No existe la frontera
que separa lo normal de los monstruos; las que creemos que nos mantienen a
salvo de ellos y nos defienden de la locura y la perversión son imaginarias.
Nada de la vida separa de la muerte,
de la enfermedad y la desesperación, de lo abyecto y lo abominable, de la
ridiculez del fastidio de una tarde aburrida.
Algo de monstruo
tienes, joven mujer: una rara partenogénesis propicia el alumbramiento de la
artista: para ello tuviste que repudiar al marido, que muriera el padre… que
con griego y trágico (afectado) desplante desgajaras de ti a la esposa y a la
hija.
El no-arte era… la
nada.
¿Has sido capaz de
vender la nada?
Ya lo creo: andamos en
tiempos de credulidad, ¿o no quedamos en eso?
Era una nada
consciente, sin engaño: la propia obra se desintegra a sí misma al cabo de un
tiempo: el tiempo de la vida de un hombre, con los días contados, con el
destino justo, que el arte muera con él (... y aquel coleccionista se llevó al
averno sus entretenimientos, nada dejaría tras de sí.)
En el 67, cuando
hundes los brazos hasta el codo en esa charca tóxica, en ese lago de
prohibiciones, encuentras la piedra filosofal tan buscada, y esa inversión te
costará la vida: hará de ti escoria, y la materia revelada en el crisol
destellará a la luz del astro. Váyase lo uno por lo otro.
Se lamenta, poco antes
del amanecer: “Soy imprevisible, cambiante, exagerada…”
Exactamente como el
día que empieza clarear al otro lado de la ventana (donde todo parece suceder,
donde todo puede empezar o acabar, ser o ser humo, pensamiento, sueño,
ocurrencia, grandes distracciones).
Right After:
216 pies de fibra de
vidrio recubierta de resina.
¡Cuántas cosas caben
en esa línea…! Centenares de páginas se adentran en tamaña caligrafía, en ese
lío fenomenal se enreda el mundo y tú misma, puro azar de sus vueltas y
revueltas: la mesura y el control minimalista se disuelven en este vitriolo, en
esta agua regia que con todo puede y desordena tu biografía.
Y coges el extremo de
esa cuerda de 70 metros y empiezas a escalar (o a recorrer) por todos los
caminos que la imaginación quiera llevarte. Sin cortapisas. Sin orden ni
concierto. Del principio hasta el final. Sin respiro. Hasta alcanzar el otro
extremo de la cuerda que te haga caer sin remisión a este lado del paraíso o
del abismo. Esa línea que con sus caprichos y marañas podría ser el curso de tu
correría vital, la biografía terrible de tus sueños y pesadillas, el electrocardiograma
de una conciencia que va y viene entre fracasos, logros, secretos,
contradicciones…
(Pero esa línea, esa topografía intelectual y
física, cambia a cada instante, se modifica, se entorpece a sí misma, se anuda
y se desata, se entremezcla, se separa, se confunde, convoca interrelaciones,
estratos, conexiones, honduras…)
¿Qué poción es ésa?
Lo inextricable: una
mezcla de obstinada meditación ante lo incomprensible y el absurdo de la
naturaleza (que sí tiene sus leyes y causas lógicas, pero que ante lo humano se
muestra de una estupidez grandiosa: bebés que mueren antes de abrir los ojos al
mundo, leucemias adolescentes, tumores juveniles, seres contrahechos o juguetes
sombríos o grotescos de la locura) y el rechazo irrenunciable a simplificarla mediante
los contenidos más gráficos y de mayor simpleza.
¿Tenemos Cábala,
pequeña judía? ¿Es tu mirada hostil o indagadora? ¿Qué cálculos son los tuyos?
¿A qué oscuridad nos conduces? ¿Nada de lo oculto te es ajeno? ¿De verdad
ordena un Método ese barullo de Right
After?
¡Qué talismánica
función albergan tus enredos? ¿O sólo se trata de antojadizos y hasta
aleatorios entrecruzamientos, gordianas ataduras que la mirada basta para
deshacer?
Bonito pasatiempo al
que dedicarse en estas aceleradas épocas de los setenta: descubrir
laboriosamente, como en el juego de las siete
diferencias, los misterios ocultos.
¿Qué Zohar te instruye
y te guía?
¿A qué salvación nos abismas?
¿Eres tú Nuestra Luz?
¡Oh, querida, sólo tú
me interesas!
(Y acaso algunos demonios y ciertas clases de peces, san Malcolm,
1,1.).
En verdad, en verdad
te digo que este desfile de provocaciones visuales bien merece una carta a Helder donde… explicites,
explicites, explicites en abrumador ejercicio deconstructivo las intenciones,
los símbolos (o no símbolos), los estratos invisibles a las groseras
apariencias, las referencias, las alusiones, los enigmas, las soluciones, las
yuxtaposiciones, los enhebrados, los vínculos, el homenaje, la razón, el
imperativo categórico…“Son palabras, es lo único que tengo, y a
pesar de ello, me van faltando, la voz se confunde, bien, bien, conozco eso,
debo conocerlo, será el silencio…”
-¿Qué es esto?
-Nada.
-Si creas cosas que son nada, son nada.
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