“Yo he visto ansiedad”, dijo el hombre ciego. “Yo he visto
mi terror gritando en su cara”, dijo la mujer muda. “Yo he visto la voz de
Dios”, dijo el hombre sordo.
La familia Picasso algo maltrecha, de irregular
continente: papá, mamá, helen, yo: una barata reproducción en papel de
periódico.
A tu alrededor no hay
nada perfecto porque no existe la forma perfecta: practica el desorden, ni
siquiera el curso de la sangre obedece a la ley estética: fluye su plasma por
vericuetos de arbitraria anatomía y chocante hidrografía.
Lo simétrico en ti…
una cuestión de equilibrio, pura dinámica que en el fondo ignora las bondades
de la plástica.
Domingo. Maldito
domingo. 2 de julio de 1961: un calor asfixiante no impide que abra las páginas
de sus libros de escueta sintaxis
palabras certeras, al mílimetro, las justas: al grano, muchacho, decía
cada una de sus líneas.
Jueves. 4 de julio de
1963. En la librería The Green Train:
-¿Qué haces aquí? Es
la fiesta nacional, chica.
-Odio las fiestas.
-Soy un librero, no
una biblioteca. ¿Qué buscas, pues?
-The Soft Machine.
-Andas con retraso.
-Venial.
-Una pequeña penitencia
te vendrá bien. De rodillas…
Afuera, la calle
hierve.
De mis diarios del
pasado sólo me interesan las mentiras que ingenuamente yo tomaba por verdades
inalterables.
2-7-59: pinta rostros
que ocultan las máscaras:
“La televisión es para
los negros”, había dicho tiempo atrás. Pero ahora, viejo y celebrado, nobel y
enaltecido, no se perdía ni uno solo de los Car
54, Where Are You?
“Lo malo de hacerte
vieja es que al final te cuesta lo indecible desprenderte de las cosas viejas”,
había escrito… ¡a los veinte años!
Al otro lado de la
ventana, la luz y su compás desmentía el tiempo estancado de adentro. No dejaba
de pensar, moribunda y lúcida, pero atenazada ya por el pánico de saberse tan
próxima al olvido de sí misma, al olvido de todo, palpando la nada, sintiéndola
como un agua espesa y negra donde se sumergería como en el sueño más crucial.
El anciano escritor
veía la televisión, pero era uno de los más sabrosos e infatigables hontanares
de sus citas: “Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor.”
“Hola, dolor”,
saludaba todos los días al desvanecerse la última penumbra de la noche el
espectro del espejo de luz fría y marina del cuarto de baño a la joven mujer de
la cabeza vendada y grandes ojos abatidos.
Deberíamos
alimentarnos los dos de aquello que sin duda ninguna va a constituir un
verdadero reconstituyente. Hay un bar con tres grandes ventanales en la calle
12 con la Séptima, los asientos son cómodos, inmejorables las vistas a un
bullicio contagioso, fluyente la vida, los deseos, las ambiciones:
-Un par de filet mignon, por favor, y para un ella
un vaso de chianti y para mí un
bourbon, Jack Daniel’s si es posible.
El ajetreo constante
de la calle y sus leyes urbanas tan conocidas (jamás unos ojos se encuentran
con otros ojos, nadie se toca en la marea colorista y muda) fuera de su
incesante corriente y siendo un observador a salvo (o atónito) de sus afanes
hasta actúa de analgésico.
“Por el tubo puede
estar circulando algún tipo de fluido: sangre, linfa, agua…”, dijo el crítico
eminente rascándose la barbilla.
¿Pero en verdad
estamos ante su cuerpo?
Su obra no era metáfora de nada…
Ella era
la metáfora.
Retrocedió dos pasos atrás. Miraba el conjunto de objetos
desparramados por el suelo sin perplejidad. No estaba desconcertado, sólo ponía
un interés inusitado por allegar a penetrar en algún significado (o algunos
significados), pero no trascendental, sólo una pista, meros indicios, una
huella de aquella lejana decisión artística que le pusiera en camino de cierta
comprensión del hecho plástico que ahora póstumamente se enfrentaba a sus ojos
contemporáneos.Podía entreverse un mosaico en todo aquello; ahora bien, ¿era
necesario que cada una de sus partes aunque relacionadas unas con otras con
aparente solución de continuidad conformaran una imagen global y un sentido
unitario contrastados? “Debería bastar, entonces”, se dijo, “una sugestión, esa
simpleza, buena o mala, inane o fértil, que produjese en el espectador tal
encandilamiento que pudiera desprenderse con toda naturalidad del deseo de encontrar un significado”.
Basta con la fe, se
había dicho tantas veces. Pero el día que comprendas que también puedes prescindir de la fe para aceptar las obras de arte de la
modernidad, habrás culminado con éxito la evolución de tu educación artística.
Una aceptación no es un acatamiento; es, simplemente, la conciencia del juego
que en todo lo concerniente a la vida prevalece.
“Todos los dioses son
imperfectos.” Le hubiera gustado pensarlo en el mismo instante de morir. Pero
esa certidumbre le asaltaba antes de hora, aún no rodeada de los olores
clínicos, cuando sin dejar de trabajar en su obra ni un segundo aún debería
creer en alguna de las divinidades que pueblan la oscuridad infinita y eterna.
Creer en un dios es, en cierto modo, vengarse de él, pues el reproche aflora en
los labios de inmediato: siempre lo hallarás culpable por el uso ruin de su
pretendida omnisciencia, como aquel novelista que se ampara en la trama y las
anécdotas para zarandear sin ton ni son a sus inocentes personajes y perpetrar
impunemente sus crímenes literarios.
¡Qué mudanzas! Y de un
día para otro.
Una obra de arte
alejada de lo replicante puede dar lugar a millares de interpretaciones (entre
las que alguna de ellas debe ser la correcta, pero se lo deberían transmitir
entonces al artista a fin de que éste supiera a qué atenerse y felicitarse a sí
mismo por tal consecución, podría hacerlo hasta alborozado), aunque sólo las
impermeables a los símbolos llevan la adherencia de lo cabal, por muy
paradójico que resulte esto ante su indescifrable sentido: Godot no es Dios. Es
Godot.
¿Para qué expresar lo
inexpresable?
A diferencia de otros
valores, cualesquiera que fueren, la estética del hombre, su absurda creación,
sus dominios y sus impotencias, sus angustias y finitud, es suficiente para un
artista con esa reflexión siempre inabarcable. Basta con el ser, algo que hasta
ahora no ha podido ser comprendido del todo. ¿Por qué se es? Al parecer, ningún otro ser vivo se sume en interrogaciones
lacerantes: la propia existencia los zarandea o los mece, los destruye como
náufragos complacientes con su destino efímero.
De modo que en lugar
del subterfugio del símbolo abraza lo tangible a despecho de su inefable
apariencia, merodea en torno a una estética imposible, de inimaginables
asideros e impenetrables razones y confiérele el atavío más estrafalario:
incluso te sería lícito llegar al fraude.
“Mi obra, esos trastos
malolientes que pareces despreciar, es el desarrollo tangencial de la esencia
de mi ser”, dijo sin rubor.
(No me gusta
pronunciar la palabra “alma”, que se me antoja como una charca, un
estancamiento acuático lleno de pequeños bichos y otros microorganismos
invisibles).
Al Oyente le nubló el rostro la sombra de una
duda: pero, ¿dudaba de él mismo, de sus propios pensamientos, o de ella, de sus
palabras? ¿O dudaba de los dos, de sus tareas fraudulentas?
Lacan extraía la
piedra…
Lacan: era un
impostor: no creía en la filosofía.
Iba directo a lo práctico, es decir, a revelar las supercherías, cuando es esto
lo que nos hace verdaderamente felices.
Sólo nos concierne lo
inconsciente. Pero eso sólo es la otra cara de la moneda, la que nunca cae a la
vista.
Era Jackson Pollock
quien tenía toda la razón: eligió la
audacia, se adentró en la locura (del cuello de la botella) y se lanzó a la
muerte en una furiosa y encarnizada cabalgada hacia el fin de la noche.
Yo sólo soy un
intérprete que cree en lo que crean sus manos (unas manos de Orlac): están
autorizadas a perpetrar cualquier cosa.
Los tres agujeros en
la cabeza aún no me han arrojado al desaliento, todavía soy ajena al peor de
los desahucios, a la autocompasión. Sé, lo supe desde antiguo, que siempre se
muere hoy, diez años antes, cuatro
años después, este año, ahora, hoy, en este mismo instante.
¿Ha bastado mi vida?
Dicen que 10.000 horas trabajando en algo acaba convirtiéndote en un experto.
¿Mi opus-1? Rayaazul.
(Rayaazul, DG-1.)
¿Cómo está el parque a
estas horas?
El crepúsculo de
invierno gris azulado, frío, de metálica herida, insobornable a la piedad, a la
soledad, al hastío. Las luces deslizantes de las calzadas y las autopistas
ruidosas y envueltas en vertiginosos rayos verdes y rojos hacen temible la
helada noche que ya se cierne sobre los fugitivos y los desahuciados. No nieva,
pero hay nieve sucia y dura sobre las aceras y los arcenes. ¿Dónde esconderse?
Instrucciones muy
urgentes para antes de morir (pero ésta fue una ocurrencia ya en la
infancia):
diseña una casa
imaginaria con cosas y ocupaciones imaginarias donde vivir imaginariamente de
muerta, pero tendrás que abrir la puerta (así que atina con la llave de la
imaginación) justo en el momento preciso en que la de la vida se cierra (de
golpe y a cajas destempladas o despaciosamente y con chirriante sonido de
madera polvorienta de siglos).
Entretanto, él podría
intentar conseguir cien pavos en la librería de Frances Stelof:
-Se trata de un asunto
de autoedición.
-Tendremos que
pensarlo.
-Puedo exhibirme en el
escaparate como curiosidad publicitaria en beneficio de la librería durante una
semana: en pelota viva con un ejemplar de Finnegans
Wake tapando los genitales… a modo de hoja adánica.
-Interesante…
Wise Men Fish Here.
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