miércoles, 27 de junio de 2012

HESSE 65 (Dietario del blog oculto, III)

Deseas algo con ardor. Día tras día piensas en ello. Finalmente, reúnes el dinero para comprarlo. Lo llevas a casa. Entonces sucede algo imprevisto. Enseguida pierde gran parte de su valor, allí, en un rincón, casi invisible, como un cuadro colgado de la pared al que raras veces se lanza un vistazo.

Si no te entregas a nadie es que eres un cobarde; si sólo te entregas a los que amas es que eres un necio. Si sólo te entregas a ti mismo es que no existes. (Escrito un día después de conocer el análisis…)

Bajo las vistosas plumas de una condición artística a menudo se ocultan las garras sin manicura tratando de conseguir una de las becas de creación (a partir de los 2500$ el filo de las uñas es capaz de partir en dos una mosca en vuelo) que permitan la pitanza diaria. El arte sería el postre, la sobremesa con la taza de café en la mano.

Siempre cree que es preciso añadirlo: restaurante-mexicano, restaurante-indio, restaurante-italiano… Y debería limitarse a informarnos tan sólo que, cual es su costumbre, no ha comido en el apartamento. Invariablemente, come lo mismo: ensalada de queso y un bistec muy hecho con patatas… ¡y una interminable sucesión de rancios pasteles de manzana!

Si contar los sueños es de mal gusto (y peor es escribirlos), ¡explicarlos ya es el colmo!

Lo dijo de una manera tan estudiada, tan novelesca, que parecía una réplica shakesperiana, como si ambas estuviésemos sobre el escenario: “Emponzoñas el aire”. ¡Caramba!

Música atonal: le permite ir bien vestida a la dama y mezclarse entre grupos de gentes distinguidas, adineradas y cultas. Sin embargo, el arte contemporáneo abstracto o conceptual, salvo el día del vernissage, poco tiene de ópera, de excusa para exhibir el atavío ¡Y una perfomance puede echar a perder los mejores atuendos con raras salpicaduras!

Sin inmutarse prodigaba las bravatas el tipo de la pitillera dorada. “Hasta James, quizás Proust. Cinematográficamente: Murnau. Hasta ahí llego. Luego todo es industria o camelo. Y en el teatro Shakespeare, querida, no importan los demás, ninguno de los otros, existen miles de formas para una puesta en escena memorable que evite lo reiterativo. Es suficiente con eso.” El tipo de la pitillera dorada salta de un avión a otro recorriendo miles de millas, conduce un pontiac metalizado último modelo, habla por teléfono una docena de veces al día, se informa a través de los noticiarios de TV, utiliza una calculadora Texas Instruments de última gama (1970), viste ternos con el corte adecuado, tejidos y tonos afines a su época… : Otrora, cuando daba “rienda suelta” a sus correrías y galopadas por un Manhattan nocturno, alevoso y delirante de neones y luces rojas…

Diseñar una conducta, una manera de pronunciar las palabras, dibujar ademanes, controlar los gestos, colorear miradas.

Ni uno solo de nosotros extendía la mano esperando la moneda, no acuciaba el hambre nuestros estómagos y la ropa, aunque extravagante, cubría nuestra desnudez… Pero míranos a todos ateridos en nuestros cold-water-flats, pagando el precio justo por crear el futuro: grandes genios, grandes fortunas.

Nunca asentía con la cabeza a la manera de Madison Avenue. Sólo consumía tiempo, y muy acertadamente. En efecto, la chica promete.

Seré todo lo valiente que sea capaz,  todo lo ininteligible que pueda conseguir.

¿Su arte? Un hot-rod de dirección única con el que poder estrellarse tranquilamente hablando.

R. :”Lo malo de comprar libros de saldo es que a muchos de ellos les salen las páginas blancas: el premio gordo de la lotería.”
Estuvo recitando plegarias todos los días durante un año, bañada por la salmodia de un kaddish oscuro como su lengua primigenia: madre y criminal.

Cenar un bote de sopa de tomate y guisantes Campbell no es la mejor manera de permanecer lúcido hasta la hora de meterte entre las raídas sábanas de tu camastro. ¿Por qué nacen los fracasados? Nacer es un éxito, vivir tendría que serlo igualmente.

Allen Ginsberg, ¿hay que temer a las madres que con un bolsito de piel sintética en el brazo y un pequeño sombrero pasado de moda en la cabeza vienen a casa desde el manicomio a pasar la tarde? Ofrécele una taza de café y unas pastas, cuéntale mentiras. Ponle la radio. Y una vez adormilada, la despides: a la jaula, madre.

Yisborach, v’yishador, v’yispoar, v’yisroman.

Artistas: cobardes, aprended a vivir como ella: ella, vieja, todavía en pie, solitaria y vencida, ganaba 20 dólares a la semana trabajando 10 horas diarias, pagaba 5 dólares por una habitación amueblada con una ventana, y en sus días de fiesta, mano sobre mano, silenciosa, sólo miraba a través de los cristales sucios las vías del tranvía y el parque desolado unos metros más allá. Pero la muerte no llegaba y todos los días, al amanecer, acudía al trabajo.

Bien, podría inscribirse en una Escuela de Adultos: Pintura, por ejemplo. Una terapia.

El coleccionista Z.: uno de esos tipos que cuando llevan a pasear al parque a sus hijos los sueltan de la correa de oro… ¡sólo por unas horas!

L.P., días después de divorciarse: “¿Sabes?, estuve toda la tarde escuchando sus peroratas, aguantando con verdadero estoicismo cómo pontificaba acerca de esto y de lo otro. Al final, la gota que colmó el vaso de su indignación ecuménica fue cuando intenté impregnar de una nota de humor su cólera justiciera: -Querido, en lugar de cambiar el mundo, ¿por qué no me ayudas a cambiar los muebles de sitio?-. Se puso hecho un basilisco El Gran Señor de las Flores.”

¿Qué 68? No sé nada del 68. A mí sólo me interesa el arte que, como es sabido desde Mister Wilde, no sirve absolutamente para nada.

R.: “Se aprende mucho de lo que uno no se sabe.”

R.: “La filosofía antigua buscaba la poesía, éstos destripadores de juguetes de ahora buscan la lógica. Han dejado de interesarme.”

(A W., católico confeso, le atraían especialmente las fisuras de todo sistema filosófico: le bastaba el misterio de la religión, de ahí sus hachazos kantianos y celadas semánticas.)

Entonces: mi obra es un atentado al misterio, pero también a la claridad de la tradición.

Vuelcas en el arte la inmundicia: cada día más limpia. Esa es la auténtica catarsis. Voy obrándome. Yo: la obra de arte. Y líbrame de los despojos, amén.

Negaba el lenguaje, y para hacerlo lo utilizaba, se valía de él como víctima y victimario a la vez. Un ejercicio de refutación que se descalabraba a sí mismo.

No me someto a las exigencias de los demás, pero al tratar de conciliarlas con mis auténticos deseos suelo establecer una comparación en la que siempre salgo perdiendo: mi indiferencia ante sus apremios me relega a secundarles, y por comodidad a aprobar su egoísmo.

Leyes naturales: el arte es sofisticado, y aquél que en nuestros días pretende representar la naturaleza del modo más fiel un falsificador: la propia ejecución revela su mentira. No puedes tocar el agua en un lienzo, nos deja estupefactos el vuelo del ave detenido, y las montañas abarcan una mano, planos son los árboles…

El Coleccionista quiso un retrato: un monstruo eternamente con los ojos abierto. Y pagó dos veces por ello.

El cuerpo físico y perverso tan sólo como el cofre de un pirata del que extraer perlas y turquesas, esmeraldas y oros…

Godot.

R.: “Existe un escritor italiano que había creado un diablo mayor: Gog.”

Después de hablar con R. (Una notación en el lenguaje por muy inexacta que sea no basta para desmentir un significado aunque sí para menoscabar su pureza. En el arte puedes truncar mediante la ambigüedad objetual cualquier significado.) Precisamente, debería haberle respondido (como suele decirse, imaginativa cien años después), que ése es el predicado de mi obra.

Todavía pienso como una pintora, aunque ya actúo como una escultora. Lo que me impide dar el gran salto no es sino una cuestión de comodidad física, lo cual no deja de constituir en semejantes circunstancias una absoluta deshonestidad por mi parte, puesto que mis influencias ya son del todo evidentes.

Soñaba con caracoles metálicos. La hechura acorazada les protegía de los depredadores. Organismos vivos que eran carne y metal a la vez.

¿Qué hay del significado? ¿Todo quiere que signifique? ¿Es preciso que sea así? ¡Existen objetos, hechos, palabras que nada significan! Son, digamos, una cuestión representativa tan sólo. Una arbitrariedad: creer lo increíble: la gravedad tira hacia arriba. Si soy arbitraria, creeré en los disparates que imagine. Son. Se los lanzo al mundo como una bofetada.

Precisamente, en ello estoy, una proposición es una imagen. El sombrajo se sostiene a sí mismo sin excesivas cargas teóricas.

Remarks: en eso debería consistir mi trabajo. Acechos.

Soy como la bestia agazapada que salta de las sombras para violar la inocencia de los niños que juegan a la luz del sol. Esta es mi carne, esta es mi sangre. Dejad que se acerquen a mí, ya les daré yo la merienda de las seis…

La misma transgresión implementa mi obra.

Una escultura inacabada, la falla de su estructura, revela más acerca del mundo que las palabras. Puedo ver sin entender. Ni siquiera nombro aquello que no sé lo que es. ¿Qué es? Es suficiente con eso, con el mero interrogante: te tiene inmóvil frente a ello. Esa pregunta ajena me avala, certifica mi poder.

Y, ¿ahora qué?

Busca homologías: más allá del sentido (que nada importa en el reino del absurdo) soy consciente de que una tela de araña pletórica de relaciones, correspondencias, nombramientos termina por imponerse. Maldito quien la desentrañe.

Qué simple es el palo hundido en la tierra, como antena de lo profundo de ese mundo invisible. Da un millón de vueltas alrededor de él, sin rogar, sin religión alguna. Eres el primer ser de la creación, el dueño del mundo.

Una función semántica: mis pasos en torno al trasto erigido sobre el suelo: ellos me dibujan, proyectan mi imagen que es discernible en la composición final. La cuestión es fácil de liquidar: muerta yo se acabó la función.

La obra asocia a mí. Yo era el signo.

Abandona la vida, cierra los ojos, duerme, que todo fuera un sueño.

No buscar en la naturaleza un correlato objetivo de mis pensares, temores y angustias, no hacerla espejo de mi ánimo o desconsuelo. No sacralizarla. Buscar en mí aquello de la naturaleza que más se humaniza en su contemplación, ¡pero en los ojos del espectador!

Huía de una vida académica que sólo podía conducir a lo ritual, a la obscenidad de lo cotidiano y la frustración. Pocos años más tarde descubrí, ya en Yale de nuevo, ante los “boquiabiertos”, que no hace falta que escupas a nadie a la cara. Limítate a demostrar con la mayor sencillez lo que de verdad sabes. Y fui ecuánime. ¿Sería por la “enfermedad”? Pero estar enfermo no es sinónimo de debilidad, de falta de entereza; al contrario, te torna valiente y, a veces, hasta sabio.

“Oigo” tus obras, dijo. Puedo entenderlo perfectamente.

Lasobras… Lo que es posible contemplar en ellas es el camino a una imagen mental incapaz de determinarse plásticamente.

Ella podría decir (todos podríamos afirmarlo) como Stendhal que a los 12 años era un prodigio de ciencia, y a los 20 un monstruo de ignorancia.

“Soñabas”, se sorprendía mi padre, “hablabas en alemán.”

T.M., en el Zauberberg: lees a la alemana, amas a la alemana…

Los lápices de color que me gustan son los que están bien afilados y gastados por la mitad.

Puedo adaptarme a cualquier escenario, a cualquier situación: puedo transformarme sin esfuerzo. Es la ley de mi raza: encajable.

Lo que distingue el absurdo objetual de los “antiguos” como Duchamp de las creaciones de los modernos del siglo XX como yo es la tosquedad nuestra respecto a la pulcritud técnica de aquéllos.

Toda mi obra es un autorretrato.

El párpado, un obturador traicionero, que de tantas cosas te distrae.

Llena de luz.

El absurdo no es una cuestión de imprevistos (el castigo, la recompensa, la enfermedad, la gracia); es, simplemente, algo tan fácil de concebir intelectualmente que cuesta creer que un día se materialice y que sea el misterio de su porqué el que prevalezca sobre cualquier explicación racional: un tumor en el cerebro, como el que ha tenido la desfachatez de irrumpir en mi habitación, carece de toda lógica por el albur siniestro de su aparición.

Odio las flores. Su olor de cadáveres me hace desvanecer: testas decapitadas.

Dijo: hay que esperar.

La única respuesta es volver la cabeza y mirar a través de la ventana cómo avanza la mañana, aún clara y fresca.

Técnicamente es una mentira: “Por el momento tenemos que esperar. Debemos hacer más pruebas.”

Tienes que esperar.

Definitivamente, los desiertos avanzan sobre mí.


Anne Sexton: coge una de mis manos dulcemente, y su mirada húmeda y acogedora parece implorar: ven, me dice, te llevaré al infierno, verás lo que allí se esconde, lo que verdaderamente es el dolor, pero luego te libraré de sus llamas, de nuevo te devolveré a la vida, alejarás de ti las quejas, el lamento pueril, te aferrarás a los días como al más precioso tesoro.

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