lunes, 4 de junio de 2012

HESSE 63 (Dietario del blog oculto)


Escribía, pues, un dietario, un almacén donde nada hubiera aún fabricado, sólo los materiales.

Tiene que haber un Dios, ¡tiene que haber un culpable!

Dispongo mi ropa interior inmaculada pero pobre y gastada sobre la cama, el sostén, las bragas… Los calcetines largos agujereados por la parte del talón que ocultarán las botas.

Sólo existe un mandamiento. Y eso lo sabe todo el mundo, pero se prefiere enredar las cosas: No hagas daño a nadie y no permitas que nadie te haga daño a ti.

Temía más las ideas que los golpes. Aquéllas perduran.

De nuevo me alimento mal: el sandwiche, las prisas.

Por la noche, ya en la cama, la ansiedad temiendo las torpezas del día siguiente disipa del todo los errores cometidos de hoy. Luego hay que seguir adelante, me digo cerrando los ojos, hay que seguir adelante. 

Lejos de la domesticidad se hallan los monstruos. Sin pensarlo dos veces me arrojé por la ventana abierta huyendo del olor de la manteca friéndose en la sartén, de las flores mustias en los falsos jarrones chinos en el salón.

Me obligan a leer en hebreo: pero yo ni siquiera pienso en inglés, hablo con imágenes, me expreso con colores, hoy azul, mañana amarillo, todos los sábados son blancos.

Pasó el día entero leyendo, anegada de pies a cabeza de simulacros mientras a su alrededor se movía la brisa olorosa por los árboles de junio y piaban los pájaros. Cuando se acostó empezó a soñar enseguida historias maravillosas que nada tenían que ver con lo que había leído. Al despertar, sintió alborozada su cuerpo joven y dichoso. Sin embargo, ya nunca dejó de leer.

Tomar una taza de té en una cafetería lejos de aquí, en otro barrio lejano de la ciudad, donde nada resulta familiar: desde la calle se vio detrás de los ventanales, misteriosa y extraña, con la taza en la mano, la falda corta enseñando las bonitas piernas, en compañía de un desconocido. “Vaya, qué revoltosa.”

El arte no tiene por qué ser inteligente, bastaría con que se mantuviera lejos del ingenio… ¡y disfrazando sin cesar un yo en exceso ensimismado!

¿Por qué se cree artista, escritor, músico…? Porque se siente siempre al borde del abismo, atisbando en el fondo oscuro del precipicio.

Era desdeñosa, no escéptica.

Mi madre mi inspiraba siempre miedo, y era cariñosa, débil, inofensiva. Ahora, pues, lo sé todo: temía por ella.

Es la fragilidad lo que de verdad me aterroriza, el orden rodeado de ruidos.

Lecturas: B., S. … Sólo consignar iniciales.

La ambigüedad como estructura, ni siquiera la alusión.

Creer firmemente que la experiencia es una gramática: corrige y ordena las emociones plásticas.

Goethe no debería ser una palabra prohibida.

De niña, en los campamentos de verano: los olores y el sol, la tierra, eran toda la religión necesaria para no alzar la vista a lo alto buscando el cielo gris o blanco y caliente lleno de dioses falsos.

Me es imposible leer poesía en voz alta. Y eso confirma mis sospechas… ¡acerca de toda la literatura y arte tradicionales!

La disciplina es una estupidez en el fondo… Sin el misterio y la duda no somos nada, y yo sé cuando y por qué debo hacer las cosas, sea de día o de noche. (A. acostumbra a reírse de los horarios impuestos por una supuesta “cultura judaica”: la muerte no te avisará).

Bach (dijo, más bien tronó). Y, sin embargo, deleitarse a través de ese músico inmenso debería transportarnos a la mesura absoluta, al susurro.

De estudiantes: buscan los tugurios chinos para atiborrarse de comida barata por menos de un dólar. Desde la acera, con mi hot-dog en la mano, manchándome la blusa recién planchada con la mostaza que se escurre por unos de los extremos, los observo asqueada.

“Eres demasiado… (simulaba buscar la palabra, que ya sabía de antemano, sólo perseguía causar un efecto intrigante) sobria.”

Afortunadamente, ser artista no consiste en acumular datos, atarte a la espalda una saco de conocimientos que ir extrayendo poco a poco como si fuera una bolsa cacahuetes. A una, le basta con mirar en torno así y traducirlo luego con el lenguaje de las entrañas.

1966. “No Alemania”, me dije. “No es el camino.” Regresé a América. ¿Era el camino?

1957. Dra. P.: “Todavía un poco más, un poco más de amor.” Le aseguré (y era perfectamente sincera en ese momento) que no temía amar a alguien. ¿Entonces? Es la responsabilidad de echarte a las espaldas alguien que te quiere, que –según afirma- no puede vivir sin ti. ¡Qué terrible cárcel la del otro!

1943. ¿Por qué los niños siempre sonríen a la cámara fotográfica? Porque creen que es su deber. El alma de un  niño, a pesar de todo, es feliz: el futuro ha de venir lleno de regalos, de bonitas sorpresas… Alrededor: el infierno de los adultos, sus vidas incomprensibles.

Cine negro (Andrews, el policía enajenado): la fatalidad todo lo preside, nada es perfecto, y el amor mata, la amistad es una farsa, el dinero es la única ley: cuenta los billetes, las amantes, las mentiras, los crímenes...

Una conversación con  H.: languidecía la tarde a medida que ocultábamos la tristeza (10-12-66).

En New Jersey (vuelve a enseñarme sus “poemas”).

Teatro: V.

Me tiende el libro. Lo interesante es la sonrisa con que lo hace: ilumina su rostro de tal forma que la sensación de amistad que te invade produce hasta vértigo. Si pudiera me inocularía mediante una simple inyección –“cosa de segundos, sabes”- todo el conocimiento y la experiencia que ha acaudalado hasta ahora, y eso debe ser la  auténtica generosidad.

Los italianos: de las satinadas reproducciones parece brotar el olor de la tierra y el aire soleado que penetraba por las ventanas, la cal, la tela, el polvo, el aceite, el estuco, la piedra, el agua sucia, los trapos, las brochas, el sudor, la mugre de la carne: Massaccio, Giotto, Miguel Angel…

30-10-1966. Sola.

“No naciste aquí. Tendrás que esperar a tener hijos.” (USA).

Astucia (mejor siempre de noche).

1/1970. Mercado del Arte. Mantente callada (me decía hace años a mí misma). Descubrí entonces: a) idiota: quien ignora las cualidades y virtudes de los otros; b) insignificante: quien se niega a valorarlas por carecer él de ellas; c) mediocre: quien las minimiza con el ánimo de recalcar las propias. 

Escribía un diario para saber quien era. “Sin embargo”, le dije, “yo lo haría para ocultarlo. (Pero ella no es artista… ¡como yo!).

En la librería de R. Luego de un par de minutos de conversación descubro que le irrito considerablemente. “No”, repuso cuando se lo hice notar, “es que me impacienta tu indecisión juvenil.” Y al final compro el libro equivocado.

En Washington. ¿Seré la nota de color? Entre los machos, la hembra no del todo estúpida. (Colectiva prevista para marzo).

Viendo cuadros realistas en el MET (pero como si paseara por Central Park un domingo de sol por la mañana) recuerdo la máxima de La Rochefoucald que R. tiene clavada en uno de los estantes privados de su librería: “La verdad no hace tanto bien en el mundo como el mal que hacen sus apariencias.”

“El deseo agarrado por la cola”. (?)

La tierra rosa, la piedra negra. Paisajes apenas entrevistos por la ventanilla del tren. Desdeñan cualquier tipo de arte.

“S. es bisexual”, cuchicheó acercándose a mí. Su aliento cálido sobre el lóbulo de mi oreja me resultó de una repugnancia casi intolerable. Desde entonces ya nunca me fue atractiva la chica más guapa del colegio como había pensado hasta ese día. A partir de ese momento hasta se me antojaba, sin ninguna razón explicable, que despedía mal olor.

Hoy he soñado con mi padre: nos entregaba los programas de las obras de teatro a las dos hermanas como parte de una herencia “aún por recibir”: Muerte de un viajante, La loca de Chaillot, Un tranvía llamado deseo

Van Gogh: todo (menos su pintura).

“Veo” más arquitectura en la música que geometría.

Mitologías (pero sólo las mediterráneas, tan llenas de sol, tan naturales después todo).

¿Todo arte es alegórico? Hasta aquél que se declara no-alegórico.

1954. Deberías ir a Chicago.

Read: La niña verde. ¿Por qué habría de leerlo? No supo darme una respuesta.

Libro: arte apócrifo (pero existen multitud de restos arqueológicos y una gran cantidad de obra plástica) de los antiguos mexicas. Devolvían a través de él todo el magnífico esplendor del aire transparente de Tenochtitlan, su lago y cielo azules, el verde de sus bosques, el amarillo de sus oros y el sol omnipotente, la brillante sangre sacrificada.

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