domingo, 1 de enero de 2012

HESSE 38

Me siento dadivoso… a la manera borde.
Una especie de Swift.
Que no muera nunca, ésa es mi ofrenda a la Gran Artista para hoy.
Te otorgo la eternidad (te concedo un… castigo)
Eres la heroína de los colores.
También eres mi heroína, Hesse.
He aquí las páginas blancas donde mancillo tu memoria.
He aquí el pecado y la ofrenda.
He aquí mis antojos de creador menor (pero sentimental).
He aquí la chica de la moneda de plata de tres peniques. Nace una de cada un millón.
Te alumbraron con el círculo rojo sobre la ceja izquierda. Ahora, a tus doce años, se ha vuelto verde. Aún has de verla azul oscuro cuando cumplas los veinticinco.
Sabed que ella es La Elegida, papanatas...
Pero, ay, nadie alcanzó a descubrir la mancha negra del tamaño de un chelín sobre la frente.
¿Y qué le hubieras pedido tú a una vida inmortal?
Amaría la sabiduría, sería generosa, me entregaría a las artes y las ciencias. El mundo y sus cambios, sus modas y revoluciones serían mi espectáculo interminable, así como los cielos de la noche, sus astros y sus cometas. Contemplaría indiferente y divertida como se marchitan a lo largo de los siglos la sucesión de claveles y tulipanes en mi jardín. Y yo sería un ejemplo para el mundo que nada en mí vería reprobable.
Sería…
Serías como tus obras, que en el siglo XXI se pudren y se deshacen como el polvo aun no dejando de ser lo que son. Y hemos de copiarlas con nuevos materiales, clonarlas con otra química reciente que sustituya los despojos corrompidos. Tu obra, en nuestros días, es una copia de la que manipularon tus manos, aquellos desechos de los sesenta forman hoy un revoltijo informe encerrado en una urna de cristal.
Pero ¿acaso no somos los hombres y las mujeres copias más o menos imperfectas de otros seres humanos que nos precedieron?
Podemos replicar tu obra cuantas veces nos venga en gana.
¿Para qué ser inmortal? ¿O piensas tal vez que se es inmortal contando 30 años tan sólo hasta el fin de la eternidad?
No, querida. A los cuatro mil seiscientos dos años tendrías cuatro mil seiscientos dos años y no treinta. ¿Qué pensabas?
Serías una struldbrugs cumpliendo años sin cesar, melancólica y abatida, con todas las manías y achaques del viejo, con la horrible perspectiva de no morir jamás. A los cuatrocientos años serías tan terca, antojadiza, avara, áspera, vanidosa y charlatana como a los cincuenta y sesenta. A los setecientos, nada de los placeres del cuerpo podrías desear, puesto que a ninguno de ellos podrías responder. Envejecerías eternamente, asqueada y confusa, hasta ser una sombra repugnante para los demás. Tu capacidad de aprender sería nula, tu memoria se desvanecería al paso de los siglos, mendigarías un recuerdo, unos pocos slumskudask con los que llenar el vacío de tu mente. Ni siquiera podrías refugiarte en la lectura, pues el lenguaje se tornaría incomprensible, y tus ojos irían apagándose como una estrella durante millones de años. Tu nacimiento habría sido siniestro, y envejecerías a la par que el universo. Esa rara eternidad te mantendría muerta en vida.
Condenada a vivir hasta el final de todo… ¡qué tortura diabólica!
Pronto dejarías de temer a la muerte, que sería una bendición, el más dulce de los consuelos…

“¿Ahora administras antídotos, entrometido del diablo?”
“Querida, soy El Hacedor. Soy yo quien dispone las piezas aquí y acullá. Qué le vamos a hacer.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario