domingo, 2 de marzo de 2014

HESSE 134

“En el fondo, no era complicado… lo de ella. Era, simplemente, una propuesta, entendieras o no entendieras ni por asomo lo que ella se proponía en realidad.”
Respecto a la cuestión biológica…
¿Mujer?
Poco había de eso.
No era de las que creaba (y creía) a partir del décimo día del inicio del período menstrual, 0h, diosa de la fertilidad: de día, o de noche, ¿qué más da?
“Le había interesado mucho tiempo atrás quién no era ella, bastante más de lo que era, así que, más tarde, hasta el día de su muerte, ya no hubo errores.”
Una obra tan próxima al solipsismo que roza la desesperanza; bucea en una introspección silenciosa y lenta como el fondo del mar.
Descubrió enseguida que en el arte la mujer parecía ser el “accesorio necesario”. Sonrió para sus adentros (no des pistas al enemigo) y puso manos a la obra: ¡Se van a enterar!
“Encerrada en el estudio, entre cuatro paredes, el exterior de afuera, la ciudad, la amparaba. En la naturaleza, merodeando por el paisaje, sin techo, con las manos vacías, se hallaba desnuda: ¿dónde está la gente?”
Yo soy de mi propiedad.
Smithson:
“Es el ambiente, los hechos difíciles o lamentables que rodean a un artista, el que lo crea también… Agrega una perspectiva diferente a tu trabajo…”
Unas semanas después de esta reflexión (no  acerca de la obra de Hesse, ni siquiera acerca de ella misma), Robert Smithson moría perseguido por un destino en el que siempre confió mientras oteaba desde el cielo el sitio ideal para Yellow Ramp (¿existía el “sitio ideal”?).
Otros, al tiempo, acaban abriendo un agujero en la tierra y lo convierten en un refugio nuclear (Morris).
Hesse… muerta, y sus obras que “viven” en el tiempo…: despiden el hedor de la putrefacción, hierve la materia orgánica en una lenta destrucción casi casi hasta visible en su proceso post mortem.
¿Qué relación tiene esta obra con el mundo?… ¡Es en el mundo!
Un crítico-forense desmenuza las intenciones, determina las piezas del basural descompuesto, enumera valiéndose de graciosos tecnicismos los estragos y genialidades internas del cadáver de la obra artística. El tipo de Christie’s le desliza un billete de cien dólares en el bolsillo de la bata:
“Trágica Muerte Natural”, consigna en la hoja amarilla, todavía con el escalpelo en la mano.
Todo en orden, cualquier sabueso por más que meta sus sucias narices en el asunto no ha de reprobar tan expeditivo examen analítico.
A la subasta.
A rodar.
A fin de cuentas, ¿qué es la inmortalidad?:
que uno de tus mejores amigos sobrevivientes a ti se encargue de seleccionar los trastos y fragmentos desechados de trabajo sobre la mesa de dibujo o arrinconados en algún lugar polvoriento del estudio (ahora a plena luz del día, ultrajado de luminosidad, revelando ángulos sagrados de meditación, mancillado por el ojo público, descubriendo suciedad, pobreza, el desperfecto con el que vivías, los rayos matutinos del sol te desnudan del todo):
sí, esta es una pieza estimable; aquella, también; esa otra, no, es un simple trozo de…, y esta de más allá, quizá estas dos…
que ese amigo en insensata decisión los convierta en objetos artísticos y permita su exhibición encerrados en una urna de cristal como engañabobos para pasmarotes con el caro catálogo en la mano.
“Eres como el jazz… una improvisación”, le dijeron (equivocados).
Respecto a la composición…
Hábleme de aquellos jóvenes.
Ya le dije: LeWitt era portero de noche en el MoMa, y Flavin y Ryman, también en aquellas salas conspicuas, guardias de seguridad.
Algo se les pegaría.
Decididamente.
¿Hesse aparecía mucho por allí?
Todo el mundo ha ido mucho por el MoMa. ¿Sabes?, se les nota.
Es un arte para guardar debajo de la cama (Lippard lo hacía de ese modo: allí estaban aquellas obras de los jóvenes prodigios, sucias y polvorientas, cubiertas de pelusas).
Hesse debajo de la cama de Lucy Lippard.
Un título excelente.
En realidad, se trata de un dibujo enmarcado.
Lippard:
(Imbatibles razonamientos):  
“Los artistas (LeWitt, Hesse, Adams, Nauman, Bourgeois, Kuehn, Sonnier, Viner, Doyle, Plimack, Mangold, Graham, Bochner, Andre, Morris…) entre  los que me movía solían decir: cualquier cosa que hagamos es arte. De modo que pensé que si cualquier cosa que hacía un artista era arte, cualquier cosa que haga un crítico es crítica… Escribí un montón de cosas raras, pero todo eso era crítica de arte, porque yo era una crítica (¡qué cojones!). Esta actitud facilitó mucho las cosas, todo era más sencillo visto desde esa perspectiva.
“El arte conceptual ha hecho artista a mucha gente: ¿quién no tiene un concepto… Todo lo demás, es plástica, algo visual que es irremediable aceptar.”
¿Cómo consigue una mujer entrar en el Whitney Museum?
Con pitidos y sentadas a discreción, especialmente los fines de semana, y depositando en el interior huevos y tampones (manchados o no) por las esquinas: pero no se trata de ser una artista feminista, sólo gritar (ni siquiera demostrar) que una es artista, es suficiente con eso… No hace falta que lleves el támpax en la mano, la falda abierta y el niño cargado a las espaldas.
Tu huella, ahora no es inocente (¡cuánta cámara secreta se entrelaza en el cachivache o la porquería del látex y los polímeros!): se incorpora de entre las sábanas, abandona la cama, sale de la habitación, los pasos se alejan: he ahí que echo mano del luminor a discreción: la fosforescencia revela la sangre culpable.
El teatro, la máscara, el fingimiento: el lugar favorito del genio.
Es una amante de la tradición: sus dibujos abstractos los pergeña con plumilla de oca, desdeñando la plumilla de acero fabricada en serie.
Esas obras son… como alteraciones tipográficas.
Pero es la tabla de armonía, esa madera, el alma de un piano.
Estudio/Aquelarre: lugar donde “ocurren” las cosas de las brujas, sus asuntillos.
Hesse:
Ante la obra (cualquiera de ellas desde el 66): “Ni una sola se esconde mensajes encriptados. La “encriptada” soy yo.”
“Arroja una piedra a lo lejos:
antes de caer en el suelo, aún en movimiento: eso es el futuro;
luego, caída, soldada a la tierra, inerme en el presente, intocable.
Nada (material) vuelve al pasado:
sólo logras ver sus ruinas, su deterioro por el presente que lo corroe.”
¡Qué terrible es saber “que va a ser de mí”! La eternidad es precisamente no saberlo.
Al componer la nada con objetos lograba determinar, por lo menos, el sinsentido, que eso es precisamente la nada. A través de los materiales, y sobre todo éstos, tan desconocidos aún, palpaba la nada, que no significa nada.
Por supuesto que ama el objeto (la materia) mucho más que la imagen que proyecta. Con los ojos cerrados podría tocarlo, recomponerlo en la imaginación, erigir su contorno y sus detalles más nimios aun en la misma oscuridad: la imagen nueva al nuevo ciego le veda absolutamente toda proyección. El arte y la literatura, pueden tocarse (la hoja de papel, el lienzo, la piedra o la madera); el cine niega (salvo la audición) toda posibilidad de acercamiento físico, al igual que la música: he ahí lo artificial a despecho, en el caso de la música, de lo sublime y el encantamiento.
Esperaba… pero esperaba nada, puesto que nada iba a suceder hasta la hora de meterse en el lecho clínico bajo la luz blanca (de donde alcanza a pensar y medir el universo todo), y al otro lado de la puerta blanca el suave deslizar de los pasos sobre los brillantes pasillos blancos.
Esperaba… queriendo tenerlo todo aún: ¡como odiaba al tipo aquel!: “Siento tal melancolía esta tarde, me siento tan mal, que ni siquiera tengo ganas de estar bien…” “Ven, entonces, ven acá, coge la pajilla, introdúcelo en la copa de mi cráneo abierto rebosante del licor de la crátera, sorbe un poquito de mi tumor… Todo tuyo.”
Nada en realidad del mundo hace mal, son ellos, sus miserias de seres humanos… Y está la enfermedad, que el mundo inocente e impasible no sabe qué es…
Lee los diarios de… Uno de los fragmentos registra un paseo melancólico al atardecer, y la parada luego frente a un puesto de libros de viejo. Escribe: “Compro cuatro.” ¡Maldita, no menciona los títulos!
“Soy bella y tranquila”, dijo con el aliento apestando a anfetaminas.
Todo lo que dice lo desmiente su apariencia de alondra: “Soy nochernierga”, declama absolutamente seria (y severa). (Pero quizás la anfetamina ayude a eso…)
Ciertos indios del Brasil confeccionan sus cuadros con materiales absolutamente naturales y propios de la selva entre cuyos árboles habitan: alas de mariposa, plumas de vistosas aves, piedrecitas pulidas, ramas de plantas… y siempre representan paisajes reales de su entorno. Cuando el arte llega a tal grado de humildad, de pleitesía y rendición hacia la misma urgencia expresiva y de fidelidad al misterio de la duplicidad plástica ya no existe la posibilidad de la mixtificación o el fraude del artificio: el artista ya ha devenido el picasso de cinco años que Picasso siempre anheló ser.
Escribió un poema el poeta, pero el artista que estaba a su lado agarró el pedazo de papel lo cortó en una decena de trocitos y lo amontonó graciosamente sobre la superficie de la mesa del café ante la mirada atónita de los presentes. “De qué se extrañan, he ahí la poesía hecha arte… No se puede pedir más.”
La pintura realista, toda ella, y sé que es injusto proclamarlo de ese modo, recuerda a aquel tipo que inició su novela escribiendo “Empezaré a describir mi habitación…” Y acto seguido, en vez de describirla, se puso a hacer un inventario.
Explora cuanto está más allá de ella… o sólo hasta los límites de ella... Pues bien, ¡la obra sería la misma! Al menos, sé sincera.
Proust es la fiebre real de escribir: y así muere, ardiendo la piel y los labios secos, y la boca cerrada. El arte, salvo los locos (¿Van Gogh?), no exige la pasión, sólo una especie de discurso falso o calculado que desdeña el verdadero diálogo, es decir, incluso su legibilidad.
Como artista, tendría el mundo que estar totalmente despoblado para poder juzgarme a mí misma y a mi trabajo.
¡Claro que te conoces a ti misma, sólo que pasar a la acción es algo muy distinto!
Ningún arte revela los misterios verdaderos.
Te despiertas, abres los ojos, y el día está absolutamente desprovisto de matices, con toda crueldad puedes penetrar en su fealdad, en su estructura falaz y su entramado de desperdicios; sin colores el día, se descubre con facilidad que sólo es la encarnadura falsa del tiempo, una desnudez blanca que cubre una piel de lo más frágil pero que logra ocultar la muerte despacio y luminosa de todos los seres y las cosas, desfigurarla al menos entre tanto mecanismo de sospechosa precisión.
El sueño nos roba… todos los días. Y en cuanto a mí…
¿De qué época esa pintora?
Bien, nació en aquel tiempo que las damas elegantes exhibían con gracia exquisitos sombreros con velos de seda transparentes que dotaban al rostro de un toque aterciopelado de fascinante atractivo. Mujeres intocables (bien enfundadas en faldas tubo o faldas lápiz).
Cualquier época es buena para ponerla del revés.

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