Tu obra… una
arquitectura dramática…
Sólo una arquitectura
plástica que agrede tanto lo espacial
como lo propiamente formal.
¿La forma?
¡Es sólo lo que
envuelve el sagrado espacio donde actúo!
Escribe de un modo…
teológico.
(¿Podría usted
manufacturarnos una novelita sólo a base de epígrafes…?)
¿Bíblicos?
Una suerte de centón
teológico.
Un resumen de… ¡nada!
Empecemos por el
Principio…
¡Otra vez!
En el Principio era la
oscuridad…
Luego, hubo el sol, la
luz, las cosas…
Despojas a la piedra
de su miserable cargador, Sísifo, la “instalas” a solas en el espacio
apropiado: entonces, ahora, el
peñasco ya es una obra de arte.
¿Cómo subrayar el
espacio (que por sí mismo es tan visible)?:
profanándolo con el objeto.
“Ensuciaba el
espacio…” Etcétera.
El arte “difícil” es
un modo más de obligar a intervenir en el hecho artístico a un espectador
tradicional que se rebelara ante lo que se le antoja como una afrenta a su
inteligencia: su huida, o su desprecio, ultima la obra aun no sabiéndolo él.
No lo entiende porque
“no comprende” que está escrito con
lenguaje plástico.
Tu idea no precisa de
la forma para hacerse visible: cuéntanosla.
La forma tampoco
precisa de la idea: basta con que la muestres.
Respecto a…: era
desdeñosa con lo que no decía, con lo que no tenía, con lo que no hacía. De
modo que, una vez descubierto el truco, neutralizarla era muy fácil: su opinión
carecía de la más mínima importancia en cualquier tema que se tratase por mucho
que se desgañitara descalificando todo aquello que era contrario a su parecer:
sólo certificaba su existencia como ser humano (y eso era innecesario, bastaba
con verla).
Nunca dos veces lo mismo: he ahí una
obra de arte continuamente reciclada en su exposición, igual y cambiante,
inalterable y distinta…
-¿Existe la “obra de
arte total”, la GesamtKunstwerk?
-Existe. Eres tú
misma.
“Deja de hacer arte,
pues; sólo vive como artista.”
El tipo, su aire
furtivo, dice que escribe, nadie sabe nada de nada, silencioso y hosco,
clandestino y brumoso, tambaleante, como salido todas las mañanas de un antiguo
speakeasies detenido en el tiempo.
Todo lenguaje es una
arbitrariedad consentida, un crimen a la
imaginación, pues la relega a lo comprensible, que es tanto decir como a su
desarticulación.
Y sobre todas las
cosas: rester soi-même. (“¿Y si te
equivocas?”. “Seré yo la
equivocación.”)
Más allá de las falsas
suposiciones:
“Curiosamente, nunca
he visto ningún callejón sin salida en Nueva York.”
“El mundo en tus
manos, pues.”
Quizá no sea demasiado
pronto ya para grabar mi epitafio en el barro de la cloaca: “Hizo lo que tenía
que hacer, que era lo que sabía hacer, y lo hizo bien.”
Se dio la vuelta y
alzó un poco la cabeza: un árbol de ramas desguarnecidas de hojas como un
maldito esqueleto gris… ¡en mayo! Y a la mañana siguiente, un amanecer sucio,
el silencio malo del minúsculo dormitorio, la lluvia fría de antes de la nieve…
-¿Cuál es la
historia…?
(Se le quedó mirando
en silencio sin desdén, sin pena, hasta con absoluto respeto, sin respuesta...)
El Limitador: “Más que
escribir una biografía del sujeto… ¡parecía elaborar su prospecto!”
Ya en coma: la voz de
la posteridad de los otros le
susurraba al oído: eres una long sellers,
las ventas no cesan, se multiplican las leyendas y escrituras, los precios
aumentan…
Un día te confiesas
finalmente que Nueva York, en la hora más solitaria del día, en la más oscura
de la noche, no es para ti una ciudad, ni siquiera un escenario
sobredimensionado de seres humanos, objetos y placeres, esperanzas y
desengaños: es sólo un paisaje, una extensión vacía después de todo que tus
ojos pueblan de figuraciones y espejismos como harían las alucinaciones de un
náufrago del desierto.
Ahora, con los ojos
cerrados, escucha la joven sedente música alemana (un día, de pronto, descubrió
que siempre escuchaba a los músicos
alemanes). Surgido de la oscuridad el sonido dibuja sus garabatos en el
espacio, hilvana las imágenes de la suma abstracción. Dentro de poco volverá a
tenderse en la cama con las piernas extendidas, con los brazo rectos a los costados,
mantendrá los ojos cerrados mientras el tiempo, que no la olvida y con el que
no es posible negociar, la acosa, la debilita por momentos, la desangra, la va
replegando sobre sí misma reduciéndola más y más hasta convertirla en un muñón
pensante. En su imaginación, que todavía ilumina sus ojos cerrados, recrea una
minuciosa cronología de nítidas viñetas (línea
clara) hasta llegar a la bruma y los negros empedrados de Hamburgo.
Luego, todo se
desvanece hasta el origen inexplicable, el blanco más blanco que hiere los ojos
y... vuelve al presente y sus brutales contrapuntos.
Todos los
niños viven en el pasado, cuando llegan al presente ya han desaparecido, se los
tragó la ficción. ¿Quién era Evchen
disfrazada de niña? ¿Qué era Hamburgo? ¿Por qué sonríe? ¿Qué eran los cielos
blancos, las sombras grises, las caras blancas, los vestidos grises, las
sonrisas eternas, los ojos abiertos eternos, la quietud eterna? ¿Quién estaba delante de la fotografía? ¿Quién era… El
Testigo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario