domingo, 1 de diciembre de 2013

HESSE 126

Hesse se sintió perdida, disuelta en la grisura prolongada de París durante septiembre de 1964: del jueves 3 al lunes 14: Rodin y Brancusi; el museo de uno, donde el verdín del bronce se confundía con el verde follaje; el taller minúsculo del otro, orden(anzas) íntimo, pero no eran verdaderamente recintos sagrados, sólo el lugar, el vaciado de los fantasmas: el del místico, el del genial artesano.
Sería la noche del 7 (01 a.m.): noche de brujas.
15/9/64:
(“Roma, que se mostraba al sol ruidosa, desnuda del todo a pesar del tráfico y sus crispados habitantes, algo sucia, espléndida… al fin de un largo viaje.”)
¿París? ¿Roma? ¿Hamburgo? ¿Basilea? ¿Bruselas? ¿Londres?
Estás en Tierra de nadie. Si te mantienes en silencio nadie adivina nada de nada: eres extranjera en cualquier lugar, pero en secreto.
(Postales desde España.)
“La Alhambra está más allá de las palabras”, le informa Sol LeWitt antes de tomar el tren que le llevará de Granada a Valencia en la primavera del 70: la moribunda intenta imaginar maravillas orientales, nombres exóticos sobre los que parecen elevarse naranjales y palmeras, irrealidades que desconciertan todavía más su postración en el sucio Bowery de aquellos años.
¿Países? Sé tu la rezagada, la que los ve chapotear en el lodo de la identidad con el manojo de las plumas coloreadas de la tribu en la mano. Ni la pintura es una bandera, ni la escultura una lanza, y toda teoría es inocente. El mejor artista es aquel que más pronto ha retornado a la infancia ondeando un trapo blanco en son de paz: dibújalos de frente, sin cuello, con manos y pies de alambre y pelo de púas,  pero a todos ponles la misma cara de espantapájaros o de calabaza iluminada.
Eso mismo he estado haciendo durante estos dos últimos años de artista: espantapájaros que alejaran a los creyentes de los buenos pensamientos:
-No se asemeja a nada que hubiera visto con anterioridad, en cosas propias del arte o no.
-Ése es un buen principio.
-¿Qué clase de artista quedamos en que era?
-¡Pche!
-Adelante alguna pista, algo habrá que decir…
-Digamos que sus elucubraciones surgen de las postrimerías…
-¿Postrimerías? ¡Qué diablos!
-Muerte, juicio, infierno y gloria.
-Si atisbáramos minuciosamente hasta lograríamos dar con el dedo manchado de tinta del Pantocrátor.
-Un arte sagrado…
-Ya, ya…
(Hesse: “Finalmente, un artista se halla en todas partes -después de él incluso-: una especie de gato de Schrödinger, vigilante pero complaciente con cualquier clase de interpretación acerca de su destino: muerto o vivo, ¡qué más da!”)
-Un arte cuando menos curioso, puesto que exige en cualquier momento la presencia del artista… milenio arriba, milenio abajo.
-¿?
-Al menos para atestiguar su condición.
-Gatos que se desintegran al tiempo que sonríen en el espacio, gatos muertos/vivos, gatos vivos/muertos… ¡Extravagancias sin fin!
-¡Magnífico! Sobre todo cuando los payasos augustos sólo inspiran lástima y a los clowns ya les ha perdido del todo su cansina afectación de eruditos a la violeta. Tales payasos ya no nos hacen la menor gracia. En cuanto al payaso Malasombra…
Verbigracia: 
Te acercas con sigilo (no vaya a ser que saque las uñas) al montón de partículas (puedes contar los trillones de ellas: no falta ni una sola), soplas (ni siquiera te hace falta el barro o la costilla) y al otorgarle tu aliento creador… ¡albricias!: he ahí el gato con sus dos ojos dorados, sus cuatro patas y sus siete vidas; mimoso, alza el rabo mientras le acaricias el lomo, ronronea satisfecho ante tan loca eternidad...
-Esta teoría me queda grande, pues yo no soy artista.
-Como el gato que no es gato y se limita a ocultar la suma exacta e impronunciable de sus átomos a fin de distraer un ratito al personal y conceder la gracia de su figura al paisaje vistiendo el muñeco.
Echa un vistazo a la caja de esta pobre EvaHesse: tu adusta (o interesada o estupefacta o incrédula o irritada) mirada convierte lo que ves, modifica las reglas, ampara el desatino o el prodigio: tú eres el significado: has sido el medio para la cosa (¿es arte o no es arte?… ¡No haber abierto la caja!
En fin, todo es tan ambiguo.
Su Underwood, ¿era de teclas blancas o negras?
Ambigüedad…
Requiere las dos caras de… la moneda.
¡Quien tuviera una gemela! Anda, guapa, termina lo que yo he empezado.
¿Por delante o por detrás?
Vuelve a poner las manos sobre la obra. Sin suplicios, hechicera. El arte es la paz, y las visiones:
Hacia 1400, el anacoreta Julian de Norwich llevó sus ojos sin aprensión al pequeño objeto del tamaño de una simiente que El Visitante había depositado en la palma de su mano.
-¿Qué es esto?
-Es todo cuanto es hecho en el Mundo (llámese inmundo).
Se entrega a curiosos alfabetos.
Oculta su letrería tras el pensamiento, aunque éste se desmenuce en físicos antojos.
Su (tcga) en el que trajina de la mañana a la noche es su falta absoluta de código; es infalible el efecto sorprendente de esa improvisación, y es una entre miles de millones de posibilidades. Quizá más, pues no exige el dibujo perfecto y a cada exhibición resulta una imagen (por infinitesimal que sea la diferencia) distinta al montaje de la anterior.
Hasta su total destrucción sus piezas son una novedad a lo largo de su existencia objetual: mudan, se niegan a sí mismas al salir a la luz, se reciclan, se alteran, a pesar de que jamás renieguen de su forma primitiva.
Hesse, el ojo de Argos: Hesse la de los cuatro ojos, o los cincuenta, o los cien, que controla en todo momento La Creación.
Cada día se baña esta diosa de la modernidad en las aguas que vierte la fuente de Canato, precisamente cerca de la localidad griega de Argos: cada noche se acuesta virgen.
A la salida del sol convoca a los fenómenos uránicos: cósmicos, telúricos.
Adelante, adelante: manos a la obra.
En tales asuntos se reconoce.
Mi obra soy yo. Nada de mi vida, ni la desdicha ni el temor, ni el éxito ni la felicidad, nada de aquello que incluso carece de visibilidad, ha de serle ajeno, pues brota de lo que sienten mis ojos.
¿De veras te asemejas al tieso engrudo que mancilla la pared?,
¿al corrompido látex?, ¿a la hedionda resina?
Autorretrato:
(De auto- y retrato).
1.m.
Dícese
del retrato
de una persona
hecho por ella misma:
Ese ejercicio narcisista de escrutarse a sí mismo… o adornarse, fingirse, admirarse, complacerse, disfrazarse, (ocultarse).
Acopias en tu lista de sucesos influyentes, además de alas de mosca, pulidos y veteados guijarros de playa o quién sabe qué, la atenta contemplación de muchos de aquellos que indagaron (o no) en ellos mismos: Giotto (plasmado el  rostro entre gentes devotas y anónimas), Durero (galán y talentoso), Velázquez (de porte cortesano irresistible), Rembrandt (precario pintor de encargo sin modelos), Delacroix (guerrero anónimo), Van Gogh (37 veces intentó imitarse pincel en mano), Schiele (qué atónito personaje), Cézanne (seriedad ante todo, monsieur), Picasso (el de los mil deseos y un solo rostro poderoso), Klee (geómetra de los sueños), Lucien Freud (cuya desnudez lo esconde mejor que cualquier atavío)…
¿Qué autorretratos son ésos los de Duchamp, Pollock, Rothko, Andre y compañía?
¿Adónde están? 

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