como objeto, que es tan real como lo parece, sino como función.

Notas algo raro. Pero no descubres nada.

Existe en la expresión una huella de desaliento que no parece coincidir con la magnífica tersura y fantástico brillo de la melena dorada o nogalina.

¿Buscas lo que hay debajo?

Tal vez.

¿Qué esperas encontrar?

Un tumor.

Pelucas:

La caída del cabello es un efecto secundario de resultas de un tratamiento con quimioterapia. Los efectos secundarios de los fármacos administrados a La Mujer Calva producen en los f0lículos pilosos una acción devastadora que acaba destruyéndolos, lo que provoca con carácter temporal la pérdida del pelo. ¿Temporal? En cualquier caso, se trata de una carrera contra el tiempo entre los beneficios terapéuticos y la muerte. Arrojar la peluca al cubo de la basura sería el triunfo de la técnica sobre el mal. No obstante, nos hallamos ante una patología en extremo traidora frente a la cual no sirven los esquemas previos. El protocolo es, simplemente, lo que la experiencia clínica ha demostrado como más aceptable en la práctica oncológica. Cancerosa, no se deje engañar. Huya de las prótesis capilares permanentes, pues sus pegamentos y cintas de doble cara ahogan en buena medida los folículos pilosos del cuero cabelludo impidiendo a éste que respire durante al menos las siete horas recomendadas, algo tan sencillo que puede llevarse a cabo mientras dormimos, hacemos el amor o leemos de cabo a rabo el New York Times del domingo. Elija la peluca oncológica o estética fabricada a medida. Puede mantener su imagen de siempre o darle un giro copernicano: si rubia antes, morena ahora; si antes morena, luzca ahora su melena dorada. Color y textura, corte y estilo conforman la base estética de La Nueva Mujer. Puede usted encasquetarse una peluca de cabello natural: se fabrican sobre una base transpirable y transparente; se ajustan a la piel mediante una tira de silicona, de modo que su colocación es segura y confortable: en ningún momento notará que está calva, ¡hasta usted misma creerá que el pelo es suyo! Además de materiales como el tul de hilo tramado, se confeccionan en su parte alta con monofilamento y cabello natural implantado a mano; por este motivo en las zonas más expuestas, el área frontal y el vértex, el nacimiento del cabello parece absolutamente natural, como si creciese de su mismo cuero cabelludo (ahora pelón). El modo de fijación es natural, sin adhesivos de ninguna clase. Como interesante colofón añadiremos que el origen étnico del cabello humano utilizado responde a todas las garantías deseables de salubridad, sin que en ningún instante sean añadidos en su composición pelos de origen animal (caballo, yak, oveja, cabra…)

Escucha, alemana: en la Roma imperial te habrías quedado sin cabellera: entre las damas patricias reinaba la moda de las pelucas rubias, y éstas se confeccionaban con los cabellos de los antiguos habitantes de los pueblos germánicos sometidos al Imperio a los que se les despellejaba sin mayores miramientos con objeto de hacerse con sus tirabuzones trigueños y sus melenas amarillas como el sol.

U3-A (existen los universos binarios, sabes.):

La industria del crecepelo ha evolucionado de una forma prodigiosa. Por el momento, se están llevando a cabo estudios y sesudas investigaciones sobre el gen responsable de la caída del cabello. En unos años: adiós, pelucón.

Entretanto, los dermatólogos y otros charlatanes ya disponen de un auténtico arsenal que destierre de una vez las cabelleras postizas y fraudulentas como un cuadro falsificado de mister Warhol o monsieur Monet.

La luz láser es capaz de inyectar nueva energía a las raíces y activar la circulación sanguínea al oxigenar de nuevo a aquéllas, lo que a su vez resucita el nacimiento del cabello.

Existe, asimismo, la estética del plasma. Un salto más en la evolución procesual del discurso alopécico. Veamos: se aplican micro-infiltraciones en determinadas áreas del cuero cabelludo mediante el PRFC (Plasma Rico en Factores de Crecimiento) del propio paciente, obtenido extrayéndole cierta cantidad de sangre a la que se separan los factores de crecimiento del plasma. Su finalidad es palmaria hasta para un profano en estas artes: estimular la formación de colágeno y aumentar la vascularización del folículo piloso.

Incluso en U3-A el dinero, como en el planeta Tierra, es el cebo para entretener el espacio de tiempo que media entre el nacimiento y la muerte. El entretenedor es el charlatán; el pagano, el calvo: cuesta 250 pavos el baño de las unidades foliculares que se van a implantar, a modo de plus, en aquel suero rico en proteínas y factores de crecimiento. Y otros 200 pavos la sesión de mesoterapia por el mantenimiento consistente en infiltrar sustancias revitalizantes y fecundos compuestos de vitaminas, oligoelementos, minerales y principios activos de origen misterioso en el cuero cabelludo. Por 675 dólares usted tiene vía libre a la carboxiterapia, ¿o no sabía usted que la aportación de CO2 al cuero cabelludo incrementa la microcirculación sanguínea y suministra una buena cantidad de aminoácidos esenciales?

Una vez superada la barrera de los 10.000 dólares nos hallamos en el fértil campo de los trasplantes y la clonación del cabello. Entonces el cuero cabelludo, ya en barbecho, puede recibir una de las dos clases de trasplante de siembra, a tiras, o por medio de la técnica FUE. Respecto a la clonación… En fin, todavía se encuentra en fase experimental en el laboratorio a través de ratas.

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¿Utilizan ratas para sus experimentos?

Grandes y peludas. Aunque todas acaban muertas y con el pelo al cero.

Investigan con ratas. Como en el cáncer.

Eso es.

Qué te parece…

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Contra la quimio:

Luz blanca directa a la cara; poco fondo, tenue.

Y la peluca. Es todo.

A rodar (hasta con minifalda).

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-Cáncer de pulmón.

-¿Era fumadora?

-No. Era mala persona.

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-Dios te castigó.

-Tu arte es malo.

-Es maligno.

-Una proliferación de malentendidos.

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Me llamo John Smith. Nací en 1920, en Nueva York. Después de la escuela secundaria estudié Economía en un Instituto Técnico y en seguida empecé a trabajar en una entidad financiera. No fui a la guerra a causa de mi mala vista. Siempre he tenido problemas serios con los ojos. Me casé en 1945. En realidad, yo era un conformista. He trabajado en el banco Limerman&Stein Savings durante 27 años. En 1961 terminé de pagar la hipoteca de nuestra casa en Cobble Hill, en Brooklyn. En el 62 alcancé el puesto de director en una sucursal de Queens. En el curso de los años he realizado varias inversiones afortunadas que van a garantizar de sobra los años de Universidad de mis hijos. Todo marchaba como la seda. He cambiado de coche cinco veces a lo largo de mi vida. El actual es un Chevrolet azul del 68. Seguramente será el último volante que maneje. Tengo cáncer de garganta. Y ha metastizado. Ha ido deslizándose hasta el esófago y los pulmones. En fin, nunca me lo hubiera imaginado. Pero así son las cosas. Yo creo haber sido una buena persona, o al menos trabajadora, incapaz de cometer cualquier delito o infracción del tipo que fuese. Nunca he sido violento. He amado a mi patria. No tengo deudas. Pagaba mis impuestos escrupulosamente (alguien lo tendrá que seguir haciendo en el futuro, después de todo). Fumaba dos cajetillas de cigarrillos Lucky Strike al día, algo que ahora me atormenta cada minuto que pasa, y, al anochecer, tomaba una copa de bourbon, quizá dos, paladeaba el licor tranquilamente mientras hojeaba el periódico de la tarde. He sido un hombre moderado, sin fanatismos de ninguna clase y, según creo, accesible, aunque algo reacio a manifestar mis emociones en público. Mis distracciones consistían en escuchar la radio después de la cena, y luego, años más tarde, quedarme embobado frente a la pantalla del televisor.  Veía los noticiarios de Walter Cronkite y concursos del tipo de Quiz Show. Siempre terminaba en la cama antes de las once. Y siempre he dormido como un niño, de un tirón. Creo que jamás he tenido una mala pesadilla. También solía ir un par de semanas al año a pescar a Island Current, aunque tardé bastante en comprarme una buena caña de pescar, una Penn con un reel squidder modelo K que superaba con creces mis expectativas. Creo en Dios. En su bondad infinita. Aunque no pertenezco a ninguna iglesia. He tenido dos hijos, chico y chica, John y Mary Ann. Se llevan un año y medio. Buenos muchachos los dos, inteligentes y divertidos, no demasiado estrafalarios para los tiempos que corren. Estudian en la Universidad Pública de Nueva York. Mi mujer, Eva Hesse de soltera,  es de ascendencia judía. Ha sido una estupenda ama de casa y una excelente esposa entregada por entero a su familia. Nuestro hogar es bonito y confortable. Por la tarde, Eva vende productos de Avon. También es una gran aficionada a pintar acuarelas, y hasta vende algunas de ellas. Se gana un buen dinero. Ya de jovencita era muy inteligente relacionándose con el dinero, tenía un don especial para eso. Siempre le he dicho que habría hecho mucha más carrera que yo trabajando en la banca, sobre todo en la de inversiones o incluso en la comercial. Pero ahora, debido a mi enfermedad… ignoro lo que va a ocurrir. He tenido una vida tranquila, yo diría que una buena vida, y hasta muy buena (el amor y el cariño de Eva, el nacimiento de mis hijos, mis días de pesca). No me gustaría que esto acabase, y sigo deseando cosas buenas: sentarme en una terraza arbolada del Village al atardecer y tomar una copa junto a mi esposa y unos amigos, charlar con mis hijos mientras nos desayunamos un domingo por la mañana, pasear por la playa de Coney sland sintiendo el aire y el olor marinos en el rostro mientras escucho llegar a la orilla las olas infatigables después de un largo viaje… La muerte no puede ser buena, ni aceptable, pero, sí, al menos me gustaría que fuese tranquila… En fin. Mis padres… No se me ocurre nada que pudiera decir acerca de ellos… Se divorciaron cuando yo tenía 7 años y quedé al cuidado de mis dos abuelas viudas. Ambas han muerto. Una de ellas vivía en Manhattan. La otra nunca salió de Brooklyn... que yo recuerde. Pero lo curioso de veras es que no logro adivinar desde hace tiempo quien era la abuela materna y quien la abuela paterna, quien era la que vivía en Brooklyn y cual de las dos vivía en Manhattan. Aunque ahora que lo pienso…

(El padre de John Smith era un tipo que aún olía al aceite industrial de Nassau cuando se casó y de quien lo último que se supo era que vivía en Detroit agarrado a una botella de whisky: a veces aparecía tambaleándose por las inmediaciones de Renaissance Center, donde, al parecer, mendigaba los dólares necesarios para proveerse de alcohol. Un amanecer gélido y nevado de cielos inhóspitos fue hallado muerto en River Rouge. Ella, la madre, era una damita muy ambiciosa de Suffolk County capaz de maquillarse tres veces al día y cambiar de vestido otras tantas. Unos años después de dar a luz a John Smith se dejó seducir por un vendedor de Saks y voló del nido, y tres años más tarde, luego del crac del 29, volvió a volar y desapareció sin dejar rastro cuando su seductor cometió una serie de desfalcos que lo metieron entre rejas.)

John Smith, hijo de John Smith y Sussy Bird, nacido en Brooklyn, Nueva York,  el 7 de Julio de 1920, murió después de una larga enfermedad, la noche del 14 de Mayo de 1970 en Brooklyn, Nueva York, pocos días después de haber escrito un sucinto resumen de su vida a instancias de nuestra empresa Last Words, especializada en imprimir, encuadernar y editar los últimos deseos y recuerdos de sus seres más queridos en bellos volúmenes de cuero gofrado y teñido a la antigua usanza con letrería y portadas orladas en oro.

Fundido en negro.

Abre fundido.

Se ha zampado cuatro hot dogs desde las 10 de la mañana. Antes había desayunado un trago de zumo de tomate y la cuarta parte de un bagel duro y rancio que guardaba celosamente entre los calcetines de un cajón de la cómoda para las malas épocas de escasez bíblica. Ahora son las 18 bulliciosas horas de la tarde, cuando ríos de gente anegan las aceras. “Me desquitaré esta noche”, se dice sentado en un banco de Bryant Park bañado suavemente por el sol aún meridiano de primeros de octubre. Sigue leyendo. La cena le reivindica como ser humano: el postre Ellington íntegro (pastel de chocolate, flan, jalea, mermelada de manzana y crema batida).

Ella (piensa él, dulcemente somnoliento):

Agarra como una arpía el códice-de-su-obra.

Hierofante sabelotodo.

La Bruja de la Tribu.

Una sacerdotisa que ocultara magnificencias ocultas, pero que finalmente las expusiera en público: a la mofa general.

¿Qué extraño animal te proporciona la piel para fabricar el santo pergamino? ¿Qué mezclas de especies, qué hipogrifos, qué híbridos te proporcionan el pan y el vino de este-es-mi-cuerpo y esta-es-mi-sangre?

Pulida la piel, tensada en el marco de madera, la escritura se torna oráculo: el arte del futuro, el objeto hecho la nada.

Existe un protocolo, aunque no sea visible al espectador.

Existe una metodología procesual e intelectiva que organiza la propuesta plástica: la bofetada visual.

Pero que la obra sea. Hasta intonsa, intocable, incomprendida, vilipendiada. Pero que sea.

Primero, la escritura; luego, las capitulares y, por último, las ilustraciones.

¿Con qué cuentas para tamaña obra?

¿Eres persona ilustrada?

Con lápices de plomo. El gran color, el rojo hecho con minio, pigmento de óxido de plomo y origen de la palabra miniatura que nunca aludía al tamaño de los dibujos, sino que daba luz al color rojo.

Rojo brillante: sangre arterial; rojo oscuro: la vena mala: donde anida la serpiente de fuego.

 Azul: lapislázuli traído del Asia, de Afganistán, el país de las montañas y la ira de Alá, de los cielos limpios. Difícil y caro pigmento que iluminaba las escenas más sabrosas.

Ella utiliza los ocres, y los enredos de la química y sus pestilencias.

¿Quién soy yo?

¡Qué pregunta! Todo el mundo sabe muy bien quien es. Engañar a los demás es fácil, pero engañarse a uno mismo… ¡que tiene que olerse y registrarse detrás de la piel todos los días!

Eres una artista.

Veámoslo.

¿Qué es un artista?

Un mago. Sublima las piedras, sus manchas. Caza y figuraciones logran complementarse en su mente primitiva (la mejor para el arte, según mentía Picasso). Si el arte es cosa de locos, su práctica se esconde en lo más profundo de la cueva. La artista metropolitana de nuestros días, en los apabullantes 60’, requiere de las multitudes para su ocultamiento. Lo que de ella se exhiba en ocasiones es la parte desprendida e inerte del muñón, lo que va a terminar pudriéndose.

¿Qué es una artista?

Un ser especial: maneja azules.

No, eres unas manos, eso es lo que eres. Pues has dejado atrás los espíritus (del bien y del mal).

Eres una especie de servidor. Siempre al servicio de alguien. Aún no te has descubierto a ti misma.

No fuiste libre hasta mucho después, en pleno renacimiento de tus poderes ocultos: ¿qué importa que me entiendan?, te dijiste. No deseabas en modo alguno encasillarte entre lo mitológico y lo simplemente artesano.

Una identidad griega es lo que necesitabas.

¿Qué es una artista?

Eres una creadora. Eres Dios.

De la cueva al cielo: pero es tu mente, tus sueños, los que han arrumbado definitivamente las manos al limbo de la mecánica. 

Qué albricias, qué fiesta, ahora todo va a ser un juego del lenguaje… en pos de lo profundo.

Representa el mundo. Qué más da el lenguaje o no-lenguaje que utilices. Estás en el mundo. Eres del mundo. Lo que hagas tiene, pues, otro dueño. Al que representas por añadidura. Todo lo del mundo se legitima por sí mismo.

¿Hasta lo que no se ve?

W.:

Der menschliche Körper ist das beste Bild der menschliche Seele.

Fue una mera frase. Los años no pasan en balde.

La marioneta se ha venido abajo. Demasiados años, demasiadas muertes y engaños para tratar de dibujar el alma. Dibuja contra ella.

Puedes decirlo con más arte. El tuyo. Visible y comprensible. Plásticamente inobjetable.

¿Construyes una obra?

No, pienso.

Con la boca cerrada es imposible no dejar de hablarse a sí mismo.

“Tengo la palabra en la punta de la lengua.”

“Tengo el pensamiento en la punta de la lengua.”

“No entiendes nada respecto a mi obra. Lo malo es que no puedo demostrar tu ignorancia.”

¿Cómo dibujarías el azul? ¿Y el verde? Puedes pintarlo, mostrarlo, pero ¿y dibujarlo? ¿Qué forma tienen los colores?

A estas alturas, 1970 parece un año, uno más, del siglo XXI. Incluidas sus trapisondas y enredos de aquél que pueden parangonarse con los actuales cuando esta escritura de limón se haga visible con el calor de la llama y las ruinas de las postreras hogueras del arte.

Háblame de la escultura moderna.

No existe. Murió de muerte natural, entre escayolas de amarillo ruin y fríos y falsos bronces y mármoles cegados por su mismo brillo. Y prefiero creer que no tomas esto como un chascarrillo: murió estatuaria.

Hablemos de arte, pues.

Dijo: estructura efectiva.

Pero El Escribano Taimado, al pie del lecho de muerte de la Artista a Punto de Consagrarse, todo oídos, engaño y pluma en mano, entendió: estructura festiva. Eso fue todo un hallazgo. Que así sea escrito. Una errata feliz.

En cuanto a mí, pretendo que lo que hago sea mucho más real que una imitación. Ver no sólo comprende una experiencia visual, sino que, a la vez, conlleva una experiencia táctil. La imitación no basta, y es fácilmente sobrepasable.

Que era precisamente por lo que abogaban los antiguos (sic).

Empecé a destruir a los ídolos cuando descubrí que yo debía  ir mucho más allá de la forma. Y si era un viaje sin retorno, mejor que mejor. En ese caso me movería en el espacio: ¡sería en el espacio!

¿Y a qué ese afán de instalar objetos en el espacio?

Lejos de ser objetos, utilizo… materiales.

La Gran Materia Alquímica: arduo es entrar en las cualidades reales de cada cosa.

Te alimentas de la nodriza que es el mundo. Qué derroche.

En tus manos el lapis, la llave magnífica para la transmutación de la materia. Y si comprendes, calla. Confórmate tan sólo en regalar las visiones.

Como la mejor de los alquimistas, yo siempre he creído que el arte debía mejorar el mundo. Y la mejor herramienta del arte es la imaginación. Un hombre es lo que piensa.

¿No te bastaban la tierra, el agua, el aire y el fuego?

Nunca los he negado como elementos. De ellos nace cualquier material conocido o por conocer. Incluso los inexistentes necesitan de sus cualidades para ser creados.

Otoño. Oh, días de oro. Esto es un presagio. El aire es limpio y fragante, transparente, y parece que se podría tocar el cielo con las manos, tan cercano, tan azul-piedra, y la hoja amarilla y ocre,  tan roja será que ha de sembrar de hogueras el valle. Pero, todos quietos.

Estamos en la Edad de Oro.

Un año nuevo.

Rosh Hashana.

Tráeme la felicidad (y despójame de todo lo demás).

Tras el número 5.

Lo hermético te arropa con su infantería de desconciertos; amuralla los castillos interiores.

El lugar de la Tierra: el centro.

Luego eres el centro del universo.

Systema Magicum Universi. Del lugar de la Tierra hasta las regiones de los serafines y querubines. Y, tras ellos, el Primero y el Último, Dios. El Gran Constructor. El inmenso resplandor te ciega. La luz brota de ti mismo.

Abres los ojos: he ahí todo lo que voceaba Platón delante de su barraca de feria invitándote a entrar previo pago de monedas.

El Cusano te saca del centro.

Y Giordano Bruno te rebaja a un punto.

Estás, pues en tu sitio, el verdadero.

El Único en El Único Punto.

Purifícate: encriptada en un balneum el vapor te libra de la bilis negra. Pero es el paso por esta tierra la verdadera purificación: el valle y las lágrimas.

Piensa: el sol es Dios.

¿Quién eres tú?

Mi horóscopo.

Mira, pues, la hora, hija de Saturno.

Permaneces frente la puerta de las tinieblas, sólo traspasándola llegará el renacimiento y la regeneración.

Saturno: destronado por Júpiter, enterrado bajo tierra, tosco entre la tosquedad del poso del mundo (piedras, tierra y plomo), astro frío, rígido, duro y severo, esqueleto material del mundo, padre de toda suerte de desgracias y calamidades, y, sin embargo, he aquí el resurgimiento postrero: tienes la forma noble de un panteón filosófico, eres el espíritu puro, eres gran señor, sabio y cauto, autor de la contemplación interior, dueño del tiempo, defensor y desvelador de misterios, el oro oculto está en ti, devorabas piedras y no hijos, de tu noche saturnal nacen todos los prodigios…

Ha empezado el proceso.

Opus Magnum.

Asciende la escala celeste.

Abre la puerta de las tres cerraduras.

Derriba el león verde: la sangre que se vierte constituye un material excelente para el arte que profesas.

Esclarece los secretos.

Yergue a la entrada la Cruz con una serpiente clavada en la madera.

Estudia los jeroglíficos del Mutus Liber.

Es labor de las mujer el blanqueo de la materia negra, aprende a lavar el lino con agua y ceniza.

Del delirio amoroso nace la lluvia de oro.

Pero separada del varón no engendrarás un hijo, un rey de cabeza roja y ojos negros y pies blancos: La Maestría.

Te espera en la retorta, Obrera Sumisa y Gran Sacrificada, la  prima materia.

Tu obstinación hará que halles la armonía en el caos: la forma perfecta: lapis philosophorum.

Transforma el firmamento y el cráneo, y utiliza mercurio, que ni es planeta ni es metal. Es la Substancia (que acaso fabrique tu propia mente).

Empaña la pared del matraz con tus fantasías, revuelve en su vientre de cristal tus imaginaciones, que alumbre esa ampolla la Obra Imperecedera de tu ingenio.

Descubre en el triángulo de oro el nombre de Dios.

“Has de saber, hijo mío, que ha cambiado el curso de la naturaleza.” (Raimundus Llull).

Traza con el compás el círculo que ha de apresarla: se juntan en el centro, aquí hay trabajo, allí la calma.

Y, ella, la Gran Sacerdotisa, la Geómetra, cierra los ojos a la naturaleza, sus correspondencias y figuras: labra la forma de los pensamientos.

El oro tiene un núcleo de 79 protones. Ella, La Gran Alquimista del Arte, ya guarda en las faltriqueras una docena de ellos. Aún quedan bastantes. Hay que seguir trabajando. Esa es la clave: jamás se concluye algo en una naturaleza antes que tú y después de ti. Es en el proceso donde se celebran las grandes mentiras, las ciegas ilusiones, la idea de la inmortalidad. Ánimo, bruja, persiste con tus retortas y alambiques. Un protón más. Y dos... ¡Ese crisol ha de estallar de soles y quimeras!

Una paideia basada en el dolor y la pobreza, las necesidades, la humillación, el asco: directa a la pasividad más inane, a la apatía, a la abyección de lo estéril. Directa a un infierno bien aprendido.

De acuerdo, te has librado del dolor, de la fatalidad, de la desesperación y el castigo. Alquimista, ya eres el oro. Pero en el mundo sigue existiendo el dolor y la fatalidad, el castigo y la desesperación de los otros, a quienes has traspasado la escoria. Sabiendo eso, a partir de ahora ¿cómo te librarás de la culpa?

El Gran Maestro no luce plumas sujetas a la nuca. Tampoco rodean abalorios ni collares hialinos su cuello ni vistosas pulseras coloreadas por la clorofila y los soles de la selva se ciñen a sus muñecas. Un tipo muy aseado El Gran Calvo. Hasta distinguido, a despecho de su misión de barrendero de las hojas de otoño y los cadáveres de invierno. Se sienta a la mesa ovalada que preside una ancha habitación revestida de maderas y estanterías con libros de llamativos tejuelos grabados en oro. La luz, indirecta pero generosa, proviene de varias lámparas de mesa y una banker de blanco nacarado que se alza en la parte superior de la brillante superficie de gruesa madera oscura. A ambos lados de la estancia se hallan dos espaciosos sofás de cuero color tabaco. Dos pequeñas mesas auxiliares de marquetería y cristales biselados se hallan situadas adecuadamente entre ellos; cada una de ellas sostiene una pequeña lámpara de bronce con tulipa, y en una se erige una escultura de mármol verde de reducido tamaño, un estilizado volumen muy pulido que a nada representa en su forma: sólo a ella misma, como símbolo de un gracioso bucle de origen y destino, y sobre la otra descansan tres o cuatro lujosos libros de arte. No hay ventanas en la habitación, también desnuda de cuadros o pequeños grabados que atenuaran la desnudez de los paneles de madera libres de estantes. Frente a la mesa donde se cuecen las ilusiones descansan dos sillas tapizadas de piel verde y sobre ella se alinean en conjunción perfecta una plegadera dorada, un cálamo de metal de antigua (supuesta) apariencia junto a un juego de escritorio de bronce y un pisapapeles de cristal transparente en forma de pirámide encima de unas hojas de papel vitela de color amarillo. Un reloj de arena de ampollas cristalinas y extremos de nogal alzado sobre un lado ultima la sobria decoración de la pulida superficie. La atmósfera emana un olor muy especial (se dice ella), un olor noble a madera, a cuero y papel, y quizás a agua, un agua de rocas y cueva marina, algo muy agradable que le hace albergar grandes esperanzas. Momentos antes de tomar asiento delante del Moderno Sacerdote y Oráculo Infalible que aguarda en pie, sus ojos de artista tratan de descifrarlo a través del Uniforme Perfecto, pues ahora ya es una Enferma Sabia y no una Atolondrada y Sudorosa Jovencita que vendiera por unas pocas monedas afecto y acuarelas sin enmarcar: el tipo, de traje azul oscuro y raya diplomática, luce una camisa azul pálido y paleta pequeña, a la moda de entonces, de cómoda abertura en torno al cuello; la corbata de seda, estrecha y gruesa y nudo sencillo, es de un largo convencional; la chaqueta es de corte clásico con hilera de tres botones y caída de mangas perfectamente ajustadas; el pantalón, de corte inglés, tiene una anchura discreta, en torno a los veinte centímetros, y un largo de pernera por encima del zapato negro, de brillo inmaculado y suela mediana.

“Maestro, ¿qué va a ocurrir?”

“Los tiempos están cambiando en Nueva York.”

“Entonces…”

“Entonces la audacia ha de ser superlativa. La brutalidad neoyorquina aplasta a la cortesana y negligente pandilla parisiense derrotada en una guerra más. Les hemos robado la cartera a los gabachos. Reflexiona. Ahora es el momento de hacerlo. De crear la industria de la fama. Sé ambiciosa. Sé una diosa de la Modernidad. Sé crítica.” 

“Lo soy. Ahora más que nunca.”

“Nueva York es la cumbre. Todo queda… tan abajo. Es el momento adecuado, y tú estás en el sitio justo. Lanza el grito más deseado, ¡brama la respuesta a sus ilusiones nodrizas!: ¡Madre, he llegado a la cima del mundo!”

“Mi obra no es una revancha. No sé lo que es.”

“Es una solución.”

“¿A qué?”

“Has purgado delitos. Has sido una buena kantiana; has sido una buena wittgensteiniana. Puedes poner a prueba todos los valores y fundamentos de tu disciplina. Dale una buena patada en el culo a ese vejete polvoriento de Freud y sus esbirros franceses.”

“Todo lo cuestiono. Pero eso me lleva al silencio.”

“Mejor para ti.”

“Sólo veo objetos. El cuadro ya no me interesa. Tampoco el mármol.”

“Vas por el camino recto. No rectifiques. No existen los atajos. Lo ilusorio no justifica a los genios. Nunca hacen trampas. Precisamente, es todo lo contrario lo que les distingue: se imponen con rotundidad ellos mismos cueste lo que cueste y aun escribiendo con faltas de ortografía: la corrección delata a los sólo técnicos.”

“Maestro, yo soy impura.”

“El arte es sacrílego. No hace falta que crees obras maestras. Eso ya lo dirimirán otros. Tú limítate a ser una buena artista y aléjate de la imagen, de cualquiera de ellas, hasta del reflejo más vago. El color no tiene forma, es bastardía de la luz. La estatua es una piedra, el dibujo un papel.”

[Las obras maestras ya las venderemos nosotros en Sothebys o Christie’s, pero esto ya no incumbe al arte, sino a los dividendos merecidos de quien “expuso su dinero.”]

“Maestro, mi página donde escribir es el espacio.”

“Magnífico. Te lo digo yo, y mi palabra, como es sabido, vale su peso en oro.”

“Maestro, dudo de todo.”

“Espléndido.”

La artista baja la cabeza ante El Maestro. Claudica. Manifiesta su perplejidad.

El Maestro sonríe poderoso.

“Maestro, usted no era artista. No pudo serlo, pero se ha enriquecido en nombre del arte.”

“En efecto, querida. ¡Es algo desconcertante!”

“Entonces, ¿cómo se lo explica?”

“No me lo explico, puesto que yo sólo soy un vendedor de informes. A mí me basta con eso… y asimismo a los inversores. Pero también soy dueño de las mejores frases del arte americano: un artista tiene que ser un país. Con esa frase fabriqué a uno de los grandes genios del futuro. Lo moldearon mis manos, lo nutrió mi cerebro, lo creó mi paranoia. Sin mí no hubiera llegado a nada. Habría naufragado en el fondo de una botella de whisky. ¿Y qué ha sido en el siglo XXI? Cien millones de dólares. Soy El Oráculo, todo esto ya lo dejé grabado a fuego en las páginas de Nation. Sois ahora lo que valdréis en el futuro. Y empezamos con buen pie. El Mundo ya os mira con asco en lo de Parsons, Sam Kootz o en French and Co.”

“¿Cómo puede estar tan seguro de discernir el arte auténtico de entre toda la mediocridad de su tiempo, de los de antes y de los de después?”

“Porque en el fondo el arte me interesa muy poco una vez mis teorías ya se han convertido en el hot-dog más callejero y corriente en manos de los artistas de los cincuenta que, hambrientos de la comida más fácil pero saciante, se lo llevan a la boca aún caliente y empiezan a engullirlo como menesterosos que son. Eso me lleva a un inteligente distanciamiento. No soy el ojo que mira a través de la lupa… soy la lente fisgona, el mismo aumento óptico. La mayor parte de los artistas sois aburridos y estúpidos, lo que os convierte en perfectas herramientas para quien sepa utilizarlas en provecho propio. Vosotros quedaros con la posteridad, sacralizados por las letras de molde de los manuales para aficionados y estudiantes (¡idiotas!) de Historia del Arte, aunque sería preferible que antes os barnizarais con un par de buenas capas de sacrificio y sufrimiento. Son dos perfectos valores añadidos. Del mismo modo que un cuadro antes que imagen no es sino materia oliente nada más, una superficie bidimensional manchada de pigmentos o incluso texturada de terrones muy lejos de la realidad exterior que pretende representar, vosotros los artistas sois el proceso que sutiles y no demasiado misteriosos mecanismos del futuro activarán a conveniencia. Los artistas sois bombas con espoleta retardada, querida, y cuanto más las carguemos en vuestro tiempo, mayor efectividad mostrará en el futuro: alcoholismo, suicidio, fatalidad, pobreza, locura, humillación… Combustibles directos al rédito del mañana y a la fácil complacencia burguesa. Si tratamos de genialidades, tratamos de estrategias; si de talentos, de literatura ligera; si de prodigios, de espectáculo. Cada perro con su hueso. Todos vivimos de esto, del Arte y su Moda. Yo provoqué el nacimiento de un nuevo concepto en La Ciudad Deseada: la nada hecha forma. El dibujo y el color de la perfecta nada. El tributo que pagaríais a partir de entonces los artistas sería la conversión al pensamiento profundo, a las realidades invisibles, ya que las otras, las exteriores y tangibles, sólo son un simulacro de barraca de feria en vuestros lienzos y soportes pintarrajeados. El artista trocó en un ser insondable, un pensador, un místico, un poeta que se atrevió a mirar la oscuridad del abismo… que es el vacío, la nada. Hay que ver las cabriolas que sois capaces de hacer al borde del precipicio. Yo hice de un pobre tipo no carente de habilidad para lo intuitivo en el arte El Mayor Artista de los Estados Unidos. Luego, lo torturé a conciencia con mis palabras y ocurrencias. Y he ahí la obra maestra: él mismo se destruyó. He hecho del cinismo una máscara al tiempo que un acicate para el estilo plural de nuestra época, soy El Modelador. Aunque muchos piensen que soy un farsante, un Escribidor con una pluma en la mano y un lugar donde escupir su ponzoña. En todo caso… no soy la ambrosía solamente. También soy el director de pista, y el que doma las fieras, y el que ha adiestrado y hace bailar a los perrillos con faldas y el que vigila con mimo la cuerda floja de los artistas inseguros y funambulistas y el que asegura los tensores del trapecio que salvaguardan las piruetas en el aire... y el que ríe las gracias de los payasos MalaSombra y el que hace de red… Querida, soy el que guarda la llave de la jaula. A muchos de vosotros os he dado libertad, pero sois incapaces de dejar de merodear en torno a la carpa… Seguís temiendo el látigo aun lejos de vuestros cobardes y sumisos lomos. No creéis ni en vosotros mismos. Os tenéis un miedo cerval frente el espejo, que se ha transformado en un reflejo homicida, un guiño perverso y letal que pone del revés todas las obras que salen de vuestras manos. Necesitáis del panegírico constante y la reseña continua para alimentar una religión que exige la comunión diaria, una compensación, diríamos, por tales lealtades hacia lo invisible.”.

“Usted habla como un judío.”

“Soy un judío. Y soy capaz de hablar en siete idiomas, aunque el que más me divierta sea la jerigonza plástica. Un idiolecto que acoge bajo sus alas protectoras a cualquier genio o…zascandil. Un tipo de Brooklyn con una pluma en la mano al que los artistas más serios y peligrosos embadurnan de ceniza la calva. Pero también yo hago de la provocación un negocio. En este mismo momento puedo meterte por el escote una rata muerta y quedarme tan tranquilo escuchando tus alaridos como el que oye llover. Soy demasiado inteligente para ser artista, de modo que tuve que doblar el espinazo ante la confusión y lo oscuro que, mira tú por donde, ha acabado siendo lo profundo. Sabía que ir contra el gusto común era la clave para el triunfo. Todo lo popular de nuestros días es falso, mediocres artificios hechos con el peor de los ingenios de la cadena de montaje del progreso. Un simple insulto silencioso, como un soplo de ira, y se vendrá abajo el tinglado de esa cultura de pacotilla de la clase media. Dicen que hablo como un charlatán de feria. Y, en efecto, esa es la cosa. Sacar de la chistera un conejo… o una teoría. Después sólo tienes que tratar a un artista como un pelele y harás del él un genio. Redúcelo a lo formal: desnúdale de anécdotas y referencias, átalo sólo a lo que presenta, a la tela o la madera, al pigmento, a la línea, al plano, a la piedra o al hierro. Y déjalo quieto ahí. Desnudo frente al mundo. Todos somos herederos de un Picasso burlón y prestidigitador hijo del otro Picasso barroco, oscuro y complicado como todo buen español. Ahora el arte es un espectáculo. Debe serlo, es el primer paso para la ganancia. Por lo demás, te diría que respecto al arte sería suficiente con las teorías. El hecho de que no podamos prescindir de los artistas y los cuadros es que sois la mercancía necesaria, lo palpable y hasta… lo grosero. Pero basta de retórica. Estamos en La Época Oportuna y en El Sitio Justo. Es el momento de los dividendos. Los muertos ya se cuentan por decenas. Es despreciable pensar así, lo sé, y no obstante prefiero el desprecio que puedan suscitar tales comentarios a granjearme un afecto que me esclavice a la tibieza. El mejor amigo del arte, de los artistas y los críticos, es la incomprensión. Y el arte abstracto su mejor aliado. A la larga, uno siempre termina admirando lo que no entiende. En el Arte, todo lo que se comprende fácilmente tiene… un precio barato, como los bibelots que se exponen en la sección de regalos de los grandes almacenes… Y, sí, es verdad, querida, ciertos pintores tenían la manía de pintarme la calva con la ceniza de sus cigarrillos. Quizás pasen a la historia solamente por esa anécdota.”

“Usted no puede saberlo todo. Pero parece muy seguro de lo que dice. ¿Es la estética una ciencia empírica? ¿o es, por el contrario, una más de las psicologías aplicadas?  Y si es una ciencia, ¿cuáles son sus criterios objetivos de valor?”

“¿Para qué quieres saber semejantes bobadas?”

“Debo afianzarme en mis convicciones.”

“Detrás de tu espalda hay una puerta. Por ella entraste. Ahora, lázara, levántate, anda, apártate de mi vista y sal por ella. Y no vuelvas. Nos aparecemos sólo en los años bisiestos y algo traidores.”

A rodar.

Aquí cada uno hace lo que viene en gana. Lo normativo en el arte duerme el sueño de los justos en la caverna más oscura de los tiempos: múltiples son las variaciones, los cambios, las pretensiones. Cada generación suplanta la anterior, salva los fosos, toma sus castillos, derriba los muros y viola sus leyes al modo del borrón y cuenta nueva. Es una guerra incruenta; digamos que los advenedizos se limitan a birlarles la cartera.

Aristóteles: el ojo es el más intelectual de los sentidos.

¿Por qué habla de Kant?

¿Kant?

No habla de Kant. Se sirve de Kant.

Mete el pico en sus comederos.

Y aun en sus aguaderos.

Abre las alas de falso brillo.

Revolotea sobre los cielos ilustrados de Königsberg.

¿Parte del viejo onanista, sedentario y maniático para construir su teoría del formalismo? (En poco estimas su contumacia: pronto encontrará secuaces con un pincel en la mano que se nutran de sus delirios.)

Abreva en líquidas seseras.

¿Y qué es lo que encuentra? Lo trascendente… ¡en pleno siglo XX!

Rastrea una validez general lejos de lo subjetivo. No le basta con sustantivar un movimiento nacido del capricho o del hastío: quiere filosofar. Se pregunta en pleno desorden conceptual “qué es el arte”. Abandona la legitimidad de la doxa para improvisar sobre el epistime. Y ahí se enreda, se da cuenta de ello y descarta aquella parte del intríngulis kantiano que pueda menoscabar sus teorías novedosas y diserta, pues es hombre que no se arredra a las primeras de cambio, como aprendiz chirriante sobre una filosofía que también bordea en los límites de su esencia a través de las palabras y su poder de nominación y esclarecimiento pero que a la vez sirven para abusar de sus equívocas propiedades o enturbiar el pensamiento. Tal lo painterly al que tanto se aferra para promover discípulos entre la manada de artistas que pululan por la Cedar Tavern con los pantalones manchados por el óleo sagrado resbalando de la cintura.

 ¿Dónde está la idea de ese arte? ¿Existe una metafísica tras el fácil recurso de lo plástico? ¿Un contenido axiológico que determine sus valores intrínsecos o no?

Lo bello en sentido estricto: la pura belleza se basa en el orden, la totalidad, la unidad. Todas las partes se ensamblan entre sí y se unen para forman un todo unitario.

Y proclama amortiguando a duras penas la estridencia de su voz atiplada y todavía falsaria, insegura, temerosa, El Enterado: “Mas lo sublime, según Kant, puede encontrarse en un objeto sin forma.”

(“Un silencio prolongado”, que es lo que ha seguido a sus palabras impresionantes, “es la manifestación más unánime de lo aprobatorio”, se dice para sí El Sentencioso muy complacido ante la supuesta aquiescencia.)

Siempre busca la consistencia de aquello que es importante o pronto empezará a serlo. Tiene olfato para eso. Es capaz de dar con la estructura que alza la fascinación, el miedo y la intriga que se siente ante el genio.

“Y yo os digo: este hombre es un genio. No importa si no sabe pintar, que si un mulo dibujara mejor que él sosteniendo un pincel entre las sucias quijadas, que si esto o lo otro o aquello, que si esto lo haría mi hijo de cuatro años (¡pues que lo haga, gilipollas!). Nada importa si no sabe hablar, si se queda en blanco y sólo balbucea incoherencias. No importa que no comprendáis todavía la grandeza de su misión y el alcance de su sacrificio horrendo muriendo por la salvación de vuestra alma adocenada y gregaria. Él es. Su magisterio es una luz nueva que destierra del arte las sombras que lo aborrecían: ha venido tocado por la gracia para la salvación todos…”

La luz del mundo.

Gorky. Pollock. Rothko.} La sangre de los mártires.

5:14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

5:15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.

5:16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos.

(Mateo, 5)

“Pero yo quiero ser feliz.”

“Entonces confío en que algo te impida serlo.”

¿No aboga este hombre por lo sublime? Del muro kantiano al reguero de sangre: en su mercado sólo cotiza el límite y el drama, y tal es la vanguardia que  comienza a empastarse en oro de 24 k.

El, a solas, fue capaz de arremeter contra el pre-McCarthy y alucinado George Dondero, un tipo que confundía el culo con las cuatro témporas: “El arte de vanguardia nunca es inocente, se halla en manos de vagos y locos a los que hay que combatir sin descanso.” Pero El Libertador, antiguo troskista, se puso de frente desafiante y protector del artista adelantado, decidido y  presto a desenfundar la pluma envenenada de plumín de oro y cachas de… ¡plástico! Y he ahí el sermón de la montaña, impecable: “Avant-Garde and Kitsch.”

La Palabra de Dios.

Ahora ya sabía todo el mundo quien era el enemigo a batir: lo consciente, la conciencia y la historia, a la que había que poner de vuelta y media. Aunque ya hacía más de veinte años que Kandinsky colocara un cuadro del revés debajo de una ventana: “¿Qué diablos es esto…?”

Si ganas una guerra lo has ganado todo: has matado más y mejor.

Samuel Kootz, un tipo culto y con instinto, alto, distinguido y con las sienes plateadas, propietario de la galería del mismo nombre, había comprendido al instante la manera de tratar al público norteamericano interesado en adquirir obras de arte. Anunciaba el catálogo de su fondo a través de una publicidad radiofónica insistente, de gingle pegadizo y reiterado, a la vez que subrayaba las especiales características de unas obras en venta de arte contemporáneo “indicadas especialmente para viviendas de amplios espacios y casas de campo de propietarios con fino sentido para el negocio y de espíritu moderno”.

El arte en Estados Unidos no tenía por qué diferir de la compra de un Buick, un Ford o una casa prefabricada de madera con tres dormitorios y un salón señorial de dos niveles con chimenea que, curiosamente, costaba lo mismo que un Rembrandt.

Qué época, amigo mío. Grandes almacenes como Macy’s y Gimbel’s vendían cuadros de Rembrandt y Rubens un poco más allá de la sección de lencería y ropa de cama por menos de 10.000 dólares, y en cómodos plazos mensuales tras un tercio en efectivo de entrada. Sin marchantes, sin intermediarios: como se compra un aparato de radio o una vajilla.

¿Y quién era el elegido, el entendido que aconsejaba al matrimonio Baxter, de Trenton, New Jersey, comerciantes al por mayor de mantas multicolores mexicanas, o al señor Jones, industrial de la cerrajería, venido de Nashville exclusivamente para comprar un pequeño Velásquez (sic) con el que obsequiar a su hija en el día de su boda?

¿Quién era el arbiter elegantiae? ¿El jefe de planta de corbata de seda que fuma cigarrillos mentolados? ¿O el dependiente Jim Blake, acuarelista aficionado que frecuenta Central Park todas las mañanas de domingo cargado con el caballete y los demás trebejos de embadurnar cartulinas? ¿O tal vez la señorita Evelyn, encargada de la sección de decoración, que en sus años jóvenes aprovechó con esmero las lecciones de Historia del Arte que impartía el señor Brown en una de las escuelas secundarias de Albany en la que se graduó con un notable alto…?

Qué más da. Su precio es de 7.500 dólares, señor. Más gastos de interés si se adquiere a plazos.

Ese título lo entiende todo el mundo: sólo hay que echar mano a la cartera. Y cerrar el pico.

Aunque había diferencias notables en cuestiones cruciales de mercadería.

El arte moderno e insurgente exige referentes poderosos, potentes construcciones mentales, la fortaleza de un entramado que enhebre de misterio el aparente discurso:

Enmanuel Kant.

Carlos Marx.

Ferdinad de Saussure.

Sigmund Freud.

Panofsky.

(Por ejemplo.)

Suficiente para desvanecer cualquier recelo en un tipo de clase media, con algo de cultura general y con un par de miles de dólares que llenaran sus bolsillos y que además se aprovisionara de ideas artísticas leyendo Look y Life y sus frívolos, constantes e interesados cambios de rumbo en lo tocante a las artes visuales.

Kant es palabra mayor. Parece “la indicada” para un arte que pretende acercarse lo más posible a la realidad suprema.

Eres libre de hacer lo que quieras. Una vez has llevado a cabo tu voluntad, y realizado el hecho, lo fatal se ha impuesto: no podía suceder de otra manera, puesto que así ha sido. ¿Cuáles son los límites? Ninguno… antes de perpetrar una acción. Luego… hablamos de predestinación. Pero ya es.

De manera que más abajo de la calle 34 uno podía disertar sobre Kant, los límites y la profunda indagación mediante tres simples  materiales y no demasiado preclaros por sí mismos: lienzo, madera y pigmentos. Suficiente para esclarecer los problemas más abstrusos de lo propiamente ontológico.

“Uno debe ponerse a prueba traspasando los límites, autocriticándose, y ésa es la primera señal de modernidad, de ser un kantiano moderno.”

Uno es intuitivo, lo que le permite no apelar a lo cognitivo.

La belleza es libre; lo es el gusto: ergo, todo arte auténtico es una exploración.

Ahora bien, si toda filosofía crítica demarca los límites de una actuación o pensamiento, fuera de esos límites, ¿dónde nos hallamos?: en el mejor y mayor arte de todos los tiempos, aquél que no precisa una explicación.

Blanco sobre blanco.

Kant utilizaba la lógica para establecer los límites de la lógica; ergo, el arte que traspasa los límites se halla perfectamente acomodado en lo ilógico, que sustituye a la ilusión y sus trampas.

Lo ilógico supera ampliamente el sinsentido. De hecho, lo excluye.

La belleza no es una propiedad de los objetos, como tampoco lo es la luz.

Toda belleza es simplemente una percepción intransitiva.

La naturaleza en su gran diversidad formal es simplemente, sin necesidad de ser bella. Bellos pueden ser los dientes del diablo, la forma pura de la adolescente, el contorno de la roca.

La razón es subjetiva.

Lo subjetivo es.

Sólo que la popularidad también conllevaba alguna que otra tropelía conceptual, un rebajamiento insolente de las “más íntimas propuestas”, el menoscabo de una “subjetividad entronizada en el alma del artista por lo sensible”: Vogue anunciaba en sus lustrosas páginas los cuadros de Rothko como “especialmente interesantes” para la decoración de la casa moderna. Intercambiables, además, por la diversidad de sus colores, sus gamas de neblina: encima del minibar, presidiendo el salón o bien colgado en la pared frontal a la puerta del vestíbulo recargado de falsas estatuas griegas, romanas, egipcias (no necesariamente por ese orden).

¡Ah, Pandora malograda!

Otra tarde menos infeliz, sorpresiva, frente a la ventana sin cortinas mientras contemplas las variaciones tonales en el aire otoñal un hueco se abre en tu mente, y por ese desgarrón inopinado se escurren como el agua los malos pensamientos, el dolor de antaño, los errores, las pasadas humillaciones… Y de pronto el ruido de una puerta al cerrarse, tu nombre en voz alta pronunciado por una amiga que te llama desde el umbral, un objeto que cae al suelo, una melodía conocida, cualquier suceso inesperado, sella de nuevo el agujero prodigioso y, aún aferrados a su borde pero sin terminar de hundirse en lo más hondo de las tinieblas y desaparecer del todo, quedan gran parte del dolor, los pensamientos hostiles, las vejaciones del futuro, el suceso funesto…

¡Que cerca estuve de la redención!

Ve artista pobre pero decentemente vestida a calentarte a alguna de las chimeneas “con biblioteca” del Uptown y duerme luego sobre las cálidas alfombras persas del salón de quince metros de longitud  y doce de ancho donde el bronce de Matisse se alía con el jarrón chino, el enmarcado ostentosamente pastel de Renoir con el dibujo mitológico encristalado de Picasso. Después les regalas a tus dorados anfitriones una obra “en pequeño formato”. Firmada, por supuesto. Puede que hasta te obsequien con una sonrisa, te entreguen un par de cientos de dólares con gesto cortesano y te inviten a desayunar en la amplia cocina una taza de café aguado, un vaso de zumo agrio y una rancia galleta de avellanas antes de tomar el ascensor de servicio, dar los buenos días al doorman uniformado del vestíbulo, ya alerta con ojos de lagarto predador a esas primeras horas de la mañana, y largarte por donde has venido con el viento gélido y gris de la tarde de ayer (que no se ha despedido y esperaba tu vuelta a la calle) entumeciéndote de nuevo la nuca, resecando tus labios, agrietando la piel. Pero silba, chica. Y con las manos en los bolsillos mientras desandas el camino hacia el Bowery y sus portales de sangre invisible: eres una artista. Eres.

Toda ventana tiene algo de terrorífico. Se dijo.

Pero ya estaba enferma.

“Son como ojos.”

(Y también pueden ser la entrada libre del monstruo de afuera, lo extraño para unos habitantes sobrecogidos en su interior indefensos, agotados, a punto de cenar bajo la mórbida luz eléctrica temerosos y en silencio, casi con prisas por esconderse en la cama de una vez hasta que les despierten las primeras luces del amanecer, aun cenicientas y frías, y les lancen de nuevo como un resorte infatigable, bien engrasado después del Sueño Americano, al Nuevo Gran Día Donde Todo Es Posible.)

¡Esta es la Gran Manzana! ¡Pégale un buen mordisco!

En Ray.

Me mira burlón,

Se burla: “Tengo el 13 del  Oracle, chaval.”

Vete al diablo.

¿Y qué tal una copia del Greenwich Village Voice del 56 con un artículo de Mailer y unas viñetas de Feiffer?

¿Qué ofreces?

Un dólar.

A ver ese color.

Un par de tipos malencarados tras él le obligan a salir disparado de Chinatown... Aterriza en Centre Street: frente a la mole de piedra austera y algo siniestra de la Criminal Court. Las estrechas y enigmáticas ventanas semejan aspilleras que procuraran la defensa a ultranza contra los peligros del exterior. “Sería un buen momento para abastecerse de material”, se dice El Perseguido. Sube los escalones de dos en dos (es un tipo duro que desdeña el ascensor) y en el piso 10 escudriña el tablero con la lista de juicios del día: planta, sala de tribunal y delito. Opta por acudir a un 59,16:

“Bud Louse, ¿qué tiene que decir a este Tribunal?”

“Estaba demasiado borracho para saber lo que hacía… Y esa mujer desnuda en mi habitación… no dejaba de lloriquear… Creo que le arreé… No estoy demasiado seguro… Pero algo le arreé.”

(El negro sigue con sus diez centavos por palabra. Vamos regular, pero algo gana con sus asquerosas publicaciones en pulp.)

Los aspectos formales de la literatura: papel y tinta. Tendría que ser suficiente con eso.

Ya lo es. Artistas, que no escritores, publican sus libros con las páginas en blanco, algún bordadito en rojo en los márgenes para disimular, alguna manchita: el arte del objeto, ¿para qué los significados?

Variación-1: La pura forma es el no-significado: utiliza todas las palabras de tu lengua, y hazlo bien, con exactitud, pero no me cuentes nada.

Variación-2: Eres ininteligible: ¡La gloria ha sido tu elección!

 Memorilla, memorión:                                                    

¿Existe el acabado perfecto?

Sobre el suelo la tersa plancha de acero del austero minimalista parece querer alzarse, volar, planear hasta el mar, alejarse del universo geométrico y pulido, límpido, exacto y reflectante, navegar doblada y sucia, rayada, agujereada, imperfecta y corroída por el aire y la humedad del cielo entre los contornos irregulares de las nubes y su constante hacerse y deshacerse sin plegarse a ningún patrón.

Ser agua o tierra, sin forma. O forma caprichosa.

Alagon: la total imposibilidad. No mensurable. Innombrable. Irracional. Sin forma.

Muerte temprana. (Dos).

Hesse. Smithson. (Dos).

La excentricidad es el mundo. Sus desórdenes.

Podemos empezar.

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

Si el surrealismo te permite ponerte el mundo por montera, saca el lenguaje de la madriguera, disfrázalo o perviértelo, que aquél, el mundo inmundo, nazca de él, y que no brote éste, el soporte de tus figuraciones, de sus trazas naturalistas. Sé automática, pero sé reflexiva.

Recién llegada de la Nueva Germania, roto el matrimonio, el padre muerto, los alquileres sin pagar, le estampan contra el morro las páginas 34-40 del número 9 del volumen 10 de Art International.

Allí, en letras de molde, te dicen quién eres, lo que haces, lo que debes hacer en el futuro. Estos hermeneutas, en verdad, parece como si diseñaran las aventuras.

Aclara las cosas del principio (esa fábrica de malentendidos que puede determinar el final): y lo mejor para ello es permanecer absolutamente callada

Eres Eva Hesse, sin malentendidos. Pura y dura.

¿Así de sencillo?

¿Y ahora qué, Kleiner Mann?

Cancelar definitivamente lo previsible en la práctica del arte moderno que, como después se verá (…Continuará en el próximo episodio, ejemplar advertencia para el expectante lector de tebeos), no es sino el enmascaramiento ruin de una copia, de todo lo copiable y generoso del pasado, la persistencia de la memoria, la repetición, la perífrasis de lo anteriormente dicho en dos palabras (las dos del cazador de ciervos, las de Mantegna y Miguel Ángel, las de El Greco y las de Rodin, Picasso y Pollock).

Quien cancela la historia, es decir, amortigua sus efectos en el presente, siempre confía en el nacimiento de un necio invisible y anónimo que sirva previamente de nexo entre el pasado y el futuro. Algo así como el padre de Beethoven que, al decir de quienes saben de estas cosas y dan a conocer de manera altruista sus investigaciones para el público en general en libros divulgativos mal encuadernados, la única justificación de su fútil existencia fue la de convertirse en el enlace biológico entre el abuelo y el nieto.

Los objetos creados por el hombre son sensibles. No son piedras. Despiertan emociones. Invocan al momento de su construcción, de su ordenamiento formal y espacial. Aspiran a entablar un diálogo. Es un arte generoso, aunque sus desusadas hechuras parezcan proclamar lo contrario: se dirían que nos conducen a la mudez más absoluta. Pero pasado el tiempo, las aberraciones son lo menos peligroso para el vicio: ya nos son conocidas. Su insurgencia y malsana eficacia se disuelven en el hastío como el azucarillo en el agua.

Entonces emerge la lógica interna, la clave de un desciframiento que aun meramente visual es asimismo capaz de arrumbar la ira del espectador al vertedero del olvido donde se almacenan los malentendidos. Lo que era aberrante responde a un idioma secreto tan fértil como sugerente. Ahora inaugura nuevos encantamientos que, a fin de cuentas. es lo propio del arte hechicero de todos los tiempos: insinuándose desde la venus sin rostro de Willendorf, las mujeres lívidas y ventrudas del medievo y los pubis de araña insaciable de las esqueléticas ninfas de Egon Schiele.

¿Qué importa en el enmarañamiento plástico?

Su sola presencia basta. Se justifica.

Sin alegato. Sin testimonio. Sin explicaciones que hagan nacer cavilaciones inútiles.

Cancelación. Y así, de la forma simple, se reanuda el misterio. Matemática pura, al igual que las regalías de las cuatro estaciones; luego de las nieves del invierno, los frutos, los alumbramientos, la apoteosis del sol y en seguida el reposo breve del otoño, el hielo de otro invierno.

Las leyendas se forjan a través de la credulidad. Es una pura cuestión de fe, como las palabras, que nacieron de un gruñido, de un grito, de un sonido, hasta de un simple dedo: mira: ¡grrr…!

Tienes que desnudarte de pies a cabeza. No sustituyas la vergüenza por el improperio. ¿Quién te has creído tú que eres en pelota? Uno más a la cola de la muerte.

Desembarázate de un mundo claudicado a lo antiguo, a la piedad peligrosa.

Y en seguida imaginó a antepasados suyos desnudos y ateridos por el frío azul en la cola del gas criminal: ellas, en un último gesto de pudorosa femineidad, se tapaban con una mano el vello del pubis, los senos esmirriados con el brazo.

La desnudez, del cuerpo o de la mente, facilita la comprensión, o al menos elimina la ofensiva indiscriminada.

Acepta lo distinto si has sido testigo de los crímenes y hechos notables de una humanidad que no conoce los límites de la piedad o el terror.

En 1964, en la galería Stable, la tremenda Bourgeois revela a la luz el arte feo de las entrañas, sus viscosidades, sus pliegues y arrugas, la anatomía oculta de los olores, la sangre y las vísceras: el entramado donde se asienta la bella forma de Donatello y Canova, la aséptica piedra del pene del David (ideal tamaño para introducírselo en la fémina boca hasta la garganta). Esa es la ventana. Hala, a mirar. Despelleja el bronce, abre su carne, verás qué clase de magma se cuece en su interior.

Rebana la superficie de la tierra.

Puedes atisbar incluso en lo profundo de sus capas: haz el agujero, convoca a lo alto a los mirones, mételes en un avión, haz que inclinen el pescuezo hacia abajo: has modificado la morfología de la tierra, remueves las tripas del planeta. Qué obra inmensa sólo visible a vista de pájaro. Un chasquido a tu lado, un clic harto reconocible: el artista pone en tus manos la fotografía de la obra que nunca podrás poseer.

Smithson: he logrado lo impensable, he desmaterializado la obra artística. Hijo de puta ¿qué buscas? ¿Por esas monedas quieres llevarte el mundo a casa?

Yo soy el Gran Genio que vende humo, idea.

Y yo soy el Hombre Invisible que toma el sol en Sheridan Square sin nada entre manos y el mundo a sus pies.

¿Qué más puede añadirse?

“Y ahora habría que desmaterializar toda la maldita parafernalia del arte… Empezando por los museos.”

“¿Y eso?”

Está claro: el museo es un instrumento de control absoluto: deciden a quien hay que rendir culto.”

“La estética económica de Rockefeller”. (R. Smithson).

“Con lo fácil que sería hacer comprensible los símbolos del arte… Como si las imágenes proviniesen de Snoopy.”

Estamos en la Era de los Correlatos: relacionamos la fantasía con lo improbable: el caucho sintético y la fibra de vidrio teñida remiten en su “colocación” plástica a múltiples vectores de lo social, lo político, lo poético. Uno pretende vaciar una montaña, horadar su significado desalojando sus telúricas entrañas, alcanzar la esencia del espacio a la vez que experimentar el embriagador sentimiento de la vaciedad absoluta dentro de sí; otro declara que un lienzo vacío es la nada, pero he aquí que si estampa un punto negro, la línea azul o el círculo blanco sobre la superficie entonces ha pintado la nada: recrea su sintaxis. ¿Qué no hablaremos de pureza?

Lo figurativo es lo empalagoso. No somos puros: el italiano lo explicita enlatando su propia mierda y poniéndola bien etiquetada a la venta.

No somos poetas. Nuestra plástica destierra el alma al trastero. Al menos aquélla que pueda ser captada en un instante de debilidad: no pretendo decir nada, pero el espectáculo matérico que os propongo os invita a todas las asociaciones imaginables, a cualquiera de vuestras suposiciones. El mundo objetual de esta plástica bruja es como un bosque donde sois libres de extraviaros como niños, chapotear los verdes arroyos, huronear por el interior de las cabañas alzadas entre malezas y las grandes rocas negras. La verdadera implicación en el arte como espectador es el engaño. Dejaremos que os engañéis, ya que pensáis que el sentido es como la moneda descubierta en el suelo que os anima a doblar el espinazo y recogerla.

¿Adónde puede llevarnos la abstracción? A ninguna parte: al mismo desafío de hacerla realidad. Es suficiente con eso.

Ni siquiera podemos hablar de permanencia en esta clase de obras de arte: mi escultura, amigo, es un montón de tierra, de manera que una vez clausurada la exposición los cambios que sufrirá en su conformación y conceptualización serán drásticos y fatales. (En realidad, cuando se apagan las luces recojo esa montañita de tierra valiéndome de una escoba y un recogedor y la vierto por la taza del water. En fin, ¡no me la voy a llevar a casa!).

Febrero de 1969. Art:

Sigues siendo una sentimental, Eva. Aprende de tus compañeros. Sé la nada.

Existe la antimateria.

Bien etiquetada existe la antiforma: Morris, en efigie:

Toda forma en el espacio lo único que de mágico provoca es la presencia de éste. 

La forma es subsidiaria de otros reconocimientos más preclaros.

Surrealismo y dadaísmo abonan por igual, se diga lo que se diga, el interés plástico o visual, lo desconcertante o lo absurdo.

Materiales sugestivos conllevan propiedades inherentes que obligan a una manera de obrar coherente con aquéllos y aquéllas. Ya en el laberinto, el plomo me adentra en un sendero que se bifurca del que guiaría mis pasos si con la gubia trabajara la madera o de aquel otro que acoge con naturalidad mis andanzas y devaneos con la tela metálica y aún de aquél donde imperan los plásticos.

Senderos son el látex, el acero, el fieltro, la resina…

Morris: este tipo sabe venderse, es capaz de negociar una de sus ideas como un P.T. Barnum cualquiera.

Abril. 1969. Artforum.

Morris en persona:

El arte ha sido concebido desde sus primeros tiempos para ser contemplado.

La representación es una barrera que impide el entendimiento entre el creador y el espectador.

El arte es real, es una cosa.

Toda obra de arte finalmente es inacabada. No le impongas bordes ni topes: ha de escurrirse de entre tus manos. Como el agua.

De ello a… ¡nada es lo que parece…!

Podríamos hablar de Heráclito de Efeso.

Podríamos.

Heráclito oscuro, melancólico, la flecha que ilumina la carcajada de las tinieblas.

El ente se dice de muchas maneras.

El tiempo muda lo que era en algo distinto. Vives en lo mudable. No intentes retener el tiempo. No retardes significados ni pretensiones. El devenir implacable certifica la liviandad de lo supuestamente inmutable, su imposible predicado, nada es eterno: árboles y rocas necesitan siglos, incluso milenios, hasta alcanzar su finitud, pero también caen abatidos y son ajenos a lo humano, su naturaleza, por tanto, es mucho más poderosa que la de un adán usurpador y destructivo pero un juguete caprichoso al fin (y sin ombligo). Lo humano, su verdadera esencia… lo es todo (y nada es en lo uno –todo- y en lo otro –nada-).

La mejor obra de arte eres tú en el instante de crearla. Después es el momento de las treinta monedas. Si hay suerte. ¿A cuánto el metro de lienzo?,  ¿a cuánto el kilo de bronce?

¿Y qué nos interesa a los artistas de la década?

Revelar aspectos desconocidos hasta ahora. En el género del retrato si apartas de un manotazo al retratado del asiento solemne donde posa, el sillón adquiere una dimensión desconocida, hasta inquietante bajo la sola luz cenital: libre del efigiado, resulta magnífico, sugestivo en alto grado: la interpretación se enriquece a través de la incertidumbre. A Goya le basta la cabeza de un perro para dar al traste todos los prejuicios: un 1% del cuadro es el perro; el resto, el 99%, misterio, vacío, pintura. Los mares de Turner no precisan al navegante ni barco alguno. En un bodegón sobra todo lo que no sea la envolvente atmósfera de la muerte, de lo verdaderamente inerte. ¡Quita esa puta cebolla de ahí, ese jodido y amarillento cadáver del conejo! La carne macilenta alía mal con la figura evocativa del deseo, y la voluptuosa requiere una buena dosis de credulidad en los intocables pliegues, repliegues y volúmenes. La piedra milenaria sobrepasa la materia de la imitación aunque el brillo de ésta anestesie su grandeza. El bronce inmoviliza la imaginación, y la madera cruelmente tallada sólo evoca al árbol traicionado y defenestrado.

He aquí la escultura de mi tiempo: emerge una existencia oculta que oscurecía la figura y sus fáciles atributos: el objeto y el espacio hallan una alternancia plástica al temario tradicional que, ante la magia novedosa de su inesperado alfabeto, convalida con creces su uso artístico para una nueva forma de expresión.

El arte del objeto es los ojos cerrados, los oídos sordos, el misterio, el desafío total a una creación temerosa y canónica demasiado respetuosa con los dioses criminales y sus torpes intenciones. Ni la fe, ni el mito ni la leyenda ni la epopeya rebajan sus fechorías y violencias. Replícales con la mayor de las insolencias: tu propia creación, háblales con un lenguaje que no entiendan, enciérralos con su furia en el cuarto de los trastos y arroja la llave al albañal más pestilente. ¡Qué la recuperen con los dientes, que entiendan lo que ven con el sabor a mierda en el velo del paladar!

Maldito el homero o el paranoico evangelista que les insufle aliento.

¿Qué les pides a los que alborotados rodean la obra de este final de década?

Apelas, taimado, al mismísimo Ortega y Gasset, que ya pudo entrever que un arte deshumanizado, pero humano, alcanzaría cotas inimaginables de autoridad.

[Adorno ya no creería en ese arte humano o deshumanizado: simplemente, la sociedad se había vuelto cada vez más menos humana.]

Morris el Pensador con los brazos manchados de grasa reclama para su obra el mismo grado de percepción que el que convoca el arte realista, cualquier arte del pasado: mi piedra es tan real; luego, tan palpable mi concepto.

Estamos, pues, con el espectador preso en las mismas ataduras que hace mil años.

Este ha descubierto el espacio, al que quiere visibilizar. Está como un niño con zapatos nuevos. No deja de rondar incansable la misma idea, al igual que el niño no deja de girar sobre sí mismo para que observemos el brillo del charol del zapato.

La forma es en el espacio.

El espacio es la forma.

Toda relación implica un discurso más allá de lo que es capaz de aparentar.

Heidegger: el hombre no está en el espacio, es en el espacio.

El objeto hace que me recree en él, no en aquel ilusionismo que, a la postre, no era más que un espejismo.

La moderna geometría que configura el nuevo arte agudiza mi percepción, fortalece una retentiva que ha podido, por fin, librarse de lo figurativo para ejercer como medio de reflexión y asunto de dilucidación plástica.

La imagen es el objeto. En sí mismo.

Después de todo, espectador, es posible que tampoco me dirija a ti.

Morris: el tipo que una vez realizó una escultura hecha de vapor. Una pompa de jabón.

Entre Picasso y el niño beocio.

¡Plaf!

Preciso un silabario: tu arte me lo exige. Empecemos de nuevo. La “b” con la “a”, ba; la “d” con la “e”, de. Etcétera. Tenemos que aprender a leer otra vez. Fascinante.

Una Gramática Universal que sibilinamente sostuviera todas las demás, aquellas que van de la mano de los miles de parloteos distintos entre sí que ensordecen el natural rumor de las cosas de la tierra en una despreciable babel de gruñidos.

La verdadera estrategia del ajedrez es el silencio.

Todo Duchamp es un convento.

Carl Andre, El Amigo de las Niñas Desaparecidas Eva Hesse y Ana Mendieta, se comió muy ufano un billete de 5 dólares en Cedar Tavern a finales de los magníficos años cincuenta. Provocó una escandalera, un: “¡Oooooohhhhhh!” (¡Este tío ha de hacer cosas interesantes!). Un par de días después un tipo desconocido engulló uno de 20 ante la indiferencia general. Nadie se preguntó nada de nada. Sólo un borrachín en el fondo oscuro del bar se apiadó de él: le dio unas palmaditas en la espalda y le invitó a una copa digestiva. Nunca más se supo del hecho. No ha quedado registrado en Los Anales de las Excentricidades Perpetradas por los Artistas.

La excentricidad es excéntrica a su debida hora. Fracasa tristemente si no es el momento justo. Como los colores de moda del año pasado.

¿Para qué sirve el dinero en esta Era del Arte Moderno de los 60?

Para nada. Aún son los herederos de la Calle 10. Hay que darles tiempo.

Te cambio un concepto por un trago de bourbon.

Hecho.

No me digas lo que haces. Basta que digas en voz alta lo que piensas.

No me hagas leer ese maldito libro. Dime lo que te proponías. (Y cuenta de antemano con mi aprobación.)

Mejor aún. Resume su contenido en el transcurso de una charleta en la barra del bar mientras tomamos unas copas. Ahórrate el escribirlo. Líbrate del objeto. Indúltanos de la fatiga de sus páginas: todo libro será nada.

Morris, el tipo que se pasea por la Óctuple Senda del Arte con una caja de fotografías de sí mismo desnudo (aunque no en poses povocadoras).

Te compro ese gesto a cambio de una mueca.

Hecho.

La Urdidora acecha. Eva ya no se halla en mantillas.

Nueva York, febrero del 68, una colectiva a instancias de Richard Bellamy, recién aterrizado de Goldwsky: tubos de neón, cristal, caucho, plomo, cueros y sogas…

“De manera que esto es  todo…”.

Es fácilmente superable, se dice. Ella es capaz de bañarse en una tina llena hasta los bordes de resinas, catalizadores, viscosas porquerías.

El Arte es el mejor linimento de la sangrienta historia en su devenir: escenas de guerra, el busto broncíneo de los próceres que la desencadenaron con el puro en la boca y los botones del chaleco a punto de saltar por la presión de las tripas, bucólicas estampas de la tierra natal, el cadáver del héroe, los sueños de gloria, de piedra, de sangre, de muerte.

La Heroína se prepara para traspasar el umbral (¿cuál de los dos?

En silla de ruedas.

1969. Los cimientos del Whitney y hasta los dorados clavos de la tumba de Gertrude Vanderbilt Whitney se sacuden un tanto. Los padres de la Patria, sin embargo, permanecen inmutables. Los propios billetes de banco de curso legal abonan la serenidad: In God we trust. Dios y el Dinero.

Los ínclitos Lachaise, Zorach, Archipenko, Bellows, Sloan, Hopper, Marsh (¿Por qué no toma la línea L?), Evergood, O’keeffe, Tanguy, Gabo y hasta los Grandes Salvajes de la Modernidad Gorky, Stuart Davis, De Kooning, Pollock, Kline y Rothko parecen cavernícolas colgados en las paredes de la noble institución ante la caterva de Hijos de Saturno y la riada de los nuevos materiales artísticos que, cual una profanación en todo regla, arrumbaban de un solo golpe los óleos sagrados y la patricia vetustez del bronce: polvo de harina, tierra, madera quemada, heno, grasa, acero, hierro oxidado, cristal, cobre, látex líquido, tubos de neón, vidrio coloreado, piedra pintada, plomo, espuma de poliestireno, bloques de hielo, ramas secas, cemento, caucho, resinas, fibra de vidrio, tela metálica, plásticos, vinilo, antimonio, cordel, goma, aluminio, cinc, agua…

El tronar de los cascos de los caballos bárbaros al galope tardaría en dejar de oírse entre las densas, sobrias y elegantes paredes del edificio de Breuer en la circunspecta Madison.

Señales del asalto permanecerían durante mucho tiempo visibles en la sufriente arquitectura de ese templo del arte americano. Heridas perpetradas por el plomo fundido, las salpicaduras del sucio hielo derretido sobre las pulidas baldosas, las grapas hendidas en las paredes, los rayones en el suelo, las manchas sobre el techo, los agujeros, los golpes, excoriaciones de todo tipo en la piel santa bendecida por el acervo artístico de ilustres desharrapados anteriores.

He aquí la sucesión. Las puertas estaban abiertas. No se derribaron los muros. Y no fue la sangre derramada.

Hesse: teje con fibra de vidrio; borda con resina; cose el látex.

Desenredar el ovillo… hacia atrás.

El verdadero acto, el verdadero Atlante, un Sísifo sin ganas de cargar nada en su conciencia: el artista ha hecho depositar sobre el suelo de la galería una roca de una tonelada y media: exactamente el peso de su talento; exactamente el peso de la bóveda celeste.

Otro dispensa al paladar de los congregantes un plato de comida para perros.

(Un plato de comida precocinada para perros.)

(Un plato de comida precocinada de desechos al borde de la putrefacción para perros).

(Un plato de comida precocinada de desechos al borde de la putrefacción enlatada muy poco antes del agusanamiento para perros).

Los perros más hambrientos.

Somos los perros del arte, una jauría que avanza sobre la frialdad de la nieve alejándose más y más de Disneylandia.

Alejaos, pues, de la fantasía de Disneylandia: peligroso lugar con el poder destructivo de una bomba atómica.

“Eva Hesse: enormemente divertida” (E.W., Artforum, 5 de enero de 1969).

¡Qué sentido del humor!

¡Qué ingenio festivo!

1: 50 tubos huecos de fibra de vidrio;

2: 19 cubos de fibra de vidrio en forma cilíndrica;

3: 5 unidades de fibra de vidrio vaciada;

4: 4.968 cilindros y rodillos de fibra de vidrio;

5: 144 semiesferas;

6: (sobras para reposición).

Este es un buen momento para, muerta ella, visitar del 2 al 11 la exposición en recuerdo de Eva Hesse (1936-1970).

¡En la Quinta Avenida!

Ahora que todo se ha hundido a su alrededor (1972-1973), el Guggenheim echa el anzuelo. Y captura la pieza.

“Ella es algo auténtico” (New York Magazine, enero de 1973, p. 66): “ahora que todo se ha hundido…

EL ARTE DEL YO-I.

“¿Escribir un poema? Lo que me gustaría es ser poema.” (JGB).

¿Ella es lo que hace o hace lo que es ella?

Nueva York. Mayo de 1970.

La Confesión:

Una cosa es lo que me gusta (Gorky) y otra lo que admiro (Oldenburg, Pollock).

¿Sabes?, Warhol, después de todo, es un pintor abstracto. Estoy convencida de que no se puede llegar más lejos en el arte. El y su obra son la misma cosa. Es el artista total. Pienso que eso es a lo aspiro (?).

En cuanto a Carl Andre… me gusta. Alguna de sus creaciones me recuerdan los campos de concentración. ¿Cómo puede ser posible una cosa así? Lo ignoro completamente. El arte es un misterio.

¿Confundir el arte con la vida?

Es lo que hago cuando me encierro con los materiales. Ellos cobran vida. No quiero que se signifiquen ni que signifiquen. Pero la forma final que adoptan parece brotar de mí misma, ser parte consustancial de mí.

Creo que el arte y la vida de un artista son inseparables. Incluso aunque esa vida no sea la del propio artista, la vida en general, eso es… Tal vez es un error pensar de ese modo.

El arte es intuición, no cálculo. Y es la vida del hombre la que está llena de absurdos, no la naturaleza.

Si algo me resulta inquietante en la vida, de seguro que esa inquietud voy a trasladarla a mi obra.

Sé que no tengo que ser artista para justificar mi existencia. Pero sé que soy una buena artista porque no tengo miedo, ni en el arte ni en la vida.

Lo he dicho otras veces, pero no me importa insistir en ello: el verdadero artista ha de estar, siempre, al borde del precipicio. Es la única forma de atrapar lo desconocido, darle forma, hacerlo existir de una vez por todas. ¡A quien le importa lo ya conocido por todos!

Lo difícil es estar al mismo tiempo que atisbando en el precipicio sostenerte en el filo de la navaja, vivir de un extremo a otro, en el extremo de todo.

En mi vida todo ha sido muy físico. Tal vez por ello me guste trabajar con las manos en ocasiones, aunque en realidad lo que me interesa es el fin, y muy poco el proceso en sí, que sería el simple soporte para llevar a buen término (hacerlo visible) lo que de esencial pudiera encerrar mi obra.

Y a veces pienso que vivimos tras la verdadera realidad de las cosas, aquello que nunca nos será accesible: las aguas de los dioses (¿…?).

(PLATON NO PUEDE EQUIVOCARSE.

EL ARTE ES UNA SEGUNDA VISION.

ES EN EL MUNDO REAL AL MARGEN DE SU REALIDAD.

1-. La obra del artista está dos veces lejos de la verdad: lo que ves no es y lo que imitas con tu arte de lo que no es todavía lo es menos respecto a la realidad pura de las cosas.

2-. De toda contemplación estética han de derivarse unos efectos formativos y morales. De lo contrario es un juego de niños, un divertimento sin mayor trascendencia.

3-. El arte es una función, a pesar de sus imposibilidades técnicas, de la precariedad de sus medios intelectuales y la insensatez de sus objetivos.

 4-. El verdadero artista es aquél que se dirige más a la inteligencia que a los sentidos, tan fáciles de satisfacer por medio del engaño.

5.- El objeto natural ya es una representación de aquel otro del que es modelo y que se halla más allá de nuestra capacidad de percepción, ¿a qué vienes entonces, encanto descarado de la vida, a turbar todavía más mi conciencia mediante objetos creados por tus manos pecadoras? ¿A qué ordenamiento formal pretendes llegar? Cada paso que das a delante te alejas de la auténtica Forma.

6.- Ningún artista es inocente: es culpable de soberbia y engreimiento… ¡y de ignorancia!

7.- Y puesto que el arte complace al vulgo, es menester que aquél, al tiempo que cause placer, se empeñe en un propósito didáctico antes que estético, ya que las emociones del hombre pueden ser provechosas unas, perjudiciales otras.

8.- Y puesto que el arte atañe a lo humano y lejos se halla de lo sublime, a despecho de los esfuerzos que el artista pone en ello, todo arte debe someterse a estricto control y censura.

9.- Y puesto que la auténtica misión del arte es causar placer, el arte es inofensivo.

10.- Y puesto que La Idea es de imposible imitación al hallarse más allá de los objetos físicos y sus apariencias subsidiarias, oculta a los imperfectos ojos del hombre, se puede concluir que no es necesario que la obra de arte haya de ser copia exacta de algo o tenga que reproducirse de acuerdo a unas normas establecidas de antemano.)

…………………………………………………………………………………………….

SOCRATES. No te pregunto por lo que es propio del arte, sino qué es el arte.

HIPIAS. Una joven hermosa.

SOCRATES. ¡Por Júpiter, Hipias, qué maravillosa respuesta! ¿Eso es todo?

HIPIAS. Esto zanja el asunto, Sócrates.

SOCRATES. En efecto, las cosas bellas son difíciles.

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EL ARTE DEL YO-II.

Lo bello es el tóxico del arte.

Lo perfecto en el arte un  ultimatum indeseable.

Respeto mucho los materiales con los que trabajo. Jamás traiciono su esencia, puesto que la esencia, aun invisible, es el material más hermoso. Preservo las cualidades de aquello que contribuye a conformar mi obra. No los prostituyo. No los traiciono. Aunque sea yo, naturalmente, quien ejerza el control de su forma y prepare su exhibición final.

Todo esto puede conducirnos, de nuevo, a Marcel Duchamp… Ya resulta aburrido, pero así es.

La clave es el absurdo. Un absurdo mucho más inesperado y hasta extravagante del que se nutren los personajes de Samuel Beckett para persistir en sus andanzas a ninguna parte mientras hablan consigo mismos.

Si tuviera que resumir los polos opuestos que delimitan mi trabajo hablaría, precisamente, de oposiciones y contradicciones. Puedo contradecirme a mí misma cuantas veces me venga en gana, y es lo opuesto lo que me atrae. Orden frente a caos, lo flexible de unos materiales desafiando la rigidez de otros… Lo extremo, pues, la huida permanente de lo correcto, de lo mensurable y previsible.

A veces, hasta lo ridículo puede ser lo mejor en la obra de un artista. Y eso sucede porque el tiempo parece que finalmente te ha dado la razón. Descubres entonces que existía algo que justificaba aquella pieza pero que, más allá de su plástica, era el futuro el que decidiría qué era eso. Tú tendrías que esperar a averiguarlo, aunque en tu interior sabías que durante el proceso se había dado esa circunstancia tan benéfica para un artista: la conformación entre idea y concreción, la confianza en que por muy desconcertante que ahora pareciese la forma final del trabajo, aquel resultado adquiría una dimensión que, por ajeno ya a ti, alcanzaba una naturaleza y significado propios, una razón de ser. Se había convertido en algo inviolable.

Sé que podría asentarme perfectamente en lo grotesco que, para mí, es una cualidad de la abstracción, al igual que lo es la exageración y la caricatura en las imágenes del arte figurativo al modo de Grosz, algunos cuadros de los expresionistas más señalados y prácticamente todo el surrealismo.

La clase de arte que yo practico exige lo grotesco, lo ridículo y, sobre todo, lo inesperado.

La fibra de vidrio puede ser tan grotesca como la mueca de alguno de los personajes de Goya o Ensor.

La resina es una risotada.

En Hang up, una de mis piezas más tempranas en lo que a la escultura se refiere, lo ridículo se proyecta menos en los materiales que en una construcción sencilla. La obra es de una sencillez insultante, y eso es lo que la define. Su misma escala, que sobrepasa una dimensión normal, acentúa su extravagante desnudez. La varilla de metal que sobresale del marco desde sus extremos alcanza cerca de los tres metros y se apoya en el suelo, aunque en cada exhibición lo haga de manera distinta, no demasiado como para cambiar su disposición final pero tampoco exacta y reiterada de una a otra exposición; en cuanto al marco, hecho de cuerda y bramante, se halla completamente vendado y pintado con acrílico. Es todo. Pero es su construcción la que es capaz de provocar en el espectador un sentimiento de bochorno o de menosprecio hacia mí. No creo que los materiales susciten su perplejidad o rechazo. Simplemente, se sienten ridículos contemplando una obra ridícula, de una nadería sorprendente.

Sin embargo en Ingeminate, realizada un año antes, son los materiales los que deciden la respuesta del espectador a despecho de su composición, asimismo chocante: papel maché, cuerda, un tubo y dos globos pulverizados con pintura.

Lo abstracto aglutina de igual forma que lo figurativo lo grotesco y lo misterioso, lo impío y lo místico, la crítica que la rebelión, el retrato que la alusión o la metáfora. Lo único diferente son las estrategias plásticas y la elección de los materiales.

Todo esto puede parecer una locura. Ser una locura. Pero también alguien [John Cheever] dijo que por qué temer la locura: hay todo un mundo nuevo en ella.

Puede darse lo antropomórfico en lo abstracto, puesto que todo lo abstracto resulta ser en muchas ocasiones connotativo.

La forma sugiere. Mejor que no describa.

Puede que haya planificado bastante mis obras. Pero eso fue antes. Ahora ya no es así. No merece la pena. A fin de cuentas por muy claro y transparente que sea el día, por muy poderoso que sea el sol, la esencia de las cosas, la esencia del ser, siempre se nos escapa: una idea de una idea de una idea de una idea…

Un artista puede hacer obras ridículas. Tiene perfecto derecho a hacerlas siempre que él no sea ridículo.

¿Qué hay más allá?

No lo sé, contesta. Y lleva la vista a la pared, una pared pintada de blanco, desoladoramente vacía, la verdadera expresión del silencio.

Por eso construye con el material de lo imposible lo desconocido.

Vive en el sinsentido.

(Pero en Hang up hay mucho más, tramposa.)

Donde ya no existen las barreras, la celda, la crítica, las justificaciones, la propia desconfianza en sí misma.

El sinsentido y el absurdo son la parte más gratificante de una locura llevadera, creativa, ni dolorosa ni excluyente. Un éxtasis motivado por la sinconciencia y libre de la religión y la droga, un vínculo a lo ignoto e irracional inquebrantable hasta la muerte y donde puede uno hallarse tan cerca del ritmo grandioso de las galaxias en el telón cósmico como del grumo minúsculo estampado en la tierra tan próxima llena de vida y misterio.

Que esa enajenación sea el vacío, la mansedumbre total de las manías pero al mismo tiempo el vértigo constante y fértil que destierra los otros rituales de un oficio en exceso consagrado a lo cíclico y lo normativo.

Ahora que eres agnóstica, recuerda como:

te adentrabas en el templo de la mugre, la madera, el cristal y los metales con el corazón en un puño.

Cerrada tras de ti la puerta del taller de los milagros. Afuera el ruido mundanal, las idas y venidas cortesanas, el trasiego de los impíos en pos del beneficio y la distracción.

Ahora que la hebrea muda en sacrílega de la otra religión…

Ahora que la marrana simula su conversión…

Adentro impera el silencio y se siente la embriaguez de los mil inciensos que emanan de los cuatro ángulos del recinto tan conveniente para la creación y el invento.

Besa el altar en señal de respeto.

Yergue el torso. Respira hondo.

Persígnate.

Has purificado las manos. Las aguas bendecidas han purgado los estigmas mundanos. Entonces, de nuevo, puedes mancharlas, untarlas de los detritus humanos y las mil combinaciones de sus materiales inventados.

Da golpes de pecho en el lugar donde late el corazón: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Después del acto de contrición, eres libre para la celebración.

Lee en el ambón la palabra que te inspire.

Elige los colores (verde, morado, blanco, rojo, azul celeste, rosa).

Hoy, rojo: fuego, vida, sangre y amor.

Extiende los corporales.

Apura el cáliz.

“Este es mi cuerpo…”

Allá, en el útero de la Creación, a escondidas, a salvo de la obra de arte de la ciudad que de tantos dioses como se ha poblado poco espacio queda para el humano.

¿Es la ciudad una obra de arte?

Lo es. Bella o fea, lo es.

La ciudad es la morada del dios. Creemos la ciudad y tendremos un dios.

Creamos la ciudad porque tememos al monstruo, a su arte hecho de enredos metafísicos.

De civitate Dei: Nueva York disolverá tu miedo, será tu Protectora ante el desmán o lo desconocido.

Quien hizo divinizar la ciudad, vive en una cabaña. Aislado. Atormentado hasta el desfallecimiento. Absorto y… maravillado por la jerigonza que caligrafía su discurso. Antes del mediodía, la mujer le deja junto a la puerta una pequeña cesta con alimentos y una botella de agua fresca. No le queremos al borde la inanición. Que escriba sobre el ser y el tiempo.

Pero antes de los templos de los dioses crea el tuyo.

Crea el Ágora donde el logos inspira como una genial inversión : primero la palabra, luego el pensamiento. El habla fecunda la idea, la anticipa. Luego, la razón corrige el mito. (“La razón empequeñece  la fantasía, Hesse.”)

Pues la ciudad, la polis que renuncia a la cadencia y el dolce far niente del ágora por lo inconmensurable dinámico de la ganancia, que gobierna con mano de hierro y la sabiduría innata del hormiguero la ambición y el caos colectivos, donde lo mundanal halla su esencia y lo concreto su principal asiento, extiende la sangría de una plástica imponente que a veces también se erige a los cielos o desciende a los abismos, la ciudad que nunca deja de palpitar con su corazón de piedra, su sangre de acero y sus ojos de cristal y hunde las raíces de luz incesante donde las aguas son negras y habitan las ratas. Esta ciudad a pesar de sus galas y maquillajes tiene alma suburbana y fecal y sus escaleras al paraíso invisible están trufadas de trampas, de desilusión y de tragedias.

La dialéctica polvorienta que elucubra, serpentea, pausada, cambiante pero tan lenta como la progresión tonal de las aguas del mar latino a medida que transcurre el día, queda relegada a los países bañados por el sol de la indolencia y el quietismo inane y suicida de sus habitantes fuera de los modernos tiempos. El arte y el método del mejor argumento es su precio, proclama Nueva York, dime lo que vale, dime la ganancia, toma la moneda, dame la moneda, todo tiene su coste como en todas partes, sólo que aquí no hay suerte ninguna para aquél que sueña despierto, anda o desanda sin saber a donde va o no es capaz de poner en venta su propio pellejo terso como el de la joven gacela o agrietado como la piel del viejo saurio. Tal sistema de relaciones genera la energía de la urbe y sus insaciables tragaderas. Ningún otro. El talento se compra a buen precio, pero has de saber venderlo y has de procurar que obtenga réditos. De lo contrario estás muerto, y al contrario que en Denver, aquí hay poco que hacer en esa condición.

El talento es la entrada en el espectáculo. Dime ¿qué sabes hacer? ¿Cuál es el beneficio?

Extrañas mudanzas.

La tropa de hoplitas, disciplinados y testarudos, avanza en compactada masa hacia el horizonte de piedra, los muros que han de detenerlos a todos ellos finalmente. Aunque no lo saben, y ahí reside su fuerza. Son guerreros que han de perder la última guerra y sin embargo ganan todas las batallas. Son individuos que ha aprendido que más allá de actuar de forma colectiva en pos del beneficio, las modernas estrategias de victoria exigen capacidad táctica, egoísmo extremo y desprecio a lo que no se entiende. El otro sí es el enemigo, te robará la pieza aún palpitante al menor descuido, mientras aún respiras agitado y repones las fuerzas para engullir el primer trozo de la ganancia.

Ya tiene sus dioses, sus celebraciones, su liturgia: he ahí la ciudad encantada llena de oro, príncipes y sabiduría.

Está la fiesta de la ambición.

Está el fracaso o la muerte, que no existen.

La Santa Misa, La Gran Celebración Neoyorquina, puede acabar la noche más fría en torno a las llamas tenebrosas que se elevan al cielo negro desde un tacho oxidado donde arden la vieja madera de los postes de la luz, unos trapos húmedos y cientos de envases de cartón y decenas de periódicos del Gran Día de Ayer: el círculo de hombres-rata calienta su derrota engullendo botella tras botella del venenoso “tokay”, de pie entre basuras indefinibles  y el alma congelada: algunos todavía pretenden leer el futuro en las vacilantes lenguas de fuego que encienden de rojo vivo los rostros demacrados: 7, caballo ganador. Pero estos ilotas del siglo XX han renunciado ya a morir con (al menos) la espada en la mano de una forma honorable, les asquea la herida lenta, sangrante y dolorosa de los trabajos, el matrimonio, los hijos, las separaciones, los abandonos. Cuando ya no hay nada que ganar, el mejor de los futuros es una muerte rápida e inconsciente: morir de frío y desmayado por el alcohol, ahogado en el propio vómito con el corazón reventado de repente. Y, por supuesto, anónimo, el cadáver sucio, de nadie, a la mierda.

La retícula de Goerck atrapa entre los dos ríos desde lo más extravagante hasta lo más sorprendentemente inventivo. El arte de la supervivencia:

las aspiraciones insospechadas, los enredos inenarrables y las galimatías financieras de Wall Street comparten negocio con la trapisonda más inocente (un tipo listo pretende venderme por 5 dólares las tapas desgajadas de un libro en un mercadillo dominguero de la parte de Broadway del West Side: albergaban, dice -¿dijo albergaban?-, muchas páginas anotadas por el mismo Emerson: ¿y dónde diablos se encuentra ahora esa reliquia?, ¿pretendes que te compre un libro sin páginas?); se combinan la venta ambulante de naranjas, la acrobacia callejera del saltimbanqui, la pretensión negociadora más estrafalaria y las apuestas improvisadas sobre las partidas de ajedrez callejero de unos hombres serios junto a los árboles de Washington Square; aquél vende el cadáver de su perro que se convertirá en  comida triturada para gatos; un tipo de Harlem permite ver por un par de dólares un caimán que retiene en la bañera de su casa; el otro ya no es propietario de sus riñones: los tiene hipotecados, es un usufructuario de sus vísceras, digamos, y quiere contarte su historia por un quarter; otro tipo se ofrece como esclavo 24 horas por cien dólares, “incluso sexual”, recalca; hay una niña puta de trece años que viste minifalda de terciopelo negro con flecos y botas de media caña de color rosa apostada invariablemente hacia el número 1060 de Park Avenue que contabiliza de nueve a trece servicios diarios a 20 pavos, y el proxeneta que atiende el negocio es un policía de barrio adscrito a la comisaría dos manzanas más abajo.

La ciudad de la antítesis es gratis para tus ojos: pero no abrirás ni una sola puerta sin introducir la moneda.

El sol, como el gato (que dijo el otro), es gratis, se dice. Toma asiento en el banco. Estira las piernas hacia delante. Cierra los ojos. Ya siente el calor en las mejillas… el Tipo del Parque.

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