viernes, 4 de octubre de 2013

HESSE 121


Llevo leyendo 120 páginas y aún no me he enterado de sus verdaderas intenciones (de qué va)…
No “va” de nada.
¿Entonces?
Tampoco hay entonces.
(Él y Ella necesitan “ver”.)
Me gusta la música clásica.
Me gusta el arte figurativo.
Me gusta la novela de siempre.
¡Ajá, esto lo entiendo! ¡Puedo reconocerlo…, sé lo que es!
¿Entienden lo que ven…? Pero ¿lo descifran?
(“Entiendo esta pintura”, dijo con la vista fija en el rostro de La Gioconda, tal técnica minuciosa que le costó al artista más de 10.000 horas de ejecución.)
(“Entiendo esta música”, se atrevió a decir al término de uno de los cuartetos en mi bemol de Beethoven, compuesto 150 años atrás, de una abstracción casi impenetrable.)
(“Lo comprendo muy bien”, declara con una sonrisa y la vista puesta en una de las vedutisti de hace cuatrocientos años que pintaba Canaletto.”)
Lo entiendo todo.
Él y Ella lo entienden.
(“¿Podría distinguir en un busto de la Grecia clásica el uso del puntero y del cincel plano? ¿Y qué me dice de la estratagema de emplear el trépano por parte de Miguel Ángel? ¿Conoce usted el proceso escultórico mediante el cual la forma se interpreta  a base de un remodelado continuo y no valiéndose de procedimientos pictóricos como la luz y la sombra?”).
(“¿Tiene algo que decirme respecto al non finito de Miguel Ángel”?)
(“¿Sabía que Rodin prácticamente no tocaba el mármol? Amante del barro, despreciaba cualquier otro método escultórico al tildarlo de simple técnica propio de forzudos y aplicados artesanos. El gigante cuasi analfabeto pensaba en barro, vivía en barro.”)
(“¿Hasta qué grado una obra en piedra italiana de Canova responde a la plena autoría de éste que dedicaba su tiempo al modelado de pequeñas figuras de cera mientras canturreaba y se hacía leer la obra de los clásicos latinos en tanto los discípulos en su taller trajinaban con el cincel?”)
(“¿Es capaz de comprender la unción que alienta en las tallas de un imaginero del barroco español?”)
(“¿Qué intención es la de El Greco al poblar sus pinturas de rostros cerúleos y chocante largura?”)
(“¿Entiende usted, buen hombre, las bromas y chocarrerías de El Bosco, Arcimboldo y Pieter I Brueghel?”)
(“Soñó que leía libros.
Soñó ser lo que leía.
Soñaba el sueño de otro.
Fue nada más que un sueño
el sueño, el libro, él mismo:
¿En qué quedamos: ¿sueña Alonso Quijano?, ¿sueña Cervantes?, ¿sueña Don Quijote? ¿Quién es y quién no es?”)
(“¿Entiende usted a Massacio? No lo crea. Se engaña, amigo mío.”)
(“¿Y qué me dice de Vermeer, la luz presencial…, agónica, de júbilo, la morosidad del tiempo…? ¡Usted no entiende nada!”)
(“¿De verdad supone que la mal llamada Ronda nocturna de Rembrandt, que ni siquiera se desplaza en la noche y cuya flagrante oscuridad tan sólo es debida a consecuencia del oscurecimiento de las diversas capas de barniz sobre el lienzo, es un cuadro realista, fidedigno a las reglas del realismo más representativo? Pues no lo crea, tal cuadro es la obra de un visionario antes que de un retratista, la sonrisa de un embaucador que ata un gallo a la cintura de una niña entre burgueses armados y disfrazados de valientes mientras un perro, indiferente a la prosopopeya de los pomposos caballeros, lanza ladridos ante los redobles del enorme tambor como si fuera algo sino principal sí temáticamente adicional en la pintura cuando tan sólo revela la argucia de que se vale el pintor para colmar un hueco indeseable del lienzo.”)
(“¿Quién se ha creído que es para solazarse con la perspectiva y los fondos velazqueños, la desesperada mudez de Goya, el inextricable laberinto cromático de Van Gogh?”… ¿Sólo porque es capaz de identificar sus imágenes se piensa usted que entiende lo que ve?”)
(“¿Entiende la escueta geometría de Cézanne aliviada por el color de los pigmentos?”)
(“¿Entiende usted la cartelera de putas y rufianes de Toulouse-Lautrec”?)
(“¿Entiende de veras el falso y comestible cubismo de Las señoritas de Avignon?”)
(“¿Distingue usted a simple vista un grabado al buril de uno de punta seca?”)
(“¿Sabía usted acaso que una capa transparente de pintura al óleo sobre otra opaca modifica profundamente la primera? ¿Podía imaginarse que una capa transparente de color carmesí sobre un azul opaco produce efectos que van desde tonos purpúreos hasta el color morado oscuro, y todo ello de acuerdo con el espesor del barniz o según la intensidad del pigmento utilizado? ¿Sabía usted que este proceso se llama veladura y que casi es materialmente imposible qué uso de esta técnica hizo cada uno de los celebrados maestros de la pintura debido al paso del tiempo, la mala pigmentación o la limpieza criminal que se perpetra de cuando en cuando en los grandes lienzos de los siglos pasados?”)
(“¿Sabría decirme por qué el amarillo de cadmio es superior al amarillo de cromo? ¿y por qué el bermellón dejó de utilizarse?, ¿sabe que el color negro ha de usarse con discreción y en caso de hacerlo elegir el negro marfil, que el lienzo mejor es el de bramante crudo para los cuadros grandes y el de cáñamo para los pequeños, que son preferibles los pinceles de pelo algo duro a los de pelo de marta o de meloncillo, muy blandos, válidos sin embargo para conseguir determinados efectos…? ¿Había reparado, señor observador, que la espátula más utilizada es la que tiene forma de triángulo isósceles?
(“En confianza, mi crédulo amigo, le confesaré que la mayoría de los cuadros de los artistas de siglos pasados al correr del tiempo han de ser retocados, recompuestos y restaurados a causa de la desecación de los aceites y la degradación indetenible de sus elementos matéricos, por lo que pronto, todos, acaban siendo manoseados por un artífice aplicado de bata blanca y horario estipulado en el Departamento de Restauración y dejan de ser sin excepción ninguna LA HOSTIA CONSAGRADA en las sucias manos de un funcionario disciplinado y temeroso de su nómina.”)
“En asuntos de arte (y miró la puerta, la salida a la calle poblada a esa hora de la tarde amarilla y cálida por las gentes liberadas de sus ocupaciones laborales, andando a mil sitios) nada es lo que parece. Hay obras difíciles que se nos muestran claras y otras tan fáciles que nos parecen confusas.”
Un juego de espejos,  pensó El Amanuense, ya sólo con ganas de escapar de tales celadas epistemológicas.
 
La cita más inolvidable la leyó El Negro Antaño Amanuense (que ya sólo leía lo leído) en un libro de Šklovski, Tetivá: “Hubo poca gente en el cementerio bajo la lluvia y el frío, pero estuvieron aquellos que sintieron en lo más hondo de sí  mismos la tristeza y el pesar por el que se iba para siempre, aquellos que escriben y que saben lo difícil que es escribir bien.”

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