viernes, 10 de mayo de 2013

HESSE 111


Sigo sin entender nada.
¿Quién entiende La Creación?
La mística, la mítica, la científica…
Pero…
He ahí la respuesta y el sentido a toda mi obra.

La fuga del tiempo hacia el misterio, su entidad deslizante presentida, sólo se imprime en los cuerpos, en la piel, en las miradas viejas, en la corteza de lo vivo, y allí se hace visible, se torna de incuestionable existencia (oscura, silenciosa, metódica, inapelable).
Right After era un intento de rebelión ante lo sagrado, lo funesto, acaso contra una culpa incomprensible, la rabia hacia todo lo condenado de antemano.

Es un error el pensar en los nuevos conceptos tecnológicos del futuro y tener la creencia que han de ser una prolongación o una derivación reconocible de las formas y apariencias antiguas o de las actuales. No nos sorprende saber que esas novedades prodigiosas han de llegar, y lo acatamos crédulamente; lo que nos resulta difícil concebir, e incluso aceptar, es la imagen que revistirán cuando lleguen a nosotros; en otras palabras, su aspecto real, inimaginable antes de su aparición.
¿Podría aplicar esta idea al justificar en mi obra la plástica que depara su concepción?

Se vive entre las cosas del pasado: del futuro no hay absolutamente nada.

“Eres triste”, le dijo una amiga, o el psiquiatra, tal vez su padre años antes de morir él mismo como un judío triste. Pensó que, en efecto, lo era. Pero lo realmente estremecedor es que nunca tuvo un sentimiento de culpa que la atenazara en la inmovilidad sabiendo perfectamente como sabía que era culpable… Su muerte injusta certificaba tamaña contradicción. Además, no paraba de hacer cosas. Un falso perpetum mobile.

La enfermedad, si tienes miedo, es el abismo que silencioso se halla bajo tus pies: al asomarte a él te conviertes en un desahuciado que más tarde o más temprano será abatido por mucho que te resistas; si eres valiente, puedes tratar a la enfermedad como a una desconocida con la que no deseas relación alguna. Pero la enfermedad también puede inocular un presente inacabable y doloroso en el que has renunciado a todo. Una apatía angustiosamente lenta de la mañana a la noche. En tal caso, lo terminal, la caída al vacío, es lo preferible; y cuanto antes, mejor.
Ahora puedo entenderlo todo, madre.

Una casa en llamas donde lo arcádico de un recuerdo posterior sea capaz de salvaguardar lo más noble de la infancia se ha resuelto finalmente fulminándose a su vez en el grito de la mujer que cae, y cae.

Claro que todo el mundo piensa en la muerte. Y posiblemente, todos los días. Pero una cosa muy diferente es saber que ya andas de su mano, a su paso… ¡Todo parece ir hacia atrás mientras una voz en tu interior te conmina a devolver lo que te fue dado!

Y ahora, vacía la jaula, la escultura toma forma, se apropia del espacio.
La niña salió de la jaulita.

Sueña: olores.

“Cuando las cosas olían, olía el aire, y el fuego, la madera y la piedra, olía hasta la luz.”
Despierta de nuevo (¡otra maldita vez!): Acabas entre olores químicos, desconocidos en la naturaleza, el sabor a agua metálica en la lengua, la quemazón en la garganta, el asco de la supervivencia hirviendo en la sangre en su incansable itinerario.

Escribió: “Hasta cierto punto, puedo confiar en mi mismo.”
¿Quién era él?
Nunca lo supo.
Ella copió (Hasta cierto punto, puedo confiar en mi misma) la frase de él -un tipo al que nunca conocería- en el 69, escrita en la esquina de una página rota con unos garabatos en la parte superior de la agenda atrasada del 68, correspondiente al mes de septiembre, el día 19, jueves, creo.

“De acuerdo, has elegido el arte, y creo que no para comunicarte con los demás. Una forma de vivir exclusivamente para tus ojos. Sin embargo, se diría que tuviste el deseo de buscar y encontrar ese medio fenomenal de falsear la realidad confundiendo a los otros, a los testigos. Eso ya constituía un mensaje: los convocaba a pesar de todo. Ahora bien, ¿por qué no hiciste de ese arte endiablado algo más próximo al verdadero discurso de los idiotas, una especie de lingua franca de fácil interpretación? ¿Sólo por no comunicarte con tus semejantes? ¿Por qué no creías que fuesen precisamente tus semejantes? ¿Por qué te considerabas superior? ¿Qué significa ser superior en el mismo instante que el médico te confirma sin alzar la mirada del maldito papel que te condena que, “efectivamente, tiene usted un tumor en el cerebro”? ¿Tan cómoda te sentías en el noser?
Quizá fuera un desafío: mira de qué manera construyo mi genialidad… Empápate de mis desafueros.”

Bajo el chorro de luz de los focos (de 100 vatios)… ¡cómo se oculta el color y el disfraz iluminado del clown o del augusto y la mirada vacía, el alma triste!
Bajo el espeso maquillaje la mueca del payaso que parece una sonrisa es un lanzazo de desprecio… Un tipo burlón para quien la vida ni siquiera es divertida.
Bajo el tono melifluo del desesperado se halla el profundo rencor hacia la vida.
“Pasable”, dijo.
Ni mucho mejor ni mucho peor que los que andan sobre la cuerda floja, trampeando.
Lo cierto es que todos somos “el que recibe la bofetada… final.” Bajo los cielos ni siquiera hostiles o portentosos: indiferentes.

Respeta mi locura, pues yo consiento la tuya: eran dos artistas en celo peleándose como los gatos de Kilkenny: no darán jamás su brazo a torcer en su mundo sin referencias, donde el juicio es el gusto y la arbitrariedad la ley.

Sí, el arte: “Veo tus sueños mientras duermes, flotan en el aire, se plasman en mi retina…”
De repente, despierta. Ella era la artista y la durmiente.

Enferma. Sí. A media tarde. Y una luz otoñal amarilla. Densa, acariciante… Pacífica. ¿Dónde irán a parar todas estas imágenes, todo el magnífico y millonario repertorio de imágenes que han colmado mis ojos?
¡Qué inmenso almacén de ellas!
Quemad el cerebro… y vuelan, escapan.

Se hace de piedra. (Igual se desmoronan.)
Louis Kahn tiene un lápiz amarillo del 2 en la mano de dedos gordonzuelos, es un lápiz minúsculo, y una gran hoja de papel se extiende impoluta sobre la superficie inclinada de la mesa, la luz magnífica entra por la ventana abierta a su izquierda, el sol baña el perfil del hombre pensativo y derrama un triángulo luminoso sobre la mesa: traza la punta de grafito unas líneas, se diría que se elevan a lo alto, más allá del borde de la página…  El hombre comienza a dibujarse a sí mismo (imponente, dios, creador).

La setencia en la mano, brilla el sol en el cielo blanco, y es un día sin esplendor, de unos colores y unos ruidos dolorosamente ajenos, como si todo en este mundo fuese ya el decorado extraño y aberrante de otro planeta.
Pero no… ¿Adónde sino al delirio te han llevado tales escrituras, esa biblia o buena nueva de perdición?
¿Quién en nuestros días escribe evangelios?
No hay una casa a la orilla del mar, sí, el cuerpo era un artefacto diabólico, un aparato criminal capaz de las mayores violencias contra el espíritu, sí, todo naufraga ante la fría y verdosa mirada del buitre erguido sobre la mesilla de noche, nada nace del sufrimiento, no engendra el dolor ningún ser noble y altivo capaz de variar el futuro, doblegarlo al  menos (hola, dolor),  mi casita gris en el oeste, tú escribías a mano, inclinada la cabeza sobre la tosca superficie de la mesa de madera, afuera de la casa, bajo la copa de los árboles donde centellean los rayos del sol entre las hojas, cerca del mar, donde las garzas se posarían majestuosas sobre las rocas, y las golondrinas revolotearían arriba y abajo de los aleros, ella pasaría a máquina tus manuscritos, compraríais la comida a los pescadores o a la gente del bosque en la parte de atrás de la casa, tú partirías la leña y sacarías el agua cristalina y fresca del pozo, y ella cocinaría, y limpiaría la casa… y ambos trabajaríais en este libro, entre el verde bosque y el mar azul,
No el arte, no…
Antaño bastaba la provocación, lo imprevisible sobre todo, para escandalizar a un espectador burgués que admiraba lo canónico de sus creencias en el arte más próximo a la figuración del mundo e inclusive en aquél que lo deformaba sutilmente aunque terminaba representándolo bien mediante brochazos furiosos o en mínimas y graciosas entelequias; el hastío hodierno, que ahora sin embargo sí repudia el mero reflejo de la realidad, sus apariencias trasnochadas, también le da la espalda a ese revés del mundo que es el arte más valioso de nuestros días, el arte Hesse, la verdadera transgresión: “Puedes disfrazar el mundo, pero no puedes robármelo… dejarme sin nada en las manos, cortar mi lengua, sellar mis labios, sepultar mis palabras en el estupor… Eso si que no podré aceptarlo nunca”, resuelve definitivamente el destinatario de la apostasía, y ajusta su corbata y limpia la lente de sus gafas, y asegura la billetera en el bolsillo interior de la chaqueta y se da media vuelta.
Hesse:
Pero yo estoy en el otro lado, detrás de lo que ves a tu alrededor todos los días, siempre, y tales cosas son las que te muestro.

Se acabaron las singladuras al País de las Maravillas o al País de Nunca Jamás. La Hispaniola ha naufragado. Con viento desatado en las velas, un viento loco que aparece y desaparece por las cuatro esquinas, irrumpe burlón a sotavento, cambia a barlovento, empuja desde proa, marea el foque, viene de través, quien sabe el rumbo, sus torpezas perversas: malo es el destino a bordo de los navíos siniestros donde la muerte y lo oscuro alzan sus negros gallardetes, llámese el Pequod, el Indómito o el Nautilus, el Filoctetes o esa vieja lata de bizcochos Hunley&Palmer que mal que bien navega río arriba en busca del horror… el horror.

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