jueves, 5 de septiembre de 2013

HESSE 119


Lo fundacional, lo prístino, el origen ineludible que con tan poca misericordia te condenaba a un castigo inmerecido y fatal, gratuito, sin la protección de ningún dios: cristalizan finalmente en un raro e inclasificable temor, en esa angustia agazapada tras la sonrisa y el saludo social que te hace ser más valiente que todos los demás.
Con el diagnóstico estrujado en la mano: “Si vuelvo a la rutina me salvaré, nada pasará si me acojo a la segura disciplina de los hechos diarios, si no varío la conducta seguida hasta hoy… Debo seguir existiendo como si nada, como aquella que yo era lejos de este maldito presente, con el mismo sol, el mismo aburrimiento, la misma indiferencia, la misma insolencia contra los sucesos y servidumbres de la existencia…”
“El diagnóstico es…” Yo creía que entonces acababa todo… Sólo empezaba.
Plasmó la raya, el punto: señalaban el vacío alrededor; haiku.
El título indica nada más que un estado de ánimo: no debe aclarar nada de cuando entonces.
Lo más importante de aquel año fue una noche de junio que olía a limón (dijo el falso poeta: junio y limón son muy poca cosa realmente).
Lectura última, pues murió, y la mano exangüe dejó caer el libro abierto: ... vi como estaba el búho/sobre una roca… (Del diario de V…)
Un millón de dioses, un millón de universos; cada uno con su obra de arte a cuestas, una forma antropomórfica, biomórfica, un color del cielo, una luna distinta…
Nada pronosticaba mi mal. Todo pronosticaba mi mal.
“Hay cadencia en esa obra”, dijo, y me sorprendió gratamente esa palabra, esa autoridad en el ritmo del proceso creativo… No, sólo hay límites, el vacío.
“Hablo siempre a solas conmigo mismo.”
“No comparto sus respuestas, pero me fascinan sus preguntas.”
¿Qué importancia puede tener el futuro si ya tenemos el presente? Podía haber hecho de él La Tierra Prometida o El Paraíso Perdido…, pero ¿no lo hice así? El destino era la infancia; luego… todo son exequias.
Hablando de artistas, hablando de Nueva York, braceando con ellos en las calles “hay una hostilidad rara –acaso sólo sea recelo en la dura competividad diaria- en los ojos fugitivos y secos de la gente –y yo soy la gente-, como si todavía estuviésemos divididos a uno y otro lado del Fuerte Sumter, con la boca abierta y los caninos dispuestos”.
El blanco asusta hasta a los elefantes: que te baste el espacio, a solas, y ocúpalo entonces.
Lo pensé. Pero no lo dije:
lo que es interpretable siempre es una copia de algo: repele lo que yo entiendo por arte plástico.
En la era de los dinosaurios con gafas de concha y pipa de humeante cazoleta en la boca, tendida en el diván, las calladas cortinas que cubren la ventana… La vida está llena de dolor y desdicha, y acaba de una forma horripilante: se destruye a sí misma.
¿Cómo tener apego a lo efímero?
Tendrá, pues, que disimular.
¿Me servirá de algo la práctica del arte?
Inténtelo. Cualquier cosa puede servir. (Incluso los dioses vengadores, incluso el humor.)
“Yo he visto el mundo del revés en Central Park, en The Lake.”
Si el otoño es cálido...
Las cosas, el suceso y la trama, pasan en el lenguaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario