Cada uno es que como
es… y alguno incluso más listo:
Judd fabricaba sus
obras por teléfono: leía las instrucciones al primer tipo de la fábrica que se
ponía al otro lado del hilo, especificaba medidas y colores, colgaba el
auricular y se iba a dormir: hale, que entren los duendes del zapatero.
¿Para qué pensar
demasiado? ¿Adónde nos conduce “ponerte a pensar…”?
A apartar el pincel
del lienzo o de la tabla; a dejar caer el cincel o el palillo al suelo…
T. Smith: “Todos esos
tíos del minimal, y la mayoría de ellos entraban y salían sin ningún reparo por
la puerta de mi taller cuando les apetecía, sin mediar aviso alguno, rastreando
con la mirada cuanto podían, todos esos tíos, piensan demasiado, se dedicaban
horas y horas a reflexionar sobre lo que iban a hacer y sin dejar de parlotear
desmenuzaban punto por punto las obras que ya habían hecho: bla, bla, bla. Al
parecer, necesitaban justificarse intelectualmente ante ellos mismos y explicar
sus obras a los otros… Yo nunca pensé nada de lo que hacía. Sólo lo hice. Y,
por cierto, mandándoles a otros que
lo hicieran en mi lugar.”
Bien diferente se
creía ella en lo tocante a una predisposición a lo artístico que remitía
inexorablemente a lo trágico, o cuando menos a todos aquellos sucesos del mundo
de carácter patético que terminaban conmoviéndola del mismo modo que las
adversidades e infortunios acaecidos en su propio ámbito personal, y que,
conjuntamente con la prevalencia de los antiguos mitos y lo desorbitado de sus
leyendas entre sus preferencias culturales, reforzaba aquella dimensión
exagerada que a nivel matérico deparaban obras tan tremendas y solemnes como Right After o la Untitled de 1970.
“Sólo trabajando,
descubro lo que creo.” Pero nunca nadie es inocente del todo: una mano secreta
(incluso una infantil, la tuya de cuando entonces) te guía en tus devaneos y
tentativas: te conduce de la incertidumbre al logro… ¡o viceversa! Una termina
haciendo lo que es, al menos si no es una farsante o una mercenaria.
“En cualquier caso”,
susurró fatigada, “maniobrando es la única manera de que se nos revele lo
fundamental, lo que de veras importa; sólo desde las manos, trabajando,
cristaliza lo realmente oculto… No una forma, ni una apariencia, sino una idea del arte.”
¡Qué paradójico
resulta comprobar en algunos artistas lo barroco presente en sus obras,
percibir apabullado la extraordinaria heterogeneidad de sus materiales y su
enrevesada composición plástica y al cabo de un rato descubrir más apabullado
todavía lo minimalista del concepto y
lo simplista de la idea que subyace detrás de todo ello. La falla resultante expuesta a la luz
poderosa y cruda de los vatios, la profusión objetual y el exceso, se halla
sostenida por una mente reduccionista y austera, incluso pobre, desnuda de ambición
ornamental, un simplismo: una contradicción.
¿Pero no es el arte
una contradicción?:
Dices algo que no es.
Lo que exhibes, siendo
real, cosa u objeto, es mentiroso.
¡Pero es verdad lo que
ves!
Sin ti detrás, sin el
título o la presunción de la que haces gala, sólo son trastos, piedra, telas,
colores…
Deviene presa
alquímica, el oro: una conversión. ¿Qué es arte? Lo que yo digo que es arte y
como tal lo muestro.
(Sé un francotirador,
dispara a la cabeza. El arte es caza mayor, sé altivo: no hay excusas que
valgan, espétalo a la cara: lo tomas o lo dejas.)
Ella era artista: una
técnica (incluso en lo que no precisaba artesanía alguna).
¿Artesanía?
Los disparos van
directos a la razón.
Entonces…
Entonces una técnica
del pensamiento que se vale de las manos y el pringue que sea menester
(inclusive la sustancia de esa medusa que provoca el mayor dolor conocido e
insoportable hasta la muerte en los humanos).
En el 65: “La pintura es una capitulación.”
Pues, si no nos vale…
Al objeto, entonces, ¡a por él!
Empezó a imaginar lo
que le gustaría ver. O tal vez veía
lo que imaginaba: “Hazlo real”: los materiales son lo que son, y ni una palabra más:
Right After.
¿Qué ha llevado hasta aquí?
No la manía de las
grandezas:
“Es a través de lo trágico que se alcanza la redención”,
se había dicho tiempo atrás sin comprender demasiado bien qué había que redimir
y de qué habría de sentirse culpable desde que cruzó un océano para salvar la
vida. Ahora ya lo sabía.
¿Qué fue antes…?
El origen fue… la confusión… Nadie crea, si es creador y
no un plagiario, sino desde el desconcierto más absoluto e hiriente hasta que
ese inicial estupor deviene por misteriosa conjunción de iluminado y oscuro
oficiante en puro dinamismo histérico, osado revelador de misterios, de
estampas indescritiples, de figuraciones y desafíos sin fin, de sublimes
supercherías, un fraude que, en el caso de serlo, constituye una de las más
esforzadas aventuras por borrar los
originales.
Eres artista, eres un
genio (si no, no merece la pena, folks),
contrae una lepra Leverkühn, intencionada, invisible, calculada hasta en el
mínimo átomo de su poder lento y destructivo, abraza al diablo (tu verdadero
amante, aunque no exista), corre todos los peligros, libera los monstruos de tu
interior, bucea en las tinieblas… pero si loca, ¡mejor muerta!
¿Qué fue antes, aunque
fuese poco o despreciable o accesorio o adicional a lo verdaderamente
primordial?
Eres artista, eres
mujer: fons omnium viventium.
Eres artista, eres
mujer, hasta bruja has sido.
Convertida después en
Sybila más que en Circe, predices los maleficios: como Bruja todos los has
llevado a cabo en tu cabaña de fuego y niebla en la umbría del bosque. Ahora
tan sabia, entre hedores y humos…
Ahora que ya estás
sola en la oscuridad de adentro (y la clara mañana de primavera afuera
acariciando la piel de los vivos saludables), ahora tan cerca de la nada, con
la muerte a la que has dado paso sentada en la salita contigua al recibidor,
aún cerca de la puerta de la entrada a la casa, esperando a que la recibas (tú,
que andas en zapatillas, con el cabello suelto y los ojos de mayo, una artista
con tejanos deshilachados y una T-shirt
llena de pringues) muy bien vestidita de traje sastre, como una vendedora de Avon que aguarda de la dueña la
señal para abrir la fragante maleta de las sorpresas (bien escondida la
guadaña), muy modosita, con la vista baja y en los labios una leve sonrisa casi
imperceptible, con las rodillas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo.
Adelante, adelante, perdone que la haya hecho esperar, Muerte.
Antes fue todo tan
acelerado, tan vertiginoso que parecía posible abolir en el arte aquello que lo
había sustanciado hasta ese momento, inclusive a Picasso, a quien algunos ya no
temían tildar de “artesano”. Era en la abolición, en lo tajante de las
respuestas y los hechos lo que dotaba a las prisas de la cualidad de lo fértil
y acaso de un inspirador acicate (no
pienses, corre y llega cuanto antes) cuando tampoco era desdeñable su
naturaleza embrolladora y fácil puente a lo fraudulento: lo urgente había sido
en todas las épocas lo que caracterizaba de veras el arte joven y novedoso, al
margen de quien lo llevara a cabo, jóvenes o viejos. Importaban las nuevas
ideas, y bastante menos las apariencias que podrían hacerlas visibles en formas
artísticas. Lo verdadero (lo
revolucionario) era matar lo precedente y no modificarlo.
Un artista se tomó el
tedioso esfuerzo de sumar todo lo que tenía: 7.004 cosas (el apartamento donde
vivía, el Ford del 59, la Zenith del 61, la chaqueta de mezclilla con coderas
de cuero marrón, tres pañuelos, la billetera…, hasta un alfiler, una caja de
cerillas, un tarro vacío de bovril, un cordón –uno- de zapatos, el sello de
correos usado, la moneda de cinco centavos…)
7.004 cosas.
Las destruyó todas. Se
quedó sin nada, ni siquiera conservó las obras que había producido hasta ese
día.
Reducido a cero.
“Podemos empezar”,
dijo con el miedo corroyéndole las plantas desnudas de los pies, y subiendo,
subiendo…
Smithson, poco antes
de estrellarse y morir a bordo de un avión, en el 73, reclamaba atención para
los que partían de la misma nada:
“Eva Hesse se instaló
por fin en un lugar donde por más que miraba en derredor no encontraba un
referente, un asidero conceptual del que poder evolucionar: estaba en el mismo
cero.”
“Hay bastante de
intencionalidad en busca de una construcción orgánica: se veía una justificación [y repetió] orgánica en cada uno de los objetos, en
su lugar y en el orden dispuestos en la composición.”
“Voy a
contar algo”, dijo (Smithson).
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