Más ha de
durar una piedra que tú.
¿Acaso no
simulan formas humanas? Ella no lo sabe todavía. ¡Pero si acaba de empezar…!
Más tarde, será arbitraria. La gran maga jugará con el espectador: esas formas
blandas, las cuerdas colgando, los tubos huecos como arterias (limpias).
Materiales
sintéticos, pero evita sin cortapisas aquéllos que evocan asociaciones,
traducciones plásticas, ilusiones de tres al cuarto.
En el
cuaderno de notas, la mayor advertencia: ¡nada de dramas sofocleos!
En esta
ciudad las cosas simplemente suceden (1968).
Y mientras
tanto la huelga de los basureros continúa. Imposible resistir un par de horas
en el Downtown: tu sangre cambia de color (a marrón) y huele a mierda.
Ha
construido el mundo. Una parte de Nueva York, digamos. Al igual que el niño
compone las figuras geométricas de colores chillones, ella ha ordenado
edificios y calles, ventanas y puertas, cristales y metales, aceras y calzadas:
una ciudad muerta. Entonces a manotazos desordena el conjunto, las diferentes
piezas vuelan aquí y allá en un espacio acotado previamente. Un amontonamiento más real por ser menos imitativo. He ahí la obra más bella que aquella geometría
obediente y analógica de la representación, una semejanza falsa se ha ido al
traste. La artista, aburrida de las visiones formales cotidianas, ha creado una
composición nueva y no del todo inefable a los ojos, pues la mínima ciudad que
había creado mediante trozos de madera, la componenda denotativa que simulaba
los perfiles del mundo, sigue ahí, está ahí. Sólo ha variado su
configuración, la matemática de una sintaxis que ordena su lectura no tanto en
lo comprensible de su forma cuanto por negar lo habitual de su forma.
Mas esta
diosa de una creación que degrada a sabiendas lo vigente en el arte se entiende
bien con lo provisional: mañana nada será igual al tiempo y a las cosas de hoy:
un átomo más, un número menos, una variación constante que eleva o acorta, se
hace presente o condena a la desaparición visible.
¿Cómo
paralizar en el tiempo los objetos y su dictado? En el desorden que tú les
imprimes, gobernados por los símbolos o no-símbolos que nacen de de una furia
silenciosa y hasta serena. El absurdo
es la escritura de su estética; el sentido, el galimatías de su dibujo; el
axioma y su ley, la verdad de los materiales y su alejamiento de lo ilusorio:
nada engaña su apariencia y nada simula ser plásticamente. Cualquier montón de
basura es más real que una obra de Veermer o Leonardo que, aun siendo materia
real, nada más que proclaman una ilusión y el tacto claudica ante el lienzo, el
pigmento, la textura, la madera del bastidor que los acoge: nada hay detrás: es
una pantalla.
Ella no
habla de arte. Habla de la verdad de lo que muestra, de lo que es. Su arte es eminentemente físico.
Misterioso, por tanto, paradójico.
“Hay otro
orden”, me dice.
E
infravalora la forma, la rebaja a lo ininteligible que, empero, es muy fácil
reconocer: sólo con verla cabe el enunciado o, al menos, el referente
descifrable.
En el
fondo, se trata de un atentado a la tentación de andar por un paisaje
imposible, amar un desnudo de piedra, saludar un busto de bronce, buenos días,
señor romano, hola doncella griega.
“El camino
que he elegido es el desorden de las convenciones plásticas. Nada de esto
contradice la instauración de unos nuevos significados semánticos que de lo
epigráfico alleguen a lo legible.”
“Yo me
muevo en el espacio de los efectos. Las causas son posteriores. ¿Qué importa qué determine a qué?”
La artista
lo ha troceado, triturado, molido: ese polvo de tierra esparcido en el suelo
pulido y fuertemente iluminado de la galería de la calle 57 fue piedra. Pero
antes que piedra fue polvo de tierra. Y ahora puedes imaginar ese pequeño
montón recomponiendo sus partículas más ínfimas hasta consolidarse de nuevo en
piedra, en la piedra que era. Sólo
sería el camino inverso hasta alcanzar la causa. Mas la danza desordenada de
sus átomos, la loca zarabanda impide que de nuevo conformen la piedra inicial:
ese desorden aparente, plástico,
atraviesa puertas más oscuras de las concebibles.
Una obra
que nos transmite la idea de un efecto que busca las causas profundas o
triviales de sus apariencias mediante una taumaturgia de lo artístico que hurga
en el más puro misticismo, hasta en el desvarío teológico.
“Lo suyo”,
dijo el hermeneuta amarillo y verde, de ojos muertos, “sólo es un procedimiento
de cálculo, un proceso mental e incluso emocional que le auxilia para hallar
las correspondencias plásticas de su temor e imperfecciones.”
Aún en la
prehistoria, en el SoHo, en el 420 de West Broadway: Hesse husmea. “Todos somos
hijos de Duchamp.”
Al menos.
Recorría
Johns, Rauschenberg, Stella: cómo le hubiera gustado extraer los objetos y pinturas de los cuadros, deshacer sus imágenes
dividirlas, trocearlas, volver a montarlas por el suelo de forma tridimensional:
hacerlas reales, inidentificables.
Contemplas
la obra siniestra en el siniestro Bowery del 68:
no sugiere
ninguna situación de empatía, evita por todos los medios que algo así suceda,
impide sobre todo que por encima de la obra y su estilo sobrevuele un mensaje preparado, “el alimento precocinado, la
bebida caliente o fría del dispensador de lo estándar americano”.
(Elija el producto, introduzca la moneda en
la ranura…)
Se había
hecho con la tajante advertencia de Benjamin: Ningún poema va dirigido al lector; ningún cuadro a su espectador;
ninguna sinfonía al oyente.
1968:
Otra
exposición en el almacén de la Castelli (el tipo que vende hasta latas de
cerveza como auténtico arte) Gallery (qué prestigiosa), en la calle 108. [Anota
en su diario jovial.]
Mi arte (¡qué enfática!, escribe en su diario):
¿no será todo él una digresión, huyendo más y más de lo nuclear, la esencia de…
algo que no acabo de explicarme?
En efecto,
uno puede llevar a cabo grandes obras, incluso memorables a lo largo de los
tiempos, pero su verdadero magnum opus
es uno mismo, pues es tu trabajo, una
acción necesaria para el perfeccionamiento, el que en realidad te cambia y
te transforma en algo visible.
-De nuevo
te provees de señuelos alquímicos… -diría S.L. sin contemplaciones a uno de
“los chicos del Bowery”.
No me
gusta mi imagen en el espejo: es lo que los demás ven en mí, y eso es
absolutamente nada. Hay mucho más de mí en mi obra que en la imagen que
proyecto.
La
realidad, el alma, la materia… Busca los ejemplos extremos: el tipo no tiene
brazos ni piernas, es ciego, está completamente sordo, la explosión le reventó
la lengua y le quebró la columna… Se halla en una absoluta quietud, oscuridad y
silencio, pero vive, es… ¿alma sola?
¿O también esa sensación de estar ha
de apagarse, liquidarse en la nada absoluta?
Baja en la
96. Ya en el exterior de esa mañana gris, extrañamente silenciosa, de cielos
bajos y hostiles, recorre las tres manzanas hasta la 92: en casa: Jewish
Museum: a salvo, respira profundamente.
Frente al
nuevo psiquiatra. La estancia es algo desasosegante. Paredes blancas, una
mínima estantería, el sillón tubular de cuero blanco y negro, frías litografías
enmarcadas en listones amarillos en las paredes, una cortina gris parcialmente
descorrida deja ver el ventanal que mira a Hudson Square. El tipo es delgado y
canoso y carraspea constantemente. Cierra mucho los ojos y asiente a menudo con
la cabeza. Todo el decorado, incluido el mismo, incita a la desnudez bajo una
luz blanca y criminal.
Es un
ascetismo provocador, deliberado.
Luego de
siete sesiones:
el cliente
siempre tiene razón:
efectivamente,
está usted loca.
“Deje de
crear monstruos. Ha de emplear el lenguaje de los vivos”, dictamina el oyente,
de perfil a ella, sin mirarle ni un instante a los ojos. Ojo con el transfer.
Han
hablado de la conciencia, del pensamiento.
Podrían
hablar durante horas… para nada.
Si el
pensamiento, etéreo, intocable, intangible, invisible, forma parte del cuerpo
es que es ni más ni menos que producto de un proceso físico y químico, una
engañifa como el aire que encierran los globos de colores.
¿Dónde se
aloja?, pregunta ella. ¿Dónde se aloja la idea?
El
psiquiatra se calla.
¿Y el
alma?, pregunta la paciente.
¡Qué
pregunta!, piensa el tipo
¿Qué me
dices del alma, curandero de lo invisible, silencioso
charlatán?, se dice la artista confusa.
Vaya usted
a saber.
Escondida
por algún rincón.
¿Ha mirado
debajo de la cama?
Ningún
cirujano, por fisgón y meticuloso que fuere, vio jamás el pensamiento, la
conciencia o el alma habitando en los entresijos de las vísceras, agazapados en
algún habitáculo entre la carne, los músculos, los huesos… navegando
microscópica en los mares de la sangre, ¿entre los sesos…? ¡El alma son los
sesos!
Pensamiento
y alma: en todo caso, se hallan en un mal escondite, pues la muerte siempre los
encuentra y se los lleva consigo (¿al cementerio de los pensamientos, al
cementerio de las conciencias, al cementerio de las almas?).
Y cuidado
con los psiquiatras: se casan con suicidas.
Más
interés intelectual que visual… pero es esto último lo que refrenda de veras la
obra. Lo intelectual es el precio a pagar (por unos y por otros).
Hay un
abismo entre su alma y el cuerpo que la contiene. ¿Cómo salvarlo? Si ello fuera
posible, la mente estaría a salvo.
Propósitos
narrativos…:
“Erase una
vez.”
Una
metáfora muerta.
Creo en
Dios, dijo (sin saber todavía).
Años
después: “Creo en Dios” (en Yahvé, exactamente), ratificó. 1969. “Me rodeaban
hombre jóvenes y sabios, desharrapados quizá, pero algo me impedía taparme los
oídos:
“La suerte
que tienen los católicos (y él lo era) y los judíos (conté en el grupo hasta
cuatro), y ellos lo saben, es que el Dios en cuyo nombre cometen sus crímenes y
fechorías es el Dios sanguinario y terrible de la Biblia; es decir, o no existe
o es igual que ellos.”
Sucumbió a
la rareza. Desde muy temprano.
Esa era la
tarea: ponle nombre.
A rodar.
Nueva
York: cuentos de iglesias sin dios: ciudad de tabernas. Todo empezó con un vaso
corto encima del mostrador de cinc y bajo un cielo de estaño.
No hace
falta que te tomes demasiado en serio: sólo tienes que mirarlos a tu alrededor:
ríete de ti y ríete de ellos.
Y ya mucho
antes de caer enferma (así solía ella definir su cáncer, he caído enferma…): “En esta vida, y prefiero creer que en todas,
todo es intercambiable. Lo que ganas en una ocasión, lo devuelves en otra; lo
que pierdes, lo recuperas en cualquier otro momento. Estás justo clavada en el
fiel de la balanza, de un lado para otro, y al final sin haber perdido o ganado
nada. La naturaleza que te vomitó te absorbe de nuevo al seno de la tierra.”:
Bonito paseo sobre su tumultuosa corteza.
En la
muerte no hay nada (como en el tiempo).
De la
vida: el aire que respiras.
De la
vida: los ojos llenos.
De la
vida: las manos apoderándose de todo.
El azar aceptado: siguió al hombre de la flauta hasta que
sucumbió en las aguas del río, y el dulce sonar fue alejándose más y más por la
ribera, más y más mientras ella se posaba suavemente en el fondo de las aguas.
(Leyendas
alemanas de la infancia.)
Arte
asimétrico en oposición a una lectura ordenada, milimetrada…
Bebido más
de la cuenta a causa de las malas compañías que frecuenta (también yo soy
las malas compañías para los otros que me frecuentan), piensa que las
escaleras de incendios de hierro colado no son exactamente un medio de escapar de la voracidad de las llamas, sino
que son ni más ni menos que una formidable estética urbana y arquitectónica
“llena de posibilidades plásticas, ¿entiendes?”.
Y tronó:
“¡El arte es una huida!”.
Del fuego
sagrado.
1950:
¿quién eres?
1969: la
chica del SoHo.
1969:
ahora es la mía: en la calle Wooster han abierto una nueva galería de arte…
pero de la especie de mi arte. Mete las narices allí. Mete todo lo que puedas
allí.
Al
amanecer despierta sobresaltada: aún sueña con la estatua al soldado
desconocido entre brumas verdes (o grises), realista, policromada con esmero,
fielmente reproducida, inobjetable históricamente… la grande maniera, el verdadero arte.
Yeats:
“Érase una vez… el laberinto: cientos de corredores que se cruzan y descruzan,
se yuxtaponen, suben y descienden, se ciegan o acaban volviendo al principio
tras innumerables vueltas a la nada. Y todo ello en la más completa oscuridad,
sin el hilo de Ariadna, sin la guía pobre y secreta de los pequeños guijarros…”
¿Qué puede
tener un tipo decente que declarar a la
compañía de seguros en 1951?:
una
compacta Olympia
o una
Underwood
o una
Remington
o una
Royal
o una
Corona portátil
una TV
Dumont
una radio
Zenith
un…
una…
unos…
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