domingo, 19 de enero de 2014

HESSE 130

No existe la frontera que separa lo normal de los monstruos; las que creemos que nos mantienen a salvo de ellos y nos defienden de la locura y la perversión son imaginarias. Nada de la vida separa de la muerte, de la enfermedad y la desesperación, de lo abyecto y lo abominable, de la ridiculez del fastidio de una tarde aburrida.
Algo de monstruo tienes, joven mujer: una rara partenogénesis propicia el alumbramiento de la artista: para ello tuviste que repudiar al marido, que muriera el padre… que con griego y trágico (afectado) desplante desgajaras de ti a la esposa y a la hija.
El no-arte era… la nada.
¿Has sido capaz de vender la nada?
Ya lo creo: andamos en tiempos de credulidad, ¿o no quedamos en eso?
Era una nada consciente, sin engaño: la propia obra se desintegra a sí misma al cabo de un tiempo: el tiempo de la vida de un hombre, con los días contados, con el destino justo, que el arte muera con él (... y aquel coleccionista se llevó al averno sus entretenimientos, nada dejaría tras de sí.)
En el 67, cuando hundes los brazos hasta el codo en esa charca tóxica, en ese lago de prohibiciones, encuentras la piedra filosofal tan buscada, y esa inversión te costará la vida: hará de ti escoria, y la materia revelada en el crisol destellará a la luz del astro. Váyase lo uno por lo otro.
Se lamenta, poco antes del amanecer: “Soy imprevisible, cambiante, exagerada…”
Exactamente como el día que empieza clarear al otro lado de la ventana (donde todo parece suceder, donde todo puede empezar o acabar, ser o ser humo, pensamiento, sueño, ocurrencia, grandes distracciones).
Right After:
216 pies de fibra de vidrio recubierta de resina.
¡Cuántas cosas caben en esa línea…! Centenares de páginas se adentran en tamaña caligrafía, en ese lío fenomenal se enreda el mundo y tú misma, puro azar de sus vueltas y revueltas: la mesura y el control minimalista se disuelven en este vitriolo, en esta agua regia que con todo puede y desordena tu biografía.
Y coges el extremo de esa cuerda de 70 metros y empiezas a escalar (o a recorrer) por todos los caminos que la imaginación quiera llevarte. Sin cortapisas. Sin orden ni concierto. Del principio hasta el final. Sin respiro. Hasta alcanzar el otro extremo de la cuerda que te haga caer sin remisión a este lado del paraíso o del abismo. Esa línea que con sus caprichos y marañas podría ser el curso de tu correría vital, la biografía terrible de tus sueños y pesadillas, el electrocardiograma de una conciencia que va y viene entre fracasos, logros, secretos, contradicciones…
 (Pero esa línea, esa topografía intelectual y física, cambia a cada instante, se modifica, se entorpece a sí misma, se anuda y se desata, se entremezcla, se separa, se confunde, convoca interrelaciones, estratos, conexiones, honduras…)
¿Qué poción es ésa?
Lo inextricable: una mezcla de obstinada meditación ante lo incomprensible y el absurdo de la naturaleza (que sí tiene sus leyes y causas lógicas, pero que ante lo humano se muestra de una estupidez grandiosa: bebés que mueren antes de abrir los ojos al mundo, leucemias adolescentes, tumores juveniles, seres contrahechos o juguetes sombríos o grotescos de la locura) y el rechazo irrenunciable a simplificarla mediante los contenidos más gráficos y de mayor simpleza.
¿Tenemos Cábala, pequeña judía? ¿Es tu mirada hostil o indagadora? ¿Qué cálculos son los tuyos? ¿A qué oscuridad nos conduces? ¿Nada de lo oculto te es ajeno? ¿De verdad ordena un Método ese barullo de Right After?
¡Qué talismánica función albergan tus enredos? ¿O sólo se trata de antojadizos y hasta aleatorios entrecruzamientos, gordianas ataduras que la mirada basta para deshacer?
Bonito pasatiempo al que dedicarse en estas aceleradas épocas de los setenta: descubrir laboriosamente, como en el juego de las siete diferencias, los misterios ocultos.
¿Qué Zohar te instruye y te guía?
¿A qué salvación nos abismas?
¿Eres tú Nuestra Luz?
¡Oh, querida, sólo tú me interesas!
(Y acaso algunos demonios y ciertas clases de peces, san Malcolm, 1,1.).
En verdad, en verdad te digo que este desfile de provocaciones visuales bien merece una carta a Helder donde… explicites, explicites, explicites en abrumador ejercicio deconstructivo las intenciones, los símbolos (o no símbolos), los estratos invisibles a las groseras apariencias, las referencias, las alusiones, los enigmas, las soluciones, las yuxtaposiciones, los enhebrados, los vínculos, el homenaje, la razón, el imperativo categórico…“Son palabras, es lo único que tengo, y a pesar de ello, me van faltando, la voz se confunde, bien, bien, conozco eso, debo conocerlo, será el silencio…”
-¿Qué es esto?
-Nada.
-Si creas cosas que son nada, son nada.

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