lunes, 17 de febrero de 2014

HESSE 133

Cada uno es que como es… y alguno incluso más listo:
Judd fabricaba sus obras por teléfono: leía las instrucciones al primer tipo de la fábrica que se ponía al otro lado del hilo, especificaba medidas y colores, colgaba el auricular y se iba a dormir: hale, que entren los duendes del zapatero.
¿Para qué pensar demasiado? ¿Adónde nos conduce “ponerte a pensar…”?
A apartar el pincel del lienzo o de la tabla; a dejar caer el cincel o el palillo al suelo…
T. Smith: “Todos esos tíos del minimal, y la mayoría de ellos entraban y salían sin ningún reparo por la puerta de mi taller cuando les apetecía, sin mediar aviso alguno, rastreando con la mirada cuanto podían, todos esos tíos, piensan demasiado, se dedicaban horas y horas a reflexionar sobre lo que iban a hacer y sin dejar de parlotear desmenuzaban punto por punto las obras que ya habían hecho: bla, bla, bla. Al parecer, necesitaban justificarse intelectualmente ante ellos mismos y explicar sus obras a los otros… Yo nunca pensé nada de lo que hacía. Sólo lo hice. Y, por cierto, mandándoles a otros que lo hicieran en mi lugar.”
Bien diferente se creía ella en lo tocante a una predisposición a lo artístico que remitía inexorablemente a lo trágico, o cuando menos a todos aquellos sucesos del mundo de carácter patético que terminaban conmoviéndola del mismo modo que las adversidades e infortunios acaecidos en su propio ámbito personal, y que, conjuntamente con la prevalencia de los antiguos mitos y lo desorbitado de sus leyendas entre sus preferencias culturales, reforzaba aquella dimensión exagerada que a nivel matérico deparaban obras tan tremendas y solemnes como Right After o la Untitled de 1970.
“Sólo trabajando, descubro lo que creo.” Pero nunca nadie es inocente del todo: una mano secreta (incluso una infantil, la tuya de cuando entonces) te guía en tus devaneos y tentativas: te conduce de la incertidumbre al logro… ¡o viceversa! Una termina haciendo lo que es, al menos si no es una farsante o una mercenaria.
“En cualquier caso”, susurró fatigada, “maniobrando es la única manera de que se nos revele lo fundamental, lo que de veras importa; sólo desde las manos, trabajando, cristaliza lo realmente oculto… No una forma, ni una apariencia, sino una idea del arte.”
¡Qué paradójico resulta comprobar en algunos artistas lo barroco presente en sus obras, percibir apabullado la extraordinaria heterogeneidad de sus materiales y su enrevesada composición plástica y al cabo de un rato descubrir más apabullado todavía lo minimalista del concepto y lo simplista de la idea que subyace detrás de todo ello. La falla resultante expuesta a la luz poderosa y cruda de los vatios, la profusión objetual y el exceso, se halla sostenida por una mente reduccionista y austera, incluso pobre, desnuda de ambición ornamental, un simplismo: una contradicción.
¿Pero no es el arte una contradicción?:
Dices algo que no es.
Lo que exhibes, siendo real, cosa u objeto, es mentiroso.
¡Pero es verdad lo que ves!
Sin ti detrás, sin el título o la presunción de la que haces gala, sólo son trastos, piedra, telas, colores…
Deviene presa alquímica, el oro: una conversión. ¿Qué es arte? Lo que yo digo que es arte y como tal lo muestro.
(Sé un francotirador, dispara a la cabeza. El arte es caza mayor, sé altivo: no hay excusas que valgan, espétalo a la cara: lo tomas o lo dejas.)
Ella era artista: una técnica (incluso en lo que no precisaba artesanía alguna).
¿Artesanía?
Los disparos van directos a la razón.
Entonces…
Entonces una técnica del pensamiento que se vale de las manos y el pringue que sea menester (inclusive la sustancia de esa medusa que provoca el mayor dolor conocido e insoportable hasta la muerte en los humanos).
En el 65: “La pintura es una capitulación.”
Pues, si no nos vale…
Al objeto, entonces, ¡a por él!
Empezó a imaginar lo que le gustaría ver. O tal vez veía lo que imaginaba: “Hazlo real”: los materiales son lo que son, y ni una palabra más:
Right After.
¿Qué ha llevado hasta aquí?
No la manía de las grandezas:
“Es a través de lo trágico que se alcanza la redención”, se había dicho tiempo atrás sin comprender demasiado bien qué había que redimir y de qué habría de sentirse culpable desde que cruzó un océano para salvar la vida. Ahora ya lo sabía.
¿Qué fue antes…?
El origen fue… la confusión… Nadie crea, si es creador y no un plagiario, sino desde el desconcierto más absoluto e hiriente hasta que ese inicial estupor deviene por misteriosa conjunción de iluminado y oscuro oficiante en puro dinamismo histérico, osado revelador de misterios, de estampas indescritiples, de figuraciones y desafíos sin fin, de sublimes supercherías, un fraude que, en el caso de serlo, constituye una de las más esforzadas aventuras por borrar los originales
Eres artista, eres un genio (si no, no merece la pena, folks), contrae una lepra Leverkühn, intencionada, invisible, calculada hasta en el mínimo átomo de su poder lento y destructivo, abraza al diablo (tu verdadero amante, aunque no exista), corre todos los peligros, libera los monstruos de tu interior, bucea en las tinieblas… pero si loca, ¡mejor muerta!
¿Qué fue antes, aunque fuese poco o despreciable o accesorio o adicional a lo verdaderamente primordial?
Eres artista, eres mujer: fons omnium viventium.
Eres artista, eres mujer, hasta bruja has sido.
Convertida después en Sybila más que en Circe, predices los maleficios: como Bruja todos los has llevado a cabo en tu cabaña de fuego y niebla en la umbría del bosque. Ahora tan sabia, entre hedores y humos…
Ahora que ya estás sola en la oscuridad de adentro (y la clara mañana de primavera afuera acariciando la piel de los vivos saludables), ahora tan cerca de la nada, con la muerte a la que has dado paso sentada en la salita contigua al recibidor, aún cerca de la puerta de la entrada a la casa, esperando a que la recibas (tú, que andas en zapatillas, con el cabello suelto y los ojos de mayo, una artista con tejanos deshilachados y una T-shirt llena de pringues) muy bien vestidita de traje sastre, como una  vendedora de Avon que aguarda de la dueña la señal para abrir la fragante maleta de las sorpresas (bien escondida la guadaña), muy modosita, con la vista baja y en los labios una leve sonrisa casi imperceptible, con las rodillas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo. Adelante, adelante, perdone que la haya hecho esperar, Muerte.
Antes fue todo tan acelerado, tan vertiginoso que parecía posible abolir en el arte aquello que lo había sustanciado hasta ese momento, inclusive a Picasso, a quien algunos ya no temían tildar de “artesano”. Era en la abolición, en lo tajante de las respuestas y los hechos lo que dotaba a las prisas de la cualidad de lo fértil y acaso de un inspirador acicate (no pienses, corre y llega cuanto antes) cuando tampoco era desdeñable su naturaleza embrolladora y fácil puente a lo fraudulento: lo urgente había sido en todas las épocas lo que caracterizaba de veras el arte joven y novedoso, al margen de quien lo llevara a cabo, jóvenes o viejos. Importaban las nuevas ideas, y bastante menos las apariencias que podrían hacerlas visibles en formas artísticas. Lo verdadero (lo revolucionario) era matar lo precedente y no modificarlo.
Un artista se tomó el tedioso esfuerzo de sumar todo lo que tenía: 7.004 cosas (el apartamento donde vivía, el Ford del 59, la Zenith del 61, la chaqueta de mezclilla con coderas de cuero marrón, tres pañuelos, la billetera…, hasta un alfiler, una caja de cerillas, un tarro vacío de bovril, un cordón –uno- de zapatos, el sello de correos usado, la moneda de cinco centavos…)
7.004 cosas.
Las destruyó todas. Se quedó sin nada, ni siquiera conservó las obras que había producido hasta ese día.
Reducido a cero.
“Podemos empezar”, dijo con el miedo corroyéndole las plantas desnudas de los pies, y subiendo, subiendo…
Smithson, poco antes de estrellarse y morir a bordo de un avión, en el 73, reclamaba atención para los que partían de la misma nada:
“Eva Hesse se instaló por fin en un lugar donde por más que miraba en derredor no encontraba un referente, un asidero conceptual del que poder evolucionar: estaba en el mismo cero.”
“Hay bastante de intencionalidad en busca de una construcción orgánica: se veía una justificación [y repetió] orgánica en cada uno de los objetos, en su lugar y en el orden dispuestos en la composición.”
“Voy a contar algo”,  dijo (Smithson).

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