lunes, 14 de octubre de 2013

HESSE 122

“Yo he visto ansiedad”, dijo el hombre ciego. “Yo he visto mi terror gritando en su cara”, dijo la mujer muda. “Yo he visto la voz de Dios”, dijo el hombre sordo.
La familia Picasso algo maltrecha, de irregular continente: papá, mamá, helen, yo: una barata reproducción en papel de periódico.
A tu alrededor no hay nada perfecto porque no existe la forma perfecta: practica el desorden, ni siquiera el curso de la sangre obedece a la ley estética: fluye su plasma por vericuetos de arbitraria anatomía y chocante hidrografía.
Lo simétrico en ti… una cuestión de equilibrio, pura dinámica que en el fondo ignora las bondades de la plástica.
Domingo. Maldito domingo. 2 de julio de 1961: un calor asfixiante no impide que abra las páginas de sus libros de escueta sintaxis  palabras certeras, al mílimetro, las justas: al grano, muchacho, decía cada una de sus líneas.
Jueves. 4 de julio de 1963. En la librería The Green Train:
-¿Qué haces aquí? Es la fiesta nacional, chica.
-Odio las fiestas.
-Soy un librero, no una biblioteca. ¿Qué buscas, pues?
-The Soft Machine.
-Andas con retraso.
-Venial.
-Una pequeña penitencia te vendrá bien. De rodillas…
Afuera, la calle hierve.
De mis diarios del pasado sólo me interesan las mentiras que ingenuamente yo tomaba por verdades inalterables.
2-7-59: pinta rostros que ocultan las máscaras:
“La televisión es para los negros”, había dicho tiempo atrás. Pero ahora, viejo y celebrado, nobel y enaltecido, no se perdía ni uno solo de los Car 54, Where Are You?
“Lo malo de hacerte vieja es que al final te cuesta lo indecible desprenderte de las cosas viejas”, había escrito… ¡a los veinte años!
Al otro lado de la ventana, la luz y su compás desmentía el tiempo estancado de adentro. No dejaba de pensar, moribunda y lúcida, pero atenazada ya por el pánico de saberse tan próxima al olvido de sí misma, al olvido de todo, palpando la nada, sintiéndola como un agua espesa y negra donde se sumergería como en el sueño más crucial.
El anciano escritor veía la televisión, pero era uno de los más sabrosos e infatigables hontanares de sus citas: “Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor.”
“Hola, dolor”, saludaba todos los días al desvanecerse la última penumbra de la noche el espectro del espejo de luz fría y marina del cuarto de baño a la joven mujer de la cabeza vendada y grandes ojos abatidos.
Deberíamos alimentarnos los dos de aquello que sin duda ninguna va a constituir un verdadero reconstituyente. Hay un bar con tres grandes ventanales en la calle 12 con la Séptima, los asientos son cómodos, inmejorables las vistas a un bullicio contagioso, fluyente la vida, los deseos, las ambiciones:
-Un par de filet mignon, por favor, y para un ella un vaso de chianti y para mí un bourbon, Jack Daniel’s si es posible.
El ajetreo constante de la calle y sus leyes urbanas tan conocidas (jamás unos ojos se encuentran con otros ojos, nadie se toca en la marea colorista y muda) fuera de su incesante corriente y siendo un observador a salvo (o atónito) de sus afanes hasta actúa de analgésico.
“Por el tubo puede estar circulando algún tipo de fluido: sangre, linfa, agua…”, dijo el crítico eminente rascándose la barbilla.
¿Pero en verdad estamos ante su cuerpo?
Su obra no era metáfora de nada
Ella era la metáfora.
Retrocedió dos pasos atrás. Miraba el conjunto de objetos desparramados por el suelo sin perplejidad. No estaba desconcertado, sólo ponía un interés inusitado por allegar a penetrar en algún significado (o algunos significados), pero no trascendental, sólo una pista, meros indicios, una huella de aquella lejana decisión artística que le pusiera en camino de cierta comprensión del hecho plástico que ahora póstumamente se enfrentaba a sus ojos contemporáneos.Podía entreverse un mosaico en todo aquello; ahora bien, ¿era necesario que cada una de sus partes aunque relacionadas unas con otras con aparente solución de continuidad conformaran una imagen global y un sentido unitario contrastados? “Debería bastar, entonces”, se dijo, “una sugestión, esa simpleza, buena o mala, inane o fértil, que produjese en el espectador tal encandilamiento que pudiera desprenderse con toda naturalidad del deseo de encontrar un significado”. 
Basta con la fe, se había dicho tantas veces. Pero el día que comprendas que también puedes prescindir de la fe para aceptar las obras de arte de la modernidad, habrás culminado con éxito la evolución de tu educación artística. Una aceptación no es un acatamiento; es, simplemente, la conciencia del juego que en todo lo concerniente a la vida prevalece.
“Todos los dioses son imperfectos.” Le hubiera gustado pensarlo en el mismo instante de morir. Pero esa certidumbre le asaltaba antes de hora, aún no rodeada de los olores clínicos, cuando sin dejar de trabajar en su obra ni un segundo aún debería creer en alguna de las divinidades que pueblan la oscuridad infinita y eterna. Creer en un dios es, en cierto modo, vengarse de él, pues el reproche aflora en los labios de inmediato: siempre lo hallarás culpable por el uso ruin de su pretendida omnisciencia, como aquel novelista que se ampara en la trama y las anécdotas para zarandear sin ton ni son a sus inocentes personajes y perpetrar impunemente sus crímenes literarios.
¡Qué mudanzas! Y de un día para otro.
Una obra de arte alejada de lo replicante puede dar lugar a millares de interpretaciones (entre las que alguna de ellas debe ser la correcta, pero se lo deberían transmitir entonces al artista a fin de que éste supiera a qué atenerse y felicitarse a sí mismo por tal consecución, podría hacerlo hasta alborozado), aunque sólo las impermeables a los símbolos llevan la adherencia de lo cabal, por muy paradójico que resulte esto ante su indescifrable sentido: Godot no es Dios. Es Godot.
¿Para qué expresar lo inexpresable?
A diferencia de otros valores, cualesquiera que fueren, la estética del hombre, su absurda creación, sus dominios y sus impotencias, sus angustias y finitud, es suficiente para un artista con esa reflexión siempre inabarcable. Basta con el ser, algo que hasta ahora no ha podido ser comprendido del todo. ¿Por qué se es? Al parecer, ningún otro ser vivo se sume en interrogaciones lacerantes: la propia existencia los zarandea o los mece, los destruye como náufragos complacientes con su destino efímero.
De modo que en lugar del subterfugio del símbolo abraza lo tangible a despecho de su inefable apariencia, merodea en torno a una estética imposible, de inimaginables asideros e impenetrables razones y confiérele el atavío más estrafalario: incluso te sería lícito llegar al fraude.
“Mi obra, esos trastos malolientes que pareces despreciar, es el desarrollo tangencial de la esencia de mi ser”, dijo sin rubor.
(No me gusta pronunciar la palabra “alma”, que se me antoja como una charca, un estancamiento acuático lleno de pequeños bichos y otros microorganismos invisibles).
 Al Oyente le nubló el rostro la sombra de una duda: pero, ¿dudaba de él mismo, de sus propios pensamientos, o de ella, de sus palabras? ¿O dudaba de los dos, de sus tareas fraudulentas?
Lacan extraía la piedra…
Lacan: era un impostor: no creía en la filosofía. Iba directo a lo práctico, es decir, a revelar las supercherías, cuando es esto lo que nos hace verdaderamente felices.
Sólo nos concierne lo inconsciente. Pero eso sólo es la otra cara de la moneda, la que nunca cae a la vista.
Era Jackson Pollock quien tenía toda la razón: eligió la audacia, se adentró en la locura (del cuello de la botella) y se lanzó a la muerte en una furiosa y encarnizada cabalgada hacia el fin de la noche.
Yo sólo soy un intérprete que cree en lo que crean sus manos (unas manos de Orlac): están autorizadas a perpetrar cualquier cosa.
Los tres agujeros en la cabeza aún no me han arrojado al desaliento, todavía soy ajena al peor de los desahucios, a la autocompasión. Sé, lo supe desde antiguo, que siempre se muere hoy, diez años antes, cuatro años después, este año, ahora, hoy, en este mismo instante.
¿Ha bastado mi vida? Dicen que 10.000 horas trabajando en algo acaba convirtiéndote en un experto.
¿Mi opus-1? Rayaazul.
(Rayaazul, DG-1.)
¿Cómo está el parque a estas horas?
El crepúsculo de invierno gris azulado, frío, de metálica herida, insobornable a la piedad, a la soledad, al hastío. Las luces deslizantes de las calzadas y las autopistas ruidosas y envueltas en vertiginosos rayos verdes y rojos hacen temible la helada noche que ya se cierne sobre los fugitivos y los desahuciados. No nieva, pero hay nieve sucia y dura sobre las aceras y los arcenes. ¿Dónde esconderse?
Instrucciones muy urgentes para antes de morir (pero ésta fue una ocurrencia ya en la infancia):
diseña una casa imaginaria con cosas y ocupaciones imaginarias donde vivir imaginariamente de muerta, pero tendrás que abrir la puerta (así que atina con la llave de la imaginación) justo en el momento preciso en que la de la vida se cierra (de golpe y a cajas destempladas o despaciosamente y con chirriante sonido de madera polvorienta de siglos).
Entretanto, él podría intentar conseguir cien pavos en la librería de Frances Stelof:
-Se trata de un asunto de autoedición.
-Tendremos que pensarlo.
-Puedo exhibirme en el escaparate como curiosidad publicitaria en beneficio de la librería durante una semana: en pelota viva con un ejemplar de Finnegans Wake tapando los genitales… a modo de hoja adánica.
-Interesante…

Wise Men Fish Here.

No hay comentarios:

Publicar un comentario