Porque uno nunca
recuerda los libros que ha comprado y permanecen escondidos debajo de los ya
leídos, los que en realidad ama y una y otra vez termina releyendo, los que
ganan todas las batallas saboteando la lectura insana de los otros recién
llegados con olor a plomo de la imprenta, aún con los pañales limpios,
lloriqueando desde sus portadas chillonas.
Eva Hesse leyó Berlin Alexanderplatz (me dijo) a lo
largo de una semana de verano, horas antes del anochecer, junto a la ventana
abierta que casi dejaba entrar desde la calle las largas y verdes ramas de las
acacias de limpias y pujantes hojas que brillaban a la luz crepuscular, pues no
dejó de llover ni una sola tarde de esa semana en Nueva York. Nunca vi ese
ejemplar (me dijo), pero a juzgar por los comentarios de sus allegados (que lo
juraban), sus páginas estaban profusamente subrayadas y con anotaciones al
margen.
“Al final vemos otra
vez al tipo, muy cambiado, hecho un
desastre y sin una perra gorda, pero erguido…” (Camino del Parque
arrastrando un trozo de metal, algo muy parecido a una vieja máquina de
escribir despedazada).
“Un hombre tiene unos
ojos, y en ese hombre hay muchas cosas, y todas desordenadas, puede pensar un
infierno de cosas…” "Sabe que está perdido. Sigue sin entender nada de nada.
Y celebré a los muertos, porque muertos estaban.
Al final:
Biberkopf: “No hay
nada más que contar de su vida.”
La existencia es lo
que es, y eso es todo lo que tienes que admitir.
Lo que se aprende de
veras en esta vida (me dijo que había dicho) es a morir, a ir viendo como se te
va el vivir.
(Y entonces sí, notó
un temblor que no nacía dentro de ella y supo que la leve agitación de sus
manos y la parálisis ardorosa que tensaba la piel de la cara eran el reflejo
del pánico, de la certeza en que una fuerza desconocida y extraña traspasaba su
carne en ese momento y la invadía sin remedio, que definitivamente la tierra se
abría bajo sus pies y la alejaba del cielo y el aire se pudría y que ella debía
enfrentarse con sus pocas armas de combate a encarar el desafío, aún
indescifrable, al que le obligaba un mal irrevocable y bien acorazado de
estratagemas y ruindad: Dios sólo te dio ojos para que vieras la grandeza de
sus obras.)
Acaba tus días, si es
que puedes, conduciendo 12 horas un Checker modelo A-11 pintado de amarillo
(destruidos sin remisión al cabo de 500.000 kilómetros de rodaje) por las
calles y avenidas de Nueva York, transportando a gente que no conoces a sitios
extraños, tipos anónimos hasta casi parecer irreales sentados detrás de tu
cogote y de quienes lo único humano reconocible son los gruñidos que emiten al
hablar a solas y los monosílabos que a modo de saludo profieren al entrar en el
coche y al abonar la carrera, acaba en un movimiento continuo entre cordilleras
de cemento, hierro y cristal, inocente preso de un perpetum mobile anterior y posterior a ti, no confiando en nadie,
no viendo nada, no pensando y envenenándote de hot-dogs al mediodía y bebiendo brandy hasta reventar cuando ya el
día se esconde en la noche.
También puedes acabar
embriagado por la locura caminante llamada Walser, caminando bajo la nieve
impertérrito a través de calles y calles nocturnas y acercándote cada vez más y
más a la absoluta nada a medida que diriges los pasos hacia la fría muerte
ataviada de blanca madrugada. (Inexpresivo, sin una mueca de displicencia en el
rostro, sin la menor señal de temor, mudo y sin reproches.)
Sé buen acólito.
Obedece las reglas (las que mejor te acomoden).
Templa el vino el
corazón (Eclesiástico, 31-31).
¿Qué vida es la de los
que del todo carecen de vino? (Eclesiástico,
31-33).
Toda sabiduría viene
del Señor (Eclesiástico, 1-1).
Da tus pies a sus
cepos y tu cuello a su argolla (Eclesiástico,
6-25).
Humilla mucho tu alma…
(Eclesiástico, 7-19).
Y entonces sí, notó un temblor...
-¿Quién es el que
conmigo va?
-No es el amigo.
-Es… Abstracto.
Una vez fuiste
concreta, reconocible, discernible:
En el 650 West 172 (c.1941), cuando entonces, Picasso temblaba ante la que se le venía
encima: a los 5 años habla con muñecas, juega al ajedrez con su hermana, come
patatas y verduras, no le gusta la leche (toma
tu vasito de leche negra), no le gusta la carne ni las sopas, “lo mejor son
las espinacas”, dormía abrazada a la almohada, se trae libros ilustrados de la
biblioteca (al final de ese año “ya no le gustaban las muñecas”) y le gusta ir
al Museo de Historia Natural antes de jugar en Central Park. Veinte años más
tarde, la carne sigue sin gustarle, no juega al ajedrez, duerme abrazada a la
almohada (a su calor impostado y “frío”), continúa comiendo espinacas, la leche
no puede ni verla (toma tu vasito de leche
negra), coge libros prestados de la Biblioteca Pública y cuando sale del
Museo de Historia Natural (al que no deja de acudir un par de veces al mes) se
encierra en el estudio a pintar (porque, en el 61, sólo pinta), que es una forma más de jugar. ¿Y de amores? Ya es sabia en eso, y altanera: “El auténtico
amor es una carnicería en su expresión más literal, querido.”
Hazme invisible, mas
no muerta. A un lado de La Mesa de las Ideas, bajo la luz cenital de penumbra,
he de colocar la calavera, mi calavera
ya descarnada, símbolo de vanitas, de
mi extraña y misteriosa poquedad. Y,ahora, puesto que soy Invisible y Consciente, he de dibujar maravillosas entelequias de aristotélico influjo sobre livianos papiros o en rudos pergaminos sin importar el precio de sus hechuras.
En
el espejo: encerrada en el plano: ni por delante ni por detrás existe
escapatoria (pero ahora es una prisionera del azogue que no desearía salir
jamás de la engañosa celda).
En el espejo: habita en él a
salvo, pues sólo se halla en peligro si en él se contempla, si se hace
realidad.
Espectro.
No mirarse nunca en
él: ese personaje desmiente a la que eres verdaderamente, la que puebla tu
interior desconocido, misterioso y único, no hay posible concordancia con la
que te crees y la que representas a los ojos de los demás ¿Qué saben ellos?
¿Qué sabe el espejo de ti?: una imagen al revés de una encarnadura desajustada
con tu conciencia y tu pensamiento, una envoltura grotesca incapaz de mostrarte
y mucho menos de ser tú.
En Central Park una no se aburre nunca… si no va aburrida.
Porque
yo iba directa a la degradación: yo era de las que utilizaba lo que entendíais
como arte para expresar mis propias angustias y celebraciones. Como otros
muchos demiurgos burlones os he hecho caer en la trampa: traficabais con mi
nombre en 1971 y especuláis con mis obras en 2013. En 2050 habré suplantado
inexorablemente a algún dios menor…
Os
obstináis en el engaño: el arte sólo sirve
a los artistas.
Entra en La Librería. Ya no compra libros. Compra cuadernos Moleskine.
Adiós a todo eso.
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