Consulto con...
Tan artista maldita...Fascinante.
“Una puede ser muchas
cosas…”
“Pronto, créanme
entrará de lleno en la categoría de entretenimiento cultural de masas, una
auténtica protagonista de los blockbusters
del futuro... ¡ay, tan cercano!”
-¿Qué es esto? Le
di 5 dólares.
-Un billete de 2
dólares. ¿No lo ves?
-¿Me devuelve 2 pavos
por una cuenta de 40 centavos? Aquí falta dinero.
-Toma un Wolfe, y
cuando termines con los tebeos te limpias las manos con él... Estamos en paz.
-Oiga…
-¡Qué suerte, tío, un
Wolfe por dos pavos con sesenta!
-¿Qué significa esto?
-Significa buena
literatura.
-¡Pero yo no lo
quiero! Deme la vuelta, por favor.
-No hay vuelta que
valga. Da gracias que te devuelva el cambio con mi “sagrado dinero”.
-¡Oiga…!
-Si quieres cobrar con
“tu dinero” tendrás que venir otro día. Hoy pago con el mío. ¡Coge el puto
libro y desaparece de mi vista, pequeño mamón desagradecido!
Doblo la esquina, un
soplo de aire fresco me da en la cara, una caricia alegre y esperanzada, avanzo
unos pasos, abro la puerta de hierro del 134 y, como abortada de la luz, de la
claridad de abril que anega las calles, al penetrar ahí adentro todo es
oscuridad y mal olor, una penumbra que sólo puede llenar mi alma de congoja y
pesadumbre, y sin embargo ansío encerrarme en ese agujero que tantas veces fue
mi refugio, y que ahora es como un teatro del pánico, el único escenario
posible para la pútrida ceremonia de la muerte.
Quedo a oscuras,
inmóvil. “Que todo sea diferente”, me digo. Es una pesadilla. Abro los ojos: lo
que veo es la pesadilla.
El taller era mi casa,
mis manos, el hogar del cuerpo, lo sólido, lo real; cuando me hablaban de mi estudio parecía que porfiaban por
saber de mi alma, de lo que está detrás de lo visible en mi obra. ¡Qué necio
resulta ahora todo aquello!
Del diario 7/69.
Tenías una parcela del mundo en propiedad. Era tuyo ese ínfimo pedazo de
espacio-tiempo. Te pertenecía por entero. Lo adueñaba tu biografía. Y, ahora,
tienes que devolverlo, sin daños y en perfectas condiciones: he aquí el mundo
que tomé prestado: a cambio… quizás no vuelvas a la muerte –que sólo es posible
a los vivos-, ni tampoco a la nada –una idea de la negación sólo susceptible de
conceptuar asimismo a los vivos-.
¿De veras lo creía de
ese modo? No…, era una manera de ornamentarme, una sutil creencia en que podría
sobrevivirme a mí misma mediante subterfugios como la escritura, un mecanismo
que nada esclarece de uno mismo finalmente y que, en el fondo, es como una
traición a la obra meramente plástica. Ningún artista debería escribir una sola
palabra pecadora, prescindible del todo, que baste sólo la obra, que sea ella exclusivamente la huella, el trazo
que oriente a los que te suceden, la sola herencia que legas tras de ti tan
generosamente; de lo contrario…
Loca me hubiera
preferido antes que muerta. Al menos habría imaginado, habría soñado… ¿Y qué
otra cosa es el arte sino eso?
¿Y cómo queda el mundo
tras de mí…? ¿Más sucio? ¿Más limpio?
Atrás queda la parte
más complicada de mi existencia, la menos olvidable… ¡Y si la dejaran se pudriría
igualmente!
En la galería. Un tipo
corriente contemplando una obra de arte nada corriente: al principio miraba con
curiosidad; luego, con obstinación, hasta con violencia, pero no alcanzó el
desdén; al menos, no manifestó nada de eso en su absoluta inmovilidad frente a
la obra extendida en el suelo. Al cabo de un par de minutos dio media vuelta y
se alejó con resignación (¡mentirosa: era perfectamente visible que se encogía
de hombros!).
Bueno, podría ponerle
un chafarrinón amarillo a esa maldita resina asquerosa (de vez en cuando me
tomo alguna licencia poética).
¿Qué soy…?
Uno de los vectores
serían los dos signos de interrogación. Lo que queda en el medio…
A primera hora de la
mañana ha sonado el timbre y la artista abre la puerta de hierro del estudio en
el 134 de la calle Bowery.
-¿Miss Hesse?
Es un tipo alto y
delgado, calvo, de piel cerúlea, con lentes de montura de pasta. Tiene los
brazos pegados a los costados de la chaqueta marrón, que destaca claramente de
los pantalones azul claro. Debajo de la chaqueta asoma un jersey negro de
cuello de cisne. El atuendo clama desarmonía, lo que es curioso en un hombre
cuya figura debía denotar una pulcra mesura lejos de lo antitético, siquiera de
lo llamativo. No lleva nada en las manos. Sonríe débilmente.
-¿Sí? –pregunta ella a
su vez.
-Me estaba esperando.
Soy el paleógrafo.
-Ah… sí. Pase usted…
Disculpe el desorden.
-No se preocupe. Sé
como se las gastan los artistas.
El hombre da unos
pasos adelante y deja atrás la luz todavía incierta y reciente del día; ya en
el interior, vuelve a permanecer completamente inmóvil, con la feble sonrisa
aún en sus labios, como esperando el turno de su incuestionable protagonismo en
las escenas siguientes.
“En estos momentos,
soy el dueño absoluto de sus deseos”, se enorgullece El Descifrador, a la vez
que estudia con disimulo la escenografía asustante de adentro: ese
amontonamiento podría delatar… falta de
sintaxis.
“Miss Hesse” cierra la
pesada puerta, avanza hacia una desvencijada silla de cuero negro tipo
MR90, recoge unos libros y revistas de
arte del asiento e invita con la mano al otro a ponerse cómodo.
-Así que sintió miedo,
pero no recuerda por qué –dice el paleógrafo ya instalado en tan singular
sillón.
La artista, de
espaldas a él, deposita los libros y las revistas sobre la tabla alargada de
una mesa de trabajo, junto a unos cubos malolientes con regueros secos de una
materia inclasificable que descienden de los bordes; de otros botes pequeños,
abiertos, emanan olores intensos, esparcen por el aire los efluvios de una
química que hace escocer los ojos. Se da la vuelta hacia el paleógrafo y,
todavía sin responder a la afirmación de éste, se pasa el envés de la mano por
la frente y pregunta al otro con voz desganada si desea tomar algo.
“Aquí uno sólo puede
tomar veneno a granel… todo respira toxicidad en este aire alquímico”, se dice
el paleógrafo vestido de hortera. Declina la invitación impasible:
-No, muchas gracias.
-¿Miedo? –se pregunta
la artista al cabo de unos segundos-. Sí… Eso es. Sé que pensaba algo que me
hizo sentir miedo, pero ahora no logro acordarme de la causa que lo motivaba.
-Y el miedo se ha
acrecentado a medida que ha ido usted profundizando en los significados ocultos
de su obra... O simplemente navegando por su procelosa superficie.
-Sí, podría decirse de
ese modo.
-No debe inquietarse.
Es algo que sucede muy a menudo en lo referente a… -el hombre mira en derredor
con cierta aprensión el heteróclito escenario lleno de venenosas combinaciones
y de morbosas y silentes conspiraciones plásticas que les rodean a los dos por
todas partes-… esos modernos discursos.
-Nunca hubiera
imaginado que también fuera algo usual en otros artistas…
-Por supuesto que sí.
Todos ustedes se enfrentan a materiales tangenciales, incluso inéditos en su
gran mayoría, y acaso peligrosos potencialmente. Esa… esa sería la
circunstancia de la contemporaneidad artística.
-Aunque, ¿por qué no
habrían ellos de padecer una similar angustia? –se pregunta en voz alta la
artista dubitativa.
-En efecto (y piensa
el tipo de vistosos retales: “los mismos perros con distintos collares”). Pero
la palabra sería ansiedad ante esa otra realidad. En fin…
-¿Sí…? ¿De veras lo
cree?
-Empecemos, entonces,
por el principio…
-En el principio fue
Alemania… En el 64.
Abre el libro. ¡Enorme
libro!
¿Ante qué nos
hallamos?
Ante lo enrarecido.
Aunque (todavía) no nos adentremos en aquella galería de arte inventada por
Dorothy Parker donde los cuadros cuelgan vueltos a la pared.
Apuntes, esbozos,
quizás un borrador, o la copia final en limpio (¿?)…
Tachaduras,
correcciones, enmiendas… No se ven por ningún lado: la soga en su sitio, el
enredo…
¿Es precisa la
enumeración de los materiales, la manipulación a los que se les somete, la
disposición reiterada (cuelgan las cosas, como de una horca), los componentes
electos y recurrentes?
¿De qué imaginario
mental surgen estos fragmentos toscos y venenosos?
¿Cuántas veces surge
el azar en estas caprichosas disposiciones?
¿Son fragmentos que
aluden o tratan de reivindicar la crónica y la leyenda de un espíritu alerta o
decaído, enfermizo o clarividente, perverso o compasivo?
Lo escrito, escrito
está.
El Hermeneuta
desentraña hasta el más oscuro empeño y el más nimio de los pormenores. Su
exégesis no cejará hasta que el auténtico sentido del objeto de estudio –tanto si
lo hubiere como si no- salga a la luz y se exponga a sus (nuestros) ojos y
entendimiento, como la codicología estudia y termina revelando de los antiguos
manuscritos en vitela anteriores al XVI toda interpretación encerrada en los
infolios.
He aquí lo iconográfico
del poliuretano, del látex, de las resinas, obsérvese la textura, su
consistencia, el pérfido cromatismo… Descubra la auténtica apariencia, demórese
en su escrutinio, huélala, descríbala,
interprétela, léala con suma atención, allegue a su auténtica identificación.
Acaricie su iconicidad. Ahora ya lo comprende todo. Esta ciencia instrumental
le conduce sin pausa al sobresalto de lo iconológico, le insta a recorrer el
negro túnel ingrato del “tercer estrato”, a iluminarse de la especificidad esencial
de la obra ante sus ojos –pues brilla en la oscuridad-: lo simbólico, lo
trascendental, el significado intrínseco anegan sus entendederas con la
suavidad de las aguas de un arroyo apacible: ha entrado en el espíritu del
artista, en la malla misteriosa y magnífica de sus ocurrencias más íntimas
aunque confesables y expuestas al ojo universal. Se halla usted, mi querido
amigo espectador, en las más altas regiones de lo espiritual-artístico, próximo
a palpar con la yema de sus dedos mundanos la oculta pero connotativa deidad de
esta hacedora de figuraciones y asechanzas plásticas.
Fragmentada la obra en
mil pedazos, diseminada en puzle amedrentador, el paleógrafo requerirá de Gran
Paciencia para editar, certificar y sancionar La Gran Obra.
¡Qué sería de vosotros
los “plásticos” sin nosotros Los Deshollinadores!
Todo esto vale dinero.
Tiene un precio.
“Ahora comprendo mi
miedo: ¡que no se me entendiera de ninguna de las maneras, incluso en el
propósito deliberado de hacerlo todo ininteligible!”
El primer signo (la
primera escritura recién nacida, los garabatos a mano con pulso firme a pesar
de todo, apenas entrevistas esas letras en las brumas de lo incierto) se
inclina ante el becerro de oro, no nace de lo mistérico ni de lo sagrado ni de
la propia indagación de un ser humano aterrado por su inmensa pequeñez ante la
grandeza cósmica y natural que le rodea: nace del trueque material, de lo
mercantil, del intercambio grosero, de la suma y la resta de las menudencias
contables grabadas en el caparazón de una tortuga o en un trozo de hueso.
Todo esto vale su peso en oro.
“Anda, sé una buena amita de casa”, aconsejan de
nuevo las gentes sabias, afables y bien educadas, aquellas a las que (pues hay
biografías que no dan para mucho, ni bueno ni malo) es difícil que les tumbe un
tumor cerebral a los treinta y cuatro años. La cuestión es pasar el rato:
métete en la cocina y pasa cuatro horas siguiendo al pie de la letra una receta
de Julia Child. A fin de cuentas, ¿qué es el arte sino combinar bien… ciertos
ingredientes?
“El gran arte del Sur…”, dijo el tipo del Sur,
de baja estatura, de miembros delicados, rompibles, de pelo blanco y de
expresión seria, de ceñudo mostacho, de voz profunda… Ese tipo que llegaba a
las tabernas del Village (donde todo el mundo menor de noventa años va en busca
de sueños) arrastrando tras de sí el olor y el calor de los pantanos, los
robles centenarios, el pórtico griego pretencioso, el abolengo rancio de la
tierra con la hueste de servidores, ese tipo entusiasta del whisky casero (como
el diablo manda) y el orgullo del látigo refiere las sagas de unos dueños de
vidas, haciendas y descendencias (en aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos,
podían comprarse por un par de dólares un pedazo de tierra y un negro), las
fantasías, los pasados falsos, la épica de los engaños de la aurora (deseaba
pintar como él, como todo aquello, dijo el ilustrador…).
14.10.1971
Llegado
de muy lejos al parque bajo el sol crepuscular. El estruendo del tráfico
envolvente llega allí sofocado. Aún hay niños que juegan, un perro blanco y
delgado que le mira misterioso con ojos polvorientos. En el aire otoñal se
acuna un balancín solitario tan lentamente que parece detenido en el tiempo...
(No serán de esta tierra ni la extraña fragancia vegetal ni los colores
amarillos ni el esplendente rojo.) Toma asiento en el banco. Sabe que es el
final. La luz se agrisa. Lentamente.
29.5.1972
Aún
no es parque vacío y la leve luz vespertina y el aire tibio que disipa las
voces y atenúa los ruidos urbanos bastan para iluminar el hierro pintado y la
madera caprichosa de los juegos y las siluetas fugaces como sus risas de niños
dorados y sucios a la suave hora de un atardecer primaveral cae la luz gris y
lenta de aire oloroso de la última tarde sobre el hombre sentado con manos de
criminal o suicida sobre el regazo y entonces los destellos luminosos radiantes
del pasado se precipitan tras los párpados vencidos lo que era bello y perenne
cálido fuego alzado como un cáliz de fuego alzado un gran fuego que más y más
resplandece y allá donde la noche no llega y la absolución o la culpa no
importan.
En fin, con la muerte…
Arroja la moneda al
aire:
si sale cara, gana; si
sale cruz, pierdes.
Y mañana antes de
emprender el viaje, ¿qué?
Todos los huevos con
jamón y tazas de café (agua de café) que quepan en dos dólares.
Todavía, al final de
su vida, en el invierno primero de 1969 (pues todos los años tienen dos
inviernos), a los 33 años (¿qué importa la suma del fin, 100 ó 25?), se
preguntaba de una manera infantil (pues se interrogaba a sí misma escribiendo) qué era el arte. Vaya por Dios... ¡A
estas alturas!
El arte es una cosa.
Una cosa es el arte. El arte de la cosa. La cosa del arte. La cosa es que…
No era su palabra tal
vez la buena nueva, pues como todo mesías requería su evangelista, y poco ducha
era con la pluma en la mano, aun cuando no analfabeta o se limitara a juguetear
con la punta de un palo sobre el polvo en una pausa de su prédica, y, sin
embargo, ya engendrando en su interior monstruos, alumbraba en la pobre y
huérfana hoja de papel una suerte de confesión cuya sinceridad de entonces se
vería contradecida más tarde necesariamente por la inexpresable poética
posterior que en nada se sustentaba de aquella respuesta de los inicios cuando
debía mostrarse más diáfana en su cometido y más visible en sus intenciones
(¡Tenemos que creerte, condenada muchacha! ¡Se trata de dinero!):
La propia voz:
(Atiplada, Miguel Ángel; mesurada la de
Leonardo; melifluo el tono de Reynolds; profunda, Velázquez; bronca voz la de
Caravaggio; sombría la de Goya; la de Rembrandt sibilina; Pollock gruñe; Van
Gogh gritón; mudo Munch; untosa la de Balthus; Basquiat farfulla; la voz de
Hopper es clara y rasa, algo rancia; escueta la de Gaugin; medida la voz de
Braque; Kandisky susurra; Klee sonríe; Francis Bacon calla; babélico y burlón
Picasso…):
Olía a algo desconocido, algo de muy atrás, un
olor fresco y húmedo, gratificante, que parecía tonificar la sangre y limpiar
los pulmones, pero que no provenía de la corriente del Eats River, sino de algo
mucho más allá, de más lejos, del océano.
Ya se apagaba el
último resplandor dorado de la tarde. Sintió frío el Negro. Y una sensación que
sólo mucho después, ya en la ratonera de Queens, descubriría con perplejidad
pero también con humillación: miedo. “Solo, como millones de ellos”, pensó. Él
está a la vista, en el parque sobre el que se ha cernido ya enteramente la luz
gris, casi metálica, y ellos y sus asuntos se ocultan una y otra vez sin dejar
de andar por las calles y avenidas de la ciudad sin principio ni final. ¿Y
ella?
Gruesas gotas como
monedas se vertían sobre su rostro alzado al cristal ahumado del cielo, “el
barro, aquella materia endeble del arte de la escultura, lejano y tenaz en el
tiempo, sería más duradero que ella”. Lo pensó por un instante consternada,
pero en seguida sonrió: sabía que algo no
de ella sino por ella iba a
sobrevivir.
(Y, otra vez, pensaba
¿ahora, qué?
Se había levantado
tarde para lo que era su costumbre habitual, pero antes no es que durmiera,
permaneció en la cama durante horas con los ojos abiertos penetrando primero la
oscuridad llena de interrogantes invisibles, luego la penumbra temible y
finalmente la horrenda blancura del alba en el techo.
Era, en efecto, la
náusea, la verdadera, física y dolorosa náusea.)
Rodeada de algo que se
mueve a 100.000 kilómetros por hora. Es imperceptible, pero se mueve, y tú vas
a sitios desconocidos en ese viaje a través del cosmos a la nada.
Patadón al fragmento
de madera untado de látex: recorre un par de metros por el suelo, golpea la
pared (pongamos norte) de la sala, y el breve rebote vuelve a desplazarlo unos
centímetros al interior del recinto de la sala: su estado final, inmóvil, arte
eterno: punto omega.
Porque la imagen me ha
sido dada.
Porque la imagen ha
sido concebible.
Porque nada hay que
impida su mostración y su desafío.
¿Qué tejes, Penélope?
Las tinieblas. El
caos. Lo desconocido. Lo indescifrable. El misterio. El no. La rebelión. La
blasfemia. Lo sacrílego. La furia. La mofa. La burla. El desdén. La derrota. El
miedo. La angustia. El tiempo. La muerte. La nada.
El Negro debería
renunciar a manosear su conciencia o la de quien fuese, acogerse a las delicias
perversas de ser el poema en lugar de ser
poeta como ya había decidido tiempo atrás, deshacerse cuanto antes de la
máquina de escribir (mala la palabra
humana) y devenir personaje faulkneriano aun-sin-estar-a-salvo-de-nada allá
en la mansión blanca al final del camino bordeado de cedros rojos:
eterno con un vaso de
whisky en una mano y un volumen de Horacio en la otra bajo la sombra del porche
columnario y rodeado del canto de los pájaros en verano; al calor de las llamas
que crepitan en la chimenea de la biblioteca en el invierno, envuelto en el
silencio elocuente de las paredes forradas de libros.
¿Por qué escribes
sobre ella? ¿Por q ué
precisamente ella?
Porque está muerta, y
los dioses han sido injustos con ella, y un halo trágico envuelve su memoria, y
su arte era (es) una blasfemia, un sinsentido mayúsculo y admirable, y todo eso
son los ingredientes básicos para el engrandecimiento de un artista: lo
suficiente para una exposición duradera.
Está inmóvil, con los
ojos cerrados. Adentro todo parece envuelto en extraños colores. Hace tiempo
que debe haberse dado cuenta que, por fin, está muerta, aunque aún puede
pensar, cada vez más débilmente, como si el pensamiento, sólido y mensurable,
visible, fuese una luz que se va extinguiendo con estudiado cálculo. “Ahora a
esperar”, se habría dicho indiferente, con infinita paciencia (con toda la
paciencia del mundo).
Arrival.
1966.
En esta época
protegida de Dios y en ese país protegido del mismo Dios omnipotente, a este
tipo más le hubiera valido tener unos años menos, ser algo más avispado y andar
por ahí arrastrando colgada de su brazo a una Eva Hesse teenager con el
cabello suelto, las piernas al aire, un seno asomando por el escote y cuya
única idea del arte fuesen los cartones de Kellogs, los afiches de los films y
las carátulas de los discos, sí, Viajero del Pasado y del Futuro, hacer
literatura quemando gasolina por la ruta 66 o por cualquier otro camino por
donde ronda el diablo perfumado de sexo y con el after-shave del autorradio brincando en la piel del rostro,
escuchando el rock desaforado que brama el altavoz del coche y bebiendo a toda
velocidad bajo el sol quemante de las llanuras del Medio Oeste o refrescado por
el cielo estrellado de la noche de asfalto el whisky tibio y barato y solidario
que engaña todas las penalidades, a ti mismo, el dolor, el pasado, hasta el
destino malo. Viajero que huye lejos… cuando el presente es la única nave que
surca los mares.
El arte son las
sombras de las sombras que proyectan los seres y las cosas platónicas. Los
artistas se mueven entre sombras, figuraciones, simulacros.
(Esquigrafía).
Algo misterioso se
entreteje en la obra, en cualquiera de ella, incluso en el bosquejo inicial, en
sus trazas primitivas, una quintaesencia indescifrable (el enigma elude la
definición y escapa más allá de la artista, de su intención y de sus manos).
“Al borde del abismo,
¿podrías resumir todo esto?”
“Es difícil…”
“Digamos, entonces,
que sería posible hablar de una especie de sadhana,
la obra como una obra espiritual…”
Hay dolor, pero aún no
son los tiempos en que puedes tener sujeto a un dedo un botón donde apretar por
si quieres más medicación narcótica.
Incluso…
El cineasta afirmaba
rotundo que filmando había que escribir con la cámara como si ésta fuese la
estilográfica con que se escribe un poema o un relato.
Un burlón preguntó si
en la comparanza podía sustituirse la “estilográfica” por una máquina de
escribir.
Estoy segura que en la
mente de todo el mundo, al escuchar la sugerencia del espontáneo, se imprimió
en seguida la idea de lo objetual, lo gravitatorio, lo que despojaría de la
presunta ligereza el hecho procesual de realizar un film con voluntad de estilo
e investido de dinamismo en oposición al plano-contraplano tradicional.
En todo caso, no hace
falta mover la cámara en el espacio para “escribir con ella”, con pluma de ave
o máquina de escribir.
¿Cómo se escribe la
abyección del cuerpo?
Vaya uno a saber.
Todos sus materiales
usurpan las tétricas funciones interiores. ¿Qué se cuece en ese jugo y fluidos
viscosos? ¿Qué hierve junto la masa encefálica?
¡Oh, cocina del
artista!
Mal ataviada con sus peores galas, se dispone a
presenciar el cortejo de las vísceras y entrañas, las entretelas aún
misteriosas de debajo de la carne. Una procesión orgánica desfila ante sus
ojos, y sus manos se activan, la emoción de la artista adquiere dimensiones
épicas: penetro en los arcanos de la máquina, adonde quizás se hallen los
artilugios de una ariadna que expliquen el trazado del laberinto y los espejos
y aclaren sus espesuras.
Hela ahí, cirujana del
miedo.
Se engañaba a
conciencia, hasta con crueldad.
“Vivimos dos vidas. La
incógnita es que no sabemos cual de las dos estamos viviendo. El hecho de no
recordar nada de la anterior me lleva a pensar que estoy en la primera. Esto es
sumamente reconfortante para dejar las cosas como están y esperar mejores oportunidades
en la época de Nuevas Rebajas. Explicaría la razón de muchos desastres.
Probablemente, seré la misma; probablemente, todo será distinto.
“Ahora bien, ¿cómo se
entra en la segunda vida? ¿Botados de la misma nada desde la que entramos en la
primera? En ese caso… ¿qué ha pasado con los sucesos y pensamientos de la
primera? ¿siempre venimos de la nada?”
Y al final, muy
enferma, en esta hora de saldos, los mundos (cualquiera de ellos) se tornan
pequeños, se estrechan, se convierten en refugios, en El Refugio, cálido,
acogedor, como un útero lo suficientemente grande para vivir de adulto y lo
bastante pequeño para mantener bajo control la lucha diaria del vivir
malherida: todo Nueva York lo redujo la artista mediante una conveniencia
inteligente y decidida que libraba de los combates no deseados y protegía de
asechanzas más torpes y menudas: trazó las fronteras entre Houston Street y
Chambers, decretó un día de primavera cálido y benefactor interminable y se
impuso a sí misma la disciplina férrea del olvido de la enfermedad. Lo demás…
era peligroso o no existía.
A rodar.
Y ése, ¿por dónde
anda?
-¿Tienes muchos sitios
donde ir?
-Ya lo creo. Sólo
tengo que dormir (y a veces ni siquiera eso) para soñarlos.
“Aquella
mujer...
Era como estar enamorado de una navaja.”
Miércoles. A la 125. Al Apollo Theater: día de
chistes.
Si ignoras las letras,
la palabra, cada una de ellas, es un jeroglífico.
-Joseph
no existe –-continuó sin esperar respuesta-, pues tenéis que saber, como muy
pronto lo sabrá el mundo entero, que aquel que ha vivido entre nosotros con el
nombre de Joseph no era Joseph... Era el mismo Dios...
(...)
Se irguió todavía más, y la expresión de su rostro, realzado
por la barba blanca, se endureció:
-¡Vete! –ordenó-. ¡Márchate de aquí antes de que tu insolencia
te destruya!
(...)
-¡Blasfemo! –-replicó con voz de trueno- ¡Ahora morirás!
Conversación con…
Era un artista tan
presuntuoso o tan estúpido que estaba convencido de que su obra no es que fuera
superior a la de sus contemporáneos sino que pensaba que estaría muy por
encima… ¡de las creadas en el futuro!
-Será una obra
diferente, en todo caso… -le corregían.
Pero su vanidad le
impedía aceptar esa premisa esencial de lo nuevo al pensar equivocadamente que
tal cualidad (ser una creación distinta)
no colmaba las expectativas que él mismo se había imaginado, así que prefería
dar por sentado desde el principio el grado sublime de su obra y, por supuesto,
insuperable en el arte del porvenir.
Conviene no
precipitarse: en el arte, trabaja en borradores; luego…
De su cuaderno verde
entresacaba las ideas fallidas, los bocetos, las creencias poco dignas de
elaborar…
Una vez puesta en el
papel la idea de la obra… ¿no debería
bastar?
X. me deja sobre la
mesa la página casi desgarrada de un bloc donde ha copiado de su puño y letra
un poema corto de Wallace Stevens, “los más señalados enigmas que tú, especialmente tú, puedes encontrar en
este poeta (al estilo de Mallarmé)”. Me dan ganas de contestarle por carta
(¡qué formalidad!): “¡No, no es eso, no es eso!”
Lo que hago, lo que
reflexiono, aún son los rescoldos de las “agendas alemanas”.
Los esquemas y bocetos
del 65/66: me dije que debería crear un diccionario de “estímulos gráficos”.
El problema de las
escalas. Sueño la dimensión real: me asusto. Los pequeños bocetos son
“inofensivos” a pesar de todo. Cuando ya en la galería, a los ojos de todo el
mundo, adquieren su verdadero tamaño parecen… ofender. El desafío calculado
(tal vez) se transforma en afrenta.
¿En qué momento se da
la versión definitiva…? ¿Qué ultima la obra?
Conversación con el
cantero. Menciona a Miguel Ángel.
Dibujo: apenas la
idea; en 3D, todo cambiante. El aire: papel: cuelga.
De nuevo Miguel Ángel:
los canteros.
El cielo lechoso y
terrible de agosto de Carrara.
La escultura es un
trabajo sucio. Imagina los carros cargados de bloques desgajados de la roca de
la montaña tirados por bueyes, el polvo del camino, los gritos y el sudor de
los hombres con la piel quemada por el sol, el cansancio, el aire blanco.
Los títulos (evitarlos
de larga extensión, pero hacerlos oscuros).
La alusión mitológica,
acaso inadvertida (lo preferible).
“No se trata de
arcanos”, dijo.
Tampoco de un acertijo
infantil: no hace falta que sepas lo que es.
No puede ser moderna
si trabaja con materiales antiguos.
Viernes: no leo ni una
página del libro prestado por… (lo devolveré sin abrirlo: fue él quien lo sugirió).
En Times Square: una
niña me mira fijamente. Una hora después descubro quien es: no puedo volver
sobre mis pasos y manosear mi infancia. ¿Qué hacía sola allí, entre toda esa
gente apresurada y el peligro acechante del tráfico por todos los lados?
Donde se esconden los
monstruos, dragones humeantes.
Por la tarde: c./7u.
Inútil pensar en nada claro cuando una llovizna
tenaz se abate al suelo ininterrumpidamente: en realidad, entonces sólo me veo
a mí misma, viendo lo que pienso,
ajena al exterior, al mundo.
Conting.: podría ser cualquier otra cosa.
Hizo un largo viaje, cruzó un océano… sólo para
comprobar a su regreso que se había quedado esperándose en su lugar de origen.
Hist. de los judíos
(historia de lo judío).
La muerte de la madre
“contra la tierra”.
La “intrusa”/túneles.
Una vida en capítulos.
“Estoy en el IV” (por ejemplo). Prosigo por el VIII. Retrocedo al II, lo
secundo con el XXI… ¿A quién se la dedico?
Resinas: no es tanto
lo que empleo enmi arte como lo que he
dejado de utilizar: venenos actuales por viejos materiales.
Est. el bestiario humano de una tal Arbus. No te
reconoces en ellos, pero sí en el
sufrimiento de su diferencia. Aunque, ellos, los patéticos retratados, ¿lo
creen de ese modo?
Ahora, ya en el paseo semanal hasta el hospital de
Nueva York, todos los días son “el buen día”.
No, yo no deseo
transformar la realidad (¿para qué?), basta que le adjunte (o le “estampe”) mis
ocurrencias expresivas: forman parte de
ella.
¿No es ello un ejemplo
de humildad?
En el Big Ship de Butte oí por vez primera a un minero
pelirrojo de nombre Hickey Dewey que a la ciudad de Personville la llamaban
Poinsonville (...) Unos años más tarde fui a Personville y comprendí el significado
exacto de esa denominación.
(X. pensaba en la
celada, en las arenas movedizas que sostenían falazmente la afirmación de la
artista, como dicha al desgaire, a vuela pluma de una conversación cuyos
arranques y parones, arbitrariedades y desviaciones eran producto de la
provisión inagotable de vino blanco. Todo son trampas cuando las lenguas se
desatan e ignoran la contención. Bebíamos
en copas de oro, doradas eran las tardes de septiembre, y dorada era nuestra
juventud.
Puso la cara seria, de
buena chica, y desviaba la vista para no echarse a reír.)
Las fotos de…
(En attendant Godot: revisar pasaje pág. 64-65. Edit. M.)
-No viene nadie. No pasa nadie. Nadie se va. Es terrible.
-Dígale que piense.
-Dele su sombrero.
-¿Su sombrero?
-No puede pensar sin sombrero.
G.: “Claro que llego a
todos los sitios… ¡Son los lugares los que no coinciden conmigo!”
“Le estábamos
esperando. Pase.”
(Y le cierran la puerta en sus narices.)
¿Cómo se escribe con
una estilográfica Blackbird, señor Saposcat?
En Malone meurt (pg. 180, edit. Trieste):
“Con todo su pequeño mundo, que luego de dos
horas de esfuerzos aún no había logrado reunir del todo…”
Pasean por su mundo tan tranquilos y a gusto…
(Al contemplar los “monstruos” de la Arbus.)
J.A. me enseñó a
aprender, no a enseñar. Y ahora soy yo la que enseño… ¡y no puedo desnudarme a
mí misma!
El poder del látex, la
fluidez de la fibra de vidrio.
“Aquella chica pintaba
cajas de madera, en Nueva York, allá por los primeros años sesenta…”
(etcétera).
En enero del primer
año del siglo XXI (con sesenta y cinco años tendré el mundo encerrado en un
puño) miraré para atrás y…
Desde lo alto: la
ciudad como un cúmulo… No (un túmulo).
Los objetos de hoy…
eran las pertenencias, el mundo
espiritual, de aquellas carotas expresionistas de los primero sesenta.
La literatura, en unos
años, ya no le importará a nadie: sólo se leerán novelas de entretenimiento y
de un costumbrismo trasnochado disfrazado de palabras y giros de lenguaje
modernos sin provocación… Algo semejante ocurrirá en el siglo XXI con el arte:
los artistas verdaderos se arrojarán al suelo (quizás aullando para enfatizar
un poco más el espectáculo) y los burgueses de siempre seguirán colgando en las
paredes de sus apartamentos y castillos de siempre los cuadros de siempre.
¿Cuándo es la versión definitiva?
Paradoja (pará-dóxa): Insignificancia de un
pensamiento al despertar: se diría que la luz macilenta y trémula del amanecer
lo aclara todo.
Quieres pintar un
caballo, pero el caballo no debe aparecer:
“He ahí tu tragedia”, me dijo (¡como si de verdad él manejara las riendas!).
Una obra de arte es
una… ¿fábula?
(¡Su fin será devenir
espectáculo!)
En México, en el 68.
Lo azteca: el arte terminal. Como una alucinación: el arte como una terapia
inconfesa... incluso conductual. El “color”
del habla, los sonidos que podrían (si a ello me pusiera) dibujarse… pintarse,
crearse.
Caballo azul:
encontraban los pinceles refugio bajo ese manto inesperado.
¿Su afición favorita?
Ver pintura. La idea de la escultura
(sobre todo la de bronce, o la que parece esforzarse por erguirse en la
piedra), me hace sufrir. El barro, tan cómico, termina por abatirse sobre sí
mismo.
Poetas latinos: realistas a pesar de todo, menos
sinceros que los griegos.
Haz sólo que sugiera.
El miedo lo envenena
todo.
Tori.
Vid.: La peste de
Atenas. De rerum natura: intérprete
del alma, la lengua que mana sangre…
L.: la forma del hexámetro. (Considerar).
De Epicuro: oculta tu
vida (a salvo de la chanza, de la burla, del desprecio…)
¡Si sólo bastara con
la disciplina!
Los cinco gatos de
ámbar: pérfidos, egoístas, jocosos…
Mejor tomar notas que
engañarse día tras día con un diario: tampoco atrapas el tiempo, y el sentido
de la vida no aparece por ninguna parte… ¡quizás entre líneas!
Llamada de D. (dejo
sonar el teléfono, pero no respondo). Sé
que es él. Pero ¿a quién llama?, y especialmente, ¿adónde cree que llama) Una vez en esta ciudad, nadie es ya nunca el mismo. (Todos los desconocidos se conocían
entre sí.)
D.H.R. Como principio
(tal vez).
El hierro. Dijo. Y manoseaba los plásticos.
Absurdo. Ab/surdus:
opuesto (mejor: ajeno) a toda razón. ¡Sordo de entendederas!
¿Por qué escribirlo…
¡si puedes hacerlo con las manos!?
Límites de la
expresión. En plástica, ninguno.
Dibuja sonidos.
Lo judío: inspira el
tacto, texturas, hasta colores vivos, oscuros, el sol, el olor de la piedra
seca, la tierra yerma.
Los mitos. El Mito.
Circe. O el cíclope. Homero: las cuencas vacías de los ojos.
Quietud. Miedo (pues
no ha de volver el verano): en el corazón de la ciudad sacia lo poco de verde:
apunta: la luz que se quiebra en las copas de los árboles, se vierte rota y
caótica sobre el suelo donde ya caen las primeras y débiles hojas del otoño.
Apelar a la ambigüedad antes que a lo
sustantivo.
1). Razones para hacerlo.
2). Razones para deshacerlo.
(Cuaderno amarillo).
(Tal vez fuera el verde.)
Una sintaxis como
refrendo de una morfología electa: esa
construcción ha de revelar el sentido
de la forma. (Concordancia. Consecuencia. Cohesión. Coherencia.)
La respuesta como
pregunta: el objeto/los objetos se autodenominan, se declaran, se
autodescifran…
La madre que estudió
arte… ¿Y si hubiera ejercido como
artista aun sin crear una sola obra?
Nadie puede enseñar a
vivir.
Vivir es… natural, las cosas pasan.
Un ciclo muy
comprensible y… misterioso. (Nace el tronco en el sexo, arranca hasta la
garganta, continúa hasta el cerebro, se ramifica a los lados, las raíces que
descienden, descienden.. hasta la misma tierra que todo lo engullera de nuevo.)
Todo buen artista es
un deicida: mata de un plumazo a ese dios
que impone los mandamientos a los otros artistas de su tiempo, y con aquel
magnífico y divino cadáver de falsa grandeza cósmica se van al diablo todas las
pasadas malditas reglas.
Sentenciada: progresa
a zancadas, desdeña lo intermedio, las menores
preocupaciones del estilo, las inútiles formalidades de una correcta
educación hacia los testigos.
¿Es una idea? (“Sólo
es un objeto”, dijo con desprecio). Tal vez la idea surja después de la obra.
Borges en un malvado
párrafo de El aleph censura algo
parecido en los pomposos alejandrinos del ficticio poeta Carlos Argentino
Daneri a los que éste, pretextando razones peregrinas y sólo evidentes para él,
atribuye todo un cúmulo de virtudes posteriores al acto previo de la creación.
Bolígrafo. Las tintas violetas,
azules, verdes… La tinta que fluía sobre el papel dejando tras de sí un
penetrante olor a almendras amargas. No crear los colores… ¡el olor, él solo!
El espacio como lienzo
donde se pinta, la tabla primitiva que sostiene los milagros y dorados del
pigmento… El espacio también como la
piedra que se talla.
La bellísima esquina
del Flatiron: su arquitecto suicida: vértice/vértigo.
“Voy a morir”, me
digo, y pienso en el libro que no leeré, las noches de luna llena que han de
sobrevivirme, las nuevas melodías del verano que susurran en la brisa perfumada
del atardecer… (por la oscura ventana abierta: una balada indescifrable).
(Chesterton, cuando
intentaban inquietarle con un probable fin del mundo: “¿Por qué razón he de
preocuparme por ello? El fin del mundo ya ha ocurrido muchas veces.”)
“Tal vez si no
durmiera…”, se dice, como ese personaje de Pavese, “no envejecería nunca…”
Es el sueño el que
nos… los sueños los que nos envejecen.
El arte es lo
espiritual; es decir, las preguntas sin respuesta, lo irracional, lo oscuro, lo
que está más allá de lo visible: exige la fe.
Sade: lo pornográfico
no está en el relato sino en el añadido filosófico.
Pornografía del pensamiento:
¿cómo desarrollar esto?
Somos miles, reconoció
con el pincel en la mano (¡y no lejos del… ¡caballete!):
miles… en esta feria
de las vanidades que más que un acerbo Thackeray, un irónico Cervantes o un
esclarecido y tajante Shakespeare ha de toparse más tarde o más temprano con la
carcajada ecuménica y circense de un obsceno Rabelais cronista de su desmesura.
Me valgo de un
lenguaje que necesariamente se desvanece en la plástica que apuntala… como el
lenguaje que crea la poesía, que la
revela y él termina desapareciendo como una madre sacrificada y efímera que
muere en el alumbramiento.
K.A.P.: No soy lo
suficientemente judía, ni lo bastante puritana, para creer que los pecados del
padre y/o de la madre condenan a su generación.
The Leaning Tower and
Other Stories.
(Reseña de Edmund
Wilson en el New Yorker de setiembre
del 44: a esta mujer no se la puede interpretar según ninguna de las fórmulas
conocidas…”).
The Leaning...: el desconcierto
del artista, una Alemania hacia lo grotesco pero también dirigida a lo
criminal.
La Torre de Pisa, que
hace de la decorosa ruina y de su imperfección la mejor llamada para su
contemplación.
¿De qué modelo
partimos?
1900: ¿De la muñeca
Pandora?
Parto de lo humano.
Parto del espíritu.
2000: Adiós al modelo
90-60-90.
Altas, desgarbadas,
huesudas, (cuello estrecho, cintura estrecha, tobillos estrechos), salvadas in
extremis de Bergen-Belsen, vomitadas del mundo real, anoxéricas, con mal
aliento a causa de las huelgas de hambre,
ojos muertos, la expresión vacía… ¡Disfrazadas, acechadas, desechadas,
maltrechas, asquerosas!
Nuevos estandartes de lo bello… las modelos: puros esqueletos.
Tiene que ser breve,
exigió. Existen las obras de arte breves.
No más de siete segundos de observación:
Una mujer breve.
De la imaginación nace
el lenguaje, siempre posterior.
Viaje en metro: los
que leen, los que miran al vacío, o adentro de sí (adonde quizás sea mayor el
desierto), los que cierran los ojos…
(...)
La luz de una inmensa avaricia alumbró en sus ojos. Nick de Nueva York tenía la
reputación de ser fanfarrón y millonario. Todos querían su dinero.
El Negro coge el metro
en la 103 hasta Canal (noviembre, lunes, lluvioso, de vuelta a casa pasada la
media tarde, olor a ropa mojada, al aire y aliento densos y metálicos un poco
podridos de la gente anónima y viajera al país-de-nunca–jamás-triunfarás):
pasajeros que viajan (que huyen de ojos enemigos:
cansados, hastiados, muertos, y si vivos, hostiles) a través de Dickinson, Sports Illustrated, Hunter, New York Post, F.B.I.’s Stories, Malamud, Village Voice, New York Post (2), Hemingway, The
New York Times, Frost, Kafka, Cain, Daily
News, Susan, Batman, New York Post (3), Mailer, Blondie, Dante, una biografía de
Lincoln, New York Post (4), Sports Illustrated (2), Updike, Sex, Fleming, The New York Times (2), Wouk, Detective,
New York Post (5), Goodis, New York Post (6), Susan (2), Daily News (2), Hemingway (2), Parker, Superman, la Biblia, una biografía de
JFK, New York Post (7), Uris, Hágalo usted mismo, Stanley-Gardner, New York Post (8), Zola, Girls!, Daily News (3), Ambler, Shakespeare, Waltari, Life, New York Post (9), Robbins, Daily News (4), Whitman, Sports Illustrated (3), la Biblia (2)…
En el exterior, sigue
lloviendo con fuerza. Corro a zancadas hasta el “refugio del estudio”,
chapoteando como una niña traviesa en los charcos junto a los bordillos,
deseosa del claustro, de las sombras silenciosas y benéficas de sus esquinas.
De repente se escucha
el tintineo de las campanillas que cuelgan sobre la puerta de la entrada de su
taller: todos los fantasmas… ¡de adentro! comienzan a salir por el hueco
abierto. Cesa el sonido: aún quedan tras la puerta cerrada un buen puñado de
ellos, y acaso los más burlones y atrevidos.
Lo mejor de lo que
escribe lo guarda para sí: lo destruye. (Pero le ha dado vida, lo ha hecho existir… ¡era posible!, ¡y él lo ha hecho!).
Las ideas (o la intuición)
en el estudio: no hacerlas visibles, pues son diálogos con una misma, miedos,
rarezas, desafíos… O los escombros, las sobras, la punta del iceberg que se ve.
-Sólo es un verso.
Puro sonido.
-Pero…
-¿Para qué más?
Criptografías.
También, enunciado. Es suficiente.
De pequeña (gritándole
a Helen, que la desquiciaba): “¡Claro que me gustaría estar muerta…! Pero ¿cómo
se vuelve después?”
Cualquier cosa podría
ser de un color distinto al que se nos muestra a la luz.
(¡Pero ningún rojo es
igual a otro rojo!)
La forma (por
innúmera) es sagrada.
El recuerdo entre la
espesura viscosa del cerebro:
jueves, 26 de
noviembre de 1964: frente al hombre terrible, los ojos esperanzados que, a
veces, parecen suplicar ayuda, y, otras veces, demandar tu complicidad absoluta
con el pecado del orgullo y en todo momento los tremendos paisajes de su alma: Vincent van Gogh, amarillo y colérico.
Toda obra es interior: ves por una ventana.
Te ven por una ventana
exterior.
Los buenos
sentimientos, el propósito ecuménico de hacer el bien, de ser el bien: aún estamos a tiempo, afirmaba el encantador de
serpientes, todavía mueren muchos más seres humanos pacíficamente en sus camas
que a causa de los desastres de la guerra…
Pues a la desmesura…:
“Mi arte demanda el
principio antrópico: existe porque será observado, y a esa contemplación debe
su inexcusable existencia: en el mismo instante de su creación requería tus ojos.”
No es el discurso: es la forma: antes de la mostración de
su incongruencia posterior (la segunda, por así decirlo), las piezas se hallan
dispersas en un desorden que tiene bastante de discurso por sí mismo: armar la
disgregación, unirla mediantes nexos invisibles y ataduras ilegibles y
gramáticas indemostrables es la tarea que culmina en otra dispersión tan
desordenada y aleatoria como aquella, pero ahora
deliberada, consciente, mayestática por la intencionalidad que animaba durante
su ejecución.
Se olía por dentro,
como si al respirar una bocanada de aire y luego de unos instantes al
expulsarlo le subiese por la tráquea una insidiosa emanación a podrido.
Exposición de…
-No voy a pedir tu
opinión-, dijo excitado el gran artista del momento, y de tal guisa disfrazado,
al verla entrar por la puerta acristalada de la galería, opinión que esperaba
no obstante para poder anotarla en su
carnet de baile (¡una más que celebrar!).
-¿De qué serviría?-,
le contesté conteniendo la risa.
Me retiró el saludo de
por vida (la de los dos consumiéndose ensoñadora en el pequeño mundo
neoyorquino comprendido entre Bowery y Mulberry).
Pero él, como artista,
era semejante a uno de esos tipos que cualquier cosa que compren adquiere en
sus manos la calidad de rancio y antiguo al cabo de unos pocos minutos.
“Su obra es un arte de
segunda mano, querida”, le descerrajó en plena frente con su palabra-bala a la
vez que escondía el talonario de cheques en lo más profundo del bolso de piel
de serpiente de Cartier, o de Gucci, o de…
“Arreglaremos un poco
las costuras, acortaremos aquí y allá: le vendrá que ni pintado.”
Y El Otro:
más que oírle me distraigo viendo las palabras
viscosas que se derraman de la boca de gruesos labios como la sólida baba de un
helado tibio echado a perder.
-¿De
qué calibre es, Ellery?
-Un colt A. 38 especial, con cañón de cinco centímetros y
cilindro para seis balas.
He de ser muy
ambiciosa en mi obra, puesto que dudo mucho más allá de lo razonable.
Ojos de simio/humano:
mirada engañosa, hipócrita, falaz.
Los ojos malhumorados del pájaro…
Una talla/símbolo
efectiva, legible, con un poco de
oficio y buena voluntad para crear algo tan reconocible como una pieza de
ajedrez Stauton: algo tan entendible pero tan diabólicamente inagotable en el
recorrido de su peripecia combinatoria, un
diseño imperioso.
En Nassau Street:L
“¿Qué haces aquí?”, preguntó extrañadísimo. “Sólo quería sentirme como una
desconocida, investigar nuevas costumbres”,
pensé, pero le dije: “Vamos a tomar un café.”
“Sé oscura”, dijo el
Oráculo:
y entre lo mitológico,
lo bíblico y lo ontológico, elegí esto último sin ocultar una sonrisa de
suficiencia.
Cultura primitiva:
cada 50 años destruían todo lo artístico o artesano que se había acumulado
durante ese tiempo: porque nada que no
sea nuevo es digno de admiración.
Caligrafía (una
pincelada es un verso): en Van Gogh:
sollozos o aullidos; en todo caso, pinta rabioso
(en el mejor sentido de la expresión).
No va nada pintada: y es bonita; No está nada pintado: y es un cuadro
hermoso, un Monet.
Laocoonte: ejemplo de la obra saturnina que se
erige por encima de su creador (conceptos invertidos): hoy en día es el artista lo importante, puesto que se
halla muy por encima de su obra,
buena o mala: compran al artista, a esa
figura y nombre públicos, y no su
trabajo: “Tengo un picasso.”
“Dudaba entre un rothko y un duchamp.” “Me hice con un gorky.” Y en aquel entonces… ¿Quién sabe
en la actualidad los nombres de Agesandro, de Rodas, Atanadoro, hijo de
Agesandro, Polidoro, griego sublime… Sólo el Renacimiento establece la
equiparación… Tal vez antes, cuando los maestros del gótico cultivaban sus
miedos y rezos a solas.
-Miras hacia dentro,
como Nietzsche -lo dijo como un insulto-, porque los artistas a pesar de todo
nacemos (?) de la realidad exterior.
“Soy inocente, nunca
he firmado ninguna de mis obras”, exclamó a punto de la carcajada.
Lo fundacional, lo
prístino, el origen ineludible que con tan poca misericordia te condenaba a un
castigo inmerecido y fatal, gratuito, sin la protección de ningún dios:
cristalizan finalmente en un raro e inclasificable temor, en esa angustia
agazapada tras la sonrisa y el saludo social que te hace ser más valiente que
todos los demás.
Con el diagnóstico
estrujado en la mano: “Si vuelvo a la rutina me salvaré, nada pasará si me
acojo a la segura disciplina de los hechos diarios, si no varío la conducta
seguida hasta hoy… Debo seguir existiendo
como si nada, como aquella que yo era
lejos de este maldito presente, bajo el mismo sol, el mismo aburrimiento, la
misma indiferencia, la misma insolencia contra los sucesos y servidumbres de la
existencia…”
“El diagnóstico es…”
Yo creía que entonces se acababa todo… Sólo empezaba.
Plasmó la raya, el
punto: señalaban el vacío alrededor;
haiku.
El título indica nada
más que un estado de ánimo: no debe
aclarar nada de cuando entonces.
Lo más importante de
aquel año fue una noche de junio que olía a limón (dijo el falso poeta: junio y limón son muy poca cosa realmente).
Lectura última, pues
murió, y la mano exangüe dejó caer el libro abierto: ... vi como estaba el búho/sobre
una roca… (Del diario de V…)
Un millón de dioses,
un millón de universos; cada uno con su obra de arte a cuestas, una forma
antropomórfica, biomórfica, un color del cielo, una luna distinta…
Nada pronosticaba mi
mal. Todo pronosticaba mi mal.
“Hay cadencia en esa
obra”, dijo, y me sorprendió gratamente esa palabra, esa autoridad en el ritmo del proceso creativo… No, sólo hay límites,
el vacío.
“Hablo siempre a solas
conmigo mismo”, mintió Ginsberg. (Mintió como todos, nadie se contradice.)
“No comparto sus
ideas, pero me fascinan sus respuestas.”
¿Qué importancia puede
tener el futuro si ya tenemos el presente? Podía haber hecho de él La Tierra
Prometida o El Paraíso Perdido…, pero ¿no lo hice así? El destino era la
infancia; luego… todo son exequias.
Hablando de artistas,
hablando de Nueva York, braceando con ellos en las calles: hay una hostilidad
rara –acaso sólo sea recelo en la dura competitividad diaria- en los ojos
fugitivos y secos de la gente –y yo soy la gente-,
como si todavía estuviésemos divididos a uno y otro lado del Fuerte Sumter, con
la boca abierta y los caninos dispuestos.
El blanco asusta hasta
a los elefantes: que te baste el espacio, a solas, y ocúpalo entonces.
Lo pensé. Pero no lo
dije:
lo que es
interpretable siempre es una copia de algo: repele lo que yo entiendo por arte plástico.
En la era de los
dinosaurios con gafas de concha y pipa de humeante cazoleta en la boca, tendida
en el diván, las calladas cortinas que cubren la ventana… La vida está llena de
dolor y desdicha, y acaba de una forma horripilante: se destruye a sí misma.
¿Cómo tener apego a lo
efímero?
Tendrá, pues, que
disimular.
¿Me servirá de algo la
práctica del arte?
Inténtelo. Cualquier
cosa puede servir. (Incluso los dioses vengadores, incluso el humor.)
“Yo he visto el mundo
del revés en Central Park, en The Lake.”
Si el otoño es cálido...
Las cosas, el suceso y
la trama, pasan en el lenguaje.
El verdadero esperanto
fueron durante miles de años las obras de arte, algo que nunca fue lo literario
infestado de múltiples jerigonzas. Con las tendencias abstractas e
informalistas, se imponen en las artes visuales los obstáculos de la escritura,
de modo que deviene lo traducible de lo visible
mediante una aberración lingüística gestada impunemente desde la crítica y el
análisis teóricos y no a partir de lo meramente descriptivo o informativo:
Vuestro arte es demasiado
simple: permitidnos a nosotros el
ejercicio de lo oscuro, aconsejan arrogantes los nuevos y sorprendentes
hermeneutas.
-Todos los viernes, poco antes del mediodía, pasa debajo de
mi ventana una mujer todavía joven que jamás levanta la vista del suelo cargada
con un gran paquete de rollos higiénicos y arrastrando de la correa a una vieja
perra pastor alemán de no menos de 12 años.
Y tú, ¿qué haces acodado en la ventana a esas
horas mañaneras del día?
Tu obra… una
arquitectura dramática…
Sólo una arquitectura
plástica que agrede tanto lo espacial
como lo propiamente formal.
¿La forma?
¡Es sólo lo que
envuelve el sagrado espacio donde actúo!
Escribe de un modo…
teológico.
(¿Podría usted
manufacturarnos una novelita sólo a base de epígrafes…?)
¿Bíblicos?
Una suerte de centón
teológico.
Un resumen de… ¡nada!
Empecemos por el
Principio…
¡Otra vez!
En el Principio era la
oscuridad…
Luego, hubo el sol, la
luz, las cosas…
… y la oscuridad
interior que había que desentrañar.
Despojas a la piedra
de su miserable cargador, Sísifo, la “instalas” a solas en el espacio
apropiado: entonces, ahora, el
peñasco ya es una obra de arte.
-¿Qué
hizo usted? –preguntó Perry Mason.
-Le abrí el bolsillo interior, le saqué la cartera y busqué
la carta.
-¿La encontró usted?
-Sí.
-¿Qué hizo con ella?
-La doblé y me la guardé en la media.
¿Cómo subrayar el
espacio (que por sí mismo es tan visible)?:
profanándolo con el
objeto.
“Ensuciaba el
espacio…” Etcétera.
El arte “difícil” es
un modo más de obligar a intervenir en el hecho artístico a un espectador
tradicional que se rebelara ante lo que se le antoja como una afrenta a su
inteligencia: su huida, o su desprecio, ultima la obra aun no sabiéndolo él, le
otorga su verdadero sentido.
No lo entiende porque
“no comprende” que está escrito con
lenguaje plástico.
Tu idea no precisa de
la forma para hacerse visible: cuéntanosla.
La forma tampoco
precisa de la idea: basta con que la muestres.
Respecto a…: era
desdeñosa con lo que no decía, con lo que no tenía, con lo que no hacía. De modo
que, una vez descubierto el truco, neutralizarla era muy fácil: su opinión
carecía de la más mínima importancia en cualquier tema que se tratase por mucho
que se desgañitara descalificando todo aquello que era contrario a su parecer:
sólo certificaba su existencia como ser humano (y eso era innecesario, bastaba
con verla).
Nunca dos veces lo mismo: he ahí una
obra de arte continuamente reciclada en su exposición, igual y cambiante,
inalterable y distinta…
-¿Existe la “obra de
arte total”, la GesamtKunstwerk?
-Existe. Eres tú
misma.
“Deja de hacer arte,
pues; sólo vive como artista.”
El tipo, su aire
furtivo, dice que escribe, nadie sabe nada de nada, silencioso y hosco,
clandestino y brumoso, tambaleante, como salido todas las mañanas de un antiguo
speakeasies detenido en el tiempo.
Todo lenguaje es una
arbitrariedad consentida, un crimen a la
imaginación, pues la relega a lo comprensible, que es tanto decir como a su
desarticulación.
Y sobre todas las
cosas: rester soi-même. (“¿Y si te
equivocas?”. “Seré yo la
equivocación.”)
Más allá de las falsas
suposiciones:
“Curiosamente, nunca
he visto ningún callejón sin salida en Nueva York.”
“El mundo en tus
manos, pues.”
Quizá no sea demasiado
pronto ya para grabar mi epitafio en el barro de la cloaca: “Hizo lo que tenía
que hacer, que era lo que sabía hacer, y lo hizo bien.”
Se dio la vuelta y
alzó un poco la cabeza: un árbol de ramas desguarnecidas de hojas como un
maldito esqueleto gris… ¡en mayo! Y a la mañana siguiente, un amanecer sucio,
el silencio malo del minúsculo dormitorio, la lluvia fría de antes de la nieve…
-¿Cuál es la
historia…?
(Se le quedó mirando
en silencio sin desdén, sin pena, hasta con absoluto respeto, sin respuesta...)
El Limitador: “Más que
escribir una biografía del sujeto… ¡parecía elaborar su prospecto!”
Wolfe
abrió una botella de cerveza [la tercera del día] y se sirvió un vaso. –Es
extraño -dijo-, no me hubiese imaginado que la gustaran a usted tanto los
diamantes.
Ya en coma: la voz de
la posteridad de los otros le
susurraba al oído: eres una long sellers,
las ventas no cesan, se multiplican las leyendas y escrituras, los precios
aumentan…
Un día te confiesas
finalmente que Nueva York en la hora más solitaria del día, en la más oscura de
la noche, no es para ti una ciudad, ni siquiera un escenario sobredimensionado
de seres humanos, objetos y placeres, esperanzas y desengaños: es sólo un
paisaje, una extensión vacía después de todo que tus ojos pueblan de
figuraciones y espejismos como harían las alucinaciones de un náufrago del desierto.
Ahora, con los ojos
cerrados, escucha la joven sedente música alemana (un día, de pronto, descubrió
que siempre escuchaba a los músicos
alemanes). Surgido de la oscuridad el sonido dibuja sus garabatos en el
espacio, hilvana las imágenes de la suma abstracción. Dentro de poco volverá a
tenderse en la cama con las piernas extendidas, con los brazo rectos a los
costados, mantendrá los ojos cerrados mientras el tiempo, que no la olvida y
con el que no es posible negociar, la acosa, la debilita por momentos, la
desangra, la va replegando sobre sí misma reduciéndola más y más hasta
convertirla en un muñón pensante. En su imaginación, que todavía ilumina sus
ojos cerrados, recrea una minuciosa cronología de nítidas viñetas (línea clara) hasta llegar a la bruma y
los negros empedrados de Hamburgo.
Luego, todo se
desvanece hasta el origen inexplicable, el blanco más blanco que hiere los ojos
y... vuelve al presente y sus brutales contrapuntos.
Todos los niños viven
en el pasado, cuando llegan al presente ya han desaparecido, se los tragó la
ficción. ¿Quién era Evchen disfrazada
de niña? ¿Qué era Hamburgo? ¿Por qué sonríe? ¿Qué eran los cielos blancos, las
sombras grises, las caras blancas, los vestidos grises, las sonrisas eternas,
los ojos abiertos eternos, la quietud eterna? ¿Quién estaba delante de la fotografía? ¿Quién era… El
Testigo?
La eternidad… sólo son
los vivos.
Ahora, que ya no hay
victoria ni derrota, me mira enfurecido y me espeta: “¡Con gente como usted el
arte se echó a perder! Dejaron de pintar, de esculpir…, ¡bajaron las manos! ¡Y
se pusieron a pensar, idiotas!”
Curiosamente, yo jamás
pienso lo que hago con las manos, yo…
Respecto a…
-¿A quién imitabas?
-No pude inventar a
nadie de quien poder hacerlo.
Un arte asistemático:
una escritura irregular, extraña; sobre todo, desconcertante. De lo contrario…
Escribes cartas
después de muerta. (Febrero de 1971.)
O quizás la escribiste
viva pensando en el año después de tu muerte, con las ganitas irreprimibles de
andar fisgando por una rendija del ataúd.
Qué clase de mundo
será ése? ¿Andarán con los pies en el suelo? ¿Engendrarán hijos? ¿Defecarán?
¿Comerán plantas?
¿Aún creerán en
dioses? ¿Aún los crearán?
¿Anotarán sus
pensamientos que tan pronto se los lleva volando el aire a la Región de todo lo
Innecesario?
¿La Tierra…?
La Tierra seguirá
girando en torno al sol.
El sol hará brillar tu
oscuridad.
“Es una carta muy
importante para mí”, escribe barruntando el desenlace tan absurdo que parece
balancearse entre los vuelos de la cortina.
Pero se la dirige a
otro. Como esperando contestación más allá de todo.
¿Qué quiere saber?
No de los otros:
quiere saber de ella, autentificarse en el futuro:
“Si burlo el tiempo…”
“La Alhambra está más
allá de las palabras”, le informa Sol LeWitt antes de tomar el tren que le
llevará de Granada a Valencia en la primavera del 70: la moribunda intenta
imaginar maravillas orientales, nombres exóticos sobre los que parecen elevarse
naranjales y palmeras, irrealidades que desconciertan todavía más su postración
en el sucio Bowery de ese tiempo.
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