Hesse se sintió
perdida, disuelta en la grisura prolongada de París durante septiembre de 1964:
del jueves 3 al lunes 14: Rodin y Brancusi; el museo de uno, donde el verdín
del bronce se confundía con el verde follaje; el taller minúsculo del otro,
orden(anzas) íntimo, pero no eran verdaderamente recintos sagrados, sólo el
lugar, el vaciado de los fantasmas:
el del místico, el del genial artesano.
Sería la noche del 7
(01 a.m.): noche de brujas.
15/9/64:
(“Roma, que se
mostraba al sol ruidosa, desnuda del todo a pesar del tráfico y sus crispados
habitantes, algo sucia, espléndida… al fin de un largo viaje.”)
¿París? ¿Roma?
¿Hamburgo? ¿Basilea? ¿Bruselas? ¿Londres?
Estás en Tierra de
nadie. Si te mantienes en silencio nadie adivina nada de nada: eres extranjera
en cualquier lugar, pero en secreto.
(Postales desde
España.)
“La Alhambra está más
allá de las palabras”, le informa Sol LeWitt antes de tomar el tren que le
llevará de Granada a Valencia en la primavera del 70: la moribunda intenta
imaginar maravillas orientales, nombres exóticos sobre los que parecen elevarse naranjales y palmeras, irrealidades que desconciertan todavía más su postración
en el sucio Bowery de aquellos años.
¿Países? Sé tu la
rezagada, la que los ve chapotear en el lodo de la identidad con el manojo de
las plumas coloreadas de la tribu en la mano. Ni la pintura es una bandera, ni
la escultura una lanza, y toda teoría es inocente. El mejor artista es aquel
que más pronto ha retornado a la infancia ondeando un trapo blanco en son de
paz: dibújalos de frente, sin cuello, con manos y pies de alambre y pelo de
púas, pero a todos ponles
la misma cara de espantapájaros o de calabaza iluminada.
Eso mismo he estado
haciendo durante estos dos últimos años de artista: espantapájaros que alejaran
a los creyentes de los buenos pensamientos:
-No se asemeja a nada
que hubiera visto con anterioridad, en cosas propias del arte o no.
-Ése es un buen
principio.
-¿Qué clase de artista
quedamos en que era?
-¡Pche!
-Adelante alguna
pista, algo habrá que decir…
-Digamos que sus
elucubraciones surgen de las postrimerías…
-¿Postrimerías? ¡Qué
diablos!
-Muerte, juicio,
infierno y gloria.
-Si atisbáramos
minuciosamente hasta lograríamos dar con el dedo manchado de tinta del
Pantocrátor.
-Un arte sagrado…
-Ya, ya…
(Hesse: “Finalmente,
un artista se halla en todas partes -después de él incluso-: una especie de
gato de Schrödinger, vigilante pero complaciente con cualquier clase de
interpretación acerca de su destino: muerto o vivo, ¡qué más da!”)
-Un arte cuando menos
curioso, puesto que exige en cualquier momento la presencia del artista…
milenio arriba, milenio abajo.
-¿?
-Al menos para
atestiguar su condición.
-Gatos que se
desintegran al tiempo que sonríen en el espacio, gatos muertos/vivos, gatos
vivos/muertos… ¡Extravagancias sin fin!
-¡Magnífico! Sobre
todo cuando los payasos augustos sólo inspiran lástima y a los clowns ya les ha
perdido del todo su cansina afectación de eruditos a la violeta. Tales payasos
ya no nos hacen la menor gracia. En cuanto al payaso Malasombra…
Verbigracia:
Te acercas con sigilo
(no vaya a ser que saque las uñas) al montón de partículas (puedes contar los
trillones de ellas: no falta ni una sola), soplas (ni siquiera te hace falta el
barro o la costilla) y al otorgarle tu aliento creador… ¡albricias!: he ahí el
gato con sus dos ojos dorados, sus cuatro patas y sus siete vidas; mimoso, alza
el rabo mientras le acaricias el lomo, ronronea satisfecho ante tan loca
eternidad...
-Esta teoría me queda
grande, pues yo no soy artista.
-Como el gato que no
es gato y se limita a ocultar la suma exacta e impronunciable de sus átomos a
fin de distraer un ratito al personal y conceder la gracia de su figura al
paisaje vistiendo el muñeco.
Echa un vistazo a la
caja de esta pobre EvaHesse: tu adusta (o interesada o estupefacta o incrédula
o irritada) mirada convierte lo que ves, modifica las reglas, ampara el
desatino o el prodigio: tú eres el significado: has sido el medio para la cosa (¿es arte o no es arte?… ¡No haber
abierto la caja!
En fin, todo es tan
ambiguo.
Su Underwood, ¿era de
teclas blancas o negras?
Ambigüedad…
Requiere las dos caras
de… la moneda.
¡Quien tuviera una
gemela! Anda, guapa, termina lo que yo he empezado.
¿Por delante o por
detrás?
Vuelve a poner las
manos sobre la obra. Sin suplicios, hechicera. El arte es la paz, y las
visiones:
Hacia 1400, el
anacoreta Julian de Norwich llevó sus ojos sin aprensión al pequeño objeto del
tamaño de una simiente que El Visitante había depositado en la palma de su
mano.
-¿Qué es esto?
-Es todo cuanto es
hecho en el Mundo (llámese inmundo).
Se entrega a curiosos
alfabetos.
Oculta su letrería tras el pensamiento, aunque éste se
desmenuce en físicos antojos.
Su (tcga) en el que trajina de la mañana a
la noche es su falta absoluta de código; es infalible el efecto sorprendente de
esa improvisación, y es una entre miles de millones de posibilidades. Quizá
más, pues no exige el dibujo perfecto y a cada exhibición resulta una imagen
(por infinitesimal que sea la diferencia) distinta al montaje de la anterior.
Hasta su total destrucción
sus piezas son una novedad a lo largo de su existencia objetual: mudan, se
niegan a sí mismas al salir a la luz, se reciclan, se alteran, a pesar de que
jamás renieguen de su forma primitiva.
Hesse, el ojo de
Argos: Hesse la de los cuatro ojos, o los cincuenta, o los cien, que controla
en todo momento La Creación.
Cada día se baña esta diosa de la modernidad en las aguas
que vierte la fuente de Canato, precisamente cerca de la localidad griega de
Argos: cada noche se acuesta virgen.
A la salida del sol
convoca a los fenómenos uránicos: cósmicos, telúricos.
Adelante, adelante:
manos a la obra.
En tales asuntos se
reconoce.
Mi obra soy yo. Nada
de mi vida, ni la desdicha ni el temor, ni el éxito ni la felicidad, nada de
aquello que incluso carece de visibilidad, ha de serle ajeno, pues brota de lo
que sienten mis ojos.
¿De veras te asemejas
al tieso engrudo que mancilla la pared?,
¿al corrompido látex?,
¿a la hedionda resina?
Autorretrato:
(De auto- y retrato).
1.m.
Dícese
del retrato
de una persona
hecho por ella misma:
Ese ejercicio
narcisista de escrutarse a sí mismo… o adornarse, fingirse, admirarse,
complacerse, disfrazarse, (ocultarse).
Acopias en tu lista de
sucesos influyentes, además de alas de mosca, pulidos y veteados guijarros de
playa o quién sabe qué, la atenta contemplación de muchos de aquellos que
indagaron (o no) en ellos mismos: Giotto (plasmado el rostro entre gentes devotas y anónimas),
Durero (galán y talentoso), Velázquez (de porte cortesano irresistible),
Rembrandt (precario pintor de encargo sin modelos), Delacroix (guerrero
anónimo), Van Gogh (37 veces intentó imitarse pincel en mano), Schiele (qué
atónito personaje), Cézanne (seriedad ante todo, monsieur), Picasso (el de los
mil deseos y un solo rostro poderoso), Klee (geómetra de los sueños), Lucien
Freud (cuya desnudez lo esconde mejor que cualquier atavío)…
¿Qué autorretratos son
ésos los de Duchamp, Pollock, Rothko, Andre y compañía?
¿Adónde
están?
No hay comentarios:
Publicar un comentario