domingo, 4 de febrero de 2024

72

Consulto con... 

 Tan artista maldita...Fascinante.

“Una puede ser muchas cosas…”

“Pronto, créanme entrará de lleno en la categoría de entretenimiento cultural de masas, una auténtica protagonista de los blockbusters del futuro... ¡ay, tan cercano!”

-¿Qué es esto? Le di  5 dólares.

-Un billete de 2 dólares. ¿No lo ves?

-¿Me devuelve 2 pavos por una cuenta de 40 centavos? Aquí falta dinero.

-Toma un Wolfe, y cuando termines con los tebeos te limpias las manos con él... Estamos en paz.

-Oiga…

-¡Qué suerte, tío, un Wolfe por dos pavos con sesenta!

-¿Qué significa esto?

-Significa buena literatura.

-¡Pero yo no lo quiero! Deme la vuelta, por favor.

-No hay vuelta que valga. Da gracias que te devuelva el cambio con mi “sagrado dinero”.

-¡Oiga…!

-Si quieres cobrar con “tu dinero” tendrás que venir otro día. Hoy pago con el mío. ¡Coge el puto libro y desaparece de mi vista, pequeño mamón desagradecido!

Doblo la esquina, un soplo de aire fresco me da en la cara, una caricia alegre y esperanzada, avanzo unos pasos, abro la puerta de hierro del 134 y, como abortada de la luz, de la claridad de abril que anega las calles, al penetrar ahí adentro todo es oscuridad y mal olor, una penumbra que sólo puede llenar mi alma de congoja y pesadumbre, y sin embargo ansío encerrarme en ese agujero que tantas veces fue mi refugio, y que ahora es como un teatro del pánico, el único escenario posible para la pútrida ceremonia de la muerte.

Quedo a oscuras, inmóvil. “Que todo sea diferente”, me digo. Es una pesadilla. Abro los ojos: lo que veo es la pesadilla.

El taller era mi casa, mis manos, el hogar del cuerpo, lo sólido, lo real; cuando me hablaban de mi estudio parecía que porfiaban por saber de mi alma, de lo que está detrás de lo visible en mi obra. ¡Qué necio resulta ahora todo aquello!

Del diario 7/69. Tenías una parcela del mundo en propiedad. Era tuyo ese ínfimo pedazo de espacio-tiempo. Te pertenecía por entero. Lo adueñaba tu biografía. Y, ahora, tienes que devolverlo, sin daños y en perfectas condiciones: he aquí el mundo que tomé prestado: a cambio… quizás no vuelvas a la muerte –que sólo es posible a los vivos-, ni tampoco a la nada –una idea de la negación sólo susceptible de conceptuar asimismo a los vivos-.

¿De veras lo creía de ese modo? No…, era una manera de ornamentarme, una sutil creencia en que podría sobrevivirme a mí misma mediante subterfugios como la escritura, un mecanismo que nada esclarece de uno mismo finalmente y que, en el fondo, es como una traición a la obra meramente plástica. Ningún artista debería escribir una sola palabra pecadora, prescindible del todo, que baste sólo la obra, que sea ella exclusivamente la huella, el trazo que oriente a los que te suceden, la sola herencia que legas tras de ti tan generosamente; de lo contrario…

Loca me hubiera preferido antes que muerta. Al menos habría imaginado, habría soñado… ¿Y qué otra cosa es el arte sino eso?

¿Y cómo queda el mundo tras de mí…? ¿Más sucio? ¿Más limpio?

Atrás queda la parte más complicada de mi existencia, la menos olvidable… ¡Y si la dejaran se pudriría igualmente!

En la galería. Un tipo corriente contemplando una obra de arte nada corriente: al principio miraba con curiosidad; luego, con obstinación, hasta con violencia, pero no alcanzó el desdén; al menos, no manifestó nada de eso en su absoluta inmovilidad frente a la obra extendida en el suelo. Al cabo de un par de minutos dio media vuelta y se alejó con resignación (¡mentirosa: era perfectamente visible que se encogía de hombros!).

Bueno, podría ponerle un chafarrinón amarillo a esa maldita resina asquerosa (de vez en cuando me tomo alguna licencia poética).

¿Qué soy…?

Uno de los vectores serían los dos signos de interrogación. Lo que queda en el medio…

A primera hora de la mañana ha sonado el timbre y la artista abre la puerta de hierro del estudio en el 134 de la calle Bowery.

-¿Miss Hesse?

Es un tipo alto y delgado, calvo, de piel cerúlea, con lentes de montura de pasta. Tiene los brazos pegados a los costados de la chaqueta marrón, que destaca claramente de los pantalones azul claro. Debajo de la chaqueta asoma un jersey negro de cuello de cisne. El atuendo clama desarmonía, lo que es curioso en un hombre cuya figura debía denotar una pulcra mesura lejos de lo antitético, siquiera de lo llamativo. No lleva nada en las manos. Sonríe débilmente.

-¿Sí? –pregunta ella a su vez.

-Me estaba esperando. Soy el paleógrafo.

-Ah… sí. Pase usted… Disculpe el desorden.

-No se preocupe. Sé como se las gastan los artistas.

El hombre da unos pasos adelante y deja atrás la luz todavía incierta y reciente del día; ya en el interior, vuelve a permanecer completamente inmóvil, con la feble sonrisa aún en sus labios, como esperando el turno de su incuestionable protagonismo en las escenas siguientes.

“En estos momentos, soy el dueño absoluto de sus deseos”, se enorgullece El Descifrador, a la vez que estudia con disimulo la escenografía asustante de adentro: ese amontonamiento podría delatar… falta de sintaxis.

“Miss Hesse” cierra la pesada puerta, avanza hacia una desvencijada silla de cuero negro tipo MR90,  recoge unos libros y revistas de arte del asiento e invita con la mano al otro a ponerse cómodo.

-Así que sintió miedo, pero no recuerda por qué –dice el paleógrafo ya instalado en tan singular sillón.

La artista, de espaldas a él, deposita los libros y las revistas sobre la tabla alargada de una mesa de trabajo, junto a unos cubos malolientes con regueros secos de una materia inclasificable que descienden de los bordes; de otros botes pequeños, abiertos, emanan olores intensos, esparcen por el aire los efluvios de una química que hace escocer los ojos. Se da la vuelta hacia el paleógrafo y, todavía sin responder a la afirmación de éste, se pasa el envés de la mano por la frente y pregunta al otro con voz desganada si desea tomar algo.

“Aquí uno sólo puede tomar veneno a granel… todo respira toxicidad en este aire alquímico”, se dice el paleógrafo vestido de hortera. Declina la invitación impasible:

-No, muchas gracias.

-¿Miedo? –se pregunta la artista al cabo de unos segundos-. Sí… Eso es. Sé que pensaba algo que me hizo sentir miedo, pero ahora no logro acordarme de la causa que lo motivaba.

-Y el miedo se ha acrecentado a medida que ha ido usted profundizando en los significados ocultos de su obra... O simplemente navegando por su procelosa superficie.

-Sí, podría decirse de ese modo.

-No debe inquietarse. Es algo que sucede muy a menudo en lo referente a… -el hombre mira en derredor con cierta aprensión el heteróclito escenario lleno de venenosas combinaciones y de morbosas y silentes conspiraciones plásticas que les rodean a los dos por todas partes-… esos modernos discursos.

-Nunca hubiera imaginado que también fuera algo usual en otros artistas…

-Por supuesto que sí. Todos ustedes se enfrentan a materiales tangenciales, incluso inéditos en su gran mayoría, y acaso peligrosos potencialmente. Esa… esa sería la circunstancia de la contemporaneidad artística.

-Aunque, ¿por qué no habrían ellos de padecer una similar angustia? –se pregunta en voz alta la artista dubitativa.

-En efecto (y piensa el tipo de vistosos retales: “los mismos perros con distintos collares”). Pero la palabra sería ansiedad ante esa otra realidad. En fin…

-¿Sí…? ¿De veras lo cree?

-Empecemos, entonces, por el principio…

-En el principio fue Alemania… En el 64.

Abre el libro. ¡Enorme libro!

¿Ante qué nos hallamos?

Ante lo enrarecido. Aunque (todavía) no nos adentremos en aquella galería de arte inventada por Dorothy Parker donde los cuadros cuelgan vueltos a la pared.

Apuntes, esbozos, quizás un borrador, o la copia final en limpio (¿?)…

Tachaduras, correcciones, enmiendas… No se ven por ningún lado: la soga en su sitio, el enredo…

¿Es precisa la enumeración de los materiales, la manipulación a los que se les somete, la disposición reiterada (cuelgan las cosas, como de una horca), los componentes electos y recurrentes?

¿De qué imaginario mental surgen estos fragmentos toscos y venenosos?

¿Cuántas veces surge el azar en estas caprichosas disposiciones?

¿Son fragmentos que aluden o tratan de reivindicar la crónica y la leyenda de un espíritu alerta o decaído, enfermizo o clarividente, perverso o compasivo?

Lo escrito, escrito está.

El Hermeneuta desentraña hasta el más oscuro empeño y el más nimio de los pormenores. Su exégesis no cejará hasta que el auténtico sentido del objeto de estudio –tanto si lo hubiere como si no- salga a la luz y se exponga a sus (nuestros) ojos y entendimiento, como la codicología estudia y termina revelando de los antiguos manuscritos en vitela anteriores al XVI toda interpretación encerrada en los infolios.

He aquí lo iconográfico del poliuretano, del látex, de las resinas, obsérvese la textura, su consistencia, el pérfido cromatismo… Descubra la auténtica apariencia, demórese en su escrutinio,  huélala, descríbala, interprétela, léala con suma atención, allegue a su auténtica identificación. Acaricie su iconicidad. Ahora ya lo comprende todo. Esta ciencia instrumental le conduce sin pausa al sobresalto de lo iconológico, le insta a recorrer el negro túnel ingrato del “tercer estrato”, a iluminarse de la especificidad esencial de la obra ante sus ojos –pues brilla en la oscuridad-: lo simbólico, lo trascendental, el significado intrínseco anegan sus entendederas con la suavidad de las aguas de un arroyo apacible: ha entrado en el espíritu del artista, en la malla misteriosa y magnífica de sus ocurrencias más íntimas aunque confesables y expuestas al ojo universal. Se halla usted, mi querido amigo espectador, en las más altas regiones de lo espiritual-artístico, próximo a palpar con la yema de sus dedos mundanos la oculta pero connotativa deidad de esta hacedora de figuraciones y asechanzas plásticas.

Fragmentada la obra en mil pedazos, diseminada en puzle amedrentador, el paleógrafo requerirá de Gran Paciencia para editar, certificar y sancionar La Gran Obra.

¡Qué sería de vosotros los “plásticos” sin nosotros Los Deshollinadores!

Todo esto vale dinero.

Tiene un precio.

“Ahora comprendo mi miedo: ¡que no se me entendiera de ninguna de las maneras, incluso en el propósito deliberado de hacerlo todo ininteligible!”

El primer signo (la primera escritura recién nacida, los garabatos a mano con pulso firme a pesar de todo, apenas entrevistas esas letras en las brumas de lo incierto) se inclina ante el becerro de oro, no nace de lo mistérico ni de lo sagrado ni de la propia indagación de un ser humano aterrado por su inmensa pequeñez ante la grandeza cósmica y natural que le rodea: nace del trueque material, de lo mercantil, del intercambio grosero, de la suma y la resta de las menudencias contables grabadas en el caparazón de una tortuga o en un trozo de hueso.

Todo esto vale su peso en oro.

“Anda, sé una buena amita de casa”, aconsejan de nuevo las gentes sabias, afables y bien educadas, aquellas a las que (pues hay biografías que no dan para mucho, ni bueno ni malo) es difícil que les tumbe un tumor cerebral a los treinta y cuatro años. La cuestión es pasar el rato: métete en la cocina y pasa cuatro horas siguiendo al pie de la letra una receta de Julia Child. A fin de cuentas, ¿qué es el arte sino combinar bien… ciertos ingredientes?

“El gran arte del Sur…”, dijo el tipo del Sur, de baja estatura, de miembros delicados, rompibles, de pelo blanco y de expresión seria, de ceñudo mostacho, de voz profunda… Ese tipo que llegaba a las tabernas del Village (donde todo el mundo menor de noventa años va en busca de sueños) arrastrando tras de sí el olor y el calor de los pantanos, los robles centenarios, el pórtico griego pretencioso, el abolengo rancio de la tierra con la hueste de servidores, ese tipo entusiasta del whisky casero (como el diablo manda) y el orgullo del látigo refiere las sagas de unos dueños de vidas, haciendas y descendencias (en aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos, podían comprarse por un par de dólares un pedazo de tierra y un negro), las fantasías, los pasados falsos, la épica de los engaños de la aurora (deseaba pintar como él, como todo aquello, dijo el ilustrador…).

14.10.1971                                                                       

Llegado de muy lejos al parque bajo el sol crepuscular. El estruendo del tráfico envolvente llega allí sofocado. Aún hay niños que juegan, un perro blanco y delgado que le mira misterioso con ojos polvorientos. En el aire otoñal se acuna un balancín solitario tan lentamente que parece detenido en el tiempo... (No serán de esta tierra ni la extraña fragancia vegetal ni los colores amarillos ni el esplendente rojo.) Toma asiento en el banco. Sabe que es el final. La luz se agrisa. Lentamente.

29.5.1972

Aún no es parque vacío y la leve luz vespertina y el aire tibio que disipa las voces y atenúa los ruidos urbanos bastan para iluminar el hierro pintado y la madera caprichosa de los juegos y las siluetas fugaces como sus risas de niños dorados y sucios a la suave hora de un atardecer primaveral cae la luz gris y lenta de aire oloroso de la última tarde sobre el hombre sentado con manos de criminal o suicida sobre el regazo y entonces los destellos luminosos radiantes del pasado se precipitan tras los párpados vencidos lo que era bello y perenne cálido fuego alzado como un cáliz de fuego alzado un gran fuego que más y más resplandece y allá donde la noche no llega y la absolución o la culpa no importan.

En fin, con la muerte…

Arroja la moneda al aire:

si sale cara, gana; si sale cruz, pierdes.

Y mañana antes de emprender el viaje, ¿qué?

Todos los huevos con jamón y tazas de café (agua de café) que quepan en dos dólares.

Todavía, al final de su vida, en el invierno primero de 1969 (pues todos los años tienen dos inviernos), a los 33 años (¿qué importa la suma del fin, 100 ó 25?), se preguntaba de una manera infantil (pues se interrogaba a sí misma escribiendo) qué era el arte. Vaya por Dios... ¡A estas alturas!

El arte es una cosa. Una cosa es el arte. El arte de la cosa. La cosa del arte. La cosa es que…

No era su palabra tal vez la buena nueva, pues como todo mesías requería su evangelista, y poco ducha era con la pluma en la mano, aun cuando no analfabeta o se limitara a juguetear con la punta de un palo sobre el polvo en una pausa de su prédica, y, sin embargo, ya engendrando en su interior monstruos, alumbraba en la pobre y huérfana hoja de papel una suerte de confesión cuya sinceridad de entonces se vería contradecida más tarde necesariamente por la inexpresable poética posterior que en nada se sustentaba de aquella respuesta de los inicios cuando debía mostrarse más diáfana en su cometido y más visible en sus intenciones (¡Tenemos que creerte, condenada muchacha! ¡Se trata de dinero!):

La propia voz:

(Atiplada, Miguel Ángel; mesurada la de Leonardo; melifluo el tono de Reynolds; profunda, Velázquez; bronca voz la de Caravaggio; sombría la de Goya; la de Rembrandt sibilina; Pollock gruñe; Van Gogh gritón; mudo Munch; untosa la de Balthus; Basquiat farfulla; la voz de Hopper es clara y rasa, algo rancia; escueta la de Gaugin; medida la voz de Braque; Kandisky susurra; Klee sonríe; Francis Bacon calla; babélico y burlón Picasso…):

Olía a algo desconocido, algo de muy atrás, un olor fresco y húmedo, gratificante, que parecía tonificar la sangre y limpiar los pulmones, pero que no provenía de la corriente del Eats River, sino de algo mucho más allá, de más lejos, del océano.

Ya se apagaba el último resplandor dorado de la tarde. Sintió frío el Negro. Y una sensación que sólo mucho después, ya en la ratonera de Queens, descubriría con perplejidad pero también con humillación: miedo. “Solo, como millones de ellos”, pensó. Él está a la vista, en el parque sobre el que se ha cernido ya enteramente la luz gris, casi metálica, y ellos y sus asuntos se ocultan una y otra vez sin dejar de andar por las calles y avenidas de la ciudad sin principio ni final. ¿Y ella?

Gruesas gotas como monedas se vertían sobre su rostro alzado al cristal ahumado del cielo, “el barro, aquella materia endeble del arte de la escultura, lejano y tenaz en el tiempo, sería más duradero que ella”. Lo pensó por un instante consternada, pero en seguida sonrió: sabía que algo no de ella sino por ella iba a sobrevivir.

(Y, otra vez, pensaba ¿ahora, qué?

Se había levantado tarde para lo que era su costumbre habitual, pero antes no es que durmiera, permaneció en la cama durante horas con los ojos abiertos penetrando primero la oscuridad llena de interrogantes invisibles, luego la penumbra temible y finalmente la horrenda blancura del alba en el techo.

Era, en efecto, la náusea, la verdadera, física y dolorosa náusea.)

Rodeada de algo que se mueve a 100.000 kilómetros por hora. Es imperceptible, pero se mueve, y tú vas a sitios desconocidos en ese viaje a través del cosmos a la nada.

Patadón al fragmento de madera untado de látex: recorre un par de metros por el suelo, golpea la pared (pongamos norte) de la sala, y el breve rebote vuelve a desplazarlo unos centímetros al interior del recinto de la sala: su estado final, inmóvil, arte eterno: punto omega.

Porque la imagen me ha sido dada.

Porque la imagen ha sido concebible.

Porque nada hay que impida su mostración y su desafío.

¿Qué tejes, Penélope?

Las tinieblas. El caos. Lo desconocido. Lo indescifrable. El misterio. El no. La rebelión. La blasfemia. Lo sacrílego. La furia. La mofa. La burla. El desdén. La derrota. El miedo. La angustia. El tiempo. La muerte. La nada.    

El Negro debería renunciar a manosear su conciencia o la de quien fuese, acogerse a las delicias perversas de ser el poema en lugar de ser poeta como ya había decidido tiempo atrás, deshacerse cuanto antes de la máquina de escribir (mala la palabra humana) y devenir personaje faulkneriano aun-sin-estar-a-salvo-de-nada allá en la mansión blanca al final del camino bordeado de cedros rojos:

eterno con un vaso de whisky en una mano y un volumen de Horacio en la otra bajo la sombra del porche columnario y rodeado del canto de los pájaros en verano; al calor de las llamas que crepitan en la chimenea de la biblioteca en el invierno, envuelto en el silencio elocuente de las paredes forradas de libros.

¿Por qué escribes sobre ella? ¿Por q             ué precisamente ella?

Porque está muerta, y los dioses han sido injustos con ella, y un halo trágico envuelve su memoria, y su arte era (es) una blasfemia, un sinsentido mayúsculo y admirable, y todo eso son los ingredientes básicos para el engrandecimiento de un artista: lo suficiente para una exposición duradera.

Está inmóvil, con los ojos cerrados. Adentro todo parece envuelto en extraños colores. Hace tiempo que debe haberse dado cuenta que, por fin, está muerta, aunque aún puede pensar, cada vez más débilmente, como si el pensamiento, sólido y mensurable, visible, fuese una luz que se va extinguiendo con estudiado cálculo. “Ahora a esperar”, se habría dicho indiferente, con infinita paciencia (con toda la paciencia del mundo).

Arrival.

1966.

En esta época protegida de Dios y en ese país protegido del mismo Dios omnipotente, a este tipo más le hubiera valido tener unos años menos, ser algo más avispado y andar por ahí arrastrando colgada de su brazo a una Eva Hesse teenager con el cabello suelto, las piernas al aire, un seno asomando por el escote y cuya única idea del arte fuesen los cartones de Kellogs, los afiches de los films y las carátulas de los discos, sí, Viajero del Pasado y del Futuro, hacer literatura quemando gasolina por la ruta 66 o por cualquier otro camino por donde ronda el diablo perfumado de sexo y con el after-shave del autorradio brincando en la piel del rostro, escuchando el rock desaforado que brama el altavoz del coche y bebiendo a toda velocidad bajo el sol quemante de las llanuras del Medio Oeste o refrescado por el cielo estrellado de la noche de asfalto el whisky tibio y barato y solidario que engaña todas las penalidades, a ti mismo, el dolor, el pasado, hasta el destino malo. Viajero que huye lejos… cuando el presente es la única nave que surca los mares.

El arte son las sombras de las sombras que proyectan los seres y las cosas platónicas. Los artistas se mueven entre sombras, figuraciones, simulacros.

(Esquigrafía).

Algo misterioso se entreteje en la obra, en cualquiera de ella, incluso en el bosquejo inicial, en sus trazas primitivas, una quintaesencia indescifrable (el enigma elude la definición y escapa más allá de la artista, de su intención y de sus manos).

“Al borde del abismo, ¿podrías resumir todo esto?”

“Es difícil…”

“Digamos, entonces, que sería posible hablar de una especie de sadhana, la obra como una obra espiritual…”

Hay dolor, pero aún no son los tiempos en que puedes tener sujeto a un dedo un botón donde apretar por si quieres más medicación narcótica.

Incluso…

El cineasta afirmaba rotundo que filmando había que escribir con la cámara como si ésta fuese la estilográfica con que se escribe un poema o un relato.

Un burlón preguntó si en la comparanza podía sustituirse la “estilográfica” por una máquina de escribir.

Estoy segura que en la mente de todo el mundo, al escuchar la sugerencia del espontáneo, se imprimió en seguida la idea de lo objetual, lo gravitatorio, lo que despojaría de la presunta ligereza el hecho procesual de realizar un film con voluntad de estilo e investido de dinamismo en oposición al plano-contraplano tradicional.

En todo caso, no hace falta mover la cámara en el espacio para “escribir con ella”, con pluma de ave o máquina de escribir.

¿Cómo se escribe la abyección del cuerpo?

Vaya uno a saber.

Todos sus materiales usurpan las tétricas funciones interiores. ¿Qué se cuece en ese jugo y fluidos viscosos? ¿Qué hierve junto la masa encefálica?

¡Oh, cocina del artista!

Mal ataviada con sus peores galas, se dispone a presenciar el cortejo de las vísceras y entrañas, las entretelas aún misteriosas de debajo de la carne. Una procesión orgánica desfila ante sus ojos, y sus manos se activan, la emoción de la artista adquiere dimensiones épicas: penetro en los arcanos de la máquina, adonde quizás se hallen los artilugios de una ariadna que expliquen el trazado del laberinto y los espejos y aclaren sus espesuras.

Hela ahí, cirujana del miedo.

Se engañaba a conciencia, hasta con crueldad.

“Vivimos dos vidas. La incógnita es que no sabemos cual de las dos estamos viviendo. El hecho de no recordar nada de la anterior me lleva a pensar que estoy en la primera. Esto es sumamente reconfortante para dejar las cosas como están y esperar mejores oportunidades en la época de Nuevas Rebajas. Explicaría la razón de muchos desastres. Probablemente, seré la misma; probablemente, todo será distinto.

“Ahora bien, ¿cómo se entra en la segunda vida? ¿Botados de la misma nada desde la que entramos en la primera? En ese caso… ¿qué ha pasado con los sucesos y pensamientos de la primera? ¿siempre venimos de la nada?”

Y al final, muy enferma, en esta hora de saldos, los mundos (cualquiera de ellos) se tornan pequeños, se estrechan, se convierten en refugios, en El Refugio, cálido, acogedor, como un útero lo suficientemente grande para vivir de adulto y lo bastante pequeño para mantener bajo control la lucha diaria del vivir malherida: todo Nueva York lo redujo la artista mediante una conveniencia inteligente y decidida que libraba de los combates no deseados y protegía de asechanzas más torpes y menudas: trazó las fronteras entre Houston Street y Chambers, decretó un día de primavera cálido y benefactor interminable y se impuso a sí misma la disciplina férrea del olvido de la enfermedad. Lo demás… era peligroso o no existía.

A rodar.

Y ése, ¿por dónde anda?

-¿Tienes muchos sitios donde ir?

-Ya lo creo. Sólo tengo que dormir (y a veces ni siquiera eso) para soñarlos.

Aquella mujer...

Era como estar enamorado de una navaja.

Miércoles. A la 125. Al Apollo Theater: día de chistes.

Si ignoras las letras, la palabra, cada una de ellas, es un jeroglífico.

-Joseph no existe –-continuó sin esperar respuesta-, pues tenéis que saber, como muy pronto lo sabrá el mundo entero, que aquel que ha vivido entre nosotros con el nombre de Joseph no era Joseph... Era el mismo Dios...

(...)

Se irguió todavía más, y la expresión de su rostro, realzado por la barba blanca, se endureció:

-¡Vete! –ordenó-. ¡Márchate de aquí antes de que tu insolencia te destruya!

(...)

-¡Blasfemo! –-replicó con voz de trueno- ¡Ahora morirás!

Conversación con…

Era un artista tan presuntuoso o tan estúpido que estaba convencido de que su obra no es que fuera superior a la de sus contemporáneos sino que pensaba que estaría muy por encima… ¡de las creadas en el futuro!

-Será una obra diferente, en todo caso… -le corregían.

Pero su vanidad le impedía aceptar esa premisa esencial de lo nuevo al pensar equivocadamente que tal cualidad (ser una creación distinta) no colmaba las expectativas que él mismo se había imaginado, así que prefería dar por sentado desde el principio el grado sublime de su obra y, por supuesto, insuperable en el arte del porvenir.

Conviene no precipitarse: en el arte, trabaja en borradores; luego…

De su cuaderno verde entresacaba las ideas fallidas, los bocetos, las creencias poco dignas de elaborar…

Una vez puesta en el papel la idea de la obra… ¿no debería bastar?

X. me deja sobre la mesa la página casi desgarrada de un bloc donde ha copiado de su puño y letra un poema corto de Wallace Stevens, “los más señalados enigmas que tú, especialmente tú, puedes encontrar en este poeta (al estilo de Mallarmé)”. Me dan ganas de contestarle por carta (¡qué formalidad!): “¡No, no es eso, no es eso!”

Lo que hago, lo que reflexiono, aún son los rescoldos de las “agendas alemanas”.

Los esquemas y bocetos del 65/66: me dije que debería crear un diccionario de “estímulos gráficos”.

El problema de las escalas. Sueño la dimensión real: me asusto. Los pequeños bocetos son “inofensivos” a pesar de todo. Cuando ya en la galería, a los ojos de todo el mundo, adquieren su verdadero tamaño parecen… ofender. El desafío calculado (tal vez) se transforma en afrenta.

¿En qué momento se da la versión definitiva…? ¿Qué ultima la obra?

Conversación con el cantero. Menciona a Miguel Ángel.

Dibujo: apenas la idea; en 3D, todo cambiante. El aire: papel: cuelga.

De nuevo Miguel Ángel: los canteros.

El cielo lechoso y terrible de agosto de Carrara.

La escultura es un trabajo sucio. Imagina los carros cargados de bloques desgajados de la roca de la montaña tirados por bueyes, el polvo del camino, los gritos y el sudor de los hombres con la piel quemada por el sol, el cansancio, el aire blanco.

Los títulos (evitarlos de larga extensión, pero hacerlos oscuros).

La alusión mitológica, acaso inadvertida (lo preferible).

“No se trata de arcanos”, dijo.

Tampoco de un acertijo infantil: no hace falta que sepas lo que es.

No puede ser moderna si trabaja con materiales antiguos.

Viernes: no leo ni una página del libro prestado por… (lo devolveré sin abrirlo: fue él quien lo sugirió).

En Times Square: una niña me mira fijamente. Una hora después descubro quien es: no puedo volver sobre mis pasos y manosear mi infancia. ¿Qué hacía sola allí, entre toda esa gente apresurada y el peligro acechante del tráfico por todos los lados?

Donde se esconden los monstruos, dragones humeantes.

Por la tarde: c./7u.

Inútil pensar en nada claro cuando una llovizna tenaz se abate al suelo ininterrumpidamente: en realidad, entonces sólo me veo a mí misma, viendo lo que pienso, ajena al exterior, al mundo.

Conting.: podría ser cualquier otra cosa.

Hizo un largo viaje, cruzó un océano… sólo para comprobar a su regreso que se había quedado esperándose en su lugar de origen.

Hist. de los judíos (historia de lo judío).

La muerte de la madre “contra la tierra”.

La “intrusa”/túneles.

Una vida en capítulos. “Estoy en el IV” (por ejemplo). Prosigo por el VIII. Retrocedo al II, lo secundo con el XXI… ¿A quién se la dedico?

Resinas: no es tanto lo que empleo enmi arte como lo que he dejado de utilizar: venenos actuales por viejos materiales.

Est. el bestiario humano de una tal Arbus. No te reconoces en ellos, pero en el sufrimiento de su diferencia. Aunque, ellos, los patéticos retratados, ¿lo creen de ese modo?

Ahora, ya en el paseo semanal hasta el hospital de Nueva York, todos los días son “el buen día”.

No, yo no deseo transformar la realidad (¿para qué?), basta que le adjunte (o le “estampe”) mis ocurrencias expresivas: forman parte de ella.

¿No es ello un ejemplo de humildad?

En el Big Ship de Butte oí por vez primera a un minero pelirrojo de nombre Hickey Dewey que a la ciudad de Personville la llamaban Poinsonville (...) Unos años más tarde fui a Personville y comprendí el significado exacto de esa denominación.

(X. pensaba en la celada, en las arenas movedizas que sostenían falazmente la afirmación de la artista, como dicha al desgaire, a vuela pluma de una conversación cuyos arranques y parones, arbitrariedades y desviaciones eran producto de la provisión inagotable de vino blanco. Todo son trampas cuando las lenguas se desatan e ignoran la contención. Bebíamos en copas de oro, doradas eran las tardes de septiembre, y dorada era nuestra juventud.

Puso la cara seria, de buena chica, y desviaba la vista para no echarse a reír.)

Las fotos de…

(En attendant Godot: revisar pasaje pág. 64-65. Edit. M.)

-No viene nadie. No pasa nadie. Nadie se va. Es terrible.

-Dígale que piense.

-Dele su sombrero.

-¿Su sombrero?

-No puede pensar sin sombrero.

G.: “Claro que llego a todos los sitios… ¡Son los lugares los que no coinciden conmigo!”

“Le estábamos esperando. Pase.”

(Y le cierran la puerta en sus narices.)

¿Cómo se escribe con una estilográfica Blackbird, señor Saposcat?

En Malone meurt (pg. 180, edit. Trieste):

“Con todo su pequeño mundo, que luego de dos horas de esfuerzos aún no había logrado reunir del todo…”

Pasean por su mundo tan tranquilos y a gusto… (Al contemplar los “monstruos” de la Arbus.)

J.A. me enseñó a aprender, no a enseñar. Y ahora soy yo la que enseño… ¡y no puedo desnudarme a mí misma!

El poder del látex, la fluidez de la fibra de vidrio.

“Aquella chica pintaba cajas de madera, en Nueva York, allá por los primeros años sesenta…” (etcétera).

En enero del primer año del siglo XXI (con sesenta y cinco años tendré el mundo encerrado en un puño) miraré para atrás y…

Desde lo alto: la ciudad como un cúmulo… No (un túmulo).

Los objetos de hoy… eran las pertenencias, el mundo espiritual, de aquellas carotas expresionistas de los primero sesenta.

La literatura, en unos años, ya no le importará a nadie: sólo se leerán novelas de entretenimiento y de un costumbrismo trasnochado disfrazado de palabras y giros de lenguaje modernos sin provocación… Algo semejante ocurrirá en el siglo XXI con el arte: los artistas verdaderos se arrojarán al suelo (quizás aullando para enfatizar un poco más el espectáculo) y los burgueses de siempre seguirán colgando en las paredes de sus apartamentos y castillos de siempre los cuadros de siempre.

¿Cuándo es la versión definitiva?

Paradoja (pará-dóxa): Insignificancia de un pensamiento al despertar: se diría que la luz macilenta y trémula del amanecer lo aclara todo.

Quieres pintar un caballo, pero el caballo no debe aparecer: “He ahí tu tragedia”, me dijo (¡como si de verdad él manejara las riendas!).

Una obra de arte es una… ¿fábula?

(¡Su fin será devenir espectáculo!)

En México, en el 68. Lo azteca: el arte terminal. Como una alucinación: el arte como una terapia inconfesa... incluso conductual. El “color” del habla, los sonidos que podrían (si a ello me pusiera) dibujarsepintarse, crearse.

Caballo azul: encontraban los pinceles refugio bajo ese manto inesperado.

¿Su afición favorita? Ver pintura. La idea de la escultura (sobre todo la de bronce, o la que parece esforzarse por erguirse en la piedra), me hace sufrir. El barro, tan cómico, termina por abatirse sobre sí mismo.

Poetas latinos: realistas a pesar de todo, menos sinceros que los griegos.

Haz sólo que sugiera.

El miedo lo envenena todo.

Tori.

Vid.: La peste de Atenas. De rerum natura: intérprete del alma, la lengua que mana sangre…

L.: la forma del hexámetro. (Considerar).

De Epicuro: oculta tu vida (a salvo de la chanza, de la burla, del desprecio…)

¡Si sólo bastara con la disciplina!

Los cinco gatos de ámbar: pérfidos, egoístas, jocosos…

Mejor tomar notas que engañarse día tras día con un diario: tampoco atrapas el tiempo, y el sentido de la vida no aparece por ninguna parte… ¡quizás entre líneas!

Llamada de D. (dejo sonar el teléfono, pero no respondo). que es él. Pero ¿a quién llama?, y especialmente, ¿adónde cree que llama) Una vez en esta ciudad, nadie es ya nunca el mismo. (Todos los desconocidos se conocían entre sí.)

D.H.R. Como principio (tal vez).

El hierro. Dijo. Y manoseaba los plásticos.

Absurdo. Ab/surdus: opuesto (mejor: ajeno) a toda razón. ¡Sordo de entendederas!

¿Por qué escribirlo… ¡si puedes hacerlo con las manos!?

Límites de la expresión. En plástica, ninguno.

Dibuja sonidos.

Lo judío: inspira el tacto, texturas, hasta colores vivos, oscuros, el sol, el olor de la piedra seca, la tierra yerma.

Los mitos. El Mito. Circe. O el cíclope. Homero: las cuencas vacías de los ojos.

Quietud. Miedo (pues no ha de volver el verano): en el corazón de la ciudad sacia lo poco de verde: apunta: la luz que se quiebra en las copas de los árboles, se vierte rota y caótica sobre el suelo donde ya caen las primeras y débiles hojas del otoño.

Apelar a la ambigüedad antes que a lo sustantivo.

1). Razones para hacerlo.

2). Razones para deshacerlo.  

(Cuaderno amarillo).

(Tal vez fuera el verde.)

Una sintaxis como refrendo de una morfología electa: esa construcción ha de revelar el sentido de la forma. (Concordancia. Consecuencia. Cohesión. Coherencia.)

La respuesta como pregunta: el objeto/los objetos se autodenominan, se declaran, se autodescifran…

La madre que estudió arte… ¿Y si hubiera ejercido como artista aun sin crear una sola obra?

Nadie puede enseñar a vivir.

Vivir es… natural, las cosas pasan.

Un ciclo muy comprensible y… misterioso. (Nace el tronco en el sexo, arranca hasta la garganta, continúa hasta el cerebro, se ramifica a los lados, las raíces que descienden, descienden.. hasta la misma tierra que todo lo engullera de nuevo.)

Todo buen artista es un deicida: mata de un plumazo a ese dios que impone los mandamientos a los otros artistas de su tiempo, y con aquel magnífico y divino cadáver de falsa grandeza cósmica se van al diablo todas las pasadas malditas reglas.

Sentenciada: progresa a zancadas, desdeña lo intermedio, las menores preocupaciones del estilo, las inútiles formalidades de una correcta educación hacia los testigos.

¿Es una idea? (“Sólo es un objeto”, dijo con desprecio). Tal vez la idea surja después de la obra.

Borges en un malvado párrafo de El aleph censura algo parecido en los pomposos alejandrinos del ficticio poeta Carlos Argentino Daneri a los que éste, pretextando razones peregrinas y sólo evidentes para él, atribuye todo un cúmulo de virtudes posteriores al acto previo de la creación.

Bolígrafo. Las tintas violetas, azules, verdes… La tinta que fluía sobre el papel dejando tras de sí un penetrante olor a almendras amargas. No crear los colores… ¡el olor, él solo!

El espacio como lienzo donde se pinta, la tabla primitiva que sostiene los milagros y dorados del pigmento… El espacio también como la piedra que se talla.

La bellísima esquina del Flatiron: su arquitecto suicida: vértice/vértigo.

“Voy a morir”, me digo, y pienso en el libro que no leeré, las noches de luna llena que han de sobrevivirme, las nuevas melodías del verano que susurran en la brisa perfumada del atardecer… (por la oscura ventana abierta: una balada indescifrable).

(Chesterton, cuando intentaban inquietarle con un probable fin del mundo: “¿Por qué razón he de preocuparme por ello? El fin del mundo ya ha ocurrido muchas veces.”)

“Tal vez si no durmiera…”, se dice, como ese personaje de Pavese, “no envejecería nunca…”

Es el sueño el que nos… los sueños los que nos envejecen.

El arte es lo espiritual; es decir, las preguntas sin respuesta, lo irracional, lo oscuro, lo que está más allá de lo visible: exige la fe.

Sade: lo pornográfico no está en el relato sino en el añadido filosófico.

Pornografía del pensamiento: ¿cómo desarrollar esto?

Somos miles, reconoció con el pincel en la mano (¡y no lejos del… ¡caballete!):

miles… en esta feria de las vanidades que más que un acerbo Thackeray, un irónico Cervantes o un esclarecido y tajante Shakespeare ha de toparse más tarde o más temprano con la carcajada ecuménica y circense de un obsceno Rabelais cronista de su desmesura.

Me valgo de un lenguaje que necesariamente se desvanece en la plástica que apuntala… como el lenguaje que crea la poesía, que la revela y él termina desapareciendo como una madre sacrificada y efímera que muere en el alumbramiento.

K.A.P.: No soy lo suficientemente judía, ni lo bastante puritana, para creer que los pecados del padre y/o de la madre condenan a su generación.

The Leaning Tower and Other Stories.

(Reseña de Edmund Wilson en el New Yorker de setiembre del 44: a esta mujer no se la puede interpretar según ninguna de las fórmulas conocidas…”).

The Leaning...: el desconcierto del artista, una Alemania hacia lo grotesco pero también dirigida a lo criminal.

La Torre de Pisa, que hace de la decorosa ruina y de su imperfección la mejor llamada para su contemplación.

¿De qué modelo partimos?

1900: ¿De la muñeca Pandora?

Parto de lo humano.

Parto del espíritu.

2000: Adiós al modelo 90-60-90.

Altas, desgarbadas, huesudas, (cuello estrecho, cintura estrecha, tobillos estrechos), salvadas in extremis de Bergen-Belsen, vomitadas del mundo real, anoxéricas, con mal aliento a causa de las huelgas de hambre, ojos muertos, la expresión vacía… ¡Disfrazadas, acechadas, desechadas, maltrechas, asquerosas!

Nuevos estandartes de lo bello… las modelos: puros esqueletos.

Tiene que ser breve, exigió. Existen las obras de arte breves. No más de siete segundos de observación:

Una mujer breve.

De la imaginación nace el lenguaje, siempre posterior.

Viaje en metro: los que leen, los que miran al vacío, o adentro de sí (adonde quizás sea mayor el desierto), los que cierran los ojos…

(...) La luz de una inmensa avaricia alumbró en sus ojos. Nick de Nueva York tenía la reputación de ser fanfarrón y millonario. Todos querían su dinero.

El Negro coge el metro en la 103 hasta Canal (noviembre, lunes, lluvioso, de vuelta a casa pasada la media tarde, olor a ropa mojada, al aire y aliento densos y metálicos un poco podridos de la gente anónima y viajera al país-de-nunca–jamás-triunfarás):

pasajeros que viajan (que huyen de ojos enemigos: cansados, hastiados, muertos, y si vivos, hostiles) a través de Dickinson, Sports Illustrated, Hunter, New York Post, F.B.I.’s Stories, Malamud, Village Voice, New York Post (2), Hemingway, The New York Times, Frost, Kafka, Cain, Daily News, Susan, Batman, New York Post (3), Mailer, Blondie, Dante, una biografía de Lincoln, New York Post (4), Sports Illustrated (2), Updike, Sex, Fleming, The New York Times (2), Wouk, Detective,  New York Post (5), Goodis, New York Post (6), Susan (2), Daily News (2), Hemingway (2), Parker, Superman, la Biblia, una biografía de JFK, New York Post (7), Uris, Hágalo usted mismo, Stanley-Gardner, New York Post (8), Zola, Girls!, Daily News (3), Ambler, Shakespeare, Waltari, Life,  New York Post (9), Robbins, Daily News (4), Whitman, Sports Illustrated (3), la Biblia (2)…

En el exterior, sigue lloviendo con fuerza. Corro a zancadas hasta el “refugio del estudio”, chapoteando como una niña traviesa en los charcos junto a los bordillos, deseosa del claustro, de las sombras silenciosas y benéficas de sus esquinas.

De repente se escucha el tintineo de las campanillas que cuelgan sobre la puerta de la entrada de su taller: todos los fantasmas… ¡de adentro! comienzan a salir por el hueco abierto. Cesa el sonido: aún quedan tras la puerta cerrada un buen puñado de ellos, y acaso los más burlones y atrevidos.

Lo mejor de lo que escribe lo guarda para sí: lo destruye. (Pero le ha dado vida, lo ha hecho existir¡era posible!, ¡y él lo ha hecho!).

Las ideas (o la intuición) en el estudio: no hacerlas visibles, pues son diálogos con una misma, miedos, rarezas, desafíos… O los escombros, las sobras, la punta del iceberg que se ve.

-Sólo es un verso. Puro sonido.

-Pero…

-¿Para qué más?

Criptografías. También, enunciado. Es suficiente.

De pequeña (gritándole a Helen, que la desquiciaba): “¡Claro que me gustaría estar muerta…! Pero ¿cómo se vuelve después?”

Cualquier cosa podría ser de un color distinto al que se nos muestra a la luz.

(¡Pero ningún rojo es igual a otro rojo!)

La forma (por innúmera) es sagrada.

El recuerdo entre la espesura viscosa del cerebro:

jueves, 26 de noviembre de 1964: frente al hombre terrible, los ojos esperanzados que, a veces, parecen suplicar ayuda, y, otras veces, demandar tu complicidad absoluta con el pecado del orgullo y en todo momento los tremendos paisajes de su alma: Vincent van Gogh, amarillo y colérico.

Toda obra es interior: ves por una ventana.

Te ven por una ventana exterior.

Los buenos sentimientos, el propósito ecuménico de hacer el bien, de ser el bien: aún estamos a tiempo, afirmaba el encantador de serpientes, todavía mueren muchos más seres humanos pacíficamente en sus camas que a causa de los desastres de la guerra…

Pues a la desmesura…:

“Mi arte demanda el principio antrópico: existe porque será observado, y a esa contemplación debe su inexcusable existencia: en el mismo instante de su creación requería tus ojos.”

No es el discurso: es la forma: antes de la mostración de su incongruencia posterior (la segunda, por así decirlo), las piezas se hallan dispersas en un desorden que tiene bastante de discurso por sí mismo: armar la disgregación, unirla mediantes nexos invisibles y ataduras ilegibles y gramáticas indemostrables es la tarea que culmina en otra dispersión tan desordenada y aleatoria como aquella, pero ahora deliberada, consciente, mayestática por la intencionalidad que animaba durante su ejecución. 

Se olía por dentro, como si al respirar una bocanada de aire y luego de unos instantes al expulsarlo le subiese por la tráquea una insidiosa emanación a podrido.

Exposición de…

-No voy a pedir tu opinión-, dijo excitado el gran artista del momento, y de tal guisa disfrazado, al verla entrar por la puerta acristalada de la galería, opinión que esperaba no obstante para poder anotarla en su carnet de baile (¡una más que celebrar!).

-¿De qué serviría?-, le contesté conteniendo la risa.

Me retiró el saludo de por vida (la de los dos consumiéndose ensoñadora en el pequeño mundo neoyorquino comprendido entre Bowery y Mulberry).

Pero él, como artista, era semejante a uno de esos tipos que cualquier cosa que compren adquiere en sus manos la calidad de rancio y antiguo al cabo de unos pocos minutos.

“Su obra es un arte de segunda mano, querida”, le descerrajó en plena frente con su palabra-bala a la vez que escondía el talonario de cheques en lo más profundo del bolso de piel de serpiente de Cartier, o de Gucci, o de…

“Arreglaremos un poco las costuras, acortaremos aquí y allá: le vendrá que ni pintado.”

Y El Otro:

más que oírle me distraigo viendo las palabras viscosas que se derraman de la boca de gruesos labios como la sólida baba de un helado tibio echado a perder.

-¿De qué calibre es, Ellery?

-Un colt A. 38 especial, con cañón de cinco centímetros y cilindro para seis balas.

He de ser muy ambiciosa en mi obra, puesto que dudo mucho más allá de lo razonable.

Ojos de simio/humano: mirada engañosa, hipócrita, falaz.

Los ojos malhumorados del pájaro…

Una talla/símbolo efectiva, legible, con un poco de oficio y buena voluntad para crear algo tan reconocible como una pieza de ajedrez Stauton: algo tan entendible pero tan diabólicamente inagotable en el recorrido de su peripecia combinatoria, un diseño imperioso.

En Nassau Street:L “¿Qué haces aquí?”, preguntó extrañadísimo. “Sólo quería sentirme como una desconocida, investigar nuevas costumbres”, pensé, pero le dije: “Vamos a tomar un café.”

“Sé oscura”, dijo el Oráculo:

y entre lo mitológico, lo bíblico y lo ontológico, elegí esto último sin ocultar una sonrisa de suficiencia.

Cultura primitiva: cada 50 años destruían todo lo artístico o artesano que se había acumulado durante ese tiempo: porque nada que no sea nuevo es digno de admiración.

Caligrafía (una pincelada es un verso): en Van Gogh: sollozos o aullidos; en todo caso, pinta rabioso (en el mejor sentido de la expresión).

No va nada pintada: y es bonita; No está nada pintado: y es un cuadro hermoso, un Monet.

Laocoonte: ejemplo de la obra saturnina que se erige por encima de su creador (conceptos invertidos): hoy en día es el artista lo importante, puesto que se halla muy por encima de su obra, buena o mala: compran al artista, a esa figura y nombre públicos, y  no su trabajo: “Tengo un picasso.” “Dudaba entre un rothko y un duchamp.” “Me hice con un gorky.” Y en aquel entonces… ¿Quién sabe en la actualidad los nombres de Agesandro, de Rodas, Atanadoro, hijo de Agesandro, Polidoro, griego sublime… Sólo el Renacimiento establece la equiparación… Tal vez antes, cuando los maestros del gótico cultivaban sus miedos y rezos a solas. 

-Miras hacia dentro, como Nietzsche -lo dijo como un insulto-, porque los artistas a pesar de todo nacemos (?) de la realidad exterior.

“Soy inocente, nunca he firmado ninguna de mis obras”, exclamó a punto de la carcajada.

Lo fundacional, lo prístino, el origen ineludible que con tan poca misericordia te condenaba a un castigo inmerecido y fatal, gratuito, sin la protección de ningún dios: cristalizan finalmente en un raro e inclasificable temor, en esa angustia agazapada tras la sonrisa y el saludo social que te hace ser más valiente que todos los demás.

Con el diagnóstico estrujado en la mano: “Si vuelvo a la rutina me salvaré, nada pasará si me acojo a la segura disciplina de los hechos diarios, si no varío la conducta seguida hasta hoy… Debo seguir existiendo como si nada, como aquella que yo era lejos de este maldito presente, bajo el mismo sol, el mismo aburrimiento, la misma indiferencia, la misma insolencia contra los sucesos y servidumbres de la existencia…”

“El diagnóstico es…” Yo creía que entonces se acababa todo… Sólo empezaba.

Plasmó la raya, el punto: señalaban el vacío alrededor; haiku.

El título indica nada más que un estado de ánimo: no debe aclarar nada de cuando entonces.

Lo más importante de aquel año fue una noche de junio que olía a limón (dijo el falso poeta: junio y limón son muy poca cosa realmente).

Lectura última, pues murió, y la mano exangüe dejó caer el libro abierto: ... vi como estaba el búho/sobre una roca… (Del diario de V…)

Un millón de dioses, un millón de universos; cada uno con su obra de arte a cuestas, una forma antropomórfica, biomórfica, un color del cielo, una luna distinta…

Nada pronosticaba mi mal. Todo pronosticaba mi mal.

“Hay cadencia en esa obra”, dijo, y me sorprendió gratamente esa palabra, esa autoridad en el ritmo del proceso creativo… No, sólo hay límites, el vacío.

“Hablo siempre a solas conmigo mismo”, mintió Ginsberg. (Mintió como todos, nadie se contradice.)

“No comparto sus ideas, pero me fascinan sus respuestas.”

¿Qué importancia puede tener el futuro si ya tenemos el presente? Podía haber hecho de él La Tierra Prometida o El Paraíso Perdido…, pero ¿no lo hice así? El destino era la infancia; luego… todo son exequias.

Hablando de artistas, hablando de Nueva York, braceando con ellos en las calles: hay una hostilidad rara –acaso sólo sea recelo en la dura competitividad diaria- en los ojos fugitivos y secos de la gente –y yo soy la gente-, como si todavía estuviésemos divididos a uno y otro lado del Fuerte Sumter, con la boca abierta y los caninos dispuestos.

El blanco asusta hasta a los elefantes: que te baste el espacio, a solas, y ocúpalo entonces.

Lo pensé. Pero no lo dije:

lo que es interpretable siempre es una copia de algo: repele lo que yo entiendo por arte plástico.

En la era de los dinosaurios con gafas de concha y pipa de humeante cazoleta en la boca, tendida en el diván, las calladas cortinas que cubren la ventana… La vida está llena de dolor y desdicha, y acaba de una forma horripilante: se destruye a sí misma.

¿Cómo tener apego a lo efímero?

Tendrá, pues, que disimular.

¿Me servirá de algo la práctica del arte?

Inténtelo. Cualquier cosa puede servir. (Incluso los dioses vengadores, incluso el humor.)

“Yo he visto el mundo del revés en Central Park, en The Lake.”

Si el otoño es cálido...

Las cosas, el suceso y la trama, pasan en el lenguaje.

El verdadero esperanto fueron durante miles de años las obras de arte, algo que nunca fue lo literario infestado de múltiples jerigonzas. Con las tendencias abstractas e informalistas, se imponen en las artes visuales los obstáculos de la escritura, de modo que deviene lo traducible de lo visible mediante una aberración lingüística gestada impunemente desde la crítica y el análisis teóricos y no a partir de lo meramente descriptivo o informativo:

Vuestro arte es demasiado simple: permitidnos a nosotros el ejercicio de lo oscuro, aconsejan arrogantes los nuevos y sorprendentes hermeneutas.

-Todos los viernes, poco antes del mediodía, pasa debajo de mi ventana una mujer todavía joven que jamás levanta la vista del suelo cargada con un gran paquete de rollos higiénicos y arrastrando de la correa a una vieja perra pastor alemán de no menos de 12 años.

Y tú, ¿qué haces acodado en la ventana a esas horas mañaneras del día?

Tu obra… una arquitectura dramática…

Sólo una arquitectura plástica que agrede tanto lo espacial como lo propiamente formal.

¿La forma?

¡Es sólo lo que envuelve el sagrado espacio donde actúo!

Escribe de un modo… teológico.

(¿Podría usted manufacturarnos una novelita sólo a base de epígrafes…?)

¿Bíblicos?

Una suerte de centón teológico.

Un resumen de… ¡nada!

Empecemos por el Principio…

¡Otra vez!

En el Principio era la oscuridad…

Luego, hubo el sol, la luz, las cosas…

… y la oscuridad interior que había que desentrañar.

Despojas a la piedra de su miserable cargador, Sísifo, la “instalas” a solas en el espacio apropiado: entonces, ahora, el peñasco ya es una obra de arte.

-¿Qué hizo usted? –preguntó Perry Mason.

-Le abrí el bolsillo interior, le saqué la cartera y busqué la carta.

-¿La encontró usted?

-Sí.

-¿Qué hizo con ella?

-La doblé y me la guardé en la media.

¿Cómo subrayar el espacio (que por sí mismo es tan visible)?:

profanándolo con el objeto.

“Ensuciaba el espacio…” Etcétera.

El arte “difícil” es un modo más de obligar a intervenir en el hecho artístico a un espectador tradicional que se rebelara ante lo que se le antoja como una afrenta a su inteligencia: su huida, o su desprecio, ultima la obra aun no sabiéndolo él, le otorga su verdadero sentido.

No lo entiende porque “no comprende” que está escrito con lenguaje plástico.

Tu idea no precisa de la forma para hacerse visible: cuéntanosla.

La forma tampoco precisa de la idea: basta con que la muestres.

Respecto a…: era desdeñosa con lo que no decía, con lo que no tenía, con lo que no hacía. De modo que, una vez descubierto el truco, neutralizarla era muy fácil: su opinión carecía de la más mínima importancia en cualquier tema que se tratase por mucho que se desgañitara descalificando todo aquello que era contrario a su parecer: sólo certificaba su existencia como ser humano (y eso era innecesario, bastaba con verla).

Nunca dos veces lo mismo: he ahí una obra de arte continuamente reciclada en su exposición, igual y cambiante, inalterable y distinta…

-¿Existe la “obra de arte total”, la GesamtKunstwerk?

-Existe. Eres tú misma.

“Deja de hacer arte, pues; sólo vive como artista.”

El tipo, su aire furtivo, dice que escribe, nadie sabe nada de nada, silencioso y hosco, clandestino y brumoso, tambaleante, como salido todas las mañanas de un antiguo speakeasies detenido en el tiempo.

Todo lenguaje es una arbitrariedad consentida, un crimen a la imaginación, pues la relega a lo comprensible, que es tanto decir como a su desarticulación.

Y sobre todas las cosas: rester soi-même. (“¿Y si te equivocas?”. “Seré yo la equivocación.”)

Más allá de las falsas suposiciones:

“Curiosamente, nunca he visto ningún callejón sin salida en Nueva York.”

“El mundo en tus manos, pues.”

Quizá no sea demasiado pronto ya para grabar mi epitafio en el barro de la cloaca: “Hizo lo que tenía que hacer, que era lo que sabía hacer, y lo hizo bien.”

Se dio la vuelta y alzó un poco la cabeza: un árbol de ramas desguarnecidas de hojas como un maldito esqueleto gris… ¡en mayo! Y a la mañana siguiente, un amanecer sucio, el silencio malo del minúsculo dormitorio, la lluvia fría de antes de la nieve…

-¿Cuál es la historia…?

(Se le quedó mirando en silencio sin desdén, sin pena, hasta con absoluto respeto, sin respuesta...)

El Limitador: “Más que escribir una biografía del sujeto… ¡parecía elaborar su prospecto!”

Wolfe abrió una botella de cerveza [la tercera del día] y se sirvió un vaso. –Es extraño -dijo-, no me hubiese imaginado que la gustaran a usted tanto los diamantes.

Ya en coma: la voz de la posteridad de los otros le susurraba al oído: eres una long sellers, las ventas no cesan, se multiplican las leyendas y escrituras, los precios aumentan…

Un día te confiesas finalmente que Nueva York en la hora más solitaria del día, en la más oscura de la noche, no es para ti una ciudad, ni siquiera un escenario sobredimensionado de seres humanos, objetos y placeres, esperanzas y desengaños: es sólo un paisaje, una extensión vacía después de todo que tus ojos pueblan de figuraciones y espejismos como harían las alucinaciones de un náufrago del desierto.

Ahora, con los ojos cerrados, escucha la joven sedente música alemana (un día, de pronto, descubrió que siempre escuchaba a los músicos alemanes). Surgido de la oscuridad el sonido dibuja sus garabatos en el espacio, hilvana las imágenes de la suma abstracción. Dentro de poco volverá a tenderse en la cama con las piernas extendidas, con los brazo rectos a los costados, mantendrá los ojos cerrados mientras el tiempo, que no la olvida y con el que no es posible negociar, la acosa, la debilita por momentos, la desangra, la va replegando sobre sí misma reduciéndola más y más hasta convertirla en un muñón pensante. En su imaginación, que todavía ilumina sus ojos cerrados, recrea una minuciosa cronología de nítidas viñetas (línea clara) hasta llegar a la bruma y los negros empedrados de Hamburgo.

Luego, todo se desvanece hasta el origen inexplicable, el blanco más blanco que hiere los ojos y... vuelve al presente y sus brutales contrapuntos.

Todos los niños viven en el pasado, cuando llegan al presente ya han desaparecido, se los tragó la ficción. ¿Quién era Evchen disfrazada de niña? ¿Qué era Hamburgo? ¿Por qué sonríe? ¿Qué eran los cielos blancos, las sombras grises, las caras blancas, los vestidos grises, las sonrisas eternas, los ojos abiertos eternos, la quietud eterna? ¿Quién estaba delante de la fotografía? ¿Quién era… El Testigo?

La eternidad… sólo son los vivos.

Ahora, que ya no hay victoria ni derrota, me mira enfurecido y me espeta: “¡Con gente como usted el arte se echó a perder! Dejaron de pintar, de esculpir…, ¡bajaron las manos! ¡Y se pusieron a pensar, idiotas!”

Curiosamente, yo jamás pienso lo que hago con las manos, yo…

Respecto a…

-¿A quién imitabas?

-No pude inventar a nadie de quien poder hacerlo.

Un arte asistemático: una escritura irregular, extraña; sobre todo, desconcertante. De lo contrario…

Escribes cartas después de muerta. (Febrero de 1971.)

O quizás la escribiste viva pensando en el año después de tu muerte, con las ganitas irreprimibles de andar fisgando por una rendija del ataúd.

Qué clase de mundo será ése? ¿Andarán con los pies en el suelo? ¿Engendrarán hijos? ¿Defecarán?

¿Comerán plantas?

¿Aún creerán en dioses? ¿Aún los crearán?

¿Anotarán sus pensamientos que tan pronto se los lleva volando el aire a la Región de todo lo Innecesario?

¿La Tierra…?

La Tierra seguirá girando en torno al sol.

El sol hará brillar tu oscuridad.

“Es una carta muy importante para mí”, escribe barruntando el desenlace tan absurdo que parece balancearse entre los vuelos de la cortina.

Pero se la dirige a otro. Como esperando contestación más allá de todo.

¿Qué quiere saber?

No de los otros: quiere saber de ella, autentificarse en el futuro:

“Si burlo el tiempo…”

“La Alhambra está más allá de las palabras”, le informa Sol LeWitt antes de tomar el tren que le llevará de Granada a Valencia en la primavera del 70: la moribunda intenta imaginar maravillas orientales, nombres exóticos sobre los que parecen elevarse naranjales y palmeras, irrealidades que desconciertan todavía más su postración en el sucio Bowery de ese tiempo.

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