viernes, 29 de noviembre de 2013

HESSE 125

Tu obra… una arquitectura dramática…
Sólo una arquitectura plástica que agrede tanto lo espacial como lo propiamente formal.
¿La forma?
¡Es sólo lo que envuelve el sagrado espacio donde actúo!
Escribe de un modo… teológico.
(¿Podría usted manufacturarnos una novelita sólo a base de epígrafes…?)
¿Bíblicos?
Una suerte de centón teológico.
Un resumen de… ¡nada!
Empecemos por el Principio…
¡Otra vez!
En el Principio era la oscuridad…
Luego, hubo el sol, la luz, las cosas…
Despojas a la piedra de su miserable cargador, Sísifo, la “instalas” a solas en el espacio apropiado: entonces, ahora, el peñasco ya es una obra de arte.
¿Cómo subrayar el espacio (que por sí mismo es tan visible)?: profanándolo con el objeto.
“Ensuciaba el espacio…” Etcétera.
El arte “difícil” es un modo más de obligar a intervenir en el hecho artístico a un espectador tradicional que se rebelara ante lo que se le antoja como una afrenta a su inteligencia: su huida, o su desprecio, ultima la obra aun no sabiéndolo él.
No lo entiende porque “no comprende” que está escrito con lenguaje plástico.
Tu idea no precisa de la forma para hacerse visible: cuéntanosla.
La forma tampoco precisa de la idea: basta con que la muestres.
Respecto a…: era desdeñosa con lo que no decía, con lo que no tenía, con lo que no hacía. De modo que, una vez descubierto el truco, neutralizarla era muy fácil: su opinión carecía de la más mínima importancia en cualquier tema que se tratase por mucho que se desgañitara descalificando todo aquello que era contrario a su parecer: sólo certificaba su existencia como ser humano (y eso era innecesario, bastaba con verla).
Nunca dos veces lo mismo: he ahí una obra de arte continuamente reciclada en su exposición, igual y cambiante, inalterable y distinta…
-¿Existe la “obra de arte total”, la GesamtKunstwerk?
-Existe. Eres tú misma.
“Deja de hacer arte, pues; sólo vive como artista.”
El tipo, su aire furtivo, dice que escribe, nadie sabe nada de nada, silencioso y hosco, clandestino y brumoso, tambaleante, como salido todas las mañanas de un antiguo speakeasies detenido en el tiempo.
Todo lenguaje es una arbitrariedad consentida, un crimen a la imaginación, pues la relega a lo comprensible, que es tanto decir como a su desarticulación.
Y sobre todas las cosas: rester soi-même. (“¿Y si te equivocas?”. “Seré yo la equivocación.”)
Más allá de las falsas suposiciones:
“Curiosamente, nunca he visto ningún callejón sin salida en Nueva York.”
“El mundo en tus manos, pues.”
Quizá no sea demasiado pronto ya para grabar mi epitafio en el barro de la cloaca: “Hizo lo que tenía que hacer, que era lo que sabía hacer, y lo hizo bien.”
Se dio la vuelta y alzó un poco la cabeza: un árbol de ramas desguarnecidas de hojas como un maldito esqueleto gris… ¡en mayo! Y a la mañana siguiente, un amanecer sucio, el silencio malo del minúsculo dormitorio, la lluvia fría de antes de la nieve…
-¿Cuál es la historia…?
(Se le quedó mirando en silencio sin desdén, sin pena, hasta con absoluto respeto, sin respuesta...)
El Limitador: “Más que escribir una biografía del sujeto… ¡parecía elaborar su prospecto!”
Ya en coma: la voz de la posteridad de los otros le susurraba al oído: eres una long sellers, las ventas no cesan, se multiplican las leyendas y escrituras, los precios aumentan…
Un día te confiesas finalmente que Nueva York, en la hora más solitaria del día, en la más oscura de la noche, no es para ti una ciudad, ni siquiera un escenario sobredimensionado de seres humanos, objetos y placeres, esperanzas y desengaños: es sólo un paisaje, una extensión vacía después de todo que tus ojos pueblan de figuraciones y espejismos como harían las alucinaciones de un náufrago del desierto.
Ahora, con los ojos cerrados, escucha la joven sedente música alemana (un día, de pronto, descubrió que siempre escuchaba a los músicos alemanes). Surgido de la oscuridad el sonido dibuja sus garabatos en el espacio, hilvana las imágenes de la suma abstracción. Dentro de poco volverá a tenderse en la cama con las piernas extendidas, con los brazo rectos a los costados, mantendrá los ojos cerrados mientras el tiempo, que no la olvida y con el que no es posible negociar, la acosa, la debilita por momentos, la desangra, la va replegando sobre sí misma reduciéndola más y más hasta convertirla en un muñón pensante. En su imaginación, que todavía ilumina sus ojos cerrados, recrea una minuciosa cronología de nítidas viñetas (línea clara) hasta llegar a la bruma y los negros empedrados de Hamburgo.
Luego, todo se desvanece hasta el origen inexplicable, el blanco más blanco que hiere los ojos y... vuelve al presente y sus brutales contrapuntos.
Todos los niños viven en el pasado, cuando llegan al presente ya han desaparecido, se los tragó la ficción. ¿Quién era Evchen disfrazada de niña? ¿Qué era Hamburgo? ¿Por qué sonríe? ¿Qué eran los cielos blancos, las sombras grises, las caras blancas, los vestidos grises, las sonrisas eternas, los ojos abiertos eternos, la quietud eterna? ¿Quién estaba delante de la fotografía? ¿Quién era… El Testigo?

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