sábado, 28 de agosto de 2010

Una academia (3)

(Inquiría a Panes, que está harto de saberes pequeños y tediosas explicaciones.
"Usted sabe que no es el loco quien me acecha desde arriba."
"Podría ser él también."
"Eso ya lo sé. Pero no es él", se empecinaba.
"Entonces, la otra", había confesado finalmente Panes.)
No es el loco sigiloso en la senda, estruendoso en la cumbre, inocente todo el tiempo. Es la chica, Silvia Jara, sigilosa también y muy callada, la sombra que a él acecha. Ella conduce el ganado, deja pasar los días y las horas en la tierra que la ha visto nacer... Ella le descubrirá a menudo desde arriba de la montaña, conociendo de antemano sus ridículas excursiones y devaneos entre los árboles, viéndole ascender los angostos barrancos de piedras pulidas y enormes con los pinos combados sobre pendientes, viéndole trabarse en zarzales y espinos.
El día que Brell encontró, ya en la cumbre del monte aireado y claro, vasto y luminoso, el torpe dibujo de su retrato sintió un vestigio de esperanza que alumbró como a llamaradas otro porvenir menos devastador que el que andaba temiendo desde los años pasados entre errores, miedos y cautelas inútiles.
No supo por qué, ni entendió otras razones que las que brotaban de su propio aturdimiento, pero la idea de un recurso mágico y liberador (una rauda ilusión) le prendió de pronto: la única salvación, a pesar de todo, estaba más allá de la ficción, estaba en la realidad miserable opuesta a toda literatura y a todo artilugio creativo.
"(¿Por qué se oculta?", pregunta sabiendo la respuesta.
Panes le miraba con sorna:
"Hay mucho cuerdo estorbador por esos mundos." Y Brell no podía por menos de pensar: "Mareando la geometría.")
[T.B., 1992: "¡Suponerlo de esa manera...! Aunque eso sería muy apropiado para la época de Brell, en ese tiempo de violencias interiores, huido de todo (?), razonador de nimiedades... ¡Y qué entusiasta para el abandono! ¡Qué prisas ante el vacío! Desaparece: no ocurre nada."]
"Me gustaría conocerla", decía Brell sin segundas, (ni siquiera se comprende sí mismo en ese sitio, todavía...)
"A lo mejor, a ella no le gusta conocerte a ti."
Brell saca la hoja, la desdobla y se la tiende a Panes.
"Encontré esto."
Panes observa con atención el dibujo. Duda por un momento. Al final, asiente con la cabeza. Mira a Brell. Repasa las facciones borrosas. Dice: "Pues éste eres tú."
A Brell le asombra el parecido que guarda el retrato, a pesar del encaje bastante infantil del dibujo. También el trazo fuerte y grueso de la línea, recia y forzada, revela el deseo de mitigar la falta de una estructura rigurosa, la presencia de una "línea sin honor". Suplanta la natural habilidad una técnica endeble, torpe aún. Pero, y he ahí el pasmo de Brell, el dibujo logra justificarse a sí mismo con la misma potencia de verdad que la hoja informe sacudida por el viento en el árbol, la piedra en el camino, la nube en el cielo. Es auténtico: imperfecto, real, genuino.
A merced de una inspiración violenta y solitaria, escéptica y rodeada de un silencio casi eterno, sin alarde, sin medrosidad, esa joven oculta entre piedras dibuja, puede que incluso pinte. ¿O será un simple pasatiempo en esa espera mineral y duradera, fija ella a la tierra como la encina vieja, llena de sombras, luces y destemple?
"¿Cómo de tan lejos y ese parecido?". No posó ningún modelo... de cerca. ¡Y qué modelo!
Un ojo de mirada abiertamente bella y vigilante, sosegado de tantos escondites naturales. Esta será una clase de entretenimiento pastoril, de ocio al sol y recreo en la marina claridad de la mañana temprana.
Brell ha desoído la lógica de la montaña bajo la luz. Tiene sus alarmas ese mundo y, rápidamente, se alerta ante lo desconocido. No se ha percatado de la delicada atención de un espíritu montaraz y colectivo en espionaje sutil (mil ojos y ojillos en el cielo, en el árbol, en la tierra, desde el agua), que registraba todo movimiento del intruso ruidoso y sin gracia que era él. Pronto era visto sin sorpresa y también libre de malicia, como algo bastardo pero previsible que no ocasionaría descalabros irremediables: algún insecto aplastado bajo su bota, desmantelada la arquitectura de una tela de araña, sembrado el caos universal en el minúsculo hormiguero. Y a través de los días su figura se haría familiar, sin temor, sin alterar al loco, sin inquietar a nadie.
El sería como una forma de dibujo en el plano de la mirada. Un dibujo en movimiento, un modelo sin más, y bastante irritante por su ingenuo deambular lleno de pausas o prisas enérgicas. Acaso sin colores, sólo un motivo para dar rienda suelta a la mano, abocetarlo con más imaginación que fidelidad, una apariencia de escaso volumen, apenas un grafismo en el aire impoluto de la hoja de papel.

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