domingo, 24 de junio de 2012

HESSE 64 (Dietario del blog oculto, II)


Es un arte muerto. Inerte. Objetual. Y, no obstante, se modifica aunque lentamente, envejece, y puede hasta desaparecer.

Tal vez la soledad haga hermosas a muchas personas. Al menos les imprime una atractiva expresión de serenidad… Pero, ¿no había tensión en D., una crispación latente que hacía de su mirada una herida?

De él utilizaría su rostro. Sus manos no me sirven.

En la Biblioteca Pública, hace mil años.
Me acerco algo tímida al mostrador donde una de las auxiliares enfundada en un traje sastre de color oscuro, en un extremo del tablero, lee los lomos de una pila de libros a un lado.
Informo de mi petición.
Entendámonos, se trata de Miss  Lonelyhearts.
La mujer, alta, enteca, de labios finos y peinada con raya al lado, me mira desde unos lentes redondos con fina montura de concha negra. Durante unos segundos permanece en silencio con aire adusto. Tamborilea un lápiz sobre la cubierta de un libro de hermosa tela azul.
-Eres demasiado pequeña para leer eso –sentencia finalmente en un tono que no admite réplica-. -Lo siento, pero no vamos a facilitártelo… Quizá si vinieras con tu madre…
-Eso es imposible, se tiró por la ventana.

Piensa de una forma natural, habla con sencillez, escribe de una forma aceptable (es decir, vulgar) y… ¡sofistica hasta el extremo su obra plástica! ¡Qué aberrantes contradicciones!

Esa tosquedad a lo dadá. Vale su discurso pero investido de toda la tragicidad posible, incluso en sus aspectos más cómicos, la ironía de alguna de sus apariencias.

¿Cómo no iba a gustarme esa película? Plano general de las aceras bajo la lluvia racheada por el viento, las calzadas que brillan por la luz de las farolas, el repiqueteo de las gotas sobre el pavimento, la noche malvada que amenaza con toda su eternidad… Y todo eso antes de los títulos de crédito, mediante un travelling lento que no subraya ninguna música, adentrándose en el mismo corazón de las horas nocturnas…

Qué mudez siniestra: sabe lo que quiere decir pero carece de vocabulario para hacerlo.

Las descripciones físicas sólo parecen importar cuando has olvidado hasta el nombre de los personajes.
Para dibujar el pensamiento no necesitas un idioma. Y es estilo o la tradición no tiene nada que ver con todo esto.

Me dijo que leyera a los filósofos (¡supongo que no intentaba endosarme a Kant o algún metafísico!). Pero yo prefería meterme en un cine, o desmenuzar Nueva York catalogando centenares de sus imágenes urbanas, empujar las puertas de cristal de cafeterías desconocidas.

No niega el valor de una obra. ¡Niega la obra! Su juicio, entonces, carece de todo interés.

Mi vida social: fechas que caducan demasiado aprisa.

De nuevo J. Luego, películas alemanas.

¿Dónde están tus cuadernos de dibujos infantiles? Volaron con mamá.

La verdad, si puede ser indeseable (y lo es en múltiples ocasiones), también puede ser incoherente o denotar falta de moralidad.

La religión (pero eso ya lo señaló A. la semana anterior en Sh.) acaba siendo el ornato de nuestro desconcierto. S., agnóstico, le replicó que a él en su desconcierto le sobran las galas festivas.

Un postminimalismo desconcertante y pulcro.

La cena de anoche: agua embotellada y pasas de Corinto. El almuerzo de hoy: una brocheta y una copa de vino. Para la cena: Kierkegaard (y un sándwich de queso).
De tres a cinco en el MET.
Despierto a las 6. ¿Estoy sola? Ha sido mi primer pensamiento, o todavía resonaban las voces de mi sueño. Es totalmente de noche. Pero ya sé que será un día gris y oscuro, lleno de nieblas otoñales.

28-12-1956. Aún faltan días para mi cumpleaños. 21. Pero dijo: No importa. Me invitó al Winter Garden. Troilo y Crésida: ¿por qué combatir más allá de los muros de Troya, cuando en mi corazón ya se bate una lucha tan cruel?

Oído en el restaurante: “Ayer por la mañana cogí cuatro taxis. Y estuve prácticamente todo el tiempo entre la 42 y 73.”

En Grand Central: D. llegaba de Boston en el tren de las 7.30. Antes que la sonrisa en su rostro y sus ojos brillantes, observé que llevaba un libro en la mano.

A veces Nueva York parece los decorados practicables de una mala comedia de Broadway: donde había una verdulería se alza ahora un cine; donde un restaurante, una tienda de ropa; donde un teatro, un banco; donde una librería, un despacho de la Administración. Todo parece mutar cuando la comedia es siempre idéntica a sí misma.

¿Se llama pensar estar metiendo continuamente las narices en la enciclopedia Compton?

Tiró el libro a la basura y se fue al museo. Quemó el museo. Se puso a pintar. Y no dejaba de lanzar vistazos a través de la ventana: era la primavera que reverdecía las copas de los árboles urbanos, y estaban los olores tenues, y las voces se oían más alegres, todo bullía alrededor, y de ti se esperaba la ofrenda por la magnífica merced de estar viva.

Sangre para Israel. La extracción fue excesiva, creo. Luego, el feo moratón durante días.

Ya en mi juventud, mi padre insistía una y otra vez que leyera Doctor Fausto en lugar de La montaña mágica.

Todos los perros y gatos callejeros que mueren sobre las aceras parecen en calma, resignados a su suerte. Sólo cuando al cabo de un tiempo se pudren empieza a asomar en sus bocas descarnadas una sombría mueca de crueldad, se diría que hasta de rabia, y esa imagen envuelta a su vez en el fétido olor que despide el cadáver produce una visión terrorífica.

Demasiado puntual: eso te quita misterio.

Mi padre coleccionaba cualquier cosa. Alguna de sus colecciones apenas sobrepasaban un número limitado de objetos o ejemplares; otras, superaban el centenar. Ninguna vida se completa (¿cuál es el número perfecto?), ninguna colección colma en realidad la medida absoluta entre el principio y el final. ¿Cómo puede alguien aferrarse a lo incompleto, a lo ilimitado? Porque eso otorga un sentido invencible a la continuidad de los días, los revela absolutamente necesarios.

Cualquier cachorro sano y desvalido, ansía conquistarte. Sabe de su encanto.

¿Fulcanelli? La piedra, los espacios ejemplares.

T., en Düsseldorf, compró un ejemplar en francés de “El misterio de las Catedrales”. Aparentaba entenderlo… ¡No, aparentaba leerlo!

En el museo: Otto Dix, Grosz, Ernst, Schwitters. Sólo durante unos meses: me obligué a acudir a las salas una vez por semana.

Toda obra es una suerte de testimonio, incluso si no lo es.

Buscaba cosas de su infancia, papeles, juguetes, objetos… Los destruía con fruición.

Por fin, dijo K. al conocer su muerte próxima. También W. y H. Tal vez lo piensen todos, esos grandes hombres y mujeres de la historia.

Leer muchas de las novelas de la segunda mitad del siglo XX es una pérdida de tiempo. Tendría razón de ser si las hubieras escrito tú.

En Yale: “Lo creas o no, es posible comer por 65 centavos.” Tenía razón: un sándwich de carne, un pedazo de pastel de manzana, un vaso de agua. 60 más la propina.

Únicamente soporto lavar mi ropa interior si canturreo. T. se reía: por sus ruidos los conoceréis.

Heracles… Pero siempre lo imagino con el pene flácido, agotada su fuerza a causa de los caprichos inútiles de los dioses, vencido por el sueño.

R. el librero: “¿Cómo es posible que aún queramos comprar algo que nos distrae del tiempo?” Le contesté que aquella era una manera muy superficial de definir la lectura. Se defendió enseguida: “Todo es una lectura, no es preciso que se halle encerrada en unas páginas.” (?).

S. declaraba sentirse orgullosa de ser judía. Pero no podía ser otra cosa. Y no profesar una religión no es ocultar tus orígenes. Ambos conceptos no son intercambiables.

2/3. X. (no por vergüenza, es discreción).

Judía con el pelo largo. Tendencia a engordar. Sonrisa amigable. Ávida de conocimientos. Liberal. Sin problemas con el sexo. Algo mentirosa (por miedo a perder algo, una ventaja a las puertas, reconocimiento…) e interesada. No tiene escrúpulos en ocultar sus verdaderos objetivos, que poco tienen que ver con sus actos (tan naturales que parecen). Capaz de guardar secretos a pesar de ser lenguaraz y algo caótica. No cree en el amor, pero le gusta el sexo, es cariñosa y ansía compartir las cosas. Artista. Promete morirse pronto.

Reinventar la realidad no sirve de nada: sólo la “traduzco” inoculándole un poco de emoción, un poco de misterio, algo extraño que nace de los sueños (el color, la forma, la atmósfera vagarosa que todo lo envuelve).

Peligro: de pronto, lo único que empieza a importar es meterme en el estudio. Todo lo demás ha dejado de tener sentido. Más allá de esas cuatro paredes tan fieles sólo hay insatisfacción, vacío, hasta dolor… 

W.G.: Estoy convencida de que hace las cosas por mera vanidad, no porque piense que merezca la pena crearlas. Su obra es un artificio absoluto (incluso una filfa), un medio para significarse sin que los valores intrínsecos de aquélla tengan que ser plausibles. Y la vanidad… ¿no es un cierto complejo de inferioridad en el fondo, una necesidad constante de reafirmarse a sí mismo en la exhibición sin más? Quiere que los demás participen de sus ornamentos (meros espejuelos) pero no de sus pocas virtudes y cualidades.

Y respecto a L.: no le mueve una disciplina, un programa intelectual convenido, sino un conjunto de emociones dispares, un estímulo indefinible y desordenado. Su vida, que es seguro que será placentera, es un zigzag que no ha de dar en diana alguna, al menos ninguna que haya concebido previamente.  

D.F., acaso, vislumbra la mayor sinceridad en su obra: “No entiendo por qué razón me consideran un artista. Soy… un posibilista.”

Un color plata. Mejor, un color luna.

Dibujar sobre un papel las intrincadas idas y venidas de mis relaciones con la gente, las líneas de aquí para allá que se alejan, se curvan, vuelven al punto de partida, proyectan círculos, trazan diagonales, triangulan, se desmienten a sí mismas en quebradas, se tornan rectas, se pierden por los ángulos del papel…

Nota sobre cine francés: la forma, la sequedad de un diálogo que semeja desdén, incluso con la sonrisa en los labios.

El marido de la perfecta ama de casa americana: un ídolo con pies de barro. (A partir de cierta edad: siempre exhausto como después de una eyaculación, y el portafolios o la llave inglesa, odiosos, debajo de la cama). 

Cine: la cámara escribe (a veces con faltas de ortografía, y entonces es lo bueno).

S.S. en Yale:”Lo que se escribe en un diario nunca está destinado a ser leído por los demás…” Sería, entonces, como el otro lado de la luna de los demás y de una misma.

Escribir profesionalmente es un acto de corrupción siempre.

De nuevo: ¿por qué una es artista? S.: “Por pereza”, dijo sin piedad, en la cafetería, frente el desayuno, ¡a primera hora de la mañana! 

E.: “Bien, el arte… ¡Pero nada de construirse uno a sí mismo a través de él!”.

¿Cuándo eres realmente una verdadera artista? Cuando pisoteas con la suela más sucia del zapato más viejo que escondes en el estudio lleno de obras maestras que nadie ha visto aún tu maldito ego.

Rememoro mi niñez: tenía la absoluta necesidad de sonreír siempre, de creer en todo, de ambicionarlo todo. Incluso después de la tragedia de mi madre. Las terapias no eran la alfombra donde esconder la porquería. Eran…

Esas obras malas… al contrario que esas novelas (¡malas!) que ocultan tras el nombre de los personajes seres reales, hechos reales, diálogos memorizados…

También el arte está lleno de tópicos. Más que ninguna otra cosa en el mundo si se exceptúa el amor y la familia.

Canal Street: “Siempre hueles a veneno”, me reprochaba al verme cargada con los botes y los grandes paquetes.

Confundía el deber con sus capacidades.

En la 47, de noche: descubro en la ciudad mucha más suciedad cuando se desvanece la luz del día: rostros macilentos bajo los neones y las luces eléctricas, los gestos cansinos, las aceras alfombradas de papeles, envases vacíos y vasos de cartón, las ropas arrugadas, el andar obsesivo.

Nadie quiere a quien tiene cerca. Aunque (siempre antes) pueda haberlo deseado con pasión: me recuerdo muy desvergonzada entonces durante mis visitas al estudio de…

“Podemos comer en el griego”, dijo con falso desinterés. En el chino. En el indio. Pasta en Tony. Carne en Camden. Arroz en Pai. Perritos calientes en el “hombre del carro amarillo y azul del parque Bryant”…

Otra interminable y profunda conversación sobre el alma, el arte, la familia, el amor, el sexo… Estos tipos intelectuales quieren aparentar naturalidad cuando pretenden confundirte con sus peroratas engoladas sobre el sexo, pero en realidad les asoma la baba obscena por los ojos, se percibe un ligero temblor en sus voces de centauros onanistas guardando (y sufriendo) una educación contenida: “Todo debería fluir con suma sencillez…”, proponen con medias sonrisas, y delatan sin advertirlo la estúpida complejidad con que lastran su actitud en este aspecto. Hay una liberalidad en todo ello que induce a la tristeza y el desgaste en lugar de a un enriquecimiento personal, a una alegría “física” que podríamos llamar primitiva. Pasan de lo obsceno (hasta cierto punto de una atracción muy natural en según qué circunstancias) a lo abyecto simplemente por falsarios.

Dos lesbianas en la fiesta de…:  “A ambas nos ha venido la regla a la vez.” (¡Buenas noches!)

El desorden es hermoso… pero sólo para la vista. Y esa costra inglesa de lo usado, tan bella en los muebles, los objetos, los libros caros.

Resulta que el arte es… el proceso.

Ama Nueva York (Upper West Side). Tendida en el diván. Lánguida y viciosa. Indolente y algo sucia. Picotea en vez de alimentarse de una forma sensata (por ejemplo, rosbif, minestrone, ensalada de queso…). Y bebe licores dulces, no deja de hacerlo mientras devora libro tras libro. Hijuela de Hopper (sus cárceles del W.): prisionera entre cuatro paredes enteladas, espléndido secuestro adónde llegan los resplandores malignos de la gran ciudad invisible, los colores anestesiados, como apagados los ruidos del misterioso frenesí de decenas de metros más abajo, los pálidos destellos de las luces de la mañana, la tarde y la noche que parecen materializar con sus tonos y las sucesivas gradaciones la soledad y la tristeza, las penumbras del pensamiento, la abulia suicida presente en todo el tiempo.

El recorrido insensato. A las 9,15 con S. A media mañana dos horas en el estudio. El sándwich de lechuga y ternera. La copa con A. En la librería (R.: “Lee a los sureños.” –McCullers, Capote, O’Connery… ¡Faulkner!-) Otras dos horas en el estudio. A las 18: aún no ha llegado mi pedido: mañana trabajaré menos. Ducha y me cambio de vestido (verde, sin mangas, de falda corta). Exposición de F. Luego en compañía de S. (dos encuentros con él a esta hora del día), A., M., K. y R. Cena en Puglia. Teatro. Otra copa. ¿Qué tal si…?, parece decir su mano tan cerca de mis muslos. No.

Sloan no era realista. Y al decirlo, este otro pintor realista fulminaba con la mirada, aguardando belicoso la menor oposición a su aserto metodológico.

“Trabajo con Mozart”. Quiere decir exactamente: “Soy una artista culta.” Podría discutirse. Si escuchas música, escuchas música. Aunque quizás Mozart… ¿Qué ocurriría si en su lugar fuesen Frank, Weber,  incluso Brückner…?

Uno de los días anteriores, al salir del teatro, con la copa en la mano, el amigo de Morris clausuraba terminante su motivación para escribir: “Ya sé que se ha escrito todo a estas alturas (1968)… Pero yo he de escribir para poder leerlo…”

Peor que las relaciones peligrosas… ¡las falsas! Esa manera taimada de perder el tiempo, de que te roben gran parte de lo mejor de ti tan sibilinamente.

Es de esas mujeres capaces de decir que le  hizo el amor de una forma brutal o tierna, interminable... Peor todavía: ¡de dejarlo escrito en su patético diario!

Enferma. Ahora sé mi desgana unas veces, terror otras, de viajar. Nunca me gustó hacerlo, me daba la sensación de hacerme trampas a mí misma, de no estar donde debía de estar. El asco de la provisionalidad del turista, sin poder aferrarte a nada de lo que verdaderamente te sostiene. Sería paradójico que la enfermedad me condujera a un estado análogo de transitoriedad absoluta.

Aprensiones.

Nadie es una extensión de otro. T.: finalmente, al paso de los años, se convierten en una sombra… ¡de algo invisible!

Sucede como en el arte: indiferencia o desprecio. Lo demás sólo son intereses.

Mejor ser fuerte. Las batallas de los débiles pueden ser terroríficas, ¡y siempre las pierden!

Es una shikseh. Pero “esa” es precisamente otra forma de llamarte judía de modo despectivo, pues no expone una sola condición; antes al contrario, recalca la tuya propia.

Deudas: ninguna moral, ni siquiera ética.

Ray: “Barth. En Doubleday.” Lo encargo. Se ríe. Desconfía de mí.

La violencia de lo imprevisto. Conciencia de la muerte: la catástrofe de lo inevitable. “Pero tu lugar y tu tiempo ha sido en Shiva, cerca de Brahma, lejos de Krishna.”

Cedar Tavern: de jovencita atisbaba en su humeante interior buscando monstruos. Regresaba a casa alborozada y confusa.

Parece ser que la verdadera riqueza es la que está por llegar, lo cual es absurdo. Pero así es. Antes de ultimar una obra, ya creo más en la que aún no he concebido. Y ni siquiera revolotea en mi cerebro. Ni un boceto todavía.

Kant nos ha sitiado con altos muros, dijo el profesor. Andre: aprovecharemos sus ruinas.

“Atenas”. No obstante, todo lo azul y lo blanco (y quizás el amarillo) claudican ante cualquiera de los hierros o los almacenes portuarios de Chelsea.

Mucho mejor judío que yo, leía todos los textos de Sholem: “De ese modo”, mentía, “ahorro la sangre y el mal gusto en mi obra.”

El arte moderno es la verdadera ciencia-ficción de nuestros días. A. se reía. No así S., y mucho menos…

Eres demasiado inteligente para el sexo, dijo. Como si un orgasmo, rebajado a una mínima función física, fuese únicamente cosa de lelos.

Wittgenstein: diario (1916): “Los hechos no se pueden nombrar.”

Allen Ginsberg: al estar escrito, todo se acepta más fácil. Es una cuestión de complicidad en su dilucidación: este hombre no puede ser estúpido, y yo sé leer. El arte, al enfrentarse a un espectador más apremiante, exige una rápida comprensión. Pero casi nunca es así. El resultado es el rechazo, la hostilidad y, en ocasiones, el insulto.

Tiene entradas para las películas del teatro de Carnegie Hall: “¿Podría comprarte tu tiempo y tu cuerpo con ellas? Al salir (en tu casa o en la mía), podríamos tomar un vaso de vino blanco.” “De acuerdo. Pero me tendrás que envolver en un bonito papel. Y el lazo que sea tu pene.”

¿No te acuerdas? Soy el chico de CCNY. Me acuerdo perfectamente de él. Buenas notas, muy aplicado: un cero a la izquierda. “Claro”, le respondo, y sonrío de modo diabólico.

Ningún filósofo utiliza la ironía. En contrapartida, nunca he descubierto en alguno de ellos desdén, aunque sí indiferencia. (Y en W. hasta el reproche, la recriminación tan cerca de la rabia). Cómicos: Russell. No, divertido. Historia de la Filosofía, ed. Simon&Schuster (1945): comprada de segunda mano en Ray.

¿Mientes? Lo necesario para mantener las cosas en calma.

Observa como dispongo los materiales y culmino las obras en la galería, de un lado para otro, ordenando, colgando, atando. “Pareces una mujercita en la cocina”, dice. Y al final de sus años, la anciana ciega sólo sonreía, quemados los ojos por haber bordado los hilos del oro en las vestimentas sacerdotales día tras día desde niña, encerrada en el orfanato, en el convento, en el matrimonio…

Toda relación íntima es difícil, cuando no imposible por completo. Precisamente por ello, porque invade tu intimidad. En cuanto te percatas de ello, todo es ya una agresión.

Treinta años después: “Vosotros, los judíos…”

En Cinema 16: documentales canadienses.

Todo es negociable. Lo tengo repetido; te lo cambio por un busto romano. Sólo me quedan tanagras. ¿Tres por uno?

Son dos jóvenes geniales, son auténticos. De la estirpe de Woodstock. No tienen muebles en la casa. Se limitan a leer y a la meditación. ¿Dónde comen? En la mano. ¿Dónde duermen? Uno encima de otro.

Estaba fuera de sí, y lo exclamó como si expulsara un esputo venenoso de la boca: “¡Ya no hacéis arte, sólo decorados para unos espectadores que sois los propios artistas! Cada día que pasa es más difícil comprar algo de valor.” Pobre, ¿qué iba a hacer ahora con todo su dinero?

Respecto a D.F.: cada vez es una obra distinta, pero adivinamos el mismo patrón detrás de todas ellas.

El corazón es un cazador solitario. Se lee tan bien… ¡hacia atrás!

Huevos revueltos y cerveza caliente en F. Y luego, de vuelta al trabajo, luchando contra las ganas de vomitar. (Resinas).

¿Por qué todo es tan difícil?... No, no es difícil, es distinto: las personas, los hechos, las palabras, la actitud…

En diciembre del 60 me prometí a mí misma no arrepentirme de nada. Pocos meses más tarde me había casado.

“No es un verdadero diario. No habla de su madre.”

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